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Agustín sobre cómo es legítimo "obligar" a los cristianos donatistas a unirse a la Iglesia

Católica
Carta 93 a Vincentius

5. Usted opina que nadie debería ser obligado a seguir la justicia; y, sin embargo, leíste que el
dueñ o de la casa dijo a sus sirvientes: "A cualquiera que encuentres, obligalos a entrar" También
leíste có mo el que fue primero Saú l, y luego Pablo, se vio obligado, por la gran violencia con la que
Cristo lo obligó , a conocer y abrazar la verdad; porque no puedes dejar de pensar que la luz que
disfrutan tus ojos es má s preciosa para los hombres que el dinero o cualquier otra posesió n. Esta
luz, perdida repentinamente por él cuando fue arrojado al suelo por la voz celestial, no se
recuperó hasta que se convirtió en miembro de la Santa Iglesia. También es de su opinió n que no
se debe usar coerció n con ningú n hombre para liberarse de las consecuencias fatales del error; y,
sin embargo, usted ve que, en ejemplos que no pueden ser discutidos, esto lo hace Dios, quien nos
ama con má s respeto real por nuestro beneficio que cualquier otro; y escuchas a Cristo decir:
"Nadie puede venir a mí si el Padre no lo atrae", lo cual se hace en los corazones de todos aquellos
que, por temor a la ira de Dios, se acercan a É l. Usted también sabe que a veces el ladró n esparce
comida ante el rebañ o para que pueda llevarlos por mal camino, y a veces el pastor trae ovejas
errantes al rebañ o con su vara.

6. ¿Sarah, cuando tuvo el poder, no eligió afligir a la insolente esclava? Y realmente no la odiaba
cruelmente, a quien había hecho madre por un acto de su propia bondad; pero ella puso una
moderació n sana sobre su orgullo. Ademá s, como bien saben, estas dos mujeres, Sarah y Agar, y
sus dos hijos Isaac e Ismael, son figuras que representan personas espirituales y carnales. Y
aunque leemos que la esclava y su hijo sufrieron grandes dificultades por parte de Sara, sin
embargo, el apó stol Pablo dice que Isaac sufrió la persecució n de Ismael: "Pero así como el que
nació después de la carne persiguió al que nació después del Espíritu, aun así Esto es ahora;" de
donde los que tienen entendimiento pueden percibir que es má s bien la Iglesia Cató lica la que
sufre persecució n a través del orgullo y la impiedad de esos hombres carnales a quienes intenta
corregir mediante aflicciones y terrores de tipo temporal. Por lo tanto, haga lo que haga la
verdadera y legítima Madre, incluso cuando sus hijos sienten algo severo y amargo en sus manos,
no está haciendo mal por mal, sino que está aplicando el beneficio de la disciplina para
contrarrestar el mal del pecado, no con el odio. que busca dañ ar, pero con el amor que busca
sanar. Cuando el bien y el mal hacen las mismas acciones y sufren las mismas aflicciones, deben
distinguirse no por lo que hacen o sufren, sino por las causas de cada uno: p. Faraó n oprimió al
pueblo de Dios por la esclavitud dura; Moisés afligió a las mismas personas con severas
correcciones cuando eran culpables de impiedad: sus acciones eran parecidas; pero no eran
iguales en el motivo del respeto al bienestar de la gente, uno inflado por la lujuria del poder y el
otro inflamado por el amor. Jezabel mató a los profetas, Elías mató a los falsos profetas; Supongo
que el desierto de los actores y de los que sufrieron respectivamente en los dos casos fue
completamente diverso.

7. Observe también los tiempos del Nuevo Testamento, en los cuales la dulzura esencial del amor
debía mantenerse no solo en el corazó n, sino también manifestarse abiertamente: en estos, la
espada de Pedro es llamada a su vaina por Cristo, y nosotros estamos enseñ ó que no debe ser
sacado de su funda ni siquiera en defensa de Cristo. Sin embargo, leemos que no solo los judíos
golpearon al apó stol Pablo, sino también que los griegos vencieron a Sosthenes, un judío, a causa
del apó stol Pablo. Al parecer, la similitud de los eventos no une ambos; y, al mismo tiempo, ¿la
diferencia de las causas no hace una diferencia real? Nuevamente, Dios no escatimó a su propio
Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros. Del Hijo también se dice: "quien me amó y se
entregó por mí". y también se dice de Judas que Sataná s entró en él para traicionar a Cristo. Al
ver, por lo tanto, que el Padre entregó a su Hijo, y Cristo entregó su propio cuerpo, y Judas
entregó a su Maestro, por lo que Dios es santo y el hombre culpable en esta entrega de Cristo, a
menos que eso sea en la acció n que ambos hicieron , la razó n por la que lo hicieron no fue la
misma? Tres cruces estaban en un lugar: en una estaba el ladró n que debía salvarse; en el
segundo, el ladró n que iba a ser condenado; en el tercero, entre ellos, estaba Cristo, que estaba a
punto de salvar a un ladró n y condenar al otro. ¿Qué podría ser má s similar que estas cruces?
¿Qué má s a diferencia de las personas que fueron suspendidas en ellos? Pablo fue entregado para
ser encarcelado y atado, pero Sataná s es indudablemente peor que cualquier jugador: sin
embargo, para él mismo Pablo entregó a un hombre por la destrucció n de la carne, para que el
espíritu pudiera salvarse en el día del Señ or Jesú s. ¿Y qué le decimos a esto? He aquí, ambos
entregan a un hombre a la esclavitud; pero el que es cruel entrega a su prisionero a uno menos
severo, mientras que el que es compasivo entrega el suyo a uno que es má s cruel. Aprendamos,
mi hermano, en acciones que son similares para distinguir las intenciones de los agentes; y no
cerremos los ojos, tratemos con reproches infundados y acusemos a quienes buscan el bienestar
de los hombres como si los hubieran hecho mal. De la misma manera, cuando el mismo apó stol
dice que había entregado a ciertas personas a Sataná s, para que aprendieran a no blasfemar, les
hizo mal a estos hombres, o no estimó que era una buena obra corregir a los hombres malvados.
por medio del maligno?

8. Si sufrir persecució n fuera en todos los casos algo digno de elogio, habría bastado que el Señ or
dijera: "Bienaventurados los que son perseguidos", sin agregar "por el bien de la justicia".
Ademá s, si infligir persecució n fuera en todos los casos culpable, no habría sido escrito en los
libros sagrados, "Quien calumnia en secreto a su vecino, lo perseguiré [cortado, E.V.". En algunos
casos, por lo tanto, tanto el que sufre persecució n está equivocado como el que lo inflige está en
lo correcto. Pero la verdad es que siempre tanto los malos han perseguido a los buenos como los
buenos han perseguido a los malos: los primeros hacen dañ o por su injusticia, los segundos
buscan hacer el bien mediante la administració n de la disciplina; el primero con crueldad, el
segundo con moderació n; el primero impulsado por la lujuria, el segundo bajo la restricció n del
amor. Porque aquel cuyo objetivo es matar no tiene cuidado de có mo hiere, pero aquel cuyo
objetivo es curar es cauteloso con su lanceta; porque uno busca destruir lo que es sonido, el otro
lo que está en descomposició n. Los malvados mataron a los profetas; Los profetas también dieron
muerte a los impíos. Los judíos azotaron a Cristo; Cristo también azotó a los judíos. Los apó stoles
fueron entregados por los hombres a los poderes civiles; los apó stoles mismos entregaron a los
hombres al poder de Sataná s. En todos estos casos, lo que es importante atender es esto: quién
estaba del lado de la verdad y quién del lado de la iniquidad; ¿Quién actuó por un deseo de herir,
y quién por un deseo de corregir lo que estaba mal? ...

16. Ahora ve, por lo tanto, supongo, que lo que debe considerarse cuando alguien es coaccionado,
no es el mero hecho de la coerció n, sino la naturaleza de aquello a lo que está coaccionado, ya sea
bueno o malo: no que cualquiera puede ser bueno a pesar de su propia voluntad, pero que, por
temor a sufrir lo que no desea, renuncia a sus prejuicios hostiles o se ve obligado a examinar la
verdad de la que había estado satisfecho ignorante; y bajo la influencia de este miedo repudia el
error que solía defender, o busca la verdad de la que antes no sabía nada, y que ahora acepta
voluntariamente lo que antes rechazó . Quizá s sería completamente inú til afirmar esto en
palabras, si no se demostrara con tantos ejemplos. Vemos no pocos hombres aquí y allá , sino
muchas ciudades, una vez donatistas, ahora cató licas, detestando vehementemente el cisma
diabó lico y amando ardientemente la unidad de la Iglesia; y estos se convirtieron en cató licos
bajo la influencia de ese miedo que es tan ofensivo para ustedes por las leyes de los emperadores,
desde Constantino, ante quien su propio partido impugnó a Cæcilianus, hasta los emperadores de
nuestro tiempo, que con toda justicia deciden que la decisió n del juez que eligió su propio
partido, y que prefirieron a un tribunal de obispos, debe mantenerse vigente en su contra.

17. Por lo tanto, he cedido a la evidencia proporcionada por estos casos que mis colegas me han
presentado. Originalmente, mi opinió n era que nadie debería ser forzado a la unidad de Cristo,
que debemos actuar solo con palabras, luchar solo con argumentos y prevalecer por la fuerza de
la razó n, para que no tengamos a aquellos a quienes conocemos como herejes confesos. ellos
mismos para ser cató licos. Pero esta opinió n mía fue superada no por las palabras de quienes la
controvertieron, sino por las instancias concluyentes a las que podían apuntar. Porque, en primer
lugar, se estableció en contra de mi opinió n mi propia ciudad, que, aunque alguna vez estuvo
completamente del lado de Donato, fue llevada a la unidad cató lica por temor a los edictos
imperiales, pero que ahora vemos lleno de tanta detestació n por su ruina perversidad, que
apenas se creería que haya estado involucrado en su error. Hubo tantos otros que me
mencionaron por mi nombre, que, a partir de los hechos en sí mismos, me hicieron reconocer que
a este respecto, la palabra de la Escritura podría entenderse como aplicable: "Dale la oportunidad
a un hombre sabio, y él será pero má s sabio ". ¡Cuá ntos ya estaban, como sabemos con certeza,
dispuestos a ser cató licos, movidos por la indiscutible claridad de la verdad, pero todos los días
aplazamos su declaració n por temor a ofender a su propio partido! ¿Cuá ntos estaban atados, no
por la verdad —porque nunca fingiste eso como tuyo— sino por las pesadas cadenas de la
costumbre inveterada, de modo que en ellos se cumplió el dicho divino: “Un siervo (que está
endurecido) no será corregido por palabras; porque aunque él entienda, no responderá "!
¡Cuá ntos suponían que la secta de Donato era la verdadera Iglesia, simplemente porque la
facilidad los había hecho demasiado apá ticos, engreídos o lentos, como para examinar la verdad
cató lica! ¡Cuá ntos habrían entrado antes si las calumnias de los calumniadores, que declararon
que ofrecimos algo má s que lo que hacemos en el altar de Dios, los excluyeron! ¡Cuá ntos,
creyendo que no importaba a qué partido podría pertenecer un cristiano, permanecieron en el
cisma de Donato solo porque habían nacido en él, y nadie los obligaba a abandonarlo y pasar a la
Iglesia Cató lica!

18. Para todas estas clases de personas, el temor de esas leyes en la promulgació n de que los
reyes sirven al Señ or con temor ha sido tan ú til, que ahora algunos dicen que está bamos
dispuestos a hacerlo hace algú n tiempo; ¡pero gracias a Dios, que nos ha dado la oportunidad de
hacerlo de inmediato, y ha eliminado la vacilació n de la dilació n! Otros dicen: ya sabíamos que
esto era cierto, pero fuimos prisioneros por la fuerza de la vieja costumbre: ¡gracias al Señ or, que
ha roto estos lazos y nos ha llevado al vínculo de la paz! Otros dicen: no sabíamos que la verdad
estaba aquí, y no teníamos ningú n deseo de aprenderla; pero el miedo nos hizo ser sinceros para
examinarlo cuando nos alarmamos, para que, sin ninguna ganancia en las cosas eternas, seamos
heridos por la pérdida en las cosas temporales: gracias al Señ or, quien por el estímulo del miedo
nos sobresaltó de nuestro negligencia, que ahora inquietos podríamos investigar aquellas cosas
que, cuando está bamos tranquilos, ¡no nos importaba saberlo! Otros dicen: se nos impidió
ingresar a la Iglesia por informes falsos, que no podríamos saber que son falsos a menos que
ingresemos; y no entraríamos a menos que estuviéramos obligados: gracias al Señ or, que por su
flagelo nos quitó nuestras tímidas dudas y nos enseñ ó a descubrir por nosotros mismos cuá n
vanas y absurdas eran las mentiras que los rumores habían esparcido en contra de su Iglesia: por
esto estamos persuadidos de que no hay verdad en las acusaciones hechas por los autores de esta
herejía, ya que los cargos má s serios que sus seguidores han inventado carecen de fundamento.
Otros dicen: De hecho, pensamos que no importaba en qué comunió n teníamos la fe de Cristo;
pero gracias al Señ or, que nos ha reunido desde un estado de cisma, y nos ha enseñ ado que es
apropiado que el ú nico Dios sea adorado en unidad.

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