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La mujer en el lenguaje y la cultura

Sebastián Morales Castañeda

Universidad Tecnológica de Pereira

Facultad de ciencias de la educación

Licenciatura en español y literatura

Pereira, Risaralda.

Diciembre, 2019.
La mujer a lo largo de la historia ha sido oprimida desde las distintas esferas sociales,

estableciendo así un orden hetero-patriarcal, que se sostiene gracias a un desarrollo cultural

machista fortalecido por el capital que plantea unos roles específicos para cada sexo y a un

agente discursivo sexista fortalecido desde la literatura.

A partir de la creación de la familia sindiásmica se puede apreciar cómo el hombre adquiere

una serie de privilegios sexuales de los cuales la mujer es despojada y castigada si llega a realizar

uno de estos actos. Engels (2006) afirma que:

En esta etapa, un hombre vive con una mujer, pero de tal suerte que la poligamia y la

infidelidad ocasional siguen siendo un derecho para los hombres (…) Al mismo tiempo, se exige

la más estricta fidelidad a las mujeres mientras dure la vida común y su adulterio se castiga

cruelmente. (p. 54)

Además de esto, las mujeres empiezan a ser vistas como mercancía, ahora estas tienen un

valor de cambio y se pueden comprar, a esto se le suma el hecho de la existencia de la propiedad

privada, donde el hombre al ser quien llevaba el alimento a casa, era el propietario de los

instrumentos de caza y las demás riquezas, así se empieza a dar una posición más importante a

este, desestabilizando así el orden matriarcal que se venía desarrollando en los anteriores estadios

de la familia e instaurando un orden patriarcal, dando paso a la familia monógama.

Aquí la mujer tiene el rol de esclava y no posee la potestad de decidir si acabar su

matrimonio, ya que esta decisión esta únicamente en manos del hombre. “El hombre empuñó las

riendas también en la casa y la mujer se vio degradada, convertida en la servidora, en la esclava

de la lujuria del hombre, en un simple instrumento de reproducción” (Engels, 2006, p. 64). Desde
este punto la mujer se ve instrumentalizada en función de unos objetivos muy claros que versan

en desarrollar las tareas domésticas y servir para la reproducción.

La literatura griega en los tiempos heroicos posee muchos de estos elementos, ayudando a

consolidar y apropiar el ideario patriarcal dentro de los hogares. El hombre griego puede tomar

como concubinas a sus esclavas mostrando como la única que debe mantener el principio

monógamo es la esposa; la mujer también es apartada de las discusiones públicas y solo podrían

hilar, tejer y coser. Mostrando el origen de la monogamia en Atenas Engels (2006) afirma que:

De ninguna manera fue fruto del amor sexual individual, con el que no tuvo nada que ver (…)

Fue la primera forma de familia que no se basó en condiciones naturales, sino económicas,

concretamente en el triunfo de la propiedad privada sobre la propiedad común primitiva

originada espontáneamente. (p.72).

La monogamia “entra en escena bajo la forma de la esclavización de un sexo por el otro (…)

la primera opresión de clases, con la opresión del sexo femenino por el masculino” (Engels,

2006, p.72). Esto logra enmarcar como la opresión de la mujer se va transformando en una

problemática política y social, por ende, en una problemática del lenguaje.

Monique Wittig (2006) nos dice: “Se trata de un campo político importante en el que lo que se

juega es el poder o, más bien, un entrelazamiento de poderes porque hay una multiplicidad de

lenguajes que producen constantemente un efecto en la realidad social” (p. 45). Manifestando así

la importancia que toma el lenguaje dentro de los distintos espacios de poder que son disputados

por los distintos movimientos que van en pro de la liberación femenina, ya que este se ve como

un modelador y un reflejo de la conducta humana.


La multiplicidad de discursos logran darnos un paneo del cómo se está desarrollando la

realidad social y política, sin embargo, este conglomerado de entes discursivos y simbólicos al

estar en función de ciertos cánones sociales y culturales (que están permeados por el patriarcado

y la hetero-normatividad) hacen que los oprimidos por estos pierdan la mirada en “la causa

material de su opresión y los sume a una suerte de vacío ahistórico” (Wittig, 2009, p.46).

En cuanto al simbolismo manejado por los medios de comunicación podríamos afirmar que uno de los

agentes discursivos más relevantes y que se ha encargado de reproducir concepciones irreales frente al sexo

ha sido la pornografía, quien ha logrado posicionar una serie de conductas violentas dentro de las relaciones,

despojándola de humanidad la sexualidad y dándole un enfoque mercantil, mostrando a la fémina como el

ente que debe ser consumido y enmarcándola como el ser que debe ser dominado y generando una

idealización de los cuerpos - principalmente el femenino -, marcando así un modelo de mujer que debe ser

reproducido.

A pesar de que algunos semiólogos plantean que este discurso no tiene como fin generar que el público

tome sus prácticas se hace evidente que los signos expuestos aquí tienen una vinculación innegable con la

realidad social en la que nos desarrollamos y que muchos jóvenes poseen un primer acercamiento a la

sexualidad por medio de esto; Wittig (2006) plantea que este discurso “No sólo mantiene relaciones muy

estrechas con la realidad social que es nuestra opresión (económica y política), sino que él mismo es real, ya

que es una de las manifestaciones de la opresión y ejerce un poder preciso sobre nosotras” (p. 50).

En el marco de la idealización y mercantilización de los cuerpos también vemos como se da la

problemática del llamado “lenguaje de la moda”, donde en un primer momento reproduce

estructuras hegemónicas del cómo se debe desenvolver la mujer (más cuando se mantiene el

ideal de “feminidad”), esta como debe vestir, hablar, caminar y destinando unos roles de género

específicos dentro del hogar.


Ahora bien, para centrarnos de manera directa en el uso de la lengua, podríamos iniciar

planteando que las mujeres han sido in-visibilizadas dentro de los distintos espectros de la vida

pública; si bien las distintas luchas por las modificaciones del lenguaje son recientes, desde el

siglo pasado se viene planteando la necesidad de que la mujer tenga una posición y una aparición

real dentro del lenguaje, un ejemplo de esto es que en España no fue hasta 1995 que el ministerio

de educación y ciencia reconoce la necesidad de generar las distinciones entre femenino y

masculino en las profesiones.

La discriminación en el lenguaje es evidente y se debe tener gran claridad frente al

relacionamiento que tiene este con la cultura (como anteriormente hemos explicado), Sanchis

(1999) plantea que “Tiene que ver más con una cuestión sociocultural que con una norma

lingüística (…) Al tener una tradición cultural androcéntrica, no es tanto la lengua la culpable del

sexismo, sino el lastre cultura” (p.679).

Desde esta perspectiva se puede ver que debido al devenir histórico del lenguaje partiendo de

una tradición patriarcal, hetero-normada y machista el lenguaje está cargado de sexismos que

logran invisibilizar tanto a las mujeres como a las diversidades sexuales1 dándole cabida

únicamente al hombre como figura central de la sociedad.

El lenguaje debe ser proyectado como un transformador social y modificador cultural, este es

quien puede modificar de manera real las distintas estructuras mentales, Wittig (2006) plantea

que:

1
Wittg plantea esto como un “contrato social heterosexual”, cargando de sentido que la sociedad está pensada y
se desarrolla meramente desde la visión heterosexual gestado así una serie de convenciones y reglas socialmente
aceptadas a pesar de nunca haber sido enunciadas de manera formal.
El lenguaje proyecta haces de realidad sobre el cuerpo social, lo marca y le da forma

violentamente. Por ejemplo, los cuerpos de los actores sociales son formados tanto por el

lenguaje abstracto como por el no abstracto. Hay una plasticidad de lo real hacia el lenguaje, y el

lenguaje ejerce una acción plástica sobre lo real. (p.105)

Desde esta perspectiva se deben proyectar distintas formas de modificación del lenguaje que

sean efectivas, fácilmente aceptadas por la sociedad y tengan una representación fonética; para

Sanchis el uso de los neologismos 2 pueden aportar a estas transformaciones estructurales que

permitan el ingreso de la mujer en el lenguaje y los plantea en tres momentos: androgenizar

(utilizar el masculino para ambos casos), comunizar (modificar el artículo que acompaña al

pronombre) y feminizar 3 (modificar el término que anteriormente masculino para ahora hacer

referencia a lo femenino).

2
Palabras u expresiones nuevas que reflejan unas nuevas realidades sociales.
3
Sanchis toma estas tres formas de crear neologismos desde el autor García Meseguer.
Bibliografía:

1. www.fundacionfedericoengels.net/images/PDF/engels_origen_familia_interior_alta.pdf

2. file:///C:/Users/14-AC109LA/Desktop/filosof%C3%ADa%20del%20lenguaje/monique-

wittig-el-pensamiento-heterosexual.pdf

3. http://www.tonosdigital .es/ojs/index.php/tonos/article/view/1208/736

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