Está en la página 1de 3

·UN CUE NTO DE MAN UEL ZAPA TA OLIV

ELLA

EL GAL EON SUM ERG IDO

El buzo excla maba con voz salitr osa y amar


ga:
-Aqu í en tierra , entre los homb res egoís tas,
soy miser able. Pero allá,
bajo el mar, entre los peces que guard an mi
tesoro , soy rico y poder oso.
Quien es lo escuc haban , ebrio y delira nte, solían
reír. Cada cual po-
día embo rrach arse y habla r tonte rías. Tenía
ojos de moja rra, grand es' y
sangu inole ntos. Era extra ño oírle excla mar
que solo le serví an para mi-
rar las profu ndida des subm arina s. Su cuerp
o recho ncho, abollo nado, pa-
recía una foca graso sa que un tifón ártico
hubie ra arroj ado a la playa .
Vivía entre casco s desve ncijad os de balan dros,
astill eros de chalu pa y
ostra s vacía s. Tran spira ba el mism o olor de
la bahía de Carta gena , mez-
cla de algas asole adas, sangr e de sábal o y alqui
trán envej ecido . Su cubil
era una espec ie de caram anche l const ruído
con rotos timon es de canoa s,
arbol adura s desm antel adas y pedaz os de escot
illone s calaf atead os con esto-
pa. Sin emba rgo, perm anecí a más tiemp o bajo
el mar que a pleno sol re-
mend ando velas de golet a o bajo la enram ada
de mang les y palm as de
coco. Conta ba que en puert os sureñ os, cuyos
nomb res había olvid ado o no
desea ba confe sar, fue pesca dor de espon jas y
que en el acant ilado de una
isla sin nomb re descu brió un banco de madr
épora s y perla s. Habl aba de
esas aven turas cuand o bucea ba carac oles y ostra
s en la bahía . Ni los zam-
bullid ores más exper tos conse guían acom pañar
lo en todo el traye cto de
sus inmer sione s.

-Baj o el muell e hay un mero inmen so! Me


entré en su boca creye n-
do que era un túnel .
Los isleño s lo mirab an con sus ojazo s en blanc
o.
-El otro día, entre las roca::s, encon tré una
siren a dornu aa.
B ien sabía n que gusta ba de exage racio nes, pero
cuand o los botes pes-
quero s regre saban a la playa , era el suyo
el que más carac oles traía ,
arran cados de lo más hondo del mar.
Se había enrai zado en la Playa del Arsen al
como un ostión a la qui-
lla de los barco s encal lados . Imag inárs ela sin
él era impos ible. Por eso,
tal vez, nadie sabía cómo ni cuand o apare ció
entre las jarcia s aband ona-

- 486 -

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
das. Se rumoraba que borracho, lo dejó su barco, un salitrero chileno. Ha-
bladurías! Ese barco y otros muchos llegaban constantem ente a Cartage-
na sin que él hiciera el menor intento de abordarlos. Todos, sin embargo,
atribuían su locura a la primera zambullida que hizo en la bahía para
sacudirse el marasll!o que le produjo al verse en un puerto extraño si11
pasaporte, sin equipaje y sin nombre.
Aquella tarde, midiendo el silencio como un pez, oteaba la vela dis-
tante de una chalupa. Algunos pescadores, inclinados sobre el muelle, tira-
ban sus curricanes. Se desnq.dó, dejándose apenas un trapo en la cintura.
Pecho y braz0s mostraban tatuajes de anilinas azules y rojas con dibujos de
anclas, brújulas y salvavidas. Nada de mujeres desnudas ni corazones
atravesados de puñales, propios de marineros de ocasión. Tras de persig-
narse, de un salto se hundió en las aguas. Lo último que se vió de él
fue su desgrañada cabellera como un inmenso calamar negro que le per-
siguiera.
Diez segundos, treinta, cincuenta, un minuto ...
Los pescadores contaban el ritmo de sus pulsaciones y se miraban
asombrados . ¿Se había ahogado? ¿Quién era? Allí estaban sus ropas: un
pantalón de dril azul y una franela a listas.
Allá en lo profundo se insinuaron sus brazos y piernas agitándose.
Y de nuevo emergió a la superficie con estruendoso s resoplidos. Tragó
aire, su ancho cuello se abultó como macho carey en celo y volvió a per-
derse en las profundidad es.
Al subir al muelle exclamó asombrado:
-Abajo hay un galeón sumergido!
El capitán del puerto reparó en sus ropas grasientas y le volvió la
espalda indiferente. Tuvo hambre. Aún cuando no pose ~ a una sola mo-
neda en su bolsillo, se sentía más rico que todos los armadores del mundo
juntos: era dueño de un navío. Toda su vida deseó poseer una pequeña
barca pesquera, sin que sus ahorros de marinero alcanzaran para com-
prarla. Y sorpresivam ente, al zambullirse en un día de hastío, se en-
contró un barco. Inútilmente lo repetía en todos los tonos. Nadie le creía.
Muchos habían enloquecido en el fondo del mar por la presión de las
aguas sobre los tímpanos.
Solicitó audiencia al gobernador . El portero dudó mucho antes de
anunciarlo:
-Un extraño dice tener algo muy importante que comun=carle . Yo
no sé s : está loco, señor. Le he dicho que usted no puede atenderlo porque
es un funcionario muy ocupado. Ha insistido. Por fin me contó al oído que
ha descubierto en la bahía, bajo las aguas, un barco antiguo o algo así!
-No me interrumpa para contarme idioteces!
El buzo de pantalón azul y franela a rayas, bajó las escaleras desilu-
sionado. El gobernador había sido su última esperanza. Fue entonces
cuando comenzó a hablar de los hombres egoístas y de los peces gene-
rosos. Buscó refugio allí, en la playa, cerca de su galeón sumergido. Míen-

- 487 -

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
tras remen daba redes y velas no se sabia si añora
ba las distan tes islas del
sur donde dejari a a su madre o si remem oraba sus
incurs iones en la bahía
a diez o quince braza s bajo el mar. Apret aba sus
diente s con los que cor-
taba los hilos de las atan·a yas. Mord ía y escup ía.
Su odio contra los in-
crédu los parec ía conce ntrars e all i en su afilad
a denta dura de tiburó n.
Cuand o se alejab a de la playa para recor rer las
callej uelas de la ciudad ,
result aba un ser extrav agant e. Camin aba mecié ndose
, zaran deado por olas
invisib les. Era el océan o desbo rdado , metid o en un
puerto extrañ o.
-Me creen loco. Ah, si ustede s pudie ran bajar
allá y vieran ! El
capitá n yace al lado de la bitáco ra, parec e que
·e stuvie ra dormi do. La
cubie rta está desgu arnec ida. Hay tres ancla s grand
es y dos cañon es. Un
peque ño escoti llón condu ce a las bodeg as; siemp
re que intent o bajar allí,
me falta el aire y me sumb an los oídos. Pero he
alcanz ado a ver los te-
soros de oro y esmer aldas. Si tuvier a una escaf
randa podrí a rescat arlos
y mostr arles a ustede s riquez as jamás imagi
nadas !
-Déj a de habla r de tu barco hundi do y tómat e
otro trago !

El mar, más que los años, fueron carcom iendo


su cuerp o. Igual 'QUe
los barco s al regre sar a puerto , despu és de cada
sumer gida mostr aba pe-
queña s avería s que él mismo ignora ba. Sus pulmo
nes, somet idos a fuerte s
presio nes, perdie ron elasti cidad y llenos de aire
-el aire que tanto año-
raba bajo las agua s- se ahoga ban sin poder renov
arlo. A veces tosía obs-
tinada mente y solo lograb a calma rse cuand o escup
ía espeso s coágu los de
sangr e. El silenc io de las profu ndida des le acom
pañab a perma nente mente .
Los tímpa nos rotos apena s le dejab an escuc har
sus voces interi ores que
le habla ban a gritos de su barco . Ya sus ojos, acostu
mbrad os a la oscu-
ridad subm arina, no alcanz aban a mirar el sol.
No podía remen dar ni
pegar parch es en las velas desga rrada s. Vivir
fuera del mar se hacía
cada vez más duro.

En la playa revolo teaban los chorli tos entre las


algas húme das. La
sirena de un barco que se despe día resonó tres
veces, hirien do sus oídos,
sordo s a las palab ras. Sintió calor como aquel la
tarde de su arribo . Allá
abajo , en su galeón , la marin ería izaba las velas
y sus voces pirata s lo
llama ban a bordo . Se arrojó al agua, pero su
cuerp o se hundi ó lenta-
mente . Diez años atrás lo habrí a hecho veloz, audaz
, arpón dirigi do a las
profu ndida des. Allí estaba su barco . Desce ndió
por la arbol adura mayo r
hasta la cubie rta. Las masas azules y oscur as de
las aguas había n silen-
ciado a la tripul ación . El capitá n se zaran deaba
en el puent e, envue lto
en su capa negra . En el escoti llón que condu cía
a la bodeg a encon tró el
ancla. Otras veces intent ó remov erla inútil mente
. Hizo esfuer zo para le-
vanta rla y la pesad a cru~ lo aprisi onó contra
la cubie rta. Ciento s de
pececi llos comen zaron a cruza r ante sus ojos -perl
ados, rojos, verde s-
rubíes y esmer aldas que emerg ían de las bodeg
as. Su tesoro , hasta en-
tonces sepult o en los viejos arcon es pirata s, se volcab
a hacia él. La gran
noche subm arina cerró sus párpa dos y con el
inmen so peso del océan o
sobre sus pupila s, se quedó dormi do.

- 488

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.

También podría gustarte