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Desarrollo
Partiendo del concepto de “imaginarios colectivos”, propuesto por el filósofo e
historiador polaco Bronisław Baczko, entendido como términos que convienen a la
categoría de representaciones colectivas, ideas, imágenes de la sociedad global.
Cuyas funciones son organizar y dominar el tiempo colectivo sobre el plano
simbólico. Respecto a ello, las utopías son responsables también de ejercer esa
función. Ya que conjuran el futuro al recibir y estructurar sueños, esperanzas que
conducen a una sociedad distinta. Por lo tanto Baczko afirma que, tanto memoria
colectiva como utopía, se complementan, alimentándose una de la otra. Dicho de
otra manera: la memoria de un pueblo, con el paso del tiempo, se va forjando a
través de anhelos e ideas que se reconocen como parte íntegra de un pasado(s)
generador(es) de una historia propia.
Sin embargo, surge esta pregunta ¿cómo imaginar y pensar una sociedad auto
instituida que pudiera dominarse a sí misma y que no dependiera de ninguna
fuerza exterior? Aquí entra en tensión el papel de lo utópico y el intento de
encauzarlo hacia una realidad posible o al menos, viable. Ya que, teniendo en
cuenta la explicación del pensador polaco, la utopía tiende a desplazarse hacia la
historia. Esto significa soñar con una sociedad transparente, cuyos principios se
encuentran en los múltiples detalles de la vida cotidiana de sus miembros. Pero
ninguna sociedad y/o poder es una imagen fiel de su realidad. Termina generando
representaciones y símbolos, los cuales impulsan la búsqueda hacia su
concreción. A su vez, el poder se rodea de símbolos que lo engrandecen,
protegen y le brindan legitimidad. La combinación “poder-imaginación” (social o
política) la encontramos en los discursos ideológicos y políticos. De esta forma la
imaginación irrumpe en el terreno de lo “serio” y “real”, propiedad del poder. Por lo
tanto, las ciencias humanísticas acuerdan de que la imaginación está en el poder
desde siempre, cumpliendo múltiples funciones. Producidas del imaginario en la
vida colectiva y del ejercicio del poder. Por ejemplo, Baczko recurre al terreno de
la actividad política, la cual nutrida de una multiplicidad de signos (izquierda,
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derecha, partidos políticos) y rituales (militancia, discursos), logra legitimar su
dominio dentro de la estructura social.
Continuando con esta idea, Marx establece que todo grupo social fabrica
imágenes. Las cuales contraen la tarea de exaltar su papel histórico y su posición
en la sociedad global y se define así mismo a través de representaciones. Pero, al
intervenir la imagen el proletariado, clase destinada a ser transparente con ella
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misma, interpreta esta representación como una no imagen, o una simple
confirmación de su existencia. ¿Qué significa ser una clase transparente? La clase
obrera, a diferencia de la burguesía, no siente la necesidad de “disfrazarse” para
realizar la revolución, no acude a lo imaginario o ilusorio. Percibe sus tareas tal
como están determinadas por la historia. La imagen del proletariado coincide con
la sociedad comunista futura, sin clases ni estados, marcando el fin de mitos e
ideologías.
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Otro principio que se logra aplicar, luego de los acontecimientos de octubre, será
la negativa al apoyo del gobierno surgido de la Duma. Lenin consideraba que era
un aparato títere y respondía a la defensa de los intereses de la burguesía. Por
eso insistía en que era necesario robustecer de poder a los Soviets, las reales
herramientas de transformación hacia un esquema socialista o en palabras del
propio conductor: “explicar a las masas que los Soviets de Diputados Obreros son
la única forma posible de gobierno revolucionario”. Continuaba: “se debe dejar
atrás una política parlamentaria y aspirar a una República de los Soviets Obreros,
Braceros y Campesinos en todo el país, de abajo a arriba”. También, basándose
en la experiencia de la Comuna de París (1871) pretendía suprimir la policía, el
ejército y la burocracia. Lenin un estudioso del marxismo y admirador de la
organización proletaria de París, ocurrida en los meses de la Comuna, manifiesta
que la aplicación práctica de la teoría marxista consiste en destruir los pilares
centrales que forman al Estado. Para ello, encarga a Trotski el armado de un
nuevo ejército que defienda la causa revolucionaria a nivel nacional como
internacional, bajo la prédica: “La patria socialista está en peligro”. El resultado fue
el imponente Ejército Rojo (1918), una masa profesional que contaba con cinco
millones de soldados. Si en los albores de la revolución, Lenin pedía al pueblo que
se armara para derrocar al zarismo, en menos de dos años la Rusia soviética
levantaba la futura máquina de guerra responsable de la caída del nazismo.
Dentro de las tesis, uno de los puntos del programa se destinaba a resolver el
problema de la tierra. Vale la pena refrescar la condición de atraso a nivel
productivo que sufría la nación. El mayor motor económico era el sector agrario y
en él brillaba la ausencia de cualquier tipo de innovación técnica, y ni hablar de
una reforma agraria favorable al campesinado. Por ello, dentro del programa
agrario se proponía: “Confiscación de todas las tierras de los terratenientes (o
kulaks). Nacionalización de todas las tierras del país, de las que dispondrán los
Soviets locales de diputados, braceros y campesinos”. Con esta medida, Lenin
lanzaba su promesa de transformación en el sector rural, junto a la distribución
igualitaria de la riqueza, nacionalización de la industria y el control obrero. En
palabras de E.H. Carr: “los bolcheviques […] habían adoptado para la agricultura
el programa de los socialistas revolucionarios y proclamado la socialización de la
tierra y su distribución igualitaria entre quienes la cultivaban. Lo que sucedió, de
hecho, […] campesinos tomaron y distribuyeron entre ellos las fincas de la nobleza
terrateniente”. Por otro lado, es justo aclarar, que estás políticas no fueron
suficientes para un contexto de extrema fragilidad económica de una Rusia,
saliendo de la guerra e inmersa en pleno fuego cruzado por la “reacción blanca”. O
dicho con otras palabras, el período del “Comunismo de guerra”.
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Una necesaria reflexión final
Regresando al desarrollo teórico de Baczko, el cual afirma que el marxismo como
doctrina tiene la tarea de demostrar científicamente las utopías socialistas. O dicho
de otro modo, si consideramos al marxismo la corriente científica del socialismo,
debido a que, tras su análisis, implementando el materialismo histórico 1 como
manual para comprender el movimiento de la historia. Marx asegura que su
doctrina alcanzó una etapa de madurez respecto al socialismo utópico. Claro que
no descarta la validez de los valores expresados dentro de las utopías (igualdad,
libertad, justicia social, etc.) los cuales, son “manifestaciones de profundos
sentimientos de las masas oprimidas”. Debido a que el marxismo, más allá de la
complejidad de su aparato teórico, es una guía científica y verdadera que está al
servicio de la emancipación del movimiento obrero. De esta guía se va a valer, su
más estudioso y máximo discípulo, Lenin para llevar adelante la revolución
bolchevique. La cual, tras grandes períodos de crisis, guerra, transformaciones,
convertirá a una Rusia, gobernada por un poder autocrático, en una nación que
aspira a un modelo de organización alternativo al capitalista burgués, siendo aquel
el comunista. O dicho, con mejores palabras, como las de Althusser: “Lenin tuvo
que dedicar diez años de estudio y de meditación de `El Capital´ [...] años que le
dieron al hombre esa formación teórica incomparable que produjo la prodigiosa
inteligencia política del dirigente del movimiento obrero ruso e internacional".
1
Relaciones económicas de producción e intercambio, que determinan las clases sociales.
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Bibliografía
Baczko, B., (1999). Los imaginarios sociales, memorias y esperanzas.
Buenos Aires, Argentina: Ediciones Nueva Visión SAIC.
Carr, E.H., (1991). La revolución rusa: De Lenin a Stalin, 1917-1929.
Madrid, España: Alianza Editorial, S.A. Madrid.
Uliánov, V.I., (2017). El Estado y la revolución. Buenos Aires, Argentina:
Cuadernos de octubre, Edición Centenario.