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Los revolucionarios de la

cultura
Por

 Filosofía&Co

 -

17 mayo, 2018

   

Reconstrucción de la "Sala Mae West", de Dalí, que el arquitecto Óscar


Tusquets Blanca ha hecho para la exposición "Duchamp, Magritte, Dalí:
revolucionarios del siglo XX", en el Palacio de Gaviria, en Madrid. Foto:
Jesús Varillas, cortesía de Arthemisia.

El arte reaccionó contra la violencia, la desesperanza y


la destrucción física y moral de la Primera Guerra Mundial. Un
grupo de artistas decidió que la mejor forma de combatir la locura
era a través de la locura misma. Y nació el surrealismo. La
exposición Duchamp, Magritte, Dalí. Revolucionarios del siglo
XX. Obras maestras del Museo de Israel, Jerusalén, en el Palacio
de Gaviria, de Madrid (España), nos acerca obras de estos tres y
otros artistas influyentes de este movimiento.
Por Jorge Van den Eynde, historiador del arte

“Aquí está la máquina que hace zozobrar los espíritus. Yo anuncio al


mundo este suceso de primera magnitud: acaba de nacer un nuevo
vicio. Al hombre le ha sido dado un vértigo más: el surrealismo, hijo de
la sombre y el frenesí. ¡Pasad, pasad! Aquí empiezan los reinos de lo
instantáneo…”. Louis Aragon, Le Paysan de Paris.

La Gran Guerra, contienda bélica sin precedentes para la


civilización occidental, generó un aura de desesperanza y
tragedia en la sociedad. Jamás habían muerto tantas personas en tan
poco tiempo, ni se habían destruido ese número de hogares y ciudades.
La ciencia y tecnología puestas al servicio de la muerte habían aniquilado
soldados, pero también penetraron en lo más profundo de la mente
humana, incapaz de continuar su vida después de la guerra. El escritor
francés Maurice Nadeau niega que cualquier tipo de poesía desarrollada
anteriormente pudiese ser legítima a esos tiempos, a la situación
emocional que vivía la población.

Destrozar el arte a través de la confianza puesta en él 

Joseph Cornell. “The Sixth Dawn” (1964).


“Collage” de papel sobre masonita.

El arte, lejos de amedrentarse, quiso reaccionar contra la


violencia de la Gran Guerra. Un espíritu rabioso y combativo surgió en
muchas ciudades europeas, que quisieron denunciar el estado
desesperado que vivían, al tiempo que proponían alternativas al
pesimismo reinante por aquel entonces. Una serie de grupos surgieron
para replantearse cuál era el papel del arte en esta masacre mental; en
definitiva: querían revolucionar la cultura. La última muestra realizada
en el Palacio Gaviria de Madrid centra su discurso sobre este deseo de
cambiar las convenciones artísticas que hasta entonces dominaron la
cultura. Duchamp, Magritte, Dalí. Revolucionarios del siglo XX es el título
de la exposición que, muestra obras de los tres artistas citados y nos
enseña también a otros artistas influyentes en este cambio de
paradigma de las artes.

Un espíritu combativo surgió en muchas ciudades europeas


proponiendo alternativas al pesimismo reinante. Aparecieron grupos
que se replanteaban cuál era el papel del arte en esta masacre mental

Ante la locura que sometió al continente durante la guerra, un


grupo de artistas y literatos refugiados en Zúrich (Suiza) dio con
el antídoto a tamaña destrucción física y moral. El grupo que cada
día se reunía en el Cabaret Voltaire, formado, entre otros, por Tristan
Tzara, Hans Arp, Hugo Ball o Richard Huelsenbeck, decidió que la mejor
forma de combatir la locura era a través de la locura misma. Debían
destruir las nociones sociales y morales del mundo occidental, las cuales
habían llevado a la humanidad al grado más ínfimo de crueldad y pesar.
Este grupo de intelectuales se autodenominaron Dada, palabra sin
significado lógico, que serviría para desafiar las convenciones europeas
de lenguaje y cultura. Realizaban conciertos y recitales donde ruidos y
palabras inconexas salían de sus bocas, creaban collages realizados a
partir de la yuxtaposición de imágenes de la cultura popular con otras
provenientes de la academia, desafiaban la creación artística dotando de
un sentido conceptual a objetos encontrados en la calle. Tzara afirmó
que Dada era el caballo de Troya, que accedía a la fortaleza del
conocimiento occidental, para, a través de la confianza puesta en el arte,
intentar destrozarlo.
Nuevas bases sobre las que crear y construir

Man Ray. “Observatory Time-The


Lovers” (1932–34). Fotografía coloreada, pieza única.

París se convirtió en la posguerra en el centro de las


negociaciones de paz, los tratados que debían asegurar la
estabilidad política en Europa. Un clima de cordialidad que chocaba
con la devastación que la gente cargaba consigo. El gran exponente
de  Dada en el país galo había sido Marcel Duchamp, cuyos ready-
mades habían puesto en entredicho las nociones del arte burgués,
creaban nuevas bases sobre las que crear, considerando que cualquier
objeto podía ser arte, desde el aire de París hasta un urinario. Las
enseñanzas del artista francés, y especialmente los textos dadaístas que
llegaban de Zúrich, marcaron a jóvenes escritores como André Breton,
Louis Aragon o Paul Élouard. Ellos también querían atacar los cimientos
de la sociedad para construir unos nuevos y más convenientes. Para
ello, centraron sus estudios en la razón, y la manera en que esta había
dirigido las actividades humanas desde la Ilustración.

La imaginación para demoler la razón

En 1924, Breton publicó el primer manifiesto surrealista, obra


programática del surrealismo. Afirmaba que la humanidad aún vivía
bajo el “imperio de la lógica”, que dominaba los procesos cognitivos,
pero también el arte. El realismo, tanto literario como plástico, basaba
su estética en estructuras previsibles y aburridas, realidades insulsas
donde el análisis dominaba sobre los sentimientos. La imaginación era el
arma con la cual pretendía demoler la razón. Los textos que Freud había
publicado durante las primeras décadas del siglo generaron en los
jóvenes surrealistas la necesidad de volcar sus intereses en los sueños y
el mundo inconsciente del ser humano, aquel conjunto de sensaciones y
estímulos que habitan bajo nuestra realidad cotidiana, y afloran en
determinados momentos para marcar la actividad social del individuo. El
psicoanálisis, por ende, se convirtió en la piedra angular del
pensamiento y poesía de Breton, en cuyo primer manifiesto declara su
predilección por el automatismo y la espontaneidad intelectual.

“Automatismo psíquico puro por cuyo medio se intenta expresar,


verbalmente, por escrito o de cualquier otro modo, el funcionamiento
real del pensamiento. Es un dictado del pensamiento, sin la intervención
reguladora de la razón”. André Breton, Manifiesto del surrealismo.

Los textos que Freud había publicado a principios del siglo XX


generaron en los jóvenes surrealistas la necesidad de volcar sus
intereses en los sueños y el mundo inconsciente del ser humano

Man Ray. “Retrato imaginario de Sade”


(1941). Litografía a color.

Breton consideraba que la mejor forma de liberarse de los


grilletes de la lógica era acudiendo a lo más profundo e indómito
de la mente humana, el ello freudiano, para liberar el pensamiento,
dejarlo libre y fluido, que no esté constreñido por el tejido de la razón. El
automatismo es la herramienta que usan los escritores y pintores
surrealistas para liberar sus pensamientos. A partir de la asociación de
ideas, del pensamiento automático y de nuevas técnicas como el
cadáver exquisito, esta generación de creadores consiguió representar
aquello que sus seres escondían bajo todo el armazón racional. El mismo
Breton escribió junto a su amigo Phillippe Soupault el Pez soluble, texto
creado a partir del automatismo psíquico; esto es, ambos autores
escribían todo lo que su mente proyectaba, y el azar se encargaba de
componer una suerte de representación del subconsciente de los poetas.

Imágenes sacadas del mundo de los sueños

Esta representación de las inquietudes y sensaciones que Breton


y Soupault experimentaban cuando realizaban el escrito tiene un
carácter sumamente realista. En su afán por negar la razón y su
proyección artística, el realismo, los surrealistas consiguieron mostrar al
mundo otras realidades y experiencias ocultas, que para ellos exponían
mejor su personalidad, y, por tanto, sus realidades. Durante el periodo
de las vanguardias, como afirma Rosalind Krauss, nace el llamado
inconsciente óptico, que es un proceso de reestructuración de la
naturaleza de la obra de arte. Los artistas que dinamizaron el comienzo
de siglo, entre los cuales destacan Picasso, Braque o Kandinsky, tenían
un deseo de superar la esencia clásica del arte, es decir, la
representación mimética de la naturaleza. Para ello, algunos de los
movimientos desarrollados por aquel entonces comenzaron a interesarse
por representar aquello que era oculto, que nuestros ojos no pudieran
ver. El surrealismo es una de las corrientes artísticas que más apuesta
por la ruptura del canon clásico, y propone la representación directa del
subconsciente. No obstante, ciertos autores fueron un paso más allá,
afirmando una mayor veracidad en lo que ellos hacían que en los
bodegones naturalistas del siglo XVII. Es una nueva forma de
comprender el realismo, que supera cualquier precedente y avanza
ciertos procesos del arte después de la Segunda Guerra Mundial.

Los surrealistas consiguieron mostrar al mundo otras realidades y


experiencias ocultas
Joseph Cornell. “Sin título”
(1962). “Collage” de papel sobre masonita.

Algunas manifestaciones de la pintura surrealista contienen


rasgos altamente fotorrealistas, lo cual podemos ver en los lienzos
de Dalí, Tanguy o Dorothea Tanning. Una de las formas que tenían los
pintores de liberar el subconsciente era realizando obras tan realistas
que resultasen inquietantes, que desafiasen la comodidad del espectador
para adentrarle en su propio subconsciente. Era un realismo que
mezclaba muchas representaciones oníricas y fantasiosas, que parecían
sacadas del mundo de los sueños. Otros artistas preferían emplear
métodos automáticos, técnicas como el grattage, frottage o la
decalcomanía, que confiaban en el azar para que este rematase los
puntos más importantes de la composición. Max Ernst u Óscar
Domínguez creaban sus universos surrealistas a partir de estas técnicas,
dando estas un aspecto improvisado e irracional a sus pinturas y
grabados. Alberto Giacometti, Hans Bellmer o Joseph Cornell trabajaban
con escultura y objetos encontrados, a los que dotaban de nuevas
perspectivas estéticas al establecer el dominio del subconsciente sobre
ellos.

Todas estas prácticas artísticas comparten el mismo interés por


representar nuevos sujetos, realidades ocultas al ojo humano que
además resultan más esclarecedoras para conocer el comportamiento de
este. El surrealismo plantea en este sentido una nueva relación entre el
artista y su obra, que desde ahora son un reflejo el uno del otro. Una
conexión tan marcada que, a partir de sus creaciones, podemos conocer
mejor al autor que si consultamos su biografía. Se trata de una relación
arte-creador nueva. Décadas más tarde, a la lumbre del súperdesarrollo
capitalista y la aparición de una sociedad de consumo, se generan
cambios en las artes que promulgan una nueva concepción del objeto
artístico. John Cage, en su pieza musical sin sonido (4’33’’), experimenta
con nuevos modelos de realismo, creando una pieza que capta en su
totalidad todas las sensaciones materiales acontecidas durante la
grabación de la obra. Jasper Johns reestablece nuevas objetividades
políticas en la bandera de los Estados Unidos, al tiempo que captura en
su brocha elementos de la cotidianeidad. Son artistas cuyas prácticas se
realizan en sintonía con sus entornos, considerándolos desde
perspectivas sociales, políticas o filosóficas.

Una de las formas que tenían los pintores de liberar el subconsciente


era realizando obras tan realistas que resultasen inquietantes, que
desafiasen la comodidad del espectador para adentrarle en su propio
subconsciente

René Magritte. “The Castle of the Pyrenees”


(1959). Óleo sobre lienzo.

La deuda que los artistas del arte-vida tienen con Dada es


innegable. En muchos de ellos, los ready-mades duchampianos
generaron una influencia capital, marcada sobre todo en el uso de
objetos cotidianos. No obstante, en las obras de creadores surrealistas
también se aprecian rasgos que tienden a una unión entre las personas
que las realizan y el objeto en cuestión. Es una conexión bastante más
individualista y ajena a realidades externas al poeta. Breton y Soupault
expusieron sus pensamientos al máximo exponente cuando
escribieron Pez soluble. René Magritte, pese a tratarse de un artista que
utilizó en menor medida el automatismo psíquico, también reflejaba sus
más ocultas inquietudes. Como todo artista de las vanguardias artísticas,
Magritte mira el mundo con la intención de desenterrar aquello
escondido bajo la percepción humana. En El castillo de los Pirineos, obra
con la que cierra la exposición del Palacio de Gaviria, el artista establece
elementos contradictorios y opuestos, como el mar y una roca gigante,
para abrir una brecha en su subconsciente y liberar deseos reprimidos y
preocupaciones vitales, así como provocar en el espectador una
sensación onírica que lleve a su mente al mismo lugar cognitivo en el
que el artista se sitúa.

Los surrealistas querían terminar con el mandato de la razón, y


para ello crearon una poética capaz de reinventar el mismo
concepto de realismo, adalid de la lógica en las artes. Liberaron sus
mentes de la estructura canónica y las prepararon para volcar todo su
contenido sin filtros de ningún tipo; consiguieron crear sin barreras y
exponer sus realidades al completo. Este grupo de artistas fue capaz de
desentrañar los más oscuros secretos de sus mentes y exponerlos, con
la intención de promover este tipo de prácticas, y, a través de ello,
amedrentar el dominio de la razón en la cultura occidental.

Exposición  Duchamp, Magritte, Dalí: revolucionarios del siglo XX.


Obras maestras del Museo de Israel, Jerusalén.  Palacio de Gaviria.
C/ Arenal 9. Madrid (España). Hasta el 15 de julio de 2018.

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