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do. Lo que buscaba entonces era cuestio- pectiva «cínica» de la historia, que muchas
nar aquellas aproximaciones tradicionales figuras públicas estarían sinceramente ape-
a la historia del pensamiento político que gadas a los ideales que afirman profesar. Sin
veían la misma como una especie de diálo- embargo, para Skinner, esta respuesta re-
go transhistórico ordenado en torno a pre- sulta precaria, puesto que compromete a sus
guntas perennes, como la búsqueda del ideal autores a defender una postura sumamente
eterno del buen gobierno, que congregaría problemática de sostener. Frente a ella, el
y alinearía en un mismo horizonte a autores argumento namierista termina apareciendo
correspondientes a periodos muy diversos como un simple llamado a la realidad. Es-
y formas de pensamiento, en realidad, he- taba claro, en fin, para él, que recobrar un
terogéneas entre sí. Para éstas, de Platón a sentido y un objeto para la historia intelec-
Lenin las desavenencias ciertamente serán tual demandaba un replanteamiento funda-
muchas, pero los distintos autores podrían mental de la cuestión.
perfectamente debatir sus puntos de vista El segundo de los objetivos, ligado al
respectivos sin problemas, como si cuando anterior, es de índole estrictamente prácti-
refirieran a términos como estado, libertad, ca. Según afirma en la introducción de la
democracia, etc., todos hablaran de lo mis- obra que se reseña, todo su argumento cabe
mo. El objetivo primitivo de Skinner será, entenderlo, en última instancia, como un
pues, desarrollar una metodología de análi- alegato político en defensa de la posibili-
sis fundado en una teoría lingüística que dad de utilizar los recursos del lenguaje para
permita diferenciar los conceptos en cada apuntalar o socavar las prácticas políticas
caso en uso y así controlar y evitar el tipo («la pluma es una espada poderosa», afir-
de anacronismos que, según muestra, si- ma); esto es, del margen de libertad de que
guiendo los enfoques hasta entonces vigen- disponemos en tanto que sujetos de la his-
tes resultaban inevitables. toria. Para Skinner, el rechazo por parte de
Sobre esta base esperaba rescatar a la sus pares británicos de la historia intelec-
historia intelectual del descrédito en que se tual, y de todo aquello que huela a relativis-
encontraba sumida. Según señalara el his- mo, esconde, en su fondo, un impulso con-
toriador británico, sumamente influyente en servador. Tras su afán de aferrarse a los cá-
esos años, Lewis Namier, aquélla no apor- nones tradicionales de una historia política
taría ningún principio explicativo válido al centrada en las acciones de los gobernantes
accionar político (sospecha que el auge del y gobernados que ignora la dimensión con-
marxismo y la historia social vendrían a re- ceptual involucrada en ellas (alegando para
forzar). Desde esta perspectiva, tomar los ello un tipo de objetivismo que se ha vuelto
dichos de los sujetos para interpretar el sen- ya insostenible teóricamente), Skinner des-
tido de sus acciones resultaba, en el mejor cubre la lucha desesperada por preservar
de los casos, ingenuo (si aceptáramos los algunas de las viejas certidumbres que
que los políticos afirman, dice, pensaría- acompañaron la época dorada del imperia-
mos que son todos probos y desinteresados lismo británico, el temor, en fin, ante la fa-
patriotas). Para Namier, las ideas no son, cultad propia de la escritura histórica de
en realidad, más que racionalizaciones ex mediar críticamente nuestras creencias pre-
post facto que esconden, más que revelan, sentes revelando su fondo de contingencia.
las verdaderas motivaciones de los agen- Según señala Skinner en una entrevista
tes. Autores como Herbert Butterfield in- reciente realizada por Javier Fernández Se-
tentaron despejar este argumento afirman- bastián, y publicada en Contributions, con
do, frente a lo que consideraban una pers- los años, este segundo objetivo de índole
práctico-política terminará desplazando del llevará a fustigar al autor dado por su fracaso
centro de su atención aquel otro primitivo en comprender el mismo. El ejemplo aquí
de naturaleza teórico-metodológica.2 Sin estándar que Skinner utiliza es el de T.D.
embargo, como agudamente destaca en esa Weldon. En States and Morals, Weldon dis-
entrevista Fernández Sebastián, y Skinner tingue dos concepciones básicas del Estado,
admite, este impulso normativo generaría la mecanicista y la organicista, sólo para ter-
inevitables tensiones dentro de su proyecto minar comprobando que tales concepciones
historiográfico,3 puesto que conduce inevi- no se corresponden plenamente a las ideas de
tablemente a la trasposición y proyección ninguno de los autores que estudia, lo que lo
(indebidas, como él denuncia) sobre el pa- lleva a denunciarlos por las «contradicciones»
sado de debates y problemáticas presentes. en que incurrieron. Weldon concluye lamen-
Lenguaje, política e historia nos ilustra, en tando que, tras dos mil años de pensamiento,
fin, el tipo de dilemas que su afán por con- la reflexión sobre el tópico se encuentre en
ciliar ambos objetivos contrapuestos le ter- semejante estado de confusión, sin sospechar
minaría generando. siquiera que la confusión pueda atribuirse a
su propio enfoque, el cual resulta simplemen-
La revolución teórica skinneriana te inapropiado al objeto en cuestión.
En suma, la mitología de las doctrinas lle-
La preocupación original de Skinner que vará a desencajar los textos por una doble
daría lugar a su replanteamiento teórico era vía. Por un lado, pulverizará los mismos en
combatir lo que denomina un conjunto de una serie de motivos inconexos para buscar
«mitologías» enraizadas en la disciplina, sien- luego en ellos las anticipaciones de nuestras
do las más importante de ellas (de la cual, propias categorías presentes (lo que Skinner
aparentemente, derivarían todas las demás) llama «mitología de la prolepsis»), y, por otro
la que denomina «mitología de las doctri- lado, construirá a partir de ellos modelos
nas». Su forma característica (Skinner ofre- coherentes de pensamiento (los «tipos idea-
ce distintas versiones de ella) consiste en to- les») según criterios establecidos a priori (lo
mar frases aisladas de la obra de un autor y que denomina «mitología de la coherencia»),
construir con ellas un modelo coherente de sólo para terminar descubriendo que, como
pensamiento, el cual constituiría el núcleo era previsible, no se adecuan nunca comple-
doctrinal del autor dado. Como lo ilustra el tamente al objeto que sirviera como punto
caso de Lovejoy, esta operación conduce a, de partida para tales construcciones, lo que
o se funda en, un fenómeno de reificación de llevará a cuestionar a sus autores su fracaso
las ideas o formas de pensamiento, las cua- en comprender acabadamente el modelo
les devienen el sentido inmanente de la his- dado (es decir, por no haber dicho lo que el
toria, aun cuando los actores fracasen en ha- historiador dictaminó arbitrariamente que
llarlo. Convertidas en suertes de entidades debieron haber dicho).
cuya evolución cabría rastrear, obras y auto- Llegado a este punto, a fin de darle un
res se verán así reducidos a mero lugar de sustento teórico a su insatisfacción respec-
realización de las doctrinas (como la de la to de los enfoques propios de la tradición
división de poderes, del Estado moderno, de historia de «ideas», Skinner apela a las
etc.). Aquéllos cobrarán interés histórico sólo teorías lingüísticas desarrolladas bajo el in-
en la medida en que contribuyan a la plas- flujo del último Wittgenstein (cuya influen-
mación de estas doctrinas. cia en la Universidad de Cambridge, en los
Inversamente, la constatación de algún años que Skinner era estudiante, era abru-
apartamiento respecto del modelo presupuesto madora). Éstas le permiten introducir la
consideración de una nueva dimensión de cual el plano de las ideas es sólo el más su-
lenguaje, ignorada por las aproximaciones perficial de ellos.
clásicas centradas exclusivamente en los En definitiva, frente a la tradición que sitúa
contenidos referenciales de los discursos: a las «ideas» como el objeto privilegiado de
la instancia pragmática. De lo que se trata, la historia intelectual, Skinner buscará reco-
para él, es de comprender los textos no sólo brar la noción de «texto», y, al mismo tiempo,
como meros vehículos para la transmisión redefinir la misma ya no como un mero con-
de ideas, sino como actos de habla. Es de- junto de enunciados sino como un evento de
cir, un texto no consistiría simplemente en discurso; singular y único, por definición.
un conjunto de enunciados, sino que supo- Desde esta perspectiva, hablar del «pensa-
ne la realización de una acción. miento de un autor» no tendría sentido. Éste
Más que desarrollar una teoría, Skinner no sería más que una construcción hecha a
se propone llamar la atención sobre esta partir de retazos tomados de obras compues-
dimensión inherente a todo texto, y sin con- tas en momentos distintos y respondiendo a
sideración de la cual su comprensión resul- circunstancias normalmente muy diversas. La
ta inevitablemente deficiente, dando lugar misma disposición temática propia de los es-
a toda clase de «mitologías». En última ins- tudios sobre historia del pensamiento político
tancia, todo texto, afirma, es una respuesta (del estilo de «Locke y el constitucionalismo
ante una demanda específica. Siguiendo a moderno», etc.) tiene ya implícita una meto-
Collingwood, lo que buscaría la nueva his- dología ahistórica de análisis. Al diluir los tex-
toria intelectual es, justamente, reconstruir tos como tales, reduciéndolos a meros colga-
esa «lógica de la pregunta y la respuesta» jos de citas inconexos, la historia de ideas con-
de la que surge una obra, el contexto de duce, por un lado, a ver contradicciones
debate particular de la que emerge y frente inexistentes en la medida en que no permite
al cual su escritura representaría una forma ver cuáles eran las problemáticas específicas
de posicionamiento (Skinner suele definir y circunstancias particulares a las que even-
los textos como arguments, en el doble sen- tualmente respondían las afirmaciones encon-
tido de la palabra en inglés, esto es, como tradas de un autor, y, por otro lado, a preten-
argumento y como disputa). Para ello no der disolver éstas mediante el procedimiento
basta con comprender qué dice un autor en sencillo de relegar arbitrariamente aquellos
un texto, sino qué estaba haciendo al decir postulados que no coinciden con el modelo
lo que dijo. Ahora bien, en esta perspecti- presupuesto a meras inconsistencias de cir-
va, si la acción discursiva no se confunde cunstancia que no harían a su núcleo doctrinal.
con el contenido del discurso dado, no es Privilegiar uno u otro procedimiento (desta-
tampoco algo independiente de él, como cando las coherencias o bien las contradic-
ocurre, por ejemplo, en los enfoques de so- ciones) depende exclusivamente de las sim-
ciología de la cultura. El objeto de la nueva patías del historiador con el autor en cuestión.
historia intelectual no es una práctica indi- En todo caso, ambos carecen de todo rigor
ferente a sus productos. Ella busca enten- histórico; y esto es necesariamente así puesto
der qué estaba haciendo un autor al decir lo que los dos se fundan en la previa destrucción
que dijo (decir una cosa u otra significa tam- de su mismo objeto (el texto).
bién realizar acciones muy distintas), más Esta primera reformulación teórica tiene
precisamente, qué estaba haciendo en lo que implícita una segunda, aún más crucial, la
dijo. De este modo, Skinner abre el hori- cual el propio Skinner no alcanzaría, sin
zonte a un universo de realidad simbólica embargo, a desplegar en todas sus conse-
mucho más complejo y estratificado, del cuencias metodológicas (algo que, como
luego veremos, resulta sintomático de al- o política que no sea ya, al mismo tiempo,
gunos problemas en su teoría que no alcan- historia intelectual, y viceversa.
zaría a resolver). La recuperación de la no- Encontramos aquí la redefinición crucial
ción de «texto» conlleva, como contrapar- que marca el tránsito de la historia de
tida, una revalorización de su término «ideas» a la llamada «nueva historia inte-
anexo: el de «contexto». De hecho, la teo- lectual». La transformación que la conside-
ría skinneriana ha sido definida como un ración de la dimensión simbólica como un
«contextualismo discursivo», esto es, la exi- factor material, constitutivo de los proce-
gencia de situar los textos en el contexto sos históricos trajo aparejada, es hoy algo
lingüístico particular del que emergen. Sin ampliamente aceptado entre los historiado-
embargo, así interpretada, toda ella se re- res de las especialidades más diversas. Sin
solvería en una variante de historicismo ra- embargo, se ha advertido menos cómo, in-
dical (a lo que el apelativo de «discursivo» versamente, eso ha afectado a la propia his-
daría sólo un tinte más sofisticado sin mo- toria intelectual.
dificar el fondo de la cuestión), perdiéndo- La interpretación de los textos presupon-
se de vista el núcleo de su propuesta. En dría una referencia al contexto de su emer-
todo caso, así interpretada, no representa- gencia, pero el punto es que este contexto
ría ningún aporte novedoso. no sería ya algo externo a los textos mis-
Más que situar los textos en su contexto, mos. Y sólo la inmanencia del contexto al
de lo que se trata para Skinner, es de des- texto vuelve a la historia intelectual una
montar la oposición tradicional, intrínseca empresa propiamente hermenéutica. Por el
a la historia de «ideas», entre ambos tér- contrario, como señala Skinner, reducir
minos («acaso valga la pena comprender el contexto a un mero escenario para el des-
—dice— que el resultado de emplear este pliegue de las ideas inevitablemente lo en-
enfoque sea el de desafiar cualquier distin- cierra en un círculo hermenéutico («antes
ción categórica entre textos y contextos») de que podamos identificar el contexto que
(p. 207). Esta distinción se fundaría en una nos ayude a revelar el significado de una
concepción lingüística pobre, que ignora la determinada obra —dice— debemos ya po-
materialidad de todo uso público del len- seer una interpretación del mismo que nos
guaje. Así abstrae arbitrariamente ambos permita detectar qué contexto debería ser
términos; presupone, por un lado, la exis- investigado como ayuda a su interpreta-
tencia de prácticas históricas crudamente ción»).4 Para tomar un ejemplo, si bien es
empíricas, independientes de los marcos cierto que no puede entenderse una obra
conceptuales dentro de los cuales éstas se como el Facundo de Sarmiento sin situarlo
despliegan, y, por otro, de un mundo de en el marco de la afirmación del poder ro-
ideas autónomamente generadas y que sólo sista, esto, sin embargo, no nos dice toda-
subsecuentemente vendrían a encarnarse en vía demasiado respecto de que significó tal
realidades concretas. Desde el momento en hecho para Sarmiento. Ello sólo puede com-
que los textos son entendidos como accio- prenderse a partir de la propia lectura de
nes, como hechos, tal oposición se derrum- Facundo. En definitiva, en la medida en que
ba. No existiría ningún «contexto» que no un texto inviste significativamente la reali-
se encuentre ya atravesado por la dimen- dad, «construye» su propio contexto, pro-
sión simbólica, ni tampoco discursos situa- veyendo así las pautas para su propia inter-
dos fuera de las redes materiales en cuyo pretación.
interior los mismos se producen y circulan Por otro lado, al formar parte del mismo,
socialmente; en fin, ninguna historia social en tanto acto de habla, el texto lo constru-
ción. Skinner distingue, por un lado, los jetivos teóricos que él se traza. La pregunta
efectos producidos (retomado la termino- que surge aquí es por qué Skinner se aferra
logía de Austin, los efectos perlocutivos) de de manera tan obstinada a la idea de la cen-
los que el autor se propuso lograr (la acción tralidad de la intencionalidad autoral en la
ilocutiva). La comprensión del diseño y sig- definición de las acciones lingüísticas.
nificado de un texto depende de qué quiso La respuesta a esta pregunta nos lleva más
hacer el autor el escribirlo, más allá de que allá del plano estrictamente teórico. En este
lo haya logrado o no. Y, por otro lado, dife- punto aparecen las tensiones que genera el
rencia entre la fuerza ilocutiva y la acción impulso normativo que imprime a sus in-
ilocutiva. La primera, la fuerza ilocutiva de vestigaciones históricas y que constituye el
un texto, remite a una dimensión inherente segundo de los objetivos que define en el
al propio lenguaje y conlleva siempre un prólogo del libro (recuperar la agencialidad
elemento involuntario, independiente de la del sujeto como premisa para pensar la li-
voluntad de su agente: éste pudo no sólo bertad de que disponemos en la historia).
lograr cosas distintas a las que buscó sino De hecho, nada impedía a Skinner; por el
también hacer cosas distintas a las que cre- contrario, hubiera sido mucho más fácil,
yó estar haciendo. Los segundos, los actos para él, perseguir el primero de ellos (de-
ilocutivos, en cambio, como todos los ac- tectar y controlar los anacronismos) incor-
tos, para Skinner, se identifican con la in- porando al análisis de los textos aquellos
tencionalidad del agente, qué es lo que éste otros aspectos inherentes a la dimensión
quiso hacer al decir lo que dijo; no existi- pragmática de los lenguajes que aquí opta
rían, propiamente hablando, actos ilocuti- por dejar de lado (o, al menos, subordinar a
vos involuntarios (decir acto y decir inten- uno de ellos, esto es, la dimensión ilocuti-
cional es decir dos veces la misma cosa va). En última instancia, por debajo de esta
para Skinner, no se puede comprender uno obstinación subyace una cierta idea del cam-
sin otro). bio histórico-conceptual que Skinner se re-
Sin embargo, la serie de precisiones que siste a resignar, puesto que de tal renuncia
se ve obligado a introducir terminan com- imagina que derivarían consecuencias po-
plicando su propuesta teórica sin alcanzar líticas decididamente condenables. Lo cierto
aún a responder los problemas que la mis- es que no le sería posible para Skinner com-
ma plantearía. Está claro que, si de lo que patibilizar ambos objetivos, conciliar las
se trata es de reconstruir cómo cambia el motivaciones teóricas y extrateóricas que
vocabulario político de una época (y no li- ordenan su obra, sin producir inevitables
mitarse a desmontar la estructura de una tensiones.
obra particular), no basta con capturar el
designio del autor al escribir un texto. Como Entre la historia y la política
distintos autores han señalado, para com-
prender la historia intelectual como un diá- De acuerdo con lo visto hasta aquí, Skinner
logo colectivo es necesario analizar igual- realiza un doble movimiento. Por un lado,
mente tanto lo que llama la intencionalidad contra la tradición filosófica, diluye la idea
no voluntaria (la fuerza ilocutiva) conteni- del autor (ya no podría hablarse del pensa-
da en un texto como el tipo de repercusio- miento de un autor, como si se tratara éste
nes efectivas que éste tuvo (los efectos per- de una esencia fija que recorre y articula de
locutivos). Su enfoque exclusivo en la in- manera coherente todos los escritos que lle-
tencionalidad subjetiva parece, a primera van su firma: según muestra, la figura del
vista, arbitrario, a la luz de los propios ob- autor no es más que una construcción his-
como estratos yuxtapuestos y sólo contin- trasladaría, según piensa, a otra esfera dis-
gentemente relacionados entre sí.8 tinta que la del lenguaje, que es donde la
Más grave aún en el contexto de la teoría historia intelectual encuentra sus determi-
skinnerana es el hecho de que la «historia so- nantes últimas, sus raíces, y también sus lí-
cial», así entendida, es decir, como un ám- mites. Para la historia intelectual los modos
bito de realidad crudamente empírico, ex- de conciencia de los «innovadores de ideo-
traño a la dimensión simbólica, se introdu- logía» le viene dada, se encuentra ya pre-
cirá aquí no sólo en el punto de la llegada constituida; ésta no tiene nada que decirnos
de la historia intelectual (cómo se difunden al respecto.
socialmente los cambios semánticos produ- En efecto, dentro del modelo contextua-
cidos por los agentes) sino en su punto de lista de Skinner, no hay forma de pensar el
partida (cómo se generan estos cambios), contexto discursivo del cambio, expresión
constituyendo su misma premisa. En efec- que, para él, representaría una contradic-
to, en el momento de explicar cómo se ges- ción en los términos. El contexto es siempre
tan las trasformaciones de orden lingüísti- aquello contra el cual se enfrenta el accio-
co, Skinner vuelve a una cruda «teoría del nar de los autores. En última instancia, si
reflejo» (como indica el ejemplo de los pu- bien el lenguaje es un producto histórico,
ritanos: «nuevas formas de comportamien- contingente, la historia intelectual carecería,
to social se reflejarán, generalmente, en el para Skinner, al igual que para la tradición
desarrollo de léxicos correspondientes se- de historia de «ideas», de una temporalidad
gún los cuales el comportamiento será, en- inherente; el cambio, la historicidad es algo
tonces, descrito y evaluado») (p. 302). En- que le viene a ella desde afuera. Su enfoque
contramos aquí la deriva última de su foco centrado en la intencionalidad de los agen-
exclusivo en la intencionalidad de los agen- tes se terminará resolviendo así en una pers-
tes. Skinner no niega que el lenguaje es un pectiva whig de la historia político-intelec-
elemento constitutivo de la historia, y no tual. El cambio conceptual será el resultado
meramente subsidario, pero le asigna, sin de la acción de una serie de «grandes hom-
embargo, un papel limitado. Según señala, bres» que, como los «filósofos poetas» de
el contexto lingüístico, el conjunto de con- que habla Richard Rorty (las simpatías de
venciones establecidas, es lo que fija los lí- Skinner por este autor no son accidentales),
mites de las conductas aceptables (confi- logran elevarse por encima de los constre-
riendo a las ideas su función como factores ñimientos que le impone su época e imagi-
históricos, y no como meras racionalización nar, y eventualmente difundir en la socie-
ex post facto). Es en este sentido, decíamos, dad por medio de técnicas retóricas nuevos
que el contexto lingüístico es, para él, «con- sentidos para los términos existentes. De este
servador», por definición. Sólo los «auto- modo, sin embargo, Skinner simplemente
res», en la medida en que cuestionan los elude la problemática histórica fundamen-
vocabularios establecidos (puesto que, de tal a la que una historia de los lenguajes po-
lo contrario, no cabría considerarlos como líticos nos enfrenta: la paradoja de cómo
tales, sino como meros «reproductores de nuevas categorías, surgidas necesariamente
contextos»), son los agentes del cambio. de recomposiciones efectuadas en el inte-
Pero esto no explica aún cómo se constitu- rior de los vocabularios preexistentes, pue-
yen estos mismos autores como tales, cómo den, sin embargo, resultar incompatibles con
surgen modos de conciencia social que no ellos. Los «autores» se erigen así en suertes
responden a las pautas fijadas por las cate- de puntos arquimédicos que llevan a disol-
gorías en cada caso disponibles. Esto nos ver esa paradoja sin por ello resolverla.
las racionalizaciones ex post facto de las con- cipios proclamados y las conductas efecti-
ductas, las cuales tendrían, por lo tanto, su vas, destructiva de la historia de ideas, no
origen en otro ámbito de realidad histórica. mermaría en absoluto la importancia del es-
Existe, sin embargo, otra respuesta im- tudio de los fenómenos y procesos intelec-
plícita en la teoría de Skinner, pero que su tuales. No es ya allí, en el plano de los prin-
perspectiva whig del cambio conceptual y cipios o ideas, donde radica el objeto de la
la vocación normativa que impregna su vi- historia intelectual, sino en otro plano más
sión histórica le impiden articular claramen- fundamental («noético») de realidad simbó-
te, y que supone la reformulación radical lica. En fin, la relevancia o no del estudio
del dilema planteado por Namier (el cual, de la historia intelectual no quedaría ya su-
en efecto, conducía a la disciplina a un ca- peditada a una premisa de naturaleza antro-
llejón sin salida). Ésta pasa por trasladar la pológica, como es la supuesta necesidad de
cuestión del plano de las racionalizaciones los sujetos de racionalizar sus acciones, las
a posteriori (los principios que los autores cuales son siempre subsiguientes a las mis-
profesan o dicen profesar) al de las condi- mas (en lenguaje psicoanalítico se las de-
ciones de inteligibilidad de los fenómenos nomina «elaboraciones secundarias»), no
(cómo pudieron concebir articular pública- una condición suya.
mente un conjunto dado de principios, in- Esto nos devuelve a nuestro punto de
cluso aquellos destinados a engañar a sus partida original. El «giro lingüístico» que
interlocutores). En definitiva, lo que pierde Skinner introduce en el campo de la histo-
de vista el planteo de Namier es que inclu- ria político-intelectual, como señalamos,
so el más cínico e inescrupuloso de los po- abre en realidad la perspectiva a un univer-
líticos tampoco tiene un acceso directo a la so de realidad simbólica mucho más rico,
realidad, una visión que le permita dar sen- complejo, compuesto de pluralidad de es-
tido al mundo y a su propio accionar que no tratos, y de los cuales el de las «ideas» es
se encuentre ya mediada por alguna retícu- sólo el más superficial de ellos. Nos trasla-
la categorial. En el fondo, de lo que trataría da más allá, o más acá, del plano de las «ra-
una historia de los lenguajes políticos cionalizaciones ex post facto» de las prácti-
como la que propone Skinner es de enten- cas sociales y políticas, para situarnos en el
der cómo incluso estos ambiciosos aman- de sus condiciones de posibilidad. En defi-
tes del poder podían construirse una ima- nitiva, ésta retoma el proyecto fenomeno-
gen de la realidad y de su lugar en ella, las lógico original (que Skinner conoce, en rea-
matrices mentales de que disponían para lidad, a través de versiones degradadas) de
ello, y de las que tampoco éstos podían, en penetrar la esfera intencional misma, cómo
efecto, prescindir.18 Encontramos aquí el se constituyen los modos de conciencia de
punto crucial que distingue la nueva histo- los propios agentes del cambio conceptual,
ria intelectual de la historia de ideas (y que cómo se innova la visión de los propios «in-
el planteo de Skinner termina, sin embargo, novadores de ideología»; en suma, cómo
diluyendo) que consiste, precisamente, en pueden éstos eventualmente apartarse de las
un desplazamiento del foco de análisis a un convenciones lingüísticas vigentes e ima-
plano distinto de realidad simbólica, a un se- ginar sentidos distintos de los establecidos.19
gundo orden de representaciones, esto es, Ésa es también la dirección hacia la que
del de las ideas de los agentes al de las con- se mueve la teoría de Skinner. Pero para
diciones de su producción y articulación pú- llegar a ella sería necesario desprender la
blicas. Así, el eventual descubrimiento de dimensión intencional del plano puramen-
una persistente discordancia entre los prin- te subjetivo. Todo «lenguaje» es, de hecho,
una entidad objetiva, disponible para dis- cuencias que se desprenden de la reformu-
tintos usos, y relativamente autónoma de lación teórica que produjo. Las demandas
las ideas que los sujetos se hacen de él (re- normativas a que somete a la historia inte-
tomando el apotegma marxiano, podemos lectual harán desdibujarla, sólo para termi-
decir que los hombres usan el lenguaje, pero nar desagarrado entre el carácter desnatu-
no saben el lenguaje que usan; los lengua- ralizador propio de la empresa histórica,
jes tienen la costumbre de cambiar sin pe- según él mismo la concibe, que lleva a re-
dirnos permiso para ello). Una vez descen- velar la naturaleza contingente de todo ho-
trado el lenguaje respecto de las ideas, la rizonte de pensamiento, y la exigencia últi-
primacía de las intencionalidades subjeti- ma de sentido (el hallazgo de alguna Ver-
vas se vuelve también insostenible. Es en dad política cuya validez trascienda los
este sentido como debería interpretarse el escenarios epocales) de la que no logrará,
principio de Collingwood de la primacía aun entonces, desentenderse. De todos mo-
de las preguntas sobre las respuestas. Lo dos, como vimos, resulta aún posible des-
que la nueva historia intelectual buscaría prender el núcleo teórico de su propuesta
no es analizar cómo cambian las ideas de de las derivaciones que tendría en su pro-
los sujetos sino cómo se transforman obje- pia obra. Los escritos reunidos en Lengua-
tivamente los lenguajes políticos, cómo se je, política e historia nos permiten, en fin,
va recomponiendo históricamente el suelo penetrar su sentido último, la reformulación
de problemáticas subyacentes en función fundamental que supone el paso de una his-
del cual se despliega el debate político, el toria de las ideas a una historia de los len-
tipo de cuestiones a las que aquéllos se ven guajes políticos, y que llevaría a redefinir
en cada caso confrontados (para retomar el objeto mismo de la disciplina. Éstos co-
la metáfora lúdica de Skinner, no tanto qué locarían los debates en torno a ella en un
movidas realizaron los jugadores sino cómo terreno completamente nuevo. Aun cuando
se alteró el tablero mismo). Skinner mismo, en su obra histórica, siguió
Es en este sentido que la «nueva historia demasiado aferrado a viejos cánones, la his-
intelectual» nos abre la perspectiva a ese toria político-intelectual después de él cam-
universo de realidad simbólica que yace más bió. Es de esperar, en fin, que la publica-
allá del plano estricto de las ideas (las res- ción en español de esta obra tenga en nues-
puestas eventuales de los agentes). Skinner tro medio una repercusión análoga a la que
mismo no logrará extraer todas las conse- tuvo en su versión original.
NOTAS
1. El análisis más completo de la obra de Skin- tad» [Javier Fernández Sebastián, «Intellectual
ner es la obra de Kari Palonen, Quentin Skinner. History; Liberty and Republicanism: An Interview
History, Politics, Rhetoric (Cambridge: Polity Press, with Quentin Skinner», Contributions 3 (2007):
2003). 118].
2. «Tengo la impresión», dice Fernández Sebas- 3. «No tengo otra solución ante este dilema», acep-
tián, «que desde las conferencias que dio en el Co- ta Skinner, «más que decir que tenemos que ser au-
llège de France en 1977, ha estado cada vez más toconcientes de su necesidad» [Javier Fernández Se-
comprometido en el debate político público. Se po- bastián, «Intellectual History; Liberty and Republi-
dría decir que el Skinner filósofo está, al menos en canism», Contributions 3 (2007): 119].
cierta medida, poco a poco eclipsando al Skinner 4. Skinner, «Hermeneutics and the Role of His-
historiador en su obra reciente, especialmente en tory», New Literary History 7 (1975): 227.
su trabajo sobre la teoría neorromana de la liber- 5. Aristóteles, Retórica I2.
6. Sus autores de referencia en este punto son 15. El tipo ideal de Estado moderno para Skinner
Wilhelm Dilthey, Alfred Schutz, Peter Winch y, so- se define según cuatro postulados: 1) autonomía (la
bre todo, Max Weber y R.G. Collingwood. esfera de la política debe aparecer como separada de
7. Véase al respecto la serie de textos reunidos en la moral), 2) soberanía (cada reino debe aparecer
James Tully (ed.), Meaning and Context. Quentin Skin- como independiente de toda otra autoridad), 3) mo-
ner and His Critics (Cambridge: Polity Press, 1988). nopolio de la autoridad (ésta no debe admitir ningún
8. Éste es, justamente, el núcleo de su crítica a otro rival dentro de su dominio) y 4) secularismo (la
Keywords de Raymond Williams. Según afirma, su comunidad existiría sólo para un propósito político)
postura «nos conduce a asumir que estamos tratando (Skinner, The Foundations of Modern Political
con dos dominios diferentes y relacionados contin- Thought, 349-352).
gentemente: uno, el del mundo social mismo, y otro, 16. Como señala Kenneth Minogue, Skinner nos
el del lenguaje que luego aplicamos en nuestros in- conduce a través de las acciones y las respuestas de
tentos por delinear su carácter. Por cierto, ésta parece los europeos a lo largo de tres siglos, sólo para llegar
ser la postura que fundamenta la explicación de a un punto fuera de la historia, cuando adquirimos
Williams. Él ve una disociación completa entre “las algo ahistórico llamado “el concepto moderno de
palabras” que discute y los “hechos reales” pertene- Estado”» [K.R. Minnogue, «Method in Intellectual
cientes al mundo social» (p. 291). History: Quentin Skinner’s Foundations», Philoso-
9. K.R. Massingham, «Skinner is as Skinner phy 56 (1981): 543]. En los últimos años, esta bús-
does», Politics 16 (1981): 128, cit. en Palonen, Quen- queda de una Verdad política sufre una inflexión.
tin Skinner, 66. Lo que intentará ahora es recobrar una tradición re-
10. Éste se reduciría, en todo caso, a la mención de
publicana olvidada, que luego denominará, para des-
un conjunto de autores menores que sostendrán visio-
prenderla del abuso de que el término «republicanis-
nes tradicionales o, eventualmente, anticiparán algunos
mo» fue objeto, «teoría neorromana de los estados
de los motivos que serán articulados de modo coheren-
libres». De este modo, busca tallar en los debates pre-
te por las grandes figuras del pensamiento político.
sentes entre contractualistas y comunitaristas, entre
11. «Mi error», señala con relación al título del
los defensores de la libertad de los modernos y los de
libro, «es haber usado una metáfora que virtualmen-
la libertad de los antiguos. Skinner descubre así una
te me compromete a escribir teleológicamente. Mi
tercera tradición, sumergida, que, convenientemen-
propio libro está demasiado preocupado por los orí-
te, reúne todo lo bueno de cada una de las otras dos y
genes de nuestro mundo presente cuando debía ha-
ber tratado de representar el mundo que estaba exa- deja de lado aquellos aspectos negativos de ellas. De
minando en sus propios términos, en la medida de lo este modo, mediante un demasiado obvio anacronis-
posible» [Skinner, «On Encountering the Past. An mo, que se revela en el título mismo de uno de sus
Interview with Quentin Skinner», por Petri Koikka- artículos, llamado «La idea de libertad negativa:
lainen y Sami Syrjämäki, Finnish Yearbook of Poli- Maquiavelo y las perspectivas modernas», éste [Ma-
tical Thought 6 (2002): 53]. quiavelo] se convierte en un interlocutor válido de
12. Skinner, The Foundations of Modern Politi- Rawls y Walzer, ocupando el lugar de un justo térmi-
cal Thought (Cambridge: Cambridge University no medio entre ambos. En todo caso, su «tercer con-
Press, 1978), 358. cepto de libertad», si bien cuestiona la división bi-
13. Cary Nederman encuentra aquí una conse- partita propuesta por Isaiah Berlin (retomando una
cuencia forzosa de su contextualismo discursivo, el formulación original de Benjamín Constant), sólo
cual, dice, obliga a pulverizar la historia intelectual agrega un nuevo casillero en la red de la historia de
en una serie de acontecimientos discursivos inco- ideas, adiciona un modelo o tipo ideal sin por ello
nexos. «Buscar las precondiciones de la noción de cuestionar las premisas mismas sobre cuyas bases se
Estado moderno —dice— demanda al estudioso in- realizan este tipo de construcciones.
vestigar ocurrencias totalmente desconectadas [...] En 17. «Aun si la mayoría o la totalidad de los jui-
suma, cada aspecto característico del concepto mo- cios y razonamientos expresados no fueran más que
derno de Estado fue concebido incrementalmente, en “racionalizaciones” de emociones o antojos ciegos,
aislamiento de los otros componentes a partir de los la naturaleza de éstos debería inferirse principalmente
cuales la idea de Estado habría de ser modelada» del contenido de aquéllas; de acuerdo con la misma
[Cary Nederman, «Quentin Skinner’s State: Histori- hipótesis, la necesidad de racionalizar no es menos
cal Method and Traditions of Discourse», Canadian imperativa que los antojos; y una vez constituida una
Journal of Political Science / Revue canadienne de racionalización, los antecedentes hacen que sea im-
science politique XVIII 2 (1985): 345]. probable —y la evidencia histórica podría mostrar
14. Skinner, The Foundations of Modern Politi- que es falso— que permanezca ociosa e inerte, sin
cal Thought, xi. repercusión alguna sobre el lado afectivo de la con-
ciencia de la cual puede haber surgido. Cuando un Castoriadis y su concepto de «imaginario social». Re-
hombre da una razón de su creencia, su aprobación o tomando su «contextualismo discursivo» Skinner afir-
desaprobación moral, su preferencia estética, queda ma que «cualquiera sea la intención del escritor, ésta
—felizmente o no— preso de una trampa» [Arthur debe ser convencional, en el sentido fuerte». Y luego
Lovejoy, «Reflexiones sobre la historia de ideas», agrega, «en síntesis, necesitamos estar preparados para
Prismas 4 (2000): 138, originalmente publicado asumir nada menos que lo que Cornelius Castoriadis
como «Reflections on the History of Ideas», Journal ha descrito como “imaginario social”» (pp. 183-184).
of the History of Ideas 1 (1940): 3-23]. Sin embargo, el término «imaginario social», según lo
18. Y ello no sólo a fin de legitimar públicamente usa Castoriadis, es lo opuesto a lo «convencional»,
sus conductas, sino simplemente para pensar. En de- que corresponde a lo que Lacan identifica con lo Sim-
finitiva, el núcleo problemático de la historia inte- bólico. Lo Imaginario, en cambio, referiría a un ámbi-
lectual radica menos en los términos evaluativos que to de realidad simbólica precategorial y prediscursivo,
en los propios términos descriptivos. que es, como Skinner bien señala a continuación en
19. La confusión de Skinner de planos de lenguaje esa misma cita, aquel en que «se constituye la subjeti-
se observa claramente en su referencia a Cornelius vidad de una época» (p. 184).
ESFINGE MEXICANA