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Catequesis sobre la “Nueva cultura de la familia cristiana”

La Pizarra 01 – 04 Octubre 2009

Premisaȱ
Con ocasión de la concesión del Doctorado "honoris causa" a Kiko por parte del Pontificio Instituto Juan
Pablo II, el 13 de mayo de 2009, por la contribución dada para sostener a la familia cristiana, este año
trataremos otra vez el tema de la familia, aplazando para otra fecha la anunciada catequesis sobre la
Escatología. De todas formas adelantaré ya algunos aspectos que iluminan el misterio de la persona, del
matrimonio y de la familia, en nuestra peregrinación hacia el Cielo.
Subrayo que la asignación del Doctorado "in Sacra Theologia" honoris causa por parte del Pontificio
Instituto Juan Pablo II haya sido hecha en "Nombre del Papa Benedicto XVI", según se lee en la Bula de
entrega1.
Quisiera empezar leyendo algunos pasos de la "Laudatio academica", hecha en nombre del Pontificio
Instituto Juan Pablo II por el Prof. D. José Noriega, en el acto de entrega del Doctorado "in Sacra Theologia"
a Kiko2.
“El Instituto Pontificio Juan Pablo II otorga hoy a Kiko Argüello el Doctorado honoris causa
porque reconoce una fecundidad muy especial por la plena valoración de la familia como
sujeto eclesial y social, en plena consonancia con la forma de pensar de Juan Pablo II, a través
del itinerario de formación cristiana post-bautismal iniciado por él junto con Carmen
Hernández y que ha generado frutos abundantes en todo el mundo.
Son tres los aspectos que nuestro Instituto quiere señalar respecto de los frutos del Espíritu en
la obra del nuevo doctor.
1 – Fecundidad del Bautismo y apertura a la vida
El redescubrimiento de la fecundidad del bautismo en la vida de la pareja ha tenido uno de
sus frutos más significativos en el redescubrimiento de la santidad del acto conyugal entre
los esposos. Visto como uno de los lugares donde Dios actúa, las parejas del Camino han
querido vivir su amor con una singular apertura a la vida, sabiéndose colaboradores de Dios
en la generación de las personas. En un momento de crisis y desorientación por parte de
muchos, la acogida sin reservas de la encíclica profética de Pablo VI Humanae vitae por
parte de las familias del Camino ha sido un auténtico testimonio para toda la Iglesia, mostrando
que, más allá de nuestros miedos o de nuestras dificultades, es posible vivir lo que la Iglesia
señala como específico del camino de santidad del matrimonio si hay una comunidad viva
que nos acompaña.
2 – Liturgia doméstica dominical y transmisión de la fe a los hijos
Las familias del Camino neocatecumenal han entendido rápido y han adoptado una forma de
liturgia doméstica: cada día en el matrimonio, pero aún más especialmente toda la familia el
domingo, en la celebración de los laudes, vivida como un espacio donde favorecer el diálogo
con Dios en un diálogo familiar. De este modo, la gran misión de trasmitir la fe a los hijos ha
encontrado el ámbito propio del testimonio de los padres, los cuales ayudan a los hijos a
comprender la relevancia de la Palabra en la propia historia concreta. En esto se demuestra
como la relación entre padres e hijos consigue ayudar a éstos últimos también en su modo de
relacionarse con Dios que es Padre, es decir, a entrar en una relación filial con el Señor así como
nos lo ha dado a conocer Jesús. Esto ayuda a levantar los ojos hacia el verdadero Padre celestial,
del cual hemos recibido verdaderamente la vida y el amor. Es aquí donde se reconoce una de

1
Asignación del Doctorado honoris causa - Kiko Argüello, Ciudad del Vaticano, 13 de mayo de 2009, Centro Neocatecumenal de
Roma.
2
Cf. también: "Conferimento del Dottorato honoris causa Prof. Pierpaolo Donati e Sig. Kiko Argüello"; Pontificio Instituto Juan
Pablo II, Ciudad del Vaticano, 13 de mayo de 2009.

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las razones principales del gran fruto de vocaciones que las familias del Camino han sabido
llevar.
3 – Testimonio de las familias en misión
En el contexto de una espantosa secularización de "amplias zonas de la tierra, donde la fe está
en peligro de apagarse como una llama que no encuentra más de dónde nutrirse", el Camino
neocatecumenal ha sabido "Hacer presente a Dios de una manera singular": hablo del gran
testimonio de las familias en misión. Se trata de un protagonismo que es vivido por toda la
familia como tal, llevando a la parroquia y al mundo el testimonio de lo que es una familia,
con sus dificultades, pero sobretodo con sus grandes esperanzas. Más bien, el testimonio que
ellos llevan es el testimonio de la Trinidad en misión, es decir, de la pasión de amor de Dios
Trinidad por el hombre” (Prof. José Noriega, Laudatio Dottorato honoris causa a Kiko
Argüello, Roma, 13 de mayo de 2009, Memoria de la Virgen de Fátima).

Introducciónȱ
En los últimos años hemos hablado más veces, en las Convivencias de inicio de curso, del matrimonio y de
la familia a la luz de la Revelación, de la Tradición y del Magisterio de la Iglesia para ayudar y sostener a las
familias en su camino de conversión y para poder afrontar los ataques que intentan desestructurarla y
destruirla. Lo rememoro brevemente: la catequesis sobre la "Humanae Vitae" en 1984; en 1994 la "Carta a
las familias" del Papa Juan Pablo II, con referencia a la Exhortación Apostólica "Familiaris Consortio" de
1981; en 1995 sobre la Mujer: "Mulieris Dignitatem" del Papa Juan Pablo II. En 1997 sobre la educación
sexual: "Amor y sexualidad", subsidio del Pontificio Consejo para la Familia, para los padres acerca de la
educación sexual de los hijos; en 2001 la primera catequesis sobre la "Teología del cuerpo", el precioso
tesoro que nos dejó el Papa Juan Pablo II en las catequesis de los miércoles de 1979 a 1984; en 2003
hablamos de la "Transmisión de la fe a los hijos"; en 2005 retomamos y desarrollamos ulteriormente "La
belleza de la Teología del cuerpo" en Juan Pablo II; y en 2007 hablamos de la "Familia Cristiana",
exponiendo los orígenes de los ataques actuales a la familia cristiana y la iluminación sobre el amor en la
carta encíclica del Papa Benedicto XVI "Deus Caritas est"3.
En continuidad con estas catequesis, este año intentaremos profundizar acerca de algunos otros aspectos
sobre la familia cristiana, intentando conocer cada vez mejor el Misterio del Amor divino y humano.
Al igual que todos los años, pido comprensión por los límites de la exposición, teniendo que tratar de unas
realidades complejas que nos superan, en un tiempo muy limitado, y por las lagunas de otros aspectos
importantes. Lo que se expondrá está sacado como siempre o de Encíclicas de los Papas o de los
Documentos de las Congregaciones que colaboran con el Papa o de algunos libros que exponen de forma
más accesible el pensamiento de la Iglesia. Esta catequesis quiere ser sobre todo una ayuda para nuestros
hijos que están llamados a sostener un duro combate para vivir contracorriente sobre todo en la escuela;
una ayuda para los matrimonios jóvenes; una ayuda en general para todas las familias y para todos
aquellos que están llamados a servir y sostener a las familias (presbíteros, consagrados y también los que no
están casados).
Intentaré en una primera parte exponer las raíces de cada persona y de la familia a la luz del Misterio de
la Santísima Trinidad. Luego de la identidad de cada persona en la unidad-dual (según la designa el Papa
Benedicto XVI4) de cuerpo-alma. Además de la sexualidad como componente fundamental y específico de
toda persona y de su integración en la vida de cada persona.
En una segunda parte hablaremos del noviazgo y luego del matrimonio y de la familia: deteniéndonos en
la paternidad responsable y en la transmisión de la fe a los hijos y del seguimiento y sostenimiento por parte
de la Madre Iglesia en su misión de esposos y padres.
En una tercera parte de la misión de la familia cristiana en la Iglesia y en el mundo de hoy.
Al final tomaremos en consideración algunos casos particulares de actualidad.

3
Los textos de estas catequesis están siempre disponibles para los hermanos que los deseen. Es suficiente pedirlos en el Centro
Neocatecumenal de Roma, Madrid o en los distintos Centros Neocatecumenales nacionales o regionales.
4
Benedicto XVI, Deus caritas est, Ed. Palabra, Madrid 2006.

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Como siempre confío en la asistencia del Espíritu Santo y en la ayuda de la Sagrada Familia de Nazaret,
tanto por la exposición por mi parte como por la comprensión por la vuestra.
Antropología laicista: ataques contra la familia cristiana
En las catequesis de inicio de curso anteriores hemos analizado algunos de los principales acontecimientos
que han contribuido a la formación de la mentalidad y de la legislación contemporáneas en contra de la
visión judeo-cristiana del matrimonio y de la familia.
De la ruptura creada por el Luteranismo, a la Ilustración, a la revolución francesa, al positivismo derivado
del progreso y la difusión de la ciencia y de la técnica, al paso de la familia patriarcal, típica de la cultura
agrícola, a la familia monoparental de la civilización industrial, a la influencia de la mentalidad materialista
del marxismo y de la masonería, que combaten explícitamente a la Iglesia y los valores cristianos, al rechazo
del cristianismo y de las raíces cristianas por parte de la Europa post-bélica y post-moderna (desde la caída
del muro de Berlín).
La legalización del divorcio, del matrimonio civil, el movimiento feminista, el movimiento gay, la
revolución sexual del '68, la difusión de los contraceptivos, la legalización del aborto, el "family planing" o
"birth control", la introducción de los “géneros”5, la legalización de las parejas de hecho (hétero y
homosexuales), el divorcio exprés, la difusión y el negocio de la pornografía: son algunos de los factores que
han llevado a los ataques constantes desde el punto de vista institucional, social, cultural y económico contra
el matrimonio y la familia cristiana.
Todo ha concurrido por el rechazo de Dios y a la instauración progresiva de una mentalidad laicista, cual
nueva religión, nueva visión del hombre, en la que domina el individualismo, prevalecen los derechos por
encima de los deberes: se ha creado una nueva escala de valores.
Y todo esto amplificado por los medios de comunicación (radio, prensa, películas, televisión, internet)
cada vez más potentes y amplificados, a través de los cuales, a menudo de manera subliminal, se crea y se
difunde una mentalidad y un modelo de vida social secularizado, en el cual se combate toda visión
alternativa, y más si viene de la Iglesia.
Antropología judeo-cristiana: la familia cristiana
En contraposición a la antropología laica, la Iglesia combate volviendo a proponer la visión del hombre
que viene de la Revelación: visión que no es contraria a la razón, sino que, aun siendo razonable, supera
nuestra razón, tratando de realidades que van más allá de nuestra comprensión, y que nos ha sido revelada
por Dios mismo a lo largo de la historia judeo-cristiana.
El Papa Benedicto XVI, al poco tiempo de su elección, en el discurso de apertura del Congreso Eclesial de
la Diócesis de Roma sobre Familia y Comunidad Cristiana, el 6 de junio de 2005 decía:
“Para poder comprender la misión de la familia en la comunidad cristiana y sus tareas de
formación de la persona y transmisión de la fe, hemos de partir siempre del significado que el
matrimonio y la familia tienen en el plan de Dios, creador y salvador. Así pues, este será el
núcleo de mi reflexión de esta tarde, refiriéndome a la doctrina de la exhortación apostólica
Familiaris consortio” (Parte segunda, nn. 12-16).
El fundamento antropológico de la familia
“El matrimonio y la familia no son, en realidad, una construcción sociológica casual, fruto
de situaciones históricas y económicas particulares. Al contrario, la cuestión de la correcta
relación entre el hombre y la mujer hunde sus raíces en la esencia más profunda del ser
humano y sólo a partir de ella puede encontrar su respuesta. Es decir, no se puede separar de la
pregunta antigua y siempre nueva del hombre sobre sí mismo: ¿quién soy?, ¿qué es el
hombre? Y esta pregunta, a su vez, no se puede separar del interrogante sobre Dios: ¿existe
Dios? y ¿quién es Dios?, ¿cuál es verdaderamente su rostro? La respuesta de la Biblia a estas
dos cuestiones es unitaria y consecuente: el hombre es creado a imagen de Dios, y Dios

5
En los encuentros Mundiales de la Mujer en el Cairo (1994) y en Pekín (1995), se puso en discusión la tradicional distinción
entre géneros: hombre y mujer. Se pretende hacer aceptar como jurídicamente reconocidos cinco géneros: hombre, mujer,,
homosexual, lesbiana, heterosexual.

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mismo es amor. Por eso, la vocación al amor es lo que hace que el hombre sea la auténtica
imagen de Dios: es semejante a Dios en la medida en que ama.
De esta conexión fundamental entre Dios y el hombre deriva la conexión indisoluble entre
espíritu y cuerpo; en efecto, el hombre es alma que se expresa en el cuerpo y cuerpo
vivificado por un espíritu inmortal. Así pues, también el cuerpo del hombre y de la mujer tiene,
por decirlo así, un carácter teológico; no es simplemente cuerpo, y lo que es biológico en el
hombre no es solamente biológico, sino también expresión y realización de nuestra humanidad.
Del mismo modo, la sexualidad humana no es algo añadido a nuestro ser persona, sino que
pertenece a él. Sólo cuando la sexualidad se ha integrado en la persona, logra dar un sentido a
sí misma”6.
En la primera parte de la catequesis intentaremos profundizar estos tres aspectos indicados por el Papa
Benedicto XVI en el discurso arriba citado: 1. La esencia más profunda del hombre, creado a imagen de
Dios; 2. La conexión indisoluble entre espíritu y cuerpo; 3. La sexualidad humana.

LaȱSantísimaȱTrinidad:ȱraízȱyȱfuenteȱdeȱlaȱfamiliaȱcristianaȱ
Para comprender la familia cristiana en todos sus componentes corpóreo-espirituales es necesario
remontarnos al concepto de persona y a la finalidad de la persona creada. Es decir, remontarnos a las
raíces constitutivas de nuestro ser personal y a la finalidad por la que hemos sido creados. De dónde
venimos, quiénes somos, adónde vamos: intentaremos esbozar algunas respuestas que provienen de la
Revelación del Misterio de la Santísima Trinidad.
El Papa Juan Pablo II en el histórico envío de 72 familias en misión en la Tienda de Porto San Giorgio, el 30
de diciembre de 1988, nos decía:
“…no se puede proteger realmente a la familia sin entrar en sus raíces, en sus realidades
profundas, en su íntima naturaleza. Esta naturaleza íntima es la comunión de las personas a
imagen y semejanza de la comunión divina. Familia en misión, Trinidad en misión.”7.
Para comprender las raíces de la persona y por ende de la familia en el Misterio de la Santísima Trinidad
utilizaré un “tratado esencial y completo de Teología Trinitaria de un teólogo alemán, Gisbert Greshake,
que muestra de modo convincente el porqué la fe en el Dios tripersonal es el centro y el corazón del ser
cristianos.”8. El texto que citaré está sacado de un libro en el que el mismo autor presenta de forma sintética
los aspectos principales de su tratado9.
“Como dice muy bellamente la constitución pastoral del Concilio Vaticano II (n.22): al
comunicarse Dios en Cristo (y por el Espíritu Santo) al hombre, al mismo tiempo “manifiesta
plenamente el hombre al propio hombre”… Como dice la Sagrada Escritura, el hombre ha
sido creado “a imagen y semejanza de Dios”. Ahora bien, si este Dios no es simplemente un
Ser supremo “compacto”, sino una comunidad de vida y amor, esto “debe” tener, por decirlo
así, consecuencias para el hombre: sólo desde la mirada al Dios trino se hace reconocible
con máxima profundidad de campo qué es lo que reproduce exactamente la criatura dotada de
espíritu y a qué remite con precisión su condición de imagen de Dios”10.
Uno de los frutos de los movimientos litúrgico, escriturístico y patrístico de los que hemos hablado el año
pasado, que habían confluido en el Concilio Vaticano II, gracias a la adopción de un lenguaje cercano a la
filosofía personalista ha llevado a una más profunda comprensión y clarificación del Misterio de la
Trinidad. Mientras en la Edad Media el Misterio de la Trinidad se explicaba con categorías filosóficas
aristotélicas (substancia) más bien estáticas, el redescubrimiento de la Historia de la Salvación, o sea,
cómo Dios se ha revelado, ha permitido presentar el Misterio de la Trinidad con un lenguaje más dinámico

6
Discurso del Santo Padre en la apertura del Congreso Eclesial de la Diócesis de Roma sobre Familia y Comunidad Cristiana,
06.06.2005.
7
Papa Juan Pablo II en Porto San Giorgio, 30 Diciembre 1988.
8
Gisbert Greshake, Creer en el Dios uno y trino, Salterrae, Maliaño (Cantabria) 2002.
9
Gisbert Greshake, Creer en el Dios uno y trino, Salterrae, Maliaño (Cantabria) 2002, p. 9.
10
Ibid., pp. 11-12.

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y cercano a nosotros con una consiguiente mejor comprensión también del hombre, de su origen y de su
destino final. Así habla el autor que hemos citado:
EL SER HUMANO COMO “SUJETO SOLITARIO”
Precisamente en la medida en que la fe en el Dios uno y trino pasó a segundo término y perdió
su fuerza para marcar la vida, como sucedió al comienzo de la Edad Moderna por razones en
las que en este momento no podemos entrar, también esta comprensión relacional de la
persona se perdió en buena parte. Dios fue entendido cada vez más únicamente como Dios
unitario (es decir, como el uno diferencia), como sujeto supremo y “aislado”, ya no como Dios
comunional, comunitario11.
Correlativamente, se entendía también al hombre como un sujeto centrado en el yo. “A la
condición de persona pertenece necesariamente un aislamiento último”, escribe Duns Scoto en
la transición a la época moderna (Ord. III, 1, 1, n. 17). Se anuncia con ello la aparición de una
imagen del hombre que acabaría teniendo consecuencias desastrosas, pues sus deficiencias
coincidieron.
Un rasgo esencial de la época moderna consistió (y consiste) en que el hombre intentó
reemplazar a este Dios unitario o pretendió ocupar su lugar, al menos en puntos importantes.
No es ya Dios, sino el hombre, quien tiene que dirigir el mundo, configurarlo y transformarlo
según sus propias ideas. No es ya la ley de Dios, sino la razón humana, la que establece la
norma y el sentido de toda conducta y actividad estructuradora. No es ya el anhelo de una
futura patria celestial junto a Dios, sino la voluntad de crear aquí y ahora la bienaventuranza,
lo que se apodera del corazón del hombre12.
Puesto que de este modo el hombre intentaba ocupar el lugar de Dios, se entiende a sí mismo
––(dada la conexión entre imagen de Dios e imagen del hombre) conforme a la visión “unitaria”
de Dios que se le enseñaba: Dios como sujeto supremo y “aislado”–– en consecuencia, se veía a
sí mismo como sujeto “unitario”, referido a sí, centrado en sí mismo. Como sujeto autónomo
consciente de sí, intenta presentarse ante todo lo demás como “señor” y sometérselo todo, lo
mismo que una gran barriga que todo lo “devora” para “incorporárselo”: poder y grandeza,
competencia y reconocimiento, dinero, bienes y la mayor felicidad posible.
Así, en este momento se abandona definitivamente la comprensión cristiana de la persona,
comprensión cuyo norte es el Dios trinitario. Al hombre no le caracteriza ya la
relacionalidad, el “estar en relación” con el otro, sino la subjetividad que se autodetermina y
se autorrealiza, la cual se pone como centro e intenta dominar desde sí todo lo demás13.
La orientación hacia el Dios trinitario pone de manifiesto algo totalmente diferente: ser persona
no significa ser un ego aislado. A la condición de persona pertenece más bien la relación con
el otro14 y, por tanto, el otro como tal y la comunión con él. Ser persona no significa
autodeterminación contra lo otro o el otro; ser persona no significa liberarse de toda
heterodeterminación luchando; significa llegar a ser uno mismo siendo con y existiendo para
los demás. Así, la Trinidad aparece como “el modelo” de toda convivencia social que sea
justa, que haga realidad la igual y respete las diferencias.

11
El autor del libro afirma: “Me encontré hace unos años con el comentario de un moralista (por desgracia, no sé ya quién era), según
el cual, en casi todos los libros actuales de teología moral, el nombre de “Dios” se podría sustituir tranquilamente por el
nombre de “Alá” sin que nada en absoluto cambiara en las normas de actuación y líneas de argumentación desarrolladas en dichos
libros” (Ibid., p. 9).
12
Luc Baresta, L’annuncio del Paradiso sui nostri deserti, San Paolo, Cinisello Balsamo 2008. En este libro que recomiendo
también con miras a la Catequesis sobre la Escatología, el autor, un hermano del Camino Neocatecumenal, presenta los falsos
paraísos que el mundo ha ofrecido y ofrece hasta hoy, fascinando a los jóvenes pero llevándolos a la desilusión y a la destrucción,
cap. I: “Annunci menzogneri del XX secolo”, pp. 25-42. El autor desarrolla también varios temas tratados en esta catequesis. En
Francés: Trouver le Paradis dans nos déserts, Ed. Tequi, Paris 2009; En Español: El anuncio del Paraíso sobre nuestros desiertos,
Ed. Caparrós, Madrid 2009.
13
Gisbert Greshake, Creer en el Dios uno y trino, pp. 44-45.
14
Al haber sido hecho a imagen de Dios, el ser humano tiene la dignidad de persona; no es solamente algo, sino alguien. Es capaz
de conocerse, de poseerse y de darse libremente y entrar en comunión con otras personas; y es llamado, por la gracia, a una
alianza con su Creador, a ofrecerle una respuesta de fe y de amor que ningún otro ser puede dar en su lugar (CEC 357).

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Por consiguiente, la fe en la Trinidad pone marcadamente de relieve una doble polaridad en el
hombre: el hombre es, por una parte, un individuo dotado de libertad y, por otra, miembro
de la comunidad humana, vinculada de múltiples maneras con los demás, y sólo junto con
ellos verdaderamente hombre15.
DIO ES COMUNIÓN
“Ya los grandes teólogos capadocios del siglo IV vieron esto en referencia al Dios trinitario.
Decían ellos que la vida de Dios es en un cierto modo un “latido” conforme al cual “de la
unidad se hace trinidad, y de la trinidad, a su vez, unicidad”16. De ese modo queda expresado
en su contenido algo de lo que más tarde fue formulado con el término técnico teológico de la
“perikóresis” (en castellano, algo así como mutuo, abarcamiento y compenetración)… el Hijo
está totalmente en el Padre y con el Padre; el Padre, totalmente en el Hijo y con el Hijo; y
ambos encuentran su unidad mediante el vínculo del Espíritu… Lo que pertenece al uno
pertenece también al otro; lo que el uno lleva a cabo, lo lleva a cabo con los demás y en los
demás.
La fe en el Dios trinitario transforma toda la comprensión de la realidad. Ya no se trata de
la unidad de la substancia, del “ser en sí”, y el “ser para sí”, ni tampoco del “colectivo” en el
que toda diferencia “se fundamenta”: desde el Dios trino, el mundo de relaciones de la persona
se manifiesta como el paradigma decisivo para entender la realidad y orientarse en ella. La
relación, el “ser en relación”, se muestra como la esencia más profunda de la realidad. La
suprema y verdadera realidad tanto en la esfera creatural como, con mayor razón, en la divina,
es el “ser con los demás”, tanto más yo soy cuanto más tú soy para los demás17 y más estoy
en relación con ellos, y viceversa.
Sea como fuere, solo en un “tercero” y teniéndolo en cuenta, se constituyen el yo y el tú en
un nosotros común. De ahí, por tanto, que la relación yo-tú, “dialógico”, no sea el elemento
fundamental de un verdadero amor, sino la relación yo-tú-él (ella/ello), lo “trialógico”18.
EL SER HUMANO A IMAGEN DEL DIOS TRINITARIO
La persona en sentido pleno es y se hace, mediante un reconocimiento libre y recíproco, en
el “ser con los demás” y el “ser para los demás”. El otro, por tanto, forma parte esencial de la
propia condición personal. En el otro y por el otro me alcanzo a mí mismo, se hace mi vida
sobre todo rica, plena y perfecta19. Precisamente esto se puede “leer” en el Dios trinitario; de
hecho, esta idea es consecuencia de la fe en el Dios trino”20.
“Con ellos, sin embargo, no se llegaba también a unas perspectivas nuevas y totalmente
prácticas: si la única vida divina se realiza únicamente en el intercambio de tres personas
distintas ––Padre, Hijo y Espíritu––, significa que unidad y pluralidad, unidad y multiplicidad,
unidad y alteridad, son igualmente originarias, de igual rango, igualmente importantes,
primero en Dios, pero luego ––según la mencionada correspondencia de imagen de Dios e
imagen del hombre–– también en nosotros. Ahora bien, esto entraña consecuencias que son
todo menos evidentes.
Piénsese, simplemente, en las comunidades y estructuras sociales sumamente diversas en las
que vivimos o que conocemos. En casi todas partes valoramos más en ellas la unidad y la
armonía y la uniformidad que la pluralidad, la multiplicidad21 o las opiniones diferentes.

15
Ibid., pp. 47-48.
16
Gregorio Nacianceno, Carmina Theol., I, 1.3 (PG 37,413).
17
Se comprende porqué Jesús dice: “Quien quiera salvar su vida, la perderá; y quien pierda su propia vida por mi causa¸ la
encontrará” (Mt 16,26). “El cual [=Cristo], siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; sino que se
despojó de sí mismo (lit: “se vació de sí mismo”) …se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de
cruz” (Flp 2,6-8).
18
Ibid., pp. 29-35.
19
Ibid., pp. 41. Desde Tomás de Aquino en adelante la persona en Dios es concebida como “realitas subsistens”, es decir, como pura
relacionalidad recíproca.
20
Ibid., p. 41.
21
Ved la invitación del Papa Benedicto XVI en la carta a los Sacerdotes a aceptar la multiformidad en la pastoral: “Me complace
invitar particularmente a los sacerdotes, en este Año dedicado a ellos, a percibir la nueva primavera que el Espíritu está

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Así sucede también en la Iglesia, de la que hemos de hablar expresamente más adelante.
Tentación permanente de toda comunidad, empezando por los matrimonios y la familia, y
llegando hasta el Estado y la sociedad, es no querer (o no poder) soportar la alteridad del otro,
no respetarla, aceptarla, reconocerla ni valorarla. Es más fácil y más cómodo medirlo todo por
el mismo rasero, suprimir la multiplicad, eliminar a los desviacionistas, poner por encima de
todo la unidad”22. Solo la relación con el otro permite acceder a la propia y plena condición
personal.
“Desigualdad y alteridad” son precisamente condiciones de un auténtico intercambio vital de los
“desiguales” que llegue a lo hondo del ser; son presupuestos del complemento y el enriquecimiento, de la
corrección y la exigencia mutua23.
“La mirada al Dios trino muestra otra cosa, a saber, que la “unidad” solo es legítima cuando se realiza en
la multiplicidad: en la convivencia, en el reconocimiento del otro, en el intercambio con él y en la
complementación por medio de él. Y la multiplicidad sólo es legítima cuando la respectiva alteridad ––y con
ello la riqueza de variaciones–– se aúna en la unidad del amor con el mutuo dar y recibir (cosa que entre
seres humanos entra también el cuestionamiento crítico y la lucha conflictiva por lo verdadero y lo justo).”24.
TRINITARIZACIÓN: LA META DE LA CREACIÓN
Si Dios es communio, y el hombre fue creado como imagen de este Dios para expresar en sí
dicha imagen cada vez más y, de este modo, hacerse más semejante a Dios, con ello se pone de
relieve el destino último del hombre: está llamado a convertirse en lo que Dios es desde
siempre ––comunidad, intercambio de vida–– para tener parte de una vez por todas en la
consumada communio del Dios trinitario.
Por eso el devenir communio es la fundamental tarea vital del hombre. Para eso vivimos…
Para ello se nos incita a actuar. Pues solo si Dios y hombre participan, dando y recibiendo, en
la suscitación de la communio de ambos, se produce realmente ésta en cuanto común “estar en
relación”. Por eso Dios no es solo el dador. Por formularlo de manera paradójica: Dios da
también “que hacer” para poder recibir del hacer de la criatura la respuesta del amor. Cada
don de Dios al amor es siempre simultáneamente tarea, capacitación y acicate para la
cooperación. Esto se aplica con mayor razón al don supremo de Dios al hombre: al brindar
Dios la posibilidad de establecer una comunidad con él. Su oferta se convierte inmediatamente
en invitación a “hacer realidad” ese obsequio, es decir, a colaborar en la meta de la creación,
a saber, su communio con Dios.
Ahora bien, la communio tiene para el hombre una doble orientación: es comunidad con Dios y
también comunidad con los demás seres humanos, e incluso con la creación entera. Ambas
cosas van muy íntimamente unidas.
Precisamente esta communio con doble referencia ––o, más exactamente, el doble y único
devenir communio del hombre–– es, según convicción cristiana contenido y meta del tiempo y
la historia… Dado que esa disposición originaria va encaminada a la libertad, también se
debe realizar en libertad.
La realización de una libertad finita, sin embargo, significa esencialmente
“temporalización”, es decir, un realizarse en el tiempo y en la historia: en el paso por el

suscitando en nuestros días en la Iglesia, a la que los Movimientos eclesiales y las nuevas Comunidades han contribuido
positivamente. “El Espíritu es multiforme en sus dones… Él sopla donde quiere. Lo hace de modo inesperado, en lugares
inesperados y en formas nunca antes imaginadas… Él quiere vuestra multiformidad y os quiere para el único Cuerpo”. En la
Homilía de la vigilia de Pentecostés en el encuentro con los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades, el 6 Junio de 2006,
afirmaba: “El Espíritu es multiforme en sus dones - como lo vemos aquí. Pero en él la multiplicidad y la unidad van juntas. Él
sopla donde quiere. Y también es precisamente aquí donde la multiformidad y la unidad son inseparables entre sí. Él quiere
vuestra multiformidad y os quiere para el único cuerpo, en la unión con los órdenes duraderos —las junturas— de la Iglesia, con los
sucesores de los Apóstoles y con el Sucesor de san Pedro. No nos evita el esfuerzo de aprender el modo de relacionarnos
mutuamente; pero nos demuestra también que él actúa con miras al único cuerpo y a la unidad del único cuerpo. Sólo así
precisamente la unidad logra su fuerza y su belleza.”
22
Ibid., p. 42.
23
Ibid., p. 43.
24
Ibid., p. 43.

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mundo, con el acicate recibido de situaciones y encuentros concretos, en interrelación con la
sociedad y el espíritu de la época, el hombre tiene que asumir en libertad su previa disposición
creatural y llegar a ser más communio, comunidad, intercambio de vida y amor, para alcanzar
una mayor semejanza con Dios. Por eso Dios regala tiempo25.
LA IGLESIA COMO «ICONO» DE LA TRINIDAD
“Que todos sean uno”, reza el último legado de Jesús, “como tú, Padre, en mí y yo en ti” (Jn
17,21). Esto indica que la communio en que existe el Dios trinitario ha de ser expresada en el
discipulado redimido por Cristo y extendida universalmente por medio de él.
Precisamente esto es la Iglesia. Ella, que nació de la actividad del Espíritu de Pentecostés, debe
seguir siendo, como dice el Concilio Vaticano II: “como un sacramento, o sea, signo e
instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano” (LG
1)26.
En la medida en que el Espíritu Santo es aquella persona divina que consigue la unidad y hace
desbordarse la vida divina, es para la Iglesia el “principio” que une y también (en aras de la
plenitud y la multiplicidad) distingue (mejor dicho: distingue para unir-une para distinguir)27.
Él es la garantía de que la unidad del pueblo de Dios se realiza precisamente, no de manera
uniforme, sino en la multiplicidad de formas y dones (carismas) sumamente diferentes, y de
que dicha multiplicidad de lo diferente converge en la unidad en virtud del intercambio mutuo.
Pues ––como hemos visto–– la unidad trinitaria es justamente esto: no uniformidad ni
tampoco adición y suma de realidades diferentes, sino la conjunción y existencia para los
demás de personas distintas. La communio se realiza como “unidad perikorética”, es decir,
como una comunidad en la que cada uno tiene parte en el ser particular del otro28.
A propósito de la “Comunión de los Santos” el Catecismo de la Iglesia Católica afirma:
“Como todos los creyentes forman un solo cuerpo, el bien de los unos se comunica a los otros.
...Así, el bien de Cristo es comunicado a todos los miembros, y esta comunicación se hace por
los sacramentos de la Iglesia”. “Como esta Iglesia está gobernada por un solo y mismo Espíritu,
todos los bienes que ella ha recibido forman necesariamente un fondo común” (CEC 947).

Laȱpersona:ȱuniȬdualidadȱdeȱalmaȬcuerpoȱ
Toda persona creada “a imagen de Dios”, y por eso llamada a vivir en relación, en comunión con Dios y con
los demás, es un ser “uni-dual” ––según afirma el Papa Benedicto XVI–– en el cual “espíritu y materia se
compenetran recíprocamente, adquiriendo ambos, precisamente así, una nueva nobleza”29. Veamos
algunas consideraciones desde el punto de vista filosófico y de la Revelación.
El cuerpo en la antigüedad: el cuerpo como una realidad inferior30
Muchos filósofos antiguos consideraban el cuerpo como una realidad inferior, sujeto al
espíritu. Había doctrinas que afirmaban, mucho antes de Jesucristo, la importancia primaria
de la dimensión espiritual y racional del hombre respecto a la material, hasta llegar al
desprecio de la corporeidad, porque se pensaba que el alma del hombre estaba ordenada a lo
divino, mientras el cuerpo a la tierra, siendo así algo transitorio, que de alguna manera se iba a
echar a perder.

25
Ibid., p. 57.
26
Ibid., p. 84.
27
“El Espíritu Santo es un principio interior de vida nueva que Dios envía, suministra. Recibido por la fe y el bautismo, habita
en el cristiano, en su espíritu, y aun en su cuerpo. Este Espíritu, que es el Espíritu de Cristo, hace hijo de Dios al cristiano y hace
habitar a Cristo en su corazón. Sustituyendo al principio malo de la carne, el Espíritu se hace en el hombre principio de fe, de
conocimiento sobrenatural, de amor, de santificación. No hay que extinguirlo, ni contristarlo. Uniéndonos con Cristo, realiza la
unidad de su cuerpo” (Nota de la Biblia de Jerusalén, Rm 5,5).
28
Ibid., p. 86.
29
Benedicto XVI, Deus Caritas est, n. 5.
30
Autori Vari, Che male c’è? La sessualità nella vocazione all’Amore, Ed. Porziuncula, Assisi 2007, p. 11ss.

CatequesisȱFamiliaȱ2009ȱ–ȱ1ȱOctubreȱ2009ȱ Páginaȱ8ȱ
La visión greco-helenista de la persona humana es dualista. Platón concebía el cuerpo como
“la cárcel del alma”, la cual había sido precipitada por castigo divino; introducida en el
cuerpo debía permanecer en él a lo largo de un cierto tiempo, en una especie de transición
negativa, para después volver definitivamente en contacto con lo divino. De aquí el sufrimiento
en llevar su propio cuerpo y la espera del momento en el cual el alma fuese finalmente liberada
de ese lastre.
Aconteció, en los primeros siglos de la Iglesia, que algunos Padres fueran atraídos por estas
perspectivas filosóficas, deteniéndose a veces en una concepción dualista de la persona
humana. Hubo un fuerte influjo del platonismo sobre el cristianismo, y algunos teólogos
fueron condicionados por estas teorías.
El Papa Juan Pablo II en una catequesis sobre la teología del cuerpo denuncia ésta mentalidad errónea
difundida dentro del cristianismo:
Acusar al cuerpo como fuente del mal es una tentación que viene de la tradición maniquea,
nacida del dualismo mazdeísta. El maniqueísmo defiende que la materia es la fuente del mal,
y por esto condena todo aquello que sea corporal, particularmente el sexo, puesto que a
través de la procreación se mantiene el encarcelamiento del alma en la materia… Una actitud
maniquea llevaría a un "aniquilamiento", si no real, al menos intencional del cuerpo, a una
negación del valor del sexo humano, de la masculinidad y feminidad de la persona humana, o,
por lo menos sólo a la "tolerancia" en los límites de la "necesidad" delimitada por la
necesidad misma de la procreación… El modo maniqueo de entender y valorar el cuerpo y la
sexualidad del hombre es esencialmente extraño al Evangelio, no conforme con el significado
exacto de las palabras del sermón de la montaña, pronunciadas por Cristo… Realmente, es en el
corazón donde está el problema: es el corazón el que ha sido trastornado por el pecado, no el
cuerpo. Si el cuerpo parece “rebelde”, es porque el corazón del hombre ha perdido la “rectitud”
de los orígenes (Catequesis, 22 octubre 1980).
“Después del primer milenio, la apertura de Occidente al pensamiento de Aristóteles permite
una visión más evolucionada, equilibrada y “realista” de la relación cuerpo-espíritu.
En el siglo XIII, santo Tomás, integrando sabiamente la visión aristotélica en la antropología
teológica cristiana, elabora una doctrina que permanecerá válida también en los siglos
sucesivos; en ella se afirma la unidad inseparable de alma y cuerpo ––el hombre es un
espíritu encarnado y el cuerpo es la condición de existencia del alma, no ya un obstáculo en el
camino hacia la perfección, el bien y el amor, y lo positivo del cuerpo como lugar donde elegir
el bien y relacionarse con los demás31.
Del Renacimiento a nuestros días
En el Renacimiento asistimos ––en una especie de reacción a una visión negativa y
penitencial de la corporeidad, como esa que se puede relevar en algunos movimientos
pseudos-religiosos de la Edad Media–– a una revalorización del cuerpo humano. El
humanismo renacentista sitúa al hombre en el centro del mundo, en el centro de la creación y
exalta su valor, el aspecto, las formas corpóreas, la fuerza y la inteligencia. Miguel Ángel ––y
otros tantos grandes humanistas del renacimiento–– describe en sus obras la belleza y la bondad
inmanentes del hombre, su forma física y su poder.
Entre el ‘700 y el ‘800 encontramos nuevas corrientes de pensamiento y de producción
artística, como el naturalismo ––que pretende describir “todo lo que es humano”, del cuerpo del
hombre a su vida y a sus pasiones; el romanticismo–– en el cual el sentimiento y la estética
toman el lugar de la razón, en la literatura y en la pintura, para llegar, finalmente, a la edad
contemporánea que exalta la corporeidad humana, al punto de llegar a un verdadero culto
del cuerpo, actitudes que van desde el higienismo al salutismo, del culturismo al estetismo,
etc.32.

31
Che male…, pp. 24-25.
32
En la catequesis sobre la familia del 2007 expusimos los principales eventos e ideologías que concurrieron en la
desestructuración de la familia en nuestros días, por influjo del marxismo materialista en Europa y en Rusia y de un liberalismo

CatequesisȱFamiliaȱ2009ȱ–ȱ1ȱOctubreȱ2009ȱ Páginaȱ9ȱ
El cuerpo en la cultura actual
Nosotros vivimos, pues, en un tiempo en el cual el cuerpo está cada vez más en el centro, cada
vez más percibido en su dimensión física y, al mismo tiempo, estamos perdiendo de vista el
vínculo inescindible del cuerpo con la persona, estamos asistiendo a un desenganche del
cuerpo del espíritu, de la ética, de lo sagrado.
Ya no interesa saber cuál es el significado religioso del cuerpo, su verdad última, su sentido
profundo, nos basta con que esté en buena salud, que impresione, que seduzca.
Y asistimos también a una fase ulterior en este proceso de separación: no solamente el cuerpo se
distancia del espíritu, sino también de la psique, es decir, de los sentimientos, de las
motivaciones, de las decisiones33.
Aquí podríamos recordar el problema ––también psiquiátrico–– de las perversiones sexuales,
de la pedofilia, de los abusos y de la violencia sobre los menores del cual conocemos las
consecuencias negativas, pero quizá podríamos también hablar del erotismo como acentuación
del instinto sexual: hay una realidad que forma parte de nuestro cuerpo que hoy día es tan
enfatizada que llega a convertirse en una obsesión. La obsesión es una idea repetitiva que nos
sale de la cabeza, tan invasiva hasta el punto de provocar estados de ansiedad o acciones
compulsivas. Esta obsesión por el sexo, presente en nuestro tiempo, tiene algo de insólito y de
exagerado34.
En nuestro breve viaje a través de la historia del cuerpo hemos partido del cuerpo “cárcel del
alma”, para descubrir que el cuerpo es instrumento del espíritu, y para llegar al culto del
cuerpo, donde el cuerpo ya no es una realidad espiritual, es el lugar de la experiencia. Y así
hemos pasado del alma que desprecia el cuerpo a un cuerpo sin alma, de un cuerpo sometido
al espíritu a un cuerpo que ya no tiene una dimensión espiritual, porque la felicidad
empieza y termina con el cuerpo y las sensaciones que éste produce35.
El Papa Benedicto XVI me parece que puede concluir este breve excursus histórico con este
texto de su primera encíclica “Deus Caritas est”: “El modo de exaltar el cuerpo que hoy
constatamos resulta engañoso. El eros, degradado a puro «sexo», se convierte en mercancía,
en simple «objeto» que se puede comprar y vender; más aún, el hombre mismo se transforma
en mercancía.
En realidad, nos encontramos ante una degradación del cuerpo humano, que ya no está
integrado en el conjunto de la libertad de nuestra existencia, ni es expresión viva de la totalidad
de nuestro ser, sino que es relegado a lo puramente biológico.” (n. 5). Aparece evidente, hoy
día, la exigencia de devolver un alma al cuerpo del hombre. Es lo que intentaremos hacer,
ayudados por los datos de la Revelación cristiana36.
Jesús y el cuerpo
La novedad extraordinaria es que en Jesucristo Dios tiene un cuerpo: Dios, que es Espíritu,
quiso tener un cuerpo como el nuestro. Decían los Padres de la Iglesia: “Caro cardo salutis”, es
decir, la carne ha llegado a ser el quicio de nuestra salvación. Dios, asumiendo nuestra
propia carne, nos cura, nos sana, nos hace parecidos a Él.
Él se ha revestido en todo ––menos en el pecado–– de nuestra naturaleza humana37 y todo
lo que Él alcanza es curado. A través de un cuerpo de carne ––el cuerpo histórico de Jesús––
Dios anula la distancia entre el cielo y la tierra, así como hoy Él se hace presente en su
Cuerpo eucarístico. Después del evento de la Encarnación, el cuerpo se convierte en el

desenfrenado en los Estados Unidos. Es imposible retomar en esta Catequesis aquellas ideologías, pero es bueno, sobre todo para
los jóvenes, conocerlo para la lucha que están llamados a sostener en la sociedad de hoy.
33
Che male..., p. 31.
34
Observad el boom del mercado de la pornografía, además de los duros programas de televisión mediante el fácil acceso através de
Internet. Si la obsesión se convierte en vicio corre peligro de destruir psicológicamente y espiritualmente un persona, como la droga
(N.d.a.).
35
Che male..., p. 15.
36
Ibidi., p. 33.
37
Así, en la IV Plegaria eucarística: “El cual se encarnó por obra del Espíritu Santo, nació de María la Virgen, y así compartió en
todo nuestra condición humana menos en el pecado”.

CatequesisȱFamiliaȱ2009ȱ–ȱ1ȱOctubreȱ2009ȱ Páginaȱ10ȱ
instrumento a través del cual Él puede comunicarse con los demás, puede transmitir la vida,
puede curar, hasta puede perdonar los pecados. También hoy con su cuerpo Jesús nos
alcanza: el Espíritu en la Eucaristía transforma el pan el cuerpo, entregado por amor.
El cuerpo en la teología de San Pablo
San Pablo cuando escribe a los Tesalonicenses, uno de los primeros textos post-pascuales, se
expresa así: “Que Él, el Dios de la paz, os santifique plenamente, y que todo vuestro ser, el
espíritu, el alma y el cuerpo38, se conserve sin mancha hasta la Venida de nuestro Señor
Jesucristo” (1Ts 5,23). Él habla de pneuma (espíritu), psique (alma) y soma (cuerpo) y parece
casi una antropología: el espíritu es la dimensión trascendente connatural al hombre, la psique
––o alma–– es su mente, su racionalidad, el mundo de sus decisiones, el soma es su realidad
corpórea, estrechamente unida a las anteriores. Todo debe ser custodiado por los creyentes
para el encuentro último con el Señor.
Escribiendo a los Corintios, Pablo les exhorta a glorificar a Dios en su cuerpo, expresándose
con una verdadera y propia “teología del cuerpo”: “…El cuerpo no es para la fornicación,
sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo. Y Dios, que resucitó al Señor, nos resucitará
también a nosotros mediante su poder. ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de
Cristo? ...¿O no sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que está en
vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis? ¡Habéis sido bien comprados!
Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo” (1Co 6,13ss).
El cuerpo del cristiano, desde el momento en que Dios se ha unido a Él en Cristo, ya no es
sencillamente un cuerpo, sino que es miembro del mismo “cuerpo de Cristo”, es templo del
Espíritu Santo, es propiedad de Dios que lo ha salvado y por eso está destinado a la
Resurrección. El cristiano está, pues, llamado a glorificar a Dios en su propio cuerpo ––no
fuera de él o a pesar de él–– y a vivir su propio cuerpo en una continua orientación hacia Él: el
cuerpo, en efecto, es para el Señor.
El cuerpo, para San Pablo, llega a ser el lugar en el cual dar culto a Dios, el lugar del
sacrificio: “Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros
cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual”
(Rm 12,1)39. Nuestro cuerpo de carne es pues casa de Dios, es espacio donde tributarle culto: en
el cristianismo, la corporeidad ya no es un obstáculo para el encuentro con lo divino, sino que es
el templo donde Dios mismo pone su Espíritu y ama habitar40.
La uni-dualidad de la persona
Para concluir, el Papa Benedicto XVI sintetiza bien cuanto hemos expuesto hasta aquí: “La fe
cristiana ha considerado siempre al hombre como uno en cuerpo y alma (uni-dual) en el cual
espíritu y materia se compenetran recíprocamente, adquiriendo ambos, precisamente así,
una nueva nobleza”41.
“Ser uni-dual significa que el alma y el cuerpo son una sola cosa. Carne y espíritu, en esta
concepción, adquieren “una nueva nobleza”; el cuerpo ya no es enemigo del hombre, no es la
cárcel del alma. Por tanto toda acción ya no es solamente un acontecimiento corpóreo, sino un
acto espiritual, involucra los niveles más altos de mi ser. Desde el momento que el cuerpo ya
no es solamente materia o algo exclusivamente biológico, los gestos hechos por él tienen una

38
El Catecismo de la Iglesia católica específica: “A veces se acostumbra a distinguir entre alma y espíritu. Así S. Pablo ruega para
que nuestro ser entero, “el espíritu, el alma y el cuerpo” sea conservado sin mancha hasta la venida del Señor (1Ts 5,23). La Iglesia
enseña que esta distinción no introduce una dualidad en el alma. “Espíritu” significa que el hombre está ordenado desde su creación
a su fin sobrenatural, y que su alma es capaz de ser elevada gratuitamente a la comunión con Dios (CEC 367). La tradición
espiritual de la Iglesia también presenta el corazón en su sentido bíblico de "lo más profundo del ser" (“in visceribus”: Jr 31,33),
donde la persona se decide o no por Dios (CEC 368).
39
En la catequesis de inicio de curso sobre el “valor salvífico del sufrimiento” del 2006 tratamos sobre la enseñanza de la Iglesia
especialmente en la Encíclica “Salvifici doloris” del Papa Juan Pablo II, sobre el culto espiritual en nuestros cuerpos que consiste
en el cumplimiento de la voluntad de Dios tanto en cada situación de sufrimiento, de enfermedad o vejez, como en la donación
de nosotros mismos en el amor y el servir a los otros unidos a Jesucristo.
40
Che male…, p. 45.
41
Benedicto XVI, Deus Caritas est, n. 5.

CatequesisȱFamiliaȱ2009ȱ–ȱ1ȱOctubreȱ2009ȱ Páginaȱ11ȱ
riqueza de significado también psicológica, espiritual, y transmiten mucho más de lo que
parece. Un apretón de manos es un signo de amistad, es un deseo de encuentro, es una
disponibilidad al diálogo, es un interés para conocerte. Más aún, todo gesto hecho al otro toca
no solamente el cuerpo, sino también el espíritu, también su psique: un abrazo no es
solamente la expresión de una exigencia mía o el tocar su exterioridad corpórea, sino que es
alcanzar al otro también en su espíritu, en sus sentimientos. De modo análogo haciendo
violencia física a alguien: no herimos solamente su cuerpo, no herimos solamente su psique,
tocamos su alma42.

Laȱsexualidad:ȱ“hombreȱyȱmujerȱloȱcreó”ȱ
En las Orientaciones educativas “Sexualidad humana: verdad y significado” presentado en la catequesis de
inicio de curso de 1997 se afirma:
El amor y la sexualidad humana43
“El hombre está llamado al amor y al don de sí en su unidad corpóreo-espiritual.
Feminidad y masculinidad son dones complementarios, en cuya virtud la sexualidad humana
es parte integrante de la concreta capacidad de amar que Dios ha inscrito en el hombre y en
la mujer. «La sexualidad es un elemento básico de la personalidad; un modo propio de ser,
de manifestarse, de comunicarse con los otros, de sentir, expresar y vivir el amor humano». «El
cuerpo humano, con su sexo, y con su masculinidad y feminidad visto en el misterio mismo de
la creación, es no sólo fuente de fecundidad y de procreación, como en todo el orden natural,
sino que incluye desde el «principio» el atributo «esponsalicio», es decir, la capacidad de
expresar el amor: ese amor precisamente en el que el hombre-persona se convierte en don y
—mediante este don— realiza el sentido mismo de su ser y existir». Toda forma de amor
tiene siempre esta connotación masculino y femenina (n. 10).
La sexualidad humana es un bien: parte del don que Dios vio que «era muy bueno» cuando
creó la persona humana a su imagen y semejanza, y «hombre y mujer los creó» (Gn 1, 27).
En cuanto modalidad de relacionarse y abrirse a los otros, la sexualidad tiene como fin
intrínseco el amor, más precisamente el amor como donación y acogida, como dar y recibir.
Cuando dicho amor se actúa en el matrimonio, el don de sí expresa, a través del cuerpo, la
complementariedad y la totalidad del don; el amor conyugal llega a ser, entonces, una fuerza
que enriquece y hace crecer a las personas; cuando por el contrario falta el sentido y el
significado del don en la sexualidad, se introduce «una civilización de las "cosas" y no de las
"personas"; una civilización en la que las personas se usan como si fueran cosas. En el
contexto de la civilización del placer la mujer puede llegar a ser un objeto para el hombre, los
hijos un obstáculo para los padres» (n. 11)44.
Pecado original y fomes de la concupiscencia
Hablando de la sexualidad debemos tener siempre presente el desorden introducido por el pecado
original. Así lo expone el Catecismo de la Iglesia Católica:
“La doctrina sobre el pecado original ––vinculada a la de la Redención de Cristo––
proporciona una mirada de discernimiento lúcido sobre la situación del hombre y de su obrar
en el mundo. Por el pecado de los primeros padres, el diablo adquirió un cierto dominio sobre
el hombre, aunque éste permanezca libre. El pecado original entraña "la servidumbre bajo el
poder del que poseía el imperio de la muerte, es decir, del diablo" (cf. Hb 2,14). Ignorar que el
hombre posee una naturaleza herida, inclinada al mal, da lugar a graves errores en el
dominio de la educación, de la política, de la acción social y de las costumbres (CEC 407).
Las consecuencias del pecado original y de todos los pecados personales de los hombres
confieren al mundo en su conjunto una condición pecadora, que puede ser designada con la

42
Che male…, p. 46-47.
43
Pontificio Consejo para la Familia, Sexualidad humana: verdad y significado, Editorial Palabra, Madrid 1996.
44
Sexualidad humana, nn. 10-11.

CatequesisȱFamiliaȱ2009ȱ–ȱ1ȱOctubreȱ2009ȱ Páginaȱ12ȱ
expresión de S. Juan: "el pecado del mundo" (Jn 1,29). Mediante esta expresión se significa
también la influencia negativa que ejercen sobre las personas las situaciones comunitarias y
las estructuras sociales que son fruto de los pecados de los hombres (CEC 408).
Esta situación dramática del mundo que "todo entero yace en poder del maligno" (1Jn 5,19),
hace de la vida del hombre un combate (CEC 409).45
Exponiendo la doctrina sobre el Bautismo, el Catecismo especifica:
Por el Bautismo, todos los pecados son perdonados, el pecado original y todos los pecados
personales así como todas las penas del pecado (CEC 1263).
No obstante, en el bautizado permanecen ciertas consecuencias temporales del pecado, como
los sufrimientos, la enfermedad, la muerte o las fragilidades inherentes a la vida como las
debilidades de carácter, etc., así como una inclinación al pecado que la Tradición llama
concupiscencia, o, metafóricamente, el aliciente del pecado ("fomes peccati"): "La
concupiscencia, dejada para el combate, no puede dañar a los que no la consienten y la
resisten con coraje por la gracia de Jesucristo. Antes bien “el que legítimamente luchare, será
coronado” (2Tm 2,5)" (CEC 1264).
Sobre el sacramento de la Reconciliación después del Bautismo añade:
“…La vida nueva recibida en la iniciación cristiana no suprimió la fragilidad y la debilidad de
la naturaleza humana, ni la inclinación al pecado que la tradición llama concupiscencia, y que
permanece en los bautizados a fin de que sirva de prueba en ellos en el combate de la vida
cristiana ayudados por la gracia de Dios. Esta lucha es la de la conversión con miras a la
santidad y la vida eterna a la que el Señor no cesa de llamarnos (CEC 1426).
No es, pues, la sexualidad en sí la que constituye el problema, el campo de combate, sino nuestro corazón de
donde salen prostituciones, impureza... Este es un campo de combate para toda la vida donde crece y
madura nuestra libre adhesión al Señor, a su Espíritu Santo que viene a echar y a sustituir en nuestro
corazón el poder del maligno seductor, "mentiroso y homicida desde el principio", con su germen de santidad
que nos hace vivir como hijos de Dios y que también hará resucitar nuestros cuerpos.46
Con estas premisas vemos como Karol Woitila en 1969 habla de la sexualidad en su libro "Amor y
responsabilidad"47, un texto de hace casi 50 años que, sin embargo, permanece de gran actualidad y puede
ser una valiosa ayuda para los jóvenes, los novios, las parejas, y también para los presbíteros y catequistas
en su misión de sostén de la familia.
Por límite de tiempo citaré solamente el capítulo sobre la concupiscencia, remitiendo al libro para los
demás aspectos acerca del enamoramiento, la afectividad y la emotividad. Es muy útil para las parejas el
Apéndice del libro: "Sexología y moral" en que se trata de las dificultades en las relaciones conyugales.
LA CONCUPISCENCIA CARNAL48
“La vida en común de dos personas de sexo diferente, implica toda una serie de actos de los
cuales uno es el sujeto y el otro el objeto.
Los problemas que nos interesan en este libro, y sobre todo en este capítulo, nos incitan a mirar
también los actos externos, tanto como los internos. Ya dos mandamientos del Decálogo, el
sexto (“No cometerás adulterio”) y el nono (“No desearás la mujer de tu prójimo”) llaman
la atención sobre ellos. Se trata de actos que tienen por objeto la persona de sexo diferente, la
persona y no su sexo. La diferencia de sexos crea solamente un problema de moral particular.

45
“A través de toda la historia del hombre se extiende una dura batalla contra los poderes de las tinieblas que, iniciada ya desde el
origen del mundo, durará hasta el último día según dice el Señor. Inserto en esta lucha, el hombre debe combatir continuamente para
adherirse al bien, y no sin grandes trabajos, con la ayuda de la gracia de Dios, es capaz de lograr la unidad en sí mismo” (Nota a CEC
409).
46
Cf. Nota 27
47
El texto citado por mí ha sido tomado de la III edición italiana (la primera edición es del 1969): Karol Wojitila, Amor
y responsabilidad, Palabra, Madrid 2008.
48
Amor y responsabilidad, pp. 151-154.

CatequesisȱFamiliaȱ2009ȱ–ȱ1ȱOctubreȱ2009ȱ Páginaȱ13ȱ
Mientras que la persona habría de ser objeto de amor, el sexo que se manifiesta sobre todo en
el cuerpo, y que, por este hecho, excita los sentidos, abre camino a la concupiscencia. La
concupiscencia carnal está estrechamente ligada a la sensualidad. El análisis de la sensualidad
nos ha demostrado que la concupiscencia es reacción ante el cuerpo en cuanto objeto posible
de placer. Reaccionamos ante los valores sexuales del cuerpo mediante los sentidos y esta
reacción está “orientada”. Sin embargo, no se identifica con la concupiscencia. No hace
más que dirigir el psiquismo del sujeto hacia esos valores “interesándose” por ellos, incluso
“absorbiéndose” en ellos. Es sumamente fácil pasar de esta primera etapa a la reacción
sensual de la etapa siguiente, que es ya la concupiscencia.
En el caso de la concupiscencia, el sujeto se dirige netamente hacia esos valores. Algo hay en
él que comienza a tender hacia ellos, a apegárseles, y se dispara un proceso impetuoso que le
lleva a querer finalmente esos valores. La concupiscencia carnal no es todavía ese querer,
pero tiende a irlo siendo. Esta facilidad bien perceptible de pasar de una etapa a otra, del
interés al deseo, del deseo al querer, está en el origen de grandes tensiones en la vida interior
de la persona; ahí está el campo de acción de la virtud de la continencia.
La concupiscencia busca su satisfacción en el cuerpo y en el sexo por medio del deleite. Tan
pronto como lo ha obtenido, toda actitud del sujeto respecto del objeto termina y el interés
desaparece hasta el momento en que el deseo de despertará de nuevo. La sensualidad se agota
en la concupiscencia. En el mundo animal, en el que el instinto de procreación normalmente
asociado al de conservación de la especia regula vida sexual, semejante final de reacción de
concupiscencia no entraña ningún inconveniente. En el mundo de las personas, por el
contrario, surge en tal ocasión un grave peligro de naturaleza moral.49
La concupiscencia carnal empuja, y con mucha fuerza, al acercamiento de los cuerpos, a la
convivencia sexual; pero no unen al hombre y a la mujer como personas humanas, no
constituyen el valor que deriva de la unión de dos personas, no representan el amor en el
verdadero sentido de la palabra (es decir, en el sentido ético). Al contrario, la cercanía carnal
y la convivencia sexual, nacidas como efecto exclusivo de la concupiscencia carnal,
representan la negación del amor entre personas humanas, porque en su base se encuentra,
tan característica por la pura sensualidad, la reacción hacia el "goce". Es necesario que esta
reacción esté incluida en la honesta y justa actitud hacia la persona humana ––y esto es
precisamente lo que se llama integración.50
LA ESTRUCTURA DEL PECADO
Hay que recalcar que, desde el punto de vista de la estructura del pecado…, ni la sensualidad,
ni el deseo carnal, solos, no son pecado.
Así mismo, la teología, fundándose en la Revelación, considera la concupiscencia como una
consecuencia del pecado original… La verdad sobre el pecado original explica ese mal
fundamental y universal que nos impide amar simple y universalmente, transformando el
amor de la persona en deseo de goce.
El límite entre el actual deseo sensual y el querer es, con todo, distinto… La concupiscencia
del cuerpo, que intenta continuamente arrastrar a la voluntad a franquear ese límite, ha sido
con justo título llamada “tea del pecado”. Desde el momento en que la voluntad consiste, en
que empieza a querer lo que está pasando en la sensualidad y a aceptar el deseo carnal, el
hombre comienza a actuar él mismo, interiormente desde luego ––por ser la voluntad la
fuente inmediata51 de los actos internos––, exteriormente en seguida. Aquí comienza el
pecado.

49
Se multiplican en la televisión los programas de estudio sobre el comportamiento sexual de los animales. El estudio científico en
sí mismo puede ser encomiable, sin embargo no lo es cuando es presentado casi como un modelo o como coartada del
comportamiento sexual del hombre.
50
Ibid., p. 110
51 “Dios dijo a Caín: ¿No es cierto que si obras bien podrás alzarlo [tu rostro]? Mas, si no obras bien, a la puerta está el pecado
acechando como fiera que te codicia, y a quien tienes que dominar” (Gn 4,7). También Jesús afirma: “Lo que sale del hombre, eso
es lo que contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos,

CatequesisȱFamiliaȱ2009ȱ–ȱ1ȱOctubreȱ2009ȱ Páginaȱ14ȱ
Gracias a este dinamismo, la reacción de la sensualidad sigue su curso, incluso en el caso en
que la voluntad no solamente no consienta, sino que se oponga. Un acto de voluntad dirigido
contra el despertar de la sensualidad no tiene en general un efecto inmediato. De ordinario, la
reacción de la sensualidad prodiga hasta el fin dentro de su propia esfera psíquica, es decir,
dentro de la esfera sensual, a pesar de que, en la esfera volitiva, haya encontrado neta oposición.
Nadie puede exigirse a sí mismo que las reacciones de la sensualidad no se manifiesten en
él ni que cedan desde que la voluntad rehúsa el consentir, incluso opone su repulsa. Esto es
importante para la práctica de la virtud de la continencia.
“No querer” es diferente de “no sentir”, “no experimentar”.
Este subrayado es importante sobretodo para los adolescentes y para los jóvenes, pero también para
nosotros los adultos: hay algunos que se escandalizan de los impulsos de la carne hacia el otro sexo o de los
pensamientos impuros, sin aceptar en el fondo nuestra condición de personas sexuadas: la Tradición de la
Iglesia ha enseñado siempre a distinguir el motu primo (el impulso sexual instintivo de atracción hacia el
otro sexo) del motu secundo, que es consentir el primer instintivo impulso sin dominarlo e integrarlo en la
propia realidad de persona. Esta confusión lleva a algunos (casados o a veces también jóvenes presbíteros) a
ceder las armas frente a los impulsos instintivos, pensando erróneamente que jamás conseguirá dominarlos.
Lo dicho vale también para los que tengan tendencias homosexuales.
“Por esto, analizando la estructura del pecado, conviene no atribuir demasiada importancia a
la sensualidad y a la concupiscencia del cuerpo. La mera reacción espontánea de la
sensualidad, el mero reflejo de la concupiscencia, no son un pecado y no lo serán a no ser que
la voluntad intervenga. La voluntad conduce al pecado cuando está mal orientada, cuando se
deja guiar por la falsa concepción del amor. En esto consiste la tentación, que abre el camino al
“amor culpable”.
El pecado nace entonces del hecho de que el hombre rehúsa subordinar el sentimiento a la
persona y al amor, y de que, en cambio, le subordina al sentimiento.
El subjetivismo de los valores nos propone otra sugestión: es bueno lo que es agradable. La
tentación del placer y de la voluptuosidad reemplaza entonces a la visión de una verdadera
felicidad.
EL VERDADERO SIGNIFICADO DE LA CASTIDAD
No se puede comprender la castidad más que con relación a la virtud del amor. Tiene ella la
misión de liberar el amor de la actitud de placer egoísta.
La castidad es la “transparencia” de la interioridad, sin la cual el amor no es amor y no lo
será hasta que el deseo de gozar no esté subordinado a la disposición para amar en todas
circunstancias.
Con mucha frecuencia, se entiende la castidad como un freno ciego de la sensualidad de los
impulsos carnales, que rechaza los valores del cuerpo y del sexo hacia lo subconsciente,
donde esperan la ocasión de explotar. Es una falsa concepción de la castidad. Si no se la
practica más que de esta manera, la castidad crea realmente el peligro de semejantes
“explosiones”. A causa de esta opinión (que es falsa), se piensa muchas veces que la virtud de
la castidad tiene un carácter puramente negativo, que no es más que una serie de “no”.
Al contrario, desde luego es un “sí” de que en seguida resultan los “no”.
La esencia de la castidad consiste en no dejarse “distanciar” por el valor de la persona y en
realzar a su nivel toda reacción ante los valores del cuerpo y del sexo. Ello exige un esfuerzo
interior y espiritual52 considerable porque la afirmación del valor de la persona no puede ser

asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidades
salen de dentro y contaminan al hombre” (Mc 7,20ss).
52
La castidad comporta un aprendizaje del dominio de sí, que es una pedagogía de la libertad humana. La alternativa es clara: o el
hombre controla sus pasiones y obtiene la paz, o se deja dominar por ellas y se hace desgraciado. "La dignidad del hombre
requiere, en efecto, que actúe según una elección consciente y libre, es decir, movido e inducido personalmente desde dentro y no
bajo la presión de un ciego impulso interior o de la mera coacción externa. El hombre logra esta dignidad cuando, liberándose de toda

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más que el fruto del espíritu. Lejos de ser negativo y destructor, este esfuerzo es positivo y
creativo “desde dentro”. No se trata de destruir los valores del cuerpo y del sexo en la
conciencia rechazando su experiencia hacia lo subconsciente, sino de realizar una integración
duradera y permanente: los valores del cuerpo y del sexo han de ser inseparables del valor
de la persona.
La castidad verdadera no puede conducir al menosprecio del cuerpo ni a la depreciación del
matrimonio y de la vida sexual. Es el resultado de una castidad falseada, y hasta cierto punto
hipócrita, y más aún de la impureza. No se puede reconocer ni experimentar el pleno valor del
cuerpo y del sexo más que a condición de haber realzado estos valores al nivel del valor de la
persona.53 Y esto es precisamente esencial y característico de la castidad. Así que únicamente
un hombre y una mujer castos son capaces de experimentar un verdadero amor.
La castidad no conduce en modo alguno al desprecio del cuerpo, pero sí que implica una cierta
humildad o modestia.
El cuerpo humano ha de ser humilde ante esa grandeza que es la persona, porque ésta es la
que da la medida al hombre. Y el cuerpo humano ha de ser humilde ante la grandeza del amor,
ha de subordinársele, y es la castidad la que lleva a esta sumisión. Sin la castidad, el cuerpo no
está subordinado al verdadero amor, sino que, por el contrario, trata de imponerle sus leyes,
de dominarlo: el deleite carnal en el que son vividos en común los valores del sexo, se arroga
el papel esencial en el amor de las personas, y es así como lo destruye. He aquí por qué la
humildad del cuerpo es necesaria.

La educación a la sexualidad
En continuidad con la enseñanza del Papa Juan Pablo II, el Papa Benedicto XVI en la Encíclica “Deus
Caritas est”, exponiendo el Misterio del Amor de Dios y el amor humano, afirma:
“Resulta así evidente54 que el eros necesita disciplina y purificación para dar al hombre, no el
placer de un instante, sino un modo de hacerle pregustar en cierta manera lo más alto de su
existencia, esa felicidad a la que tiende todo nuestro ser” (DCE, n. 4).
La educación a la sexualidad
“Ciertamente, el eros quiere remontarnos «en éxtasis» hacia lo Divino, llevarnos más allá
de nosotros mismos, pero precisamente por eso necesita seguir un camino de ascesis,
renuncia, purificación y recuperación” (DCE, 5).
“Esto no es rechazar el eros ni «envenenarlo», sino sanearlo para que alcance su verdadera
grandeza” (DCE, 5).
Eso significa que eros tiene que entablar amistad con ágape, debe transformarse hasta unirse
y hacerse madura en agape. Eso significa, para quedarnos en nuestro discurso, que nuestro
cuerpo ––con todo lo que posee de natural y de positivo–– debe unirse a nuestro espíritu,
colaborar con él hasta convertirse en un cuerpo abierto al espíritu. De este modo, también la
unión sexual, paradójicamente, puede convertirse en un momento de profunda y recíproca
donación, un momento donde hacer crecer la confianza mutua encomendándose el uno al
otro, superando la mera satisfacción física o la simple exigencia biológica.

esclavitud de las pasiones, persigue su fin en la libre elección del bien y se procura con eficacia y habilidad los medios adecuados"
(CEC 2339).
“La castidad tiene unas leyes de crecimiento; éste pasa por grados marcados por la imperfección y, muy a menudo, por el
pecado. Pero, el hombre, llamado a vivir responsablemente el designio sabio y amoroso de Dios, es un ser histórico que se
construye día a día con sus opciones numerosas y libres; por esto él conoce, ama y realiza el bien moral según las diversas etapas de
crecimiento" (CEC 2343).
53
Hay que poner en guardia a nuestros jóvenes de las "relaciones virtuales" que establecen a menudo ingenuamente a través de
Internet (el "chat"). A parte el peligro que suponen estas relaciones, tal y como ha sido denunciado por muchas partes; por ejemplo
respecto a "Facebook" u otros parecidos, estas relaciones nunca son personales, no pueden sustituir el encuentro y una relación con
personas reales.
54“Los antiguos griegos dieron el nombre de eros al amor entre hombre y mujer, que no nace del pensamiento o la voluntad, sino
que en cierto sentido se impone al ser humano (Benedicto XVI, Deus Caritas est, n. 3).

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A esto, el hombre, en cuanto ser uni-dual, está llamado: a vivir aquella unidad de alma y
cuerpo, de eros y ágape, de espíritu y materia, que se llama alegría, bienaventuranza, plenitud
de vida: “El hombre es realmente él mismo cuando cuerpo y alma forman una unidad íntima; el
desafío del eros puede considerarse superado cuando se logra esta unificación. Si el hombre
pretendiera ser sólo espíritu y quisiera rechazar la carne como si fuera una herencia
meramente animal, espíritu y cuerpo perderían su dignidad. Si, por el contrario, repudia el
espíritu y por tanto considera la materia, el cuerpo, como una realidad exclusiva, malogra
igualmente su grandeza” (DCE, 5).
La Iglesia recuerda a los padres los derechos-deberes para transmitir a sus propios hijos una educación
sexual integrada en el amor mutuo antes que la reciban deformada de los compañeros o del colegio:
LOS DERECHOS-DEBERES DE LOS PADRES EN LA EDUCACIÓN SEXUAL DE
LOS HIJOS55
En la Familiaris consortio, el Santo Padre Juan Pablo II lo reafirma: «El derecho-deber
educativo de los padres se califica como esencial, relacionado como está con la transmisión de
la vida humana; como original y primario, respecto al deber educativo de los demás, por la
unicidad de la relación de amor que subsiste entre padres e hijos; como insustituible e
inalienable y que, por consiguiente, no debe ser ni totalmente delegado ni usurpado por otros»,
salvo el caso, al cual se ha hecho referencia al inicio, de la imposibilidad física o psíquica.
Esta doctrina se apoya en la enseñanza del Concilio Vaticano II y ha sido proclamada también
por la Carta de los Derechos de la Familia: «Por el hecho de haber dado la vida a sus hijos, los
padres tienen el derecho originario, primario e inalienable de educarlos; ellos... tienen el
derecho de educar a sus hijos conforme a sus convicciones morales y religiosas».
Este derecho implica una tarea educativa: si de hecho no imparten una adecuada formación
en la castidad, los padres abandonan un preciso deber que les compete; y serían culpables
también, si tolerasen una formación inmoral o inadecuada impartida a los hijos fuera del hogar.
No podemos olvidar, de todas maneras, que se trata de un derecho-deber, el de educar en la
sexualidad, que los padres cristianos en el pasado han advertido y ejercitado poco,
posiblemente porque el problema no tenía la gravedad actual: o porque su tarea era en
parte sustituida por la fuerza de los modelos sociales dominantes y, además, por la suplencia
que en este campo ejercían la Iglesia y la escuela católica. Por esto, la Iglesia considera como
deber suyo contribuir, con este documento, a que los padres recuperen la confianza en sus
propias capacidades y ayudarles en el cumplimiento de su tarea.
Los padres: padre y madre están llamados a asumir sus roles. Hoy se ha creado una confusión de papeles.
El padre declina fácilmente su responsabilidad de educador de los hijos a la madre, sobre la cual recae todo
el peso de la educación de los hijos, con consecuencias muy negativas. Los hijos tienen necesidad de las
dos figuras del padre y de la madre.
“Como la experiencia enseña, la ausencia del padre provoca desequilibrios psicológicos y
morales, además de dificultades notables en las relaciones familiares, como también, en
circunstancias opuestas, la presencia opresiva del padre, especialmente donde todavía está
vigente el fenómeno del «machismo», o sea, la superioridad abusiva de las prerrogativas
masculinas que humillan a la mujer e inhiben el desarrollo de sanas relaciones familiares.
Revelando y reviviendo en la tierra la misma paternidad de Dios (cf. Ef 3,15), el hombre
está llamado a garantizar el desarrollo unitario de todos los miembros de la familia. Realizará
esta tarea mediante una generosa responsabilidad por la vida concebida junto al corazón de la
madre, un compromiso educativo más solícito y compartido con la propia esposa (cf.
Gaudium et spes, 52), un trabajo que no disgregue nunca la familia, sino que la promueva en
su cohesión y estabilidad, un testimonio de vida cristiana adulta, que introduzca más

55
Sexualidad humana, 41-47.

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eficazmente a los hijos en la experiencia viva de Cristo y de la Iglesia” (De Familiaris
consortio, 25).
El pudor y la modestia56
La práctica del pudor y de la modestia, al hablar, obrar y vestir, es muy importante para
crear un clima adecuado para la maduración de la castidad, y por eso han de estar
hondamente arraigados en el respeto del propio cuerpo y de la dignidad de los demás. Como se
ha indicado, los padres deben velar para que ciertas modas y comportamientos inmorales no
violen la integridad del hogar, particularmente a través de un uso desordenado de los mass
media.
Según lo que apunté otros años, es tarea de los padres vigilar para que las hijas vistan de modo decente
sobre todo para participar en la Celebración de la Eucaristía en Comunidad. Las hijas pueden no ser
conscientes de que pueden estimular los apetitos sexuales con una cierta manera de vestirse y de
maquillarse, exponiéndose a graves peligros, como nos llegan de las crónicas, pero los padres lo saben y
tienen la misión de educarlas. Esto vale también para los hijos.57

Las dos vocaciones al amor: el matrimonio y la virginidad


La vocación a la virginidad y al celibato58
La Revelación cristiana presenta dos vocaciones al amor: el matrimonio y la virginidad. No
raramente, en algunas sociedades actuales están en crisis no sólo el matrimonio y la familia,
sino también las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa. Las dos situaciones son
inseparables: «cuando no se estima el matrimonio, no puede existir tampoco la virginidad
consagrada; cuando la sexualidad humana no se considera un valor donado por el Creador,
pierde significado la renuncia por el Reino de los Cielos».
A la disgregación de la familia sigue la falta de vocaciones; por el contrario, donde los padres
son generosos en acoger la vida, es más fácil que lo sean también los hijos cuando se trata de
ofrecerla a Dios: «Es necesario que las familias vuelvan a expresar el generoso amor por la
vida y se pongan a su servicio, sobre todo acogiendo, con sentido de responsabilidad unido a
una serena confianza, los hijos que el Señor quiera donar»; y lleven a feliz cumplimiento esta
acogida no sólo «con una continua acción educativa, sino también con el debido compromiso de
ayudar, sobre todo, a los adolescentes y a los jóvenes, a descubrir la dimensión vocacional de
cada existencia, dentro del plan de Dios... La vida humana adquiere plenitud cuando se
hace don de sí: un don que puede expresarse en el matrimonio, en la virginidad consagrada,
en la dedicación al prójimo por un ideal, en la elección del sacerdocio ministerial. Los padres
servirán verdaderamente la vida de sus hijos si los ayudan a hacer de su propia existencia un
don, respetando sus opciones maduras y promoviendo con alegría cada vocación, también la
religiosa y sacerdotal».

56
Sexualidad humana, n. 56.
57
En la catequesis sobre la “Transmisión de la fe a los hijos” hacía presente: “Hay que seguir y cuidar a las hijas de
modo particular. En la sociedad en la que vivimos, con la agresividad constante en los medios de comunicación, en la
publicidad, en las modas, es fácil que las hijas, para no sentirse en dificultad con las amigas y con los compañeros de la
escuela o del instituto, quieran adecuarse al estilo de las otras chicas. Las hijas, en efecto, adoptando modas y
costumbres del tiempo en la forma de vestir, actúan muchas veces ingenuamente, sin saber que ciertas actitudes y
ciertas modas son tentadoras para los chicos. Los padres están llamados a ser realistas, y a hablar a las hijas de los
peligros a los que se exponen con ciertos comportamientos o ciertas formas de vestir (con minifaldas exageradas u
ombligos descubiertos) si no quieren toparse luego con la sorpresa de verlas un día embarazadas o, peor aún, descubrir
que han abortado. La mentalidad corriente de falso sentido de la libertad no es propia de los cristianos, llamados a ser
un signo de pueblo sacerdotal, consagrado a Dios, con una misión de salvación para esta generación. Adecuarse al
mundo, a las modas, es traicionar la llamada y la elección del Señor sobre nosotros y sobre nuestras familias, y por
consiguiente, sobre nuestros hijos y nuestras hijas. Sobre todo los padres cuiden que las hijas vayan vestidas de modo
decente y digno cuando participan en las Celebraciones de la Comunidad.
58
Sexualidad humana, n. 34.

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Elȱnoviazgoȱ

Preparación remota:
El Catecismo de la Iglesia Católica respecto a la preparación remota al matrimonio dice:
“Para que el "Sí" de los esposos sea un acto libre y responsable, y para que la alianza
matrimonial tenga fundamentos humanos y cristianos sólidos y estables, la preparación para el
matrimonio es de primera importancia: El ejemplo y la enseñanza dados por los padres y
por las familias son el camino privilegiado de esta preparación. El papel de los pastores y de
la comunidad cristiana como "familia de Dios" es indispensable para la transmisión de los
valores humanos y cristianos del matrimonio y de la familia, y esto con mayor razón en nuestra
época en la que muchos jóvenes conocen la experiencia de hogares rotos que ya no aseguran
suficientemente esta iniciación. “Los jóvenes deben ser instruidos adecuada y
oportunamente sobre la dignidad, tareas y ejercicio del amor conyugal, sobre todo en el
seno de la misma familia, para que, educados en el cultivo de la castidad, puedan pasar, a la
edad conveniente, de un honesto noviazgo vivido al matrimonio (GS 49)” (CEC 1632).

Preparación próxima:
El noviazgo se puede comparar a un tiempo de noviciado59: en algunas regiones se comienza el
transcurso del noviazgo oficial con una bendición prevista por la Iglesia60 junto con las dos
familias. Se trata de un tiempo importante y decisivo para la propia vida para vivir con
serenidad, y en una particular comunión con Dios para que guíe los pasos de los dos en el
conocimiento mutuo, en la serenidad, en la verdad, manifestando además de las virtudes,
también los propios límites y defectos.
Noviazgo: castidad y relaciones prematrimoniales
La libertad en la relación61
Cuando empieza una historia de amor no sabemos si tendrá futuro, si se coronará con un
matrimonio. El noviazgo sirve precisamente para poder hacer este discernimiento: dos
personas pueden recorrer un trecho de camino juntos, conocerse, amarse cada vez más
profundamente y descubrir el gozo de un deseo y de una llamada a compartir con el otro su
propia vida.
Pero también se puede dar el caso de que el partner sea una buena persona a la cual siento que
quiero mucho, con el cual he crecido a lo largo del camino recorrido, pero sin que surjan
aquellos ulteriores elementos que llevan a pensarnos juntos para toda la vida: en el caso que
descubriéramos que nos queremos mucho pero que no estamos hechos para estar juntos toda
la vida deberíamos tener la posibilidad de romper con serenidad este vínculo que de todas
formas se aun así se ha revelado importante: podemos quedar como amigos, pero la vida nos ha
reservado otros caminos: aun con una cierta dosis de sufrimiento, podemos afrontar con
suficiente serenidad este cambio y mantener un recuerdo positivo de la experiencia vivida y de
la persona encontrada.
Esta es la “libertad en la relación”: la experiencia del noviazgo debería ser como una especie
de “puerta giratoria”: tengo que poder entrar en esta relación y tengo que poder salir de ella
(porque no sé desde el comienzo si será la relación que llevará al matrimonio) con suficiente
libertad, en el momento justo, guardando el recuerdo de una experiencia constructiva, sin que el

59
El noviciado en la Vida Consagrada (Religiosa) es un tiempo de oración intensa, de reflexión, de prueba, ayudados
por un Director espiritual (llamado normalmente Maestro) para discernir juntos si la vocación es auténtica, si viene de
Dios o si, al contrario, es provocada por otros motivos. Al final del Noviciado, que puede durar un año o dos, el
aspirante a la vida consagrada tendrá la confirmación o no de su llamada por parte de los formadores.
60
Ritual Romano, Bendicional, Cap XVII: “Bendición a los novios”, nn. 606-627.
61
Che male…?, p. 154 ss.

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dolor asociado a esta conclusión se convierta en algo traumático. Eso es posible si se han
custodiado los justos niveles de comunicación.
Las relaciones sexuales en el tiempo del noviazgo reducen notablemente esta libertad, por
que las personas están implicadas a un nivel muy profundo y hablan una dimensión física que
va más allá de la que es la relación real.
A veces sucede que los dos partners lleguen a comprender que ya no pueden seguir estando
juntos, pero la implicación sexual que han instaurado no les deja libres para cerrar esta
relación. En muchos casos, esa “puerta giratoria” se convierte en una puerta bloqueada: para
salir es necesario desquiciarla, haciéndose a menudo mucho daño.
De modo particular para la mujer ––especialmente en una relación donde por primera vez se
ha entregado totalmente a sí misma en la relación sexual–– llegue a ser difícil aceptar que el
bien precioso de la virginidad haya sido donado en una relación que no continuará; y se
hace todo lo posible para que el fracaso no acontezca: se empieza con el “nos tomamos un
poco de tiempo” para después volver juntos por algún mes; luego viendo que todavía no
funciona se toma otro tiempo, y así siempre: se convierten en relaciones de “acordeón” en un
vaivén donde ya faltan unos presupuestos y unas motivaciones para quedar juntos para
permanecer juntos pero falta también el valor para decirse a sí mismos: ¡basta ya!. Este
vaivén puede durar también durante meses o años hasta el punto en que la relación termina
por exasperación: se sufre mucho y se hace fatigoso, sino imposible poder mantener la
relación de amistad con la persona con la que estaba. Precisamente motivado por el nivel de
intimidad alcanzado (tocar el cuerpo es tocar a la persona) no correspondiente a la verdad
de la relación, en muchos casos permanece la amargura interior que nace de la sutil percepción
de haber sido “usados”, amargura que a menudo se transforma en rabia, cerrazón: se hace
difícil recordar la experiencia como algo constructivo, y quizá solamente después de mucho
tiempo se puedan recuperar algunos aspectos.62
La calidad en la relación
Es, pues, fundamental interrogarse sobre la real calidad y consistencia de la relación
afectiva que estoy viviendo, la cual tiene que ser analizada con algunos criterios para darse
cuenta si tengo entre manos algo realmente precioso (podemos emplear la imagen del oro) o
lago que se le parece (que brilla) pero no tiene la consistencia que pensaba.
No es tan insólito sentir que emerge, después de un tiempo que se ha empezado una relación, la
cuestión crucial respecto a las relaciones sexuales: en algunas parejas uno de los dos toma la
iniciativa y si el otro manifiesta reticencia o perplejidad, llega la explicita aclaración: “yo
siento que te quiero mucho, que tu lo eres todo para mi, pero si no vivimos también este aspecto
(relaciones sexuales) no sé si debería continuar con esta historia”. Frases como está o
similares, traducidas significan que, de hecho, “la relación sexual con ella es más importante
que tú”: en efecto, si no la puedo obtener estoy dispuesto a perder toda la relación contigo.
El hecho de tener relaciones sexuales en el noviazgo no es un derecho para nadie: se trata más
bien de recorrer un camino, para individuar juntos los valores y buscar las motivaciones que
están a la base de la relación, de manera que pueda crecer sobre cimientos sólidos: “si te digo
que no, es sólo porque quiero custodiar nuestra relación afectiva: te quiero de verdad mucho y
deseo hacer crecer este amor”. Una renuncia a este nivel, basada en la reflexión y en los
valores, es el signo de que la persona estaba de verdad empeñada en construir un futuro para la
pareja.63
La castidad y el llegar vírgenes al matrimonio es signo y manifestación de un amor que madura en el
sentido justo, en el dominio de sus propios instintos, en el respeto hacia la persona del otro, de su
diversidad y alteridad. Seria bueno proponer a nuestros hijos figuras de jóvenes santos que combatieron la

62
Desafortunadamente la cultura de nuestra sociedad incita y favorece las relaciones sexuales libres, ignorando los dramas y las
heridas que se favorecen: muchos jóvenes después de varios intentos de relaciones sexuales en busca del amor auténtico y de la
felicidad, constatando el haber sido utilizados, creen que el amor al que aspiran no es posible y se refugian en la pornografía, o en
el alcohol, o en la droga para olvidar este fracaso existencial en la aspiración al amor. A menudo estas desilusiones amorosas
provocan reacciones violentas como el abuso, la violación del ex-amante o incluso, también el homicidio.
63
Che male…?, pp. 154-159.

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batalla de la virginidad y vencieron con la ayuda del Señor hasta dar su vida por amor al prójimo: Entre los
tantos cito la figura de Santa María Goretti64 y el nuevo redescubrimiento de san Luis Gonzaga.65
Respecto a la elección del marido y de la mujer San Juan Crisóstomo aconseja:
“Cuando haga pesquisas buscando un marido, reza. Di a Dios: `Dispón a quien Tú quieras´.
Pon el asunto en sus manos y, honrado por esta distinción que le otorgas, te responderá. Dos
cosas hay que hacer: ponerlo en sus manos y buscar a uno tal como Él lo desea: honrado y
casto”66.
Subrayo estos dos consejos de San Juan Crisóstomo: es importante pedir a Dios pero también buscarlo: las
dos cosas son importantes, evitando una actitud demasiado pasiva que impide a algunos jóvenes casarse con
la tentación de vivir refugiado en su propia vida.
“El noviazgo es el tiempo del “discernimiento” en este sentido rigurosamente teológico:
discernir la voluntad de Dios acerca de la mujer/el hombre que Dios quiere donarme como
esposa/esposo.
El dicho de Jesús: “Lo que Dios ha unido…” hay que tomarlo en toda la verdad de lo que dice:
el vínculo conyugal está establecido por el Padre mismo mediante el signo sacramental, siempre
–suppositis supponendis– eficaz. Y ésta es la razón más profunda de la fidelidad y la
indisolubilidad matrimonial.
Ya que el sacramento es celebración que atañe a personas concretas, es Dios mismo el que une
a Juan y María, a Pedro y Marta… es decir: es Dios mismo que mediante los signos
sacramentales dona a María y a Juan, recíprocamente, Pedro a Marta. Y sólo Dios puede
realizar en raíz semejante don, ya que –según enseña Pablo– nosotros no nos pertenecemos.
María, Marta, Juan… asienten ser donados [consentimiento matrimonial].
Sobre la base de esta doctrina católica del matrimonio pienso que se pueda y se deba hablar de
una “vocación de Juan a ser marido de María y viceversa” [como Tobías estaba
“destinado” a Raquel].
Los dones de Dios en efecto tienen, todos, su origen en su amor eterno”.67
Los Padres tienen la misión de ayudar a sus hijos para que sepan distinguir el enamoramiento, tal vez
desencadenado por la atracción o seducción física, sexual, del amor a una persona concreta que comporta
una relación profunda y duradera. La insistencia por parte de los padres y catequistas para que los jóvenes
encuentren un novio o una novia del Camino es para facilitar una comunicación de la vida matrimonial y
de la familia descubiertos en la iniciación cristina. Eso no quita la posibilidad de casarse con alguien que
vive la fe en algún movimiento o nueva realidad aprobados por la Iglesia, pero ciertamente hay que
desaconsejar una relación con un pagano (a menos que acepte entrar en la Iglesia) y a un más
desaconsejar una relación con jóvenes de otra fe o religiones.
Por lo que concierne a la elección del cónyuge el Papa Pío XI en la Carta Encíclica “Casti Connubi”
afirma:
“A la preparación próxima de un buen matrimonio pertenece de una manera especial la
diligencia en la elección del consorte, porque de aquí depende en gran parte la felicidad o
la infelicidad del futuro matrimonio, ya que un cónyuge puede ser al otro de gran ayuda para
llevar la vida conyugal cristianamente, o, por lo contrario, crearle serios peligros y
dificultades. Para que no padezcan, pues, por toda la vida las consecuencias de una imprudente

64
Maria Goretti, di Dino de Carolis, Ed. San Paolo 2008. Una muchacha que vivió en situaciones de extrema pobreza, emigración,
profundamente unida a Jesucristo, a quien expresó sus sentimientos durante su vida de servicio y de amor, llega a ser mártir por
la pasión de un jovenzuelo que la rodeaba de atenciones desde hacía tiempo y le asegurará el perdón y su amor al asesino que se
convertirá.
65
Ribelle di Dio (San Luigi Gonzaga), di Giorgio Papasogli, Ed. Ancora, Milán 1991: “El autor ha sido capaz de delinear el perfil de
San Luis Gonzaga hasta tal punto de rescatar al santo de los “convencionalismos artificiales y de sentido único” de una hagiografía
que lo había alejado casi del todo de la juventud, de la que fue proclamado modelo y protector” (en la contraportada).
66
Juan Crisóstomo, La educación de los hijos y el matrimonio, Ed. Ciudad Nueva, Madrid 1997, p. 150.
67
El texto citado es del Card. Carlo Cafarra en respuesta a una consulta mía en agosto de 2005 sobre la vocación personal al
matrimonio. Al final de las palabras, concluye: “Lo expuesto arriba no se encuentra en el Magisterio, que se limita siempre a las
afirmaciones fundamentales. Pero es plenamente coherente con la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio, y por tanto puede
ser enseñado. Es el famoso argumento “ex analogía fidei”.

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elección, deliberen seriamente los que deseen casarse antes de elegir la persona con la que
han de convivir para siempre; y en esta deliberación tengan presente las consecuencias que se
derivan del matrimonio: en orden, en primer lugar, a Dios y a la verdadera religión de Cristo,
y además en orden a sí mismo, al otro cónyuge, a la futura prole y a la sociedad humana y civil,
que nace del matrimonio como de su propia fuente. Imploren con fervor el auxilio divino para
que elijan según la prudencia cristiana, no llevados por el ímpetu ciego y sin freno de la pasión,
ni solamente por razones de lucro o por otro motivo menos noble, sino guiados por un amor
recto y verdadero y por un afecto leal hacia el futuro cónyuge, buscando en el matrimonio,
precisamente, aquellos fines para los cuales Dios lo ha instituido. No dejen, en fin, de pedir
para dicha elección el prudente y tan estimable consejo de sus padres, a fin de precaver,
con el auxilio del conocimiento más maduro y de la experiencia que ellos tienen en las cosas
humanas, toda equivocación perniciosa y para conseguir también más copiosa la bendición
divina prometida a los que guardan el cuarto mandamiento. "Honra a tu padre y a tu madre (que
es el primer mandamiento en la promesa) para que te vaya bien y tengas larga vida sobre la
tierra" (Pío XII, Casti Connubii, 44).

El sacramento del matrimonio


El amor conyugal68
La unión matrimonial se caracteriza por la voluntad de donación personal íntima, a la que
llamamos amor. El Concilio Vaticano II afirmó claramente que “el matrimonio es la íntima
comunidad de vida y de amor, querida por Dios y estructurada para la transmisión de la
vida humana, que se instaura en virtud del consentimiento de las partes” (GS 48).
Desde el momento mismo de la creación, al hombre y a la mujer se les apunta el matrimonio
como tarea a través de la cual realizar la vocación íntima y fundamental: ser, y luego actuar, a
imagen de Dios que es Amor.
Este pacto, por su misma naturaleza, quiere hacer crecer el amor y protegerlo de los
obstáculos que se oponen a él, permitiéndole realizar una cualidad suya intrínseca: la
eternidad, si así se podría decir de una realidad de todas maneras humana, que sin embargo,
muestra que tiene en sí algo que es ultra humano. En efecto, el amor se mueve entre el
tiempo, que produce cambios internos y externos en la persona, y la eternidad que le confiere
aquel valor absoluto y totalizante capaz de enriquecer a la persona en términos de unicidad
y vitalidad.
Benedicto XVI afirma: “Entre el amor y lo divino existe una cierta relación: el amor
promete infinidad, eternidad, una realidad más grande y completamente distinta de
nuestra existencia cotidiana. […] El amor engloba la existencia entera y en todas sus
dimensiones, incluido también el tiempo. No podría ser de otra manera, puesto que su
promesa apunta a lo definitivo: el amor tiende a la eternidad. Ciertamente, el amor es
«éxtasis», pero no en el sentido de arrebato momentáneo, sino como camino
permanente, como un salir del yo cerrado en sí mismo hacia su liberación en la
entrega de sí y, precisamente de este modo, hacia el reencuentro consigo mismo, más
aún, hacia el descubrimiento de Dios (DCE, nn. 5-6).
Entender el amor como éxtasis, es decir, como salida de sí mismo confiada como tarea al
amante, indica un camino progresivo de purificación: la experiencia enseña en efecto que no
siempre se está capacitado para amar, porque en determinadas situaciones es bastante difícil
salir de sí mismo y se necesita tener la humildad y la paciencia de quererlo hacer y querer
aprender a hacerlo.
Este intento choca con la tendencia generalizada que considera el amor como una realidad que
se impone al sujeto: sin embargo, haciéndolo así, se confunde el amor con el
enamoramiento, es decir, se toma la parte (el enamoramiento) por el todo (el amor), sin

68
Carla Rossi Espagnet, Famiglia & libertà, Edizioni Ares, 2007 (presentación del Cardenal Caffarra), p. 39s.

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entender que la fatiga de la relación es necesaria, porque concurre a hacer crecer y
madurar la capacidad de amar. (Amor y responsabilidad, pp. 64-68)
Al contrario, la superación de sí, motivada no por el egoísmo, sino por el deseo de donación
nacido del amor, es más que nunca enriquecedora y, consecuentemente, también gratificante
para el sujeto, porque pone en movimiento un real desarrollo de sus facultades. Con razón el
último concilio enseña que: “el hombre […] no se puede hallar a sí mismo plenamente sino por
medio del don sincero de sí” (GS 24), haciendo resonar la enseñanza del Apóstol: “acordaos de
las palabras del Señor Jesús que dijo: ¡Hay más alegría en dar que en recibir!” (Hch 20, 35).
Acerca de este punto, Juan Pablo II escribió unas bellísimas palabras: “El hombre no puede
vivir sin amor. El permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de
sentido, si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta no lo
hace suyo, si no participa de el vivamente”. En el matrimonio, el amor, además de plenamente
humano, es decir, sensible y espiritual, es total en cuanto asume las características de la
fidelidad, de la indisolubilidad y de la fecundidad.”69
“En el Nuevo Testamento el matrimonio, sin perder nada de las características de la institución
originaria, es proyectado en el horizonte de un amor más grande, el de Cristo, que llega hasta el
don total de la vida para la salvación del género humano. El matrimonio es una de las
realidades que hacen actual la obra de la salvación que Cristo ha cumplido, es uno de los
sacramentos de la Iglesia: este es un dogma de la fe católica. Para entender su significado es
fundamental retomar la perícopa de la carta a los Efesios (5, 21-33) donde san Pablo amonesta a
los esposos cristianos a modelar su amor mutuo según aquél que transcurre entre Cristo y la
Iglesia y, aún más, revela como el amor de los esposos es contenido en el amor de Cristo
esposo y de la Iglesia esposa, y por ende no se trata solamente de una imagen, sino de una
realidad que le pertenece.70
San Pablo habla de la unión matrimonial como de un misterio (“este misterio es grande”, Ef 5,
32) ya en el orden natural de la creación asumido después por un misterio aún más grande, el de
la unión entre Cristo y la Iglesia (lo digo en referencia a Cristo y a la Iglesia, Ef 5,32)71 por
este motivo, los esposos están llamados a una recíproca donación sin reservas, que, no raras
veces, exige un heroísmo real, aunque esté escondido”.72
“Para la Iglesia Cristo se hizo hombre; para salvar a la humanidad sufrió en su cuerpo y
murió, después resucitó corporalmente. En la suprema libertad y potencia de su amor divino
Cristo eligió un camino “encarnado”, para que fuese su verdadero cuerpo humano el que
trasmitiera la verdad de su amor espiritual, divino y humano. El amor corpóreo-espiritual de
los esposos cristianos en cuanto tal se inserta en el misterio del proceso salvífico que une
Cristo y la Iglesia ya sea porque ambos esposos le pertenecen en virtud del bautismo, ya sea
porque ellos viven en su relación una donación corpóreo-espiritual análoga a la de Cristo
hacia la Iglesia, y de la Iglesia hacia Cristo.73
La gracia sacramental del matrimonio permite superar el egoísmo, no sólo en sus formas más
graves, sino también en las leves, en que él está cotidianamente mezclado con el verdadero

69
Familia y libertad, 23-29. A propósito el Catecismo de la Iglesia católica especifica: "El amor conyugal comporta una totalidad
en la que entran todos los elementos de la persona -reclamo del cuerpo y del instinto, fuerza del sentimiento y de la afectividad,
aspiración del espíritu y de la voluntad-; mira una unidad profundamente personal que, más allá de la unión en una sola carne,
conduce a no tener más que un corazón y un alma; exige la indisolubilidad y la fidelidad de la donación recíproca definitiva; y se
abre a fecundidad. En una palabra: se trata de características normales de todo amor conyugal natural, pero con un significado nuevo
que no sólo las purifica y consolida, sino las eleva hasta el punto de hacer de ellas la expresión de valores propiamente cristianos"
(CEC 1643).
70
Cfr. R. Penna, La lettera agli Efesini. Introduzione, versione e commento, EDB, Bologna 1988; A. Augello, Il
rapporto tra marito e moglie secondo l`antropología naturale e soprannaturale di Efesini 5, 21-33, in “Vivarium” 1
(1993), pp. 437-465; H. Schlier, La lettera agli Efesini, Paideia, Brescia 1973.
71
Para una exposición ordenada de las varias interpretaciones de esta perícopa, cfr. A. Miralles, Il matrimonio, cit., pp.
101-112.
72
Famiglia & libertà, 39-40.
73
Ya algunos Padres de la Iglesia habían expuesto estos contenidos, entre los que están San Juan Crisóstomo, en La
unidad en la noche de bodas, a cura di G. Di Nola, Città Nuova, Roma 1984, p.101.

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amor. El corazón humano, evidentemente, necesita de esta ayuda, para no permanecer enredado
en las trampas del amor propio, bastante difíciles de individuar y de combatir sin una ayuda
externa que sea, al mismo tiempo, íntima a la persona misma: en definitiva, sin la gracia de
Dios.74
Amenazas a la comunión conyugal
Entre las varias amenazas que acechan y ponen en riesgo día a día en amor conyugal, el orgullo
personal, el amor propio que lleva al juicio, al rencor, al no perdón. Si no se supera, gracias a la
conversión de cada día sostenida por la Palabra, por la Eucaristía, por el Sacramento de la
Reconciliación en comunidad, el orgullo herido lleva a encerrarse en sí mismos y a crear una barrera
casi infranqueable entre los cónyuges. A menudo el rechazo prolongado de la relación conyugal es
consecuencia de la cerrazón al otro en su propio espíritu que se manifiesta en la cerrazón al don de sí al
otro (también en el rechazo o en la suportación del acto conyugal). Explico esta amenaza con un texto del
cardenal Carlo Cafarra.75
“Este amor puede crecer y conservarse sólo en determinadas condiciones. Quisiera indicaros
las principales.
La primera y la más importante es la humildad: ella es verdaderamente la hermana melliza
del amor.
¿Quién quiere poseer y usar al otro? Aquel que se considera superior al otro, en su orgullo.
Mientras que el verdadero amor, el don de sí al otro, es el más grande acto de humildad: “Tú
eres tan grande, tan precioso, que mereces no menos que yo te entregue a mí mismo/misma”.
Pues bien, lo veis: el amor conyugal es la más grande humildad. Sin la humildad el amor
muere.
“No hay que prestar atención a la voz que grita por dentro: ¿Por qué tengo que ser siempre
yo el/la que cede, a humillarme? Ceder no es perder, sino ganar; ganar al verdadero enemigo
del amor que es nuestro orgullo”. ¡Cuántos matrimonios han fracasado por falta de
humildad! Ella hubiese impedido que los pequeños muros de incomprensión y resentimiento
se convirtieran en verdaderas barreras, ya imposibles de abatir.
La segunda condición para que el amor conyugal se conserve y crezca es la misericordia, la
capacidad del perdón. En primer lugar, quisiera llamar vuestra atención sobre una verdad de
nuestra fe. El Señor ha condicionado su perdón al perdón que nosotros concedemos a
nuestro prójimo. Quizá no reflexionamos bastante sobre todo esto. El podía haber puesto
muchas otras condiciones: pero ha puesto sólo una. Él llega a decir que usará con nosotros la
misma medida que nosotros usemos con el prójimo.
Todo esto es cierto en toda relación humana, pero vale de manera verdaderamente singular
entre los esposos, por una razón muy sencilla: porque el amor que reina entre ellos es
singular. ¿Cómo se puede decir que se ama a una persona si no se es capaz de perdonarla? En
efecto, como se trata de una persona humana antes o después se equivocará, porque
equivocarse es una propiedad de nuestra naturaleza humana. Y entonces, ¿qué hacer frente a la
persona que se equivoca? El verdadero amor no tiene dudas: perdonarla y olvidar. ¡Cuantos
matrimonios han sido destruidos por la falta de perdón! Un perdón rechazado hasta cuando
había sido pedido humildemente.
Dificultades en la relación conyugal
Según hemos visto en la teología del cuerpo, el aspecto más importante del matrimonio es la comunión de
los esposos que, por la gracia del Sacramento, se entregan totalmente el uno al otro en el don de su propio
cuerpo, de su propia sexualidad, y es en este contexto de mutuo amor que Dios ha querido llamar a la
existencia a nuevas criaturas, llamadas a convertirse en hijos de Dios para la eternidad.

74
Famiglia & libertà, 40-45.
75
Carlo Caffarra, Creati per amare, Cantagalli, Siena 2006, pp. 72-74. Muy bueno y aconsejable el segundo volumen
del mismo autor: L`amore insidiato, Cantagalli, Siena 2008.

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Pero es precisamente en el campo de la comunión, y del acto conyugal que lo expresa, que se encuentran
tal vez algunas dificultades, ya que amar al otro significa querer su bien, amarlo como es, también con sus
límites y defectos, lo que conlleva un morir a sí mismo.
Como ya he dicho, para ciertas dificultades de tipo fisiológico o psicológico en la relación conyugal puede
ser una ayuda valiosa el capítulo: “Problemas del matrimonio y de las relaciones conyugales”, en el
apéndice del libro “Amor y responsabilidad” de, Karol Wojtyla.76
Recuerdo también algunos pasajes de la Catequesis de los Tres Altares de la familia en la Traditio, en la
que se invitaba a los esposos a vivir con particular respeto el acto conyugal, como algo sagrado, porque a
través de él Dios comunica la vida.
“Una cosa que hemos visto es que muchos matrimonios no funcionan bien porque no hacen el
acto sexual según la voluntad de Dios. Eso es fuente de muchísimos sufrimientos e
insatisfacciones de todo tipo: sexuales, afectivas, etc.
Por eso en el Camino Neocatecumenal tenemos que ayudar a los matrimonios a hacer el acto
sexual santamente, de modo que el lecho matrimonial sea de verdad un altar. No es fácil,
pero tenéis la gracia del Espíritu Santo, que habéis recibido en el sacramento del matrimonio. Si
os ponéis delante del Señor, como Tobías y Sara, veréis que Él os ayudará con su gracia y
experimentaréis la acción de Dios en vosotros.
El placer sexual en el acto conyugal es un don maravilloso que Dios ha puesto dentro de ese
acto de donación mutua, de unión amorosa abierta a la vida y sostenida por el Espíritu77. Como
en el acto de comer Dios ha puesto un gusto, en el amor matrimonial Dios ha puesto la atracción
sexual entre el hombre y la mujer, y el placer sexual como dones maravillosos. Los esposos
recibís de Dios una ayuda especial, una fuerza, una gracia sacramental del Espíritu Santo
para vivir todo eso en la santidad.
Por eso tenéis que tener un gran respeto por el acto sexual conyugal.
Ningún matrimonio tiene que hacerlo sin ponerse antes delante del Señor y rezar, porque
también el acto sexual conyugal, esta forma de darse mutuamente el esposo y la esposa, es
signo de la donación de Cristo a su Iglesia y de la Iglesia a Cristo: dos en una sola carne. Ahí
aparece la unidad, la comunión de Dios y del hombre, no a través de una imagen solamente
espiritual, sino a través de una unión física.
Atentos, por tanto, a no caer en algunos errores graves. Algunas mujeres hacen chantaje sexual a
su marido. Le dicen: "Yo me doy sexualmente a ti si demuestras que me amas siendo como yo
quiero que seas. Hoy no has sido lo bastante cortés conmigo, me has hecho esto y aquello, cosas
que sabes que yo no soporto. Hoy, por tanto, nada de nada. No quiero. Así aprendes". Por otro
lado, algunos maridos no tienen ningún respeto a su mujer. Sólo piensan en sí mismos.
Exigen de forma egoísta que su mujer esté siempre a su disposición, sin tener en cuenta cómo
está ella.
El acto sexual conyugal es un don que Dios os ha dado precisamente para ayudaros en
vuestro matrimonio, en vuestra unión espiritual y afectiva. Por eso tenéis que hacerlo.
Aquéllos de vosotros que, por diversos motivos, estáis mucho tiempo sin hacer el acto sexual
conyugal, estáis poniendo en peligro vuestro matrimonio, porque no vivís el sacramento
como Dios lo ha pensado y querido.78

76
Amor y responsabilidad, Op. cit., pp. 291-301.
77
CEC 2362: "Los actos con los que los esposos se unen íntima y castamente entre sí son honestos y dignos, y, realizados de modo
verdaderamente humano, significan y fomentan la recíproca donación, con la que se enriquecen mutuamente con alegría y gratitud"
(GS 49). La sexualidad es fuente de alegría y de placer: “El Creador...estableció que en esta función (de generación) los esposos
experimentasen un placer y una satisfacción del cuerpo y del espíritu. Por tanto, los esposos no hacen nada malo procurando este
placer y gozando de él. Aceptan lo que el Creador les ha destinado. Sin embargo, los esposos deben saber mantenerse en los límites
de una justa moderación” (Pío XII, discurso 29 Octubre 1851).
78
Son muchos los textos de los Padres sobre este argumento. Cito solamente dos: uno de San Juan Crisóstomo: “La
mujer que quisiera practicar la continencia en contra de la voluntad del marido no solamente le priva de los
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Laȱfamiliaȱcristianaȱ
Formar un pueblo que cante la gloria de Dios
Mediante la comunión de personas, que se realiza en el matrimonio, el hombre y la mujer dan
comienzo a la familia.
En la Traducción latina de la Biblia, conocida como “Vulgata”, obra en gran parte de San Jerónimo, en uso
en la Iglesia desde el año 400 a 1975, cuando fue promulgada la “Neovulgata”, y por eso punto de referencia
teológica y litúrgica durante más de 1500 años, en el libro de Tobías se lee:
Antes de juntarse con Sara Tobías, de rodillas, hace esta oración: “…Y ahora Señor tú sabes que
no por lujuria toma a ésta mi hermana, sino por el solo amor a la posteridad en la cual se
bendiga tu Nombre por los siglos de los siglos” (…et nunc, Domine, tu scis quia non luxuriae
cuasa accipio sororem meam, sed sola posteritatis dilectione, in cua benedicatur Nomen tuum
in saecola saeculorum) (Tobías 8,7-9).79
Como explica el Papa Juan Pablo II en la Carta a las familias (cf. n. 8), la formación de la Familia que brota
del amor fecundo del matrimonio está en función de cooperar con Dios para dar vida a un pueblo, a un
pueblo que bendiga su Nombre por la eternidad, la Iglesia, el pueblo de Dios, que tiene la misión de ser
como un “Sacramento” de salvación para la humanidad (LG 1).
La genealogía de la persona80
Con la familia se relaciona la genealogía de cada hombre: la genealogía de la persona. La
paternidad y la maternidad humanas están basadas en la biología y, al mismo tiempo, la
superan. El Apóstol, «doblando las rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda
paternidad en los cielos y en la tierra», pone ante nuestra consideración, en cierto modo, el
mundo entero de los seres vivientes, tanto los espirituales del cielo como los corpóreos de la
tierra. Cuando de la unión conyugal de los dos nace un nuevo hombre, éste trae consigo al
mundo una particular imagen y semejanza de Dios mismo: en la biología de la generación
está inscrita la genealogía de la persona.
Al afirmar que los esposos, en cuanto padres, son colaboradores de Dios Creador en la
concepción y generación de un nuevo ser humano, no nos referimos sólo al aspecto
biológico; queremos subrayar más bien que en la paternidad y maternidad humanas Dios
mismo está presente de un modo diverso de como lo está en cualquier otra generación «sobre
la tierra». En efecto, solamente de Dios puede provenir aquella «imagen y semejanza»,
propia del ser humano, como sucedió en la creación. La generación es, por consiguiente, la
continuación de la creación (PÍO XII, Humani Generis: AAS 42, 1950, 574).
Así, pues, tanto en la concepción como en el nacimiento de un nuevo ser, los padres se
hallan ante un «gran misterio» (Ef 5, 32). También el nuevo ser humano, igual que sus padres,
es llamado a la existencia como persona y a la vida «en la verdad y en el amor». Esta
llamada se refiere no sólo a lo temporal, sino también a lo eterno. Tal es la dimensión de la
genealogía de la persona, que Cristo nos ha revelado definitivamente, derramando la luz del

premios que corresponden a la continencia, sino que se hace también responsable de su fornicación, y es acusada
todavía más que él. ¿Y eso por qué? Porque, privándole de la unión legítima lo empuja al abismo de la lujuria”
(Gregorio de Nisa – Juan Crisóstomo, La verginità, Città Nuova Editrice, 1990, p. 220). Otro texto atribuido al Pseudo-
jerónimo: “He oído hablar y he visto con mis ojos a muchos matrimonios que han naufragado por haber ignorado
que con la práctica de la castidad se le ha dado pie al adulterio; en efecto, mientras que uno se abstiene de la
relación legítima, el otro es empujado a relaciones ilícitas. Y no sé, en este caso, a quien acusar más gravemente y quien
sea mayormente culpable, si el marido que, rechazado por la mujer, cae en la fornicación, o la mujer que, rechazando al
marido, en un cierto sentido lo ha obligado a fornicar. El sentido de la actitud de Pablo respecto al problema es éste:
que se practique la castidad con la ponderada decisión de ambos cónyuges o que, si no, por parte de ambos se lleve a
cabo el común débito conyugal.”
79
La traducción de la Nueva Vulgata dice: “Ahora no por lujuria yo tomo a esta pariente mía, sino con rectitud de
intención. Dígnate tener misericordia de mí y de ella y de hacernos llegar juntos a la vejez”.
80
Juan Pablo II, Carta a las Familias 1994, 9.

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Evangelio sobre el vivir y el morir humanos y, por tanto, sobre el significado de la familia
humana.
Dios «ama» al hombre como un ser semejante a él, como persona. Este hombre, todo
hombre, es creado por Dios «por sí mismo» (GS 24). Esto es válido para todos, incluso para
quienes nacen con enfermedades o limitaciones. En la constitución personal de cada uno
está inscrita la voluntad de Dios, que ama al hombre, el cual tiene como fin, en cierto
sentido, a sí mismo. Los padres, ante un nuevo ser humano, tienen o deberían tener plena
conciencia de que Dios «ama» a este hombre «por sí mismo».
Esto afecta absolutamente a todos, incluso a los enfermos crónicos y los minusválidos.81 Sin
embargo, en el designio de Dios la vocación de la persona humana va más allá de los límites
del tiempo. Es una respuesta a la voluntad del Padre, revelada en el Verbo encarnado: Dios
quiere que el hombre participe de su misma vida divina. Por eso dice Cristo: «Yo he venido
para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10, 10).
El querer humano está siempre e inevitablemente sometido a la ley del tiempo y de la
caducidad. En cambio, el amor divino es eterno. «Antes de haberte formado yo en el seno
materno, te conocía —escribe el profeta Jeremías—, y antes que nacieses, te tenía consagrado»
(Jr 1, 5). La genealogía de la persona está, pues, unida ante todo con la eternidad de Dios, y
en segundo término con la paternidad y maternidad humana que se realiza en el tiempo.
Desde el momento mismo de la concepción el hombre está ya ordenado a la eternidad en
Dios. (“los hijos no nacidos están en el Cielo”).
Paternidad y maternidad responsables: recta interpretación82
El Pontificio Consejo para la Familia, presidido durante muchos años por el Card. Alfonso López Trujillo,
al cual se le reconoce la gratitud de toda la Iglesia por el trabajo hecho a favor de la familia (Congresos
mundiales de la Familia, edición de textos, etc...) y en particular la del Camino Neocatecumenal al que
siempre ha sido muy cercana, en 2006 ha esrito un Documento acerca de la recta interpretación del
término "paternidad responsable" ya empleado por el Papa Pablo VI en la "Humanae Vitae", cuya
interpretación sin embargo ha sido lamentable y completamente falseada en amplios estratos de la iglesia.
Hago presentes algunos pasajes del Documento:
"16. La aparición del término "responsabilidad" en referencia a la procreación es un dato
reciente. En los milenios pasados, aun faltando el término, no faltaba el concepto, sin embargo
la responsabilidad en la procreación se concretizaba en la disponibilidad para acoger a todo
hijo que se asomara a la vida y a hacerse cargo de su educación.
El desarrollo de los conocimientos en relación con los procesos biológicos, a través de los
cuales se da la transmisión de la vida humana, ha traído consigo una nueva situación y con ella
la necesidad de reflexionar de nuevo sobre la responsabilidad que le corresponde al hombre y
a la mujer acerca de la procreación.
El término "paternidad responsable" o "procreación responsable" ha aparecido, pues, en
tiempos relativamente recientes, en el marco de la reflexión moral católica, con un
significado bien preciso y bien distinto de aquel que, en el área del mundo occidental ––y no
sólo en él–– estaba abriéndose paso bajo la denominación de Birth Control o de Family
Planning.
Como fundamento de la concepción de responsabilidad en la transmisión de la vida
humana, el Concilio Vaticano II pone el concepto de procreación como colaboración con el
amor de Dios creador, de donde deriva para los cónyuges la condición de "cooperadores de
Dios". La denominación de "intérpretes" del amor de Dios creador abre el camino a ulteriores
y precisas exigencias. Los cónyuges, en efecto, deben, para poder "interpretar" ese amor,
81
“La Iglesia cree firmemente que la vida humana, aunque débil y enferma, es siempre un don espléndido del Dios
de la bondad. Contra el pesimismo y el egoísmo, que ofuscan el mundo, la Iglesia está en favor de la vida: y en cada
vida humana sabe descubrir el esplendor de aquel «Sí», de aquel «Amén» que es Cristo mismo. Al «no» que invade y
aflige al mundo, contrapone este «Sí» viviente, defendiendo de este modo al hombre y al mundo de cuantos acechan y
rebajan la vida (Juan Pablo II, Exhort. Apost. Familiaris Consortio, 22 de noviembre 1981, n. 30).
82
Pontificio Consejo para la Familia, Famiglia e procreazione umana, Libr. Ed. Vaticana, Roma 13 mayo 2006.

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conocer cuál es concretamente el proyecto de Dios sobre ellos como padres, es decir,
interrogarse sobre lo que hoy se les requiere, acerca de la responsabilidad de esposos y de
posibles padres. Se excluye, pues, toda actitud egoísta y más aún toda actitud contraria a la
vida, pidiendo a los esposos una seria y responsable consideración de lo que Dios les pide.
Para la solución del problema moral de la paternidad y maternidad responsable, es decir, para
una fundada valoración de la moralidad de los varios comportamientos sexuales de pareja,
la Constitución Pastoral Gaudium et Spes se ha encargado de formular el criterio básico al que
hacer referencia. Y lo hace en dos momentos: en el primero formulando un criterio de alcance
general, valido en todos los ámbitos del obrar humano: "El carácter moral del
comportamiento no depende sólo de la sincera intención y de la valoración de los motivos,
sino que es determinado según criterios objetivos, que tienen su fundamento en la dignidad
mismna de la persona humana y de sus actos".
En segundo lugar aplica este criterio general a la realidad del matrimonio: indica la necesidad
de actuar "en un contexto de verdadero amor" y de modo que se respete "el significado
total de la mutua donación y de la procreación humana". Pero concretamente, excluyendo
––así lo hará la Humanae vitae–– todo medio contraceptivo y respetando la unión entre el
elemento unitivo y el procreativo en todo acto conyugal, la legitimidad de la continencia
periódica (es decir, del uso del matrimonio sólo en los periodos no fértiles) cuando hay
causas proporcionadas para ello.
Procreación y moralidad conyugal
17. L’Humanae Vitae sitúa la vocación a la paternidad en el contexto de las condiciones
económicas, psicológicas y sociales: “la paternidad responsable se pone en práctica ya sea
con la deliberación ponderada y generosa de tener una familia numerosa ya sea con la
decisión, tomada por graves motivos y en el respeto de la ley moral, de evitar un nuevo
nacimiento durante algún tiempo o por tiempo indefinido” (HV 10).
En los decenios sucesivos al 1968, el problema ha conocido una profunda evolución también
a nivel de pareja. Antes se situaba en los términos de cómo regular honestamente la
fecundidad de la pareja. Hoy día se imposta en relación con las grandes cuestiones mundiales
de las que hemos hablado y, en los países ricos y como consecuencia del fuerte impacto que han
tenido las campañas publicitarias contraceptivas, como una cuestión orientada a disminuir la
población autóctona y consecuentemente como problema sobre cómo estimular eficazmente
la fecundidad.
Como consecuencia se está dando un cambio en el modelo de familia y también de la
conyugalidad. En efecto es dominante la realidad de esposos con un solo hijo o, como
máximo, dos. Eso significa que el cumplimiento de actos conyugales potencialmente
procreativos, es nada más que una especie de suma de breves paréntesis en el interior de una
entera vida conyugal intencionadamente hecha estéril. El hecho indica evidentemente un
grave oscurecimiento del valor de la procreación.83 Mirando además a los medios a los que
se recurre para evitar tener hijos, medios que no incluyen solamente la contracepción, sino
también el aborto, aparece claro el eclipse de toda referencia a Dios en la visión predominante,
hoy día, sobre la procreación responsable. De ahí la necesidad de una exposición clara

83
El Cardenal Carlo Cafarra en un artículo esclarece: “Se ha escrito con razón que la hipocresía es el último homenaje que el
vicio rinde a la virtud, y que el engaño es el último reconocimiento que el error rinde a la verdad. Todo esto ha sucedido
puntualmente también con el término y con el concepto de Paternidad responsable. Este hecho constituye uno de los engaños
más increíbles construidos por la cultura contemporánea. El engaño consiste en presentar la Paternidad responsable como
derecho que la mujer tiene para decidir de cualquier manera su fertilidad. El engaño es sutil, y nunca como en este caso el uso
indebido de un término, construido dentro de la gran tradición antropológica y ética del cristianismo, ha terminado utilizándose
contra el hombre. Enunciado de esta manera, Paternidad responsable igual a autodeterminación de la mujer, parece no presentar
dificultad alguna, es más, se exhibe como promoción de la libertad de la persona. Pero, en realidad, esconde la idea de que la
facultad sexual y su ejercicio no tiene en sí ni por sí significado alguno, a no ser el que cada quien le atribuye. Dentro del
concepto de paternidad responsable, por tanto, se introduce también la legitimación del aborto y de la esterilización. A lo cual va
unido el término de “salud reproductiva” y, coherentemente, el correlativo derecho a la misma. (en Consejo Pontificio para la
Familia, Lexicón, Ed. Palabra, Madrid 2004, pag 947ss.).

CatequesisȱFamiliaȱ2009ȱ–ȱ1ȱOctubreȱ2009ȱ Páginaȱ28ȱ
decidida e integral de la doctrina cristiana sobre la familia, la sexualidad y la
procreación.84
Los métodos naturales
Quisiera hacer una aclaración respecto a los "métodos naturales" de regulación de la natalidad. Hemos visto
cómo a partir de la "Humanae Vitae" la Iglesia reconoce la licitud del recurso a los periodos infecundos
cuando existan "serios motivos" para distanciar los nacimientos. También hemos expuesto cómo la Iglesia
ha sentido la necesidad de intervenir y aclarar el auténtico significado del recurso a los métodos naturales.
Lamentablemente en muchos libros y también en la praxis se presenta el recurso a los métodos naturales
como un sistema para decidir cuándo y cuántos hijos tener, por lo que se habla prácticamente de "píldora
católica".85
Un ulterior problema se pone cuando se pretende hacer unos cursos sobre los métodos naturales en los
cursillos prematrimoniales, a los que se invitan tanto a novios como a matrimonios. En los "cursillos
prematrimoniales" promovidos por el Camino, centrados en el Kerygma y en el Sacramento del matrimonio,
hay también una sesión en la que se invita a algún médico católico a hablar sobre la fisiología de la
sexualidad y sobre los ritmos de fecundidad de la mujer, invitando a profundizar estos temas en los
Centros especializados (normalmente diocesanos o interparroquiales) sobre "métodos naturales",
verificando siempre que signa las normas dadas por el Magisterio. La Familiaris Consortio anima a los
novios y a las parejas al conocimiento de la corporeidad y de los ritmos de fertilidad para poder vivir
mejor el aspecto unitivo y procreativo del matrimonio.
“La elección de los ritmos naturales comporta la aceptación del tiempo de la persona, es
decir de la mujer, y con esto la aceptación también del diálogo, del respeto recíproco, de la
responsabilidad común, del dominio de sí mismo. Aceptar el tiempo y el diálogo significa
reconocer el carácter espiritual y a la vez corporal de la comunión conyugal, como también
vivir el amor personal en su exigencia de fidelidad. En este contexto la pareja experimenta que
la comunión conyugal es enriquecida por aquellos valores de ternura y afectividad, que
constituyen el alma profunda de la sexualidad humana, incluso en su dimensión física. De
este modo la sexualidad es respetada y promovida en su dimensión verdadera y plenamente
humana, no «usada» en cambio como un «objeto» que, rompiendo la unidad personal de alma y
cuerpo, contradice la misma creación de Dios en la trama más profunda entre naturaleza y
persona”.86
“No hay duda de que entre estas condiciones se deben incluir la constancia y la paciencia, la
humildad y la fortaleza de ánimo, la confianza filial en Dios y en su gracia, el recurso
frecuente a la oración y a los sacramentos de la Eucaristía y de la reconciliación (cfr. Ibid.,
25). Confortados así, los esposos cristianos podrán mantener viva la conciencia de la influencia
singular que la gracia del sacramento del matrimonio ejerce sobre todas las realidades de la vida
conyugal, y por consiguiente también sobre su sexualidad: el don del Espíritu, acogido y
correspondido por los esposos, les ayuda a vivir la sexualidad humana según el plan de Dios y
como signo del amor unitivo y fecundo de Cristo por su Iglesia.
Pero entre las condiciones necesarias está también el conocimiento de la corporeidad y de sus
ritmos de fertilidad. En tal sentido conviene hacer lo posible para que semejante
conocimiento se haga accesible a todos los esposos, y ante todo a las personas jóvenes,

84
Lino Ciccone, en un comentario sobre la paternidad y la maternidad responsable, precisa: “Sobre este punto es fuerte el peligro de
graves equivocaciones. De “procreación responsable”, de hecho, se habla hoy normalmente en todos los lugares y en todos los
ambientes, incluso en documentos de los gobiernos y de los organismos internacionales. Tal terminología ha tomado el lugar de la
durante mucho tiempo se usó, esto es “birthcontrol”, a pesar de que ésta todavía no ha desaparecido, aunque siempre con el
significado tradicional de reducción de la natalidad. En concreto: hoy, a menudo por “procreación responsable” se entiende el
tener uno solo, o como mucho dos hijos. Irresponsabilidad se considera el tener más, porque, se va repitiendo, así aumenta la
contaminación del ambiente, contribuye al aumento de una población ya excesiva y cosas por el estilo.” (Lino Ciccone, “Paternità e
maternità responsabile”, en: Pontificio Consejo para la Familia, Vademecum para los Confesores sobre algunos temas de moral
conyugal, 1997, pag. 112ss).
85
En la contraportada de un opúsculo “católico” sobre los métodos naturales está escrito: “el aborto no es el único
método para limitar la natalidad”, dando a entender que existen también métodos legales y reconocidos.
86
Familiaris Consortio, n. 32.

CatequesisȱFamiliaȱ2009ȱ–ȱ1ȱOctubreȱ2009ȱ Páginaȱ29ȱ
mediante una información y una educación clara, oportuna y seria, por parte de parejas, de
médicos y de expertos. El conocimiento debe desembocar además en la educación al
autocontrol; de ahí la absoluta necesidad de la virtud de la castidad y de la educación
permanente en ella. Según la visión cristiana, la castidad no significa absolutamente rechazo ni
menosprecio de la sexualidad humana: significa más bien energía espiritual que sabe defender
el amor de los peligros del egoísmo y de la agresividad, y sabe promoverlo hacia su
realización plena.
Pablo VI, con intuición profunda de sabiduría y amor, no hizo más que escuchar la experiencia
de tantas parejas de esposos cuando en su encíclica escribió: «El dominio del instinto,
mediante la razón y la voluntad libre, impone sin ningún género de duda una ascética, para que
las manifestaciones afectivas de la vida conyugal estén en conformidad con el orden recto y
particularmente para observar la continencia periódica. Esta disciplina, propia de la pureza de
los esposos, lejos de perjudicar el amor conyugal, le confiere un valor humano más sublime.
Exige un esfuerzo continuo, pero, en virtud de su influjo beneficioso, los cónyuges desarrollan
integralmente su personalidad, enriqueciéndose de valores espirituales: aportando a la vida
familiar frutos de serenidad y de paz y facilitando la solución de otros problemas;
favoreciendo la atención hacia el otro cónyuge; ayudando a superar el egoísmo, enemigo del
verdadero amor, y enraizando más su sentido de responsabilidad. Los padres adquieren así la
capacidad de un influjo más profundo y eficaz para educar a los hijos» (Humanae vitae,
21).87
Para ayudar a los matrimonios en el ejercicio de la paternidad y maternidad responsables, el Santo Padre
ha confiado al Pontificio Consejo para la Familia la tarea de preparar un subsidio para los Confesores. Los
pastores son conscientes del hecho que el ejercicio de la paternidad responsable conlleva en ciertos
momentos un combate para comprender y obedecer a la voluntad de Dios, combate que puede conllevar
también caídas. Es por eso que la Iglesia, como Madre y Maestra, dona la ayuda del Sacramento de la
Reconciliación en que el Señor mismo se inclina hacia nuestra debilidad y constantemente nos levanta y
fortifica para poder cumplir su voluntad. El espíritu del Documento indica que la "ley del Señor" no es una
imposición inhumana e imposible, sino que apunta un camino que es posible recorrer apoyados en Él.
VADEMECUM PARA CONFESORES88
1. Finalidad del documento
Con este Vademecum ad praxim confessariorum se quiere ofrecer un punto de referencia a los
penitentes casados para que puedan obtener un mayor provecho de la práctica del sacramento
de la Reconciliación y vivir su vocación a la paternidad-maternidad responsable en
armonía con la ley divina enseñada por la Iglesia con autoridad. Servirá también para ayudar
a quienes se preparan al matrimonio.
Con el presente documento se pretende solamente ofrecer algunas sugerencias y
orientaciones para el bien espiritual de los fieles que se acercan al sacramento de la
Reconciliación y para superar eventuales divergencias e incertidumbres en la praxis de los
confesores.
2. La enseñanza de la Iglesia sobre la procreación responsable89
4. La Iglesia siempre ha enseñado la intrínseca malicia de la contracepción, es decir de todo
acto conyugal hecho intencionalmente infecundo. Esta enseñanza debe ser considerada como

87
Familiaris Consortio, n. 33.
88
Pontificio Consejo para la Familia, Vademecum para Confesores sobre algunos temas de moral conyugal, 1997. “El
presente Vademecum tiene su origen en la particular sensibilidad pastoral del Santo Padre, el cual ha confiado al
Pontificio Consejo para la Familia la tarea de preparar este subsidio para ayuda de los Confesores… Con la experiencia
madurada ya sea como sacerdote que como Obispo, él ha podido constatar la importancia de orientaciones seguras y
claras a las cuales los ministros del sacramento de la reconciliación puedan hacer referencia en el diálogo con las
almas” (Pontificio Consejo para la Familia, Moral conyugal y Sacramento de la penitencia, Reflexiones sobre el
“Vademecum para los confesores”, Librería Editrice Vaticana, 1988, desde p. 206 ss.).
89
Pontificio Consejo para la Familia, Vademecum para los confesores…

CatequesisȱFamiliaȱ2009ȱ–ȱ1ȱOctubreȱ2009ȱ Páginaȱ30ȱ
doctrina definitiva e irreformable. La contracepción se opone gravemente a la castidad
matrimonial, es contraria al bien de la transmisión de la vida (aspecto procreativo del
matrimonio), y a la donación recíproca de los cónyuges (aspecto unitivo del matrimonio),
lesiona el verdadero amor y niega el papel soberano de Dios en la transmisión de la vida
humana.
5. Una específica y aún más grave malicia moral se encuentra en el uso de medios que tienen
un efecto abortivo, impidiendo la anidación del embrión apenas fecundado o también causando
su expulsión en una fase precoz del embarazo.
6. En cambio es profundamente diferente de toda práctica contraceptiva, tanto desde el punto de
vista antropológico como moral, porque ahonda sus raíces en una concepción distinta de la
persona y de la sexualidad, el comportamiento de los cónyuges que, siempre fundamentalmente
abiertos al don de la vida, viven su intimidad sólo en los períodos infecundos, debido a serios
motivos de paternidad y maternidad responsable.
El testimonio de los matrimonios que desde hace tiempo viven en armonía con el designio del
Creador y lícitamente utilizan, cuando hay razón proporcionalmente seria, los métodos
justamente llamados "naturales", confirma que los esposos pueden vivir íntegramente, de
común acuerdo y con plena donación las exigencias de la castidad y de la vida conyugal.
3. Orientaciones pastorales de los confesores
1. En relación a la actitud que debe adoptar con los penitentes en materia de procreación
responsable, el confesor deberá tener en cuenta cuatro aspectos: a) el ejemplo del Señor que
«es capaz de inclinarse hacia todo hijo pródigo, toda miseria humana y singularmente hacia
toda miseria moral o pecado»; b) la prudente cautela en las preguntas relativas a estos
pecados; c) la ayuda y el estímulo que debe ofrecer al penitente para que se arrepienta y se
acuse íntegramente de los pecados graves; d) los consejos que, en modo gradual, animen a
todos a recorrer el camino de la santidad.
2. El ministro de la Reconciliación tenga siempre presente que el sacramento ha sido instituido
para hombres y mujeres que son pecadores. Acoja, por tanto, a los penitentes que se acercan
al confesionario presuponiendo, salvo que exista prueba en contrario, la buena voluntad —
que nace de un corazón arrepentido y humillado (Salmo 50,19), aunque en grados distintos —
de reconciliarse con el Dios misericordioso.90
5. El confesor tiene la obligación de advertir a los penitentes sobre las transgresiones de la ley
de Dios graves en sí mismas, y procurar que deseen la absolución y el perdón del Señor con el
propósito de replantear y corregir su conducta. De todos modos la reincidencia en los pecados
de contracepción no es en sí misma motivo para negar la absolución; en cambio, ésta no se
puede impartir si faltan el suficiente arrepentimiento o el propósito de evitar el pecado.
9. La «ley de la gradualidad» pastoral, que no se puede confundir con «la gradualidad de la
ley»91 que pretende disminuir sus exigencias, implica una decisiva ruptura con el pecado y un
camino progresivo hacia la total unión con la voluntad de Dios y con sus amables exigencias.

90
«Cuando celebra el sacramento de la Penitencia, el sacerdote ejerce el ministerio del Buen Pastor que busca la oveja perdida, el del
Buen Samaritano que cura las heridas, del Padre que espera al Hijo pródigo y lo acoge a su vuelta, del justo Juez que no hace
acepción de personas y cuyo juicio es a la vez justo y misericordioso. En una palabra, el sacerdote es el signo y el instrumento del
amor misericordioso con el pecador» (CEC 1465).
91
El Papa Juan Pablo II en la Exhortación Apostólica Familiaris Consortio (n. 34) dice al respecto: “También los esposos, en el
ámbito de su vida moral, están llamados a un continuo camino, sostenidos por el deseo sincero y activo de conocer cada vez mejor
los valores que la ley divina tutela y promueve, y por la voluntad recta y generosa de encarnarlos en sus opciones concretas. Ellos, sin
embargo, no pueden mirar la ley como un mero ideal que se puede alcanzar en el futuro, sino que deben considerarla como un
mandato de Cristo Señor a superar con valentía las dificultades. «Por ello la llamada "ley de gradualidad" o camino gradual no
puede identificarse con la "gradualidad de la ley", como si hubiera varios grados o formas de precepto en la ley divina para los
diversos hombres y situaciones. Todos los esposos, según el plan de Dios, están llamados a la santidad en el matrimonio, y esta
excelsa vocación se realiza en la medida en que la persona humana se encuentra en condiciones de responder al mandamiento
divino con ánimo sereno, confiando en la gracia divina y en la propia voluntad». En la misma línea, es propio de la pedagogía de la
Iglesia que los esposos reconozcan ante todo claramente la doctrina de la Humanae Vitae como normativa para el ejercicio de su
sexualidad y se comprometan sinceramente a poner las condiciones necesarias para observar tal norma.”

CatequesisȱFamiliaȱ2009ȱ–ȱ1ȱOctubreȱ2009ȱ Páginaȱ31ȱ
10. Resulta por tanto inaceptable el intento de hacer de la propia debilidad el criterio de la
verdad moral. Ya desde el primer anuncio que recibe de la palabra de Jesús, el cristiano se da
cuenta que hay una « desproporción » entre la ley moral, natural y evangélica, y la capacidad
del hombre. Pero también comprende que reconocer la propia debilidad es el camino
necesario y seguro para abrir las puertas de la misericordia de Dios.
11. A quien, después de haber pecado gravemente contra la castidad conyugal, se arrepiente
y, no obstante las recaídas, manifiesta su voluntad de luchar para abstenerse de nuevos
pecados, no se le ha de negar la absolución sacramental. El confesor deberá evitar toda
manifestación de desconfianza en la gracia de Dios, o en las disposiciones del penitente,
exigiendo garantías absolutas, que humanamente son imposibles, de una futura conducta
irreprensible, y esto según la doctrina aprobada y la praxis seguida por los Santos Doctores y
confesores acerca de los penitentes habituales.
13. Presentan una dificultad especial los casos de cooperación al pecado del cónyuge que
voluntariamente hace infecundo el acto unitivo. En primer lugar, es necesario distinguir la
cooperación propiamente dicha de la violencia o de la injusta imposición por parte de uno de
los cónyuges, a la cual el otro no se puede oponer.92 Tal cooperación puede ser lícita cuando se
dan conjuntamente estas tres condiciones:
- la acción del cónyuge cooperante no sea en sí misma ilícita; ––existan motivos
proporcionalmente graves para cooperar al pecado del cónyuge––; se procure ayudar al
cónyuge (pacientemente, con la oración, con la caridad, con el diálogo: no necesariamente en
aquel momento, ni en cada ocasión) a desistir de tal conducta.
14. Además, se deberá evaluar cuidadosamente la cooperación al mal cuando se recurre al uso
de medios que pueden tener efectos abortivos.93
[Recuerdo que en caso de cooperación en el aborto se cae directamente en la excomunión con la
Iglesia ––excomunión latae sententiae–– que sólo el Obispo o un sacerdote por él delegado puede
absolver.]
15. Los esposos cristianos son testigos del amor de Dios en el mundo. Deben, por tanto estar
convencidos, con la ayuda de la fe e incluso contra la ya experimentada debilidad humana, que
es posible con la gracia divina seguir la voluntad del Señor en la vida conyugal. Resulta
indispensable el frecuente y perseverante recurso a la oración, a la Eucaristía y a la
Reconciliación, para lograr el dominio de sí mismo.94
16. A los sacerdotes se les pide que, en la catequesis y en la orientación de los esposos al
matrimonio, tengan uniformidad de criterios tanto en lo que se enseña como en el ámbito del
92
«Sabe muy bien la Santa Iglesia que no raras veces uno de los cónyuges, más que cometer el pecado, lo soporta, al permitir, por
causa muy grave, el trastorno del recto orden que aquél rechaza, y que carece, por lo tanto, de culpa, siempre que tenga en cuenta la
ley de la caridad y no se descuide en disuadir y apartar del pecado al otro cónyuge» (Pío XI, Enc. Casti Connubii, AAS 22, 1930,
561).
«Desde el punto de vista moral, nunca es lícito cooperar formalmente en el mal. Esta cooperación se produce cuando la acción
realizada, o por su misma naturaleza o por la configuración que asume en un contexto concreto, se califica como colaboración directa
en un acto contra la vida humana inocente o como participación en la intención inmoral del agente principal» (Juan Pablo II, Enc.
Evangelium Vitae, 25 de marzo de 1995, n. 74).
93
«Desde el punto de vista moral, nunca es lícito cooperar formalmente en el mal. Esta cooperación se produce cuando la acción
realizada, o por su misma naturaleza o por la configuración que asume en un contexto concreto, se califica como colaboración directa
en un acto contra la vida humana inocente o como participación en la intención inmoral del agente principal» (Juan Pablo II, Enc.
Evangelium Vitae, 25 de marzo de 1995, n. 74).
94
En un Discurso a los participantes en un curso sobre procreación responsable el 1 marzo 1984, el Papa Juan Pablo II afirma:
“Sería un gravísimo error concluir… que la norma enseñada por la Iglesia sea de suyo solamente un “ideal”, que deba
adaptarse, proporcionarse, graduarse –como dicen- a las posibilidades concretas del hombre, “contrapesando los distintos bienes
en cuestión”. Pero ¿cuáles son las “posibilidades concretas del hombre”? ¿Y de qué hombre se está hablando? ¿Del hombre
dominado por la concupiscencia o del hombre redimido por Cristo? Porque se trata de esto: de la realidad de la Redención de
Cristo. ¡Cristo nos ha redimido! Esto significa que nos ha dado la posibilidad de realizar la verdad entera de nuestro ser. Ha
liberado nuestra libertad del dominio de la concupiscencia. Y si el hombre redimido sigue pecando, eso no se debe a la
imperfección del acto redentor, sino, a la voluntad del hombre de substraerse de la gracia dimanante de aquel acto. El mandamiento
de Dios es, ciertamente, proporcionado a las capacidades del hombre: pero a las capacidades del hombre a quien se ha dado el
Espíritu Santo; del hombre que, si ha caído en el pecado, siempre puede obtener el perdón y gozar de la presencia del
Espíritu”.

CatequesisȱFamiliaȱ2009ȱ–ȱ1ȱOctubreȱ2009ȱ Páginaȱ32ȱ
sacramento de la Reconciliación, en completa fidelidad al magisterio de la Iglesia sobre la
malicia del acto contraceptivo. Los Obispos vigilen con particular cuidado cuanto se refiere al
tema: no raramente los fieles se escandalizan por esta falta de unidad tanto en la catequesis
como en el sacramento de la Reconciliación.

Laȱtransmisiónȱdeȱlaȱfeȱ
La familia como escuela y ámbito de santidad
La llamada a la santidad se configura, para los esposos cristianos, como una llamada a
santificarse en las situaciones ordinarias de la vida conyugal, porque la vocación sobrenatural
se injerta en las realidades humanas divinizándolas.
A la luz de estas enseñanzas emerge el gran valor de la familia como ámbito y escuela de
santidad para las nuevas generaciones que en ella adquieren los fundamentos de las virtudes
humanas y cristianas: en la familia se aprende a rezar y a tener confianza en Dios, no sólo
porque son los padres los que enseñan las primeras fórmulas en la fe sino que, sobre todo,
porque su amor es verdaderamente la imagen de Dios y los niños hacen suyo este contenido
de modo vital, sin que nadie se lo explique. La unidad entre los padres transmite la
confianza en el amor y en la vida y por ende en Dios creador: esta experiencia hace a los hijos
serenos y capacitados para afrontar las dificultades externas.
Al contrario, la desunión en la familia genera en los hijos inseguridad y temor frente a todo
lo que les rodea: ¿Cómo podrían fiarse de alguien, si sus mismos padres son de poco fiar,
porque no consiguen mantener el compromiso de su mutuo amor? Aunque un niño no esté
capacitado para articular este pensamiento, intuye de todas formas que debería existir amor
donde sin embargo experimenta desunión, y sufre por eso. Es en la familia donde nacen las
vocaciones cristianas a la vida sacerdotal, laical, religiosa; los padres son los más profundos
conocedores de los hijos y, por tanto, pueden orientarlos mejor que nadie en la elección de su
estado de vida.
Si son buenos cristianos, no alejarán a los hijos del camino de la donación total a Dios y al
prójimo, ni del camino de un matrimonio cristiano sólido y fecundo: “Los cónyuges cristianos
son mutuamente para sí, para sus hijos y demás familiares, cooperadores de la gracia y testigos
de la fe. Ellos son para sus hijos los primeros predicadores de la fe y los primeros
educadores; los forman con su palabra y con su ejemplo para la vida cristiana y
apostólica, los ayudan con mucha prudencia en la elección de su vocación y cultivan con todo
esmero la vocación sagrada que quizá han descubierto en ellos.”95
Respecto a la Transmisión de la fe a los hijos en el seno de la familia cristiana, cito algunos pasajes de la
“Dissertatio” o discurso pronunciado por Kiko en la concesión del Doctorado “En Teología” del Instituto
Juan Pablo II:
Las Laudes del Domingo por la mañana: celebración doméstica
El Camino Neocatecumenal ha podido hacer lo que ha hecho hasta ahora ––familias
reconstruidas, numerosos hijos, vocaciones a la vida contemplativa y al sacerdocio...–– sólo a
través de esta obra de reconstrucción de la familia. Me gustaría apuntar brevemente cómo se
hace esto en el camino, educando a las familias en la oración y en la transmisión de la fe a
los hijos: de hecho, son los padres, como dice el Catecismo de la Iglesia Católica, quienes "han
recibido la responsabilidad y el privilegio de evangelizar a sus hijos" (n. 2225).
Después de que Dios se manifestó a su pueblo en el monte Sinai, como único Dios existente, y
les mandó que le amaran "con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas",
añade inmediatamente: "Se lo repetirás a tus hijos, les hablarás de ello tanto si estás en casa
como si vas de viaje, así acostado como levantado...". "Cuando el día de mañana te pregunte tu
hijo: '¿Qué son estos estatutos, estos preceptos y estas normas que el Señor nuestro Dios os ha
prescrito?', dirás a tu hijo: 'Éramos esclavos de Faraón en Egipto, y el Señor nos sacó de Egipto

95
AA 11.

CatequesisȱFamiliaȱ2009ȱ–ȱ1ȱOctubreȱ2009ȱ Páginaȱ33ȱ
con mano fuerte. El Señor realizó a nuestros propios ojos señales y prodigios grandes y terribles
en Egipto, contra Faraón y toda su casa. Y a nosotros nos sacó de allí para conducirnos y
entregarnos la tierra que había prometido bajo juramento a nuestros padres"” (cf. Dt 6, 4ss).96
Este texto, que ha sido muy importante para el pueblo judío durante los siglos y que ha
mantenido a las familias judías unidas, hace comprender la importancia que tiene para los
padres el hecho de transmitir la fe a los hijos y también da a entender que este mandato
divino está dado a los padres y no puede delegarse a ningún otro. Son ellos los que deben
contar a los hijos el amor que Dios les ha tenido.97
El Camino Neocatecumenal, en cuanto a iniciación cristiana en las diócesis y en las
parroquias, enseña hoy a las parejas también a transmitir la fe a los hijos, sobre todo en una
celebración familiar, en una liturgia doméstica.
La familia cristiana, tiene tres altares: el primero la mesa de la santa Eucaristía, dónde Cristo
ofrece el sacrificio de su vida por nuestra salvación; el segundo, el tálamo nupcial, dónde se
sitúa el sacramento del matrimonio y se da la vida a los nuevos hijos de Dios, tálamo nupcial al
que se le debe gran honor y gloria; el tercer altar, la mesa de la familia, donde la familia come
unida, bendiciendo al Señor por todos sus dones. En torno a esta misma mesa se hace la
celebración doméstica, en la cual se pasa la fe a los hijos.
En esta celebración los padres rezan los salmos de las laudes con los hijos, leen las Sagradas
Escrituras y les preguntan: "¿Qué te dice a tu vida esta palabra?". Es impresionante ver cómo
los hijos aplican la Palabra de Dios a su propia historia. Al final el padre y la madre dicen una
palabra, partiendo de su propia experiencia, e invitan a los hijos a rezar por el Papa, por la
Iglesia, por los que sufren, etc. Después se reza el Padrenuestro y se dan la paz; y la celebración
se concluye con la bendición de los padres sobre cada uno de los hijos.
Como hemos dicho, hoy es de vital importancia para la familia cristiana una celebración
familiar, una liturgia domestica, donde puedan encontrarse, al menos una vez a la semana, las
dos generaciones ––hijos y padres–– y donde pueden rezar y dialogar poniendo la palabra y al
Señor Jesús resucitado en el centro.
Nuestra sociedad está desestructurando la familia: en los tiempos (ritmos de trabajo y horarios
escolares), en los componentes (parejas de hecho, divorcio,etc...) en las maneras de vivir, pero
sobre todo a través de una cultura que se esta volviendo contraria a los valores del Evangelio.
Nosotros estamos convencidos de que la verdadera batalla que la Iglesia está llamada a afrontar
en el tercer milenio, el verdadero desafío que debe asumir, y donde se juega el futuro, es la
familia.

Misión de la familia
El Papa Juan Pablo II, en la Homilía de Porto San Giorgio el 30 de diciembre de 1988, que recordaba más
arriba, nos confiaba el difícil encargo. Con gran fuerza nos lo dijo:
“Debéis, con vuestra oración, con vuestro testimonio, con vuestra fuerza ayudar a la familia;
debéis protegerla contra cualquier destrucción. Si no hay otra dimensión en la cual el hombre
pueda expresarse como persona, como vida, como amor, se debe decir también que no existe
otro lugar, otro ambiente en el cual el hombre pueda ser más destruido. Hoy se hacen muchas
cosas para normalizar estas destrucciones, para legalizar estas destrucciones; destrucciones
profundas, heridas profundas de la humanidad. Se procura, legalizar, y a esto se llama

96
Entonces vuestros hijos os preguntaran: ¿Qué significa este acto de culto? [Prescripciones para la Pascua]. Vosotros
les diréis: Es el sacrificio de la pascua del Señor, que ha pasado entre las casas de los Israelitas en Egipto, cuando hirió
a Egipto y salvó nuestras casas” (Es 12,26).
97
Para los primeros cristianos transmitir la fe a los hijos, a través de la Sagrada Escritura, que se cumplen en Jesucristo, fue la
misión primordial. Encontramos este testimonio en la 2ª Carta de Pablo a Timoteo: “persevera en lo que aprendiste y en lo que
creíste, teniendo presente de quiénes lo aprendiste (de la madre Eurinice), y que desde niño conoces las Sagradas Letras” (2Tm
3,14-15). Y esta tradición se ha mantenido, en formas diversas, a lo largo de los siglos, en las familias cristianas. Dan testimonio de
ello numerosos niños y jóvenes mártires.

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“proteger”. Pero no se puede proteger realmente la familia sin entrar en sus raíces, en las
realidades profundas, en su íntima naturaleza. Esta naturaleza íntima es la comunión de las
personas a imagen y semejanza de la comunión divina. Familia en misión, Trinidad en
misión.”98
Y el Papa Benedicto XVI
“Ojalá que, conscientes de la gracia recibida, los esposos cristianos construyan una familia
abierta a la vida y capaz de afrontar unida los numerosos y complejos desafíos de nuestro
tiempo. Hoy su testimonio es especialmente necesario. Hacen falta familias que no se dejen
arrastrar por modernas corrientes culturales inspiradas en el hedonismo y en el
relativismo, y que más bien estén dispuestas a cumplir con generosa entrega su misión en la
Iglesia y en la sociedad.”
En la Exhortación apostólica Familiaris consortio, el siervo de Dios Juan Pablo II escribió que
"el sacramento del matrimonio constituye a los cónyuges y padres cristianos en testigos de
Cristo "hasta los últimos confines de la tierra", como auténticos "misioneros" del amor y
de la vida" (cf. n. 54). Esta misión se ha de realizar tanto en el seno de la familia
ʊespecialmente mediante el servicio recíproco y la educación de los hijosʊ como fuera de
ella, pues la comunidad doméstica está llamada a ser signo del amor que Dios tiene a todos.
La familia cristiana sólo puede cumplir esta misión si cuenta con la ayuda de la gracia divina.
Por eso es necesario orar sin cansarse jamás y perseverar en el esfuerzo diario de mantener los
compromisos asumidos el día del matrimonio” (Benedicto XVI, Angelus, 8 octubre de 2006).
El Señor llama a “cada familia” de las Comunidades al testimonio y a la misión en el propio ambiente, sin
embargo, ya desde los primeros años llamó a algunas familias a ofrecerse disponibles como “familias
itinerantes”, desde 1986 como “familias en misión” en las zonas más descristianizadas y más pobres del
mundo, y últimamente otras familias a la “Missio ad gentes” en ambientes pagano: El Papa Juan Pablo II
y después Benedicto XVI en varias Audiencias han bendecido y apoyado con su palabra a estas misiones
de las familias que han dado frutos de conversión y de santidad ya sea dentro de las familias mismas: en
la propia pareja y en los hijos, sea en la evangelización, reconstruyendo a mucha gente destruida, familias,
y abriendo el camino de iniciación cristiana con nuevas comunidades neocatecumenales.
“Hace falta una fe profunda para caminar en el mundo de hoy como familia, es necesaria una fe
valiente para actuar en el mundo de hoy este diseño propio de Dios sobre la familia, este diseño
de amor de la vida que es propio de cada familia, que es su vocación. Hace falta una fe grande
para caminar como familia por la huellas de la sagrada Familia, y de esta manera hacer
caminar a los otros, a las otras familias. Yo, queridos hermanos y hermanas, junto con mis
hermanos obispos y sacerdotes, os deseo este camino en la fe como familias, y os deseo que este
camino en la fe sea ejemplo para las otras familias del mundo de hoy, como para nosotros y
vosotros es ejemplo la sagrada Familia de Nazaret: Jesús, María y José. Os doy mi bendición.”
(Papa Juan Pablo II, Castel Gandolfo 28/12/1986. Publicado en: El Camino Neocatecumenal
según Pablo VI y Juan Pablo II, Ed. San Pablo, Madrid 1995, pág. 96).
“Sin embargo, hoy nuestra atención se dirige particularmente a las familias. Más de doscientas
están a punto de ser enviadas en misión; son familias que parten sin grandes apoyos humanos,
pero contando ante todo con la ayuda de la divina Providencia. Queridas familias, podéis
testimoniar con vuestra historia que el Señor no abandona a los que se encomiendan a él.
Seguid difundiendo el evangelio de la vida. Dondequiera que os conduzca vuestra misión,
dejaos iluminar por las consoladoras palabras de Jesús: "Buscad primero el reino de Dios y su
justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura", y también: "No os preocupéis del
mañana: el mañana ya tendrá sus propias inquietudes" (Mt 6, 33-34). En un mundo que busca
certezas humanas y seguridades terrenas, mostrad que Cristo es la roca firme sobre la cual
construir el edificio de la propia existencia, y que la confianza depositada en él jamás queda
defraudada.

98
L`Osservatore Romano, 31 diciembre 1988. Publicado en: El Camino Neocatecumenal según Pablo VI y Juan Pablo
II, Ed. San Pablo, Madrid 1995, pág. 103.

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La Sagrada Familia de Nazaret os proteja y sea vuestro modelo. Aseguro mi oración por
vosotros y por todos los miembros del Camino Neocatecumenal, a la vez que con afecto imparto
a cada uno la bendición apostólica.” (Papa Benedicto XVI, Roma 12/01/2006)

El Camino y la Comunidad sostienen a la familia


Al finalizar esta catequesis sobre el matrimonio y la familia, quisiera subrayar la importancia del Camino
Neocatecumeanal y de la propia Comunidad como sostén de la familia, ya sea por las dificultades que
encuentra en su interior (marido-mujer; padres e hijos; parientes, enfermos, ancianos), ya sea para afrontar
los desafíos del ambiente contrario al matrimonio cristiano (pornografía, divorcio, etc.) y a la familia (contra
la vida: hijos numerosos, asistencia a los ancianos).
Como hemos visto las dificultades principales para asumir y vivir la propia realidad sexual integrada en la
vida personal, para un noviazgo casto, para vivir la comunión entre los esposos, para dar a luz los hijos
“que Dios quiera dar”, educarlos y pasarles la fe de modo que entren también ellos a formar parte del
pueblo de Dios, se constituyen “por la presencia del pecados en nosotros y por la seducción del demonio
“mentiroso y homicida desde el principio”. Por esto es necesario un camino de conversión cotidiano,
iluminados por la Palabra de Dios, alimentados por la Celebración de la Eucaristía, sostenidos por el
Sacramento de la Reconciliación, participando progresivamente en los principales Misterios de la vida de
Cristo en las varias etapas del año Litúrgico. Ésta es la base, el fundamento sobre el cual se puede fundar y
crecer un matrimonio y una familia cristiana alimentada y partícipe del Amor de Dios.
El Señor nos ha dado el don de llamarnos al Camino Neocatecumenal, un itinerario de iniciación
postbautismal para hacer revivir en nosotros los tesoros del Bautismo, y esto en una Comunidad
concreta de hermanos y hermanas llamados junto con nosotros.
Pero el Camino no es como una cadena de montaje, que al final da automáticamente un producto
garantizado. El Camino se realiza en un personal e íntimo diálogo con Dios, en una adhesión libre a su
Palabra en los acontecimientos de la propia vida (personal, familiar y comunitaria). San Juan Crisóstomo
decía a los Neófitos (recientemente bautizados) después de años de catecumenado: “Todos habéis entrado
en la piscina bautismal, pero no todos habéis dejado al hombre viejo”. Vosotros nos podéis engañarnos
(catequistas), pero no podéis engañar a Dios. Esto vale también para aquellos de nosotros que hemos acabo
el Neocatecumenado hace años: antes o después llegan hechos que ponen a prueba nuestra fe (dentro del
matrimonio o de la familia, o problemas de enfermedades o de vejez): entonces nuestra fe es pasada por el
crisol para averiguar si en nosotros hay un auténtico amor a Dios y al prójimo o, si al contrario, hay un
amor a nosotros mismos. El que no ha alcanzado una profunda y personal relación con Jesucristo,
adhiriéndose libremente a la predicación, a la Palabra y a su gracia en los Sacramentos, antes o después se
desmorona (deja el Camino y quizás también la Iglesia): con las solas fuerzas humanas no podemos
entrar en la Cruz. Quien rechaza libremente el amor de Dios que ha comenzado a conocer y es causa de
escándalo para los pequeños, se condena al infierno.
También con esta catequesis, el Señor nos invita a todos a la fidelidad a su llamada a través del Camino, a
“no desertar la asamblea” porque sosteniéndonos los unos a los otros podemos cumplir la misión que
nos ha encomendado: la salvación del matrimonio y de la familia (célula base de la Iglesia y de la
sociedad) en una sociedad que la quiere hacer desaparecer.

Algunos casos particulares


Hijos rebeldes
A propósito de hijos “difíciles” recuerdo lo que dije en la catequesis de 2007:

CatequesisȱFamiliaȱ2009ȱ–ȱ1ȱOctubreȱ2009ȱ Páginaȱ36ȱ
Tal vez es inevitable que un hijo sea rebelde99 o pase una crisis en rebeldía contra los padres (y
normalmente contra Dios y la comunidad): es importante que los padres sepan leer también estos hechos
como una palabra de Dios para ellos y para su familia. Mirar a la Familia de Nazaret, “experta en el
sufrir”, les ayudará a crecer en la humildad y a tener una relación más profunda con Dios por medio de
la oración. Como ya se dijo en los años pasados, es importante que los padres se mantengan firmes en exigir
a los hijos un comportamiento conforme a una familia cristiana; tal vez poner de patitas en la calle a un
hijo que vive de manera disoluta, le puede ayudar a recobrar el control de sí mismo y a salvarse.
Para que la fe de los padres se convierta en fe de los hijos, requiere siempre su libre adhesión a lo que han
recibido. A este propósito recuerdo lo que ha dicho el Papa Benedicto XVI:
La relación educativa es, por su naturaleza, delicada, pues implica la libertad del otro, al que
siempre se impulsa, aunque sea dulcemente, a tomar decisiones. Ni los padres, ni los
sacerdotes o los catequistas, ni los demás educadores pueden sustituir la libertad del niño,
del muchacho o del joven al que se dirigen.
De modo especial, la propuesta cristiana interpela a fondo la libertad, llamándola a la fe y a
la conversión.
En la actualidad, un obstáculo particularmente insidioso para la obra educativa es la masiva
presencia, en nuestra sociedad y cultura, del relativismo que, al no reconocer nada como
definitivo, deja como última medida sólo el propio yo con sus caprichos; y, bajo la apariencia
de la libertad, se transforma para cada uno en una prisión, porque separa al uno del otro,
dejando a cada uno encerrado dentro de su propio "yo".
Por consiguiente, dentro de ese horizonte relativista no es posible una auténtica educación, pues
sin la luz de la verdad, antes o después, toda persona queda condenada a dudar de la bondad
de su misma vida y de las relaciones que la constituyen, de la validez de su esfuerzo por
construir con los demás algo en común. (Benedicto XVI, “A la Diócesis de Roma”,
06.06.2005).
Otro problema para nuestras familias es lo que respecta a la actitud que hay que tener ante los
hijos o parientes que en vez de casarse por la Iglesia eligen el matrimonio civil o incluso convivir
(matrimonio de hecho). A este propósito exponemos el pensamiento de la Iglesia (citaré tres
documentos del Magisterio para ofrecer la posibilidad de informarse más a fondo). Es importante en
estos casos evitar el juicio en la Comunidad sobre el comportamiento de las diferentes familias,
confiando en la “gracia de estado” que Dios da a cada familia para discernir la actitud a tener “en
cada caso” siempre en el respeto de la Verdad en la Caridad.
Acción pastoral frente a algunas situaciones irregulares
Uniones de hecho: atención y acercamiento pastoral100

99
Son interesantes los cuatro tipos de hijos de los que habla el Haggadá (el libro que se lee durante la Pascua hebrea).
El “hijo que no sabe preguntar”: un niño cuyo deseo de conocimiento está adormecido, lo que acontece en torno a él
le deja indiferente y no estimula su curiosidad hasta el punto que no siente la necesidad de preguntar. Es tarea del
padre tomar la iniciativa y entablar primero una conversación de modo que le ofrezca unos estímulos. El hijo
“sencillo”, cuyo deseo de conocer está vivo y se expresa verbalmente a través de las preguntas. Es necesario, pues,
que sus padres estén preparados para responder adecuadamente a sus preguntas. El hijo “sabio”, como aquel que no
solamente posee ya un cierto bagaje de conocimiento, sino que muestra también signos de su propia responsable
actitud, en primer lugar hacia la religión. Lo que los padres enseñan a este “tipo” de hijo a través de la Pascua,
concierne ante todo la transmisión del concepto de que la fe hebrea se basa en la experiencia vivida por sus propios
antepasados con la salida de Egipto y el fin de su esclavitud, y no en la base de principios filosóficos concernientes a
la naturaleza divina. El hijo “malvado”. Él tiende a excluirse de la familia y de la colectividad hebrea; de hecho, en
la Haggadà él pregunta simbólicamente: “¿Qué valor tiene esto para vosotros?”, y no para nosotros. Su
comportamiento y sus elecciones están determinadas por una única consideración: si eso le procurará un placer
personal. Es necesario dar respuestas a ese hijo con toda serenidad y solemnidad, de manera tal que se le haga
partícipe de la atmósfera festiva y hacerlo consciente de la felicidad y del beneficio espiritual, y no sólo físico, que
deriva de la Pascua, de manera tal que se obtenga por lo menos el respeto.
100
Pontificio Consejo para la Familia, Familia, matrimonio y “uniones de hecho”, Librería Ed. Vaticana, 2000.

CatequesisȱFamiliaȱ2009ȱ–ȱ1ȱOctubreȱ2009ȱ Páginaȱ37ȱ
Es legítima la comprensión por la problemática existencial y las elecciones de las personas que
viven en uniones de hecho y en ciertas ocasiones, un deber. Algunas de estas situaciones,
incluso, deben suscitar verdadera y propia compasión. El respeto por la dignidad de las personas
no está sometido a discusión.
Sin embargo, la comprensión de las circunstancias y el respeto de las personas no equivalen a
una justificación. Más bien se trata de subrayar, en estas circunstancias que la verdad es un
bien esencial de las personas y factor de auténtica libertad: que de la afirmación de la verdad
no resulte ofensa, sino sea forma de caridad, de manera que el «no disminuir en nada la
doctrina salvadora de Cristo» sea «forma eminente de caridad para con las almas», de modo tal,
que se acompañe «con la paciencia y la bondad de la cual el Señor mismo ha dado ejemplo
en su trato con los hombres». Los cristianos deben, por tanto, tratar de comprender los
motivos personales, sociales, culturales e ideológicos de la difusión de las uniones de hecho. Es
preciso recordar que una pastoral inteligente y discreta puede, en ciertas ocasiones favorecer la
recuperación «institucional» de algunas de estas uniones. Las personas que se encuentran en
estas situaciones deben ser tenidas en cuenta, de manera particularizada y prudente, en la
pastoral ordinaria de la comunidad eclesial, una atención que comporta cercanía, atención a
los problemas y dificultades derivados, diálogo paciente y ayuda concreta, especialmente en
relación a los hijos (n.49).
Católicos unidos solo por el matrimonio civil101
Es cada vez más frecuente el caso de católicos que, por motivos ideológicos y prácticos,
prefieren contraer sólo matrimonio civil, rechazando o, por lo menos, diferendo el religioso. Su
situación no puede equipararse sin más a la de los que conviven sin vínculo alguno, ya que hay
en ellos al menos un cierto compromiso a un estado de vida concreto y quizá estable, aunque a
veces no es extraña a esta situación la perspectiva de un eventual divorcio. Buscando el
reconocimiento público del vínculo por parte del Estado, tales parejas demuestran una
disposición a asumir, junto con las ventajas, también las obligaciones. A pesar de todo, tampoco
esta situación es aceptable para la Iglesia.
La acción pastoral tratará de hacer comprender la necesidad de coherencia entre la elección
de vida y la fe que se profesa, e intentará hacer lo posible para convencer a estas personas a
regular su propia situación a la luz de los principios cristianos. Aun tratándoles con gran caridad
e interesándoles en la vida de las respectivas comunidades, los pastores de la Iglesia no podrán
admitirles al uso de los sacramentos (n.82).
El problema de los hijos de las familias en situaciones irregulares102
En el ámbito de la acción pastoral hacia las familias irregulares o difíciles, se presenta
menudo también el problema de los hijos, de su educación en la fe y de su admisión a los
sacramentos de la iniciación cristiana.
La comunidad cristiana debe mostrar gran apertura pastoral, acogida y disponibilidad hacia
ellos: en efecto, ellos “son del todo inocentes respecto a la eventual culpa de los padres”. Por
su parte los padres, más allá de su situación matrimonial, regular o no, siguen siendo los
primeros responsables de esa educación humana y cristiana a la que tienen derecho sus
hijos. Como tales, han de ser ayudados y sostenidos por la entera comunidad cristiana y, en
particular, por sus responsables. Con ocasión de la petición de los sacramentos para los hijos,
la comunidad cristiana esté particularmente atenta para aprovechar esta oportunidad para una
discreta, y al mismo tiempo puntual, obra de evangelización ante todo de los padres para
ayudarles a reflexionar sobre su vida a la luz del Evangelio, para invitarles a “regularizar” en
la medida de lo posible, su posición, para exhortarle y acompañarles en su cometido
educativo.103.

101
Familiaris Consortio, n. 82, y Direttorio per la Famiglia, della CEI.
102
CEI, Direttorio di pastorale familiare, Roma 1993, n. 116.
103
Los abuelos se ofrezcan para dar la educación en la fe que los padres no están capacitados de dar a sus hijos.

CatequesisȱFamiliaȱ2009ȱ–ȱ1ȱOctubreȱ2009ȱ Páginaȱ38ȱ
Sumarioȱ
Catequesis sobre la “Nueva cultura de la familia cristiana” 1

Premisa 1

Introducción 2

Antropología laicista: ataques contra la familia cristiana 3


Antropología judeo-cristiana: la familia cristiana 3

La Santísima Trinidad: raíz y fuente de la familia cristiana 4

EL SER HUMANO COMO “SUJETO SOLITARIO” 5


DIO ES COMUNIÓN 6
EL SER HUMANO A IMAGEN DEL DIOS TRINITARIO 6
TRINITARIZACIÓN: LA META DE LA CREACIÓN 7
LA IGLESIA COMO «ICONO» DE LA TRINIDAD 8

La persona: uni-dualidad de alma-cuerpo 8

El cuerpo en la antigüedad: el cuerpo como una realidad inferior 8


Del Renacimiento a nuestros días 9
El cuerpo en la cultura actual 10
Jesús y el cuerpo 10
El cuerpo en la teología de San Pablo 11
La uni-dualidad de la persona 11

La sexualidad: “hombre y mujer lo creó” 12

El amor y la sexualidad humana 12


Pecado original y fomes de la concupiscencia 12
LA CONCUPISCENCIA CARNAL 13
LA ESTRUCTURA DEL PECADO 14
EL VERDADERO SIGNIFICADO DE LA CASTIDAD 15
La educación a la sexualidad 16
LOS DERECHOS-DEBERES DE LOS PADRES EN LA EDUCACIÓN SEXUAL DE LOS HIJOS 17
El pudor y la modestia 18

Las dos vocaciones al amor: el matrimonio y la virginidad 18


La vocación a la virginidad y al celibato 18

El noviazgo 19

Preparación remota: 19

Preparación próxima: 19
Noviazgo: castidad y relaciones prematrimoniales 19
La libertad en la relación 19
La calidad en la relación 20

El sacramento del matrimonio 22


El amor conyugal 22

CatequesisȱFamiliaȱ2009ȱ–ȱ1ȱOctubreȱ2009ȱ Páginaȱ39ȱ
Amenazas a la comunión conyugal 24
Dificultades en la relación conyugal 24

La familia cristiana 26

Formar un pueblo que cante la gloria de Dios 26


La genealogía de la persona 26
Paternidad y maternidad responsables: recta interpretación 27
Procreación y moralidad conyugal 28
Los métodos naturales 29
VADEMECUM PARA CONFESORES 30
1. Finalidad del documento 30
2. La enseñanza de la Iglesia sobre la procreación responsable 30
3. Orientaciones pastorales de los confesores 31

La transmisión de la fe 33

La familia como escuela y ámbito de santidad 33


Las Laudes del Domingo por la mañana: celebración doméstica 33

Misión de la familia 34

El Camino y la Comunidad sostienen a la familia 36

Algunos casos particulares 36


Hijos rebeldes 36
Acción pastoral frente a algunas situaciones irregulares 37
Católicos unidos solo por el matrimonio civil 38
El problema de los hijos de las familias en situaciones irregulares 38

CatequesisȱFamiliaȱ2009ȱ–ȱ1ȱOctubreȱ2009ȱ Páginaȱ40ȱ

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