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ACONTIO Y CIDIPE O LA INCREIBLE HISTORIA DE UN JURAMENTO DE AMOR

Acontio, joven de Ceos -Al sudeste del Ática- de familia respetable pero relativamente
pobre, se enamoró de una joven de Naxos de alta cuna llamada Cidipe, a la que conoció
en una festividad en Délos, por lo que estando allí presente vio a dicha doncella,
acompañada de su nodriza, la cual venía a rendir adoración a la divinidades tutelares de la
ciudad y al quedar el joven prendado inmediatamente de la belleza de la muchacha,
terminó por averiguar su identidad, enterándose que Cidipe era hija de un alto personaje
que se encontraba en Délos de paso.
Decidido entonces a conquistar a la doncella, Acontio la sigue hasta el templo de la diosa
Artemisa, en donde ella se sentó mientras se celebraba el sacrificio, por lo que el joven
enamorado decide recurrir a una estratagema en base a lo sagrado de cumplir un
juramento de amor realizado ante el altar de una divinidad, con lo que cogiendo una
manzana, grabó en su corteza, con la punta de un cuchillo, esta frase: «Juro por el templo
de Artemisa que me casaré con Acontio », y lanzó después con habilidad el fruto en
dirección de Cidipe, el cual sería recogido por la nodriza quien lo tendió a la muchacha,
que, inocentemente leyó la inscripción en voz alta tal como hacían normalmente los
lectores en tiempos remotos e ignorando que al hacer eso, se unía a Acontio bajo
juramento solemne.
Al comprender casi que en el acto el alcance de las palabras que estaba pronunciando, la
sonrojada doncella arrojó el fruto a lo lejos, pero ya había expresado, aun a pesar suyo,
una fórmula que la ataba a Acontio, y la diosa era testigo de su juramento. Así, poco
después, Acontio regresa a su patria, consumido de amor por aquella a la que consideraba
su prometida, mientras que en Náxos, el padre de Cidipe preparaba para su hija otra boda
de su elección. Sin embargo, tan pronto como empezaron las fiestas, la doncella
súbitamente cayó enferma de tal gravedad que hubo que aplazar la ceremonia, tras lo
cual Cidipe se restableció en seguida, pero volvió a acometerle el misterioso mal otras tres
veces, siempre que se disponía a celebrar los esponsales.
Este misterioso caso llegó a oídos de Acontio, el cual se trasladó raudo hacia Atenas para
informarse de primera mano acerca de la salud de su amada, hasta el extremo de que su
inocultable pasión fue pronto del conocimiento de toda la ciudad, por lo que las gentes
creían que el joven había embrujado a la muchacha. A expensas de ello, el padre de la
doncella acudió presuroso a consultar al oráculo de Delfos, y el dios le reveló que Cidipe
estaba atada por un juramento, y que la cólera de Artemisa la castigaba cada vez que se
disponía a cometer perjurio casándose con otro. Al fin y enterado así de la impactante
verdad, el dignatario se informó sobre la familia de Acontio, que no le pareció indigna de
unirse a la suya, por lo cual, de modo que terminó por acceder a la boda de su hija con
Acontio, cuya estratagema tuvo de este modo el resultado deseado.

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