¿Cuál considera que es la responsabilidad ético-jurídica que
le corresponde al Estado y a la sociedad, desde la esencia
del Estado Social de Derecho y del principio de solidaridad contemplado en la Constitución Política (Preámbulo, Arts. 1 y 2), ante la emergencia social, sanitaria y económica que nos ha traído la pandemia COVID-19? RESPUESTA POR: JUAN MANUEL GOMEZ GARCIA. En este momento coyuntural por el que atraviesa el mundo y que ha tocado nuestro país, más que nunca se requiere de acciones que realmente nos garanticen a quienes hacemos parte de este conglomerado social llamado Colombia, gozar de manera efectiva de sus derechos consignados en su constitución política, logrando sentar bases desde la realidad en la que nos encontramos, donde salta a la vista que aunque si bien es cierto no preparados ante esta emergencia, al menos si tenemos la actitud para cuidarnos y cuidar al otro, no solamente desde la perspectiva de un posible contagio, sino también y sobre todo, desde la ayuda mutua ya que más que nunca nos necesitamos, pues nos encontramos vulnerables no solo a una enfermedad sino al bordo de ver la decadencia de una sociedad que a raíz de sus más profundas necesidades y al reconocer su realidad, puede desconocerse a sí misma y llegar a fines más allá que puedan justificar los medios. Nuestro país necesita con urgencia que se instaure la práctica intensa y extensa de una ética sustantiva capaz de asegurar el cumplimiento de los fines del Estado social de derecho, avanzando decididamente en el campo de los derechos, la equidad y la calidad de vida. No basta la ética que se reduce a no matar, no robar, no desaparecer, no secuestrar, no comprar ni coaccionar el voto, no abusar del poder, no transgredir la separación de poderes, sino mas que nunca una que nos permita ir exigirnos un compromiso social que nos sacuda y nos mueva a actuar, porque al hacerlo se está procurando un bien o evitando un mal para sí o para otros. La ética es algo propio de cada uno, pero al mismo tiempo forma parte de la cultura general de un colectivo o sociedad. Cada persona o individuo comparte, o es portador de los elementos éticos propios de su grupo, comunidad, o cualquier otro conjunto mayor, pero cada uno es libre de actuar asumiendo o desprendiéndose de los grandes referentes orientadores que le ha transmitido su sociedad a través de la familia, la escuela, la iglesia o la comunicación. La ética es una construcción humana, cultural e histórica y en situaciones difíciles como por la que estamos pasando es el momento justo para cuestionarnos sobre qué bases hemos edificado lo que hoy somos, queremos llegar a ser y fuimos. Suele en muchas ocasiones al referirse al Estado, pensar que este termino es excluyente por lo que solo encerraría a quienes son nuestro gobernantes, y es ahí cuando cometemos un gran error, el primero, pues somos nosotros quienes le damos sentido a esta expresión, quienes no comprendemos que una palabra como esta nos encierra a todos, pues de una u otra manera somos su significado, lo que hace que nos veamos comprometidos y nos responsabiliza con lo que pueda pasar con quienes confluimos en torno a lo que es ser colombiano. Y es que es justamente ese el sentido de lo que hoy conocemos como Estado social de derecho donde los colombianos pretendemos construir unas nuevas relaciones con la naturaleza, basados en principios y valores como la vida, prevalencia del interés general sobre el particular, solidaridad, protección de las riquezas culturales y naturales, dignidad humana y participación ciudadana. Sin embrago, estamos a puertas de conocer de lo que verdaderamente estamos hechos, donde nos vemos obligados a pensar, no sólo en la teoría de los derechos que se encuentran contemplados en nuestra carta magna, sino también y sobre todo, en la manera como se hacen realidad en el mundo práctico, ante esta pandemia que no le basto con tocar nuestra puerta, sino que ya esta dentro de nosotros, en la sala de nuestra casa, esperando la manera como la vamos a atender, enfrentar y superar. Este derecho fundamental tiene como base que el conocimiento de la Constitución en general y de los derechos en particular constituye la fuente, o por lo menos una de las bases, para que el sujeto moralmente asuma y adecue el comportamiento de acuerdo con los límites que toda ley le imprime a su personalidad; es decir, el conocimiento y por ello la razón del deber ser debe ser un faro sobre el cual se determinan las conductas morales. Ahora bien, la razón induce a hacer aquellos actos que se oponen, en sumatoria a aquellas acciones que se desean hacer, es decir, que exigen la voluntad, y por eso los actos morales están condicionados a la “verdad” de la razón fundada en el conocimiento. El deber como presupuesto de la ética posee otro principio, y es la tesis de que el sujeto moral desde su condición humana tiene comportamientos que no se ajustan a las normas constitucionalmente instituidas, lo cual significa que el sujeto es malo, como lo afirmaban Maquiavelo y Hobbes. Esto en cuanto a los derechos humanos implica que ellos son enunciados regulativos del comportamiento ético, de tal forma que los derechos, más que humanos, son inhumanos, como lo afirma Savater: “Los derechos en cuestión deben ser llamados más bien inhumanos, precisamente porque surgen del orden de la necesidad natural y su enfrentamiento azaroso y rapaz entre las relaciones humanas.”
Cuando no somos conscientes de la realidad en la que estamos
inmersos ni de nuestro deber moral para con el conglomerado social que nos rodea, anteponemos nuestro interés particular sobre el bien común, donde aflora ese sentimiento egoísta y quizá entonces mas colombiano de infringir la ley, donde el juicio personal queda a un lado limitándolo a que todo esta permitido siempre y cuando no sea descubierto.
Cosas tan pequeñas y simples como no quedarnos en casa,
saliendo a las calles cuando el gobierno ha direccionado todos sus esfuerzos para que todos nos cuidamos y protejamos a quienes en la cotidianidad tendrían contacto con nosotros, deja mucho que desear de ese deber ético y moral de quienes aún, viendo espejos de los estragos ocasionados por el COVID-19 en otros países, de manera irresponsable y desbocada, ponen en riesgo no solo su seguridad y salud, sino que agravan significativamente la emergencia social y sanitaria por la que actualmente atravesamos.
La Corte en la Sentencia C-767/14 ha definido el principio de
solidaridad como: “un deber, impuesto a toda persona por el solo hecho de su pertenencia al conglomerado social, consistente en la vinculación del propio esfuerzo y actividad en beneficio o apoyo de otros asociados o en interés colectivo”. La dimensión de la solidaridad como deber, impone a los miembros de la sociedad la obligación de coadyuvar con sus congéneres para hacer efectivos los derechos de éstos, máxime cuando se trata de personas en situación de debilidad manifiesta, en razón a su condición económica, física o mental.
Sin embargo, es triste ver que contra las cuerdas, desde
diferentes escenarios, son muchos los colombianos que en este momento de crisis, por diferentes razones, se han dejado llevar por su desdén ante el sufrimiento del otro, viviendo desde una óptica egocentrista y utilitarista en un proceso que personalmente lo he querido llamar “deshumanización” desde la capacidad prosocial dispuesta a un sacrificio personal para ayudar a los demás; hoy mas que nunca nos cuesta ponernos en los zapatos del otro e identificarnos con su sufrimiento, mas aun, cuando se ha perdido la fe en quienes nos gobiernan siendo conscientes que somos más los que intentamos sobrevivir que quienes realmente se encuentran en un estado de bienestar.
Con el pasar de los días, nuestros ojos contemplaran despidos
masivos, hurtos a almacenes y supermercados, inseguridad en las calles, gente reclamando dos o tres mercados muy a pesar de que hay otra gente que también los necesita, otros inconformes con las ayudas que se les suministran, incremento de la violencia intrafamiliar, muchos también intentaran sacar provecho de las medidas impartidas por el gobierno nacional, acaparando productos y especulando precios, y lo que es más indignante aun, gente muriendo de hambre como de por si ya es costumbre en nuestro país, ¿esa es la solidaridad que nuestras gobernantes han forjado en el conglomerado? ¿esa es la ética que se nos ha inculcado producto de esa construcción humana, cultural e histórica?
Esa es la responsabilidad ético-jurídica que le corresponde al
Estado y a la sociedad, devolver la fe en la misma, demostrando que se puede ser mejores, que podemos aprender de las experiencias negativas, que podemos dejar de ser corruptos, que podemos conocer la Constitución en general y de los derechos en particular que constituyen la fuente, para que podamos ser capaces de dirigir nuestro comportamiento de acuerdo con los límites que toda ley, aceptando que cumpliéndola podremos propender y alcanzar el estado de bienestar del que quizá hoy somos carentes, pero que juntos podemos reescribir, para que así podamos aprender a dar no de lo que nos sobra, sino de lo que nuestros semejantes necesitan, sabiendo que nuestro Estado, que no es igual a gobierno, pero del que quienes elegimos si son parte, trabaja por el bienestar común.
Este momento pasará a la historia, solo de nosotros depende que
no sea porque llegó una enfermedad a nuestro país que trajo consigo una recesión económica y una serie de problemas sociales insostenibles, sino porque como lo manifestaba algún día Santa Laura Montoya primera colombiana llevada a los altares, “fuimos destruidos para que sobre nuestras ruinas se construyera un monumento para gloria de Dios”.