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Viaje a una conciencia asesina

Alejandro Espinosa

Una mirada negra y él se estremecía. Parecía solo hallar


aquellos planetas inmensos a lo largo de todo su
firmamento y se asombraba de ellos. El espacio lo ocultaba
y él aprovechaba para que en su nueva soledad pudiera
descubrir todo un mundo nuevo. Todo se hacía esquivo, él
sabía que era un ser extraño, hostil. Pronto pudo conocer
su nombre, corto pero fuerte, Óbito.

Sin que el pudiera saber el motivo, era el blanco de todos


los lamentos. Su paso dejaba pequeños cristales intocables
sobre las acongojadas mejillas de gente desconocida para
él. Inigualable pesar, extraña confusión y contusa tristeza lo
embargaba. Óbito no lo entendía, que estaba haciendo mal
se preguntaba.

Buscaba explicación en aquellas personas que solo con su


visita adormecían y su pecho dejaba de expandirse, pero
ellos también lo repudiaban. Maldecido sin razón, solitario
en su pesar, estaba exhorto de tanta reflexión sin
respuestas.

Entre sus diversos paseos, un día pasó cerca de una casa


que lo sorprendió. Nada nuevo, personas sentadas en sillas
como en un auditorio mirando al frente a una caja
rectangular muy ancha. Lagrimas y lamentos acompañaban
el cuadro. Se acercó lentamente hacía la peculiar caja,
tratando de pasar desapercibido por aquellos seres
entristecidos.

Tal fue su sorpresa al ver dentro de la caja a un hombre al


cual lo había visto perecer pocos días atrás. Su semblante
era pálido y con un gesto quieto que contrastaba con la
lujosa caja y su traje muy formal.

Óbito estaba revisando cada rincón de la caja y de su


ocupante cuando un hombre todo desmoralizado se acercó
junto a él. Reposó su cabeza contra esa caja y golpeando
su mano contra ella decía – tú, maldito!, por qué te lo
llevaste, por algo dios te rechazó. Por qué me quitas a mi
hijo, acaso te hice algo.

Óbito contra la pared estaba estupefacto al encontrar la


mirada de aquel señor directamente en sus ojos. Era una
conversación con él, más bien un reclamo contra él. Su
cuerpo temblaba y se tensionaba al ver esos ojos de locura
contra los suyos. No encontró mejor salida que huir y
mientras corría por la calle pensaba en esas palabras, que
sin merecérselo, se lo habían reclamado.

Rápidamente estaba fuera de este mundo, su rostro


húmedo por tantas lágrimas y su pecho exhausto de tanto
desgaste. Quería ser feliz, dejar de pensar que la gente lo
repudiaba y que ellos lo quisiesen. Su pecado debía ser
muy grande para tener que soportar ahora tanto
sufrimiento.

Las palabras de ese desdichado hombre no salían de sus


pensamientos, pero no sabía quien era ese tal dios y por
qué lo había rechazado. Sus nervios alterados por la
desesperación que estaba sintiendo lo hizo dar un
estruendoso grito – dios, quién eres, no te conozco y tu me
haz rechazado!. Acaso te hice algo, respóndeme!.

Inmediatamente un hombre apareció a su lado, vestía una


capa larga y blanca, bajo la capa podía divisarse una
espada tan larga como sus piernas y tan hermosa como
aquel hombre. Sin decir nada, lo tomó por su hombro y con
eso lo transportó a un apoteósico castillo, con gradas de
mármol y columnas muy grandes.

Mientras ambos caminaban por el castillo, pudo notar que


aquel hombre podía verlo a pesar de que no decía palabra
alguna. Dentro del castillo había millones de personas
saltando y riendo, jugando y amándose, era un lugar lleno
de algarabía. Tras pasar varios corredores y observar la
felicidad ajena de sus habitantes, llegó a una sala que
parecía la principal. En ella estaban sentados 3 hombres y
una mujer en cuatro tronos perfectamente diseñados, por
su aspecto parecían que eran los dueños de aquel lugar.
Óbito no se contuvo, pensaba que estaba frente a esa
persona que lo había rechazado y sin demora les preguntó
quienes eran. Uno de ellos, el más viejo respondió – soy tu
dios, si crees en mi podrás unirte a todos los que pudiste
ver afuera, solo obedéceme y nada malo volverá a
ocurrirte.

Óbito con mucha extrañeza a tales palabras suspiró y


enérgico dijo – tú eres mi dios?, por qué me rechazaste y
por qué no recuerdo nada? Una persona en ese planeta me
dijo que tú no me querías y no entiendo por qué nadie
quiere estar conmigo ni nadie puede verme.

Al concluir sus palabras todos los presentes echaron a reír,


Óbito solo asió su cabeza. Uno de las personas que estaba
junto a ese hombre que se identificó como dios le respondió
– eres tú, Óbito?, tu eres malo, y yo ya te gané.

Entre toda esa algarabía vio que el más viejo tronó los
dedos e inmediatamente apareció fuera de otro pomposo
castillo, este se veía lúgubre y sin brillo. Todo muy parecido
al castillo anterior, intuyó que debía ingresar en busca del
dueño. Lo diferente con el fortín anterior era que por el
techo salían grandes cascadas con un líquido del cual todos
bebían, estos personajes se los veía mas contentos.

Efectivamente llegó a la sala capitular; un hombre y una


mujer encabezaban la atención. Se acercó con un poco de
temor hacia ellos – quienes son ustedes? preguntó. Con
gran firmeza uno de ellos respondió – yo soy tu dios, si
crees en mi podrás unirte a todos los que están allá afuera.
Solo obedéceme y nada malo te pasará.

Óbito no lo podía creer, era algo extraño. Dos seres lo


habían prometido “felicidad”, pero sus palabras eran
confusas, prometían felicidad y pedían obediencia y
reclusión. Él con mucha duda volvió a preguntar – por qué
me rechazaste, no recuerdo nada, un hombre en ese
planeta dijo que mi dios me había rechazado. Hace pocos
instantes estuve con un señor que tras decirme que era mi
dios, me envió aquí. Ahora tú me dices que tú eres mi dios,
si en verdad lo eres, dime por qué me pasa esto.
La mujer al lado del que parecía el patriarca no esperó para
replicar – si ya no quieres sufrimiento, solo toma mi sangre
y dejarás de hacerlo.
Óbito estalló de rabia – si eres mi dios solo responde, dime
que es lo que pasa conmigo.

Su pregunta resonó en el espacio, sus dos “dioses” no


habían podido contestar una simple pregunta que él quería
saber. Estaba lleno de ira, su tristeza y pena se convirtió
rápidamente en furia. Tomó una hoz que colgaba de una de
las paredes de la sala y con violencia segó la vida de
aquellos dos reyes. Después de esto y tras no colmar su ira,
apareció nuevamente frente a los 4 primeros personajes,
que corrieron con la misma suerte de los primeros.

Solo pudo cerrar sus lagrimosos ojos, estaba desconcertado


y no podía creerlo. Pensó en acabar su vida y concluir con
todo eso pero al tener sus ojos abiertos se encontraba en lo
que parecía ese planeta. Ahora se veía inhóspito, sin vida y
sin brillo; todo se notaba en tinieblas.

Era el fin, y Óbito reflexionó en que él lo había causado,


volteó su mirada alrededor y no había nada. Era el fin de
ese mundo y él era su genocida.

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