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Sábado, 17 de septiembre de 2016 |

Justicia por mano propia: el regreso de la horda primitiva


Por Sergio Zabalza *

Dos luctuosos hechos comprendidos dentro del contexto de la denominada justicia por mano
propia ocurrieron en el conurbano de la ciudad de Buenos Aires: en Zárate el dueño de una
carnicería aplastó con su auto a una persona que le había arrebatado unos pesos de la caja y en
José León Suárez un remisero mató a una persona que intentó robarle. No es novedad la
violencia que asuela a muchos sectores de los partidos del conurbano, lo que sí constituye un
cambio es el discurso con que las actuales autoridades políticas incentivan, a veces de manera
desembozada, la violencia y/o el hábito de tomar justicia por mano propia. Basta recordar que en
marzo de este año, pocos días después de que el presidente Macri y algunos ministros de su
gabinete estigmatizaran a la militancia –y después de que las fuerzas de seguridad atacaran una
murga de niños–, un desquiciado disparó con su revolver sobre la concurrencia que asistía a la
inauguración de un local de Nuevo Encuentro en el barrio de Villa Crespo. La segregación genera
paranoia: el discurso conforma un enemigo indiscriminado que según el caso puede cargar con
distintos nombres (villero, inmigrante, militante, chorro, etc.) pero cuya función no va más allá de
sostener la exacerbación del miedo y alentar la tendencia al aislamiento. No en vano pocos días
después de aquel ataque a la militancia, un hombre que perseguía a un ladrón se permitió
disparar contra la nube de gente que transitaba en pleno microcentro: así mató de un disparo a un
cerrajero que caminaba rumbo a su trabajo. La violencia siempre tiene una raíz simbólica, en este
caso la modalidad de gobernar a través del discurso del terror. A propósito de su libro La
administración del miedo Paul Virilio señalaba que “siempre se infunde miedo en nombre del
bien”, tras lo cual decía: “De pronto, con los atentados del 11 de septiembre, el desequilibrio se
convierte en un terrorismo ciego, que puede golpear en cualquier momento y en cualquier lugar
con una potencia colosal. Aún nos encontramos en ese desequilibrio del terror.”1 La cuestión está
en que si no acontece el efectivo ataque terrorista, pues se lo inventa, tal como lo prueba la serie
de insólitas denuncias con que el gobierno está abonando la instalación de la amenaza terrorista
(para no hablar de las insólitas denuncias sobre posibles agresiones a funcionarios del gobierno).
En este contexto, la peor consecuencia constituyen los puntuales momentos en que un grupo de
ciudadanos se transforma en una horda de salvajes, tal como hace unas horas ocurrió en el caso
de Zárate cuando un grupo de vecinos agredió al hombre que yacía gravemente herido tras haber
sido aplastado contra un semáforo por el auto del carnicero. A trazos gruesos se trata de lo
siguiente: varios anónimos golpean a un semejante hasta destrozarle los órganos vitales y
matarlo. El entusiasmo es tan llamativo como contagioso, basta una señal para que una
estampida de voluntarios se haga presente en el convite. La conciencia moral se cortocircuita y se
liberan los impulsos, tal como refiere Freud al describir los resortes subjetivos que componen la
fiesta totémica. Vale destacar que no hay lazo social entre los miembros de la horda victimaria. La
condición anónima que los distingue hace imposible el testimonio compartido o la transmisión de
la experiencia. El acto criminal queda encriptado en el sórdido encierro de la individualidad. No en
vano, el mismo Freud decía que la comunidad humana está conformada por una gavilla de
asesinos reunidos en torno a ciertos acuerdos mínimos a los que se le da el nombre de ley.
Cuando el poder vacía de contenido político su acción de gobierno, a la ley se la borra con la
mano propia.
* Psicoanalista.

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