CAPÍTULO XIV. Crítica de la enunciación subjetiva.
La poesía lírica y las modalidades
correspondientes de la prosa literaria. 1. Situación fundacional del acto literario: identidad y alteridad como punto de partida en la división de géneros. La constitución básica de la Literatura distingue la identidad como conciencia de sí, y la alteridad como experiencia sobre el mundo y lo real objetivo. Según lo dicho, la singularización genérica dependería del énfasis y la focalización simbólica y expresiva sobre la instancia de identidad del autor en cuanto sujeto de la enunciación; o bien sobre el protagonismo de los objetos y entidades de la realidad objetiva diferenciados por el autor como parte de la alteridad. Resulta innegable que en toda obra literaria, de poesía o narrativa, predomina el enfoque subjetivo o el objetivo; de la misma manera que en unas obras (o momento de las obras) se asumen la voz o la perspectiva directa del autor enunciador y en otras obras (o momentos de las obras) se afecta la voz enunciativa como instancia de los personajes. El parámetro de universalidad más radical que opone la conciencia de identidad a la de alteridad, propuesto ya sobre varias cuestiones como principio general fundamentador en el universo de la simbolización literaria, aparece también en la problemática sobre los géneros como criterio de separación entra la poesía lirica (globalmente considerada expresión de la identidad) frente a la épico- narrativa como ficción mimética de la alteridad. La identidad del autor no se desvanece absolutamente en las modalidades genéricas consideradas objetivas –épica y dramática –de la simbolización literaria, siendo precisamente la transfiguración actancial del autor en yo-personaje la que ha fundamentado la mayoría de las objeciones a la legitimidad de la distinción entre géneros, en especial a partir de K. Hämburguer. A las definiciones tradicionales de la lírica como el género que expresa la experiencia subjetiva del poeta, se ha opuesto muchas veces que el sujeto lírico no corresponde exactamente al yo del ator, sino a una suerte de personaje en el que aquél se desdobla. De esa manera se objeta la característica principal de la poesía lírica, tal como venía siendo tradicional desde la tripartición dialéctica de Hegel (mirar apuntes). La intensificación de este tipo de argumentos culminó con las obra casi contemporánea de Hugo Friedrrich, Estructura de la lírica moderna. El argumento en común: los poetas modernos como Baudelaire o Mallarmé manifiestan un sujeto despersonalizado absolutamente independiente de su propio yo personal. En la LÍRICA CLÁSICA se ha repetido con frecuencia la paradoja de que autores con una experiencia amorosa biográfica tan descarnada como Quevedo o Lope de Vega cultivaran el tematismo platónico más espiritualizado en sus poemarios amorosos. OBjección que llega al extremo en el caso de la poesía amorosa de una mujer y monja como Sor Juana Inés de la Cruz, cuyo cultivo convencional de la poesía amorosa con objeto masculino no escandalizaba a nadie de la sociedad mexicana por proceder de una religiosa; lo mismo que en sus poemas de corte convencional amoros dedicados a mujeres amigas. Ante estas objeciones puntuales, no tenemos que olvidar el conjunto de razones de acompañamiento que abundan en la diferencia de grado constatable entre todos esos posibles casos de enmascaramiento e incluso de ficción del yo enunciador del poema lírico, respecto al yo real y biográfico del poeta. Ante tal diferencia de grado, todas las transposiciones posibles del yo biográfico del poeta en el yo experiencial de las composiciones líricas resultan irrelevantes. Término de experiencia como argumento temático peculiar de la lírica. El que se precisamente el yo reflexivo y sentimental del autor bajo la pretensión de representar su experiencia sincera (y no acciones de personajes) el que ofrezca en la lírica el mensaje meditativo y sentimental sobre vivencias propias hace que muchos críticos hayan intentado fundamentar diferencialmente en la vivencia personal el contenido de la poesía lírica. Debido al debate crítico sobre los géneros literarios, la atribución diferencial entre experiencia – como vivencia personal subjetiva peculiar de la lírica –y mímesis –como proyección objetiva de la experiencia del autor sobre los personajes en acción ficcionales –ha recibido tantas objeciones críticas casuísticas como las recibiera la propuesta antes referida del yo lírico. Con carácter general, y más allá de todas las objeciones casuísticas, parece una vez más razonable (también a ese propósito) ponderar una diferencia de grado entre la representación más personal y vitar de las experiencias temáticas de la poesía lírica presentada como experiencia personal propia, que la proyectada en personajes de mímesis ficcional como contenidos de experiencia del autor, ofrecida narrativamente como experiencia de los otros. La diferencia que establece en términos de vivencias o experiencia personales la peculiaridad del contenido de la lírica se conecta con la singularidad ‘conceptual’ del mismo. Es decir, en lugar de la ‘imitación o mímesis de acciones’ características según Aristóteles de la tragedia y la epopeya, las composiciones más puras de la lírica como el soneto o el madrigal no representan, en los propios términos aristotélicos, ‘hombres de acción’. A causa de esta peculiaridad no mimético-ficcional de los contenidos de la poesía lírica, varios críticos, siguiendo a Madame de Staël, caracterizaron los contenidos de experiencia de la lírica como resultados de la memoria y no de la imaginación, reservándose esta última como productora dela mímesis ficcional de las obras literarias en los restantes géneros. DE ahí también que su contenido no mimético sea la causa d que se haya puesto en duda a veces la condición literaria de las composiciones líricas. 2. INTENSIDAD Y CONCENTRACION POÉTICA, CARACTERÍSTICAS TEXTUALES DE LA POESÍA LÍRICA. Junto a los rasgos relativos al enfoque experiencial subjetivo del autor, a la poesía lírica se le suele señalar la característica de una elevada intensidad en la concentración temática de la experiencia. La epopeya o la novela moderna y, aunque en menor grado, las piezas teatrales mayores, no están sometidas a la limitación espacial que se han dado históricamente a los textos líricos, la mayor parte de ellos acotadamente estróficos. Tal es la característica de las estrofas tradicionales líricas más reconocidas; ni siquiera las más extensas y de límites no fijados, como la canción o los romances, exceden las reglas de la ‘concentración’ y la ‘intensidad’ conceptual y emotiva. Dicha característica de la intensidad poética, que para muchos lectores y críticos fundamenta sus preferencias por los textos de la lírica frente a la novela o el teatro, al considerarse la más alta expresión de la que podríamos llamar ‘economía’ experiencial de la Literatura, está referida sobre todo a dos factores distintos que concurren en ella: a) Intensidad como tensión altamente productiva del lenguaje. Esta característica ha encontrado una formulación crítica ilustrativa en término de lo que Roman Jakobson llamaba el predominio de la función poética del lenguaje en un famoso escrito de 1960 “Lingüística y Poética”. La ‘poética es, según Jakobson, una de las seis funciones del lenguaje consistente en la característica que se puede denominar ‘autodeíctica’. Esto es, en la concentración autorreferencial del lenguaje del poema, que deja de rimitir primariamente a los significados exteriore comunes simbolizados por sus lexemas. Naturalmente que la ‘poética’, como el resto de las funciones, está potencialmente en todos los usos del lenguaje, es decir, es una capacidad constitutiva del mismo; si bien se intensifica intencionalmente en determinados usos concretos, teniendo genéricamente su más alta intensidad de representación en la poesía lírica. La consecuencia de la intensidad de la función poética en el lenguaje de la lírica es la sensación de necesidad estructura de todos los constituyentes expresivos del poema. La literatura, en cuanto ‘sistema secundario’ de simbolización, no es tan relativamente indiferente con relación a las formas significantes empleadas, como lo es lenguaje en sus empleos meramente prácticos y comunicativos. b) Densidad como concentración conceptual y evolutiva del contenido. El contenido es la propiedad determinante de la especial fisonomía genérica de la lírica. Pero tabien en esto la poesía lírica manifiesta más bien una diferencia de grado, es decir, de intensidad y densidad cualitativa. En efecto, son incontables los momentos de alta intensidad poética emotiva recordados antológicamente en la epopeya desde la Antigüedad. La diferencia de grado en la concentración intensa de la densidad intelectual y emotiva en las composiciones líricas responde, sobre todo, a la acotación textual de las mismas, frente a las exigencias de distensión narrativa extensa de las historias narradas y representadas, respectivamente, en los géneros épico-novelesco y teatral. Ese ‘grado’ de superior concentración en los contenidos emotivo-sentimentales de la lírica, debido de manera directa e inmediata a la ‘confidencia’ personal del sujeto lírico próximo e identificado con la experiencia personal del poeta, se ha vinculado también en algunas presentaciones críticas al ya aludido esquema de las funciones lingüísticas. Formulado éste primero por Karl Bühler con tres componentes fundamentales: representación, síntoma y apelación, fue posteriormente ampliado por Jakobson, hasta el total de seis funciones. Entre ellas, la función poética antes aludida es especialmente característica de la forma lingüística en las composiciones líricas. La lírica, al aludir y recoger más directa e inmediatamente que cualquier otro género la voluntad expresiva del poeta como hablante emisor, intensifica la función sintomática, que Bühler y Jakobson centraban, como se sabe, en el emisor lingüístico. En cuanto a las otras dos funciones: apelativa (que representa la voluntad del lenguaje dirigida al receptor) y representativa (referencial y simbólica respecto a los objetos de la realidad y las relaciones y contenidos expresados en el lenguaje), no dejarían de contribuir también en los enunciados líricos al grado de intensificación lingüística funcional característico del género, a través de una suerte de suplementaria función de síntesis emotiva. La emotividad fuertemente activada de la lírica en su alto grado de concentración de la energía sentimental del poeta incide inmediatamente sobre la conmoción emotiva de los lectores. 3. ESTILIZACIÓN: CORRESPONDENCIA LÍRICA AL RASGO DE FICCIONALIDAD EN LOS GÉNEROS MIMÉTICOS. Desde la Poética de Aristóteles la ficción ha sido regularmente elevada a rasgo constitutivo de la ‘poiesis’ literaria. Los seres humanos nos interesamos por asuntos, historias y personajes que no están o pertenecen al mundo real, y sin embargo, somos capaces de secundar las sugerencias de entidades ficticias alojadas en ‘mundos posibles’ de la imaginación como ‘mentiras’ convencionalizadas por los artistas. Cuando los tratadistas hubieron de afrontar los productos literarios de un género básicamente no ficcional como es la lírica, tuvieron muy serias dudas sobre si debía o no ser considerada literatura aquella modalidad de las composiciones líricas sin mito o fábula. Y fue la incidencia de este prejuicio doctrinal una de las razones principales del duradero estado de vacilaciones sobre el reconocimiento del tronco genérico de las composiciones líricas en pie de igualdad con las otras dos bien identificadas instituciones genéricas, la epopeya y las obras teatrales. Una duda que ha seguido y sigue ocupando hasta el presente en torno al estatuto literario del género dela poesía lírica.es el estatuto, ficcionalidad o no, de la misma. La poesía ha exigido una obligada manipulación trasformadora (metamorfosis) que hemos denominado antes estilización. La ‘estilización’ lírica designa el proceso de especial implicación espiritual del creador, modificando en el sentido poético que a él le interesa, la condición objetiva real de las personas, paisajes y acontecimientos tematizados en el poema. El procedimiento general literario a través de la cual se produce el efecto de ‘estilización’ lírica lo cumple la selección o focalización del efecto estético-sentimental de la empatía. Un procedimiento que refuerza la condición acotadora de la ‘proyección sentimental’. El presunto realismo artístico y literario, incluso en sus casos más elaborados y detallistas, no deja de participar del efecto general artístico de ilusión. EN el ámbito de la literario, Baquero Goyanes llamaba la atención sobre cómo en las pinturas literarias de narradores considerados en la primera impresión muy realistas, como podía serlo Pérez Galdós, tenemos antes claros procedimientos de ‘estilización’ selectiva que trasuntos exhaustivos y fieles de los referentes reales. El gran crítico español observó así cómo las descripciones novelísticas de Galdós eran en realidad verdaderos ‘bodegones literarios’ en los que se realizaba habitualmente la cosificación en los retratos de personas, o bien su efecto de estilización contraria: la personificación de las cosas. Lo que en el caso general de la referencialidad literaria y artística aparece como desajuste, la peculiaridad estilización de la poesía lírica lo cultiva como una ventaja de la concentración poético-sentimental ostentada. EJ: cómo el efecto lírico de estilización focalizadora aparece muy de manifiesto en el poema de Francisco Brines titulado “La espera”. Sobre un contenido tan familiar y constante en el universo de las experiencias vitales de Birnes como es el entorno de sus pares y el escenario de la casa y los paisajes edénicos del jardín de Elca, advertimos que la intensa liricidad emotiva en el texto depende de la cuidadosa selección en el detalle sentimental definitivo de cada una de las figuras, padre y madre, y del ambiente. Por cierto que la tradición preceptiva que ha hecho de la estilización conceptual autoimpuesta la mejor característica de la poesía lírica tradicional, lejos de debilitarse, se ha incrementado bajo varias perspectivas y versiones en la poesía moderna. El ideal lírico de una ‘estilización’ estética radical se manifiesta en la línea de concentración esquemático-esencial que representa en la lírica moderna la poesía considerada ‘pura’ o ‘metafísica’. 4. EVOLUCIÓN Y FORMAS DE LA LÍRICA TRADICIONAL: DE LA CLASICIDAD AL CLASICISMO. La concepción unitaria del género de la poesía lírica fue más incierta en los orígenes de la Clasicidad que la constancia sobre la entidad histórica de los otros dos géneros, épico y dramático, que constituyen con la lírica la tríada dialéctica. La dispersión de nombres de ‘clases’ poéticas –aulética, citarística, etc. –que enumeraba la Poética de Aristóteles ha dado argumentos sobre la relativa indeterminación genérica de la lírica en el pensamiento literario antiguo. A la referencia documental de Aristóteles se habría de acoger como a la prueba irrefutable histórica las mayores objeciones modernas al sustento ‘natural’ de la tríada genérica. En la conciencia teórico-literaria del mundo antiguo es un hecho la mayor opacidad del tronco genérico de la poesía lírica en la relación con las evidencias de notoriedad histórica de los géneros que habían de acabar siendo sus contrapuestos dialécticos, épica y dramática. También es cierto, sin embargo, que durante la Antigüedad grecolatina las ‘clases’ o ‘subgéneros’ líricos mantuvieron un grado de entidad específica, bien identificados como modalidades cuasi-genéricas en su constitución métrico-textual y temática. EJ: el ditirambo, subclase hímnica habitualmente consagrada a Dionisio como celebración; forma compleja entonada con acompañamiento de la flauta, el ditirambo a lo largo de las varias etapas de su evolución era reconocido en la propiedad de su forma expresiva estilísticamente solemne y en razón de la temática encomiástica y sagrada a la que servía. Otra modalidad o subclase hímnica, el peán consagrado específicamente a la celebración de Apolo, era identificado de mismo modo como género, cuyos contenidos fundamentales eran la acción de gracias en ocasiones tales como victorias militare, o solicitar la ayuda divina para vencer dificultades públicas, etc. Conmemorativo también, pero especializado en el elogio profano de personalidades singulares, era el subgénero de los epinicios, contra lo que se cree no siempre consagrados a los vencedores de los juegos y certámenes olímpicos. A su vez, las celebraciones profanas con causas más privadas tenían el encomio y en su variedad anacreóntica (vinculada al nombre del poeta Anacreonte, que destacó en el cultivo de esta temática) sus formas más distinguidas; e igualmente se le atribuía condición autónoma de género al epitalamio, canto celebrativo de las bodas. Todas estas composiciones conviviales y eufóricas tenían en el treno su contrapunto luctuoso de recitado coral. Algunas de las formas líricas de más duradera continuidad en la poesía de Occidente, como la elegía o el epigrama, arrancan en plenitud de la práctica poética de los griegos. Entroncada métrica y lingüísticamente con el yambo jonio, la duradera modalidad de la elegía acuñó uno de los subgéneros líricos más antiguos y conocidos en el tronco de la poesía griega. Otra de las modalidades líricas antigua que pasó a la modernidad clasicista y romántica fue la oda, cultivada desde Grecia por los mayores líricos, Píndaro y Safo, pero que tendría continuaciones como clase estructural y temática de gran solemnidad en Fray Luis de León, Rosard o Víctor Hugo. Similar es el caso de la epístola, una cuidadosa simulación del estilo desordenado de las conversaciones familiares sobre temas de contenido variado. Cultivada con asiduidad por autores clásicos latinos como Horacio, se convirtió en una de las modalidades líricas más difundidas en el Renacimiento europeo. En la literatura española el subgénero hizo fortuna, desde la famosa ‘Epístola a Boscán’ de Garcilaso a la no menos célebre ‘Epístola censoria al Conde-Duque’ de Quevedo. En paralelo con todos estos casos de continuidad clásico-moderna, modalidades líricas de tan extenso desarrollo en las nuevas literaturas como la canción y el soneto representaron la asimilación modificada de otras tantas modalidades temático-estróficas clásicas, tales como el himno o la oda respecto de la canción y, más claramente aún, del epigrama clásico respecto del soneto. Natualmente que el creciente desarrollo de la lírica europea en las lenguas vernáculas de las nuevas literaturas nacionales acuñó en nuevas formas métricas y temáticas, como las jarchas mozárabes, los más antiguos ejemplos de poesía lírica castellana, equivalentes fundacionales de las cántigas galaico-portuguesas. Las formas líricas primitivas manifiestan una progresiva especialización temática, como la amorosa de las albadas, pastorales, serranillas y madrigales; asimismo la especialización en la controversia política del sirventés provenzal, o la aspereza burlesca de las cantigas de escarnio. La expresión más espontánea popular de lo poético inspiraba también formas sintéticas de lírica semiculta como el villancico, cultivado por nuestros primeros poetas cultos peninsulares, Santillana y Juan del Encina. Forma métrica ésta caracterizada por su brevedad y concentración lírica, que sirvió de parte fija a las glosas y letrillas, en las que destacaría el ingenio más chispeante de nuestros mayores poetas barrocos, Quevedo y Góngora. EL caso de los romances épico-líricos representa una importante manifestación límite del género. Originados en la periferia de las grandes epopeyas medievales: del Cid, de Bernardo del Carpio, Fernán González, los Infantes de Lara, etc., MP debatió en su momento con otros estudiosos la condición histórica originaria del tipo de poemas épico-líricos breves que serían los protorromances, respecto a las canciones de gesta, épico- narrativas y de mayor extensión. De la fragmentación de los cantares de gesta habrían nacido los romances más antiguos, denominados en consecuencia romances viejos, que mantienen durante el Medievo el carácter popular (‘tradicional’, en la concepción de Menéndez Pidal sobre su modo de conservación y transmisión) y la misma condición anónima que las canciones épicas de gesta. Peor en el siglo XV se instaura ya la modalidad métrica octosilábica definitiva y con rima asonante alterna de los romances nuevos. Bajo esa forma y tonalidad serian cultivados como manifiesto predominante lírico-sentimentales por todos nuestros grandes poetas clásicos hasta el Romanticismo y por muchos poetas modernos y contemporáneos. 5. LA LIBERTAD IMAGINATIVA IRRACIONALISTA EN LA LÍRICA MODERNA. Lo que representó el romance elaborado culto y de contenido histórico en autores del Romanticismo español como el Duque de Rivas, Espronceda o Zorrilla fue la balada como modalidad lírica de gran difusión europea. Hibridación temática épico-lírica, las baladas más genuinas mantienen su estructura formal en un grado de indeterminación genérica lírico- dramática, al ofrecerse en ellas un enunciador formalmente desvinculado del poeta mismo. Precisamente a causa de esa doble vertiente de indeterminación, la balada romántica ha servido al debate critico moderno sobre los géneros uno de los argumentos más frecuentados. Pero la subversión mayor de la Modernidad a las taxonomías genéricas tradicionales, en lo que a la poesía lírica se refiere, vino con la práctica extinción de los esquemas estróficos y versales clásicos a partir de la generalización futurista de autores como Marinetti. Los grandes simbolistas franceses, Verlaine, Rimbaud, Baudelaire y Mallarmé, incorporaron al estatuto lírico-poético de la Modernidad no solo formas en gran libertad, sino también una atrevida ruptura de las limitaciones temáticas incompatibles con la reservada selección canónica del lirismo tradicional. La renovación más completa en la fisonomía tradicional genérica de la poesía lírica acaecida en la nueva edad literatura del Moderno se produjo con la intensa subversión lingüística al servicio del irracionalismo poético. El irracionalismo es la forma más genérica de designar un variado conjunto de transgresiones expresivas que cristalizaron ya abiertamente en los simbolistas franceses. Unos excesos en las reglas expresivo-simbólicas gramaticales y semánticas que habían respetado fielmente hasta el Neoclasicismo y la poesía tradicional. La apelación al ‘irracionalismo’ es una demanda que se originó tan sólo decididamente bajo la nueva exploración romántica de los registros sentimentales de lo sublime. Iluminador en las cavidades íntimas del espíritu con la antorcha de la nueva edad de animaciones espirituales interiores, tal como caracterizara diferencialmente Hegel a la etapa romántica. No en balde señaló Habermas el inicio del Romanticismo como la puerta de la decisiva edad nueva del Modernismo artístico en la que aún está implantada nuestra cultura, más allá de las fugaces pretensiones de su final y extinción, proclamados a finales del siglo XX por los que se llamaron a sí mismos, precipitadamente, postmodernos. Marcas también de la estilización características del Moderno, emparentadas con la instauración del irracionalismo poético, son la abstracción esquemática o las heterogéneas poéticas del surrealismo ortodoxo de Breton, nunca remotas al irracionalismo más libre y poético de Espadas como labios de Aleixandre. Con el paso del tiempo, los debatidos deslindes críticos de escuela entre las variedades del surrealismo vanguardista en la tortuosa variedad de sus afiliaciones a favor del fenómeno más abarcante y general del irracionalismo. Así lo consideramos, tomando en cuenta la poética contemporánea de autores como Dylan Thomas o Claudio Rodríguez: la fértil liberación irracionalista del discurso poético es quizá la marca de renovación característica de la nueva lírica contemporánea, la manifestación renovadora más influyente y representativa en la fisonomía poética de nuestra Edad del Moderno, cultural y artístico. 6. MODALIDADES GENÉRICAS DE LA PROSA LITERARIA. Frente a la prosa literaria (ensayo, oratoria, autobiografía, libros de viaje, crítica literaria y artística, historia, prosa científica, etc.) los tratados de Teoría de los géneros optan o bien por ignorarla como no ficcional (y en su consecuencia como no literaria), y más frecuentemente por asumirla en bloque, sin otras diferencias, en razón de la voluntad de estilo de la forma. Téngase en cuenta que este parámetro estilístico llega a revestir sorprendente calidad de atractivo y animación estética, por ejemplo en el ensayo y prosa filosófica de autores como Ortega y Gasset y en los Ensayos del fundador moderno dela modalidad, Motaigne; o que las autobiografías, memorias y crónicas de viajes se encumbran al algo nivel de sugerencia espiritual con los Diarios de Amiel. EN cuanto a la oratoria, no hay que olvidar que ni Demóstenes, Esquines, Cicerón o Crisóstomo fueron tenidos en Grecia y en Roma con sus discursos como exponentes de calidad literaria inferiores a los poetas y dramaturgos más altos de su edad; sino incluso como los legítimos maestros del estilo retórico-literario, con modelos de tan poderosa influencia como Savonarola en Italia, Paravicino en la España barroca de Quevedo y Góngora. Situación esta de prestigio y de liderazgo literario que no se modificaría sino, en todo caso, en tiempos muy próximo a la actualidad, cuando la predicación religiosa ha cedido, en términos generales, el protagonismo social que mantuvo hasta entones; y no pudiendo asegurar lo mismo en el caso de la oratoria civil parlamentaria y política, la cual ejerce un grado de sutil influencia sobre los gustos del público y (en consecuencia) el estilo de los creadores, que revelan los estudios técnicos sobre la cuestión. Pero las dos soluciones indicadas respecto a la que suele denominarse la prosa doctrinal, en lo que se refiere a una tipología de los géneros literarios, resultan no sólo insuficientes o inadecuados, sino perturbadoras y hasta obnubilantes para el concepto de género. La razón alegada del cuidado estilístico en las mejores muestras de la prosa doctrinal no persuade a la mayoría para inclinarse a asumirla, incluso en los mejores casos de cultivo, equiparándola con los géneros literarios ‘poéticos’, identificados estos con los ‘ficcionales’ como la novela o el teatro moderno en prosa, y todavía menos con la poesía versificada. En el supuesto e la actitud crítica contraria: admitir sin problema sólo el conjunto de ejercicios de la tradicional ‘prosa doctrinal’, lo que se produce es sencillamente el desmontaje absoluto de la teoría literaria del género, la cual consiste, en el aspecto más característico de su utilidad, en alcanzar una tipología dialéctica cerrada que base sus definiciones en rasgos necesarios. Y parece evidente que ese propósito y utilidad crítica se anulan al abrir la tipología tripartita tradicional poética de actitudes expresivo-referenciales al añadido de la variedad de modalidades de la prosa no ficcional. Las variedades heterogéneas que se agrupan en el conjunto de la llamada prosa no ficcional o doctrinal no deben ser ni descartadas como no-literatura, ni asumidas como una suerte de cuarto género menor, con el resultado de desnaturalizar el esquema dialectico tripartito, fundado a partir de principios de definición ‘necesarios’, es decir, de funcionalidad dialéctica universal. La fórmula que permite resolver todas las anteriores dificultades pudiera ser: a) en primer lugar, asumir aquellas producciones no ficcionales de la prosa doctrinal que cubran adecuadamente las exigencias de ‘opción’ estilística reconocidas como literarias; y b) integrar diferenciadamente los productos de prosa no ficcional en las correspondientes clases genéricas ficcionales (narrativa) y de estilización semificcional (lírica). El resultado de ambas iniciativas se plasmaría en el siguiente esquema de modalidades de prosa literaria no ficcional: a) Modalidades lírico-subjetivas, en las que predomina el punto de vista subjetivo del enunciador. En ese grupo, el ensayo y la autobiografía aparecen como las modalidades lírico-subjetivas en prosa más características en su cultivo histórico. b) Modalidades épico-objetivas, caracterizadas por una erradicación programática de la perspectiva subjetiva del enunciador. Se integran aquí, obviamente, las clases de prosa excluidas antes en el apartado subjetivo: prosa científica, discurso histórico y las distintas clases de periodismo de crónica, frente al de opinión más emparentado con el ensayismo subjetivo. No es excepcional que modalidades incluibles en uno u otro grupo acaban integradas en subgéneros canónicos. Para empezar, en el origen integradas en subgéneros canónicos. Para empezar, en el origen histórico de la Literatura de Occidente, eran muy fluidos los límites entre la literatura de ficción y la científica, habitualmente versificada como en el poema de Parménides sobre el ‘arjé’ o constitución física del mundo. Y casos como el tratado De Farsalia, de Lucano, constituían un lugar común de discusión entre los críticos antiguos sobre si el simple empleo del verso debía decidir o no sobre la poeticidad de obras científicas o históricas con contenido no ficcional. Sobre la anunciada transferencia a obras de la literatura ficcional de modalidades pertenecientes en origen a la literatura doctrinal, la epístola pudiera ser un ejemplo muy característico. En su tradición de origen, la epístola versificada era una modalidad convencionalmente híbrida entre el arte de la lírica y el estilo y los contenidos de la comunicación práctica personal. Hasta el momento en que se consuma su decadencia como modalidad versificada y se consolida la tradición de los epistolarios humanísticos, como los de Justo Lipsio o Erasmo de Rotterdam. Pero la ‘forma epistolar’ gana masivamente en el siglo XIX el espacio del género en auge de la novela. Las Cartas persas de Montesquieu crean un modelo de crónica perspectivista que produce réplicas en todos los países, así: las Cartas marruecas de Cadalso, o las de Daudet Desde mi molino. La resolución parcial o incluso íntegra de novelas bajo la forma de un intercambio epistolar la asumen los más decisivos novelistas modernos desde Goethe a nuestros Galdós o Juan Valera, con el ejemplo modélico de esta modalidad que es Pepita Jiménez. Entre las modalidades actuales de prosa no ficcional que se acostumbra a mantener en la opinión crítica como más cercanas genéricamente a la Literatura (el ensayo, el periodismo, la crítica literaria, las memorias, los epistolarios publicados, los libros de viajes o la autobiografía) predomina la perspectiva subjetivista, que las aproxima a la tonalidad de la lírica. De ahí que resulta una decisión razonable incluirlas como modalidades de prosa literaria correspondientes a esa variedad tradicional poética del esquema tripartito de géneros.