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Jesús nunca me dice que soy solamente una

mujer. Para nada.


Jo Vitale
Fundación RZ

Por ejemplo, la influencia de la cultura griega en el


pensamiento judío en tiempos de Jesús había llevado
a la creencia generalizada de que las mujeres
sucumbían a la tentación sexual con mucha más
facilidad que los hombres y que, por consiguiente, ver
a una mujer hermosa era encontrarse en grave
peligro.
Un código legal judío hasta llegó a declarar algún
tiempo más tarde: "Es más peligroso andar detrás de
una mujer que andar detrás de un león". En esa
cultura si un hombre era sexualmente inmoral con una
mujer, no era el hombre al que se le culpaba por
cruzar la línea, sino que se culpaba a la mujer por
haberle desviado al hombre con sus poderes de
seducción.
Parece un poco trágico que hayan pasado dos mil
años y que todavía estemos enredados en nuestra
sociedad en esos mismos argumentos dolorosos. Sin
embargo, fue en ese contexto que Jesús predicó el
"Sermón del monte" en el que les da la vuelta por
completo a estos supuestos culturales cuando dice:
"Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer
y la codicia ya ha cometido adulterio con ella en el
corazón". Cualquier hombre que escuchara a Jesús
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decir esas palabras se habría escandalizado porque
Jesús estaba enseñando precisamente lo contrario de
lo que afirmaba su cultura.
Lejos de culpar a las mujeres, el desafío de Jesús en
este momento es reconocer que en realidad la lujuria
surge de nuestros propios corazones, que tenemos
que asumir la responsabilidad y que estamos
llamados a un nivel más alto de ver a otras personas
no como objetos sexuales sino como seres humanos
creados a imagen de Dios por igual.
A la luz del discurso público de hoy sobre la
oportunidad femenina, la actitud de Jesús hacia la
educación femenina también es sorprendente,
particularmente porque vivió en un momento en el que
la educación de las mujeres se desanimaba tanto que
la ley judía establecía que "si algún hombre le da a su
hija un conocimiento de la ley, es como si le hubiera
enseñado lujuria". Es como si él le hubiera enseñado a
hacer el mal.
Sin embargo, cuando Marta llama a su hermana María
para que deje de estar donde Jesús está enseñando
en su casa y la llama de vuelta a la cocina,
Jesús no solo evita que María se vaya, sino que dice
que María ha elegido lo que es mejor y que no le será
quitado. El texto incluso describe que María está
sentada a los pies de Jesús. Una declaración
simbólica bien conocida de aquella época era que
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cualquiera que se sentara a los pies de un rabino se
contaba entre sus discípulos más honrados y
cercanos.
De hecho, lejos de sofocar las voces de las mujeres,
Jesús incluso permite que las mujeres sean las
primeras testigos de su resurrección en un momento
en que el testimonio de las mujeres era considerado
tan poco confiable que ni siquiera se consideraba
válido en un tribunal judío. Sin embargo, Jesús
permite que la credibilidad de su resurrección, el
evento histórico más significativo de todos los
tiempos, descanse en su testimonio. Una y otra vez, a
lo largo de los Evangelios, vemos a Jesucristo
enfrentarse a actitudes culturalmente opresivas hacia
las mujeres y derrocarlas».

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