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Hace mucho, pero mucho tiempo, un emperador se enteró de que en una de las
provincias de su reino vivía una bruja muy poderosa, quien tenía la capacidad de
poder ver el hilo rojo del destino y la mandó traer ante su presencia.
Cuando la bruja llegó, el emperador le ordenó que buscara el otro extremo del hilo
que llevaba atado al meñique y lo llevara ante la que sería su esposa. La bruja
accedió a esta petición y comenzó a seguir y seguir el hilo.
La búsqueda los llevó hasta un mercado, en donde una pobre campesina con una
bebé en los brazos ofrecía sus productos. Al llegar hasta donde estaba esta
campesina, se detuvo frente a ella y la invitó a ponerse de pie.
Hizo que el joven emperador se acercara y le dijo: 'Aquí termina tu hilo', pero al
escuchar esto el emperador enfureció, creyendo que era una burla de la bruja,
empujó a la campesina que aún llevaba a su pequeña bebé en brazos y la hizo
caer, haciendo que la bebé se hiciera una gran herida en la frente, ordenó a sus
guardias que detuvieran a la bruja y la encerraran.
Muchos años después, llegó el momento en que este emperador debía casarse y
su corte le recomendó que lo mejor era que desposara a la hija de un general muy
poderoso. Aceptó y llegó el día de la boda.
La mujer con la que iba a casarse... era el bebé que sujetaba la campesina. La
bruja no le engañó. El destino les unió definitivamente.
POPOCATÉPETL Y EL IZTACCÍHUATL
Por ello, dicen, hasta hoy en día el volcán Popocatépetl continúa arrojando
fumarolas.
EL INDIO TRISTE
Esta clase de vida perjudicó su salud; cada vez tenía peor aspecto y se olvidó de
la misión que le había dado el virrey. Gracias a otro espía más atento, el virrey se
enteró de que algunos indígenas estaban organizando una conspiración en su
contra e hizo apresar a los culpables. Ordenó que, como castigo por su descuido,
a Tizoc le quitaran todas sus propiedades. De un día para otro se quedó en la
calle. Sus amigas lo abandonaron y no tenía siquiera un poco de dinero para
comprar comida. Medio desnudo y enfermo permanecía sentado en la esquina de
la calle donde estaba su casa, en el actual centro de la capital. Tanto los indígenas
como los españoles que pasaban frente a él lo despreciaban y se burlaban de él.
Sólo algunas personas bondadosas le ofrecían pan, agua y granos de cacao.
Tizoc no se movía de su lugar; siempre solo y callado se dedicaba a recordar su
antigua riqueza y su vida anterior a la conquista. A veces se quedaba dormido y
soñaba con el pulque, las doncellas y los manjares de antes. Acostumbrada a
verlo siempre ahí, la gente lo apodó el “indio triste”.
Pasaron las semanas. Tizoc dejó de comer lo que le daban e incluso se negó a
beber agua. Ya ni siquiera tenía lágrimas para llorar y permanecía siempre sumido
en sus pensamientos. Cada día estaba más débil y con dificultades podía levantar
la cabeza. Sentía como si hubiera perdido su lugar en el mundo. Un día amaneció
inmóvil sobre la acera: había muerto de hambre, sed y tristeza. Unos frailes que
pasaban por ahí lo levantaron. Con todo respeto lo cargaron en hombros y lo
llevaron al cementerio de Tlatelolco donde lo sepultaron. Para poner un ejemplo a
los espías descuidados, el virrey mandó hacer una estatua de su figura sentada,
con los brazos cruzados sobre las rodillas, los ojos hinchados y la lengua sedienta.
La colocaron en la esquina donde siempre estaba y llamaron a esas cuadras las
“calles del Indio Triste”.
EL CALLEJÓN DEL BESO
Se cuenta que Doña Carmen era hija única de su padre intransigente y violento,
pero como suele suceder, siempre triunfa el amor por infortunado que este sea.
Doña Carmen era acortejada por su galán Don Luis, en un templo cercano al
hogar de la doncella, primero ofreciendo de su mano a la de ella el agua bendita.
Al ser descubierta sobrevivieron al encierro, la amenaza de enviarla a un
convento, y lo peor de todo, casarla en España con un viejo y rico noble, con el
que, además, acrecentaría el padre su mermada hacienda
Mil conjeturas se hizo el joven enamorado, pero de ellas hubo una que le pareció
la más acertada. Una ventana de la casa de Doña Carmen daba hacia un angosto
callejón, tan estrecho, que era posible, asomado a la ventana, tocar con la mano la
pared de enfrente.
Si lograra entrar a la casa frontera podría hablar con su amada, y entre los dos,
encontrar una solución a su problema. Preguntó quién era el dueño de aquella
casa y la adquirió a precio de oro.
Hay que imaginar cuál fue la sorpresa de Doña Carmen, cuando, asomada a su
balcón, se encontró a tan corta distancia con el hombre de sus sueños. Unos
cuantos instantes habían transcurrido de aquel inenarrable coloquio amoroso, y
cuando más abstraídos se encontraban los amantes, del fondo de la pieza se
escucharon frases violentas. Era el padre de Doña Carmen increpando a Brígida,
quien se jugaba la misma vida por impedir que su amo entrara a la alcoba de su
señora.
El padre arrojó a la protectora de Doña Carmen, como era natural, y con una daga
en la mano, de un solo golpe la clavó en el pecho de su hija. Don Luis enmudeció
de espanto…la mano de Doña Carmen seguía entre las suyas, pero cada vez más
fría. Ante lo inevitable, Don Luis dejó un tierno beso sobre aquella mano tersa y
pálida, ya sin vida.
El lugar existe y es sin duda uno de los más típicos de la ciudad de Guanajuato, y
precisamente se le llama El Callejón del Beso.
EL SOL Y LA LLUNA
Al comienzo de los tiempos, cuando Dios creó a los astros que alumbrarían a los
hombres durante el día y la noche, ya tenía el modelo de la luna como una mujer y
al sol como un hombre.
El sol y la luna se amaron desde el primer momento en que se vieron, luego Dios
le dio brillo natural a cada uno de ellos que brillaban de igual manera en un
principio.
Cuando Dios les asignó su tarea en el cielo puso al sol de día y a la luna durante
las noches, ellos nunca se cruzarían y solamente la idea de que sea así, rompía
en mil pedazos sus corazones.
Valiente el sol comenzó a ser llamado Astro rey por su intenso brillo, pero la luna
que fue la más débil, no pudo soportar lo que Dios había impuesto y sufría tanto
que su brillo se apagaba hasta ser más tenue.
Al darse cuenta Dios de la tristeza que estaba ocasionando en estos dos seres de
luz propia, decidió llamarlos para hablar con ellos y decirles que cada uno cumplía
una función más que importante en la tierra, que no debían estar mal por ello.
Ambos se extrañaban mucho y lloraban por no poder estar juntos, pero como la
luna no podía seguir adelante, el sol decidió apelar a la misericordia de Dios para
que haga algo con ella, por eso es que él le regaló las estrellas para que le
hicieran compañía y podemos decir que un poco funcionaron porque cuando más
triste ella estaba, más buscaba refugio en las estrellas.
Cuando la luna está feliz podemos verla redonda y llena, pero cuando ella está
triste la vemos menguante y hasta ni siquiera aparece por el cielo de lo apagada
que llega a estar.
Los hombres han intentado conquistar a la luna desde el comienzo de los tiempos,
pero no lo han logrado jamás, incluso viajando hasta ella han vuelto con las manos
vacías porque su amor está fijado en el sol.
Dios no es injusto con ninguna de las criaturas de la naturaleza, por eso es que
aunque sucede cada mucho tiempo, ha pensado un momento para que ellos
puedan al fin estar juntos sin interrupción incluso por parte de los humanos y esto
sucede durante el eclipse que es donde más felices veremos a los amantes
divinos, ya que se reúnen en cada eclipse para poder amarse apasionadamente y
si intentamos fijar la vista en ellos, su luz podría segarnos.
LA ENFERMERA EVA
Dicen que en una ranchería cercana a la ciudad de Tijuana vivía una enfermera
llamada Eva. Era muy conocida y respetada porque ayudaba a los enfermos y a
los accidentados; sin importar la hora iba adonde selo pidieran.
Cierto día, llegó a su casa una señora que le rogó muy angustiada:
—Señorita Eva, mi esposo está enfermo, necesita que lo atiendan; por favor,
venga a verlo.
—Está lejos —dijo la enfermera—. Primero voy a ver a una vecina que también
está enferma, pero dime cómo llegar y en cuanto me desocupe, iré para allá.
La señora le dio las señas del lugar y se fue. Mientras tanto, la enfermera tomó su
maletín y se dirigió a la casa de su vecina. Terminada su visita, salió rumbo a La
Rumorosa caminando bajo el calor intenso del mediodía, pero en su prisa por
llegar adonde la esperaban, equivocó el camino
No veo ninguna casa —pensó preocupada— estoy segura de que me dijo que era
por aquí.
Ya habían pasado varias horas desde que saliera de su casa y pronto oscurecería.
Tenía hambre y sed porque el agua que llevaba se había terminado; aun así trató
de no desesperarse. Levantó la vista y no miró otra cosa que piedras formando los
enormes cerros de La Rumorosa... una sensación de temor la invadió porque
sabía historias de ese lugar en las que se hablaba de aparecidos, brujas y quién
sabe cuántas cosas más.
La mujer echó a correr desesperada entre las rocas hasta que sus pies resbalaron
y no supo más de sí.
Con los días, los vecinos fueron a buscar a Eva a su casa, pero no la encontraron.
No volvieron a saber de ella hasta que en las curvas de La Rumorosa vieron a una
mujer vestida de blanco que pedía aventón. El camino era tan difícil que nadie
podía detenerse, pero aun así, cuando menos se lo esperaban, ¡aparecía sentada
a un lado del que iba manejando! ¡El susto que se llevaban! La mujer se quedaba
muda y siempre desaparecía frente al panteón. Se dice que todos estaban tan
espantados que ya no querían pasar por aquellos lugares, pues corría el rumor de
que era la enfermera muerta.
Otros cuentan que en la Cruz Roja de Tecate, muchos pacientes han sido
atendidos por una misteriosa mujer que era muy cuidadosa en las curaciones y
desaparecía siempre que llegaba la enfermera de turno; a pesar del susto que les
dio ver cómo se desvanecía, la mayoría coincide en que siempre los favoreció.
Mucha gente ha acudido con el padre para que ayude a la enfermera en pena,
pero, como nadie sabe dónde murió, no han podido hacer nada; así, la muerta
seguirá vagando por los caminos de La Rumorosa durante muchos años más.
LA CAJA DE PANDORA
Zeus decide crear a Pandora, una mujer ideal para ser la pareja del hombre y
ofrece este regalo al hermano de Prometeo, es decir a Epimeteo que vivía en la
tierra. Pero antes de enviar a Pandora a su nuevo destino Zeus le regalo a la joven
una hermosa caja misteriosa, le advirtió que jamás debería abrirla y luego la dejó
marchar. Los dioses infundieron una gran intriga y curiosidad en Pandora para
asegurarse que abriría la caja tarde o temprano.