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ALFAGUARA INFANTIL El ultimo mago o Bilembambudin Elsa Bornemann llustraciones de Pablo Bernasconi Dwentono 4936 fe on WE bey e “a = cu SS Blguioreca © Prvasoa: ica MARCOS PAZ &- oO Bilembamnbudit Elsa Bornemann llustraciones de Pablo Bernasconi ALFAGUARA DE CSC = an a, mimioTees CA prepacosich ee %, ances PAL 4 HACE MUCHO... % NO HACE TANTO... - E. serd una recopilacién tardia de hechos que sucedieron hace mucho tiempo [si es que los sittio de acuerdo con lo que sefialan almanaques y telojes] y #0 hace tanto [si es que por fin me deci- do a ubicarlos en el largo momento de mi infancia cuando efectivamente sucecieron, en simultaneidad con ée momento de mi vidal. Dudé, Dudé y dudé antes de comenzar a escribir estos relatos de los que —a pesar de mis es- fuerzos por rastrearlos— no encontré registro alguno en los cldsicos anales’ ni en los libros de historia. Ahora sé que sélo puedo confiar en mi propia me- moria. Pero también sé que debo apurarme a es- cribir porque me estoy alejando cada vez mas de aquella nifia que fui y corro el riesgo de perderla definitivamente, junto con el nitido recuerdo de Bilembambudin. ‘ Anales: rclaciones de sucesos por afio. 10 No me lo perdonaria nunca: prometi con- tar lo que allf sucedié, A mis queridos amigos se les estar acabando la paciencia, debido a mi demora en hacerlo, y temo no volver a encontrarlos —ya— pa- ra explicarles la causa de la misma. Tengo una deuda de lealtad con ellos: no respeté la consigna de no mostrar jamds a adulto al- guno la “bolsita de cuero memorioso” que me dicron cuando nos despedimos. Sila hubiera cumplido, po- dria entonees narrar con fidelidad los hechos de los que fui parte y testigo, con sdlo haberla abierto sobre la soledad de mi mesa de trabajo. La escondi celosa- mente durante afios en el fondo del baul de los ju- guetes, protegida de las miradas de los mayores por mi osito de felpa y las mufiecas. “Los ojos de los ni- fios no pestafican incrédulos ante la presencia de lo maravilloso,..”, me dijeron una vez. Y era cierto. Apenas transformada en una mujer, cometi el error de someterla al examen de importantes pro- fesores de la Academia de Historia y otros cientifi- cos, En el mismo instante en que cortaron el cordel que sujetaba la abertura de la bolsa, millares de an- tiguas voces aullaron al unfsono y una espiral de fue- go la envolvid, hasta reducirla a un montoncito de cenizas, _ CaPiTULO 1 Lt EL ULTIMO MAGO M.. tios me habian llevado al tea- tro. De vestido nuevo, de esos que mds bien pa- recen de cristal, tanto hay que cuidarlos cuando una es chica y estd entre personas mayores. De zapatos con tiritas, nuevos también y —debido a lo mismo- antipaticos por lo rigidos, no impor- ta cuanto brille su charol. No me sentfa muy cémoda que diga- mos, con el largo pelo castigado en dos prolijas trenzas y obligada a comportarme “como una sefiorita” durante tres horas de mis nueve afios. Por eso, cuando el anunciador dijo que un ma- go saldria a escena hasta que se solucionara no sé qué problema que tenfan con los decorados de la obra que se iba a representar, me senti contenta, Pero mis tios no. Y la gente que colma- ba palcos y plateas, tampoco, 12 Me di cuenta porque un murmullo de fastidio recorrié la sala. El mismo murmullo que recibid al viejo ma- go Jeremias, en cuanto aparecié sobre el escenario. Sonriente bajo la galera que le sombrea- ba los ojos, exclamd, a la par que revoleaba la amplia capa negra: —Distinguido puiblico! ;Damas y caba- leros! ;Esta tarde tendré el gusto de presentar a ustedes mi galera magica! jYa verdn! Apenas la toco con mi varita, y... ;Abracadabra! jAqui tie- nen un conejo! Y sf. De la galera apoyada sobre una me- sa, el mago extrajo —en ese mismo instante— un gracioso conejito, Me encanto. Pero a mis tfos no. Y a las demas perso- nas mayores que Ilenaban el teatro, tampoco. Tosecitas, catfaspeos y susurros fueron la tinica respuesta al pase de magia, y mi aplauso fue in- terrumpido en la segunda palmada. —jNena! ;Shh! |No aplaudas! —me reté mi tla—. jEste es un maguito de dos por cuatro! “Dos por cuatro, ocho...”, pensé, pero el mago ya estaba tocando otra vez su galera con la 138 varita y lo que saldria de ella me interesaba mu- cho mds que la tabla de multiplicar. —jAbracadabra! —y una interminable cola de pafuelos multicolores surgid a la vista de todos. —Abracadabra —y cinco palomas. —Abracadabra —y tulipanes. —Abracadabra —y una sombrilla. —Abracadabra —y un creciente zapateo comenzé a oirse por el teatro. Pronto, se le agregaron silbatinas y pal- moteos. Y expresiones de gran disgusto: —jHace media hora que nos aburren con este fantoche! — Basta de tonterfas! —jVinimos a un teatro, no a una fiesta de cumpleafios! —jQue empiece la obra! — Somos gente grande! —jSomos gente seria! —jHace rato que dejamos de ser chicos! Sin perder la compostura ni la sontisa, Jeremfas dijo entonces: —jDistinguido ptiblico, mi funcién ha concluido! ie: — Bien! ;Que se vaya de una vez! —grita- ron algunos. Pero Jeremfas continué hablando: —Les ruego que disculpen mi torpeza. Soy el tiltimo mago que se atreve a actuar para un ptblico adulto. Adis. ¥ allf mismo volvié a tocar su galera con la varita: — Abracadabra! ondas de fuego salieron del sombrero de copa. Otro toque de varita y una enorme cabeza verde se asomé curiosa. Otro toque y un fantastico cuerpo de lomo dentellado emergid de la galera, Otro toque més y mds abracadabras y un gigantesco dragén sin alas salté por fin sobre las primeras butacas de la platea, impulsando a to- dos los que las ocupaban a afinarse junto a las paredes, Por primera vez en esa tarde, las bocas quedaron abiertas. Como los ojos. Ni palabras ni pestaficos. Aun silbido del mago, el animal se eché mansamente a sus pies. El viejo Jeremias lo monté entonces, tal como si fuera un tierno potrillito, 15 Nuevos movimientos de su varita y un camino verde como el dragén se desenrollé por la sala del teatro, Y con la varia le puso man- chones de cielo por arriba y retazos de césped por abajo. Y arboles a los costados, Y pajaros en los Arboles. Y una lunita en el fondo, bien a lo lejos, tanto o mds luminosa que la que en ese momento empezaba a descolgar sus luces sobre las calles de la ciudad. Y¥ al encuentro de esa lunita inventada por él se fue Jeremfas, montado sobre su fabulo- so dragon. Claro que los espectadores nunca supie- ron si logré alcanzarla. Porque el mago corrié el telén alrededor de si y toda la escena desapare- cié -tan pronto como habia aparecido— al grito de: ;Diente de cabra! En seguida y suavemente, el viento nos golped las caras con los nudillos de esa noche magica. Si. Nos golped. A Jeremfas y a mf. Por- que yo también me trepé sobre el lomo del dra- gon y me fui con ellos. De largas trencitas rubias y las rodillas al aire me fui. 16 Por eso, hoy —que ya soy tan grande co- mo las personas que llenaban el teatro aquella tarde— puedo contarte esta historia. a. CAP{TULO II * DRAGONEATA — ué extrafio, Jeremias —le dije al viejo mago no bien echamos a dragonear’ a lo lar- go del camino verde—. Tu dragén anda sobre las dos patas de atras, en vez de marchar sobre sus cuatro patas como todos los cuadriipedos. Sin darse vuelta, Jeremfas me contestdé; —No tiene nada de raro, nena, Es un dra- gon bebé; todavfa hombrea’, atin no aprendié a caminar en cuatro patas. Tampoco parecia tener nada de raro para Jerem{as que yo me encontrara montada detras de él. Actuaba como si me conociera de toda la vida. Sin embargo, no sabia ni siquiera mi nombre. —:Cémo te llamas? —me pregunté en- tonces, :Me habria adivinado el pensamiento? *Dragonear: subir, montar, andar o pasear sobre el Jamo de un dragén. * Hombrear: caminar en pasicidn erguida, sobre dos piernas, cal como lo hace un hombre. —Aldana. — Bello nombre! —exclamé—. Rima con palabras igualmente hermosas: hermana... campa- na... mafana... Apenas termind de pronunciar “mafiana’, Jeremias se puso a cantar a todo lo que daba: —Cuando llegue la mafiana, sonard una gran campana para ti —mi dulce hermana- anuncidndote, par fin, que has llegado a hora temprana a jBilem... bam... budin! —;Bilembambudin? —le pregunté, sobre- saltada por la curiosidad de saber qué lugar seria aquel que escuchaba mencionar por primera vez. —Si. El fantistico reino de Bilembambudin. —;Dénde queda? ;Como es? Con la misma naturalidad con que se ha- bia dirigido a mi desde que partimos, Jeremias me respondié entonces, siempre sin darse vuelta: —Es el amor de quien lo suefia el que le da a Bilembambudin un espacio en el mundo. Podria describirte sus calles; contarte cudntos 19 peldafios tiene cada una de sus escaleras; enumerar puentes y nubes, charquitos y baldosas; podria con- fiarte de qué color son los ojos de cada uno de sus habitantes... pero yo sé que todo eso seria como no decirte nada. Te imaginarfas entonces un lugar de- masiado real como para ser real. Ademas, el reino se presenta diferente al que llega a él desde la adultez o desde la infancia, tal como se presenta diferente to- do sitio segtin el viajero arribe desde una carretera o desde el mar. Tienes que descubrirlo ti misma. Que te baste saber que est constantemente sobrevolado por cigtiefias o barriletes y que en su tinica torte hay alguien que se vuelve loco cada luna llena, El dragén se detuyo bruscamente, Me aferré con fuerza a la capa del viejo mago para no resba- larme y caer. —No te asustes, Aldana, a mi dragén lo pone nervioso que se hable del loco de la torte. —:Quién es? —pregunté, tanto o mas nerviosa que el enorme animal que, por lo que aparentaba, no daba sefiales de moverse mientras continudramos hablando de ese personaje. —;No te das cuenta, Aldana? —dijo Je- remfas, sefialando al dragén inmévil—. Si te lo digo ahora, nos vamos a quedar detenidos en 20 este lugar durante un rato y yo no puedo perder mas tiempo. — Por qué tanto apuro? —Ya soy demasiado viejo, mucho mas de lo que ti piensas, y necesito aprovechar cada minuto para que llegues a Bilembambudin co- mo corresponde. —Yo... sola? —le pregunté asombrada, porque no habia entendido bien si era eso lo que me habia querido decir. —S{. Sali a tu mundo en busca de ayuda y viste lo que pasd. Nadie respeta ya a los magos... Y quien no cree en la magia no puede creer en Bilem- bambudin. — Pero yo creo! —grité, al mismo tiempo que el dragén nos sacudfa sobre su lomo con un corcoveo, dispuesto a reiniciar la marcha. —Por eso estas conmigo, Aldana, Por eso serds ci quien salve a Bilembambudin. Yo no podré volver. Tragué saliva. Lo que me habia dicho Je- remias era demasiado importante como para que se me ocurriera hacerle otra pregunta. Necesitaba reponerme del efecto de tamafia revelacién. La noche cafa vertiginosa sobre el campo y 21 yo ya no podia distinguir si mis manos se sujetaban de la negra capa del mago o de dos pliegues de la misma noche. Debo de haberme quedado dormida, por- que no adverti el pasaje de la total oscuridad al claro amanecer que me devolyfa el camino verde y la certeza de que iba sujeta a la capa de Jeremias y montada sobre un dragon. Lo que me despabilé fue un zumbido persistente o la mondéctona repeticién de un chas- quido, un sonido que no podria definir con pre- cisidn, algo asi como si un largufsimo papel se rasgara al mero contacto con el aire. En ese mismo instante, vi una manchita amarronada que flotaba paralela a nuestras cabe- zas y a unos diez metros de distancia, con toda la apariencia de seguir viaje en direccién hacia don- de nos encontrabamos. — Una piedra, Jeremias! —grité atemori- zada—., jCuidado! ;Una piedra! El viejo mago no se inmuts, Claro. No era una piedra. Por supuesto, tampoco un pajaro. {Qué gracia!l, tonta no soy como para no reconocer un ave, por mds pequefia 22 que sea. Pero ;cémo podia suponer yo que ese borrén volador era nada menos que un raton- cito? —(Tiquis-Miquis! —exclams el mago, a la par que abria una mano y el animalito se posa- ba suavemente sobre ella—, [Te felicito! [Estas perfeccionando tu aterrizaje! —Mi amanizaje' querrd usted decir —chi- Ilé el ratén con la lengua afuera—. Todavia no aprendi a aterrizar sin darme un reverendo portazo. —;Qué te trae por aqui? —Para qué me arrojaron aqui querra us- ted preguntar porque, que yo sepa, soy un bume- rang? vive y no atravieso el espacio a menos que alguien me lance a él. Jeremias se rid; yo también, aunque no sé exactamente por qué, ya que toda la siruacién me habfa dejado perpleja. Mas atin porque el dragén segufa su marcha como si aquello fucra lo mas co- min del mundo. Y¥ deberfa de serlo, ya que tampoco mos- tré ninguin signo de extrafieza cuando el mago se * Atmanizaje: el randn sc refiere a hacer pie (mejor dicho: hacer pata) sobre una mano, * Bumeran, bumerang {o boomerang en inglés): arma arrojadiza que —tomando direecién hacia auiés— vuelve al Ingar de donde ha sido arojada, 24 colocé el ratoncito junto al oido —a la manera de un transmisor— y lo yolvid a soltar en el aire inmediata- mente después de susurrarle en la oreja izquierda: —Entendido, jCambio! Y nuevamente la mancha voladora sured el espacio, en el mismo sentido en el que habia lle- gado, hasta que se la tragé el horizonte. Debo confesar que fue el hambre (si: la vulgar “hambre”, no el delicado “apetito”) lo que me impidié cualquier intento de averiguar de qué se trataba toda la rara aventura que aca- baba de presenciar, Tenfa HAM-BRRE. Y nunca podré saber si fueron los indiscretos ruiditos de mi estémago vacio o mi prolongada falta de pre- guntas los que hicieron que Jeremias se diera vuelta por fin. Lo cierto es que —clavando en la celeste mfa la redonda mirada de sus ojos grises— me interrogé cara a cara: — Te gustaria hacer un breve picnic, Al- dana? De mas esta decir que lo hicimos ahf mis- mo, a la vera de un arroyo. Rendido a causa de la marcha, el dragén se despatarré con un plaf y nosotros dos nos echa- mos a su lado, En seguida, Jeremfas extrajo de su 25 galera varias olorosas rebanadas de pan, que tosté sobre el fueguito que el dragén dejaba escapar con cada ronquido. El viejo mago aproveché ese ratito de im- provisado desayuno para decirme cosas que yo es- cuché sin pronunciar siquiera una palabra. (En rea- lidad, no hubiera podido: jtenfa la boca Ilena de ese riquisimo pan). —Aldana —y Jeremfas volvié a mirarme fijamente—, escucha con suma atencién todo lo que voy a decirte; no tengo tiempo para repetirlo dos veces. Dentro de una hora estards a la puerta de Bilembambudin. Sélo tienes que dejarte guiar por mi dragén. Una vez allf, te cambiards por otros los zapatos que llevas puestos. Gastards exactamente un par de zapatos magicos antes de llegar a la mo- rada de Dofia Naturalia. Es a ella a quien irds a ver para que te explique todo lo que es imposible que yo haga, porque sabes que mi dragén se empaca si menciona al acal ed al errot®. jY tu viaje a Bilem- bambud{n tiene muchisimo que ver con el ocol ed al errot! Los zapatos te orientardn hacia siete luga- res diferentes, En cada uno de esos lugares vive uno * Ocol ed al errot: loca de la torre, pronunciado al reves, 26 de mis siete hijos. Cada cual de ellos te dard una clave para encontrar a Dofia Naturalia, tan pronto tui des la siguiente contrasefia: SAIMEREJ-SAIMERE]. Cuando retinas las siete claves y descifres su sentido total, no te sera dificultoso hallarla, con la condi- cién de que guardes para siempre el secreto de su domicilio, tal como yo lo hice durante toda mi vi- da. Porque sdlo yo sabia cémo llegar a ella... Reve- lé we indicio a cada uno de mis hijos, pero ti co- noceras los siete. Conffo en ti, Aldana. Confio. Confio —Jeremias suspiré entonces de tal modo, que desperté al dragon. —M6éntalo y vete ya —me ordend de pronto—. Mi tiempo se acaba. —Pero... Jeremfas.., Yo... —atiné a de- cir, confundida como estaba. El viejo mago me rozé la cabeza con una dulzura tal, que senti que mis trenzas se transfor- maban en retorcidas hebras de miel. —Vete, Aldana; no me gustan las despe- didas. Monta el dragén y aldjate sin darte vuelta. Obedeef sus indicaciones como un robot. La confusién y la tristeza se me entremezclaban dentro del pecho con tal fuerza que me parecid que iba a abrirseme un agujero justo en el medio. 27 Y debe de haber sido por un agujero de mi corazén por donde se me cold, de repente, un viento helado cuando —ya en marcha sobre el dra- gon— no obedect el tiltimo pedido de Jeremias y me di vuelta: erguido sobre el camino verde, el vie- jo mago miré fugazmente al cielo, estiré los brazos a modo de alas para extender su ancha capa negra, y luego se encerré en ella hasta desaparecer por completo, Yo podfa suponer que acaso era ésa una simple desaparicién magica y que mi querido ami- go volverfa a encontrarme aqui o alld, pero el vien- to que soplaba con furia en mi corazén me decfa que acababa de sufrir mi primera muerte. Las lagrimas no me permitieron ver nada mas: fueron como un piadoso yelo que alguien corrié delante de mis ojos, Y ya no pensé en nada. Cada nuevo soplido del viento en mi pe- cho me iba sumergiendo en el silencio infinito del adids. Fue después de un largo rato que el dragén permancciera inmovil, cuando adverti que se habia detenido sin que yo hubiera mencionado aquel “loco de la torre” que tanto lo alteraba a él y me in- trigaba a mi, En seguida entendi el porqué: frente 28 a nosotros se alzaba —majestuosa— la puerta del teino de Bilembambudin. Habiamos llegado a destino. Recién entonces me di cuenta, desesperada, de que sélo tenia mis zapatitos de charol, ;Dénde conseguir el par magico del que me habia hablado Jeremias? Tantas emociones como las que habia ex- perimentado ese dia, sumadas a esta que ahora me tocaba soportar, quebraron mi resistencia, Enton- ces lloré, lloré como no recuerdo haberlo hecho antes de ese momento ni jamds después. Lloré. Lloré abrazada al cogote del manso dragén, hasta empaparlo totalmente con mis lagrimas. A lo lejos, una campana repicaba a vuelo. a Cap{TULo II *. CAMINATA His Go hago ahora? ;Qué? —me preguntaba una y otra vez sin dejar de llorar, mientras el repique de aquella campana me trafa el fresco recuerdo de la cancién que Jeremias ha- bia entonado para mf: —Cuando llegue la mafiana Sonard und gran campana para ti—mi dulce hermana- anuncidndote, por fin, que has llegado a hora temprana a jBilem... bam... budin! Fue en ese instante cuando noté que el dra- gon empezaba a achicharrarse a cada golpe del leja- no badajo, como una carpa de circo a la que estin desmontando apresuradamente. En un segundo estuve de pie sobre el suelo, 30 No tuve tiempo para asustarme porque la transfor- macién que se operaba en el dragoncito era tan ra- pida como decididamente magica. Jeremias debla de haberla planeado con algiin fin que atin yo no lo- graba descubrir. jAb! |Qué alivio! Pronto lo descubrf: un par de zapatitos verdes aparecieron en el mismo lugar en el que acababa de esfiumarse el gigantesco animal. jEl par de zapatos del que me habfa habla- do el viejo mago! jY nada menos que de cuero de dragén vivo! Claro, ;cémo no habia imaginado yo que me resultaria imposible desplazarme montada so- bre el dragén por las calles del reino, sin llamar la atencidn de todos los bilembambudineses? Por lo que sabfa, la misién que me habia encomendado Jeremias exigfa mi secreto. Tenia que pasar inad- vertida si queria llevarla cabo. Y yo queria... ;Va- ya si querfa! Me descalcé, enterré mis zapatos de charol junco a la muralla que separaba el camino verde del reino de Bilembambudin y me puse por fin— los magicos. }Qué deliciosa sensacién de bienestar me recorrié el cuerpo! Estaba protegida. Podia lanzarme segura a cumplir con el pedido del viejo mago: su dragén 31 seguia conmigo, guidndome serenamente, como lo habia hecho hasta entonces, bajo la magica aparien- cia de un simple par de zapatos. Memoricé una por una todas las indicacio- nes de Jeremfas antes de decidirme a entrar en Bi- lembambudin; susurré: SAIMEREJ-SAIMERE] para dar- me dnimo y empujé la pesada puerta del reino. Desde alguna terraza, una voz como de flau- tao de cascabeles grité: “;Bienvenidal”, no bien pisé los primeros adoquines. Y hacia esa voz empezarona dirigirme mis zapatos, como atrafdos por un iman. Se habfa iniciado mi caminata por las casas de los siete hijos de Jeremfas. Mientras caminaba, comprend{ que no ha- bia momento de felicidad que yo no pudiera esperar ya. Quién hubiera dicho, apenas un dia antes, que iba a ser mia la dicha de conocer Bilembambudin? No diré que era una ciudad extraordinaria, pere todo estaba dispuesto alli de un modo arméni- co, como los colores y lineas de un cuadro que no es posible cambiar de intensidad o de ubicacién sin destruir el conjunto, Hasta la increible cantidad de barriletes que la sobrevolaban no hubieta combina- do con otro cielo que no fuera aquél. Ahi esta: el acceso a Bilembambudin me 82 dio la sensacién de estar entrando en un cuadro, mi- nuciosamente creado por un imaginativo pintor an- tiguo. Calles redondas dispuestas en sucesivos planos en desnivel, comunicados entre sf por puentecitos y escalerillas. Una especie de gigantesca torta de bodas en cuya parte mds elevacla se imponfa una torre, con su clipula calada cual fino eneaje. Miré hacia el Sur, el Este y el Oeste; no habja alli otra torre. Me estre- meet: ésa debfa de ser la morada del loco. Afortunadamente, los zapatos no me guia- ron hacia alli sino en direccién a una casa estrech{- sima, tanto, como jamas habia imaginado que pu- diera construirse una asi. URDIOLA, LA DE LA CASA ANGOSTA “La casa es chica pero el corazén es grande”. Un cartelito con ese viejo refrain se halla- ba colocado sobre la puerta de entrada. Junto a ella se apilaban varias cestas de mimbre (sélo una repleta de pescados) y dispuestos aqui o alla algu- nos almohadones, repollos, una mesa sin patas, mantas, un brasero, ollas, una cama y dos faroles. Indudablemente, la duefia de aquella rara vivienda 33 no contaba con espacio mds que para su propia persona. ‘Todas sus cosas y muebles se ventilaban so- bre la vereda. La casa era flaca y alta. Por supuesto, sin ventanas en la planta baja... (De haber querido ins- talarlas, la que alli vivia deberia haberlas abierto en las paredes del vecino). Un balconcito florido ale- graba el primer piso y —por fin— una terraza, desde donde se asomé una cabeza tan rubia que se borro- neaba bajo los rayos del sol. La hija de Jeremfas. Tiré del cordel de la campanilla de entrada y la misma voz como de flauta o de cascabeles que habia ofdo al llegar al reino, me respondié: —jBienvenida! Me llamo Urdiola, jEs- pérame alli; ya bajo! —Ah... Es un fastidio no poder recibirte adentro, como corresponde — me dijo Urdiola en cuanto se reunié conmigo—, pero, como verds, mi casa es tan angosta que no caben dos personas al mismo tiempo. Es mds, solamente quepo yo, y ni siquiera puedo despe- rezarme cuando se me antoja: las paredes que- dan tan cerca de mis brazos... Por eso estan to- das mis cosas sobre la vereda. Tuve que elegir: 0 habitaban ellas la casa, o yo. E imaginate que no seria muy cuerdo de mi parte proteger a los re- a4 pollos, por ejemplo, y quedarme a la intempe- rie. No te parece? —Si... —le contesté, no demasiado conven- cida—. Pero... spor qué no se muda a una casa mds amplia? —UfF. Todos los vecinos me hacen la mis- ma pregunta. Y sé que hasta se burlan de mi: me pusieron de apodo “Fideo Fino...”. Pero yo no hago caso a las habladutias, Vivo sola, ;Para qué necesito mis espacio? Para llenarlo de soledad? Ademas, es- toy tan poco aqui... Este es un barrio de pescadores, Soy pescadora, ;te diste cuenta? —y Urdiola sefialé la cesta, empapada por el hielo que comenzaba a de- rretirse bajo la arpillera que lo cubria—. Me paso los dias enteros en el rfo y apenas si puedo reunir una docena de peces de tanto en tanto. No sé qué les pa- saa las aguas... En fin... —y Urdiola suspiré antes de continuar diciéndome—; Tendras que subir has- ta el primer piso y recoger ti misma la clave que mi padre te envié a buscar. Estd oculta debajo de la cuarta baldosa, empezando a contar desde la dere- cha. De todos modes, no te sera complicado ubi- carla ya que esta despegada y mi piso tiene tinica- mente doce baldosas: tres de frente por cuatro de fondo. Bb Subj al primer piso y recog la clave. Era un deshilachado retacito de pafio sobre el que alguien —con tinta verde y letra temblorosa— habja escrito estas palabras: DO®A NATURALIA VIVE, Lo guardé en mi bolsillo y volvi de prisa a la calle. jEsa casa era tan angosta que hasta el aire pa- recfa comprimido alli adentro! “Ni que me la ofrecieran sin pagar el alqui- ler viviria yo aquil”, pensé, “;Vaya que es extrafia es- ta hija de Jeremias!”. Pero también era sumamente amable: com- parti su mesa, tendida en plena vereda y, con reno- vadas energias, me dispuse a continuar mi caminata al encuentro del segundo hijo del viejo mago. Los zapatos estaban impacientes. Atin nos quedaba mucho que recorrer y yo me habia demo- rado mas de lo debido. Salimos casi a los saltos. GUSTALER, EL QUE SE FUE CON LA MUSICA A OTRA PARTE “No entiendo el porqué de tanta prisa si la casa del segundo hijo de Jeremias queda tan 36 préxima a la de Urdiola...”, pensé, en el mismo momento en que mis zapatos se detenfan bruscamen- te frente a una deliciosa cabafia de pan. Si. Sdlo habia tenido que atravesar el puentecito que comunicaba el primer plano de la ciudad con el segundo, para encontrarme en ese aromdatico barrio de casas desparejas, {nte- gramente construidas con gruesas rebanadas de pan negro. — Para qué tanto apuroe, eh? —me repe- ti. Pero corregi en seguida—: Claro, Todavia ten- go que visitar a cinco personas mds aparte de és- ta... —y miré comprensiva a mi pat verde. De repente, unos sonidos ensordecedores empezaron a difundirse a través de parlantes ins- talados en todas las esquinas. Hice resonar el llamador de la cabafia, com- puesto por dos manecitas de metal que pendian de un hilo a un costado de la puerta de entrada. Tenfa la esperanza de que me abrieran de inmediato, asi me librarfa —al menos durante un ratito— de aquel bochinche de la calle. Pero mi aplauso metalico no sufrié efecto: nadie acudidé a mi llamado. Pensé que me habria equivocado de casa, a7 y ya intentaba dirigirme a la de al lado cuando mis zapatos me obligaron a volver junto a la puerta de esa Casa. Llamé nuevamente y —nuevamente= na- die salié a recibirme. Una y otra vez repeti el llamado, y no ob- tuve otra respuesta que el silencio, hasta que —de seguro atraida por mi insistencia— una viejecita se asomé desde la ventana vecina. —;Buscas al hijo de Jeremfas? —me pre- gunté a los gritos. —Sti, sefiora —le contesté, también a los gritos. —Gustaler no estd. Se fue con la musica a otra parte, pero volvera en cualquier momento. Por qué no entras y lo esperas? Su puerta ni si- quiera tiene cerradura... —Vengo a verlo por un asunto urpente. No sabe si tardar4 mucho? —Ah... Eso si que no lo sé. Depende de cuando termine el concierto de violin que en este momento est4 tocando... Aunque me atreveria a de- cirte que pronto estard de regreso, ;Oyes? No debe de andar lejos... Se escucha su hermosa melodia... —y la viejecita puso los ojos en blanco y laded la 38 cabeza, mientras que con sus manos sefialaba un incierto lugar por encima de los tejados de la vere- da de enfrente. Por mas que me esforcé, no of nada mds que los ruidos infernales de los altoparlantes. Por lo visto, no sélo era extrafia la hija del mago... Esta bilembambudinesa percibia cosas que a mi se me escapaban... —;Dénde queda el teatro en el que esta actuando? —le pregunté. (Se me ocurrid que po- dia ira visitarlo alli donde se encontrara, aunque mis zapatos no daban sefiales de moverse de ese lugar). —En el aire, Gustaler vuela por el aire mientras toca su violin, ;En esta zona hay tanto ba- rullo! —y la vieja, como si fuera una directora de or- questa, empezé a acompafiar la melodia que decia ofr con una imaginaria batuta, —Perdone, sefiora, pero le dije que me trae aqui un asunto urgente, ;Podria explicarme dénde esta Gustaler? —Ya te lo expliqué, nena: en el aire, Des- de que era un muchacho, Gustaler decia que, un dia, la musica lo harfa volar... ;Cé6mo nos refamos los vecinos! Pero asi fue, nomas. Como solia hacer- lo, el mes pasado caminé por esta calle tocando 39 sus encantadoras melodias y, como siempre, sdlo algunos viejos salimos a escucharlo, ;Sabes? Acostumbrados al barullo, la mayorfa de los jé- venes de este barrio estén sordos para la verdade- ra musica, De repente, Gustaler empezd a elevar- se. Al principio, sélo los pies se le despegaron del suelo y quedé suspendido a menos de medio me- tro mientras tocaba su violin. Pero a medida que la melodifa iba creciendo, fue elevandose cada vez mas. Pronto estuvo a la altura de aquellos baleo- nes y enseguida llegd a superar los tejados, Re- cuerdo que fue ya en posicién paralela a la calle cuando se perdis en la lejanfa, sin dejar de tocar su maravillosa musica ni siquiera un instante. Desde ese dia, de tanto en tanto le sucede lo mis- mo. Pero ya te lo dije; en cuanto finaliza su con- cierto vuelve a casa. Entra y espéralo. Creo que no va a tardar —y tarareando el compds de esa misteriosa melod{a que parecfa encantarla, la vie- jecita cerré su ventana. No tenfa mas remedio que entrar. Entré. Resignada, me senté junto al yacio cofre del violin. Para entretenerme, empecé a hablar en voz alta conmigo misma: 40 —Y bueno, voy a esperarlo, ;Qué otra cosa puedo hacer? ;Por mas que diga SAIMEREJ-SAIMERE]; Gustaler no esta aqui para entregarme su clave! En el preciso momento en que pronuncié el segundo SAIMEREJ, un trozo de pan duro del te- cho crujié y de allf cayé sobre mi falda un retaci- to de pafio similar al que habfa encontrado deba- jo de la baldosa de la casa de Urdiola. Con idéntica caligrafia y estas palabras: CINCO CENTIMETROS CADA MEDIODIA, Yo también empezaba ya a tomar como naturales los hechos mds asombrosos: lo guardé en mi bolsillo con el otro retacito y salf de pun- tillas de la casa del violinista. Seguramente, los zapatos debfan de con- ducirme de ese modo para que la viejecita que todo lo ofa no oyera mis pasos y volviera a aso- marse curiosa, debido a mi brevisima estancia en la vivienda de Gustaler. Y de puntillas doblé la esquina. Recién alli empecé a caminar normalmen- te, Esta vez con el ritmo de alguien que mira vidrie- ras, Mis zapatos deberfan de sentirse satisfechos por el escaso tiempo que yo habfa empleado para conse- guir mi segunda clave. 41 A paso de tortuga, me encaminaba hacia el domicilio del tercer hijo de Jeremias. Antes de abandonar aquel barrio, arran- qué un pedazo de su ultima pared y me marché, saboredndolo. El ruido que me aturdfa qued6 acrds. BABILOTUS, EL PERSEGUIDO POR UNA NUBE Tuve que subir varias escalerillas para acce- der al tercer plano de la ciudad, un barrio que se dis- tingufa por la abrumadora cantidad de chimeneas. No vi casa que no tuviera las suyas. Dos, tres, cinco y hasta doce chimeneas se agrupaban sobre un mis- mo techo. 2Y los humos? jAh, los humos! Los habia rosados y blancos, transparentes o bien dorados algunos, humos celestes que se deshilaban con pereza, humos levemente violetas formando ani- llos sobre las chimeneas, humos verdes que en- tretejian figuras como de gallos o rinacerontes... humos... humos y mds humos. ;Se dirfa que en esa zona la gente se comunicaba mediante sefia- les de humo! 42 Iba pasmada y boquiabierta, contemplin- dolos. Me dio un ataque de tos tan fuerte que ni tuve necesidad de tocar el timbre de la casa frente a la que mis zapatos me hab{an conducido, Su duefio la abrid, indudablemente con ga- nas de averiguar quién tosia de ese modo sobre su mismfsima puerta, —SAIMEREJ-SAIMERE].... —logré articular entre carraspeos. —jBienvenida! Soy Babilotus. Pasa, por fa- vor —y el tercer hijo de Jeremias se hizo a un lado con una reverencia, —Afuera brilla el sol! —exclamé—. ;Llue- ve adentro de su casa? Mis palabras sonarian a disparate si no les contara por qué las dije: Babilotus sostenfa un enorme paraguas abierto bajo el propio techo de su casa. —Ah... Ojald se tratara de eso... En ese ca- so me bastarfa poner tachos en el suelo para las go- teras, o subir al tejado y tapar las fisuras... jNo seria nada comparado con la desgracia que me persigue desde hace un tiempo! Mira encima de mi paraguas; qué ves? 44 Me subi a un banco y miré; —jUna nube oscura! —Exactamente —y Babilotus suspir6—. Una nube de hollin. —Pero... no entiendo por qué se protege de ella con el paraguas... Si no se deshace... —Aja. Es lo que ti crees. Observa —y Ba- bilotus cerré el paraguas. Inmediatamente, la nube de hollin se largé a lloverle sobre la cabeza los mintisculos puntos os- curos que la formaban. “Lloverle” es la palabra adecuada, porque la densa nube se le deshacia encima como una verda- dera Iluvia negra. Apresurado, Babilotus volvié a abrir su pa- raguas. De inmediaro, la nube dejé de caer y reco- bré su aspecto anterior. — Has visto? ;Estoy condenado a caminar continuamente bajo el paraguas! Si hasta me las in- genié para colgarlo desplegado sobre mi cama. De lo contrario, no podria dormir en paz. Esta nube tiene la mania de deshacerse sobre mf en cuanto me sorprende sin proteccién pero se mantiene tranqui- la sobre mi paraguas abierto. — No probé echarla? 45 —Probé todos los métodos para librarme de esta molesta nube de hollin, Resultaron inutiles. Ella me sigue, permanentemente ubicada encima de mi cabeza. —iCémo se formé? —Vaya a saberse... Una noche me des- perté sobresaltado. Sentfa como si la oscuridad se estuviera haciendo picadillo sobre mi cama. En- cendi la limpara y ahf estaba ella, lloviéndome encima de la cabeza. Desde entonces es mi com- pafiera obligatoria. —;También lo sigue por las calles? —Tal cual. Eso es lo que mds me fastidia. ‘Tengo que salir con el paraguas abierto para man- tenerme limpio, Las caravanas de chicos que me corren detrds, jdivertidisimos ellos! —Y claro, no es muy comin ver a un hombre perseguido por una nube de hollin... —Sé sincera: es insdlito, absolutamente insdlito. Segtin aseguran los viejos, dentro de poco esto les sucederd a todos en Bilembambudin. —Y... cuando va de visitas... :la nube lo acompafia? —Por supuesto. Ademas de manfaca y ca- prichosa, es muy sociable. Le encanta conocer 46 gente. Iniitil es que intente dejarla en la puerta de la casa de mis amigos. Tengo que entrar con el paraguas abierto y ella encima, como si fuera un sombrero flotante. jTe imaginards lo incémodo que me siento en todas las reuniones! Mas atin cuando, de tanto en tanto, se invita a algunos que no me conocen... —Se burlardn... —En efecto, No piensan que en cualquier momento puede ocurrirle lo mismo a cualquiera de ellos... Por eso, no bien se enteran del problema les fascina hacerme cerrar el paraguas. Entonces ella: pliquiti plic plic plic... me Ilueve. Lo abro otra vez, la nube vuelve a comportarse como es debido, Me piden que lo cierre, que lo abra, que lo cierre, que lo abra, que lo cierre.., ;Estoy harto, harto! —Lamento mucho lo que le pasa, Babilotus, pero ya debo irme. Me acerqué a la ventana trasera y desde allf descubri los nevados picos de dos montafias que no habia visto antes. Pasé medio segundo. Los zapatos empeza- ban a tironearme hacia la puerta. —Toma la clave. El desesperado hombre la sacé del bolsillo 47 de su chaleco y me la entregd. La lei: Rock que crece, y la guardé junto con las otras. Nos despedimos con una larga sonrisa que se inicié en su cara, melancdlica, y acabé en la mia, desconcertada: jla nube de hollin se habfa puesto a girar sobre el paraguas! Completé una vuelta entera. :Seria su modo de decirme adids? OSOFRONIO, EL FANTASMA El barrio donde vivia Osofronio, que asi se llamaba el cuarto hijo del viejo mago, estaba si- tuado justamente sobre el cuarto plano de la ciu- dad. Los hijos de Jeremfas parecfan vivir uno en cada zona. Esa que ahora atravesaba era decidida- mente comercial, aunque los locales que allf se agrupaban no guardaran demasiada relacién con los que yo estaba acostumbrada a ver en mi pro- pia ciudad. Mientras caminaba por sus callecitas hacia la casa de Osofronio, me entretuve mirando los co- loridos toldos que se desplegaban sobre los locales y 48 leyendo los carteles que anunciaban el ramo de cada cual: SE ZURCEN TELAS DE ARANA,.. PELUQUERIA DE GANSOS... GRAN LIQUIDACION DE CAFETERAS POR CAPRICHO DEL DUENO,,, LAVADERO DE FANTASMAS... jLavadero de fantasmas! Frente a ese sin- gular negocio se detuyieron de repente mis zapa- tos verdes. No logré continuar andando. Sin duda, era alli donde conoceria al cuarto hijo del viejo mago. La puerta del local se abrié con un chirrido. Al punto, un alto fantasma de impecable sabana blanca me sonrié desde detras del mostrador. —Hola, nifia, ;Vienes a retirar cus fantas- mitas recién planchados? Dame la boleta; veré si es- tan listos. —SAIMERE]-SAIMEREJ,... —murmuré, 3Era posible que un fantasma fuera hijo de Jeremfas? Era posible: —jBienvenida! —y la sibana blanca me envolvié en un célido abrazo con perfume a lavan- dina—, jQué suerte que hayas venido de dia! —me dijo entonces—, Aqui no me encontrarés nunca después de la puesta del sol... —Claro, se ira a descansar... 49 —(De ninguna manera! Es de noche cuan- do empieza mi verdadero trabajo. ‘Tres fancasmas salieron de la trastienda ¢ in- terrumpieron su conversacién. Escuché sus consultas: —Osofronio, ya estan lavados y almidona- dos los fantasmas de la familia Saldénica. :Se los mandamos con un cadete? —Osofronio, jdénde esté la tintura colora- da? El sefior Estilobato insiste en que tifiamos sus fantasmas de ese color. —Osofronio, el fantasmita de la casa de en- frente se desgarré la tunica, :Lo emparchamos con un retazo de otra tela? Se acabé la rayada con que es- td hecho. Mientras los ayudantes escuchaban aten- tamente las respuestas de Osofronio, aproveché para observarlos: esos tres no usaban la tipica sitba- na sino gruesas frazadas. —Son friolentos —me explicé Osoftonio tan pronto el fifo volvié a la trastienda—., Casi todos los fantasmas de Bilembambudin son desdichada- mente friolentos, ;Con decirte que los hay hasta de piel de oso! Por eso instalé este lavadero con las maquinas mas modernas. Como no es facil lavar a 50 mano frazadas o espesas pieles, los fantasmas frio- lentos dejaban mucho que desear en cuanto a su hi- giene. La gente protestaba, y con razén, Olian mal, La mayorfa de los fantasmas corrfan el riesgo de ser desalojados... —No entiendo... —Mira, aqui, en Bilembambudin, cada fa- milia posee sus propios fantasmas. Se heredan de ge- neracién en generacién, Cuantos més fantasmas ten- ga una casa, mds importante es su duefio.., No es bien vista una familia que no tenga al menos un fan- tasmita, aunque sea remendado... —Y jqué hacen? —jObvio! jAsustamos, nena! Algunos prefieren las cocinas y se esconden debajo de ollas y cacerolas. A medianoche las hacen repiquetear... Otros eligen las salas de recibo y se aparecen de pronto desde atras de las cortinas, o rondan por toda la casa cuchicheandbo... peleandose... 0 muer- tos de risa... Aunque te confieso que también los hay holgazanes, de esos que se dejan confundir a propésito con una vulgar sébana o frazada y lo- gran que se los use para hacer las camas... ;Te das cuenta? Asf se pasan el dia durmiendo 0 re- moloneando. > vt Sep oe IOTECA ey Ltn 5 MARCOS PAZ fs —jA mi no me gustaria que hubiera fantas- mas en mi casa! —le aseguré, temblorosa. Osofronio volvié a sonreir: —No hacemos ningtin dafio. Nuestro tini- co objetivo es asustar un poco a los hombres... (Qué serfa de ellos sin nosotros! —jPoer favor, tiemblo de sélo pensar en que un fantasma se deslice por las habitaciones de mi casa! —;Palabras...! ;Palabras...! —exclamd Oso- fronio—. La experiencia me ensefié que todos los seres humanos necesitan a los fantasmas... Cuan- do no los tienen de verdad, se los inventan. ;O no son los hombres los que crearon el tren-fantasma? —Y... sf... —Y veamos, jacaso ri nunca te despertas- te a medianoche, tiritando aterrada, y oiste soni- Qué hiciste entonces? jLe echaste la dos extrafios culpa a un fantasma! (Tuve que reconocer que Osoftonio ten{a raz6n; aunque en mi casa no existian, jmas de una noche yo misma habia imaginado que algiin fan- tasma era el responsable de mis temores!). —Lamento no poder presentarte a mi es- posa e hijos, pero en este momento estan en el 52 lavarropas —me dijo de pronto, contrariado—. Si te quedas un rato mas... —Oh, no, Osofronio, ya debo irme. Los zapatos me dirigian hacia la calle. El hijo de Jeremias hizo entonces una volte- reta y me acompafié hasta la puerta del lavadero. Con disimulo, puso en mi bolsillo la clave que yo habia ido a buscar, como si supiera que precisamen- te allf guardaba yo las otras tres, iY deberfa saberlo! ;Para algo era un fan- tasma! Apenas nos despedimos, me alejé un tre- cho del local y lef la cuarta clave: qué $€ HALLA S€TE~ CIENTOS PABOD HACIA LA IZQUIERDA. Volvi a guardarla, Me disponia a entrar en una medialuneria, pero mis zapatos mdgicos me lo impedian. Sin em- bargo, consegui convencerlos, y asi pude comprar una buena provisién de medialunas antes de reanu- dar la caminata. Tuve suerte: el duefio de aquel local era co- leccionista de monedas. Se quedé maravillado cuando le di todas las que tenia a cambio de una bolsita repleta de media- lunas. 54 — Jamas he visto estas monedas en Bilem- bambudin! —exclamé feliz. “Y yo jamas almorcé medialunas!”, pensé, divertida. Ya estébamos en marcha rumbo a la casa del quinto hijo del viejo mago. Relojito de cuerda eterna, el sol marcaba exactamente el mediodfa. Drpet-DaDEL-DUM, EL HOMBRE-GLOBO Mordisqueando las tiltimas medialunas lle- gué al quinto plano del reino. Desde el puentecito en el que me encon- traba miré hacia abajo: los diferentes barrios que habfa recorrido hasta entonces se me presentaron distintos bajo el sol del mediodia: un brillante pequefito, por lo htimedo y por lo lejano, el ba- trio de pescadores; una l4mina arrugada la zona de las casitas de pan negro; el ejército de chime- neas neblinosas... y ahi nomads, debajo del puen- te, la falda de la Cenicienta extendida como una enorme bandera: la suma de toldos del barrio co- mercial. 54 “Cémo cambian los paisajes segtin el sitio desde donde los contemplemos!”, pensé. Crucé el puente. Iba atin reflexionando acer- ca de eso cuando Ilegué a una ancha plaza que mis za- patos me hicieron recorrer como buscando algo. jALlf no habia ninguna casa! La plaza sola y decenas de globos descomu- nales atados a los Arboles. :Dénde encontraria al quinto hijo de Jere- mias? Pues también atado a un Arbol. Sf, sefior, Y tuve la sensacidén de estar mirandolo a través de una lupa gigantesca, tan pero tan gordo era Didel- Dadel-Dum. —jNo soy gordo! —protesté, después de escuchar mis atragantados SAIMEREJ-SAIMERE) y de darme la bienvenida—. ;Estoy inflado! ;Como to- dos los que aqui ves! ;A punto de reventar! ;Mal mo- mento elegiste para visitarme! —;Quién lo até al drbol? —iYo mismo, nena! Vivo alld enfrente, en aquella casa con ventanitas de vitrtux, Pero en cuanto siento que empiezo a dilatarme, corro a la plaza y me ato a un 4rbol. jTemo rodar como una pelota y estrellarme! 56 Tenia razén. Cabeza, brazos y piernas casi no se le notaban de tan hinchados como estaban. \Parecia un hombre-globo! Recién entonces me di cuenta de que los que habia tomado como globos descomunales eran personas infladas. —Y por qué les sucede esto? —A mi me pasa desde chico, cada vez que estoy de malhumor jCuanto mds malhumorado, més inflado! —;Qué le pasé hoy, para ponerse asi? —Esta mafiana tuve un disgusto descomu- nal: Ilevé mi peluca para que le alisaran la melena y jmira lo que le hicieron! Tuve que treparme al drbol para observarle la cabeza, Vi entonces una abundante cabellera pe- lirroja, encrespada como una oveja croquifiol, — Viste? ;Trino de rabia! —Bueno... la verdad... yo no creo que sea tan grave lo que le pasé.., Con llevarla a otra peluque- rfa para que se la planchen... problema resuelto... Didel-Dadel-Dum me miré como si él fuera Cristébal Colén y yo América recién descu- bierta: —Inereible! {Tan nifia y tan inteligente! 57 jQué buena idea! —y ahi mismo, mientras se reia, empezé a desinflarse velozmente. Pronto recuperé la figura de un hombre normal. Me abrazé entonces, emocionado. —Gracias, tesoro! Me has devuelto el buen humor, ;Y has visto? En cuanto se me pasa el enojo: jno mas hombre-globo! Se desaté, recogid la soga, y me tomé de la mano. Cruzamos hacia su casa y alli me entregé la quinta clave. Decfa asi: EN EL Bosque. Didel-Dadel-Dum estaba preparandome un licuado cuando soné el teléfono. Canturreaba hasta que atendid el llamado. —Hola... Sf... 33:Cémo??? 33:;Queé?? —se puso furioso—., {No lo soporto! ;No puedo soportar- lo! —grité, antes de colgar el auricular violentamen- te—, jAyl... jAy!... jPronto, nena! ;Corramos a la plaza! ;Empiezo a inflarme de nuevo! Didel-Dadel-Dum salié disparando. Se es- tiraba tal como un globo al que inflan con fuerza. Ya en la plaza, alcanzé las dimensiones de un enorme balén al tiempo que —nervios{simo— se ataba al arbol. —(Vete! ;Vete ya, nena! ;No tengo ganas de hablar con nadie! ;Este malhumor va a durarme tres o cuatro dias! —iNo puedo ayudarlo? $i me cuenta qué le comunicaron por teléfono... tal vez yo... —,Contdrtelo me haria sentir peor! ;No ves? {De sdlo recordar lo que me dijeron sigo in- flindome! jGrr! ;Vete ya! ;O quieres que explore? Yo no deseaba que explotara.., Queria ayudarlo. Pero Didel-Dadel-Dum no me lo per- mitid. ‘Tampoco mis zapatos, puesto que me ale- jaron de alli a la carrera, (Ellos sabrian por qué, de modo que les obedeci sin chistar...). Antes de abandonar la plaza, me di vuelta y entonces me acordé de lo que habia pensado cuando atravesa- ba el puente: a la distancia, Didel-Dadel-Dum y todas sus vecinos parecfan comunes y corrientes globos de gas... —jQué desgracia tener semejante cardc- ter!... Pobre Didel-Dadel-Dum.., Ojalé que se le pase pronto el enojo —deseé sinceramente—. Es tan amable cuando esta contento... {Qué suerte que a mf me tocdé ser como soy! Me alejé a la carrera. Ba BIDIRIQUE, EL DE LA CASA SIN PISO Ya era la media tarde y los zapatos conti- nuaban guidndome a la carrera. Bajé nuevamente al primer barrio y de allf pasé el prado que lo circundaba. fbamos rumbo a las dos tinicas montafias de Bilembambudin, cuyos picos nevados habia yo divisado desde la ventana de la casa de Babilotus. No podfa hacer otra cosa que seguir la di- reccién que mi par magico me indicaba, por mds que me sorprendiera pensar que el sexto hijo de Jeremias vivia tan lejos de la ciudad. Pero la verdadera sorpresa la tuve cuando Ilegué al pie de las montafias: all4, bien en lo alto, sujeta a ambos picos mediante gruesas cuerdas y suspendida sobre el precipicio, estaba la casa que yo debja visitar. De su chimenea salfa humo, indi- candome que su duefio se encontraba alli. Junté coraje y empecé la ascensién. Menos mal que mis zapatos verdes me impedfan sentir fatiga. Era como si otra camina- ta por mf... De lo contrario, jamds hubiera po- dido trepar hasta la cima de la montafia con la misma destreza de una perfecta alpinista. 60 Antes dije que la verdadera sorpresa la tuye cuando llegué al pie de las montafias... Debo corre- gir ahora esa afirmacién, ya que lo que pasé después la superd de tal modo que —por momentos— cref es- tar sofiando. Por empezar, para llegar a la puerta de la casa tuve que hacer equilibrismo a lo largo de una de las cuerdas que la sujetaban sobre el vacio. Qué miedo, Dios mio! Ya brillaban las primeras estrellas. Traté de no mirarlas dos veces. Un stibito mareo fue el aviso de que me caeria al precipicio si volvia a hacerlo, Con la vista fija en la puerta de esa singular casa, segui entonces haciendo equilibrismo hasta que —con el estémago doblado en dos~ alcancé el umbral. ;Qué alivio sentirme nuevamente afirma- da sobre un piso! Golpeé a la puerta, Exclamé: SAIMERE)- SAIMERE], y mientras el eco repetia mi contrasefia, Bidi- rique abrid, recibiéndome con el usual ;BIENVENIDA! De inmediato, se presenté, me puso en la mano el extremo de una soga que pendia de las vi- gas del trecho y me invité a pasar. Aferrado a otra soga, se desplazé colgando de ella hacia la orra parte de la habitacién. 61 Lo que vi entonces me quito el aliento: jla casa de Bidirique no tenfa piso! ;Abajo se abria el es- pacio azul del cielo y era posible ver las estrellas! —Ah, no; no voy a entrar aqui —le dije—. jMe muero de miedo! —No seas tonta —me dijo Bidirique muy -sonriente—. {Te vas a perder la emocién de visitar la nica casa sin piso que existe en el mundo y la oportunidad de probar mi riqufsima sopa? ;Adelan- te! Siéntate alli y descansa un rato. Bidirique me indicé las dos sillas que —tal como la mesa, un barguefio, la cama, el ropero y una ducha— estaban pegadas a las paredes. Y bien; respiré hondo y me lancé hacia la si- lla, colgada de la Sopa. Respiré mds hondo atin cuando me senté, mientras Bidirique se trasladaba activamente de un lado al otro de la habitacién mediante diferentes cuerdas que pendian por todas partes, firmemente atadas a las vigas. Vigilaba la sopa que se cocia en el caldero del hogar, preparaba la mesa, buscaba algo en los ca- jones del ropero... —Aqui est4 tu clave —me dijo de repente y, tal como lo habian hecho sus hermanos, me entregd 62 un retazo de raido patio sobre el que podia leerse: de LOS VENTILADORES PARA VACAS. Lo guardé en mi bolsi- {lo casi sin mirarlo: el miedo de estar sentada sobre el vacio no me permirfa pensar en otra cosa que en ir- me de alli lo antes posible. —Bidirique, :por qué vive en una casa sin piso? —le pregunté, cuando a medias pude dominar mis temores. —En primer lugar, porque aqui el aire es puro, Como yerds, mi casa esta totalmente ven- tilada y no Llegan a ella los ruidos y los humos infernales de la ciudad... En segundo lugar, por- que asf no tengo que barrer. ;Odio las escobas! Pero acaso sea mds importante el tercer motivo: jme encanta el peligro! —y los ojos de Bidirique echaron chispitas de placer—. Vivo con el cons- tante riesgo de olvidarme de que no tengo piso, caer al vacfo y hacerme tortilla, ;No te parece apasionante? No; me parecia terrorifico, pero el apetito- so plato de sopa que me sirvié ayudé a calmar en parte mi tensidn, Apenas sorbi la tiltima cucharada, me tomé de una soga y me desplacé hacia la puerta. —Adiés, Bidirique, y jgracias por todo! 63 — ;Cémo? Ya te vas? Si atin no has visto lo mejor! ;Sabes lo que es contemplar la luna debajo de la mesa? “|No hay luna capaz de hacerme permane- cer aqui un minuto mas”, pensé, “y todavia tengo que volver a ser equilibrista hasta llegar de regreso a la montafial jY todavia debo bajarla!”. —Adiés, Bidirique —repeti—. Prefiero que alguna vez sea usted el que vaya de visita a mi casa, | iene un espléndido, luscroso, resistente y ran seguro piso de roble...! ;|Creo que cuando tegrese allé, nada me va a gustar més que pasar la aspirado- ta y encerarlo todos los dias! Era la medianoche cuando Ilegué de vuelta ala ciudad. Crefa que mis zapatos habrian de conducir- me hacia algun sitio donde poder reposar hasta la manana siguiente. Me equivocaba. Ascendimos a las calles del sexto plano del reino y seguimos caminando entre el silencio y la noche de Bilembambudin, hasta que la campana lanzé al aire sus doce talanes. 64 La BEBELUNAS Cuando el ultimo talan de aquella campana se apagd por completo, mis zapatos se paralizaron frente a un muro. —jNo hay aqui puerta de casa alguna! —pto- testé, casi a los gritos—. 2A quién le digo SAIMERE)- SAIMEREJ? Desde un tejado vecino, una deslumbrante gata blanca salté entonces sobre el muro. —;Bienvenida! —me dijo, tal como lo ha- bian hecho los restantes hijos del viejo mago. “Un fantasma vaya y pase...”, pensé, recor- dando a Osofronio, “;pero también una gata es hi- ja de Jeremias?”. En fin, después de todo lo que habia visto, no cabia demasiada sorpresa. Sin embargo, quise ase- gurarme de que era a ella a quien debia encontrar. —El mago Jeremias es su padre? —le pre- gunté. —En efecto —me respondis, a la par que lengiieteaba una de sus blanquisimas patitas delan- teras—. Me dicen la Bebelunas... Yo debia de contemplarla asombrada, por- que agrega: —En Bilembambudin, el séptimo hijo de todo mago es una gata blanca. Con poderes extraor- dinarios. —Por ejemplo... ;Cudl es el suyo? —Vamos, trépate al muro y te cuento. Es de mal gusto maullar tan de viva voz a estas horas... Para mf, esa gata Aablaba, no maullaba. Pero decidi no preocuparme por ese detalle y me encara- mé en el muro, junto a ella. Entonees me contd que los tinicos afortuna- dos en Bilembambudin eran los gatos que tenian duefio. De pure caprichoso, el rey les habfa otorgado toda la luz del dfa y no debian compartirla con los ga- tos de los tejados, esos que —por desgraciadas vuelras de los tornillos de la suerte— estaban condenados a va- gar por los techos. Por eso, cuando el aire era una jalea negra y espesa, se les aparecta ella, la Bebelunas, a repar- tir al menos la noche entre el olvidado gaterfo de la vecindad. {Tenia un extraordinario poder que le hubie- ra permitido ser la tinica duefia de la oscuridad, pero ella era nada menos que la hija de Jeremfas! Usaba el mids extrafio de los dones para ayudar a los demas... 66 —Pero... Bebelunas, no alcanzo a compren- det... ;Cémo hace para repartir la noche? —Te gustaria verlo? —jMe encantaria! La gata emitid entonces un largo maullido, Gatos de todos los tamafios y pelajes acu- dieron a su lado al instante, como surgidos de las mismas sombras, —jHola, Bebelunas! —maullaron a coro. —Todos ustedes tienen derecho a un mis- mo pedazo de noche —les dijo ella y ahi noms se quedo inmévil, mirando fijamente el pozo sin fon- do del cielo, mientras los demds gatos elegfan la par- te que deseaban: —Quieto aquella tajada de estrellas, Bebe- lunas... —Yo, un cuadrado sobre los arboles... —Y yo, un trocito de nubes... —jUna rebanada de la oscuridad que se ex- tiende alla lejos, para mi! Los pedidos de sus amigos se ordenaron por turno y todos fueron satisfechos, Entonces comprend{ su raro don... ése de mi- rar el paisaje de la noche y —mirindolo— cortarlo a gus- to en partes exactamente iguales... una para cada uno... 68 Y,.. jqué maravilla era ver la noche cuadricu- lada, dividida en sectores donde —durante varias ho- ras— todos los gatos olvidados encontraran su espacio para vivir felices! ‘También ella parecia muy feliz jy cudnto!— aunque no le quedaran mds que los rayos de la luna para bebérselos de a poquito... De ahf su sobrenombre; la Bebelunas... —Recoge tu clave —me dijo cuando acabé su tarea—., Esta en esa grieta del muro... Justito a tu lado. Pero la leerés mafiana. Ahora vas a descansar. —;Dénde? —pregunté inquieta, ya que atin me encontraba sentada sobre el paredén y no era ése un lugar demasiado c6modo que digamos... —AllA... En el nido de cigtiefias ubicado so- bre aquel tejado. —iMe dejaran ocuparlo? —Estan de vacaciones. Puedes acostarte con toda tranquilidad y dormir hasta mafiana. Las cigtie- fias que allf viven recién retornaran la préxima sema- na; las trae la primavera... Me desplacé sobre ¢l muro y sobre los te- chos y alcaneé el tejado que la Bebelunas me indicé. Alli armado sobre una rueda de carro, el nido de ci- glefias, 69 jEstaba tan cansada, que aquel nido me pa- recié el mas deliciaso de los lechos! Entre suefios, vi la fragil silueta de aquella gata blanca afindndose en la distancia jCon qué placidez dormi! Ya tenia las sie- te claves para descifrar al dia siguiente y encontrar -por fin— la morada secreta de Dofia Naturalia, {Qué dichoso se sentirfa el querido Jeremias de sa- ber que Aldana estaba cumpliendo su misién al pie de la letra! 2 CapiTuLo Iv a ROMPECABEZAS Pacts “A falta de despertador, bueno es un par de zapatos magicos!”, pensé, puesto que los dos empezaron a vibrar como electrizados hasta que me despertaron. Me incorporé en el nido de cigtiefias, aco- modé las pajas que habfa revuelto durante el sue- fio y bajé de aquel tejado. Por suerte, nadie me vio. Era atin muy tem- prano. Las calles estaban desiertas. Mis zapatos parecieron enloquecer stibita- mente, tan presurosos me conducian atravesando puentes ov descendiendo escalerillas, hasta llegar a la mismisima puerta de Bilembambudin. —jOtra vez en el punto de partida! —me dije asombrada, y mds cuando me vi obligada a trasponer la puerta... ;Estaba de nuevo en el cami- no verde! 72 “Fs absurdol”, pensé, “jTodavia no descifré Jas claves y ya quieren Ilevarme de vuelta a casal”. Pero no fue a casa adonde me guiaron sino junto a aquel lugar de la alta muralla donde yo ha- bfa enterrado mi parcito de charol. Los verdes hervfan. Tuve que descalzarme. Me quemaban los pies. De inmediato, el par magico empez6 a en- rojecer. Luego, se puso verde tal como hasta enton- ces y su cuero se estiré, a medida que volvia a apa- recer el dragén, hecho y derecho como al principio. No me quedé otro remedio que desentetrar mis za- patos de charol y calzarmelos. Dicen que los animales no se rien... Yo juro que el dragoncito me sonrid. Y no sélo eso, ‘Tam- bién me guifid un ojo y —cabeceando— me dio a en- tender que lo siguiera. Asi lo hice, intrigada. Volvimos a entrar al reino y recorrimos al- gunos callejones del barrio de pescadores. Fl dragén continué su marcha conmigo detras. Supuse que me llevarfa hacia el rio o las Ja- gunas, porque no daba sefiales de subir ninguna es- caletilla de acceso a los barrios superiores. No fue asi. El sector de pescadores pronto qued6 a lo lejos 73 y el enorme animal se detuvo finalmente frente a una flecha que indicaba: A LOS CAMPOS DE BILEMBAMBUDIN. Me miré mansamente antes de lanzarse a to- da velocidad en la direccién que sefialaba la flecha. Por lo que parecfa, yo debfa hacer lo mismo. Pera ya no calzaba los zapatos mdgicos,.. Enseguida me cansé de correr detrds de él y pronto lo perdi de vista. El dragén habia aprendido a andar en cuatro patas. ;Cémo alcanzarlo? Fue entonces cuando me desplomé, agitadisima, sobre la tierra htimeda de ro- cfo, A mi alrededor, se extendian somnolientos los campos de Bilembambudin. A la distancia se destaca- ba la imponente silueta de la torre del loco, Me di coraje recordande la dulce mirada de Jeremias. E] confiaba en mi. “Debo desciftar el sentido completo de las claves,..”, pensé al ratito. Evidentemente, el dragon ya habfa cumplido la misién que Jeremfas le habla encomendado, La mia, atin estaba a medio realizar. Extraje entonces de mi bolsillo los siete pe- -dacitos de pafio que me habfan entregado los hijos del viejo mago. Lei el que me faltaba: ¥ p1ez SaLT0S A LA DERECHA bE LA, y el recuerdo de la Bebelunas me distrajo unos instantes, encadenado con el de 74 los otros seis extrafos personajes que habia conc- cido el dia anterior, Mas tarde, alineé los retacitos de formas caprichosas respetando el orden en el que me los ha- bian dado, Por supuesto, resulté un texto incom- prensible: DORIA NATURALIA VVE CINCO céenTiMETROS CADA MEDIODIA ROCA QUE CRECE QUE SE HALLA SETE~ CIENTOS PASOS HACIA LA IZQUIERDA EN EL BOSQUE DE LOS VENTILADORES PARA VACAS Y DIEZ SALTOS A LA DEREGHA DE LA, Sin duda, debfa ordenarlos de otro modo. ‘Traté de ubicarlos siempre en hilera y siempre obtu- ve textos incomprensibles, como por ejemplo: én EL BOSQUE BE LDS VENTILADORES PARA VACAS QUE SE HALLA SETECIENTOS PASOS HACIA LA IZQUIERDA ¥ DIEZ SALTOS A LA DERECHA DE LA DORIA NATURALIA VIVE CINCO CEN TIMETROS CADA MEDIDDIA BOCA QUE CRECE... O: ¥ DIEZ SALTOS A LA DERECHA DE LA DORA NATURALIA VIVE DE LOS VENTILADDRES PARA VACAS CINCO CENTIMETEDS CADA MEDIODIA ROCA QUE CRECE EN EL BOSQUE QUE SE HALLA SETECIENTOS PASOS HACIA LA IZQUIERDA... y otros disparates por el estilo. —jNo puedo descifrar el texto! —grité, 75 casi al borde del llanto—. ;Jamds voy a encontrar la morada de Dofia Naturalia! Me soné la nariz y traté de serenarme, —E!] tanto enojo no conduce a nada bue- no... —y pensé en Didel-Dadel-Dum—. No tengo que emperrarme conmigo misma... La solucién se me ocurrié, por casualidad, al contemplar el cielo: las nubes, recortadas tan ca- ptichosamente como los pafios, parecfan las piezas de un complicado rompecabezas. —Un rompecabezas! —exclamé entusias- mada—. ;Cémo no me di cuenta antes? ;Estos reta- citos deben de formar parte de un rompecabezas! Y ahi mismo traté de unir los siete pedazos, buscando que el deshilachado borde de uno encaja- ra perfectamente con el de otro... y asi segui y seguf hasta que logré armar el pafio entero del que habfan sido intencionalmente rasgados al azar. Pude leer en- tonces la clave completa; decfa asi: Doria NATUPALIA VIVE EN EL BOSQUE QUE SE HALLA SETECIENTOS PASOS HACIA LA IZQUIERDA DE LOS VENTILADDRES PARA VACAS ¥ DIEZ SALTOS A LA DERECHA DE LA ROCA QUE CRECE CINCO CENTIMETROS CADA MEDIODIA, jLa habia descifrado! jYa podia partir al encuentro de Dofia Naturalia! 76 Sin embargo, las dudas me carcomian... Aunque estaba claro que ella vivia en un bos- que... 3dénde hallarlo? ¢Cémo serian los ventila- dores para vacas? En mi pafs contabamos con ventiladores de mano, de mesa, de pie, acondicionadores... pero... jventiladores para vacas? Jamés habfa visto ninguno. Algo inquieta y a la deriva, me eché a andar por los campos. Estaban tan secos, que durante un rato me entretuve oyéndolos crujir bajo mis pisadas. iJa! Qué pronto descubri el sentido de aque- lla frase! Me basté toparme con un hato de vacas que languidecfan al sol y mirar en torno de ellas: cuatro © cinco molinos instalados con bastante proximi- dad uno de otro hacfan girar sus aspas, refrescando ala mafiana... jy a las vacas! jClarisimo! jfisos eran los ventiladores para ellas! —Ahora sélo tengo que caminar setecien- tos pasos a la izquierda de los molinos y jasi llegaré al bosque! La alegria me animé. Pronto estuve cerca de los originales venti- ladores y reanudé mi caminata: 1, 2, 13, 25, 79, 94... 113... 189... 217... 275... 402... 467... 520... 599... 612... 699... y {700! 77 jAh...! Con el cansado paso ntimero sete- cientos arribé a destino. Algunos metros antes de una apretada ar- boleda, un cartel anunciaba: BOSQUE DE BILEM- BAMBUDIN. Entré en él, decidida, a pesar de que la os- curidad lo envolvia totalmente, Parecia como si la mafiana se hubiera quedado junto al cartel indica- dot, temerosa de penetrar conmigo. Pero yo conser- vaba el buen dnimo, alentada por la rapidez con que habia localizado el bosque... Y en el bosque me lancé a la biisqueda de la roca que mencionaba la clave. {Uf Esa sf que fue una tarea dificil. Arboles, malezas y matorrales Ilenaban cada tramo... ;Ni noticias de una pelada roca! jEncima tenia que esforzarme para distinguir un tronco de otro y no llevarme ninguno por de- lante! jBuena la harfa si me accidentaba, sola co- mo andaba entre tanta negrura! — Miedo? ;Quién dijo miedo? —me repe- tia por lo bajo, apretando los pufios. Pero lo cierto es que lo tenia, y jcuanto! Menos mal que una cercana luminosidad me ayudé a aguantarlo. Apuré el paso y pronto es- tuve en un despejado claro del bosque, un amplio 78 espacio de arena rastrillada sobre la que se esparefan rocas de todas formas y dimensiones. Pestafieé: jun jardin de rocas! ;Y cuantas! 2Cual serfa la que erecia cinco centimetros cada me- diodia? Empecé a recorrer el jardin observando atentamente cada una. Pronto serian las doce. ‘Trepado casi en el centro del cielo, el sol asf lo indicaba. —jAy! ;Debo medirlas! ;De qué otro modo puedo notar si alguna crece? jMedirlas! |Con qué, Dios mio! ;No tenia ni siquiera un hilo! Ah... pero si imaginacidn... y los sedosos mofios que sujetaban mis trenzas... Entonces me destrencé y uni las dos cintas: el improvisado metro me sirvié para tomar las me- didas de todas las rocas. Elegi una blanca para anotar sobre ella el re- sultado de mis averiguaciones. Menos mal que siempre llevaba un lapicito en los bolsillos... iY cémo se hubiera alegrado mi maestra de poder verme empefiada en esa actividad! Habi- tualmente me retaba: 79 —Aldana, debes poner atencién en la clase de mateméticas.,. Aldana, vas a ser una incapaz si no aprendes al dedillo las tablas de multiplicar... éQué dirfa si supiera que estaba calculando a ojo la medida de un montén de rocas, asistida simplemente por un par de cintas anudadas? —Hista debe alcanzar los 40 centimetros... Aquella enana no pasa de los 15... La rugosa mide mas o menos 80... Mi control termindé justito al mediodia. Aproximadamente un cuarto de hora después, descubri la roca viva, un impresionante mazacote cubierto de musgo, que de dos metros habia cre- cido hasta dos metros y cinco centimetros. Estaba colocada sobre uno de los extremos del jardin de arena. Solitaria, Como apartada de las demas por decisién propia. Por eso no me resulté complicado tomarla como referencia para iniciar mis saltos hacia la dere- cha. No corria el peligro de chocarme con ninguna otra, Entonces salté, salté, salté, salté, salté, saleé, salté, salté, saleé y salté a través de un senderito que se abria vertical al jardin y que —debido a que en Bilem- bambudin sucedian cosas raras— no habla visto antes. 80 Al fondo del sendero me topé de golpe con una cabafia apoyada sobre cuatro enormes patas de gallina: jla casa de Dofta Naturalial Me acerqué sigilosamente, erizada primero por algo de miedo... y después por mucho de sor- presa: apenas intenté llamar a la puerta, las patas cambiaron de posicién, dando vuelta a la cabafia circularmente y dejandome —sin saber qué hacer— frente a la pared posterior, ;Esas patas no eran decorativas! ;Podian moverse como mis propios pies! Me quedé pe- trificada. Fue un zumbido o la mondtona repeticién de un chasquido (el mismo sonido que habfa ofdo dias antes durante la dragoneata con Jerem{as) lo que logré despabilarme como en aquella ocasién. Y también, como entonces, una manchita amarrona- da se aparecié flotando paralela a mi cabeza, hasta que se paré sobre mi hombro. El comprobar que no estaba sola frente a aquella misteriosa cabafta oculta en el bosque me llené de alegria. —jRatoncito Tiquis-Miquis! —grité con- tenta. —El mismo que viste y calza —asegurd 82 el diminuto animal, haciéndome una reverencia y al parecer muy orgulloso con sus igualmente diminutas capita y botas que por cierto acababa de estrenar. Se senté sobre mi hombro, cruzé las patas con elegancia y no dejé de balancear la cola mien- tras me decfa: —Aldana, Dofia Naturalia me arrojé a ta encuentro para que te explique cémo entrar en su cabafia. Te lo cuento al oido —y el ratoncito se tre- po hasta mi oreja, tomandose de mi suelta cabellera y me susurré6—: Esta cabafia es muy particular; sé- lo recibe de buena gana a quien sea capaz de rimar unos versitos que la dejen satisfecha. Por lo tanto, tienes que inventar alguno que le guste para que ac- ceda a darse vuelta y te permita golpear a su puerta. 3Comprendido? jFacilfsimo! —exclamé, ya que asi como me aburria aprender matematicas, era una luz para hilvanar tonterfas rimadas..—. En seguida voy a componer una que... Debo de haberme quedado pensativa, por- que el ratoncito me sobresalté al deslizarse nueva- mente sobre mi hombro, — Qué te pasa? —chilld enconces. 83 —Nada... Estoy tratando de inventar los dichosos versitos... A ver... A ver... Ya esta! Y recité los tres que se me acababan de ocurrir: —Cabatia, jdespierta! No seas dormilona y jdbreme la puerta! A todo lo que daban, las patas de gallina caminaron nuevamente en circulo hasta volver a dejarme enfrentada a la pared posterior —jQué tonta, Aldana! —protesté Tiquis- Miquis—. jLa cabafia no est4 durmiendo! Inventa otra rima. Ensayé entonces estos otros versitos: —jOye, cabafia! Vuelve a mi la puerta. {Déjate de mafias! ;Para que! Las patas de gallina zapatearon furiosamente en su sitio, un momento antes de correr en circulo y colocar otra vez en la misma po- sicidn a la sacudida cabajia. 84 —jLa ofendiste, zonza! —chillé el ratonci- to—. Te vas a quedar toda la vida enfrentada a la pa- red posterior, {Uf Yo me voy. —Fspera! jAcaba de ocurrirseme una rima sensacional! —y entonces recité: —Cabana, cabafiita, date la vuelta y muestra tu puertita, Mi empefo y la ternura con que recité esos yersos dieron su fruto, Con pasos que parecian copiados del mejor ballet, las patas de gallina volvieron a desplazarse has- ta que —por fin— me hallé frente a la puerta de la ca- sa de Dofia Naturalia. — Qué sencillo! —me entusiasmé—, Aho- ra, a golpear y... —jAh, ah, no tan sencillo...!’ —me inte- rrumpid Tiquis-Miquis—, porque sucede que la puerta también pone sus condiciones: tendras que decirle cémo se llama para que se abra y te deje pasar... —:Y cémo se vaa llamar? ;De qué otro mo- do que “Puerta”? —Enxacto. “Puerta” es su primer nombre, pero te falta mencionar todas sus partes, es decir, lo que ella considera sus otros nombres. Y con mucho respeto, jeh? Es de fin{sima madera... —Aja. Pues entonces... —y me aproximé lo mds posible a ella para susurrarle— td te llamas, sefiorita Puerta... Con Aldabén... Mas Picaporte... Cerradura... y {Goznes! Una voz como frotada en rallador me dijo de inmediato: —jTu sabes quién soy! ;Pasa! —y la puerta se abrié lentamente. Asf fue como —despues de tantas dificulta- des~ pude conocer a Dofia Naturalia. —"... es aella a quien irds a ver para que te explique todo lo que es imposible que yo haga... Tu viaje a Bilembambudin tiene muchisimo que ver con el ocol ed al error...” —las palabras del viejo ma- go me martillearon el corazén en el preciso momen- to en que entraba a la cabafia. jEl loco de la torre! FY atin se me siguen poniendo los pelos de punta cuando recuerdo todo lo que sucedié a partir de ese momento! " CapriTULO ¥ 4, EL GRAN SECRETO lesecris Dofia Naturalia era trans- parente. Tuve que pasar a través de ella cuando se planté frente a la puerta para darme la bienyeni- da, Sin embargo, podfa yerla y tocarla, Eitaba alli. Con su cara de muchacha y abuelfsima, con su pe- lo de enredaderas y la impresionante suavidad de sus manos. Me acaricis las mejillas y me dijo: —Ven, Aldana, sentémonos. ;Estds asus- tada? —Disculpe mi franqueza, Dofia Natura- lia... Sent panico al entrar... Esas horribles patas de gallina... ;Esta cabafta me parecia la de una bruja! —Te parecfa bien: esta cabafia pertenecis a Fionesa, la ultima bruja de Bilembambudin, Como quedé abandonada, la ocupé yo. —Y... :dénde vive ella..., ahora? 88. —No temas. Ya no vive. Un dia desenros- cé su kilométrica lengua venenosa para picar a no sé quién... pero estaba resfriada y... —(Nadie se muere a causa de un estriol —jPero si debido a los estornudos que suclen acarrear los resfrios! —/Tampoco! No conoci a ninguno que se haya muerto por estornudar. —Porque nunca conociste a una bruja, Al- dana, Ellas sélo corren un grave peligro durante su vida... y es el estornudo, Suele resultarles fatal, —Y aquella Fionesa... —Sj. Estornudé justo cuando recogia su lengua. Con tan mala fortuna para ella que se la mordid, jlmaginate! —Se tragé su propio veneno. —Tal cual. Y soné al instante. —“Murid”, “dejé de existic”, “fallecié”, “fenecié”, querra usted decir... Fue Tiquis-Miquis y no yo quien intervino para corregir a Dofia Naturalia. Hasta ese momen- to continuaba sentadito en mi hombro, escuchando nuestra conversacién sin siquiera mover la cola. —No, caballerito. He dicho “sond” por- que asi fue. Las brujas no “mueren”; “suenan”. Y ao el repugnante sonido que emitié Fionesa se oyé hasta en las montafias de Bilembambudin. Como una sirena de los infiernos... —Para casos como ése es mas impactante decir “de los quintes infiernos” —el ratancito vol- vid a entrometerse, —jTe das cuenta, Aldana? Tiquis-Miquis es tan bueno como insoportable: se lo pasa corti- giendo lo que dicen los demas. Ah, qué seria de él si yo no lo hubiera empleado... — De bumerang —ahi intervine yo. —Bumerang radio-transmisor viviente.., Eso es exactamente lo que debes decir —esta vez el ratoncito me corrigié a m{—, Dofia Naturalia me encarga transmitir un mensaje, me arroja ha- cia donde sea, yo aterrizo justito alli donde ella me envia y lo transmito, El que lo recibe lo contesta, susurrandomelo al oido, agrega: “Entendido. ;Cambiol” y yuelve a lanzarme al espacio. En unos segundos, aterrizo aqui otra vez. —Perdéname, Tiquis-Miquis, pero si mal no recuerdo, ti no sabes “aterrizar” sino “amani- zar’ ... —Divertida, yo pensé que lo habfa pescado en un error, ya que él mismo le habia aclarado al viejo mago que sélo “amanizaba’... 90 —Eso era antes, Aldana. ;No lo advertis- te, tonta? Ya aprendf a posarme donde se me an- toje sin darme ningtin porrazo, Sé aterrizar,.. ama- nizar... alagunizar... amatizar,.. arenizar... apa... —jBasta, caballerito, sanseacabo! —Dofia Naturalia puso fin a las ganas de hacer gala de su vocabulario que tenfa el presumido ratoncito—. Aldana vino aqui pata entrevistarse conmigo. —Es cierto. ;Por qué no me cuenta todo lo que Jeremias no pudo revelarme? —Tengo mucho que hacer, Aldana. Te habrdés dado cuenta de que yo soy la naturaleza personificada, aunque Jeremfas me decfa carifiosa- mente “Dofia Naturalia”... —;Entonces...? —Entonces leer4s todos mis recortes del diario de Bilembambudin... mientras yo salgo a controlar cémo trabajan mis sobrinas Florita y Fauna... Dofia Naturalia puso un cofre sobre mi fal- da, a Tiquis-Miquis sobre su cabeza y abandoné la cabafia, Cerraba la puerta cuando me indicé: ——En esta canasta encontrards algo para comer. Hasta luego, Aldana. —Dijo “hasta luego”... Significa que ol regresar4 pronto... (Me alivié; no me atraia dema- siado la idea de quedarme sola en aquel lugar...). Abri el cofre y extraje un gran libro de ta- pas ajadas. En la primera pagina decia: RECORTES DE “LA BOCINA’, DIARIO DE BILEMBAMBUDIN Entonces me encontré con toda una serie de papeles impresos y prolijamente pegados. Primero, lef unos recortes ya color ocre: JOBILO EN BILEMBAMBUDIN Nuestros bienamados reyes, Tasilo 98° y Césima de Solabante, han teni- do hoy su primer hijo en la torre real. El principito llevara el nombre de su padre, como es tradicién en nuestro reino. {VIVA EL PEQUENO TASILO! 92 INQUIETANTE PROFECIA DEL MAGO JEREMIAS EN EL DIA DEL BAUTISMO DEL PRINCIPE TASILO El hijo de nuestros amados reyes tendré una vida excepcional: su reinado sera bri- llante —como ya no se guarda memoria de reinado alguno— 0 ca- tastréfico para Bilem- bambudin. Hay un signo que asf lo sefia- la y es la repeticién del ntimero 9 en su destino, Veamos: -Nacié el dia 9 del noveno mes a las 9 de la noche de la novena luna Ilena del afio. -Es el tinico hijo que la reina Cosima dio a luz después de 9 afios de matrimonio, -A la muerte de su padre, el principito serd proclamado co- mo el rey Tasilo 99°. -En el mismo dia de su nacimiento, Ortilia -la giganta custodia de la torte real- puso 9 huevos, cosa que no ocurria desde hace 999 afios. -Su esposo —el gi- gante Cocoliso— se desmayé 9 veces con- secutivas al conocer la grata noticia, ya que dentro de 90 afios se- ran 9 los pichones del gigante que naceran para continuar la cus- todia de la torre. alo d em ah e Ol alia \ a Nuestros bisnamados reyes, Tasilo 98° y Gé- sima de Solabante, celebraran hoy con su pue- blo el dia de Afio Nuevo. Todos los bilembambudineses estan invita- dos a asistir a los festejos que se iniciaran en la torre real apenas canten los gallos. jQue Dios bendiga a nuestros soberanos! NUESTRO PRINCIPITO ACCIDENTADO Hoy, fecha en la que cumple 9 meses de vida, el pequefio Tasilo se cayé 9 veces —de cabeza~ des- de su cuna, Afortunadamente, sélo se hizo 9 chi- chones que no revisten gravedad, LA GLOTONERIA DEL PRINCIPITO En el dia de ayer, durante la fiesta de su cumpleafios numero 9, el pequefio Tasilo ingirié 9 kilos de torta. iAlbricias! [Ya no se teme por la salud de nuestro principito! Esta madrugada, el médico real dio el al- ta al pequefio Tasilo, luego de la peligrosa indigestidn que lo tuvo al borde de la muer- te durante las ultimas 9 semanas. LOS REYES CONDECORAN AL MAGO JEREMIAS En una ceremonia que se llevard a cabo mafiana, en la torre real, nuestros amados soberanos, Tasilo 98° y Césima de Solabante, impondrin al mago Jetemfas la Gran Con- decoracién de Honor debido a los importan- tes servicios prestados durante toda su vida en favor de la felicidad de los bilembambudi- neses, Esta fecha coinci- de con el dia del aniver- sario de Jeremias, que cumple 100 afies. Se invita al pueblo a asistir al emotivo homenaje que se tributard al ulti- mo mago de Bilem- bambudin. + nn 95 PREOCUPACION DE NUESTROS SOBERANOS Apenas difundida la noticia, todo el reino se hizo eco del pesar de nuestras bienamados soberanos por la extrafia decision del princi- pe. Seguin se informé, el jovencito Tasilo ha manifestado su deseo de no salir nunca mas de la torre real. Después, lef los siguientes recortes, bien amarillentos: EL PRINCIPE ENCLAUSTRADO Transcurridos ya diez afios desde el dia en que el principe Tasilo decidié no abandonar la torre real, sus padres _ -nuestros amados soberanos- comu- nicaron al pueblo que lamentablemen- te no han encontrado la manera de ha- cerlo cambiar de opinidn. El principe contintia firme en su de- _ cisién de vivir enclaustrado. 96 BILEMBAMBUDIN ESTA DE DUELO Profunda tristeza y desgarrantes escenas de do- lor popular ha causado la infausta noticia del fa- llecimiento de nuestros venerables soberanos Tasilo 98° y Césima de Solabante, tragicamente desaparecidos en la vispera a consecuencia del hundimiento del yate real. OTRO PLENILUNIO Bilembambudin tuvo asi una nueva Opor- tunidad de contem- Como es su GOS tumbre en cada pe- riodo de luna llena, el principe Tasilo se pased anoche por las cornisas de la torre real, Aglome- rado en las cerca- plar la singularmente pequefa silueta del hijo de nuestros amados soberanos, prolongada en une nias, e| pueblo de altisima corona. PROCLAMACION DE NUESTRO REY, TASILO 99° En una ceremonia totalmente privada, que se realizé en la torre real y cuyas alternativas se transmitieron por los altoparlantes del reino, los bilembambudineses nos hemos enterada de que nuestro principe se proclamo rey: lo hizo él mis- mo en la soledad de la torre, a la que no permitia acceso alguno. EVELACION DEL MAGO JEREMIAS También é! sor- rendido por la reite- acidn del niimero 9 n la vida del rey, el lejo mago revel n0y las causas de la pequefia estatura del joven soberano. Ta- ilo mide 99 centi- metros porque se mpecind en no cre- cer mas. Para lograr su desconcertante sadisima corona de oro de 99 centime- tros de altura, que estreno -contra la cuando alin era muy nino. 97 TASILO 99° COMPOSITOR DE MUSICA A partir de la fe- cha, los habitantes del barrio ubicado en el] segundo nivel de Bilembambudin tendran el privilegio de deleitarse, duran- te las veinticuatro horas del dia, con la musica compuesta Por nuestro rey. En efecto, ya se difunde a través de los altoparlan- tes antiguamente instalados en ca- da cuadra, a los que Tasilo ordené sumar una gran cantidad de nue- Vos aparatos. 98 LAS MELODIAS DE TASILO 99° Un periodista de este diario —especializado en musica— opina que nuestro rey ha compuesto sin- pulares melodias. Asegura que nos encontramos an- te un genio sin comparacién en la historia; un com- positor de ruidos y sonidos raros jamas escuchados antes en obra musical alguna. Por ultimo, lef unos recortes de color blan- co-tiza, sin duda pegados unas semanas antes: ss ee

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