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Emergencia de una sociedad original en El último confín de la Tierra.


Sentidos coloniales IV

∗∗
Joaquín Bascopé Julio

Resumen
El trabajo presenta antecedentes sobre la relación, a fines del siglo XIX, entre
Lucas Bridges, nativo de la Tierra del Fuego, y los grupos de cazadores también
nativos de la isla. Se demuestra que, en esas fechas, la colonización ganadera
había reducido el territorio de estos grupos, obligando a su repliegue en el sur de
la isla. Esto favoreció el contacto entre Bridges y los cazadores, y dio origen a
una relación empática, beneficiosa para los objetivos empresariales de Bridges.
Se explica, por último, la manera en que esta empatía pudo tener lugar y se
propone una interpretación de la historia fueguina, a la luz de las memorias de
Bridges.

Abstract
The article studies the relationship between Lucas Bridges, native of Tierra del
Fuego, and the hunter tribes of the island, in the late 19th century. At that time,
the colonisation of the territory by the sheep-farming had limited hunters’
movements, confining them to the South of the island. This context was
favourable to Bridges (already established in the South), in order to make
contact with the hunters. His relationship with them was an empathic one, and
his enterprise –a road construction, first, then a ranch–, was the most benefited
with it. We finally ask about the sociological conditions for this empathy and we
essay a different interpretation of the history of Tierra del Fuego, following
Lucas Bridges’ memoirs.

In the preceding chapter we saw examples of three methods of


approach to the Indian problem in the Tierra del Fuego of the
1890s: the first, extermination; the second, heart-breaking
captivity; the third, friendly cooperation based on patiently
fostered goodwill, with sympathetic acceptance of the Indians’
right to live their lives after own fashion in the country that was
their birthright.
Lucas Bridges


Este trabajo forma parte de una tetralogía (cf. Bascopé Julio, 2010b y 2011). Algunos de los sentidos
que ofrece fueron abiertos en diálogo con Matías Wolff, a quien va dedicado.
∗∗
Antropólogo. Doctorante en Sociología, École des Hautes Études en Sciences Sociales. Miembro del
Laboratorio de Desclasificación Comparada.
Presentación
Lucas Bridges nació en Ushuaia en 1874 y vivió en Tierra del Fuego hasta la Primera
Guerra. Era hijo de un misionero anglicano que se independizó de la institución y creó
su propio proyecto civil. En las mismas fechas en que comenzaba la ocupación
ganadera de la isla, Lucas Bridges tomó contacto con los grupos nativos que resultaron
desplazados y organizó con ellos una estancia. Su única obra publicada, Uttermost Part
of the Earth (1948), es el registro de esta implicación, de la gestión de la violencia entre
esos grupos agudizada por la colonización y de su regulación en el trabajo estanciero.
Es, por otra parte, una descripción de las destrezas y de los sentidos que fueron útiles a
la empresa de Bridges y lo comunicaron con sus empleados. Es también la historia de la
emergencia de una sociedad a la vez nativa y original, distinta de la sociedad colonial
resultante de los acuerdos entre los gobiernos argentino y chileno, los capitales
ganaderos y de la actividad de los misioneros salesianos. Si entre ellos se tramó la
cacería, deportación, asilo y finalmente muerte de los fueguinos, la sociedad de Bridges
constituyó una garantía de vida. Lo que sigue es una lectura de Uttermost Part of the
Earth (en adelante, UPE) para situar la colonización de la Tierra del Fuego.

I. La Sociedad antes del Estado


Thomas Bridges vivió con su familia durante casi veinte años en Ushuaia, dirigiendo la
misión anglicana instalada allí en 1869. Más que un trabajo de evangelización, como el
que conducirían luego los misioneros salesianos1, Bridges pretendía “crear pueblos
civilizados […] tanto como contar la historia de Cristo”. Se trataba de la “mejora
material” de la vida nativa, a través del aprendizaje del trabajo hortícola y ganadero,
que transmitían “lo que él llamaba ‘hábitos de industria’ ” (Spears, 1895: 92). Esta
labor no se concentró en Ushuaia, sino que se dispersó “en numerosos chorrillos y
ensenadas a lo largo de la costa” (UPE, 135) donde crecieron huertos y corrales.
Su “misión” fue principalmente técnica. En 1880, informando a la South American
Missionary Society (SAMS) sobre las razas nativas de la isla, escribió que “los
fueguinos, como la gente en cualquier parte, tienden a despreciar a la gente de otros
lugares que comen cosas que consideran inadecuadas”. Imitando esta crítica, Bridges
consideraba que “aunque el fueguino le guste la grasa de ballena, […] tiene tierra
propicia para el cultivo de papas, nabos, y otros vegetales” y asumía como un
“privilegio el venir como hermanos de especie y mostrarle como puede mejorar su
estado y multiplicar su provisión de alimento.”2 Antes que jerarquías morales, Bridges
distinguía en las razas –la suya incluída– formas prácticas, maneras de hacer

1
El Vaticano creó en 1883 la Prefectura Apostólica de la Patagonia Meridional y Tierra del Fuego.
Asignada a los misioneros salesianos, éstos inauguraron la misión de San Rafael, en la isla Dawson
(1889), y más tarde (1893) la de La Candelaria en Tierra del Fuego.
2
“De nuevo, nadie puede dudar que la carne de buey es mejor para el uso humano que la ruda carne y
grasa de las ballenas, que se encuentra generalmente en mal estado”, “The Native Races of Fireland
(Tierra del Fuego)”, publicado en la South American Missionary Magazine (SAMM), septiembre, 1880.
La perspectiva material de Bridges era en parte también la de los otros misioneros anglicanos, como John
Lawrence o Eduard Aspinall (quien, a mediados de 1887, pensaba en “enseñar a uno de los nativos a
cocer pan. Sería económico y mucho más sano […] que la dura galleta que consiguen.”, SAMM,
octubre, 1887).
comparables, criticables y transformables 3 . Al mismo tiempo, y orientado por su
sensibilidad con animales, plantas, ríos, montañas tanto como con humanos4, reconoció
las destrezas locales y las conectó con su misión5. En fin, la propia destreza de Bridges
quedó compilada en las más de treinta mil expresiones de su diccionario “Yamana-
English”6.
A diferencia de la mano de obra gratuita con la que se beneficiaron largo tiempo las
misiones salesianas, Bridges retribuía el trabajo –con ropa, alimentos y luego con
dinero–, y en lugar de la comunidad católica, promovía el emprendimiento familiar. El
doctor de la misión científica francesa en el cabo de Hornos, asistida por Bridges en sus
estudios (UPE, 113-116), valoraba la salud de “la petite colonie anglo-fuégienne” que
contaba entre “150 a 300 habitantes indígenas” y donde “hasta 1881 la mortalidad era
débil” (Hyades, 1884: 582). Otro visitante, en cambio, deploró el hecho de que “una
tribu de indios que vivía […] contenta y confortablemente […] tuviera que ser
convertida en una comunidad de granjeros” (Spears, 1895:91). Spears no sabía
entonces que los estancieros que colonizarían la isla en pocos años serían precisamente
eso, granjeros, y que la labor modernizadora anglicana introducía destrezas –como lo
haría hoy una ONG– para enfrentar este evento7.
Así, no sólo hubo agricultores sino también leñadores, marineros y empleados del
almacén misionero que abastecía a los viajeros ocasionales. Hubo incluso una Liga8.
Los misioneros celebraban a menudo la inteligencia nativa –no así su vocación religiosa
o su disposición a trabajar. Bridges en particular, consideraba, al contrario del discurso
cultural, que “las ideas de esta tribu respecto al bien y el mal” eran “semejantes a las
que prevalecen por todas partes” y, como para los británicos de entonces, “lo que es
justo, recto y bueno es casi siempre recomendado a causa de su utilidad” 9 . Esta
3
Se advierte en este punto el equívoco, recurrente hoy, de ubicar el exterminio físico y el cultural como
dramas equiparables de la colonización. La transformación de las maneras de hacer no responde a otro
juicio que el práctico.
4
Sensibilidad desarrollada durante años de viaje por la región y expresada en Bridges, Thomas, 1893.
“La Tierra del Fuego y sus habitantes”. Boletín del Instituto Geográfico Argentino, vol. XIV, pp. 221-
241.
5
La principal de ellas, la fabricación de canoas, fue incluso potenciada, sustituyendo la base de corteza
por troncos, menos marineros pero más duraderos, que “liberaban a sus dueños de la pesada tarea de
renovarlas constantemente” (UPE, 135). El posterior empleo de nativos en los barcos, así como en la
Patagonia a cargo de las tropillas en las estancias (ver Childs, Herbert, 1997), refleja la continuidad de
esta destreza.
6
El manuscrito original del diccionario se depositó en 1946 en la British Library, tras años de
“vagabundeo” (UPE, 529-537). Allí se encuentran también los Hechos de los Apóstoles y los evangelios
de Lucas y Juan “traducidos al yaghan” (Cooper, John M., 1917: 73). La habilidad de Bridges para
comunicarse “en su lengua materna” habría sido, de hecho, “la poderosa palanca” que articuló el trabajo
con los nativos. Bridges, Thomas. 1886. “El confín sur de la República”, Boletín del Instituto Geográfico
Argentino, v. VII, citado en Canclini, Arnoldo, 2001: 157.
7
Spears (1895: 100) se alarmaba porque “instead of using their steamer to carry the gospel to these tribes,
they used it to carry their cattle”.
8
“I have now Mr. Lawrence an his two sons, two of Mr Bridge’s sons, Mr. Ince, Mr Robins, one of Mr.
Bridge’s carpenters and the steward of the ‘Shepherdess’ [el barco de la misión], and seven natives
belonging to my old ‘Narcotic and Alcoholic League, and many more waiting to sing”, carta de Eduard
Aspinall, SAMM, octubre, 1887. No por casualidad la asociatividad cívica contra el alcohol, vector de
salvajismo empleado por muchos exploradores –Lista y Moreno, entre ellos–, fue retomada por el
movimiento obrero patagónico.
9
“Pero en ninguna parte conduce el sistema utilitario a la virtud, y así vemos, tanto entre los cristianos
como entre los paganos, que el mal se comete por aquellos que en principio lo condenan, y la virtud, por
todos recomendada, se practica por pocos. En todas partes el hombre está más adelantado en sus teorías
que en sus prácticas.”, Bridges, 1893: 238 (el destacado es nuestro).
simetría moral trabajó las relaciones misioneras, cuyos progresos técnicos habrían
producido “entre los yaganes un fino sentido [keen sense] de la ley y de los derechos de
propiedad” y, “debido a la fuerza de la opinión pública y a una creciente conciencia
cívica”, habrían reducido también la violencia (UPE, 135)10.
Este panorama civil comenzó a alterarse en 1884. En septiembre de ese año,
desembarcan en Ushuaia una centena de funcionarios argentinos enviados para
inaugurar la prefectura de Tierra del Fuego. Bridges cree que “los nativos son ahora
muy capaces de entender la naturaleza y necesidad de gobierno, y saludan con
satisfacción las nuevas instituciones”. Exigió a las autoridades el respeto de las
condiciones de trabajo, proponiendo salarios y descansos, además de la garantía de las
tierras ya trabajadas11. No obstante, en esa misma carta, enviada desde Punta Arenas,
Bridges temía “encontrar muchos enfermos” a su retorno a Ushuaia. En efecto, durante
la estadía de los buques argentinos “una tifoidea neumónica estalló con violencia entre
los nativos”12. La llegada del Estado trajo una crisis epidémica tan grave que concluyó
con la mitad de la población y “dejó a los sobrevivientes tan reducidos en su vitalidad,
que un cincuenta por ciento sucumbió durante los siguientes dos años”13 (UPE, 126).
La vida salvaje creció entre “caseríos abandonados, huertas invadidas por la maleza,
ganado carneado por hambre 14 o vendido por alcohol o escopetas de tercera
categoría”, y “lo peor de todo”, dejando “una tribu temerosa, debilitada y asolada por
la muerte” (UPE, 136).
A pesar de esto, en 1887, Robert Yenowa, “quizás el mejor educado de los nativos
sobrevivientes”15, y quien había sido piloto de la embarcación oficial argentina, “fue
designado alcalde por un año”. Bridges agregaba: “y cada año los nativos deben elegir
su alcalde”16. En otra versión, Yenowa en realidad habría sido “designado por el
gobernador como nuestro policía” y tenía “el poder de castigar a los nativos por
ofensas menores y órdenes de reportar delitos más graves a las autoridades”17. Como
fuese, su responsabilidad en la reducción de la violencia pasaba por la virtud estoica de

10
Los crímenes por venganza son tema recurrente en la comunicación de Bridges con la SAMS, ver
Canclini, 2001.
11
“Pido especialmente que el trabajo instituido concluya en la Prefectura los domingos, y que el Sabbath
pueda ser un día de descanso. […] Con respecto a la remuneración del trabajo nativo, ¿puedo sugerirle
que la tarifa diaria sea entre uno y seis peniques por día trabajado? […] Solicito además para los
nativos que las tierras tales como las que utilizan para labranza y pastoreo les sean aseguradas
permanentemente, ilegalizando la transferencia de las mismas”. “Notes of Suggestions for Ingrafting into
the Regulations for the Sub-prefecture now established at Ooshooia, adressed to Colonel Lasserre by
Thomas Bridges”, SAMM, febrero, 1885.
12
Carta de Thomas Bridges a la SAMS, 8-11-1884, SAMM, febrero, 1885.
13
“…la tribu fue asolada por epidemias de sarampión, viruela e influenza, quedando los 3.000 yaganes
de entonces reducidos a unos 300, que es el número que cuenta hoy la tribu.”, Bridges, 1893: 233-234.
14
La propagación de la vida salvaje es recurrente en la historia de las crisis. Situaciones similares a la de
Ushuaia entonces se vivieron, por ejemplo, durante la crisis argentina de 2001.
15
Carta de Eduard Aspinall en la SAMM, octubre, 1887.
16
“…quien recibe raciones para sí mismo y su familia, e iza la bandera nacional. Eso está bien.”,
Thomas Bridges a la SAMM, agosto, 1887. El propio Bridges había recibido al primer gobernador con la
bandera argentina flameando; ante la inevitable llegada del Estado, asociarse era la alternativa de
continuidad para la misión y así se inculcó también entre los nativos. Sin embargo, si el Estado reconoció
como población civil a los misioneros, no ocurrió lo mismo con los nativos.
17
Aspinall, op. cit.
dominarse primero a sí mismo18. Aspinall, uno de los sucesores de Bridges en la misión,
charló una tarde con Yenowa:
Estuve con Robert tomando té y hablando de los nativos y de la necesidad de
mostrarles un buen ejemplo y advirtiéndole sobre fumar y beber […] e intenté
despertar en él, no solo un espíritu cristiano sino también un sentimiento
patriótico hacia su gente. […] Esta noche me pidió que le escribiera una carta
para su hijo, pues no escribe en inglés –sólo en yahgan19.
Yenowa murió el 14 de abril de 189020. El desastre demográfico de las epidemias unido
a la voluntad soberana argentina, que no pretendía asociarse sino imponerse, relegaron
como “indios” a la población civil sobreviviente. Previendo esto, ya antes de la crisis
Thomas había planteado a la SAMS solicitar al gobierno una concesión de tierras
“donde encontrara empleo todo el que quisiera trabajar”. Pero la opinión del comité en
Londres era que la misión “debía limitar sus actividades al trabajo evangélico” (UPE,
136). Esta reticencia, en el marco devastador de la epidemia, fue la coyuntura propicia
para que Bridges decidiera fundar su propio proyecto civil. Renunció a su cargo de
superintendente de la misión, obtuvo una concesión de tierras a unos setenta kilómetros
al este de Ushuaia –sobre el mismo canal Beagle– que denominó Harberton y a donde
se trasladó con su familia en abril de 188721 (ver Imagen 2). Lo acompañaron “algunas
familias yaganes”22 que, perdidas las garantías de vida, se mostraron “contentas de
instalarse en un nuevo lugar, donde gozar de protección” (UPE, 147).

18
En una ocasión en que Yenowa, habiendo sufrido una agresión, la consideró casual y no respondió a
ella, Aspinall se mostró “agradado por este incidente, por leve que parezca, porque los nativos no están
acostumbrados a dominarse a sí mismos [to self-restraint], y Robert lo está quizás menos que otros,
debido a su poder de castigar siendo nuestro ‘Alcalde’”, SAMM, febrero, 1888. Más abajo volveremos
sobre el estoicismo como un rasgo que sí fue costumbre nativa y que, de hecho, comunicó a Lucas
Bridges con sus empleados.
19
Carta de Eduard Aspinall en la SAMM, octubre, 1887. En su carta precedente (agosto, 1887) Bridges
informaba: “I strongly advised the natives to write out portions of Scripture, and thus increase their
knowledge”. La lectura también era fomentada. John Lawrence, el otro sucesor de Bridges, encontró años
después en una cabaña una “small bookshelf of his own (the native’s) making with a few books” e informo
que “the natives who are able to understand something of what they read, are always very glad to receive
a South American Missionary Magazine.”, SAMM, noviembre, 1894.
20
Fue singularizado con un obituario en la SAMM en la edición de julio de 1890.
21
La obtención de la concesión se debió al reconocimiento que había alcanzado Bridges en Buenos Aires,
sobre todo en los círculos científicos, y, en particular, a su buena relación con el entonces presidente Roca
(UPE, 136-141).
22
“Variaban en número pero a menudo eran más de sesenta”, UPE, 147.
Imagen 1. “…Katannash, uno de los fueguinos cristianos adelantados, recientemente en Inglaterra.,
Grabado publicado por en SAMM, marzo de 1889.

II. Una empresa nativa en medio de la colonización


La inseguridad del territorio aumentó por esas fechas con la fiebre del oro23. En sus
difíciles inicios, para Harberton la fiebre fue un “regalo de Dios”. Con su “tripulación
de yaganes”, los Bridges “viajaban regularmente a los campamentos mineros
transportando carne”. De hecho, como ante una tentación, hubo que resistir la fiebre
para no “acabar con nuestro pequeño rebaño” (UPE, 175-176). En 1898 ya contaban
con seiscientos vacunos. El establecimiento floreció con los años, “era autosuficiente y
podía jactarse de tener tantas casas de hombres blancos, además de la nuestra, como
para merecer el nombre de aldea” (UPE, 348).

23
Véase la primera parte de esta tetralogía, Bascopé Julio, Joaquín, 2010b.
Por otra parte, el mismo año que se inauguró la gobernación de Ushuaia (1884), se
instaló en la costa norte de Tierra del Fuego, del lado chileno, la primera estancia
ovejera. A diferencia de la vida en Ushuaia, las estancias no consideraron a los
cazadores nativos como mano de obra, sino como una amenaza para el negocio. Los
guanacos se redujeron y desplazaron, y su cacería fue sustituida por la de ovejas. Pronto
los cazadores fueguinos se convirtieron en presa de los estancieros24. Éstos, tal como los
salesianos, “no habían nacido en el país”; eran “invasores” para quienes “los fueguinos
no eran individuos que debían ser tratados […] según sus méritos” –“compañeros
humanos” con los cuales trabajar “side by side” 25 – sino “una horda de nativos
peligrosos e indómitos” (UPE, 277). Con los refugiados de la violencia estanciera
escapando hacia el sur, resultado de la “cacería” –de ovejas y de personas 26 ,–se
expandió una forma de vida que circundaría la empresa civil de los Bridges y que, por
oposición a ella, llamamos “vida salvaje”.
Previendo que “la tierra ona pronto será ocupada”, Thomas consideró “muy necesario”
contactar a los fueguinos del norte27. Pero las montañas que aislaban la franja del
Beagle del resto del territorio eran suficiente obstáculo. El trabajo de comunicación no
lo asumiría Thomas, fallecido en 1898, sino sus hijos, y en particular, Lucas que tenía
entonces veintitrés años. Disociados del evangelismo de la SAMS, así como de las
estancias del norte o del asilo que proponían los misioneros salesianos –instalados en la
isla desde 1893–, los Bridges, que como sus empleados habían nacido y crecido en
Tierra del Fuego, dieron un sentido singular a la ganadería. En la perspectiva de las
razas –prácticas o maneras de hacer– que se desafían, Lucas entendió que su empresa
nativa los protegería de gente “con la ventaja, no pura, de haberse criado en ambientes
más civilizados” (UPE, 136). Harberton asumió, de este modo, su impureza civil –
confiaba en producir más que en atribuirse la civilización– y aprovechó su ventaja
nativa para enfrentar a “los salvajes de las grandes metrópolis”28.

24
Una síntesis de la violencia colonial en territorio chileno se encuentra en Martinic, Mateo, 1973; del
lado argentino ver Penazzo, Nelly y Penazzo, 1995. La perspectiva transnacional está aún por escribirse.
25
“Comrades”, “fellows”, “companions” o “friends” son los términos asociativos recurrentes Lucas
Bridges en UPE para referirse a sus empleados. Junto con “natives”, son términos que en las traducciones
española y francesa tienden a moralizarse y simplificarse como “indios”.
26
Distinta a una “guerra” colonial conducida por el Estado como ocurrió en la Pacificación de la
Araucanía o en la Conquista del Desierto.
27
SAMM, febrero, 1885.
28
Tras experimentar la violencia desatada por el oro y anunciando la tragedia que vendría, Julius Popper
explicó en Buenos Aires en 1891 la inversión de los términos “civil” y “salvaje”: “el dominio absoluto
del indio Ona se ha convertido en recipiente de hombres arrojados de todos los países de Europa, en
teatro del vandalismo de grupos de desertores, deportados y bandidos de todas las razas”, al punto que
“los que hoy día atacan la propiedad ajena en aquel territorio, no son los Onas, son los indios blancos,
son los salvajes de las grandes metrópolis”, Popper citado en Gusinde, Martin, 1990 [1931]: 145.
Imagen 2. Mapa de la colonización de la Tierra del Fuego (extraído de la tesis doctoral del autor)
La aventura personal de Lucas había comenzado años antes, cuando obtuvo el puesto de
otro nativo, y se instaló en una pequeña casa en las cercanías de Harberton. Como en el
período de preparación del rito hacia la adultez entre sus empleados fueguinos (el Hain,
que retomaremos más abajo), Lucas se aisló a cargo de una parte de los animales,
domesticando el territorio con cercos y afinando sus sentidos ganaderos29. Éstos le
indicaron, sin embargo, que no estaba solo: a veces, el ganado que acostumbraba
alejarse del puesto “volvía aterrorizado al corral y no se movía de la casa durante
días”. A esto se agregaban “historias perturbadoras de encuentros fatales entre onas y
mineros o estancieros” y era “evidente que, tarde o temprano, chocaríamos con esta
misteriosa gente fantasma”:
Sentía que si tan sólo pudiera hacer contacto con esta gente esquiva, las pocas
palabras de ona que había aprendido bastarían para convencerlos de que nosotros
en Harberton no queríamos destruirlos, sino volverlos nuestros amigos. (UPE,
196)
En 1894, justo cuando se instaló en la isla el principal monopolio ganadero en la
historia de la región (la Sociedad Explotadora Tierra del Fuego), Lucas Bridges tuvo un
primer encuentro con un clan (party) del cabo San Pablo y del de las “montañas”30. La
desconfianza era general. Se consideró, de hecho, raptar a Bridges para “que les
proporcionara rifles y municiones” y sólo tras un debate, Kaushel, uno de los líderes,
convenció al grupo de “que tanto yo como mi gente resentiríamos el rapto, y así
tendrían enemigos en ambos lados de las montañas” (UPE, 200). Bridges salió airoso,
pero no tardó en implicarse en la crisis de la colonización.
Dos meses después de esta visita, llegó otro grupo al puesto de Lucas, liderado por el
oriental Capelo –quien, según un salesiano, “más que un salvaje parecía un dandy de
Buenos Aires”31. Solicitó municiones y, ante la negativa, se trasladó a Harberton. Una
semana después, mientras “visitaba el pueblo yagán”, encontró a la policía argentina,
que lo buscaba por el crimen de unos mineros y que había sido alertada por un vecino.
Lo asesinaron allí a tiros32. En Harberton, “sabiendo lo que habían sufrido los nativos a
manos de ciertos blancos” prefirieron mantenerse “estrictamente neutrales” (UPE,

29
“Los había clasificado [a los vacunos] en alrededor de cuarenta grupos: considerando el sexo, la edad
aproximada; cornudos o mochos, con alguna peculiaridad; rojos, oscuros, negros o marrones;
punteados, rayados o manchados. Como se me presentó una o dos veces, el caso de animales tan
parecidos que era difícil distinguirlos, los marcaba en el cuerno o en la oreja”, UPE, 181. Como
Thomas, Lucas se interesaba en las destrezas, y las extendió como diferencias a cualquier forma racial,
entendida prácticamente (véase la explicación sobre el sentido de las vacas en relación a los caballos,
UPE, 168-172).
30
“Los miembros de este clan [party], que llamaré de las montañas, era tan indefinidos como los límites
de su territorio. En general, constaba de menos de quince hombres con sus familias, pero si surgían
desavenencias, el grupo se dividía en dos, o uno de los miembros se alejaba con su familia y no
regresaba hasta que la molestia hubiera sido disipada o su causa eliminada. Estos hombres de las
montañas gozaban de muy mala reputación entre sus vecinos del norte y del este.”, UPE, 215. La
indefinición de este grupo puede aplicarse también a los otros dos que, además de los del cabo San Pablo,
se mencionan en UPE: el grupo de Najmishk y los norteños (o del lago Hyewhin).
31
Carta de José María Beauvoir en Boletín Salesiano, n. 2., febrero, 1896. Bridges describe que “todos
menos Capelo estaban vestidos con sus típicas capas de guanaco y pintados. En su campamento noté un
atado de ropa, un rifle, un revólver, una escopeta, anteojos de larga vista y dos perros de caza de un tipo
distinto al perro ona habitual. De esto deduje que algún campamento blanco había sido saqueado o que
un crimen había sido cometido, y volví a casa al atardecer con siniestros presentimientos.”, UPE, 206.
32
Más detalles de la historia de Capelo, en Belza, Juan E., 1973.
207)33. Sin embargo, Bridges temía represalias y hasta se confeccionó un chaleco anti-
flechas (UPE, 210).
Un año después de la muerte de Capelo, “se corrió la voz por la toda la montaña de que
se podía confiar en nosotros” (UPE, 212). Nuevos grupos empezaron a llegar y aunque
“no se quedaban más de una semana o diez días”, hubo al menos “seis o siete familias
que acamparon cerca de Harberton por un mes” (UPE, 216). Bajo esta modalidad
temporal, los visitantes, y en particular los hombres, comenzaron a emplearse en las
tareas de la estancia, y de los primeros regalos, se pasó a la retribución del trabajo con
alimentos, y más tarde con un salario 34. Bridges se entusiasmaba aprendiendo su
idioma35 y aprovechaba a algunos como baqueanos. Organizó equipos expedicionarios –
con gente de clanes distintos– hacia los límites de la estancia, cada vez más lejos del
hogar. A principios de 1898, acompañado de sus hermanos y guiados por Minkiyolh –
hijo de Kaushel– y Jalhmohl –del clan de las montañas–, cruzó por fin la cordillera que
aislaba la civilidad de Harberton de los conflictos de la colonización. Sin embargo, en
las inmediaciones del lago Fagnano, “los indios temieron encontrar algún enemigo y no
seguirían más lejos” (UPE, 234).
Tras una década desde la instalación de la primera estancia en el norte, las vendettas
entre clanes se sumaron a las persecuciones de colonos o los enfrentamientos con
mineros. La violencia desatada en la periferia de Harberton se había intensificado con la
creación, en 1896, de la estancia Primera Argentina –180 mil hectáreas concedidas a la
familia de José Menéndez–, al sur del río Grande y acosando la misión salesiana que ya
operaba como asilo de refugiados –o “refugio de ladrones”, según Menéndez36. La
franja de cien kilómetros que la separó de Harberton se convirtió en el teatro de
asesinatos de los que Uttermost Part of the Earth es el principal registro.
A fines de 1899, cuando los Menéndez empezaron a ocupar otras 100 mil hectáreas al
norte del río –la Segunda Argentina–, Bridges tuvo una mejor perspectiva de la
situación colonial: junto a “siete indios ona que accedieron a ir hasta donde yo
quisiera” (UPE, 246), volvió a cruzar las montañas hasta el atlántico, conoció el
territorio del clan de Najmishk y se detuvo en el destacamento policial de Río Fuego, ya
en territorio de la Primera Argentina: “Éramos el primer grupo [party37] civilizado –si
puede llamarse así– en cruzar la tierra de nadie directamente desde el canal Beagle”
(UPE, 250). Como Bridges vestía capa de guanaco igual que su gente, los gendarmes
tomaron sus armas al verlos acercarse. Fue reconocido por el comisario Pezzoli quien al
día siguiente lo afeitó, cambió sus mocasines nativos por botas y quiso presentarlo,
como “una rareza que acababa de salir del bosque” (UPE, 252) al administrador de la
estancia, “Mr. McInch”.

33
En cambio, en la misión salesiana de Río Grande, Beauvoir (op.cit) consideró que “Capelo espió con la
vida el fruto de una educación laica y sin idea de religión ni de moral cristiana”.
34
“… sabíamos que sería ruinoso para nosotros, y excesivamente malo para ellos, a menos que hicieran
un esfuerzo por darnos algo a cambio”, UPE, 216. A diferencia de la caridad católica, Lucas reproducía
las acciones de su padre “to move these people against the prevalent habit of begging and living, but as
yet with but little seeming success. […] they must do the best they can for themselves; that I would only
give when I saw it was most needed”, SAMM, marzo, 1876 (el énfasis es de Thomas).
35
“Estaba ansioso por entender lo que pudiera de su lenguaje y no perdía oportunidad de estar entre
ellos”, UPE, 207.
36
Entrevista a José Menéndez, El Diario, Buenos Aires, 13-6-1899. La entrevista formó parte de una
polémica con el superior salesiano, José Fagnano, y que se encuentra resumida en Gómez Tabanera, José
Manuel, 1986: 944-960.
37
Es la expresión que utiliza Bridges para referirse también a los clanes nativos.
Bridges cubre con este seudónimo –“por razones que aparecerán más adelante”, pero
que no terminan de aclararse– al temible Alexander MacLennan. Por la crónica
salesiana sabemos que ese año, él y Pezzoli habían salido de cacería juntos38. Bridges
escuchó del propio MacLennan la historia del asesinato de catorce personas en una
emboscada en la costa atlántica (UPE, 268):
Sostenía que era un acto más humanitario, si uno tenía el estómago de hacerlo.
Explicaba que esa gente nunca podría convivir con el hombre blanco, que era
una crueldad mantenerlos en cautiverio en una misión donde languidecerían
miserablemente o morirían de enfermedades importadas, y que cuanto antes se
los exterminara, mejor.39 (UPE, 268-269)
Bridges indicó, sin pruebas, que las acciones de MacLennan “no tuvieron la aprobación
de su patrón –ni de Josecito [Menéndez hijo]”, aún admitiendo que “su predecesor […]
había intentado métodos más suaves” y “había sido despedido” (UPE, 251). Martinic
(1990) ha revelado no sólo la participación de James C. Robins, “el predecesor”, en
asesinatos conjuntos con la policía, sino que confirmó el combate, también narrado por
Bridges (UPE, 315), en que el norteño Taäpelht hirió de flecha a MacLennan y al jefe
de policía Ramón Cortés 40 –presente en el asesinato de Capelo. En esa ocasión,
perseguían a Felipe (Ishton), futuro empleado de Bridges, acusado del incendio de la
comisaría de río Grande. En otra, MacLennan le mostró “la punta de flecha de vidrio
que casi le había costado la vida”. Era “uno de sus tesoros más preciados” y
“pretendía convertirla en un alfiler de corbata” (UPE, 352).

38
“Llegaron del monte los siguientes indios: Lucas, Cipriano, Martín Chico, Santiago y Ambrosio, traen
la noticia de que MacLennan y el comisario Pezzoli en la última expedición que hicieron acompañados
por los indios Gregorio y Joaquín mataron a Cauchicol con tres indios más.”, Crónica de la Misión de
La Candelaria (CM), cuaderno 1, 9-7-1899, Museo Salesiano (ex-misión) de Río Grande.
39
Quizás esta perspectiva post-humanista comunica a MacLennan con Bridges y explica su pseudónimo:
“Nunca tuve una pelea con él y nunca le levanté la voz, pero una vez le dije que nunca había creído en el
infierno porque no imaginaba que hubiera nadie tan malo como para ser enviado allí, hasta que lo
conocí a él. Su única respuesta fue calificarme de ... tonto, por no saber disfrutar de la vida mientras la
tenía. Para ser franco, más bien me gustaba. ¡Qué afirmación! Pero es verdad. Después de conocer
muchos más crímenes suyos que los que puedo publicar, podía seguir aceptando su hospitalidad y
estrecharle la mano.”, UPE, 394.
40
El episodio figura también en Payró, Roberto J., 1898: 436-439.
Imagen 3. Policías de la comisaría de Río Grande, acompañados del hijo de José Menéndez (sentado al
centro) y Alexander MacLenan (sentado a la derecha). Foto publicada por Belza, 1975: 211.

La trama de la violencia, tanto por sus agentes como por sus motivos, es irreductible a
un cuadro “interétnico”. En al menos dos de sus expediciones, MacLennan fue asistido
por nativos, y en una, el botín fueron mujeres que Cortés despachó con los gendarmes
(Payró, 1898: 439). Por otra parte, en 1902 vivían diez fueguinas en los destacamentos
de Río Fuego y Río Grande –distantes algunos kilómetros, ambos en territorio de los
Menéndez. El robo de ovejas “no era la única causa” de las persecuciones: “la falta de
mujeres, y el deseo de poseer las del indio, fue entonces el motivo principal”
(Holmberg, 1906: 55)41. Bridges explica del mismo modo los enfrentamientos que
paralelamente ocurrían entre clanes. De hecho, Halimink y Ahinikin, del clan de las
montañas y baqueanos de la travesía a Río Fuego, se habían procurado nuevas esposas
tras asesinar al joön (médico, brujo) del clan norteño (UPE, 294)42. En asociación
inversa, más tarde ofrecieron una mujer al “chileno Contreras” –empleado de
Harberton– a cambio de rifles. El intercambio culminó en otra matanza43. Cuando al
final de ésta, además de procurarse otra mujer, Ahnikin decidió matar a “por lo menos”
siete, la violencia en Tierra del Fuego había perdido toda forma. Excepto el ser “un
asunto entre hombres” (UPE, 295).

41
Holmberg –quien figura en UPE (381) en una discusión sobre guanacos con Bridges–, era director del
zoológico de Buenos Aires, y visitó Tierra del Fuego junto al antropólogo Lehman-Nitsche. Éste publicó
un pequeño censo con el nombre y edad de las “esposas de soldados” en Río Grande (citado en Penazzo,
1995, t. I: 140).
42
“Sin duda, el principal motivo de estos asesinatos era procurarse nuevas esposas. Un segundo motivo
–a menudo usado como excusa para el primero– era destruir al joön de otro grupo”, UPE, 295.
43
El gobernador Estevan de Loqui asumió ese año, 1902, y ante la noticia de “un sangriento combate
entre los indios del norte y del sur” afirmó haber “ordenado la instrucción de un sumario”, del que no
tenemos más que esta referencia (informe al ministro del interior citado en Belza, 1975: 309).
Bridges, yendo “continuamente de un clan a otro”, intentaba mantener una posición
fronteriza que lo obligaba, sin embargo, a dormir con el “apreciado Winchester cerca
de mi cabeza” (UPE, 390-391). Entre sospechas y noticias de asesinatos, se comprende
que al regresar de Río Fuego a Harberton, en la misma expedición de 1899, no
encontrasen más que indicios de cazadores:
Con su misteriosa aptitud para detectar pistas y sacar de ellas las conclusiones
correctas, mis camaradas [comrades] decidieron que las huellas tenían una
semana y quién portaba los mocasines había sido Shaiyutlh. Este joven ona […]
había estado en Harberton cuando salimos y mis camaradas deducían ahora que,
viendo la partida de un grupo armado –ninguno de los cuales pertenecía a su clan
(el grupo de Najmishk)–, había tomado otro camino hacia el norte a toda
velocidad, para alertar a su gente de la sanguinaria expedición que iba a su
encuentro. UPE, 253

III. La construcción del camino


Poco antes de la expedición, en febrero de 1899, Lucas escribió su primera y única
crónica para la South American Missionary Magazine, respondiendo “a vuestra carta a
mi madre” sobre la posibilidad de una nueva misión. Dos páginas y media que resumen
su situación a los veinticinco años:
Supongamos que trazamos una línea en la desembocadura del Río Grande hacia
el oeste. Al sur de esa línea puedo hablar positivamente de los Ona, puesto que
conozco a todos los hombres por su nombre, y a todos salvo unos diez de vista.
Juntos no alcanzan los 250 en número: 50 de ellos son hombres. […] Al norte
del Río Grande, conozco a tres hombres y cuatro mujeres, que informan lo
siguiente: “En nuestro país no hay más indios, sólo once”, y me dieron los
nombres de cinco o seis. Estoy seguro que no hay veinte hombres que estén
fuera de la misión católica [salesiana]. Estos no pueden ser contactados desde el
sureste. […] Hemos tenido hasta 140 nativos aquí [Harberton] este año, y en este
instante hay 90 y no dejarían a sus niños en un orfanato. […] Hay pocos Ona
sobre los treinta años que no hayan asesinado a alguien de su gente por
venganza. […] No “manejo” la lengua Ona pero soy capaz de hacerme entender
en ella. Paso mucho tiempo con ellos y no sin resultados. Hace tres años que no
hay asesinatos entre nuestros treinta hombres. Han aprendido en alguna medida a
obedecer –algo de lo que nada sabían antes. […] Una de las primeras cosas que
hay que hacer es enseñarles un idioma civilizado. Español es el correcto pues
están en un país hispano-parlante. No es fácil enseñar en su propia lengua, no
sólo por la falta de palabras, sino por la dificultad, incluso para ellos, de
pronunciarla. No es raro encontrar tres o cuatro consonantes, o hasta cinco, sin
una vocal en medio, como “Boultnct”, y hay otras palabras compuestas sólo de
vocales. […] Son pasionales, vengativos y perezosos. Por otro lado, son amables
y generosos con un amigo, resistentes y determinados en la cacería, y se
acomodan a extremas dificultades sin un murmullo.44
Con el viaje a Río Fuego, Bridges complementó su panorama sociológico con
perspectivas económicas, y al ver las praderas del atlántico, “las poblé, en mi

44
SAMM, mayo, 1899.
imaginación, con vacas y caballos” (UPE, 250). En el otoño de 1900, empezó a
construir un camino que desde Harberton atravesaría las montañas hasta la costa, en un
punto estratégico al sur de la Primera Argentina, “algunas millas al norte de las tierras
de caza de Halimink y otros viejos amigos de las montañas, y bien dentro del territorio
del grupo de Najmishk” (UPE, 280). El gobernador argentino se interesó y hasta solicitó
al ministerio “un sueldo mensual […] para un administrador y el racionamiento de
planilla para cada indio” pero el expediente se archivó45. Aunque se conservó una carta
donde Despard Bridges le informaba que su “hermano Lucas se hará cargo de los
indios y emprenderá los trabajos, siempre que lo dejen encaminarlos según su saber y
entender y que no desea, ni necesita ni guardia, ni elementos extraños junto a los
indios”46. El camino recorrería unos ochenta kilómetros que, así como lo independizaba
de su familia, lo terminó de vincular a los cazadores fueguinos. Y, sobre todo, fue el
movimiento hacia la creación de su propia estancia que llamó “Viamonte” y a dónde se
trasladó en 1902 (ver Imagen 2).

45
“No sabemos si el gobierno pasó algún aporte especial, fuera del racionamiento para ciento treinta y
un indios, autorizado el 14 de setiembre [sic] del 99”, Belza, 1975: 286.
46
Carta al gobernador Pedro Godoy, 5 de abril de 1899, citada en Belza, 1975: 286.
Imagen 4. Mapa del camino construido por los onas bajo la dirección de Lucas Bridges. Hemos ampliado
y dividido en tres segmentos el mapa original publicado en UPE. En rojo el camino.
Si bien las diferencias geográficas y culturales entre los grupos canoeros y los
cazadores, determinaron distintas trayectorias para Harberton y Viamonte, Lucas, a
diferencia de Thomas, no pretendió producir horticultores. Más bien movilizó la fuerza
de trabajo necesaria para sus empresas. Durante la construcción del camino, la
colaboración de los “diez o doce compañeros voluntarios” tenía que compensarse con la
alimentación de “sus familias (viejos, mujeres y niños)”, en total “cincuenta o sesenta
personas” para las que no alcanzaban las provisiones. “Por este motivo, estábamos
obligados a vivir casi enteramente de la carne de guanaco” (UPE, 300). Mientras
Thomas promovía la variedad de recursos en establecimientos que reducirían la
dependencia y crearían autonomía –introduciendo así “valores”–, Lucas reproducía la
vida nómade y vigilaba la dieta de sus empleados sin más ideal que el de esquivarles el
ocio.
Por otra parte, si Thomas imaginaba una forma cívica, que incluía hasta la vestimenta, a
Lucas le bastaba con que ésta sirviera para trabajar. Él mismo vestía mocasines y capa
de guanaco, pero sabía que ésta no era útil, por ejemplo, “cuando se necesitaban las dos
manos para aserrar”. De este modo, les aconsejó que “se quitaran la capa para
trabajar y volvieran a vestirla y a pintarse cuando terminara la jornada”. Éste último
hábito era “muy limpio” pues la pintura vieja se quitaba con una “fuerte fregadura”,
antes de poner la nueva. Su tolerancia enfrentó críticas “en particular desde la Misión
Salesiana de Río Grande” donde “sostenían que devolvía al indio vestido y civilizado a
un estado de barbarie desnuda y pintada [to a state of nakedness and painted
barbarism] UPE, 373. Un salesiano escribió, de hecho, que Lucas había crecido
“injertando en su naturaleza inglesa el alma del indio” y era “indio hasta el fondo de
los huesos”47.

Misionero como los salesianos, el civismo de Thomas fue, además de técnico, moral y
combatía la poligamia o la brujería, mientras que Lucas –moralmente salvaje48– se
ocupó simplemente de los cuerpos y de sus cuidados para el trabajo. Participó en
ceremonias nativas, describiendo más tarde las supersticiones que las justificaban y
lidió con ellas cuando obstaculizaban el trabajo –como cuando Heuhupen, la montaña,
se molestó “con el ruido que hacíamos” y sus empleados quisieron desviar el camino
(UPE, 303). Declinó iniciarse como chamán, pues la magia “afectaba sólo a quien le
temía” (UPE, 262) y la utilizó, en cambio, para mejorar el clima laboral:
Cuando mis compañeros ona escucharon que el gran joön estaba cerca, quisieron
irse a casa. Los persuadí de que se quedaran no sólo porque estaba ansioso por
continuar el trabajo, sino también porque quería mostrar a los visitantes que no
se les temía. […] Dije a Houshken que había escuchado de sus poderes y que
quería ver algo de su magia. Para impresionarlo, le dije que le mostraríamos por
nuestra parte algo de la magia del hombre blanco. […] Mientras Houshken,
Chashkil, Ohtumn y los otros permanecieron en Harberton, hubo frecuentes
visitas amistosas entre ellos y otros amigos Ona, como Halimink, Ahnikin y
otros del clan de la montaña. Con tanta animación habría sido difícil para mis
ayudantes concentrarse en el monótono trabajo cotidiano del camino, de modo

47
Cita extraída de un manuscrito inédito de Antonio Tonelli, citado en Belza, Juan E., 1975: 60.
48
A diferencia de sus hermanos que, una vez casados, “no estaban interesados en ninguna empresa
azarosa y preferían un futuro asegurado” (UPE, 278), Lucas formó familia recién a los cuarenta y tres
años.
que no los molesté con eso; por el contrario, encantado participé de la alegre
sociabilidad. Sin embargo, no lamenté cuando, después de cinco días, nuestros
visitantes comenzaron a hacer sus preparativos para la partida. (UPE, 283-288)
Más allá de sus diferencias, los Bridges convergieron en una ética del trabajo. Thomas y
Lucas inculcaron el valor del ahorro y del dinero –otra vez, con el pesar de la misión
católica– y su constancia, resignación y puritanismo laborales –valores defendidos por
cualquier empresa moderna– lucharon contra la irregularidad y la pereza de sus
empleados49. Pero, de nuevo, el correcto padre de familia que imaginaba Thomas, no
coincidió con el empresario aventurero que identificaba a Lucas con los cazadores50.
Lucas simpatizaba con la resistencia de sus cuerpos (“después de la jornada de trabajo,
nos entreteníamos luchando”, UPE, 304) y su capacidad sensorial. Al final de su vida, y
tras haber cazado en el Chaco paraguayo y en el sur de Rodhesia, creyó no haber visto
“nada semejante a la orientación de los rastreadores ona en los bosques fueguinos”
(UPE, 332). Trabajando su propio cuerpo, Bridges supo defender a Gran Bretaña en la
Primera Guerra, a pesar de sus cuarenta años, siendo “distinguido por su gran
resistencia física y su extraordinario poder de avistamiento”51.
Por último, para ambos, las destrezas de otros cuerpos sociales, como los de mujeres y
niños existían sólo para afirmar los valores masculinos. Lucas “había visto muchas
mujeres Ona con cicatrices […] causadas por sus irritados maridos”, y tal vez a
diferencia de su padre, no consideraba “conveniente intervenir” (UPE, 307). En una
ocasión, al ver una mujer herida, golpeó al marido irritado pero se avergonzó de
reaccionar como “un niño rabioso”, pues “era su mujer y no la mía”. La afinidad
masculina salió, de este modo, reforzada pues “como sucede a menudo, este brusco
encuentro entre Koiyot [el marido] y yo, dio a nuestra asociación un cariz nuevo y más
íntimo” (UPE, 384). Por otra parte, Lucas no recordaba “ningún caso en que las mujeres
transgredieran las reglas de corrección, reglas que podían haber sido fijadas por
puritanos” (UPE, 358). Afinidad masculina o simetría salvaje, en fin, por la que asistió
una vez a Halimink en la cacería de su esposa (wife-hunting) fugada y previamente
obtenida con el asesinato de su esposo52. Estando cansado durante la búsqueda, “no
había podido admitir tal debilidad” y “mientras iba tropezando detrás de él, crecía mi
rencor por Akukeyohn [la esposa] […] y me regocijaba de antemano con la paliza que
recibiría” (UPE, 306-307).
Como en éste y otros casos, el rendimiento que obtenía Lucas de sus trabajadores,

49
Era el caso de “Tom Post, mencionado frecuentemente en el diario de mi padre. […] Renuente en
exceso al trabajo, no se contenta con hacer poco él mismo, sino que disfrutaba obstruyendo a los otros”,
UPE, 78.
50
Mientras Thomas creía los intereses de la gobernación argentina estaban “en perfecto acuerdo con
nuestro trabajo, y el bien de los nativos, para quienes el Coronel será un padre” (SAMM, enero, 1885),
Lucas, a la mañana siguiente de su primer encuentro con el grupo de Kaushel deseó huir de su “monótona
existencia” y “unirme a ellos en sus perpetuas cacerías. Nada sabía yo entonces de sus traiciones y de
sus sanguinarios ataques, y en mi corazón juvenil, hubiera deseado acompañarlos con una provisión de
rifles, para compartir su lucha contra los avances de la llamada civilización, en la romántica tierra que
les pertenecía.”, UPE, 202.
51
Ivanoff, 2009: 157.
52
En otra ocasión, cuando parecía haberse fugado Kewanpe, la mujer de su hermano y perteneciente al
clan de Najmishk, Halimink habría dicho: “se ha ido porque detesta vivir con nuestra gente” (UPE, 292).
Con la crisis colonial las mujeres se fugaron, incluso con ovejeros o policías, y a veces cambiando un
régimen de subordinación por otro. Con la muerte de los hombres en combate, estas fugas fueron la
sobrevida que escapó a la “extinción indígena” aplicada en general a los cazadores (Bascopé Julio, 2011).
operaba también en sentido inverso. En particular, su intento por mantenerse
encaminado en su empresa y neutral en los conflictos, fue desviado. En efecto, la
armonía entre clanes creada por la magia duró hasta el invierno de 1900, cuando
Bridges, en su obsesión con el camino, creyó los argumentos de Halimink y Ahnikin,
sus colaboradores más cercanos, respecto a que “no serían capaces de dedicar
suficiente atención a su trabajo, sin estar apropiadamente armados”. Los rifles que les
facilitó sirvieron para asesinar a Houshken, el joön del norte. Los norteños le
“reprocharon amargamente” aunque no lo responsabilizaron. De cualquier manera, se
“había deshecho todo el buen trabajo pasado y sembrado la semilla de una nueva era
de sangrientas guerras entre facciones” (UPE, 295). Antes de concluir el camino vino
la venganza de los norteños –que incluyó el “crimen inédito” de dos niños (UPE, 315)–
sobre el clan de Najmishk –aliados de las montañas y de Lucas. Instalados en “una
choza” en Viamonte, hacia 1902, Bridges registró todavía otro ataque de Halimink y
Ahnikin. Entonces se alcanzó el umbral de violencia en que, “para los sobrevivientes de
los clanes, era imposible trabajar en paz en el mismo vecindario”. La violencia había
agudizado sus sentidos hasta producir en ellos una segunda naturaleza:

Para los que no conocían Tierra del Fuego en esos días, puede ser difícil apreciar
el grado tensión nerviosa que, incluso en tiempos de paz, constituía la condición
mental de indios que desde la infancia habían vivido el papel de cazador o
cazado. La intranquilidad de sus cabezas se revelaba en el cuidado con que
examinaban todo lo que pudiera parecer una pisada; por la cautela con la que se
internaban en la espesura de los bosques y evitaban cruzar los espacios abiertos,
donde las largas sombras proyectadas por el sol poniente podrían ser vistas desde
lejos; en la ansiedad con que observaban una bandada de pájaros que levantaban
vuelo, o un guanaco que corría como si hubiera sido sorprendido y especulaban
sobre su causa. Pasaban largo tiempo boca abajo, inmóviles, sobre algún
promontorio, escudriñando atentamente la extensión de muchas leguas de
bosque, observando si una pequeña variación de color en el horizonte azul
denunciaba el humo de algún campamento. Si llegaban a divisarlo, con qué
interés discutían quiénes podrían ser los moradores y el motivo de su presencia
allí. Parecía que una segunda naturaleza les indicara el sitio donde debían
acampar, con posibilidad de escapar o de defenderse en caso de un ataque
sorpresa. (UPE, 390)
En este medio acabó la construcción del camino. Sobre su importancia civil, William
Barclay –personaje clave en la edición del diccionario de Thomas– lo recorrió al poco
tiempo y constató el valor de una “conexión por tierra entre el canal Beagle y la costa
atlántica” cuando la vía marítima “era peligrosa para las embarcaciones pequeñas”. El
trayecto “que para cualquier forastero [not Indian-born] tomaba tres semanas”,
Bridges y sus empleados lo redujeron “a un viaje de seis días”. No obstante, era una
ruta dura y cuando el gobernador argentino se animó a conocerla, “después de subir dos
montañas y llegar a una tercera entre un barranco por el que el sendero continuaba a
través de bosques y pantanos, decidió declararla abierta, confiando en la buena fe de
sus constructores” (Barclay, 1904: 68). Uno de los primeros forasteros en experimentar
la travesía fue el explorador Charles W. Furlong –clave, a su vez, en la publicación de
Uttermost Part of the Earth. Hambriento y desorientado, se entregó al “notable
entrenamiento y sentido de la ubicación” de sus guías que, por otra parte, “nunca se
quejaban […] ni se impacientaban” (Furlong, 1909: 454-455). Como uno de ellos fuese
Ahnikin, “cuyo historial era más negro que el de cualquier otro ona” y a quien, a
cambio, “tuve que comprar un rifle calibre 44”, Furlong pudo imaginar la compleja
asociación que subyacía al camino: “en una estimación conservadora, el cincuenta por
ciento de los hombres adultos que vi tenían cicatrices de entre una y tres heridas de
flecha o bala” (Furlong, 1910: 227). Supo también que hacía poco su guía “y Halimink,
su tío, habían amenazado la vida de Lucas Bridges” (1910: 447)53. En la incertidumbre
de cualquier alianza, la inseguridad del territorio en la que se construyó el camino
afirmó el sentido común entre los nativos –Lucas incluido–, donde “incluso los
hermanos eran más valorados que las esposas”.54 Así pareció al menos, cuando el
camino de Lucas pareció llegar a su fin:
Les dije a mis amigos del norte que iría solo a Harberton. Antes de irme, sin
embargo, escribí una breve nota para mis hermanos, diciéndoles que si me
encontraban baleado o ahogado, o si desaparecía camino a Harberton debían
armar con rifles a ciertos nativos (a quienes nombraba) y poner precio a la
cabeza de Ahnikin y Halimink, pues deseaba encontrarme con ellos en el otro
mundo, cuanto antes. UPE, 396

53
Cuando, a principios de 1908, Furlong concluyó el fatigoso viaje en Viamonte, Halimink cuidaba la
estancia y “notó algo siniestro en su apariencia”. Lo detuvieron “antes de que apretara el gatillo” (UPE,
478).
54
Puesto que “un hermano pelearía al lado de un hombre y lo vengaría si fuera asesinado” (UPE, 364).
Imágenes 5 y 6. Ahnikin pintado al óleo por Charles W. Furlong (obra conservada en el Smithsonian
American Art Museum). Abajo, él mismo (con un rifle en la mano) durante el viaje de Furlong (publicado
en Furlong, 1909: 454).

IV. La paz de la estancia


Era urgente concluir con las vendettas, no sólo porque “de continuar este estado de
cosas, no quedaría un solo ona vivo”, sino porque la única garantía para el
funcionamiento de Viamonte era “una comunidad en que prevalecieran leyes
perdurables y un mutuo entendimiento” (UPE, 399). Con sus nuevos vecinos de
Najmishk, Bridges consolidó su asociación y tomó distancia de los montañeses. Planeó
desarmarlos. Lo logró con Halimink pero se enemistó de Ahnikin (“quién a menudo me
había llamado su padre”, UPE, 389). La variación de las afinidades se confirmó cuando
Ahnikin quiso llevarse otra esposa de Najmishk y Bridges, defendiendo a su nuevo clan,
se interpuso (UPE, 390-393).
Durante la construcción del camino, se había iniciado un acercamiento con los norteños
cuando, tras un crimen, éstos propusieron un torneo de lucha con sus enemigos. En el
mismo espíritu conciliador, hacia 1908, Bridges recorrió la región visitando a cada
grupo “en su territorio”, hasta que “los hombres del sur” sugirieron “revivir una
tradicional ceremonia llamada Jelj”. Se trataba de la simulación de un combate, con
flechas inofensivas, que aseguraría la suspensión real de las hostilidades55. Bridges
estaba interesado, aunque el estoicismo nativo lo abstuvo de “demostrar infantil
curiosidad” (UPE, 399). Los acontecimientos no lo defraudaron y años más tarde
inspiraron un artículo especial sobre el Jelj.56 Aunque Ahnikin no fue descrito en la
ceremonia y aunque hubo todavía “dos o tres combates individuales”, habían concluido
“los ataques planeados o las peleas entre clanes y familias” (Bridges, E. Lucas,
55
“Los Ona decían que esta antigua ceremonia sólo tenía lugar cuando todos estaban de acuerdo en que
la disputa debía terminar”, (Bridges, 1938:7)
56
Se tituló “Burying the Hatchet” y se publicó en la revista Man del Royal Anthropological Institute of
Great Britain and Ireland. Una bibliografía provisoria de Thomas y Lucas se encuentra en Chevallay,
Denis, 2010).
1938:7). La crónica salesiana ofrece fechas similares, 1907-1908, para la reducción de
la violencia (Bascopé Julio, 2010a). El camino civil proyectado por Bridges suponía
que, como en la unión de un país o en la construcción de una nación, “todos estos
hombres y mujeres, reunidos ahora en el Jelj, tenían mucho que olvidar y perdonar”
(UPE, 401).
Por entonces Viamonte contaba alrededor de quince mil ovejas, “dando empleo
permanente a no menos de treinta onas” y a veces “hasta sesenta, trabajando como
ovejeros, esquiladores o alambradores” (UPE, 455). Un par de años después, el piño
había aumentado a “ochenta mil ovejas, con un crecimiento anual que totalizaba ciento
veinte mil”. Mientras las estancias colonas demandaban mano de obra migrante –tras
haber exterminado a sus eventuales obreros–, en Viamonte el trabajo “era realizado
enteramente por los Ona”, a los que “pagábamos exactamente lo mismo que ganaban
los blancos empleados en tareas similares en todo el país”57. En la lógica de Bridges,
hubo, por supuesto, distinciones (“pagábamos mejor a los que trabajaban bien que a
los ociosos”), pero en general “ganaron buen dinero” y sobre todo “descubrieron que
trabajando duro podían hacer suficiente como para mantenerse durante el invierno”
(UPE, 483). La actividad se concentraba en el verano donde “todos trabajábamos
dieciséis horas diarias” y a veces “cerca de veinte” (UPE, 479). Lucas sabía que “los
Ona no eran aptos para el trabajo monótono” pero en la estancia abundaron tareas “que
no los condenaban a eso”. Así, “muchos se convirtieron, sino en artistas, en excelentes
trabajadores con el hacha” y más tarde algunos jóvenes fueron contratados domando
potros o alambrando, “cada vez con menos supervisión”. Entre los mayores, algunos
cazaban el guanaco joven, “bien pagado por los peleteros”. Cazadores reputados como
Halimink o Ishton, ahora “tenían ocupación permanente como ovejeros” y “si querían
tomarse unas cortas vacaciones, nos avisaban con tiempo y hasta nos recomendaban a
algunos de sus compañeros para el reemplazo” (UPE, 483). Si el historiador salesieano
J. E. Belza, afirmó “que hubo que recorrer varias fases para transformar el nomadismo
en colonización” (Belza, 1975: 59), la empresa nativa de Bridges demostró lo contrario:
Los hombres descubrieron que podían dedicarse un mes a este agradable trabajo
y después de ayudarnos con el rodeo y la esquila de las ovejas, salían a mediados
del verano a cazar en las montañas y a iniciar a los jóvenes en los misterios del
Hain. (UPE, 483)
Pero no sólo la estancia funcionaba al ritmo nómade del territorio58. En esas fechas, la
misión salesiana de Río Grande se vaciaba por las enfermedades propagadas por la vida
comunitaria59. Buscaban nuevos nativos para misionar y la vecindad de Viamonte
pareció ser la ocasión60. Cuando Juan Zenone llegó a la estancia con este propósito, en
abril de 1909, se sorprendió al ser recibido con un partido de fútbol nativo (Entraigas,

57
“Cuán buenas ganancias se pueden obtener con mano de obra india, lo demuestra el éxito obtenido
por los hermanos Bridges, quienes, hasta los últimos años, nunca emplearon europeos. Ninguna medida
posterior corregirá los graves errores de cálculo de los que son responsables los capitalistas y
ganaderos establecidos allí. Nuestros selk'nam hubieran representado para las economías de Chile y
Argentina una fuerza de trabajo útil y ventajosa”, Gusinde, 1990: 157-158.
58
Un análisis sobre el carácter nómade de las estancias puede consultarse en Bascopé Julio, 2008.
59
“La política de concentración las misiones creó una situación favorable a la expansión de las
enfermedades infecciosas. El hacinamiento que se produjo en ellas debió propiciar las condiciones de
cadena infecciosa entre los indígenas”, (García-Moro, Clara, 1992: 44).
60
En ese sentido, la visita de Bridges a la misión en 1903 resultaba tentadora: “Nos ha contado que allá
cerca del Cabo Santa Inés hay como 100 indios y cerca de su casa en el canal Beagle hay como 80”, CM,
c.1, 28-10-1903.
1973:15). Quizás comprendió allí el recelo salesiano que atribuía una “fortuna colosal”
a Viamonte y la acusaba de vivir, impuramente, con “todas las comodidades de la vida
civil” (Borgatello, 1924: 246). El fracaso de la comunidad misionera permitió una nueva
relación con Bridges quien, a pesar de su escepticismo, accedió a la solicitud bautismal
de Zenone. Incluso le ofreció “un emplazamiento inmejorable, ya se tratase de una
congregación católica, protestante, musulmana o persa” (UPE, 461). Observó, sin
embargo, lo absurdo de sus rezos en latín (UPE, 462) que no indicaban sino el abismo
cultural entre un nativo como él y un misionero “esclavo, guiado por la urgencia de
servir a la Iglesia” (UPE, 461). En realidad, le importaba la formación de los hijos de
sus empleados y con este ánimo aceptó, bajo ciertas condiciones, la propuesta de
instalar una escuela y una capilla en Viamonte. A cambio, “el Padre Juan nos aseguró
que si considerábamos su enseñanza o su presencia perjudicial para la estancia o los
nativos debería, sin discusión ni protesta, hacer sus maletas y retirarse” (UPE, 482).
Los efectos de esta nueva asociación pueden apreciarse en el registro bautismal
salesiano: desde entonces empiezan a figurar nombres nativos que antes se borraban con
cristianos. Del mismo modo, Zenone que había criticado “mi hábito de pagar a los
nativos” (UPE, 460) comenzó a hacer lo propio con sus baqueanos (Belza, Juan E.,
1977: 226). Los misioneros abandonaron la vida comunitaria, enfrentando las críticas de
sus superiores, y desplazándose por el territorio se convirtieron en “misioneros
volantes” (Bascopé Julio, 2010a).
No podemos extendernos en las diferencias entre la Misión, que también era una
estancia, y Viamonte. Bastará con un error y una revelación del científico Holmberg
quien, de visita en Río Grande, creyó que “un hombre de raza europea” podía “esquilar
cien ovejas por día”, mientras que “un ona, no llega más que a cincuenta”. Sin
embargo, observa, “la economía del sueldo equilibra las ganancias”, y revela la clave
de la explotación salesiana: “baste para poderse formar una idea de las utilidades que
los indios pueden proporcionar, el hecho de que la Misión posee 25.000 cabezas
lanares, todas cuidadas y manejadas por ellos” (1906: 66). En cuanto al error, pensar
“un ona” genérico esquilando indica la diferencia no sólo moral, sino física, entre la
Misión y Viamonte. Distintas naturalezas producían una y otra. Mientras los salesianos
pretendían “salvar siquiera la parte mejor de ellos, es decir su espíritu” (Beauvoir,
1915: V-VI), en Viamonte se industrializaban los cuerpos. Sólo así se entiende que un
día, “en poco menos de ocho horas, Metet llegó a trescientas veintinueve ovejas bien
esquiladas” (UPE, 503), record todavía vigente en la estancia. Pero no sólo contaba el
rendimiento de los cuerpos sino también el perfeccionamiento del oficio, de manera que
“la rapidez, descuidando la calidad, era mal vista”. Así, para “esos niños adultos que
eran los Ona, un incentivo mayor que el dinero”, en realidad era “el orgullo de su
trabajo veloz y bien hecho” (UPE, 501)
Destreza y sensibilidad, fuerza e inteligencia, resistencia y modales, son los rasgos que
comunican esta perspectiva con la construcción del camino, con las cacerías en el
bosque o los juegos de lucha. Unen también la narración histórica de Uttermost Part of
the Earth con su detalle de las costumbres nativas y la relación al ambiente. Son, en
definitiva, las disposiciones que afirmó el Jelj, como poder masculino más allá de los
clanes, y que activaron la sociedad nómade de la que vivió la estancia Viamonte.
Imagen 7. Cazadores convertidos en ovejeros. Montaje publicado en UPE.
Imágenes 8 y 9. Arriba: Metet (sentado al centro) junto a Watini y Toin, otro esquilador reputado
(publicada en Chapman, 2002: 74). Abajo: niños fueguinos trabajando en la esquila. Imagen conservada
en el archivo familiar de la estancia Harberton.
V. Epílogo
Pioneer and author, friend and protector of now vanished
Indian tribes with whom he lived and worked.

Epitafio en la tumba de Lucas Bridges.


Cementerio Británico, Buenos Aires

En enero de 1919 el antropólogo Martin Gusinde realizaba su trabajo de campo en


Tierra del Fuego y visitó Viamonte. Más de doscientos sobrevivientes a la colonización
vivían todavía allí o “los cuatro quintos de la población Sel’knam”. Bajo este nombre y
a través de su obra, los fueguinos ocuparon definitivamente un lugar en el panteón
científico de los pueblos salvajes. Sabía que de “los informantes que entraron en
contacto con los indígenas […] exceptuando algunos pocos […] casi todos utilizaron el
saber y la experiencia de los hermanos Bridges; de allí la concordancia de sus
informes” (1990: 59). Gusinde se obstinó entonces en contradecir el principal de esos
acuerdos –que los fueguinos no tenían religión– y perseveró en la búsqueda de un
monoteísmo primitivo 61 . A diferencia de la afinidad estoica de Bridges con sus
empleados, Gusinde creía que “sus corazones se conquistan irremisiblemente
valiéndose de los niños”62. No extraña entonces la posición infantil y tutelar en que la
antropología, heredando la perspectiva misionera católica, situó a “su ‘objetivo’, los
indios” (Gusinde, 1951:137). En el mismo sentido, tampoco extrañará la “gran
desilusión” que se llevó Gusinde cuando, tres años después, volvió a Viamonte y debió
experimentar su poco antropológica vida civil:

En el antes populoso campamento no encontramos más que cinco familias. ¿Qué


había pasado? ¡El motivo era difícil de imaginar, en vista de sus fatales
consecuencias! Algunos peones blancos habían provocado entre los indios, una
semana atrás, una agitación tan violenta contra sus patrones y habían demostrado
tal descontento y desgano en el trabajo, que incluso los fieles selk’nam olvidaron
todo y se dejaron inducir unánimemente con los europeos amotinados a una
especie de declaración de huelga. Bridges despidió entonces a todos los que
querían irse. Me enteré entonces de que los indios se habían desparramado a los
cuatro vientos para las pocas semanas del verano. (Gusinde, 1990: 92)
Debe referirse a un hermano, porque entonces Lucas ya no vivía en Tierra del Fuego. Al
concluir la Primera Guerra inició un nuevo proyecto en África y, tras un par de años,
regresó a la Patagonia, esta vez no como nativo sino como colono en Aysén. Allí vivió
hasta poco antes de su muerte, en 1949, un año después de la publicación de Uttermost
Part of the Earth.

61
Sobre la obstinación de Gusinde, véase Cárdenas & Prieto, 1999.
62
“…las más encantadoras horas que pasé en Tierra del Fuego fueron las de convivencia con aquellas
pequeñas y confiadas criaturas” (Gusinde, 1951:137)
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