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Trabajo práctico 1

Filosofía del lenguaje 2016

Carrera Filosofía

Escuela de Humanidades

Universidad Nacional de San Martín

Pedro Tenner
1. En el segundo capítulo de su Antropología filosófica, Cassirer se pregunta si es posible
aplicar al hombre las ideas del biólogo Johannes von Uexküll. Según Uexküll, cada
organismo posee, en su relación con su mundo propio, un sistema denominado “receptor” y
uno denominado “efector”; ambos se encuentran entrelazados y forman un “círculo
funcional”. Cassirer observa que en el caso del hombre, “su círculo funcional no sólo se ha
ampliado cuantitativamente, sino que ha sufrido también un cambio cualitativo”. 1 Este
cambio cualitativo responde a que entre el sistema receptor y el efector se introduce un
“sistema simbólico”. Con ello se abre para el hombre “una nueva dimensión de la
realidad”: “ya no vive solamente en un puro universo físico sino en un universo
simbólico.”2 Inevitablemente, el símbolo media entre el hombre y la realidad física. Así, el
símbolo caracteriza todas las formas de la vida cultural humana; por ello, Cassirer define al
hombre como “animal simbólico”, abandonando la definición tradicional de “animal
racional”, en tanto no abarca toda la riqueza de la cultura humana.

En el tercer capítulo, Cassirer distingue entre un lenguaje emotivo y uno teórico o


proposicional. Si bien el primero continúa presente en el segundo, el lenguaje proposicional
implica un salto cualitativo con respecto al emotivo. El lenguaje emotivo posee análogos
entre los animales, pero falta allí un “elemento que es característico e indispensable en todo
lenguaje humano: no encontramos signos que posean una referencia objetiva o sentido”. 3
Para aclarar la diferencia, Cassirer distingue entre signos y símbolos. El símbolo posee un
valor sólo funcional y no material, y adopta por ello un carácter universal y versátil; el
signo en cambio remite siempre a una situación singular e irrepetible. Así, Cassirer
reconoce que no son los elementos materiales los que determinan la cultura: “la cultura
deriva su carácter específico y su valor intelectual y moral no del material que la compone
sino de su forma, de su estructura arquitectónica”. 4 Este aspecto se observa con mayor
nitidez en el pensamiento simbólico relacional, es decir en la capacidad, ausente en los
animales, de abstraer relaciones y considerarlas de modo independiente de su situación
material.

1
E. Cassirer, Antropología filosófica, p. 26. (Seguimos el criterio de referencias “autor-obra” explicitado por
la revista Dianoia).
2
Ibíd.
3
Ibíd. p. 30.
4
Ibíd., p. 35.
En el capítulo sexto, observa Cassirer la necesidad de dejar atrás los intentos de definir al
hombre desde una perspectiva sustancial, y remitirse en cambio a una perspectiva
funcional: “la característica sobresaliente y distintiva del hombre no es una naturaleza
metafísica o física sino su obra”.5 Una filosofía simbólica debe dirigirse al sistema orgánico
de las actividades culturales humanas, no en busca de un vínculo sustancial, sino funcional.
Cassirer reconoce que todos los productos culturales se dan en un contexto material
histórico, pero señala que a tal contexto precede siempre un principio formal y estructural
que debe ser captado primero. Esto implica que “en nuestro estudio del lenguaje, del arte y
del mito, el problema del ‘sentido’ antecede al problema del desarrollo teórico”, y que “la
visión estructural de la cultura debe anteceder a la meramente histórica”. 6 Cassirer observa
que no se trata de buscar una unidad de los productos culturales, que no son sino elementos
materiales, sino la unidad del proceso creador: “si el término humanidad tiene alguna
significación quiere decir que, a pesar de todas las diferencias y oposiciones que existen
entre sus varias formas, cooperan en un fin común”.7

En el capítulo XII, Cassirer señala que la búsqueda filosófica de la sistematicidad en el


mundo de la cultura opera reduciendo los hechos a formas simbólicas y reconociendo la
unidad interna de esas formas. Por ello mismo, no se espera encontrar en esta unidad una
homogeneidad de los elementos. Por el contrario, tal unidad “no sólo admite sino que
requiere una multiplicidad y multiformidad de su partes constitutivas, pues se trata de una
unidad dialéctica, de una coexistencia de contrarios”. 8 Es una unidad dinámica y no
estática, que acontece en todos los aspectos de la vida cultural humana. La obra humana
aparece atravesada por una fuerza conservadora y otra innovadora: la cultura humana se
desarrolla a partir de la tensión y el subsecuente equilibrio de ambas fuerzas. En todas las
facetas de la cultura, la filosofía debe buscar la unidad fundamental, pero sin confundir la
unidad con la simplicidad: no es posible reducirlas a un común denominador. Más bien, se
trata de reconocer la unidad que configuran la propia tensión y el propio conflicto.

2. “El lenguaje ha sido identificado a menudo con la razón o con la verdadera fuente de la
razón, aunque se echa de ver que esta definición no alcanza a cubrir todo el campo. En ella,
5
Ibíd., p. 61.
6
Ibíd., p. 62
7
Ibíd., p. 63
8
Ibíd., p. 192.
una parte de toma por el todo: pars pro toto. Porque junto al lenguaje conceptual tenemos
un lenguaje emotivo; junto al lenguaje lógico o científico el lenguaje de la imaginación
poética. Primariamente, el lenguaje no expresa pensamientos o ideas sino sentimientos y
emociones.”9

3. La identificación entre lenguaje y razón no hace justicia a la amplitud del lenguaje. Bajo
tal identificación, el lenguaje queda constreñido a una serie de reglas proposicionales y
lógicas, y se dejan de lado los aspectos lingüísticos vinculados al sentimiento o al arte,
donde no es la racionalidad el elemento predominante.

4. Resulta de mayor interés el esfuerzo de Cassirer de reconocer en la razón sólo uno de los
campos que abarca el lenguaje. En efecto, la tradición ha tendido a identificarlos,
posiblemente como resultado de la amplitud semántica del término griego lógos y su
posterior traducción (y segmentación) por el término latino ratio. Así quedaron suprimidos
aspectos lingüísticos donde la racionalidad no juega el papel principal (y es cuestionable, de
hecho, si juega papel alguno). Lo interesante es que en tanto se considere al hombre como
el portador privilegiado del lenguaje, deberá imponérsele también la razón como un rasgo
constitutivo y fundamental: el hombre como “animal racional”. Bajo esta definición, los
mismos elementos que han sido suprimidos en el lenguaje son vistos como inferiores, en la
vida humana, con respecto a la razón. De allí que Cassirer señale poco después que “los
grandes pensadores que definieron al hombre como animal racional […] expresaban, más
bien, un imperativo ético fundamental”.10 La identificación entre lenguaje y razón conduce
no sólo a una restricción en el seno del lenguaje, sino también en la conducta humana. El
esfuerzo de Cassirer se dirige así a reconocer la multiplicidad de facetas de lo humano,
intentando no imponer ningún parámetro de conducta por sobre otro.

Asimismo, resulta de interés comparar el párrafo citado más arriba con un momento
posterior del trabajo de Cassirer. En el capítulo XII, el autor observa la operación
simultánea, en toda obra cultural humana, de una fuerza conservadora y una tendiente a la
modificación. El lenguaje aparece entre las obras culturales sometidas a tales fuerzas. Los
aspectos racionales del lenguaje, particularmente el orden lógico, precisan de la

9
Ibíd. p. 27.
10
Ibíd.
conservación. Si se identifica el lenguaje con la razón, cualquier cambio en el seno del
lenguaje ha de verse como algo negativo o al menos indeseable pero inevitable: un mal
necesario. Cassirer, en cambio, observa en las modificaciones del lenguaje uno de sus
aspectos fundamentales, reconociendo además que tales modificaciones dependen de los
elementos lingüísticos ligados a la creatividad artística, particularmente los de la poesía: “si
el lenguaje tiene necesidad de una renovación constante en su desarrollo no encuentra
fuente mejor ni más honda que la poesía”.11 Así, al reconocer los elementos lingüísticos
“olvidados” por la tradición, Cassirer los reivindica, y reivindica sus efectos como una
parte fundamental del lenguaje, y no como una desviación inevitable de un orden racional
al que el lenguaje debiera atenerse. La modificación artística y la conservación racional son
de hecho “los dos elementos y condiciones indispensable de la vida del lenguaje.”12

Bibliografía

Cassirer, Ernst, Antropología filosófica, trad. Eugenio Ímaz, FCE, México D.F., 1967.

11
Ibíd., p. 196.
12
Ibíd., p. 195.

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