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Las vacunas funcionan para inducir al sistema inmunológico contra “ataques” futuros de una
enfermedad en particular. Existen vacunas contra patógenos virales y bacterianos, o agentes
causantes de enfermedades.
Las vacunas están diseñadas para generar una respuesta inmunológica que protegerá a la
persona vacunada de exposiciones futuras a la enfermedad. Sin embargo, los sistemas
inmunológicos individuales son tan diferentes que, en algunos casos, el sistema inmunológico
de la persona no generará una respuesta adecuada. Como resultado, no estará protegido con
eficacia después de la vacunación.
Dicho esto, la eficacia de la mayoría de las vacunas es alta. Después de recibir la segunda dosis
de la vacuna MMR (sarampión, paperas y rubéola), o la vacuna independiente contra el
sarampión, un 99.7% de las personas vacunadas quedan inmunes contra el sarampión. La
vacuna inactiva contra la polio ofrece un 99% de eficacia después de tres dosis. La vacuna
contra la varicela tiene entre un 85 y un 90% de eficacia en la prevención de todas las
infecciones contra la varicela, pero es 100% eficaz en la prevención de varicela moderada y
grave.
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Actualmente, el programa de inmunización infantil de EE.UU., para niños desde que nacen
hasta los seis años de edad, recomienda vacunarse contra 14 enfermedades diferentes. A
algunos padres de familia les preocupa que esta cifra parece elevada, particularmente porque
algunas de las enfermedades vacunables son ya muy raras en Estados Unidos.
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Cada vacuna del programa se recomienda debido a los riesgos que representa la infección en
estado natural.
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¿Es mejor la inmunidad natural que la inmunidad adquirida por las vacunas?
En algunos casos la inmunidad natural dura más que la inmunidad obtenida por la vacuna. Sin
embargo, los riesgos de la infección natural sobrepasan los riesgos que implica cada vacuna
recomendada. Por ejemplo, la infección por sarampión silvestre provoca encefalitis
(inflamación del cerebro) en una de cada 1,000 personas infectadas; en general, la infección
por sarampión mata a dos de cada 1,000 personas infectadas. En contraste, la vacuna
conjugada MMR (sarampión, paperas y rubéola) tiene como resultado una reacción alérgica
grave en solo una de cada millón de personas vacunadas, al mismo tiempo que previene la
infección por sarampión. Los beneficios de la inmunidad adquirida por la vacuna superan
considerablemente los riesgos graves de la infección natural (si desea más información sobre
este tema, consulte nuestra Actividad para entender los riesgos).
Además, las vacunas contra Hib (Haemophilus influenzae tipo b) y tétanos en realidad brindan
una protección más eficaz que la infección natural.
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No se ha entendido del todo por qué la duración de la inmunidad adquirida varía con las
diferentes vacunas; algunas ofrecen inmunidad a largo plazo sólo con una dosis, mientras que
otras requieren refuerzos para mantener la inmunidad. Las investigaciones recientes han
sugerido que la persistencia de la inmunidad contra una enfermedad en particular podría
depender de la velocidad típica que tiene el avance de la enfermedad en el cuerpo. Si una
enfermedad avanza con mucha rapidez, la respuesta de la memoria del sistema inmunológico
(es decir, los “anticuerpos guardianes” generados después de una infección o vacunación
previa) tal vez no sea lo suficientemente rápida como para prevenir la infección, a menos que
se le haya “recordado” la enfermedad hace relativamente poco tiempo, y por ello esté
percatado de ella. Los refuerzos sirven de “recordatorio” al sistema inmunológico.
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Me invitaron a una fiesta para contagiar la varicela. ¿Sería mejor que mi hijo se enfermara de
varicela de esta manera? ¿Por qué nos vacunamos contra una enfermedad leve como la
varicela?
Incluso los casos poco complicados de varicela ocasionan que los niños pierdan una semana o
más de clases, y que alguien falte al trabajo para cuidar al niño enfermo.[1] La infección
natural significa también un riesgo de infectar a otros: aunque una vacunación exitosa protege
a un niño contra la varicela sin este riesgo, los niños infectados con la varicela son contagiosos
de manera natural, pueden contagiar la enfermedad a otras personas: no sólo a otros niños,
sino también a adultos, quienes tienen un mayor riesgo de complicaciones por la enfermedad.
Mientras tanto, la vacuna contra la varicela previene habitualmente contra una infección
futura por la enfermedad. En casos raros, donde la persona no desarrolla una protección
adecuada por la vacuna para prevenir una infección a futuro, comúnmente la infección por
varicela es leve, tiene menos síntomas y termina más pronto que la infección natural (no
obstante, la gente con esta forma leve es contagiosa, y se debe tener cuidado de no exponer a
otros al virus).
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¿Podemos contraer una enfermedad supuestamente prevenida por la vacuna? ¿Y por qué
algunas vacunas tienen patógenos vivos, pero otras patógenos muertos?
Las vacunas que se producen con versiones muertas de los patógenos (o con solo una parte del
patógeno) no pueden provocar la enfermedad, cuando una persona recibe este tipo de
vacuna, es imposible que contraiga la enfermedad.
Las vacunas vivas atenuadas (o debilitadas) en teoría pueden provocar la enfermedad, porque
todavía es posible que se repliquen (aunque no bien) o que muten, lo cual puede tener como
resultado una forma virulenta del patógeno. Sin embargo, están diseñadas tomando esto en
cuenta y se atenúan para minimizar esta posibilidad. La reversión a una forma virulenta es un
problema en algunas formas de la vacuna oral contra la polio (OPV, por sus siglas en inglés), y
por eso en Estados Unidos actualmente sólo se usa la forma inactiva (IPV).
Es importante señalar que las vacunas atenuadas pueden provocar problemas graves en
personas con sistemas inmunológicos debilitados, como en los pacientes con cáncer. Estas
personas podrían recibir una forma muerta de la vacuna, si la hubiera disponible. De no ser así,
los médicos podrían recomendarles que no se vacunen. En estos casos, las personas dependen
de la inmunidad colectiva para protegerse.
En cuanto a por qué algunas vacunas contienen patógenos vivos y otras patógenos muertos,
las razones varían según la enfermedad. Sin embargo, en general, las vacunas vivas atenuadas
generan una inmunidad más duradera que las vacunas muertas. Por lo tanto, es más probable
que las vacunas muertas requieran refuerzos para mantener la inmunidad. No obstante, las
vacunas muertas también tienden a ser más estables para fines de almacenamiento, y no
pueden provocar la enfermedad. La comunidad médica debe tomar en cuenta las ventajas y
desventajas al decidir el criterio que se va a emplear contra una enfermedad en particular.
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Sí. Los estudios demuestran que los sistemas inmunológicos de los bebés pueden recibir
muchas vacunas a la vez, más que la cantidad que se recomienda actualmente. El programa de
inmunización se basa en la capacidad que tienen los bebés para generar respuestas
inmunológicas, y en el riesgo a contraer ciertas enfermedades. Por ejemplo, la inmunidad que
le transmite la madre al bebé al nacer solamente es temporal, y usualmente no incluye
inmunidad contra polio, hepatitis B, Haemophilus influenzae tipo b y otras enfermedades que
se pueden prevenir con las vacunas.
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¿Por qué hay una nueva vacuna contra la influenza cada año?
A diferencia de la mayoría de las vacunas, que contienen las cepas más comunes, y que rara
vez cambian, de un patógeno dado (si existe más de uno), la vacuna contra la influenza
estacional cambia cada año. Esto se debe a que las cepas de virus de la influenza en circulación
cambian continuamente. Cada año, los investigadores eligen los virus que tienen más
posibilidades de circular en el curso de la próxima temporada de influenza, y en base a estos se
hace la vacuna para proteger contra las cepas más dominantes. Así que cuando reciba una
vacuna contra la influenza estacional, no está recibiendo otra “dosis” más de la misma vacuna
contra la influenza. Más bien, recibe protección contra un grupo totalmente nuevo de virus de
la influenza.
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¿Por qué la alergia al huevo es una contraindicación para recibir algunas vacunas?
Algunas vacunas, que incluyen a la mayoría de las vacunas contra la influenza, se cultivan en
huevos de pollo. Durante el proceso para crear la vacuna se extrae la mayor parte de la
proteína del huevo, pero hay inquietudes sobre las posibles reacciones alérgicas que podría
generar una vacuna a las personas que son alérgicas al huevo.
Un informe reciente descubrió que la mayoría de los niños alérgicos al huevo que recibían una
vacuna contra la influencia no tuvo reacciones adversas; aproximadamente 5% de los niños en
el grupo de estudio desarrolló reacciones relativamente leves como urticaria, la mayoría de las
cuales se resolvió sin necesidad de tratamiento.[2] Se realizan investigaciones adicionales para
estudiar más a fondo esta situación.
En la mayoría de los casos, sólo a personas con una alergia grave al huevo (que ponga en
peligro la vida) se les recomienda que no reciban vacunas basadas en huevos. Su médico
puede proporcionarle información específica.
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Esta posibilidad se hizo pública después de que un médico británico afirmó, a través de un
de1998, que tenía evidencias que probaban que la vacuna MMR (sarampión, paperas y
rubéola) estaba vinculada al autismo. Se ha explorado meticulosamente ese posible vínculo; un
estudio tras otro no han encontrado dicho vínculo, y el Lancet, que publicó el estudio original
de 1998, lo retiró formalmente. También se realizaron estudios acerca de la posibilidad de un
vínculo entre el timerosal, un conservante que se usa en algunas vacunas, y el autismo. Una
vez más, no se encontraron vínculos.
Es posible que este mal entendido persista debido a que coinciden los primeros rasgos de
autismo con la vacunación a edad temprana.
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La gente dice que las vacunas están relacionadas con problemas de salud a largo plazo como
esclerosis múltiple, diabetes y autismo, ¿es verdad?
Todas las vacunas tienen posibles efectos secundarios. Sin embargo, la mayoría son leves y
temporales. Los efectos adversos de las vacunas se vigilan cuidadosamente a través de varios
sistemas de información que no han corroborado estas afirmaciones.
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Se realizan numerosas pruebas a las vacunas antes de que las aprueben, y después de su
lanzamiento se les sigue vigilando por si hubiera reacciones adversas. Consulte más
información y detalles sobre este tema en nuestro artículo sobre las pruebas y la seguridad de
las vacunas.
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¿Acaso no es cierto que una mejor higiene y nutrición fueron responsables de la reducción en
la tasa de mortalidad y enfermedad, más que las vacunas?
Las mejoras a la higiene y nutrición, entre otros factores, ciertamente puede reducir la
incidencia de algunas enfermedades. Sin embargo, los datos que documentan la cantidad de
casos de una enfermedad, antes y después de introducir una vacuna, demuestran que las
vacunas son ampliamente responsables de las mayores disminuciones en las tasas de
enfermedades; por ejemplo, entre 1950 y 1963, los casos de sarampión variaban entre
300,000 y 800,000 anuales en Estados Unidos, pero en esa época se comenzó a usar
ampliamente una vacuna contra el sarampión autorizada oficialmente. Para 1965, se vio una
disminución considerable en los casos de sarampión en EE.UU. En 1968, se reportaron
aproximadamente 22,000 casos (una disminución del 97.25% del máximo de 800,000 casos en
apenas tres años); para 1998, la cantidad de casos era en promedio de unos 100 al año o
menos. En la mayoría de las enfermedades para las cuales se tenían vacunas disponibles se vio
una disminución similar después de la vacunación.
Quizá la varicela es la mejor prueba de que las vacunas, y no la higiene y la nutrición, son
responsables de la caída brusca en las tasas de enfermedad y mortalidad. Si la higiene y la
nutrición por sí mismas fueran suficientes para prevenir enfermedades infecciosas, las tasas de
varicela hubieran disminuido mucho antes de introducir la vacuna, que no estuvo disponible
hasta la mitad de la década de 1990. La cantidad de casos de varicela en Estados Unidos a
inicios de la década de 1990, antes de que se introdujera la vacuna en 1995, era
aproximadamente de cuatro millones al año. Para 2004, la incidencia de la enfermedad había
disminuido aproximadamente en un 85%.
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¿Por qué no podemos erradicar otras enfermedades, como lo hicimos con la viruela?
En teoría, casi cualquier enfermedad infecciosa para la cual exista una vacuna eficaz debería
ser erradicable. Con un grado suficiente de niveles de vacunación y coordinación entre
organizaciones de salud pública, se puede prevenir que una enfermedad adquiera fuerza en
cualquier parte; tarde o temprano, sin nadie a quien infectar, debe desaparecer (una
excepción notoria es el tétanos, que es infecciosa, pero no contagiosa, y la ocasiona una
bacteria que se encuentra normalmente en heces de animales, entre otros lugares. Por lo
tanto, el tétanos no se podría erradicar sin eliminar totalmente del planeta a la bacteria
Clostridium tetani.)
Tal vez lo más importante es que, por lo general, los pacientes con viruela no alcanzan su nivel
más alto de inefectividad (es decir, su capacidad de infectar a otros) hasta después de que
aparecen las erupciones en la piel. Como resultado, una acción rápida para poner en
cuarentena a las personas infectadas cuando brotaban las erupciones en la piel, dejaba, por lo
general, bastante tiempo para vacunar a alguien que ya había sido expuesto, y prevenir
exposiciones adicionales. Muchas enfermedades infecciosas no permiten este tipo de tiempo
de reacción; por ejemplo, los pacientes con sarampión pueden ser infecciosos hasta cuatro
días antes de que aparezcan las erupciones en la piel del sarampión. Como resultado, pueden
contagiar el virus a muchas, muchas otras personas antes de que alguien se entere siquiera
que ha sido infectado.
Mucha gente todavía piensa que es posible erradicar ciertas enfermedades. Se hacen
esfuerzos continuos para erradicar la poliomielitis y la dracontiasis (infección por el gusano de
Guinea), y ambas se han eliminado en muchas regiones, pero siguen siendo endémicas en
varios países. Mientras tanto, en 2008, el Equipo Operativo Internacional del Centro Carter
para la Erradicación de Enfermedades declaró que cinco enfermedades adicionales podrían ser
erradicables: filariasis linfática (elefantiasis), sarampión, paperas, rubéola y teniasis.[3]
[Si desea más información sobre este tema, consulte nuestro artículo sobre erradicación de
enfermedades.]
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En la década de 1990 algunas críticas comenzaron a circular sobre una vacuna contra la polio
debilitada y viva que se probó en África en la década de 1950, y que se vinculó con la
propagación del Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (SIDA). Quienes estaban detrás de
la acusación argumentaban que se habían usado células de chimpancé para crear la vacuna, y
que estaban contaminadas con un virus que les afecta en ocasiones: el Virus de la
Inmunodeficiencia Símica, o VIS. También argumentaban que cuando se aplicó la vacuna a los
niños de África, el VIS mutó para convertirse en virus de la inmunodeficiencia humana o VIH,
que provoca el SIDA.
Sin embargo, se demostró que las acusaciones eran falsas por diversas razones. Lo más notorio
es que la vacuna contra la poliomielitis debilitada no se producía con células de chimpancé,
sino con células de mono. La vacuna se probó posteriormente con una técnica que puede
detectar el ADN viral (la técnica PCR, por sus siglas en inglés, que significan reacción en cadena
de la polimerasa); no contenía ni VIS ni VIH.
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Las vacunas contra la poliomielitis desarrolladas por Jonas Salk y Albert Sabin a mediados del
siglo XX se producían a partir de células de mono. Años después, el microbiólogo Maurice
Hilleman descubrió un virus de mono en ambas vacunas: el 40o Virus de mono descubierto, al
cual le llamó virus símico 40 (SV40) (la vacuna muerta de Salk, que había sido tratada con
formaldehído, tenía cantidades muy pequeñas del virus; la vacuna viva de Sabin estaba
intensamente contaminada). Preocupado por los posibles efectos que podría tener el virus en
los humanos, Hilleman lo inyectó en hámsters, y descubrió que casi todos habían desarrollado
enormes tumores cancerosos. Sin embargo, el pánico inicial ocasionado por esa situación
cedió ante estudios posteriores.
En primer lugar, los hámsters que ingirieron SV40, en lugar de que se los inyectaran no se
enfermaron de cáncer. La vacuna viva de Sabin (que contenía más SV40 que la de Salk) fue
aplicada oralmente. Estudios adicionales mostraron que los niños a quienes se aplicó la vacuna
de Sabin no desarrollaron anticuerpos para la SV40; simplemente pasó por su sistema
digestivo y nunca ocasionó infección.
Por lo tanto, únicamente la vacuna de Salk era la única con posibles consecuencias, ya que
aunque contenía muy poco SV40, se aplicaba por inyección. Estudios realizados ocho, quince y
treinta años después de que las vacunas contaminadas por SV40 se habían aplicado a niños,
descubrieron que tenían la misma incidencia de cáncer que los grupos no vacunados. No
existen pruebas creíbles que sugieran que la SV40 provocó alguna vez cáncer en humanos.