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Nunca nadie me pegó tanto como mi hijo

Roberto Fontanarrosa

Tu niño cumplió ya dos años y ha dejado de ser el bebé rubicundo y gordinflón que
conocieras. Su pequeño cuerpo se ha estilizado, sus orejas tienden a separarse del cráneo y
esboza frases inconexas, al aparecer intrascendentes. Por supuesto, Pedrito no evolucionará igual
que Luisito ni Josesito lo hará igual que Samuelillo, pero está llegando el momento en que verás a
tu hijo desplazarse por la casa con cierta peligrosa libertad y manifestando un particular interés por
los artefactos eléctricos.

Es el momento en que el niño va abandonando su cápsula lactante y se convierte en un


mamífero atento y vivaz, pronto a ingerir sus primeras dosis de alimento sólido, como carne
sangrante o brea, y otros bocados de materia consistente como hule, trozos de trapos y el
apetecible cotín que recubre el sillón del living. Es lo que se llama "pre-madurez del lactante"
(ancianidad post-lactal), o, como bien lo ha definido el doctor Ambrose Sweeney, asesor
psicopedagógico de la Fuerza Aerea Canadiense: "bebé en retiro efectivo".

El niño se siente seguro sobre sus dos cortas y robustas piernas, su olfato se ha agudizado al
punto de diferenciar con cierta facilidad un tarro de leche en polvo de un manojo de tréboles, y sus
ojos están adquiriendo el ángulo de visión adecuado que lo acompañará toda la vida. Tu hijo ya lo
sabe, pero tú no lo has advertido: ese pequeño cuerpo se está convirtiendo en una insensata
máquina de violencia.

Comenzará con destrucciones menores, y la casa, hasta el nivel que pueda alcanzar su
mano inquieta extendida, sufrirá el flagelo de su agresividad.

"En esa edad —asevera el doctor belga Ditier Comés—, el niño es receptáculo de un sinnúmero de
hechos que recepciona como agresiones lisas y llanas: la fécula que no le agrada, el pañal que lo
aprisiona y los mismos barrotes de la cuna, son datos puntuales que despiertan en él resquemor e
ira."

Poco a poco, caerán bajo su atención, en apariencia errática, los más frágiles y accesibles
adornos de tu casa, aquellos que tú y tu esposa más quieren y que con más cuidado conservan. El
profesor Armando Boy de la Universidad de Quito, Ecuador, se ha ocupado de este particular
momento.

"He estudiado años el comportamiento de los chivos, en el sudeste asiático —nos revela—. He
visto casas de campesinos totalmente devastadas hasta la línea imaginaria que alcanza la
voracidad de estos rumiantes. Ellos devoran lo que esté al alcance de sus dientes. Es por eso, y no
por la crecida de los ríos, que muchos campesinos construyen sus chozas sobre pilotes elevados.
Lo hacen procurando escapar de la codicia de los cabríos. El caso guarda una increíble similitud
con el de los infantes de alrededor de dos años y su patológica ambición destructiva del hábitat. "
Pero el costado más crucial y sensible que deberás cuidar en tu hijo es el de la violencia que
él revertirá sobre tu propia persona o sobre tu esposa, en apariencia sin proponérselo realmente.
Toni es un chiquillo inquieto y regordete que ha cruzado el umbral de los dos años sin sufrir la
conocida "crisis del bienio". Su padre lo ha alzado amorosamente y, sentándoselo sobre su regazo,
ambos contemplan la pantalla del televisor. El padre de Toni desea gozar de su programa favorito
pero, al mismo tiempo, disfrutar del contacto físico con su hijo, aspecto que tanto le ha remarcado
su psicoanalista.

Toni parece estar interesado en la música y los colores que advierte en el televisor y, los dos,
padre e hijo, conforman un plácido cuadro hogareño. Cada tanto, mecánicamente, el padre de
Toni, se inclina un poco y besa a su hijo en la cabeza. De repente y a renglón seguido de uno de
estos besos fraternales, Toni dispara su cabeza hacia atrás con la velocidad y la violencia de
retroceso de un obús. Se escucha un ruido de piezas dentarias desprendidas y el padre cae
desarticuladamente sobre el respaldo de su sillón predilecto con el rostro bañado en sangre.
Hechos como éstos se repiten a montones en esta época de los niños. El padre de Toni deberá
reprimir su instinto animal de castigarlo, si es que el golpe le ha dejado rastros de vida consciente.
La madre hará las veces de buena componedora y el pequeño Toni se mostrará sorprendido o
alarmado por los gritos convulsivos y gemidos desgarradores del padre.

"Así como los fuertes se aprovechan de su fortaleza —dictamina Jairo Sapucar, profesor de
conducta infanto-juvenil de la Universidad de Bogotá— los niños se aprovechan de su debilidad.
Gozan de la impunidad de los inocentes."

"El león —agrega Hermengildo Da Silva, dietólogo uruguayo— es el único animal que duerme
tranquilo. Su poder es tan grande que sabe que nadie se atrevería a atacarlo. En el bebé se da el
mismo caso. Transita su sueño sin signos de temor o desconfianza, consciente de que sólo una
criatura monstruosa y repugnante osaría herirlo."

El cuerpo de tu hijo se ha convertido en una masa gelatinosa y amorfa que, no obstante,


oculta aristas duras, ángulos dañinos, salientes traicioneras. Sus articulaciones parecen
inexistentes y, más de una vez, te sorprenderás comentando con tu mujer la facilidad con que
flexiona una rodilla, distorsiona una pierna o pliega un brazo en posiciones supuestamente
imposibles de alcanzar.

Cae al suelo y su consistencia gomosa y flexible amortigua golpes, aminora impactos, reduce
efectos. Sin embargo, lo oirás llorar con asiduidad ante el menor tropiezo. El motivo es muy simple:
el niño finge. Finge para darte a entender que a él también le duelen los golpes y que evitará tanto
como tú o el resto de los mortales dañarse. Pero no es cierto y sólo está procurando que tú te
confíes y bajes la guardia.

Si lo observas con detención luego de que se ha propinado un golpazo con algún elemento
duro, lo oirás llorar como un condenado un minuto o dos, a lo sumo. Luego parará como si nada le
hubiese ocurrido, para continuar sus juegos con total naturalidad. Es más, si tú o tu mujer no están
cerca es posible que ni siquiera llore o lo haga espiando para calibrar la posibilidad de que puedan
oírlo.
"Nadie nunca me pegó tanto como mi hijo —relata Roy G. Dunedin, medio scrum de los All Blacks
y 114 veces internacional defendiendo los colores de Nueva Zelanda—. Y conste que me las he
visto con los más fieros forwards del mundo. Su táctica consiste en subirse a mi cama cuando yo
me encuentro leyendo o dormitando. Generalmente da unos pasos sobre la insegura superficie
mullida y suelo alarmarme ante su escasa estabilidad, pero pronto me tranquilizo al ver que se
entretiene chupando un pedazo de frazada o mordiendo un almohadón. Es cuando él aprovecha
para caer sobre mí con un salto de felino. Días atrás me golpeó con su rodilla en el tórax y sufrí la
fractura de cuatro costillas. De allí en más traté de desalentarlo con el recurso del hand off, pero mi
mujer me ha amenazado con abandonarme si continúo haciéndolo "

No te será fácil sustraerle al reflejo condicionado del golpe o la réplica feroz cada vez que tu
hijo te agrede en semejante forma. La entereza, la abnegación y el estoicismo serán valiosas
ayudas que lograrán mantenerte calmo y sosegado cada vez que seas objeto de ataques de tal
vileza. El consejo de tu psicoanalista o la palabra sabia del pastor de tu congregación serán
respaldo y basamento de un comportamiento firme y medido, propio de un padre que quiere ver
intacto el respeto que su hijo profesa por él. Un buen abogado, incluso, te mantendrá al tanto de las
penalidades que puede sufrir aquel progenitor que golpee, con razón o sin ella, a su descendencia.

"El niño, a esa edad paradigmática de los dos, tres años —asegura la doctora Lidia Catalano de
Amestoy— está buscando límites. Los límites de la resistencia al dolor en sus padres. Desea saber
cuánto aguantan éstos sin gritar, sin prorrumpir en alaridos, soltar las lágrimas o azotarlo con una
vara. Este conocimiento le será de enorme valor informativo, de allí en adelante."

Podrás advertir también cómo las rosadas encías de tu hijo se han visto embellecidas por dos
pequeños dientes arriba y otros dos dientecillos, abajo. Ese auspicioso hecho, que revela al
mamífero cachorro y que te brinda la constancia indudable de que tu pequeño se aleja
paulatinamente del marsupial, será, asimismo, otro rasgo de su conducta brutal hacia tu persona y
la de tu esposa.

"Mi marido se desmayó antes de llegar al hospital —confiesa Delia Begé de Saccone—. Había
perdido muchísima sangre y debieron hacerle una transfusión en medio de la calle. Estaba jugando
con Luisito en el piso cuando éste acertó a morderlo en una pierna, en la parte interna del muslo,
seccionándole la arteria femoral. Le salvaron la vida por milagro."
Sucesos como éste son minimizados por el mismo niño, casi siempre sonriendo francamente, o
bien riendo con esa gracia encantadora que tienen los pequeños cuando ven a una persona
grande, no muy ágil ni muy armónica, revolcándose por el suelo en tanto se oprimen con
desesperación la zona afectada.

Deberás acostumbrarte también a la hilaridad cómplice e irresponsable del resto de los


presentes, si los hay, que de esta forma avalan y festejan un deleznable acto perpetrado por un
niño, usufructuando ese plus de Impunidad que les confiere la edad y las leyes. Por hechos
menores un adulto iría a parar con sus huesos en la cárcel por el resto de sus días.
Así como no hay normas generales que abarquen las conductas incoherentes y sorpresivas
de los pequeños, así como Josesito preferirá el cabezazo artero en tanto Pedrito optará por el
rodillazo en la mandíbula, no debes descuidar el momento en que tu pequeño alcance lo que se ha
dado en llamar "altitud neurálgica", "altura de colisión" o "nivel de alerta rojo". Y es el momento
cuando cabeza y puños del niño están alcance de tus genitales. Esa criatura encantadora y
angelical que viene a tu encuentro con una sonrisa maravillosa, balbuceando el conmovedor
intento de "pa-pá" o "ma-má", para tu deleite y gozo, es el mismo que acelerará en los últimos
tramos de su carrera conviniendo la dura corteza de su cráneo en un proyectil misilístico, para
incrustártelo en la sensitiva área de tus genitales. Con la limpia certeza con que el cuerno del toro
busca la débil piel ventral del equino, con la ancestral seguridad con que los grandes gatos buscan
la yugular tibia de sus presas, los puños de tu hijo, en su constante e hipnótico revolotear, te
sacudirán, puntual e indefectiblemente, en el bajo vientre, para doblarte en dos como un pelele,
quitarte el aire, expulsarte los ojos de sus órbitas y catapultar una irreprimible sensación de vómito
hasta la garganta.

"El niño intuye cuál es la función de dichos órganos —aclara la profesora Ayetel Hüseyin, de la
Universidad de Bursa, Turquía—. Presume, y presume bien, que allí reside el peligro de contar en
corto lapso con otro hermanito que venga a turbar su regocijante soledad. Y si por el contrario, ya
tiene hermanos, su objetivo será de orden punitivo, admonitorio y de advertencia: no vuelvan a
hacerlo."

De cualquier manera, ni tú ni tu esposa deben dejarse arrastrar por la irresponsabilidad de un


menor de edad, hacia una espiral de violencia de la cual nadie sabe bien, a ciencia cierta, si se
puede regresar.

"En 1967, en Irlanda —advierte el Coronel Kerry Bailey del ejército británico— la subversión
armada del IRA me puso en la misma situación difícil en que me pone ahora mi pequeño Sheen.
Golpeban y golpeaban procurando desatar nuestras represalias para justificar nuevos golpes. Fue
difícil mantener la cordura. Yo le recomendé a la señora Thatcher que no cediéramos ante lo
avieso de la campaña, ni frente al IRA, ni frente a Sheen. Pero la "Dama de Hierro" envió tropas
especiales a mi casa."

Si bien este artículo parecer ser sólo un cúmulo de advertencias y prevenciones en relación
con tu hijo, debes prepararte a disfrutarlo de la mejor forma, sin optar por responder con la misma
moneda, dado que luego él crecerá, se tornará más compresivo, menos torpe, a la par que más
fornido y corpulento, por lo que no es para nada conveniente marcar a fuego en su impecable
memoria la idea magnificada de la venganza.

Un año pasa rápido y pronto tu hijo entrará en la zona de los tres o cuatro años, atravesando
indemne la barrera del lenguaje. Y así como Pedrito procurará alcanzar la manija de la olla que
contiene líquido caliente y Arturito tratará de introducir un alambre en el tomacorriente, bien puede
tu niño sorprenderte con alguna otra suerte tan intensa como apasionante. Pero eso es tema para
otro capítulo, al que hemos dado en llamar "Mi hija me tiró con la tijera"."

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