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Introducción
1Antropólogo por doble caída (Licenciatura y Maestría), profesor investigador de tiempo completo de la
Academia de Arte y Patrimonio Cultural de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, desde el año
2004, por lo cual, desde septiembre pasado, estamos celebrando mis XV años como docente Uacemita.
sin dejar de lado la necesidad de afinar constantemente el uso de dichas
herramientas y considerandos antropológicos en mis estudios de doctorado.
En el simposio que nos plantea el Mtro. Pablo Felipe (aprovecho para agradecer la
oportunidad de participar en esta mesa temática, lo mismo a Norma Barranco y
demás organizadores del evento), la premisa nos sugiere reflexionar sobre el trabajo
del historiador en campo. Antropología e historia, independientemente de las ligeras
peculiaridades de forma o método, implican el uso de la etnográfía e historia cultural
regional para describir y luego analizar el espacio y tiempo de lo que nos interesa
atender, para posteriormente, procesarlos en la construcción de un modelo o
abstracción según se considere y posteriormente, hacer las interpretaciones
correspondientes.
Este trabajo de campo lo realicé a principios de la década de los años ochenta, por
lo cual mi incipiente Alzhaimer puede jugarme alguna mala pasada de traslape de
tiempo u olvido. Antes de salir a campo, era necesario armar parte del recetario
metodológico. El trabajo de gabinete fue fundamental para definir y acotar una serie
de aspectos del tema que nos interesaba. La búsqueda de información de la
comunidad, la región y el estado, fueron aspectos fundamentales para tener
información cuantitativa y cualitativa, pero de igual manera destacaba una serie de
problemáticas que se iban generando en la región. Cosa curiosa, el registro de la
información de gabinete implicaba pasarnos casi todo el día en la biblioteca del
Museo de Antropología, en el cual, parte del ritual era revisar esos innumerables
archiveros, para luego hacer una extensa solicitud de libros y muy rara ocasión,
tener el privilegio de acceder a alguno de los del “Fondo reservado”, para lo cua
debíamos cumplir con el protocolo correspondiente. Confieso mi envidia por
aquellas personas que lograron transitar a los gabinetes con cámaras fotográficas
y un equipo de luces, para poder fotografíar apartados de textos restringidos.
Con la información estadística, de la región, del campo y del tema, teníamos en
términos generales un primer acercamiento a nuestra comunidad de estudio. La
primera decepción fue darnos cuenta que una cosa era lo que queríamos atender y
otra, lo que vivían el municipio y la comunidad, vivían cotidianamente y que
lográbamos registrar en hemerotecas estatales, resaltando la cantidad de notas
rojas o amarillas sobre la comunidad que investigábamos y que poco o nada tenían
que ver con nuestro tema de investigación.
Metafóricamente fui “estudiante con los bolsillos rotos del pantalón”, lo que significó
buscar apoyos económicos complementarios a la beca que tuve en la ENAH, cada
vez que era posible. En una ocasión, el profesor del taller nos invitó a participar en
un rescate de archivos históricos en el municipio de Cuetzalan, obteniendo un apoyo
económico simbólico. Luego de una capacitación express en el AGN, agentes de
tránsito poblanos nos trasladaron en camiones de pasajeros que habían retenido (si
hubieran sido estudiantes, dirían que fueron secuestrados) hasta los municipios que
debíamos atender. Un funcionario municipal nos recibió a los cuatro estudiantes que
participaríamos, nos llevó al hospedaje y lugar donde nos alimentaríamos. Al día
siguiente comenzamos la labor de sacar cientos de documentos apilados de un
cuarto que servía de archivo muerto. El municipio y la Sierra Norte de Puebla por
cierto, reciben los vientos del Golfo de México, lo que implica un alto índice de
humedad. De la capacitación a la actividad que tuvimos que hacer (llevábamos
brochas, guantes, cubrebocas…), la proyección se quedó corta. Teníamos menos
de una semana para hacer la talacha y las autoridades municipales no sólo nos
presionaban para terminar, sino que uno de sus funcionarios buscaba cualquier
pretexto para que pudiésemos rastrear las partituras musicales que pudiesen estar
traspapeladas y que se las entregásemos, actuando como un vil saqueador.
No hay peor sordo. Las sugerencias de mi profesor del Taller, las comentaba para
muchos que no conocíamos la Sierra ni habíamos salido de trabajo de campo. Ahí
comprobamos que la distancia entre dos puntos -o comunidades, no se establece
con la línea recta, sino por la cantidad de subidas y bajadas, curvas y empinados
entre ambos. Aprendí que “aquí a la vuelta”, no es al lado, sino que la distancia
puede traducirse en un desplazamiento que lo mismo pueden ser unos cuantos
minutos, hasta varias horas, más si no se tiene la agilidad para caminar en la sierra.
Llegar a la comunidad con una carta dirigida a las “autoridades civilies, militares o
religiosas” no significaba tener las puertas abiertas. Implicaba un primer
acercamiento en el que supuestamente íbamos a investigar. Lo irónico es que
nosotros éramos los investigados. Llevar más de una guía de entrevista,
cuestionarios, guías de observación, de todos esos materiales, al menos más de la
mitad sirvieron apenas para describir algunos puntos y luego, modificarlos en
contextos en los que siempre buscamos no tener empatía con algún grupo que nos
generara la antipatía de otros contrarios o nada afines. Estar en la comunidad,
significaba evidenciar nuestra identidad y otredad ante el diferente, el de enfrente,
el ajeno, el otro.
Esto fue hasta el año de 1996, cuando con una nueva jefa en una ventanilla de
atención a mujeres indígenas del entonces INI, me motivó a que terminando mi labor
en ese proyecto, continuara el análisis y conclusiones de mi tesis de licenciatura. El
último día laboral de diciembre de ese año me titulé en mi querida ENAH, con
mención honorífica y recomendación para publicación de tesis. La última sugerencia
de dos de mis lectores: estudia una maestría.
El nombre de “La Sierra Negra” en sí, ya es sugerente por si misma. Era el segundo
año de la Maestría que estaba cursando. Uno de los profesores de la institución
donde la cursé se encargaron de darnos la bienvenida: “ni esperen ingresar a
trabajar aquí…” Por causas que no viene al caso señalar, cambié de tema de tesis
y por consiguiente, los profesores de ese centro, decidieron que la directora que
tenía asignada, debía ser cambiada. Otro profesor apeló que yo cumplía los
requisitos para ser su tutorado. Así, sin considerar al estudiante, cual carta que se
intercambia en un juego de azar o peón de un juego de ajedrez, me cambiaron de
tutor sin considerar mi opinión.
La comodidad de tener un espacio limpio, con agua de llave, sanitario y una cocina,
contrastaba con la pobreza del lugar. Salir a hacer trabajo de campo, no me permitió
mucho éxito en esta primera fase. Caminaba de un lado a otro, hasta que una
profesora del bachillerato a distancia me invitó a que le ayudará “con lo que yo
sabía”, para que “aprendieran sus estudiantes”. Les platiqué de la Antropología,
para que había servido, cómo se utilizaban algunas herramientas de la misma para
incidir en las comunidades. Esta situación fue un arma de dos filos, por una parte
permitió mostrarles que el antropólogo llegaba a realizar una función de
investigación de problemas que el resto de la comunidad no veía, al concerlos
podían incidir en su conocimiento y la posible solucion, en caso de que se pudiera
atender. Lo que les llamó la atención, fue al comentarles de aquello que era
intangible, lo que no se veía pero que ahí estaba. Para las chicas del bachillerato,
les llamó la atención mis casetes con música que ellas no escuchaban en las
estaciones de radio regionales. Para los jóvenes de la comunidad, era el
“antropóngolo”.
La distancia de escasa media hora de camino en tiempo sin lluvia, ahora era de casi
el doble de tiempo. Subidas y bajadas iban acompañadas de derrapes y caídas. En
una de ellas, luego de levantarme, casi de inmediato sentí comezón por todo el
cuerpo. Más adelante, en el colmo de otra caída, mi bota quedó atrapada en el
fango, por lo cual la calceta se llenó de barro. Por primera ocasión me preguntaba
qué estaba haciendo en ese lugar, a esas horas y en esas condiciones. Estaba solo,
pero lo más desolador, me sentía solo.
Fueron tres lectores, dos integrantes del grupo de trabajo de la línea temática de mi
tesis. Una tercera se disculpó, lo que me permitió invitar a mi antigua jefa como
última lectora. En un plazo determinado, ya tenía las observaciones de dos de tres
lectores. Sólo me faltaba uno. Pasaron los meses y no respondía a mis
comunicaciones. Desesperado le fui a comentar a la coordinadora de la Maestría y
me dijo que nada se podía hacer, qué si el lector tardaba el tiempo que considerara
necesario, ellos no podían hacer nada, pues era una actividad honorífica que no
implicaba apoyo económico alguno, aunque como ella comentó en voz baja: “pero
bien que solicitan su carta para los pilones de Conacyt”.
Mi directora de tesis fue electa para un cargo popular, lo que le permitió deshacerse
de los estudiantes que apenas comenzábamos en eso de la Teoría de Género o
aquellos que no habíamos avanzado en el proyecto de tesis sobre esa temática. Su
entonces esposo, otro profesor y funcionario de la misma universidad, me recibió
como su tesista. Luego, una lectora se disculpó de que ya no continuara
apoyándome como lectora de tesis. Finalmente terminé mis estudios. En el año
2004 ingresé como profesor de tiempo completo en la academia de Arte y
Patrimonio Cultural de la UACM. A la tesis le tocó dormir el sueño de los justos
desde entonces. En este caso, tengo tema, tengo problema y sin embargo, la
pregunta de investigación central, nunca la acoté, por lo cual, tengo varias
publicaciones sobre el tema, pero no he consolidado la investigación final para ser
candidato y posteriormente, presentar el examen final. Si de algo sirve comentar,
en la UACM he decido volver a cursar el Doctorado, ahora en Estudios de la Ciudad.
Me tocó armar junto con otros dos docentes el plan de estudios de la licenciatura de
AyPC. En ésta, gran parte de la ruta curricular del Eje de Cultura se sustenta en la
Antropología, no sólo en lo referente a la visión de cultura y patrimonio, sino en la
cuestión metodológica, por lo cual el estudiantado sale con una visión de incidencia
en la vida comunitaria a través de lo que llamamos “gestión y promoción cultural”,
en la cual deben considar acciones tales como la difusión, la animación cultural,
capacitación, entre otros aspectos de incidencia en la sociedad, lo cual entre
colegas, podemos observar que esto es parte de la actividad como “militante”
(López y Rivas, 2005), la antropología por demanda (Segato, 2013), algunas
propuestas híbridas como el enfoque socioantropológico (Guiamet y Saccone,
2015), e inclusive las propuestas metodológicas decolonizadoras y otros más, como
el “buen vivir” (Puentes, 2015), esto por hacer algunas referencias de sus
propuestas estudiantiles.
Hay una gran lección que se gana en esta revisión del trabajo profesional
antropológico. Es la cuestión ética y de compromiso social del profesional con su
quehacer y con la comunidad con la cual comparte o incide su conocimiento. Si me
preguntan, les diré que mi visión se vincula con aquellos profesionales que
estuvieron comprometidos con mi formación a partir de una visión ética. En
contraparte, otros profesionales simplemente se quedaron de lado, de los cuales
por cierto, no vale la pena darles importancia ni gastar tinta en ellos.
El lema de mi universidad “Nada humano me es ajeno”, la frase de Publio Terencio
quedó plasmado en quiénes finalmente, sabemos que nuestro actuar implica el
ejercicio docente de la Antropología para formar profesionalmente a los futuros
especialistas vinculados no sólo con su saber, sino con la comunidad, con la
sociedad, a la cual deben servirles.
Con todo esto, espero haber aportado a la mesa propuesta por el Mtro, Pablo Felipe,
un aporte de mi quehacer antropólogico en campo.
Muchas gracias.
Bibliografía.