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FORMATO PARA EL ANÁLISIS DE LA PROBLEMÁTICA

TÉCNICA DE LOS SEIS SOMBREROS PARA PENSAR

Nombre del estudiante: EDITH DAYANA GONZALEZ VARELA


Grupo al que pertenece: 1700
Problemática objeto del análisis: Esta problemática es de ambito global pues los diálogos o

negociaciones de paz entre el gobierno Colombiano afectan a nivel mundial encabezado por el

presidente Juan Manuel Santos y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia - Ejército

del Pueblo (FARC-EP), también conocidos como proceso de paz en Colombia, fueron las

conversaciones que se llevaron a cabo entre el Gobierno de Colombia (en representación del

Estado) y la guerrilla de las FARC. Estos diálogos tuvieron lugar en Oslo y en La Habana; se

obtuvo como resultado la firma del Acuerdo para la Terminación Definitiva del Conflicto en

Bogotá el 24 de noviembre de 2016.4

La firma del acuerdo de paz estuvo antecedida por los diálogos que tuvieron lugar en: Oslo y

en La Habana. El primer acuerdo de Paz, firmado en Cartagena, según la ley debía refrendarse en

un plebiscito en el que los ciudadanos debían votar «Sí» o «No» al Acuerdo. El resultado final

fue una victoria para el «No».

El resultado del plebiscito obligó al Gobierno a «renegociar» el acuerdo tomando en

consideración las objeciones de los opositores del acuerdo, a la vez que creó incertidumbre sobre

la aplicación legal de los acuerdos.

Tras un periodo de negociación con los promotores del No, el gobierno y las FARC acordaron un

nuevo texto para el acuerdo de paz el cual se firmó el 24 de noviembre en el Teatro

Colón de Bogotá. Este nuevo acuerdo fue ratificado por el Senado de Colombia y la Cámara de

Representantes, el 29 y 30 de noviembre.

Las principales modificaciones al acuerdo suscrito en septiembre se han centrado, según


conocedores del nuevo texto, en garantizar que la propiedad privada no corriera peligro, una de

las exigencias de los partidarios del ‘no’ o en tranquilizar a los sectores ultraconservadores del

país, mediante una nueva redacción de los contenidos relacionados con el punto sobre el enfoque

de género. El voto evangélico fue definitivo para la victoria del ‘no’ el 2 de octubre. El líder de

las iglesias protestantes estima que al menos dos millones de fieles votaron en contra de los

acuerdos, que, a su juicio, privilegiaban a la comunidad LGTBI.

Después del resultado en el plebiscito, que asomó a Colombia a un precipicio de inciertas

consecuencias, el Gobierno y las FARC insistieron en la necesidad de lograr otro nuevo acuerdo

lo más rápido posible. El principal temor era el limbo en el que se quedaban los cerca de 7.000

guerrilleros –y otros tantos milicianos- que frenaron su traslado a las zonas donde se iban a

concentrar e iniciar el desarme. La urgencia del Gobierno y las FARC contrastaba con la

paciencia que reclamaban los vencedores en el plebiscito. Los partidarios del ‘no’, encabezados

por Uribe, insistían en que el nuevo texto requería de un debate sosegado. Quienes apostaron por

el ‘sí’ consideran que la intención de Uribe era retrasar el debate para acercarlo lo más posible al

inicio de la carrera electoral. Colombia elegirá al sucesor de Santos en 2018. El Gobierno Santos

que recibió el Nobel de la Paz unos días después de salir derrotado en el plebiscito ha tratado de

trasladar el mensaje de que el nuevo acuerdo es más completo después de haber recogido las

observaciones de los partidarios del ‘no’, algo que no hicieron durante los cuatro años de

conversaciones iniciales. Además, se ha tratado de hacer ver que las marchas y movilizaciones

solicitando un nuevo acuerdo han sido esenciales para avanzar el nuevo texto.

SEIS SOMBREROS PARA PENSAR


(Eduard De Bono, 1985)
Antes de realizar el análisis de la problemática propuesta por su tutor(a), el estudiante debe
documentarse previamente de otras fuentes, con la finalidad de profundizar sobre el tema y
conocer aspectos como: origen del problema, a quienes afecta, cómo ha evolucionado el
problema, cuáles han sido sus consecuencias e impactos (ejemplo cifras, estadísticas), etc.

Pensamiento neutral. Presenta los hechos tal cual son, con datos objetivos y
sin dejarse influenciar.

El acuerdo de paz entre el gobierno colombiano y las FARC constituye un

hecho de inmensa relevancia en la historia democrática de América Latina.

Marca el fin del conflicto armado y el inicio de un complejo desafío que

significa el proceso de construcción colectiva de las condiciones que harán

posible edificar un futuro mejor, más justo, democrático y libre para millones

de colombianos y colombianas que han sufrido más de medio siglo de

violencia, muerte y dolor.

Pues desde 1982, Colombia ha tratado de negociar siete acuerdos de paz, y en

el transcurso de 34 años hemos fallado seis veces. Un récord que muestra que

gran parte del éxito de hoy se debe a que el presidente Santos recogió

importantes lecciones de sus antecesores. Sí, era clave saber cuándo sentarse

con las Farc, pero más importante, y uno de los grandes méritos de Santos, era

reconocer que la construcción de la paz es una obra histórica y no personal, y

que por ello se sentó a esa mesa de negociación con la historia de nuestros

fallidos procesos en la mano.

Santos inició su mandato como Belisario Betancur, con la paz al frente de sus

propuestas para Colombia. Pero “el plan de paz de Betancur era excesivamente

generoso. Había abogado por una amnistía general para los alzados en armas en

contra del Estado, sin requerir más que las guerrillas depusieran las armas y

retornaran a la vida civil segun” (Henderson, 2015). Jaime Bateman,


comandante del M-19, rechazó su propuesta por considerar que faltaban

reformas sociales y políticas esenciales. Esas negociaciones colapsaron

rápidamente cuando el M-19 se tomó el Palacio de Justicia y el Gobierno

autorizó acciones militares para retomar el control. Mientras tanto, las Farc y el

Partido Comunista cofundaron la Unión Patriótica (UP).

Sin embargo, la lección principal del fracaso de Betancur, y más importante en

el proceso actual, es que la paz no se puede negociar sin apoyo político, y

menos en contra de la ideología del propio partido.

El presidente Virgilio Barco compartía con su predecesor el compromiso con la

paz. Probablemente por la debacle del Palacio de Justicia, su aproximación lo

llevó a limitar el foco de las negociaciones con la guerrilla al desarme e

inclusión política para reafirmar: “... la autoridad del Estado como Estado”

(ibíd.). Pero el gobierno de Barco coincidió con la guerra de los carteles de la

droga contra la administración, con la presión por las inhumanas acciones de

nuevos grupos paramilitares. Estos factores descarrilaron su plan de paz durante

tres años. Aunque Chernick (1996) considera que la estrategia de Barco no

estaba diseñada para terminar el conflicto, sino para mostrar el poder del

Gobierno y deslegitimar a las guerrillas, la historia muestra que, a pesar de

grandes dificultades, el gobierno de Barco firmó tratados de paz con el M-19, el

Quintín Lame y una fracción del Epl. Tres grupos revolucionarios que dejaron

las armas y retornaron a la vida civil. Ese mismo año, 1989, el M-19 se

convirtió en un partido político aún activo (Sequera, 2014).Desde ese entonces,

ningún otro presidente ha firmado un solo acuerdo de paz con un grupo

guerrillero, y por ello el legado de paz del gobierno Barco es el más importante
para entender por qué Santos sí pudo.

 Su implementación pionera de un marco institucional limitado para negociar la

paz se convirtió en la más fuerte de las herramientas en la negociación de La

Habana. Santos impuso una ruta clara, restringida a cinco puntos, que además

excluyó el modelo económico, las Fuerzas Militares, y el cese del fuego

bilateral antes del fin de las negociaciones.

Gaviria asumió la presidencia con el propósito de continuar las políticas de paz

de Barco, pero sus esfuerzos se vieron opacados por la inestabilidad creada por

los asesinatos de Galán, Pizarro, Pardo Leal y Jaramillo, la guerra contra Pablo

Escobar, la reforma constitucional y la apertura económica. Ante tal coyuntura,

un proceso de paz exitoso era una posibilidad remota, pero sería desacertado

atribuir el fracaso únicamente a las circunstancias en las que se encontraba el

país. Más importante aún fue que el proceso concebido por Gaviria ignoró una

de las lecciones más importantes del gobierno Betancur: las Farc eran y debían

entenderse como un actor político para que el propósito de negociar la paz

pudiera arrancar con una base sólida.

Al analizar la propuesta de Gaviria, Chernick (1996) se pregunta: “¿Por qué un

gobierno no puede discutir grandes problemas nacionales con grupos armados

ilegales y usar dichas conversaciones para encontrar soluciones nacionales?”.

Su respuesta es maravillosa: “Encontrar soluciones conjuntas no implica que la

guerrilla represente a la sociedad civil. La guerrilla probablemente no

representa a nadie, y, aun así, el Gobierno tiene la responsabilidad de promover


los cambios que el país necesita por cualquier medio que sea necesario, y los

procesos de paz tienen esa función” (ibíd.). Esta fue una gran lección para La

Habana. Aunque los métodos guerrilleros son bastante cuestionables, sus voces

señalan problemas reales que afectan a la mayoría de los colombianos. La

tremenda desigualdad del país, y la necesidad de una reforma agraria –

pospuesta y fallida demasiadas veces– son solo dos ejemplos de ello. Dado que

las Farc son parte del problema y contribuyen significativamente a la

inseguridad rural y a la desigualdad, escuchar sus propuestas de soluciones y

unirlas a las ideas del Gobierno les permitió a los actores de esta negociación

lograr acuerdos que beneficiarán a todos los colombianos. Reconocidas

técnicas de mediación fomentan que partes opositoras trabajen juntas en la

solución de un problema no solo para llegar a un consenso, sino para garantizar

el compromiso mutuo con la solución (Schneider et al., 2005).

La presidencia de Samper se ignora en la historia de los procesos de paz

colombianos porque su gobernabilidad fue limitada por el proceso 8.000. No

obstante, su importante contribución fue recuperar el reconocimiento de las

guerrillas como actores políticos y posibles participantes en el sistema

democrático. Aunque pocos lo saben, el gobierno Samper implementó la nueva

Ley 418 de 1997, que reabrió la posibilidad de negociar acuerdos de paz con la

guerrilla; el marco legal que permitió a Pastrana alcanzar la presidencia bajo la

promesa de terminar el conflicto.

El proceso de paz del Caguán arrancó con los dos mismos errores cometidos 16

años antes por Betancur: excesivas concesiones a las Farc al desmilitarizar el

Caguán, lo que fortaleció al grupo guerrillero militar y financieramente. Su


segunda falla, avanzar las negociaciones sin apoyo político. Santos fue ministro

del gobierno Pastrana, y vio de cerca los costos de estos errores. Su decisión

para que el desescalamiento del conflicto no fuera parte de la negociación hasta

tener un acuerdo general en la mayoría de los puntos es prueba de las lecciones

que aprendió. Un inamovible que ni seis ceses del fuego unilaterales de las Farc

ni presiones sociales y políticas pudieron cambiar. Santos se mantuvo firme,

tanto que el cese del fuego bilateral solo llegó cuando tuvo el Acuerdo Final en

su mano. Esta fue, sin duda, una de las decisiones más acertadas del Presidente.

La lección aprendida sobre la necesidad de tener apoyo político se evidenció en

las elecciones presidenciales del 2014. Santos ganó gracias a una alineación

silenciosa e inesperada; una fuerza donde la ideología y los principios

partidistas pasaron a segundo plano para unirse en una coalición por la paz que

derrotó en las urnas al candidato de la guerra. Pero Santos afianzó el apoyo a la

paz al incluir a las víctimas y a los militares en esta negociación.

El fracaso del Caguán propulsó a Uribe al poder con un discurso agresivo

contra las Farc y bajo la bandera de la seguridad democrática. En su segundo

período, Uribe inició dos negociaciones con grupos alzados en armas.

Pemberthy (2009) argumenta que la primera, con las Farc, se dio por la presión

internacional que demandaba negociar la libertad de tres contratistas

estadounidenses y siete políticos en cautiverio por más de cinco años.

LO QUE NEGOCIARON EL GOBIERNO Y LAS FARC EN CUBA

La segunda, con las Auc, confirmó que “... el paramilitarismo en Colombia es


un fenómeno mucho más profundo que su aparato militar” (Arnson, 2006). Los

diálogos diametralmente opuestos con cada grupo muestran un Uribe

excesivamente tolerante con los paramilitares, que nunca pretendió llegar a un

acuerdo con la guerrilla.

Uribe modificó la Ley 418 de 1997, que incluyó grupos paramilitares entre los

grupos armados con que el Gobierno colombiano puede negociar. Gracias a la

‘pequeña’ modificación, Uribe los reinsertó, sin medir que así le garantizó a

cualquier grupo criminal el derecho a ser juzgado bajo el mismo marco

institucional. Aún más polémico fue su modelo de justicia para castigar esos

crímenes.

Una de sus primeras leyes, Ley 782 del 2002, de Justicia y Paz, propuso penas

alternativas con condenas de 5 a 8 años de prisión para los paramilitares que

contribuyeran al esclarecimiento de sus crímenes y se comprometieran con la

resocialización, pero además definía la posibilidad de indulto para los

miembros del grupo. La Corte Constitucional consideró que esa ley violaba los

derechos de las víctimas porque reducía las condenas de los agresores con tan

solo revelar la verdad de sus crímenes durante procesos judiciales. La Corte

obligó a Uribe a incluir en la ley un componente integral de verdad y

reparación.

Esa Ley de Justicia y Paz se convirtió en la base judicial mínima aceptable para

cualquier grupo ilegal dispuesto a negociar su desmovilización. Más grave aún,

esta ley excluyó la posibilidad de que actores privados y estatales que


participaron activamente en el paramilitarismo fueran juzgados bajo su marco.

La justicia de Uribe le dejó lecciones cruciales a la justicia transicional

propuesta por Santos. De Uribe retomó la necesidad de establecer penas

alternativas, pero abolió la posibilidad de que los miembros de grupos armados

recibieran amnistías totales. De la Corte retomó que, si no se exige a los

juzgados el completo esclarecimiento de sus crímenes, se violan los derechos

fundamentales de las víctimas. Igualmente importante es que a través de la

expresión “en contexto y en razón del conflicto armado”, la justicia transicional

acordada en La Habana repara el hueco abierto por Uribe al, deliberadamente,

excluir a todos aquellos grupos criminales que delincan por fuera del conflicto.

Esta justicia transicional establece que los actores privados que financiaron o se

beneficiaron del conflicto también deben responder por sus faltas, aunque

también pueden beneficiarse de la reducción de penas para quienes confiesen la

verdad de sus crímenes y reparen a sus víctimas. Además, el legado Uribe le

trajo a Santos un elemento crucial para dar inicio a la negociación: el mensajero

que Uribe utilizó para contactar a las Farc (Semana, 2012).

Se afirma que las Farc se sentaron a negociar porque la seguridad democrática

de Uribe debilitó profundamente el grupo guerrillero. Sin embargo, cifras

oficiales muestran que en el 2011 las Farc ejecutaron el mayor número de

ataques; el mismo año en que el Ejército logró eliminar a los líderes guerrilleros

más veteranos. Sin duda, las Fuerzas Militares laceraron la estructura de las

Farc, pero esa respuesta de la guerrilla no es la de un enemigo disminuido.


Es más, ¿qué necesidad tiene un gobierno de sentarse a negociar con un

enemigo derrotado? La profesionalización de nuestras Fuerzas Armadas fue lo

que finalmente logró nivelar la capacidad de respuesta entre estos dos

enemigos, y esa es la razón fundamental para que se sentaran a la mesa.

Así como el presidente Santos comprendió que la guerra no se ganaba con el

enfrentamiento armado, las Farc entendieron que nunca conseguirían poder

político por medio de las armas. Lo que los mantuvo pegados a sus sillas en La

Habana, a pesar del constante tire y afloje, fue la decisión política de las Farc

de terminar su guerra contra el Estado colombiano. Una marcada diferencia

entre este y procesos de paz anteriores; una oportunidad única, porque Santos y

su equipo aprendieron bien los éxitos y fracasos de nuestra larga historia en

búsqueda de la paz.

¿Cómo asegurar que las Farc no volverán a la guerra si gana el No? ¿Cuántos

años o décadas pasarán antes de que las Farc acepten sentarse a renegociar lo

ya acordado? Y si las Farc aceptaran no levantarse de la futura mesa, ¿cuántos

años tardaría un acuerdo final? Pero ¿cuánto vale un año de guerra? 3.572

colombianos secuestrados, 412.000 desplazados, 717 soldados caídos en

combate y 2.088 campesinos muertos.

Después de 34 años de negociaciones y renegociaciones, de pocos éxitos y

muchos fracasos, hoy, gracias a las lecciones aprendidas, el presidente Santos sí

pudo lograr lo que siete presidentes colombianos trataron infructuosamente: un


acuerdo de paz con las Farc.

El acuerdo ya está firmado por el Gobierno y por las Farc. Santos ya le cumplió

a Colombia; el turno es ahora nuestro. Mañana decidimos si viviremos en esa

Colombia que desde hace 34 años tratamos de dejar atrás, o en una Colombia

que inicia con paso firme su camino hacia una paz sostenible y duradera. Yo

voto Sí por la paz.

LAS LECCIONES DE SUDÁFRICA AL PROCESO DE PAZ

COLOMBIANO

La experiencia del proceso que vivió Sudáfrica funciona como un espejo para

observar lo que sucede en Colombia y reflexionar sobre la importancia que

debe tener la verdad, la justicia y la reconciliación después de un proceso de

paz. El conflicto en Sudáfrica se origina por la discriminación racial del

apartheid, un sistema social impuesto por los gobiernos de minoría blanca

durante el siglo XX. El Congreso Nacional Africano (CNA), cuyo líder más

emblemático fue Nelson Mandela, realizó una fuerte oposición a esta

segregación por considerarla injusta.

Luego de arduas discusiones, el apartheid fue abolido en 1992. En 1996, se

instauró la Comisión de Verdad, Justicia y Reconciliación que, por medio de

juicios televisados, expuso la magnitud del apartheid ante toda la sociedad

sudafricana y visibilizó la responsabilidad de esta en su división. Si bien esto


aportó esclarecimiento sobre los hechos, algunos consideraron que muchos

crímenes quedaron impunes y no recibieron un castigo justo.

"Una de las grandes lecciones de Sudáfrica para nosotros es que como no se

pudieron resolver muchas fallas estructurales, el resentimiento fue

protagonista por la sensación de impunidad que estas fallas generaron. Esta

situación puede afectar al país si no nos tomamos la tarea de entender cuál es el

origen de la violencia.

Se ha dicho que Sudáfrica y Colombia no son tan comparables. Que mientras la

una tuvo un conflicto racial, en un régimen tiránico como el apartheid, en la

otra ha habido una larga guerra política en un contexto de relativa democracia.

Se ha dicho que mientras Sudáfrica optó por la reconciliación y un modelo de

justicia restaurativa basado en el perdón, en Colombia se busca superar el

enfrentamiento armado sin renunciar a la Justicia, la verdad y la reparación. Se

ha dicho también que Colombia no tiene a un Nelson Mandela. Porque la

magnanimidad y sabiduría del que fue llamado Madiba (abuelo) por su pueblo

no son tan comunes en la historia.

Sin embargo, Sudáfrica sí es un espejo para Colombia: tuvo un conflicto largo,

ha dejado heridas profundas en la sociedad y ha enfrentado un difícil

posconflicto. Primero la guerra, y luego la paz, pusieron a prueba a este líder

extraordinario, que forjó su gran estatura moral en medio de la adversidad.

Mandela les deja muchas lecciones a los líderes colombianos.

Coherente, pero flexible


La primera lección es la coherencia entre sus propósitos y sus estrategias.

Desde los 20 años Mandela se trazó el propósito de luchar contra la

discriminación de los negros en Sudáfrica. A esa causa dedicó su vida. Sus

convicciones nunca cambiaron, pero sí sus estrategias. Primero fue pacifista,

seguidor de Gandhi, pero en los años sesenta, cuando se dio cuenta de que el

régimen del apartheid no tenía ningún reato en masacrar a quienes se

manifestaban en su contra, abrazó la lucha armada.

Sus guerrillas actuaron sobre todo saboteando la economía del país, con

atentados que le dieron un lugar en la lista de terroristas del mundo. Mandela,

no obstante, supo entender el cambio de época y declinó el uso de las armas

poco antes de salir de la cárcel, en 1990. Estaba convencido de que un acuerdo

político lo llevaría más pronto y de manera menos sangrienta al cumplimiento

de sus objetivos. Su propósito no eran las armas. Era la democracia.

Más pragmático que ideológico

Así como supo cambiar de estrategia para llegar al poder, Mandela se

caracterizó por ser un presidente flexible y pragmático. Su formación era

marxista, incluso en su juventud fue bastante doctrinario, por eso muchos de

sus adversarios temían que durante su gobierno viniera una ola de

nacionalizaciones especialmente de la minería. Sin embargo, eso no ocurrió, y

no porque Mandela quisiera contemporizar con el capitalismo sino porque

después de escuchar a muchos expertos de diferentes corrientes ideológicas, se

decidió por un modelo abierto en economía, que le sirviera a una época de

transición como la que vivía su país. Gobernó concertando con todos los
sectores en un país dividido y desconfiado. Era un presidente para negros y

blancos en Sudáfrica, para ricos y pobres. Que la izquierda puede gobernar para

todo un país y no solo para parte de él, es una lección que deja Mandela.

Un conciliador

Su talante conciliador se ponía a prueba en cada acto de gobierno. Cuentan que

sus copartidarios del Congreso Nacional Africano quisieron, apenas estuvieron

en el poder, prohibir el himno de los afrikáner, e imponer el propio. Mandela

los hizo avergonzar de su intento de excluir a sus antiguos opresores, y tomó la

salomónica decisión de que se tocaran los dos himnos, uno seguido del otro, en

todos los actos públicos.

En muchas ocasiones Mandela fue cuestionado por ello, como cuando comenzó

desde la cárcel, conversaciones con el gobierno del apartheid. Esta fue una

decisión unilateral que irritó a muchos de los suyos. Mandela les respondía que

a veces el pastor va más adelante que el rebaño. Y en realidad, fueron estos

actos audaces a favor de la conciliación los que acercaron las posiciones de los

afrikáner y los negros. Más concertación y menos sectarismo fue su fórmula

para la transición.

Todos por igual

Posiblemente uno de los mayores atributos personales de Mandela fue tratar a

todas las personas por igual. Era la única persona por fuera del Palacio de

Buckingham que llamaba a la reina de Inglaterra por su nombre: Elizabeth. Ni


reverente ni irreverente, Mandela trataba por igual al chofer que al papa. Esa

característica habla mucho de la seguridad que tenía en sí mismo, pero también

de su noción de democracia. No creía en la estratificación de las personas y

tenía una agenda de justicia social muy profunda que sin embargo no pudo

desarrollar plenamente.

Respeto a sus enemigos

Así como Mandela trataba bien a los suyos, era un verdadero caballero con sus

adversarios y enemigos. Dedicó por lo menos 16 de los 27 años que pasó en

prisión a estudiar con fervor todo lo relativo a los afrikáner. Quería entenderlos,

ponerse en sus zapatos, conocer su lógica y sobre todo, sus sentimientos. Este

conocimiento lo usaría luego en las negociaciones de paz.

Mandela tuvo la muy escasa virtud de convertir a sus enemigos en amigos.

Según cuenta John Carlin, su biógrafo oficial, el general en retiro Constand

Viljoen, jefe de la extrema derecha, se aprestaba a sabotear el gobierno de

Mandela, y organizar una contrarrevolución. Pero desistió de ella después de

pasar una tarde tomando el té con él. Ese acercamiento humano y sobre todo, el

diálogo, cambió su percepción del líder de los negros y lo convirtió en su

profundo admirador.

Discreto y sereno

Muchos comentaristas dicen que Mandela hizo el milagro de reconciliar a

Sudáfrica. Pero más que un milagro, el fin del apartheid fue el resultado de una
negociación confidencial y secreta que duró más de cuatro años, a finales de los

años ochenta, que le abrió las puertas de la cárcel, y luego propició el

llamamiento a elecciones. En esos años, Mandela se entrevistó en la cárcel con

más de 70 personas. La filigrana de esas conversaciones debe haberse ido a la

tumba con él, quien nunca cayó en la tentación de revelar las difíciles tramas de

estos encuentros en libros o películas.

La vindicación de la política

A Mandela le interesaba el poder. Tanto que cuando tenía 33 años dejó

boquiabiertos a sus camaradas del Congreso Nacional Africano cuando les dijo

que él sería el primer presidente negro de Sudáfrica. Y lo logró. No obstante,

como bien lo ha dicho Mario Vargas Llosa en un bello ensayo a propósito de su

agonía, Mandela le recordó al mundo que la política no es necesariamente un

oficio de halcones, ni de astutos negociantes o corruptos, sino de idealistas, que

pueden usar el poder para construir un mundo mejor.

El altruismo de Mandela quedó demostrado con la vida sencilla que llevaba.

Siempre se negó al culto de su personalidad, a pesar de haber sido posiblemente

el líder más carismático del mundo al final del siglo XX. No cayó en la trampa

del caudillismo ni el mesianismo y por el contrario, su preocupación fue

transformar las instituciones de su país, construir las que requerían los nuevos

tiempos, y no perpetuarse en el poder (después de gobernar cuatro años dio un

paso al costado pudiendo haberse quedado en la Presidencia).

La reconciliación
Mandela sabía que la tarea de transformar a Sudáfrica no dependía solo de que

se acabara la segregación racial ni de que hubiese elecciones libres. Durante su

gobierno creó una nueva institucionalidad que hiciera posible la reconciliación.

Allí no se trató solo de perdonar a los grandes perpetradores de crímenes, a

través de la justicia restaurativa, como lo han caricaturizado algunos detractores

de ese proceso de paz.

Mandela se preocupó por crear instituciones que le sirvieran al posconflicto,

que pacificaran las regiones donde el odio racial seguía vigente. Pero también

se preocupó por los símbolos que hicieran posible la unidad de su país, desde

un punto de vista más emocional y profundo. Posiblemente el mayor símbolo

de esa reconciliación fue el ya conocido episodio de cómo convirtió el respaldo

a la selección de rugby de Sudáfrica, un deporte blanco y símbolo del apartheid,

en un factor de unidad nacional durante el mundial de 1995. Era un hombre que

miraba siempre hacia adelante.

Pensamiento emocional: Expone la emoción, intuición, corazonadas y


sentimientos que se generan.
El conflicto armado colombiano es el conflicto más prolongado de América. En

Septiembre de 2016 se firmó el primer Acuerdo de Paz entre el Gobierno de

Juan Manuel Santos y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia

(FARC). Con la finalidad de refrendar el Acuerdo de Paz por todos los

colombianos, el Presidente Santos convocó un Plebiscito el pasado 02 de

Octubre de 2016. El acuerdo no fue avalado por el 50,22% de los colombianos,

pero el gran ganador de la jornada fue la abstención que alcanzó el 62%. En la


actualidad, no existe consenso sobre las causas del conflicto armado, ni

tampoco sobre los posibles caminos para la paz, razón por la cual el país está

dividido sobre las posibilidades del dialogo. La falta de consensos alrededor del

proceso de paz, unido al desconocimiento y a la incertidumbre que provocaron

los diálogos con las FARC, generó que la discusión política se caracterizara por

falta de argumentos o explicaciones claras sobre los puntos a favor y en contra

del proceso, lo que fue evidente en las pasadas elecciones presidenciales de

2014 y en el plebiscito por la paz, en donde las campañas se concentraron más

en los sentimientos de esperanza y miedo que genera el tema de la paz, sin

realizar mayores discusiones sobre los principales temas del proceso. En medio

de campañas políticas que priorizan las emociones antes que los argumentos

racionales.

Confianza mutua ganada a puro esfuerzo y mediación, luz al final del túnel y un

cronograma claro de trabajo parecen nociones básicas del éxito. Pero, este

proceso deja grandes aportes al campo de la transformación de conflictos. La

implementación de nuevos y osados componentes, aparentemente

contradictorios como la negociación sin la declaratoria de un cese oficial de

hostilidades o la enunciación de posturas absolutistas expresadas en la máxima

“nada está acordado hasta que todo este acordado”, serán materia de análisis.
Pensamiento negativo: Identifica las partes negativas, con lógica y analítica de
por qué no puede ni debe ser.

Que el hombre que negoció el acuerdo de paz que llevó a la desmovilización de

la guerrilla más antigua y poderosa de Colombia reapareciera para anunciar que

retomaba las armas es indiscutiblemente una mala noticia.

Pero la decisión de Iván Márquez -y otros conocidos guerrilleros de las Fuerzas

Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC, como Jesús Santrich, Hernán

Darío Velásquez ("El Paisa") y Henry Castellanos ("Romaña")- no tiene por

qué representar un golpe fatal para ese proceso de paz.

"Más del 90% de los excombatientes de las FARC están comprometidos con el

proceso y esa voluntad de paz debe ser respetada. El Estado nunca los dejará

solos", fue, de hecho, la primera reacción al anuncio del Alto Comisionado para

la Paz del gobierno colombiano, Miguel Ceballos.

Y el mismo presidente colombiano, Iván Duque, en su momento un duro crítico

de los acuerdos de paz, reafirmó el compromiso de su gobierno "con quienes

están avanzando en el proceso de reincorporación".

Todo esto, sin embargo, no significa que el éxito del proceso de paz

colombiano esté garantizado.

De hecho, según una encuesta de Gallup realizada este agosto, un 67% de los

colombianos considera que la implementación de los acuerdos firmados en

noviembre de 2016 va por mal camino y un 51% sigue teniendo una opinión

desfavorable de un pilar fundamental de los mismos: la Justicia Especial para la

Paz, JEP.

E influyentes personajes como el expresidente Álvaro Uribe han aprovechado


el regreso a las armas de Márquez, Santrich, "El Paisa" y "Romaña" para pedir

"bajas a esos acuerdos de la Constitución".

"Aquí no hubo paz, sino el indulto para algunos responsables de delitos atroces

a un alto costo institucional", opinó Uribe, quien ha pedido "revisar" los

acuerdos, especialmente en lo que tiene que ver con justicia.

Aunque, paradójicamente, la situación creada por Márquez puede terminar

dándole a la Justicia Especial para la Paz una inmejorable oportunidad para

mejorar su imagen entre los colombianos.

La JEP ya reactivó la orden de captura en contra de Márquez y sus compañeros,

sospechosos todos de no haber nunca roto del todo sus vínculos con el

narcotráfico.

 Justicia de Colombia reactiva la orden de captura de Iván Márquez y de

otros exjefes de la guerrilla de las FARC que anunciaron que retomarán las

armas

Y el evidente tratamiento diferenciado a quienes cumplan con los compromisos

adquiridos, y los que no, puede terminar incentivando un blindaje de las

garantías hechas a los primeros, máxime cuando una mayoría de colombianos

-un 64%, según la encuesta de agosto de Gallup- sigue considerando que el

diálogo con las guerrillas y grupos armados sigue siendo la mejor opción.

Los factores decisivos

La continuidad de este apoyo, sin embargo, dependerá en buena medida de lo

que hagan los desmovilizados, el gobierno y también el nuevo grupo armado.

Por el momento este último parece tener más un propósito político que


militar. Y los analistas dudan de que Márquez logre unificar a las disidencias

surgidas durante la negociación de los acuerdos y hacer frente común con la

guerrilla del ELN, como parece estarse proponiendo.

Y ciertamente, el potencial atractivo de la nueva disidencia liderada por

Márquez entre el resto de desmovilizados dependerá, en buena medida, del

cumplimiento de los compromisos adquiridos por el gobierno.

Ese fue, de hecho, el principal argumento esgrimido por el ex jefe negociador

fariano para justificar su "regreso al monte".

"En dos años, más de 500 líderes y lideresas del movimiento social han sido

asesinados, y ya suman 150 los guerrilleros muertos en medio de la indiferencia

y la indolencia del Estado", destacó.

Y no deja de ser significativo que, según la encuesta de Gallup, el 53% de los

colombianos cree que en Colombia no existen garantías para hacer oposición

democráticamente.

Por el momento, sin embargo, entre la mayoría de los desmovilizados no parece

haber apetito para seguirlo en una aventura calificada de "equivocación

delirante" por el mismo Timochenko.

Y eso podría terminar haciendo la diferencia, pues ellos son los protagonistas

más importantes del proceso de paz.

Pensamiento positivo: ve lo positivo desde una perspectiva optimista y


beneficiosa.

La transformación definitiva de la guerrilla de las Fuerzas Armadas

Revolucionarias de Colombia en un partido político denominado Fuerza

Alternativa Revolucionaria del Común es una nueva constatación del éxito


indiscutible del proceso de paz en Colombia. Se trata de un paso trascendental

previsto en los acuerdos y que pone fin ya sobre el papel a la guerrilla más

antigua de Latinoamérica que ha protagonizado una sangrienta guerra civil

prolongada durante medio siglo.

Los militantes del nuevo partido han decidido mantener las siglas FARC ante el

electorado, pero, en una confirmación de que las formas en política no tienen

nada que ver con las que se utilizaban en la guerrilla, han mostrado divisiones

públicas que han emergido en el voto final. Allí, 264 compromisarios de un

total de 892 se decantaron por enterrar definitivamente el nombre de las FARC

y sustituirlo por Nueva Colombia.

Hay que destacar cómo a pesar de las dificultades, reticencias y oposición que

ha generado el proceso de paz en Colombia los pasos estipulados en las

negociaciones entre guerrilla —ya exguerrilla— y Gobierno se han ido

cumpliendo. Se trata sin duda de una clara señal de que hasta los conflictos

aparentemente más irresolubles pueden terminar siempre que exista voluntad

para ello. El proceso de paz colombiano sigue construyéndose paso a paso

como un ejemplo no solo para Latinoamérica sino para otras zonas del mundo

con conflictos similares.

La FARC —nunca más las FARC— tiene ahora que prepararse para la prueba

más importante en una democracia: el paso por las urnas en marzo de 2018. Es

ahí donde sin condicionantes ni coacciones sus dirigentes deberán obtener el

apoyo de los votantes. Con los votos obtendrá una legitimidad de la que jamás

ha gozado previamente y podrá demostrar su voluntad de trabajar por el bien de

Colombia.
El principal beneficio que traería el final del conflicto sería frenar la cascada de

muertes violentas que éste ha dejado a lo largo de medio siglo. Pero también

traería una serie de beneficios y oportunidades en lo social y lo económico en

todo el país.

Conflictos como el colombiano han tenido un impacto directo sobre la

infraestructura y el capital físico, un enorme costo en vidas humanas y recursos

naturales, así como un efecto indirecto en la productividad, la inversión tanto

local como extranjera y los costos de transacción y el crecimiento económico. 

Terminarlo, más allá de detener los costos que le ha significado al país, le abre

la puerta al país a múltiples oportunidades en diferentes sectores, y crea

mejores condiciones para el desarrollo del país


Pensamiento lógico: centrado en pensar lógica y organizadamente. De manera
objetiva define la problemática y observa en perspectiva, de manera general.

Colombia decidió que no valía la pena seguir aferrada a 50 años de guerra,

conflicto y falta de civilidad. Por el contrario, concluyó que el tiempo del futuro

había llegado ya, para toda su gente.

Así y tras 5 años de intensas negociaciones se selló en La Habana, Cuba, un

paso trascendental para el abrazo de todos los colombianos, para poder

construir juntos un futuro para todos, sin miedos, sin represalias, sin la

sensación permanente de inseguridad.

Hasta hace poco, hablar de paz en Colombia era un deseo ilusorio y escenario

de probabilidad remota. Hoy, luego del anuncio de La Habana, estamos ante el

advenimiento de lo que podría considerarse uno de los momentos históricos


más trascendentales en la vida del país, un paso concreto e irreversible hacia el

logro de la paz, el tránsito del ejercicio de la política armada a la práctica

política basada en las herramientas de la democracia.

El proceso de paz colombiano ha dejado un legado histórico y lecciones para

todo el continente y más allá de este. Ha demostrado que el logro de la paz es la

obra de hombres y mujeres imperfectos, bregando, en tiempos difíciles, por un

resultado no siempre cierto.

Ha evidenciado el enorme esfuerzo que significa la negociación y la obtención

de acuerdos entre posiciones que parecen irreconciliables; lo difícil que es

buscar la paz en medio de la duda, la crítica y los ataques más certeros. Pero ha

demostrado también que las convicciones de principios y la anteposición de

intereses superiores pueden ser suficientes para sacar adelante un proceso de

esta naturaleza.

De igual manera, la férrea determinación de construir institucionalidad e

impulsar iniciativas de memoria, verdad, justicia y reparación en pleno

conflicto armado como señal inequívoca de que las víctimas constituirían la

columna vertebral de la construcción de paz en Colombia. El reconocimiento

de la conculcación de derechos y la orientación clara del rumbo que debería

tomar este proceso, muestra de coraje y dignificación a los más vulnerados.

Desde que Colombia solicitó el apoyo de la OEA, hace más de doce años,

nuestra organización acudió prontamente al llamado del país, desplegando una

Misión de Apoyo al Proceso de Paz (MAPP-OEA). Conscientes del desafío y


de su compromiso histórico, la Misión se ha instalado en los territorios más

afectados por el conflicto armado, más inaccesibles y donde el Estado tiene la

presencia más débil. Desde allí no ha cesado de acompañar a las comunidades,

víctimas y desmovilizados, de monitorear las políticas de paz, las condiciones

de seguridad y la conflictividad, actividades que han significado un aporte

sustancial para la creación de condiciones para la paz y cuyo resultado se

encuentra hoy a la vista.

La OEA reconoce no solo el enorme desafío que ha significado estas

negociaciones, sino las capacidades y la firme voluntad y el liderazgo de las

más altas autoridades nacionales, comenzando por el Presidente Juan Manuel

Santos y los líderes de la guerrilla de las FARC-EP.

Una paz firme, duradera y en equidad requiere ineludiblemente la participación

de la sociedad, especialmente de las alcaldías y gobernaciones, organizaciones

comunales, autoridades tradicionales y políticas, indígenas y afrocolombianas,

organizaciones sociales, de víctimas y desmovilizados.

Por otra parte, el inicio de la fase pública de conversaciones entre el Gobierno y

el Ejército de Liberación Nacional [ELN] constituye un imperativo ineludible

en esta hora histórica y crucial. Colombia puede grabar en la práctica política y

en el arte universal de la búsqueda de soluciones a los grandes conflictos, la

realidad de un método virtuoso de dialogar para acordar, acordar para cumplir y

cumplir para transformar.

La paz y la democracia son obras siempre inconclusas, imperfectas. La paz

debe ser abrazada y cuidada por todos, para no repetir la tragedia de la guerra,
del odio y del enfrentamiento, para permitir la hermosa posibilidad del disfrute

de la vida digna a todos los colombianos.

A lo largo de los últimos años, numerosas entidades colombianas se han

acercado a las comunidades en territorios marcados por la violencia para

acompañarlas en el proceso de construir la paz. Tanto el Estado como

diferentes actores privados están actuando de mano de líderes locales, junto con

autoridades locales y en alianza con otras instituciones. Aplican políticas,

modelos y programas nacionales en contextos locales, poco atendidos hasta la

fecha. Esto conlleva un proceso de adaptación y aprendizaje, que hoy – en

ciernes el acuerdo de paz– se acelera en vista de las urgentes necesidades de

colectivos e individuos en los territorios. Estas actuaciones en pro de la paz son

lo que hace la diferencia en el histórico proceso que vive Colombia. Son

experiencias que acercan el Estado a los territorios, devuelven la dignidad a las

comunidades y construyen la nueva Colombia que aprovecha el dividendo de la

paz. A pesar de su enorme potencial, poco se sabe sobre estas experiencias y las

prácticas que están emergiendo en torno al acompañamiento y empoderamiento

de los territorios. Hay soluciones muy exitosas para impulsar la paz territorial,

pero no se encuentran sistematizadas. Se reciben solicitudes del exterior para

conocer las experiencias en materias como la reintegración o la atención a las

víctimas, pero aún no se cuenta con la información ni el conocimiento

documentado para compartirlas. Es precisamente en este contexto que surge la

presente documentación de experiencias con aprendizajes valiosos en la

construcción de paz de Colombia. Nace de un esfuerzo compartido entre la

Agencia Presidencial de Cooperación Internacional de Colombia, APC-

Colombia y un total de quince entidades – diez públicas y cinco privadas– que


facilitan actuaciones en los territorios. Apoyado por la Oficina de las Naciones

Unidas para la Cooperación Sur-Sur (UNOSSC, por su sigla en inglés) y el

Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) Colombia, se

creó un equipo de dieciséis consultores, que realizaron veinte estudios de caso,

dieciséis en Colombia y cuatro en otros países con experiencias críticas para el

R esumen e j e c uti vo 8 9 Constru cc ión de la paz a partir del conoc imiento P

ráct i cas y perspe ctivas en los territorios Resumen ejecutivo proceso

colombiano (Azerbaiyán, El Salvador, Filipinas y Ruanda). En este marco se

visitaron territorios marcados por el conflicto en nueve departamentos de

Colombia, para conversar con los líderes de cambio locales y los beneficiarios

de las actuaciones, con el fin de conocer las lecciones aprendidas in situ.


Pensamiento creativo: aportar nuevas, ideas, soluciones, perspectivas y
posibilidades de crecer y crear para transformar la realidad.

PAZ CON JUSTICIA SOCIAL INTEGRAL, SOSTENIBLE Y DURADERA.

• ¿Cómo lograr la paz? La COMOSOC asume la paz con justicia social

integral sostenible y duradera como el eje estratégico y articulador de su

agenda política y como elemento principal de su accionar, considerando

que al resolver el tema de la paz en Colombia se está resolviendo un factor

estructural generador de injusticia que ha definido y marcado

negativamente la sociedad colombiana.

Contrario al sentido social y político de paz que impone y desarrolla el

Estado y otros actores de la sociedad colombiana, afirmamos el concepto

de paz con justicia social integral sostenible y duradera como condición

para la reconciliación nacional y para superar las causas estructurales del

conflicto social y armado, y evitar la continuidad de la guerra por otros


medios, guerra nunca más. Lo cual implica propugnar por un verdadero

Estado Social de derecho y avanzar en la construcción de una sociedad,

justa, pluralista, de bienestar, igualitaria e incluyente desde la diversidad,

que humanice a todas y todos y que reivindique el derecho de la felicidad

de los pueblos y de los seres humanos como buen vivir.

La paz es un anhelo del pueblo colombiano y sólo mediante la superación

de las realidades que han sido causas inseparables del conflicto, podrá ser

posible alcanzarla de una manera integral, sostenible y duradera.

Ratificamos la Paz como un derecho, exigible al Estado, en el entendido

que todas y todos los colombianos tenemos derecho de vivir en paz.

• Frente a la paz Comosoc considera:

Que la paz es un proceso que se va construyendo desde ya en la medida de

los alcances de conquistas en el campo de la vida digna y aun después de

una eventual solución política al conflicto armado.

Nuestra propuesta de Paz es como sociedad civil, desde el sujeto popular

como actor político.

La paz es un proceso social más allá de una negociación entre actores

armados, que incluye un proceso de movilización social para lograr la

superación de necesidades y reivindicaciones económicas, sociales y

políticas.
• ¿Desde dónde se construyen los procesos de paz? Concejos territoriales

del pueblo

La Comosoc promueve la construcción de poder local desde las

comunidades y sectores sociales a través de los Concejos territoriales del

pueblo, como espacios necesarios para construir políticas y ejecutar

mandatos en los elementos generadores de paz como: democracia real,

solución política al conflicto social y armado, calidad de vida digna y la

defensa del territorio y de la madre naturaleza, en el marco de una

juridicidad popular que sobrepase la legalidad del despojo, la corrupción y

la penalización. La confluencia de los Concejos territoriales del pueblo a

nivel local y regional configurara un Concejo Nacional Popular como

expresión legitima de poder del pueblo.

Los Concejos territoriales del pueblo tendrán especialmente dos formas de

expresarse: Una es a través de las Asambleas Populares locales, regionales

o nacionales como celebración efectiva de poder del Pueblo, serán

horizontales, tomaran decisiones por consenso para llegar a un

pensamiento colectivo en la toma de decisiones. La otra será Los Concejos

Populares como órganos representativos de dirección y espacios de

autoridad política y legislativa de democracia popular, de ejecución de las

decisiones de la comunidad, donde se ejercerá autonomía y autogobierno;

para la realización de proyectos económicos, sociales y culturales de vida

digna y buen vivir, y de autonomía sobre la forma de organización política.


La Comosoc frente a la construcción de procesos de paz, plantea lo

siguiente:

*Expresa su propuesta de paz con justicia social en su Agenda Política, en la

que la Solución Política al Conflicto Social y armado es uno de los

elementos principales.

*Hace su apuesta de solución Política y Paz desde los Concejos Territoriales

de Paz, como expresión organizada y movilizada del pueblo.

*Los Concejos Territoriales de Paz construirán con el pueblo organizado la

agenda social de paz desde los derechos a la tierra y el territorio, la calidad

de vida digna como salud, protección social, vivienda, trabajo, transporte,

ambiente sano, participación y asociación.

*Desde los Concejos Territoriales de Paz, construirá con otras iniciativas,

plataformas y espacios confluencias de Unidad y alianzas para la

movilización y la Lucha Social por la solución política y la paz en la

perspectiva de una sociedad justa, fraterna e igualitaria.

*Se considera que las diferentes iniciativas por la Paz que existen en

Colombia, deberían confluir en un Gran Movimiento Social por la Paz que

tenga en cuenta el camino coyuntural y estratégico para lograr una paz

integral sostenible y duradera.


Referencias Bibliográficas (Normas APA)

https://www.elespectador.com/colombia2020/pedagogia/las-lecciones-de-sudafrica-al-proceso-de-

paz-colombiano-articulo-884382

https://elpais.com/elpais/2017/09/03/opinion/1504428768_399596.html

https://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-49526639

https://www.semana.com/mundo/articulo/lecciones-de-mandela-para-colombia/367323-3

https://comosoc.org/reflexiones-y-propuestas-para-la/

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