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A-Ar-Ed - Close Quarters
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Summary: La Primera Impresión Puede Ser Equivocada. Bella Swan está segura de que el hombre que acaba de entrar
a su cafetería favorita no podría ser incluido para nada en su nuevo calendario de Hombres Calientes para la organización
de caridad local. Para empezar, está usando la más horrorosa camisa hawaiana de la faz de la tierra. Summary completo
en el interior
*Chapter 1*: Chapter 1
Esta novela pertenece a Denise A. Agnew. Al Staff Excomulgado: Nelly Vanessa por la Traducción, Mdf30y por
la Corrección de la Traducción, Leluli por la Corrección, AnaE por la Diagramación y Laavic por la Lectura
Final de este Libro para El Club De Las Excomulgadas.
Yo solo lo adapté con los personajes Twilight.
Argumento
La Primera Impresión Puede Ser Equivocada.
Bella Swan está segura de que el hombre que acaba de entrar a su cafetería favorita no podría ser incluido para nada en
su nuevo calendario de Hombres Calientes para la organización de caridad local. Para empezar, está usando la más
horrorosa camisa hawaiana de la faz de la tierra. No tiene ni la más remota imagen de un hombre con esmoquin, de
cuerpo duro, incluso aunque su amiga insista en que es perfecto para ser el señor Diciembre.
Cuando un hombre armado roba la cafetería, el Sr. Diciembre demuestra que debajo de su mal gusto por la ropa, sabe
cómo hacer las cosas.
Clarksville, Wyoming es el lugar perfecto para que Edward Cullen se oculte de las miradas. Disfruta de su discreto
trabajo de personal de mantenimiento, y nadie curiosea por su vida anterior. Pero en un instante, Edward se ve obligado
a recordar todo lo que ha tratado tan duramente de olvidar.
Juntos por una súbita violencia, Bella y Edward descubren rápidamente cómo de enmarañadas pueden llegar a ser sus
emociones. Y la única manera de ahuyentar a los monstruos que los persiguen es hacer la única cosa que más temen.
Ser vulnerables el uno con el otro.
Capítulo Uno
Bella Swan miró por la ventana de la tienda de café a la puesta de sol y supo que ese día terminaría con un mal toque.
No sabía cómo lo sabía. Sólo lo sabía.
Las cosas le venían así, ya fuera en esa modesta cafetería de Main Street, o en su casa mientras tomaba un baño. Nunca
sabía cuándo la golpearían los presentimientos. Esa noche, el atardecer daba un resplandor rojizo a los edificios de
ladrillo de Clarksville, reconoció la extraña, espeluznante luz que sobresalía. Hoy había sido un duro día de trabajo, y su
estado de ánimo se había ido cuesta abajo junto con ella. Sin embargo, el pastel y el café arreglarían las cosas. Siempre
lo hacían.
La tienda de Café Davina tenía algunos clientes a las siete y media. La mayoría de la gente en esa pequeña ciudad cenaba
con sus familias. El olor de grasa impregnaba el aire, y mientras admiraba una buena hamburguesa, esa noche el olor
colgaba pesado y opresivo.
Entonces sucedió algo que la sacó directamente de su cínico punto de vista. Casi se ahogó con su pastel y con su café,
un hombre entró en la tienda con la camisa hawaiana más fea que había tenido la desgracia de ver.
Tomó un sorbo de café para aliviar su tos, y luego se aclaró la garganta. Cuando la puerta se cerró detrás del hombre, la
campana sonó. Miró hacia otro lado antes de poder captar su mirada y ver la consternación que sentía por su falta de
sentido de la moda. Sus avances llevaron su cuerpo largo y flaco directo a la barra, donde se deslizó en uno de los
taburetes.
Bebió un sorbo de café negro e hizo una mueca. El que había hecho el café esa tarde había reducido de alguna manera la
famosa bebida de la tienda a un lodo amargo. Apreciaría otro mordisco de su delicioso pastel.
Otro hombre se paseó y atrapó su atención. Más de uno ochenta de altura, del tipo que gritaba magnífico, todo comando
masculino. Ahora bien, ese tipo sabía vestir. Su polo azul se metía en unos pantalones grises bien ajustados, y llevaba
una de esas chaquetas de cuero de estilo antiguo marrón. Intrigante. Sus hombros eran anchos, su rostro de un corte
limpio con una imagen de Dudley-lo-haces-bien. Sonrió con dientes blancos y cegadores. Ella sonrió y asintió en
respuesta. Él se deslizó en otro puesto a lo largo del muro norte. Desde allí podría mirarlo y apreciar la belleza masculina
en todo su esplendor.
Metió una bocanada en sus pulmones. Ahora ese es un hombre. Cerró los ojos y lo imaginó usando un kilt. No. Un
vikingo con el pelo rubio. Posibilidades interesantes. Sonrió. Bien, ¿qué demonios? No hay nada como el presente para
comenzar. El calendario de la caridad no esperaba a nadie.
Agarró su bolso del asiento a su lado y sacó su tarjeta. Se dirigió a la mesa del hombre, deseando haber llevado uno de
los folletos que repartía a los potenciales modelos del calendario.
—Disculpe —le dijo al rubio.
Él levantó la vista, con su mirada curiosa.
—Hola.
—Esto puede parecer un poco raro, pero soy Bella Swan y quiero ponerte en un calendario de caridad —le entregó su
tarjeta—. El Calendario de los Hombres de Clarksville. Tengo a varios hombres ya confirmados — se encogió de
hombros—. En realidad, estarías en diciembre. Eres el último hombre que necesitamos.
Con sus ojos entrecerrándose por una fracción de un segundo, luego su impresionante sonrisa salió a jugar.
—Un calendario de caridad. Estás bromeando, ¿verdad?
—No, en absoluto. Soy la presidenta este año del Fondo de Ayuda para Niños de Clarksville, y estamos empezando
ahora a captar a chicos que sean los candidatos perfectos para estar en el calendario que saldrá el próximo año.
Otra vez esa sonrisa blanca y reluciente.
—Wow, esto es halagador —extendió su mano hacia ella—. Mike Newton. Encantado de conocerte — buscó en su
cartera y le entregó una tarjeta—. Estoy en el edificio Adelson en la calle Cuarta en Adelson y Newton.
Ah, en ese Newton. Clarksville tenía a una familia de súper ricos en la ciudad, del tipo que eran dueños de varias
hectáreas de tierra en un rancho cercano.
Echó un vistazo a su brillante tarjeta de presentación.
— ¿Eres abogado?
—Culpable de los cargos.
—No tenemos ningún abogado inscrito en nuestro calendario todavía.
—Cuenta conmigo, Bella. ¿No te importa si te llamo Bella?
—No, en absoluto. Llámame a ese número mañana, y discutiremos los detalles.
—No hay problema — dijo dándole un guiño.
Mientras se alejaba, la alerta de Bella se disparó. Él sonrió un poco demasiado ampliamente, con su apretón de manos
sostenido demasiado tiempo, con los ojos brillantes con una travesura que le recordó a un adolescente con un as en la
manga. Regresó a su cabina. Buen trato. No más caza de hombres. Había pasado meses tratando de convencer a los
hombres magníficos de la ciudad para posar sin camisa por una buena causa. Cuando había encontrado a un hombre
guapo para el calendario, había sido gratificada por su falta de arrogancia. Modestos hasta el núcleo, los hombres de
Clarksville habían abollado su escepticismo habitual. Ahora, a terminar su pastel y café antes de dirigirse a casa.
El hombre del taburete movía una pierna de arriba hacia abajo como los adolescentes con los que había asistido a la
escuela secundaria, siempre con mucha energía y sin lugar dónde ponerla. En ese momento tenía una taza de café. Tal
vez era la versión alta de prueba, si su temblor daba alguna indicación.
Sin embargo, Bella encontró su natural curiosidad atrayendo su atención una y otra vez al hombre del taburete con la
camisa horrible. De espaldas, podía observarlo sin ningún problema. Bien, más o menos. El espejo detrás del mostrador
impedía poder mirarlo demasiado intensamente por demasiado tiempo. Lo podía notar.
¿Qué hombre en su sano juicio llevaría una camisa con un fondo verde lima y gigantes flores rojas y amarillas? Tal vez
no tenía mucho dinero y había comprado la ropa en una tienda de segunda mano. Sus pantalones de carpintero parecían
demasiado grandes también, con los dobladillos demasiado largos para caer por encima de su calzado deportivo. Desde
ese ángulo, alcanzaba a ver la mitad superior de su rostro. Pelo castaño mezclado con rojizo y rubio, del tipo que se
enroscaba en donde no debía, crecía hasta su cuello. Tenía cejas oscuras sobre un fondo recortado de ojos verde
intensos. Sus pestañas eran largas y exuberantes para un hombre, notó su desaprobación reservada para los envidiosos.
En ese momento, levantó la vista de su menú y se quedó mirando el espejo. Directo a ella. Antes de que pudiera apartar
la mirada, vio la fijeza mezclada con aburrimiento en sus ojos. Bien, todo está correcto entonces.
Echó un vistazo rápido a su pastel, con el rubor quemando en su cara. Empujó hacia abajo su vergüenza y se comió el
resto del pastel.
La mirada de Bella vagó por la espalda descuidada del hombre. Su camisa colgaba de sus hombros. Por lo menos era dos
tallas más grande. Definitivamente era de alguna tienda de ofertas. Se movió en su asiento y se metió el último bocado de
pastel de café en la boca. Saboreó su gusto, y el culpable y alto contenido de azúcar. Cafeína y azúcar. Tal vez no era la
mejor elección de alimentos para la cena, pero maldita sea, se lo merecía. No había nada como un día terrible en el
trabajo para justificar un salto a la mala comida.
La puerta se abrió y entró la persona favorita de Bella. Alice Withlock la saludó y le sonrió, y el mundo se volvió mucho
más brillante. A medida que su amiga se deslizaba hacia su cabina, Bella vio girar la mirada del chico rubio hacia Alice.
Oh, sí. Allí estaba. Esa expresión de admiración, de posesión, de estoy-listo-para-comerte una vez que había visto a
Alice.
—Chica, es bueno verte aquí — dijo Alice mientras se deslizaba hacia el lado opuesto de la cabina—. ¿Qué estás
haciendo?
—Disfrutando de la cena. Bueno, de una merienda, de todos modos. Del famoso pastel de café de Davina.
La sonrisa de Alice se amplió, y se humedeció los labios y gimió.
—Suena positivamente pecaminoso. Tengo que recoger una docena de donas para la reunión en la oficina mañana y
quise pedir la caja con antelación. Esas perras flacas comen como caballos y no suben ni un kilo. Me pregunto cuántas
veces en la semana harán Pilates.
Tan elegante como un caballo de carreras, con sus más de uno ochenta, y treinta y tantos años era la primera agente de
ventas de bienes raíces en Clarksville. En movimiento, en el trabajo, vendía propiedades en la zona más rápido que
cualquiera en la ciudad. Sus ojos azules siempre tenían una pizca de burla, igual que lo tenían ahora.
— ¿Supongo que nunca comes donas? —preguntó Bella.
—Nop. ¿Por qué crees que estoy celosa de esas perras?
Bella se echó a reír, y vio a Mike levantar la mirada de su plato con pastel de café. Mike le guiñó un ojo, y asintió en
reconocimiento. No se tragaba el guiño. De alguna manera le recordaba a un hombre viejo y sucio. Su estómago se
contrajo. Ugh.
Su amiga se inclinó sobre la mesa.
— ¿Cómo va la cosa del calendario?
—Excelente. Acabo de darle mi tarjeta a ese rubio detrás de ti. Será diciembre.
Fiel a su estilo, Alice se dio la vuelta y se quedó mirándolo.
—Deja de hacer eso — dijo Bella—. No lo mires.
Mike no pareció darse cuenta mientras leía el Wall Street Journal.
Las cejas de Alice se agitaron.
—Wow. Es caliente.
— ¿Y eso te sorprende? Las mujeres no comprarán un calendario con chicos que no estén súper.
La expresión de Alice se transformó en una traviesa.
— ¿Cómo sabes que está muy bien?
—Vamos. Qué puedo decir. Esa camisa polo y esos pantalones no pueden ocultar el hecho de que tiene un pecho
asesino.
Alice olió.
—Hmmm... No lo sé. Por ejemplo, ¿Cuántos hombres más necesitas?
Bella reconoció con alivio:
—Ninguno.
Alice hizo un gesto con la mano izquierda.
—Hmm. ¿No necesitas algún suplente? ¿Algo como una vista previa de enero? ¿Qué tal el hombre de la camisa?
Bella hizo una mueca exagerada.
—Seguramente estás bromeando. ¿Has visto su camisa?
—Bien, sí.
— ¿Y?
Alice se golpeó el mentón con el dedo índice.
—Sí. Bastante patético ¿no?
—Baja la voz.
Alice le susurró:
—Bastante patético ¿no?
—Te oí la primera vez. Se ve como algo... bohemio.
— ¿Bohemio? ¿De qué generación eres?
—Culpa a mis padres. Aprendí todo tipo de palabras interesantes de ellos.
—Te gusta lo atrasado.
— ¿Yo? ¿Ves a esa camarera moviéndose cómo una abejita?
—Bien, quizás no estés tan mal.
—Confiesa. ¿Quién es el hombre del taburete? —Preguntó Bella.
— ¿Cómo puedo saberlo?
—Vamos. Conoces a todo el pueblo.
—No los conozco personalmente, sólo por su reputación. Es un manitas. Un lo-hago-todo en la ciudad. Mi padre lo
conoce y dice que es inofensivo.
— ¿Inofensivo?
—Es un solitario. Rara vez habla, se guarda todo para sí mismo, trabaja mucho y no hace preguntas.
—Grandioso. Eso es siempre lo que dicen sobre los asesinos en serie o de los asesinos en masa "Vaya, parecía ser un
buen hombre".
Alice puso los ojos en el techo por un momento.
—Él no es así, estás loca.
—Claro, claro. Eso es lo que dices ahora.
—Compró la vieja casa de los Peterson en las afueras de la ciudad.
La curiosidad y la sorpresa de Bella se inclinaron sobre la mesa.
— ¿Se la vendiste a él?
—No, maldita sea. Kate Denali lo hizo, la vieja bruja. Ha estado tratando de recuperar el registro como la mayor
vendedora de bienes raíces desde hace semanas.
Bella sonrió. Por mucho que le gustara Alice, tenía una vena competitiva de diez millas de ancho.
—Así que debe tener un poco de dinero.
—Muy poco. El lugar se vendió por casi nada.
—No me sorprende. Ha existido desde el inicio del universo y ha estado descuidada.
—Me han dicho que ya no lo está —Alice hizo un gesto con una enjoyada mano—. De todos modos, hace trabajos
ocasionales en la ciudad. Lo que sea, lo puede hacer —Alice movió las cejas—. Puede cambiar tu tumbona y cambiarte
el aceite.
—Dios, Bella, te va a escuchar.
—No, no lo hará. Eres una paranoica porque tienes esa cosa del oído de la Mujer Biónica.
—No es biónica. Oigo decentemente, a diferencia de los muchachitos jóvenes que escuchan música todo el día en sus
iPods.
Alice resopló.
—Oh, sí. Eres antigua. Veamos... en tu último cumpleaños cumpliste treinta y uno. Prácticamente una vieja. Y te vi
caminando por el parque el otro día con tu iPod, así que no me vengas con esa mierda.
Bella sonrió.
—Buscaré a alguien más para el calendario. Estoy segura de que me dirá que no, aunque se lo pregunte.
— ¿Por qué?
—Es un... un manitas.
La boca de Alice se torció en una sonrisa sardónica.
—Oh, sí. Quiero decir, tienes a médicos, bomberos, policías...
—Y a un abogado ahora.
—Y a un abogado. ¿Y qué querrías con un tipo que vive en una choza en el bosque y no parece tener muchos amigos?
Bella estuvo estaba menos interesada en el hombre ahora.
— ¿Es un solitario?
—No te preocupes. No creo que se volverá todo Unibomber1 sobre nosotros ni nada, pero mi padre dice que sólo se
guarda para sí mismo. El hombre es privado. No hay nada malo en ser una persona introvertida. Tú debes saber eso.
Ella lo sabía. Y por un momento dejó que la vergüenza se filtrara a través de ella. En su núcleo, era una persona
introvertida... una grande. Había trabajado duro para dar la ilusión de ser extrovertida.
Bella sacudió la cabeza y apartó su taza de café fría. Miró su reloj.
— ¿Por qué estamos hablando incluso de ese tipo? Esa camisa es suficiente para asustar a los niños pequeños, y es…
Alice bajó la voz hasta un tono de complicidad.
— ¿No es lo suficientemente guapo? Cuidado, Bella. Tu pequeña nariz está toda arrugada como una ciruela pasa.
Bella cambió sus rasgos a relajados.
—No lo está.
Alice simplemente sonrió y se levantó.
—Tengo que llegar a casa con mi marido. Nos vemos pronto.
—Maravilloso —Dijo Bella.
Alice gruñó y se alejó. Después de que seleccionara su docena de donas y saliera de la cafetería, Bella dio un rápido
vistazo a Manitas y se dio cuenta de que Alice no le había dicho su nombre. Bien, ¿qué importaba? Sacó la billetera de su
bolso. No era como si planeara pedirle participar en el calendario.
Vagó a la caja registradora, dispuesta a pagar y volver a casa con Scooter. Al pasar cerca de Manitas, la puerta se abrió
rápidamente con un sonido de ira. Un hombre que llevaba un antifaz negro y sostenía un arma grande irrumpió en el
interior. Involuntariamente dio un paso atrás y tropezó con un cuerpo detrás de ella. Manos grandes la sujetaron de la
parte superior del brazo por la espalda y la sujetaron firmemente.
Se quedó sin aliento en la garganta mientras la pistola se acercaba y la apuntaba.
—No haga ni un puto movimiento, señorita.
Amores, la novela que pensaba subir en vez de esta se llama Inocent in the Harem (Una inocente en el Harem)
de Michelle Willingham, pero ya está adaptada. En ustedes dejo si la subo también aquí.
Argumento
Imperio Otomano, 1565
El Príncipe Edward sabe que sus días están contados. Su muerte podría ser en cualquier momento, pero incluso él no
puede evitar distraerse por la visión de una Princesa beduina que le hace una audaz oferta por su libertad en el mercado
de esclavas. Incluso en cautiverio, su valentía y pureza lo atraen hacia ella, tanto como su belleza. Incapaz de resistirse a
la tentación, envía a la dama al harén del palacio... para serle presentada por la noche...
1 O también llamado Unabomber, hombre solitario que vivía en una cabaña y se dedicó a mandar bombas por correo
durante 20 años matando a 3 personas e hiriendo a 20.
*Chapter 2*: Chapter 2
Capítulo Dos
Bella siempre pensó que su final llegaría fácilmente, sin dolor, tal vez cuando tuviera noventa y cinco años, y en la cama.
En cambio, se quedó mirando el final del cañón del arma, como si se abriera ampliamente como las mandíbulas de un
tiburón. Su corazón no corría, pareciendo hacer una parada completa y su respiración estaba atascada en algún lugar de
su garganta. Las manos duras en sus brazos tampoco se movieron, como si la persona detrás de ellas la consolara
sosteniéndola, o usándola como escudo.
El tipo de la máscara negra hizo un gesto a la aturdida camarera de pie ante la caja registradora.
—Ábrela y entrégamelo.
Con los ojos abiertos y temblando, la camarera retiró el dinero de la caja con dedos rápidos.
El criminal miró a Bella, con sus ojos azules glaciales sin parpadear.
—Ven aquí. Tú vendrás conmigo.
— ¿Qué? —preguntó Bella, con su respiración aún estrangulada en algún lugar de su garganta.
—Ya me oíste.
Las manos en sus brazos se aflojaron, pero no mucho. Una voz profunda, confiada retumbó detrás de ella.
—Toma el dinero y sal de aquí.
La mente de Bella se aceleró. No reconoció la voz de detrás, y no se atrevió a volver a mirar. No había muchas personas
que quedaran en la cafetería. Pensó que el único hombre que podía estar de pie detrás era Manitas. No, no. Por favor,
no te metas esto y hagas que comience un tiroteo.
Mientras la camarera le daba el dinero al ladrón, Mike saltó de la cabina hacia la puerta. El ladrón se giró hacia él. Una
explosión asaltó los oídos de Bella y el rubio cayó al suelo, manando sangre de una herida en la parte superior de la
espalda y del hombro derecho. La camarera dejó escapar un sonido estrangulado entre un suspiro y un gimoteo. Otra
camarera dio un grito. Oh, Dios. Oh, Dios. La camarera gritó caminando hacia Mike.
—No lo toques — siseó el tirador.
—Pero… — empezó la camarera.
—No lo toques o tú serás la siguiente.
Esto no es bueno.
—Ahora, dije que nadie se moviera —Hizo un gesto con el arma—. Dame el bolso, chica.
Bella lentamente le entregó su bolso. Lo registró, metiendo su dinero en un bolsillo de sus holgados pantalones vaqueros,
y dejando caer su cartera y monedero al suelo.
—Está bien, chica. Como te dije, vendrás conmigo.
—Yo…
El hombre detrás de ella le apretó los hombros ligeramente.
—Llévame a mí en su lugar.
¿Qué? ¿Se estaba ofreciendo?
El hombre enmascarado lo fulminó con la mirada. —No te ves tan bien, gilipollas.
—Mira, no necesitas a un rehén. Tienes el dinero — dijo el hombre de detrás.
Las manos del hombre dejaron sus hombros y se atrevió a volverse hacia él. Sí. Sí, era Manitas, tomando su billetera. Ni
siquiera la miró, pero ella vio la intolerancia, la dureza de acero absoluta en su rostro.
Manitas le dio su billetera al ladrón.
—Hay trescientos dólares en ella. Tómalos y vete.
El pistolero parecía como que iba a oponerse y a exigir que fuera con él, pero miró a su cartera.
—Que me aspen si no estás diciendo la verdad — su mirada lasciva fue hacia Bella. —Ahora, chica, ¿cómo te llamas?
—Bella.
—Bella, vendrás conmigo.
El miedo se disparó en su espalda.
—Por favor…
—Llévame a mí en su lugar —Dijo Manitas de nuevo.
La mirada del ladrón saltó de la expresión quieta de Manitas a Bella.
—Bien, bien. Este gilipollas está muy duro por ti, cariño. Pero no estoy interesado en su fea cara. Muy bien, tú...
camarera bonita. Tú vendrás conmigo. Vamos. Muévete.
—No — la joven camarera que quiso ayudar a Mike gimió.
—Te digo que me lleves a mí… — comenzó Manitas.
— ¡Cierra la puta boca! — el ladrón se volteó hacia él.
Bella se quedó sin aliento, incapaz de contener su repentino miedo, cortando severamente a través de ella con gran
nitidez.
—No.
Manitas miró al ladrón, totalmente inquebrantable. Sin implorar por su vida. Sus ojos, como glaciares y carentes de
emociones eran algo que nunca había visto. Tal vez fuera tan despiadado como el ladrón. Los dos hombres jugaron a
mirarse, y cuando su mirada vio los ojos del hombre enmascarado, vio la emoción a través de los agujeros de los ojos de
su pasamontañas.
—Eres un maldito hijo de puta duro, ¿no? Tienes suerte de que no te mate aquí mismo.
Manitas no habló, sólo siguió mirándolo.
La mirada del ladrón se alejó de él y le hizo una seña a la camarera con la pistola.
— ¿Dónde está el maldito cocinero?
—Ya terminó su turno. La cocina acaba de cerrar — dijo la camarera mayor, la que había atendido antes a Bella.
—De acuerdo — asintió hacia Bella nuevo—. Tú y el hawaiano este ir a la parte de atrás. Ahora. Y si alguno trata de
correr, los perseguiré y les dispararé.
Manitas la guió alrededor, con manos firmes.
—Haz lo que dice.
A medida que miraba a Manitas, vio que sus ojos se habían vuelto aún más serios. Como un calmado y frío casquete
polar. ¿Cómo podía estar tan tranquilo?
— ¡Moveros! —El ladrón fue detrás de ellos, y ella apretó el paso, mientras se dirigía a la cocina.
Para su sorpresa, Manitas mantenía una mano sobre su espalda. Su gran mano se sentía de alguna manera reconfortante,
con un poco de seguridad en esa delicada situación. Vio un movimiento con el rabillo de su ojo y se sacudió. Acurrucado
debajo de un mostrador, el flaco cocinero joven los vio entrar, con los ojos tan amplios como platos.
—Dios, Tyler —el hombre armado dijo al cocinero—. ¿Qué demonios estás haciendo? Se supone que me estarías
ayudando, y no actuarías como un estúpido. Levántate.
El cocinero se levantó.
— ¿Qué estás haciendo con esta gente?
—Quitándolos del medio y llevándome a esa novia camarera tuya conmigo.
— ¿Qué?
—Ya me oíste.
— ¿A quién le disparaste?
—A algún pájaro carpintero que no podía esperar a que las damas vieran cómo de grande era su pene. ¡Muévete! Sal de
ahí y asegura a las mujeres.
Cuando el cocinero salió de la cocina, el ladrón hizo un gesto hacia la puerta abierta de una habitación pequeña y oscura.
—Entrad ahí.
Manitas encendió el interruptor de la luz mientras el pistolero asentía hacia Bella y prácticamente decía entre dientes sus
siguientes palabras.
—Muévete, remilgada.
Hizo lo que él le había dicho, con sus rodillas temblando con debilidad y con su corazón golpeando como un tambor
implacable en su pecho. ¿Qué tendría ese chiflado en mente? El loco cerró la puerta y los dejó en la habitación. Se
estremeció. La cerradura se escuchó desde el exterior.
Una chispa de intuición la alertó. Sólida. Nada de tonterías. Rápido. Antes de que Manitas pudiera decir una palabra, se
precipitó hacia él.
— ¡Aléjate de la puerta!
Prácticamente lo tumbó, y mientras su cuerpo golpeaba y sus brazos la rodeaban, las balas se estrellaron a través de la
puerta. El miedo la acribilló, pero no sintió dolor, mientras Manitas la agarraba cerca, se reforzó para no caer y apretó su
cuerpo en el suyo sólido.
— ¡Mierda! —Manitas gruñó.
Se movió rápidamente, presionando su espalda a la esquina, con su cuerpo como escudo. Si algo rebotaba, él sentiría el
aguijón de la bala primero.
Hundió la cara en su hombro y él puso un brazo alrededor de su cintura. La otra mano se elevó y le acarició la cabeza
sobre su hombro. Sus dedos agarraron su camisa, tomando montones de la prenda en los puños. La abrazó así, con su
aliento saliendo rápido, con su corazón golpeando en su pecho, por lo que pareció una eternidad. Los disparos se
detuvieron. Los ruidos de algo grande arrastrándose se detuvieron delante de la puerta y la sobresaltaron.
Ella se apartó un poco.
—Oh, Dios mío.
Los ojos de Manitas ya no eran helados. Esos profundos ojos verdes se habían oscurecido con seria preocupación.
— ¿Te dieron?
— ¿Qué? —Se sintió aturdida.
— ¿Te dieron?
—No. Estoy muy bien.
Cierto. Si eso no era estúpido, era lo más absurdo que jamás había dicho. Temblaba de pies a cabeza, y el shock de lo
que había sucedido reverberaba a través de ella en ondas.
—Tú... ¿estás bien? —Preguntó ella, con las palabras escapándosele con un graznido seco.
—Estoy muy bien.
Registró el calor y la dureza de su cuerpo. Sus pechos estaban hechos puré contra su pecho, sus caderas y muslos se
presionaban a lo largo de ella. De cerca, su rostro tenía la dureza cincelada de un héroe de las películas del viejo oeste,
sin ningún procedimiento especial para hacerlo más guapo. Una mandíbula cortada, una nariz un poco tirando a grande.
Sólo su boca estaba esculpida, con sus labios apenas correctos para un hombre, no muy grandes, no demasiado finos.
Se sentía tan cálido, tan protector…
La soltó y se dirigió hacia la puerta. Intentó abrirla. Cuando no se movió, golpeó una palma en su contra. Trató de
patearla, pero la puerta no se movió. Se dio cuenta de la habitación era una gran despensa con estantes en los tres lados.
No había salida.
Manitas intentó de nuevo la puerta una vez más en vano.
— ¡Maldita sea!
Fue entonces cuando el verdadero temor la golpeó. Le gustara o no, estaba atrapada en una habitación cerrada con un
total desconocido. Las lágrimas se reunieron en sus ojos y se derramaron por debajo sus párpados antes de que pudiera
detenerlas. Manitas se volvió hacia ella, dando grandes zancadas por la habitación hasta que cubrió sus hombros.
—Oye, todo estará bien.
Ella asintió y hundió la cara entre las manos.
—Lo sé. Yo sólo...
Las lágrimas volvieron y un sollozo se le escapó.
—Hey, hey. Tranquila. —La abrazó una vez más, y se encontró con las manos enterradas en su gran camisa una vez
más. Mientras las lágrimas salían, tragó y sollozó, tratando de recuperar el control. La vergüenza la cortaba con sus
dedos crueles. Su toque pasó por su cabello, masajeando suavemente su cuello.
—Todo está bien. Se ha ido. —Como terciopelo y ronca, su voz tenía seguridad y comodidad.
Con un pobre sentido de la moda o no, su voz era para morirse.
Así era el cuerpo prensado a lo largo de ella. Sentía sus músculos. Montones y montones de gloriosos músculos. O tal
vez el miedo había destruido su capacidad de razonamiento y deseaba que el hombre que la sujetaba jugara al héroe. En
este momento, su ternura la tomó con la guardia baja, encajaba en el perfil de sus películas de aventuras perfectamente.
La única diferencia era que él no había sacado una pistola y había ido sobre el trasero del chico malo con movimientos
de Kung Fu. Lo que en realidad tenía mucho sentido. Si Manitas hubiera jugado al caballero en un caballo blanco, estaría
muerto. Se estremeció y luego hizo otra cosa estúpida. Deslizó sus brazos alrededor de su cintura y se sostuvo. Sí, él
tenía una esbelta cintura, también. Hmmm...
—Cuando ese idiota apuntó su arma a tu cara, pensé que iba a matarte delante de mí — le susurró ella a través de un
sollozo.
—Yo también.
Su voz retumbó profundamente, ella no podía creer que sonara tan lejana. Sus brazos se apretaron a su alrededor, la
única señal que sentía acerca de su cercanía con la muerte.
—Tenía una pistola apuntando a tu cabeza, y aquí estoy balbuceando como una idiota — tragó de nuevo y dio otro
sollozo.
— Tú también, ¿recuerdas? Estuviste mirando directo el cañón por un largo tiempo.
Cierto. Lo había hecho. Sus lágrimas empezaron a secarse, y el miedo se calmó un poco. Se obligó a retirarse de sus
brazos.
—Dios, lo siento. No tenía intención de ponerme tan en plan chiquilla.
—Está bien. Lo que pasó me dio un susto de muerte, también.
Un hombre que admitía su miedo. Interesante. Su expresión podría no mostrar miedo y su voz no daba indicios del
trauma que había enfrentado. Sin embargo, podía decir las palabras.
Bella se dio cuenta de un cambio de percepción. No era un pequeño cambio, sino una creencia colosal de que ella había
cambiado en los últimos minutos. Que el mundo había sufrido una transformación drástica y desagradable. Nunca había
creído en un mundo de color rosa, pero ése tenía espinas. Tenía las manos frente a ella. Estaban abrazados. Una ola de
calor y luego un destello frío se apoderó de ella con golpes implacables. Su estómago saltó. Temblando, se puso de
espaldas contra la pared de estanterías y se deslizó hacia abajo hasta que se dejó caer en el suelo. Frío y duro, el
aterrizaje se sintió brutal contra su trasero. Incongruentemente se dio cuenta de una carrera en su pantorrilla derecha en
sus altas y ajustadas medias. Una rendija irregular, abierta, que podría haber estado allí antes que el ladrón entrara a la
cafetería, o tal vez había ocurrido en algún momento en medio. ¿Quién lo sabía? ¿A quién le importaba? Por un segundo,
no le importó un carajo. Una maldita y muy grande. Después dio una respiración entrecortada. Estaba actuando como
una imbécil inmadura y superficial. Compraría más. Diez pares más si sobrevivía a su estancia en esa estúpida despensa.
Luego quiso golpear al ladrón en la cara con su bolso por las molestias.
—Maldita sea —Manitas fulminó con la mirada la puerta. Miró a través de los agujeros de bala y de la media docena que
habían atravesado la puerta—. El hijo de puta puso algo pesado frente a ella. No se puede ver nada.
— ¿En serio? — preguntó ella con su voz mezclada con sarcasmo. Luego se arrepintió de ello—. Lo siento. Estoy…
cabreada.
— ¿En serio? — preguntó con una sonrisa.
Ella esbozó una media sonrisa reticente en respuesta.
—Estoy sentada aquí, con la cabeza agachada lagrimeando porque tengo una gran carrera en las medias. ¿Qué de
enredado está eso?
Sus manos todavía temblaban, y odió eso incluso más.
—Hey, — se arrodilló delante de ella. Le tocó el brazo y se lo apretó suavemente—. Te ves como el infierno.
—Gracias.
Su ceño se profundizó.
—Estás temblando.
—No me gusta admitirlo, pero me siento mal.
Su gran mano le acarició el pelo, quitándoselo de la cara. Eso la sorprendía mientras miraba su expresión que cambiaba
de preocupación con curiosidad.
—Probablemente sea la adrenalina. Acabas de pasar por un gran trauma.
— ¿Sabes sobre la adrenalina?
—Sí. Respira profundamente si te sientes mareada.
Se llevó las manos a la cabeza, en caso de que fuera necesario mantener su cráneo sobre sus hombros.
—Buena idea.
Se quedó de rodillas delante de ella mientras daba un gran suspiro y luego otro. Funcionó.
— ¿Mejor?
—Mucho. Gracias.
Su mirada, misteriosa y a la vez tranquila como un río fluyendo lento, la capturó y la retuvo.
— ¿Alguna vez viste a un hombre disparar?
Ella bajó sus manos.
— ¿Estás bromeando? Odio las armas. Suenan tan... fuertes.
—Sí. En un espacio confinado. En cualquier espacio.
— ¿Por qué me preguntas eso?
—Porque explicaría tu reacción. No porque el pastel de café te hiciera sentir mal.
—Nunca. Davina hace el mejor pastel de café que hay. Oye, espera. ¿Te diste cuenta lo que estaba comiendo?
—Tú notaste algo acerca de mí. Te vi mirándome algunas veces.
En esas circunstancias, no podía sacar a relucir la energía para sentirse avergonzada. Perder la dirección había
funcionado para ella a menudo. No había necesidad de parar ahora.
— ¿Alguna vez viste a un tipo disparar?
Sus ojos se endurecieron, como si no sólo hubiera visto a un hombre hacerlo, sino que tal vez había sido testigo de algo
peor.
—Sí. Sí, lo he hecho.
Miró alrededor de la habitación. Manitas observó las esquinas, como si evaluara alguna ruta de escape razonable.
Decidida a no ser más una chica desvalida, se puso de pie con las rodillas tambaleantes. Él la siguió. Se frotó las manos
sobre sus caderas, consciente de que la blusa blanca y su falda de gabardina azul se sentían calientes. La sala
probablemente no tenía mucha ventilación.
Con las manos en las caderas, él se volvió hacia ella. Desde allí, su camisa aún era fea. Pero algo acerca de Manitas era
diferente. Era menos... raro. Sintió un núcleo duro en su interior, y su intuición le dijo que se había equivocado con él en
más de una forma. La preocupación de Bella de antes resurgió. No lo conocía. Y se quedarían allí por Dios sabe cuánto
tiempo.
Sin embargo, sus prioridades habían cambiado, también. En un momento impactante, entendía cosas acerca de sí misma
que habían quedado ocultas por un largo tiempo. Seguiría el resto de su día con una pizarra en blanco. También tuvo
otra revelación. Manitas, probablemente no era un violador o un asesino loco, gracias a Dios. Eso habría realmente
colmado su día. En cambio, había sentido su fuerza de carácter, y una solidez que le habían dado confianza.
De pie junto a él, la presencia de Manitas le suministraba tranquilidad. También lo hacía la preocupación muy humana en
sus ojos.
—Estuviste genial ahí afuera. No entraste en pánico.
—Creo que estaba demasiado sorprendida... demasiado asombrada para entrar en pánico.
Él asintió.
—Esa es la reacción de la mayoría de la gente.
—No me podía mover.
—Todo el mundo reacciona de manera diferente en una crisis.
El silencio cayó entre ellos como una hoja de guillotina. Igual que un borde afilado, ella se sintió fatal. Como si el otro
zapato cayera, y descubriera un horror mayor que el que había experimentado minutos antes. ¿Cuántos minutos? Miró
su reloj y registró el tiempo. Eran casi las ocho.
—Hemos estado aquí menos de diez minutos. —Él apoyó la espalda contra la pared a su lado.
— ¡Mi móvil! —Tomó su bolso y luego se acordó de que no lo tenía—. Maldita sea. ¿Tienes un móvil?
—Nop. Tengo uno en casa, pero se me sigue olvidando esa cosa estúpida. No va contra la ley no tener móvil. No hablo
mucho por teléfono — ahora le tocó el turno a él deslizarse hacia al suelo y sobre su trasero. Llevó sus kilométricas
piernas hacia arriba y plantó sus pies en el suelo. Sus brazos se extendieron sobre las rodillas. Podía ver sus calcetines
deportivos blancos—. No me pondré un condenado Bluetooth en el oído que me haga ver como cualquier "somos Borg"
de Star Trek tampoco.
Ella le dio una pequeña sonrisa, agradecida.
—Mike llevaba uno de esos —dijo ella abruptamente con el recuerdo, y luego hizo una mueca.
— ¿El chico rubio al que le dispararon?
Asintió y tragó.
—Estará bien. Alguien probablemente lo estará ayudando en estos momentos —dirigió una mirada curiosa en su
dirección—. ¿Lo conoces bien?
—No. Lo vi y él... bien, parecía un candidato adecuado para el calendario benéfico que estoy organizando.
— ¿Calendario?
—Ya sabes — se encogió de hombros—. Del tipo donde los hombres posan medio desnudos.
—Beefcake – N/A Una fotografía de un hombre musculoso en ropa mínima.- ¿eh?
—Por supuesto.
—Hmm.
— ¿Lo desapruebas?
—Por supuesto que no — sin embargo, oyó un toque o matiz en su voz que no concordaba—. No estoy en el asunto de
decirle a las mujeres qué les debe gustar y qué no.
Ella decidió cambiar de tema.
— ¿Oyes sirenas?
—No.
—Alguien tiene que encontrarnos pronto.
—La tienda cierra a las nueve. Alguien entrará en breve si no lo han hecho. Pero no creo que el primer lugar que revisen
sea en esta maldita gran despensa.
—Tienes razón — suspiró—. Me dijiste que me quedara tranquila. Que estaríamos aquí un rato.
—Hay una buena posibilidad.
El silencio cayó de nuevo hasta que él inclinó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos.
—No te di las gracias.
Sus tacones la estaban matando, por lo que se hundió en el suelo sucio de nuevo y se sentó junto a él.
— ¿Por qué?
—Por salvar mi vida, probablemente. Me quitaste de la puerta cuando el gilipollas comenzó a disparar a través de la
puerta. ¿Cómo sabías que haría eso?
—Lo adiviné. Parecía como algo que un hombre tan horrible como él haría, ¿sabes?
—No eres claustrofóbica, ¿verdad? — la miró fijamente.
—No. Además, esta área de almacenamiento es bastante grande. Está llena, sin embargo.
Se desabrochó el primer botón de su útil, blusa de manga corta blanca. Deslizó una mano por su pelo. Había empezado a
zafarse del moño ingeniosamente dispuesto en la parte trasera de su cabeza. Se quitó el clip color marrón de su pelo y
los filamentos ondulados cayeron sobre sus hombros. Sintió su mirada y se atrevió a mirar hacia arriba. La innegable
apreciación masculina provocó que esos ojos misteriosos ardieran con interés sexual. Hambre. Sorprendida, permitió que
su boca se abriera, con su mirada cerrándose con la suya mientras una respuesta inesperada caía y crecía en su interior.
No esperaba que fuera porque él estuviera interesado, número uno. Número dos, el calor fuerte se enrolló en su
estómago, haciendo que sus pezones se tensaran contra su sostén... oh, muchacha. No era lo que ella esperaba tampoco.
Ahora no era el momento para excitarse.
Bella se apresuró a hablar, a decir algo para bloquear su respuesta no deseada e inesperada.
—Y yo tengo que darte las gracias. Evitaste esa tontería de que me llevara con él.
—No hay de qué — suspiró, con un sonido largo y cansado—. Me prometí que no estaría alrededor de esta mierda ya,
y ahora aquí está.
— ¿De qué mierda?
Negó.
—No importa. Es una larga historia.
—Vamos, no me puedes dejar así.
—No te preocupes, no soy un criminal.
—Lo sé.
— ¿Cómo lo sabes?
—Yo... sólo lo sé.
—Hum.
— ¿Quieres que piense que eres un criminal?
—Diablos, no. Mira, no me gusta la violencia.
— ¿Y a quién le gusta?
—Créeme, hay gente que se la come como si fueran dulces.
— ¿Quieres decir como en los libros y en las películas?
—No. Eso no me molesta. No es real.
Asustada a un nivel fundamental, ella dio marcha atrás. Tal vez, por una vez, sus instintos estaban equivocados. Tal vez
mentía y le gustaba la violencia. Y estaba atrapada aquí con él.
No. Sus instintos rara vez habían demostrado ser incorrectos. Después de otra larga pausa, los atajó, diciendo:
—Si vamos a quedarnos aquí para siempre, supongo que debemos hablar.
— ¿Sobre qué?
—Bueno, en primer lugar, no conocemos nuestros nombres — estiró su mano—. Soy Bella Swan.
Él apretó su mano en un agarre cálido y grande. Sus ojos tenían una curiosidad genuina y una intensidad de sondeo que
agitó la inseguridad no identificada en su interior.
—Encantado de conocerte Bella. Soy Edward Cullen.
Edward. Bien, el nombre sin duda le quedaba. Alto. Fuerte. No había esperado ese nombre o esa fuerza. Incluso con sus
zapatos de tacón alto, su uno setenta y cinco no superaba su altura que era fácilmente de uno noventa. Cuando se había
sostenido a lo largo de su cuerpo, había sentido su potencial, una resistencia tensa. Otro punto a su favor por el que
Bella se había permitido abrir la mente. Si quería admitirlo o no, ahora encontraba a Manitas atractivo.
Edward se pasó el antebrazo por la frente.
—Hace calor aquí.
Quiso desabrocharse un botón más, pero lo pensó mejor.
—Eso es seguro.
—Debido a que estamos atascados aquí, dime esto... ¿qué te trajo a la cafetería?
—El estrés. Trabajo en la oficina del alcalde. Soy su asistente ejecutiva. La reelección será pronto, las cosas han estado
un poco... peliagudas.
Él asintió, con su mirada evaluándola una vez más.
—Puedo entender por qué. No es muy popular en estos días.
Ella no pudo decir mucho, aunque parte quiso expresarse con perfecta vehemencia, cuanto le disgustaba el alcalde.
—Estoy buscando un trabajo menos estresante.
—Buena idea — bajó las piernas y se estiró en un perfecto abandono masculino—. La mayoría de la gente se preocupa
demasiado.
— ¿Incluyéndote a ti?
Él soltó un gruñido.
— ¿A mí? Nunca.
— ¿Nunca? — Estaba incrédula—. Todo el mundo tiene preocupaciones. Es anti-estadounidense no preocuparse.
Se encogió de hombros.
—Con excepción de esta noche, he tenido un estrés bajo durante casi dos años.
— ¿Y antes tuviste una gran cantidad de estrés?
—Sí. Más del que vale para toda una vida.
—Vives en el Slanta Forest. Es un lugar hermoso y tranquilo. No me importaría vivir allí. Es tan exuberante y la altura es
fresca. Me gusta mucho.
—Sí, ¿cómo sabes que vivo allí? — la sospecha marcó su voz, y cuando ella se arriesgó y lo miró a los ojos, la vio allí.
—He vivido en Clarksville casi diez años. Oigo cosas. No te preocupes. No soy una especie de acosadora loca.
Una de sus cejas se arqueó.
—Uh-ajá. Así que ¿No sabías mi nombre, pero sabías dónde vivía? — se movió en el piso duro, no demasiado cómoda
física o mentalmente.
—Mi amiga Alice que estaba sentada conmigo en la cabina me lo dijo. Está en el sector inmobiliario.
Él apoyó la cabeza contra la pared otra vez, y un mechón de pelo casi rojizo le cayó sobre la frente.
— ¿Qué más te dijo de mí?
— ¿Qué te hace pensar que me dijo algo más?
Su mirada se endureció, todo signo de la parte de templanza perdida. Parecía implacable. Una piedra de granito decidido
a conseguir respuestas.
— ¿Por qué estabas hablando de mí en primer lugar?
Tragó, con una extraña vergüenza haciéndola vacilar.
—Porque dijo que podrías ser un buen modelo para el calendario de caridad que estoy haciendo.
La incredulidad marchó por su cara.
— ¿Qué?
—Ya sabes... te dije que me acerqué a Mike, me presenté, le conté sobre el calendario de caridad y le pregunté si le
gustaría estar en él.
—Lo recuerdo.
La mentira salió corriendo tan rápido que Bella no tuvo tiempo para formular un fondo para su mentira.
—Le dije a Alice que no estarías interesado.
Sonrió, y luego una diversión grande curvó sus labios y lo hizo algo que ella no esperaba una vez más... endiabladamente
guapo. Sus ojos brillaron con humor, con su nariz soberbiamente patricia, con su boca tallada a la perfección. Sin
embargo, su mandíbula, cortada cruda y duramente, rompía todas las ideas que lo pudieran calificar como un chico
guapo.
— ¿Qué te hace pensar que no estaría interesado?
*Chapter 3*: Chapter 3
Capítulo Tres
Por el centelleo de sus ojos, Bella no pudo decir si Edward se estaba burlando de ella.
Miró su camisa sumamente holgada y sus pantalones y buscó a tientas una respuesta razonable.
—Bien... los hombres que escogemos tienen que tener una cierta apariencia.
Poco a poco, se puso de pie y la miró.
— ¿De chicos lindos?
—La mayoría de las mujeres se sienten atraídas por los tipos duros, robustos en esos calendarios. Ya sabes, policías,
bomberos, trabajadores de la construcción…
— ¿Soldados?
—A veces.
—Yo trabajo en la construcción cuando me conviene.
Ella permaneció en silencio, sin saber qué decir a continuación.
— ¿Eres la "mandamás" del proyecto y dices que calificas? —Él preguntó.
—Sí. Estoy sorprendida por la cantidad de tiempo que me está tomando para configurarlo.
Él se cruzó de brazos. Tenía los antebrazos agradables, ligeros y espolvoreados de pelo oscuro. Antebrazos muy
bonitos.
— ¿Eres la fotógrafa, también?
—No. Hemos contratado a un fotógrafo, sin embargo. Sólo soy la presidenta de la asociación de caridad y dije que sería
voluntaria para encontrar a los hombres. Puedo encontrar a chicos que tengan una buena forma.
— ¿Qué pasa si tienes que elegir a alguien que no tenga buena forma?
Ella cruzó los brazos, imitando la actitud de él deliberadamente. Parecía a la defensiva.
—Soy una mujer. Conozco a un hombre bien parecido cuando lo veo.
— ¿Los gustos de las mujeres no varían?
—Por supuesto — la exasperación llenó su voz—. Pero... Dios, no puedo creer que estemos hablando de esto, incluso
en un momento como este.
— ¿De qué deberíamos estar hablando? ¿De la paz mundial?
Ella arrugó la nariz.
—Ahora estás siendo sarcástico.
—Sí. Lo estoy.
El desafío en su voz la estimuló de una manera que no quiso reconocer. Rara vez le había gustado un hombre parco en
su forma verbal, pero Edward la hacía querer luchar por lo que era correcto. Una emoción extraña bailó en su vientre,
vibrando hacia afuera hasta que no pudo decir si era miedo por el robo o si este hombre creaba de alguna manera ese
sentimiento en su interior.
Absurdo.
Por un instante, su imaginación se volvió loca, y se visualizó rodando una y otra vez con él en una cama lujosa con un
montón de almohadas. Desnudos. El calor subió en su interior ante la tonta idea. Como si fuera verdad.
Él cambió de tema.
— ¿Dónde vivías antes de mudarte a Clarksville?
—Chicago. Mi familia era de allí.
— ¿Era...?
Respiró lentamente. Siempre tenía que hacerlo antes de explicar el detalle.
—Cuando tenía quince años mi...
Se había convertido en experta en explicar lo que había pasado, pero en ese momento de oscuridad, no sabía si tendría la
fuerza. La hacía enojar casi tanto... no, mucho, mucho más que la carrera en sus caras medias. Su liguero empezó a
picarle, con el encaje como una abrasión. De repente, detestaba el café más de lo que podía decir.
No la presionó, sólo la miró con esos ojos penetrantes que exigían respuestas.
—Es una larga historia — le dijo.
Él parpadeó, con el movimiento lento y seguro.
—No me digas tus secretos, y no te diré el mío.
Ella sonrió.
—No ibas a hacerlo de todos modos.
Maldita sea, su sonrisa podía ser asesina. Tal vez podría posar para el calendario, pero sólo en un plano facial.
— ¿Algo me está creciendo en el labio superior? — le preguntó.
—En realidad, sí. Tienes una sombra en tu cara.
—Normal para mí. Puedo tener una pesada sombra en la cara. Es un dolor en el trasero. A veces tengo que afeitarme
dos veces al día.
Su rostro se inflamó mientras se imaginaba sus mejillas raspando a lo largo de su cuello, rozando sus pezones o su
clítoris...
Santo, Santo... su imaginación estaba trabajando tiempo extra.
— ¿Pasa algo? — preguntó él.
—No, en absoluto.
Se puso de pie una vez más, temerosa de que el calor que sentía tuviera tanto que ver con él como lo hacía con la falta
de ventilación.
— ¿De dónde eres?
—De todas partes y de ninguna.
—Está bien. Así que quieres ser obtuso. Puedo vivir con eso. Después de salir de aquí probablemente nunca volveré a
verte.
—Probablemente no.
¿Había oído un tono de tristeza en su voz?
Un chirrido llegó a su oído. Puso su oreja contra la puerta.
Se acercó a su lado.
— ¿Escuchaste algo?
—Pensé que sí.
Se quedaron en silencio. Un minuto completo pasó. Ella suspiró.
—Nada. Seguro que alguien habrá llamado a la policía en este momento. Alguien tiene que saber que algo está mal.
—Estaremos bien.
Edward se alzó sobre ella, con una presencia tranquilizadora. Lo apreciaba más de lo que suponía.
—Lo sé.
—Si te sirve de consuelo, me gustaría tener un móvil conmigo — su voz retumbó baja, con un tono deliciosamente
profundo y ronco que la consoló. Que le gustó demasiado.
Se tranquilizó, lista para poner la cabeza en el suelo asqueroso, una vez.
—Es una lástima, Manitas.
— ¿Manitas?
Ah, maldita sea. Lo había hecho una vez más. ¿Qué tenía él que la hacía decir cosas estúpidas y más de lo que quería?
—Cuando Alice me explicó que haces trabajos esporádicos en la ciudad, es el nombre que se me vino a la cabeza.
Él apoyó una mano contra la puerta.
—Interesante.
— ¿Qué tipo de trabajo haces?
Se apartó, metiendo sus manos en los bolsillos.
—Un montón de cosas. Fontanería, azulejos, un poco de electricidad, de construcción. Lo que sea, puedo hacerlo.
—Impresionante. ¿Dónde aprendiste todo eso?
—He tenido una vida interesante.
— ¿Siempre has sido de los que hacen muchas cosas?
No la miró.
—No.
Su hermetismo le picó, con su imaginación hiperactiva a toda marcha. Tenía que saber lo que hacía antes. En primer
lugar, sin embargo, esos malditos zapatos tenían que irse. Se agarró a un estante y se quitó una sandalia, y luego trabajó
en quitarse la otra. Captó su mirada sinuosa sobre sus piernas. Bien. No era inmune. Prescindió de su otro zapato y los
dejó en el suelo.
—Déjame adivinar — se paseó a lo largo del cemento frío—. Fuiste defensor de oficio, pero te cansaste de representar a
bolsas de basura.
Sus labios temblaron.
—No.
—Eras un leñador, pero te sentiste mal por talar árboles.
La miró caminar de un lado de la habitación al otro.
—No.
—Eres un sacerdote que perdió su fe.
—No.
—Un ejecutivo que odiaba su trabajo, tomó la jubilación anticipada, y dividió su reino.
—Ni siquiera cerca.
Levantó una ceja, trabajando para adivinar lo que ese tipo duro como una piedra podría haber hecho como ocupación.
—Eres un escultor que ha perdido su inspiración.
—No, sólo no, con un infierno que no. No podría esculpir un dedal.
—Eres un maestro de Kung Fu.
—No es mi arte marcial particular favorita.
Oh, ahora estamos llegando a alguna parte. Él había admitido que tenía un lado peligroso.
Ella se echó a reír.
—Bien, eso es suficiente.
— ¿Te das por vencida?
Intrigada más allá de lo soportable, y maldiciendo a dónde toda esa aventura pudiera llevar, caminó hacia él.
—No del todo. Hay otra cosa que puedo intentar.
Oh, iré al infierno por este caso. Casi no lo logró. Casi no se paró delante de él y lo alcanzó. A veces, en momentos de
fuerte emoción, juraba que podía sentir las verdaderas motivaciones de las personas y las emociones con un simple
toque. Bella tenía que saber y el toque humano podría ser la única manera de descubrir la verdad. Puso su mano sobre
su antebrazo.
Sintió peligro. Aventura. Granes pérdidas. La angustia que había sentido en un momento u otro todavía lo impregnaba
profundamente. Dejándola casi sin aliento. Este hombre había hecho algo muy, muy peligroso en más de una ocasión.
Edward se quedó quieto, con su tranquilidad enviando una sacudida emocionante hacia arriba de su mano y a su brazo.
A ella se le cortó la respiración mientras la implicación chisporroteaba y se metía bajo en su estómago. Una espiral, una
naturaleza depredadora estaba en lo profundo de él, aunque hacía un excelente trabajo al ocultarlo. Lo que sintió la
quemó en un nivel primitivo, consternada y sexualmente excitante al mismo tiempo.
Dios mío. ¿Cómo puedo estar atraída por este hombre después de lo que he sentido?
Tragó y movió su mano hacia atrás.
—Estuviste en una ocupación que requirió de voluntad para matar.
Sus ojos se estrecharon.
— ¿Qué eres? ¿Psíquica o algo así?
Respiró temblorosamente y decidió decirle la verdad. Algo acerca de estar encerrados ahí la liberaba, por extraño que
pareciera.
—No lo golpees hasta que lo pruebes. Sí, de hecho, a veces lo soy. Soy muy empática para ser precisos.
No se movió, pero su mirada fue termonuclear, un resplandor de ardiente intensidad que la quemó hasta los dedos del
pie. Sus labios se separaron. Empezó a decir algo, y luego negó.
—Bien, no renuncies al trabajo diario, Bella. Nunca he hecho nada peligroso en mi vida.
Hmm. Mentía. Mucho. Pero ¿por qué?
—Dijiste antes que habías visto a alguien recibir un disparo.
Gruñó y se alejó.
—Sí, bueno, eso no significa que sea John Wayne o algo así.
El tono de Edward la atrapó. Era hora de retroceder por el momento y reagruparse. Había ido demasiado lejos y lo había
asustado.
—Joder — dijo él en voz baja en voz baja—. ¿Hace calor aquí?
El calor hormigueó a su estómago. La forma en que dijo la palabra no salió como una maldición. Por lo menos no de esa
forma. En su lugar, envió una tormenta de fuego en reacción a saltar y bailar dentro de sus hormonas. Se lo imaginó
participando en esa actividad... con ella.
Empezó a abrirse la camisa. Ella apartó la mirada, y antes de que se diera cuenta, la monstruosidad de camisa hawaiana
estaba abierta todo el camino por la parte delantera. No pudo evitarlo. Dio una rápida mirada y vio todo lo que no podía
dejar de ver. El cabello oscuro se arremolinaba sobre pectorales duros, moldeados y sobre un amplio pecho, después una
cubierta ligera espolvoreaba en su estómago a través de abdominales marcados en un paquete de seis y en la cintura de
sus pantalones que se montaban bajo sus caderas. Oh. Dios. Mio. Si los pantalones no fueran tan anchos...
Su imaginación se encendió. ¿Qué aspecto tendría desnudo? Luchar con él sonaba más interesante por el momento. Su
conciencia de lo estúpidamente equivocada que había estado sobre él la golpeó en plena cara. No sólo poseía anchos y
poderosos hombros, sino que su pecho estaba, por usar un cliché muy recargado... malditamente para morirse.
Apostaría alrededor de mil dólares que sus piernas eran muy poderosas, que sus bíceps estarían tensos con el músculo.
El hombre era, para decirlo sin rodeos... caliente. Con una C mayúscula.
Del tipo pon-chocolate-en-mí-y-lámelo, hermoso.
Si el puesto no estuviera tomado ya, ella le diría que debería hacer una prueba para James Bond.
Oh, Bella. Qué tonta has sido. No sólo podía hacer una prueba para el calendario de caridad, sino que podría
protagonizar un calendario, de enero a diciembre, y un mes muy especial para el año siguiente.
Él se aclaró la garganta, y luego se dio cuenta de que ella lo miraba de nuevo. Muy pronto Edward podía pensar que se
había quedado atrapado en una despensa con una ninfómana.
— ¿Todo bien? — preguntó él —. Te ves un poco aturdida.
Um, claro. Trató de acomodar su rostro con una expresión suave. No era como si lo mirara como si fuera el pastel de
café de Davina o algo así.
Decidió que lo haría sufrir.
—Estoy bien. Pero creo que tengo que pedir disculpas por algo.
Su ceño se frunció.
— ¿Por qué? —Antes de que ella pudiera hablar, levantó la mano—. Shhh. Oí algo.
Un sonido de arrastre asaltó sus oídos. Lo que estaba contra la puerta gimió y crujió cuando fue retirado. Un sonido de
golpe sonó en la puerta. Edward agarró su brazo y la llevó lejos de la puerta. Se colocó delante de ella como un escudo.
Miró por encima de su hombro.
Varias voces, todas de varones, se hicieron eco a través de la puerta. Cuando la puerta se abrió y dos agentes de la
policía de Clarksville entraron por la puerta, Edward y Bella dieron un paso atrás de forma automática.
—Gracias a Dios — dijo Bella—. Pensábamos que nunca íbamos a salir de aquí.
Finalmente hu! :)
*Chapter 9*: Chapter 9
Capítulo Nueve
Bella no podía dormir. A pesar de que había permanecido dentro de los brazos de Edward cerca de una hora, su mente
se desplomaba con preguntas y en desorden general. Sus brazos la anclaban a su lado. La había abrazado tanto esa
noche, tanto que sus palmas se habían deslizado por su espalda en una caricia tierna y habían aterrizado en su trasero
con un apretón. O él había pasado sus dedos suavemente por su pelo y le había dado besos en la frente. Le encantaba
estar en manos de él, encerrada en ese afecto más profundo que cualquier cosa que ella hubiera experimentado con un
hombre antes.
Sin embargo, las dudas que se arrastraban en su mente amenazaban con desbordarse. Los cuentos de hadas estaban
incluidos en esa clase de amor, si se podían llamar así, y los adultos entendían que esos cuentos de hadas no se hacían
realidad. Su corazón ardió en deseos de entender, de descubrir más del corazón del amante más maravilloso que jamás
había tenido.
La oscuridad, sólo iluminada por la luna llena, le daba a su habitación un brillo etéreo. La luz plateada se inclinaba sobre
la cama. La palma de su mano cariñosamente pasó sobre su pecho, y ella se vanaglorió por el calor de su fuerte cuerpo.
Cuando trató de salir de sus brazos, él se quejó en voz baja.
— ¿A dónde vas? — le preguntó, con su voz ronca por el sueño.
Ella se sentó.
—Creo que voy a sentarme en la sala de estar por un tiempo a ver la televisión. No puedo dormir.
Él alcanzó una lámpara de mesa y la encendió. Se frotó la cara, y luego puso sus manos detrás de su cabeza.
— ¿Pasa algo?
—No —no quería mentirle. Pero el conflicto no le sentaba bien a ella tampoco. No era acerca de esa relación y de los
increíbles sentimientos que había descubierto en sus brazos.
Cuando la atrajo a sus brazos, ella se rió.
—Edward.
—Mmm... Tú… sabes... bien — puntuó cada palabra con un beso.
Él gruñó y le acarició el cuello, besando y mordisqueó su tierna piel con emoción hasta que un hormigueo bailó en su
bajo vientre. La excitación renovada brilló en sus muslos, y ella se arqueó hacia arriba.
Su boca capturó la de ella y hundió su lengua para iniciar una exploración carnal. Sus caderas se movieron entre sus
piernas y sus poderosos muslos se abrieron más. Se sintió vulnerable y emocionada al mismo tiempo. Cuando su pene se
puso duro como una roca, ella se quejó por su poder de mujer pura, deleitándose al poder desencadenar una respuesta
tan rápida. Su dureza sondeó sus pliegues. Giró sus caderas, perdida en una bruma sensual. Él lanzó sus labios y su
lengua a su pezón. Ella abrió la boca y sostuvo su cabeza mientras él bañaba su pezón con su lengua, y luego aspiraba el
meollo en su boca. Mojada y deseosa, arqueó sus caderas de nuevo. Sí. Sí. Ella suspiraba con deseo por él.
A medida que su pene se deslizaba dentro de su casa, ella se quejó con satisfacción. Nunca había deseado algo más que
la sensación de su pene grueso, largo extendiéndola, tocándole la matriz.
—Edward, por favor.
Cumplió con su petición, sus caderas comenzaron un movimiento lento y profundo. Su pene acariciaba sus paredes
internas, arrastrándose a través de ellas, después separando los tejidos sensibles que palpitaban y se quemaban por
conocer el éxtasis final. Estaba poseída, tomada, y con cada embestida, él la llevaba más y más cerca del borde. Todos
los pensamientos de salir de su cama desaparecieron en una ola de impresionante lujuria. Sus caderas se arquearon una y
otra vez. El orgasmo arrasó con ella, y Bella se hizo añicos, como un grito dejándola.
De repente él se apartó.
—Joder.
Ella sonrió, sin aliento y deseando que volviera dentro de ella.
—Creí que eso era lo que estábamos haciendo.
Sus ojos brillaron con la necesidad de continuar.
—No usamos protección.
Maldita sea. Él tenía razón, y por un momento la idea de que podría haberla dejado embarazada se envió a través de ella.
Sin embargo, todo su cuerpo ansiaba su conexión.
Se subió desde debajo de él y alcanzó el cajón. Su mano se deslizó en el interior de la caja de condones, y tocó algo frío
y duramente brutal. Bella sacó el objeto del cajón, y todo dentro de ella se congeló mientras miraba lo que descansaba en
su mano.
— ¿Un arma? —La pregunta salió ronca mientras el miedo se disparaba por su espalda—. ¿Qué haces con una pistola?
Él tenía los ojos vidriosos aún con pasión.
—Por protección. ¿Qué más?
Las viejas heridas florecieron con una brutalidad renovada. Ella dejó de nuevo la pesada arma en el cajón y lo cerró de
golpe. Le temblaba la mano.
— ¿Qué sucede? —le preguntó, con su voz ronca de pasión no utilizada.
—Odio las armas.
—Eso es comprensible. Tuviste una apuntándote a la cara no hace mucho tiempo.
Él no entendería si le decía la razón honesta por la que odiaba las armas. Pocas personas lo hacían cuando se las
explicaba.
Él frunció el ceño y se sentó, apoyando su espalda contra las almohadas.
—Te estás cerrando, Bella. ¿Qué pasa?
Suspiró y se recostó en las almohadas también. No trató de atraerla a sus brazos. En esa posición, se quedó mirando la
tapicería de viñedos en toda la habitación y no con ojos escrutadores. Su pasión se había enfriado con tanta seguridad
como si alguien hubiera arrojado agua fría sobre ellos.
Suspiró. ¿Por dónde empezar?
—Nos metimos en esto primero.
— ¿En esto? Define esto.
—En el sexo.
—Está bien. ¿Tienes remordimientos? —Parecía preocupado—. ¿Sobre esta noche?
—Yo no estoy... No sé cómo definir lo que siento. Me pregunto si deberíamos habernos tomado el tiempo para
conocernos más el uno del otro.
Él suspiró.
—Sí, supongo que podríamos haberlo hecho. Pero estábamos tan calientes el uno por el otro...
Sus pezones se tensaron con sus palabras. El asombro se disparó a través de ella. Una simple declaración, y Edward
podía excitarla una vez más. No pensaba que le quedara ninguna hormona después de sus numerosas rondas de sexo. Su
resistencia la sorprendió, el único hombre con el que había estado antes de Edward nunca había hecho el amor con ella
cuatro veces en cinco horas.
—Es cierto. Pero tal vez...
—Dijiste que no te arrepentías, pero suenas como lamentándote para mí — su voz tenía un borde duro—. Después te
encuentras la pistola y te enfrías.
—No te enojes, por favor.
—No estoy enojado —su voz fue más profunda y más suave— Hablémoslo.
—Cuéntame más sobre ti. Dónde naciste y lo que hiciste antes de venir a la ciudad.
Fuera de su visión periférica lo vio sacudir la cabeza.
—Nací en Clarksville, pero fui al ejército cuando tuve dieciocho años. Pasé quince años allí y luego lo deje.
Eso explicaba el arma, tal vez. Muchos militares se quedaban con una en la casa. Sin embargo...
— ¿Cuánto tiempo hace que dejaste el ejército?
—No han pasado ni dos años.
— ¿No te retiraste?
—Tienes que haber pasado veinte años para eso.
— ¿Qué hizo que te fueras?
Cuando no respondió, volvió la mirada hacia él. La frialdad enmascaraba sus facciones, y sus labios estaban apretados
en una fina línea.
—Esa es una historia muy larga.
Oír el rechazo de su voz reforzó su determinación de saber más.
—Tengo tiempo.
—No, no lo tienes.
Eso la picó.
— ¿Por qué no?
—Es complicado y yo no... —Se encogió de hombros—. Simplemente no hablo de ello.
La preocupación entró en escena, y despertó a su instinto.
—Algo malo pasó. ¿Estuviste... en la guerra?
Él se sentó con la espalda recta, y luego se bajó de la cama. El cuerpo desnudo de Edward, tan robusto e intimidante con
su poder, le llamó la atención a pesar de su pequeño tono de confrontación en la conversación.
—Como te dije, no hablo sobre el tiempo que pasé en el ejército. Se acabó, se terminó, y tengo una nueva vida.
La irritación la hizo levantar la cabeza. Ella recogió su pelo y dejó que cayera por su espalda.
— Estás diciendo que quieres que sólo me acueste contigo sin saber nada acerca de quién eres.
Él sonrió.
—Sabes quién soy.
Ella se encogió de hombros.
—Alrededor de los bordes. Sé que eres fuerte y valiente como el infierno, y amable — arqueó los labios en un intento de
humor. Tal vez él se ceñía a eso—. Y follas como un conejo.
Su mirada se unió a la suya, y un humor reacio osciló dentro de sus intensos ojos.
— ¿Es ese un cumplido?
—Lo es siempre — ella sonrió.
Él soltó un bufido.
—Bien, no soy valiente y estoy seguro como el infierno que no soy amable.
Su tono sarcástico la sorprendió, igual que su reacción a su alabanza.
—Entonces, ¿quién eres?
Él miró sus ojos.
—Soy un hombre simple que trata de llevarse bien con la vida sin demasiados conflictos y sin complicaciones.
—Toda persona tiene conflictos y complicaciones en algún nivel. Eso incluye a los hombres que se esconden en los
bosques y pretenden no estar allí. ¿Es eso lo que hiciste en el ejército? ¿Evitaste los conflictos? —Algo en su interior no
se detendría, y ella se lanzó hacia adelante con sus preguntas—. ¿Te acercaste sigilosamente a los enemigos con tus
maneras simples y falta de complicaciones?
—Sí, eso es exactamente lo que hice —sus ojos tenían una apariencia fría y dura—. Y fui condenadamente bueno en
eso.
Había visto esa mirada antes, cuando él había mirado el cañón del arma del ladrón. Una parte congelada de lo que se
negaba a descongelar la miró con total falta de remordimiento.
— ¿Cómo se hace eso? —preguntó.
— ¿Quedarte sin complicaciones?
—No sólo eso. Si no volverte frío y enfadado. Eres un hombre cálido y das tanto y entonces... sólo te apagas.
Su mirada brilló, con el fuego quitando el hielo, como aceite caliente cayendo en una sartén.
—Estás diciendo que soy como Jekyll y Mr. Hyde.
—En cierto modo. Si estuvieras en el ejército y pasara algo horrible, lo entendería. ¿Por qué necesitarías ocultarlo? —
Cuando él no respondió, tragó—. Te contaré acerca de mi pasado. Lo que sucedió en tu pasado, probablemente no es
tan feo como el mío. Podemos intercambiar historias de guerra y de neurosis. Eso es lo que hacen los amantes, ¿no?
— ¿Tienes un pasado feo? Claro.
La cruda incredulidad de su tono la apagó como una bombilla de luz que se extingue. Maldito sea.
¿Había cometido un terrible error yendo allí esta noche y compartiendo su cuerpo con él? Al haberle regalado una
pequeña parte de sí misma, había esperado más.
—Así que quieres cambiar de tema.
—Sí —Él se dirigió al cuarto de baño—. Eso no está abierto al debate.
Cuando la puerta del baño se cerró, ella hizo una mueca. No había tenido la intención de hacer ese rápido cambio de
cálido y difuso a frío y controlado. El remordimiento le dolió profunda y dolorosamente en su interior. No era que le
hubiera preguntado sobre su pasado, pero había pensado que lo entendería. Que le había dado tanto de sí misma a un
hombre que a él le importaría tan profundamente como ella lo necesitaba. A pesar de que le dolía como el infierno, se
puso su ropa de nuevo pieza por pieza, lenta y segura. Odiaba salir sin decir una palabra, y sin embargo el dolor en su
interior se negaba a ceder. Temía que si decía más, se disolviera en lágrimas de decepción por lo que nunca podría
formarse entre ellos.
Oyó correr el agua en el baño y se apresuró a ponerse los zapatos. Salió de la habitación, entró a la sala de estar y tomó
su bolso. Al salir de su casa, usó la luz de la luna para que le mostrara el camino a su coche. Se acercó con cautela
sobre la calzada de barro y abrió el vehículo. Después se deslizó en el interior, arrancó rápidamente el coche y se dirigió
hacia la entrada. Miró por el espejo retrovisor y vio la puerta principal abierta y a Edward salir al porche. ¿Habría salido
para decirle que no se fuera? ¿Qué importaba, cuando todo estaba dicho y hecho? No se quería abrir, y ella no podía
estar con un hombre que no quería revelarle su pasado. Se estremeció; la lluvia había refrescado la noche, y había
olvidado el chal en la fiesta.
Había conducido a pocos kilómetros, cuando unos faros se acercaron con rapidez desde atrás. Su preocupación saltó
hacia adelante cuando las luces brillaron cada vez más rápido. A pesar de que la lluvia había parado hace mucho tiempo,
el pavimento estaba todavía húmedo. El coche pasó como un relámpago, y ella miró por encima con alarma. No era
Edward. Había tenido la oportunidad de ver la figura sentada en el sedán oxidado, viejo y azul. El hombre sonrió, frío y
con mala intención. Ella se relajó. Su cuerpo se volvió helado, y luego el conductor hizo la única cosa que ella no
esperaba. Detuvo su vehículo de manera significativa.
Clavó los frenos, pero no fue suficiente ya que coleó a un lado de la carretera en el pavimento resbaladizo por la lluvia.
Se desvió hacia la cuneta de la carretera y su vehículo cayó abajo. La parte delantera se estrelló contra el muro de
contención. Fue enviada hacia adelante por el impacto, gritó. El cinturón de seguridad la sujetó firmemente en su lugar.
— ¡Bastardo!— Golpeó su palma contra el volante. ¿En qué habría estado pensando el maldito?
Él se había detenido. De hecho, estaba al lado de la puerta del conductor de su coche antes de que ella pudiera
parpadear. Por lo menos quería ayudar…
El hombre sonrió. La garganta se le atoró con un suspiro. A pesar de que se había puesto una máscara de esquí cuando
ella lo había visto en el restaurante, había visto su foto en el periódico después de su detención.
James Trent era rubio, con su largo pelo sobre su cabeza, con sus rasgos crueles de burla.
—Abre la puerta, chica. ¿Me recuerdas?
Su mente dio vueltas. Si abría la puerta, no tenía muchas posibilidades de supervivencia. ¿Era honestamente tan estúpido
como para pensar que ella saldría?
Lo vio echar un vistazo detrás de su coche, y faros pasaron por su espejo retrovisor. La esperanza creció en su interior.
Un testigo. Trent le envió una mirada fea y luego corrió hacia su vehículo. Saltó dentro y arrancó como un cohete sobre
la grava, al lado de la carretera salpicando su coche.
El alivio la golpeó, y puso una mano temblorosa a su rostro. El otro coche se detuvo detrás de ella, y luego una puerta se
abrió rápidamente. Una figura salió del coche y corrió hacia el lado del conductor. Un hombre se agachó y miró por su
ventana.
Edward. Su tensa preocupación contrastaba con la ira que había visto en su rostro no hacía mucho tiempo.
— ¿Estás bien? —su voz llegó a través del cristal, y ella rápidamente abrió la puerta.
Mientras ella saltaba, sus brazos rodearon su cintura y la agarró con fuerza. Hundió la cara en su cuello.
—Edward, gracias a Dios que estás aquí.
Sus brazos se apretaron protectoramente, sus dedos se metieron en su pelo mientras la abrazaba.
—Todo está bien. ¿Quién era ese idiota que te sacó de la carretera?
—James Trent.
— ¡Hijo de puta! —Él tiró hacia atrás, con sus manos tomándole la cara—. Bastardo.
—Eso es lo que yo pensé.
Sus ojos brillaron con preocupación.
— ¿Estás herida? Cuando vi que el coche se colocaba delante de ti, y luego te fuiste a la cuneta...
—No, estoy bien —se estremeció y se frotó los hombros—. Tenemos que llamar a la policía.
—Ya lo hice.
Una risa suave dejó su garganta.
—Por una vez recordé traer mi móvil.
Una rápida sonrisa, triste entreabrió sus labios.
—Tengo uno nuevo, pero lo dejé en el coche toda la noche. La batería está casi muerta.
La tomó en sus brazos una vez más, apretando a su alrededor con una desesperación que la tomó con la guardia baja.
Las lágrimas llenaron sus ojos.
Un escalofrío sacudió su cuerpo, y él le susurró:
—Dios.
Ella se echó hacia atrás un poco y buscó en sus tensos rasgos. La emoción hacía estragos en sus ojos.
— ¿Qué pasa? ¿Estás bien?
Él le acarició la espalda, con su toque casi frenético.
—No, no lo estoy. Cuando vi tu coche entraba a la cuneta…
Las luces de la policía brillaron por el camino, con sus colores giratorios sacándolos del momento.
Él salió de sus brazos y le tomó la cintura, mientras se volvían hacia el vehículo de la policía acercándose.
—Después de que terminemos aquí, vendrás conmigo a la casa. Hay algo que debo decirte.
*Chapter 10*: Chapter 10
Capítulo Diez
Bella miró el pequeño reloj de pared de la cocina. La mañana había irrumpido hacía una hora, y aunque sentía el
cansancio en sus huesos, se sentía contenta con la presencia silenciosa de Edward. Estaba recostado contra el
mostrador de la cocina mientras el café se filtraba en la máquina a la jarra térmica. El olor jugó con su nariz, y se instaló
en un taburete junto a la isla de la cocina.
—Pensé que la policía nunca terminaría de investigar —dijo ella mientras la cafetera terminaba su gorgoteo.
—Yo también.
La ráfaga de actividad durante las últimas horas la había agotado. Debido a que la policía había hecho un montón de
preguntas acerca de Trent y de lo que había pasado, de la contratación de la grúa para sacar su coche de la cuneta y
llevarlo a un taller mecánico cercano, había soportado suficiente actividad frenética durante un tiempo. Edward y Bella
habían llegado a la idea del café después de darse cuenta de que no dormirían en un corto plazo.
Bella se frotó las sienes.
— ¿Crees que atrapen a Trent?
Él abrió un armario y sacó dos tazas de café.
—Lo atraparán.
Ella pasó una mano por su cara y bostezó.
—No creo que duerma hasta que sepa ese maldito está tras las rejas para siempre.
—Podrías subir las escaleras y acostarte. Tratar de descansar.
—Debería dejarte dormir un poco y volver a casa.
—De ninguna manera.
Ella frunció el ceño.
— ¿Qué quieres decir?
—Ya oíste a la policía.
—Lo sé, pero...
—Pero, ¿qué? Dijeron que no debías estar sola hasta que atraparan a Trent. Como medida de precaución.
—No me impondré más a tu hospitalidad.
—No te estás imponiendo. Soy tu amigo. Confía en mí cuando te digo que no es seguro estar a solas en estos
momentos. Si Trent fue lo suficientemente estúpido como para volver a la ciudad y seguir a tu alrededor, significa que
ha invertido tiempo en su necesidad emocional de estar alrededor de ti para acecharte.
Ahí estaba. Lo había dicho. Edward era su amigo y nada más. El ácido se desplomó alrededor de su estómago.
—Estaré bien.
La duda se grabó en su expresión.
—Podría ser, pero yo no estaría bien si sé que estás allí sola — suspiró y cerró los ojos. Cuando los abrió, auténtico
pesar llenaba su mirada—. Lo siento. Mira, estoy tratando de decirte cómo me siento, y no estoy haciendo un buen
trabajo. Trent está suelto por ahí y es peligroso. Eso me asusta. Ese pensamiento me hace sentir débiles las rodillas, ¿de
acuerdo?
Ella se sacudió ante la implicación de sus palabras.
—Eres el tipo más duro que conozco.
—Gracias por el voto de confianza, pero eso no es lo que quiero decir. Estaría asustado como el demonio si estuvieras
en tu casa sola, ¿de acuerdo? Me preocupo por ti a cada minuto.
La sorpresa hizo que ella detuviera todos sus otros pensamientos. La había dejado sin habla. Un trueno se oyó en el cielo
por lo que parecía la centésima vez. La lluvia que se había atenuado por unas horas volvió con venganza, corría por las
ventanas y sonaba en la casa. Extraño clima el de Wyoming, pero nada iba de acuerdo a lo planeado.
Él sirvió el café y colocó una taza frente a ella. Ella le agregó crema y observó la líquida mezcla y como volvía su café a
un tono mucho más pálido, tal y como a ella le gustaba. Él se inclinó sobre el mostrador, la turbulencia en su oscura
mirada. Sintió más emociones dentro de él, pero no pudo decir a ciencia cierta de qué se trataba.
—Cuando el coche cayó en la zanja, pensé que mi corazón se iba a detener, Bella.
Su preocupación envió una calidez clara a su alma. Las palabras salieron de ella.
—Gracias por cuidarme. Yo... eso significa mucho para mí — las lágrimas picaron en sus ojos, y respiró
estremeciéndose—. Te agradezco que cuides de mí, y me sorprende por la forma en que dejé las cosas contigo por no
querer abrirte a mí. No puedo estar con un hombre cuyo pasado está en la sombra. Quién no puede decirme lo que le
está rondando.
Había obligado las palabras a salir de sus labios, y su cuerpo le dolía casi tanto como su garganta. Se sentía apaleada y
un poco confundida. No lo había mirado, con miedo de lo que vería en sus ojos.
Después de otro trago de café, sólo dejó su taza. Después, supo lo que tenía que hacer. Era un riesgo. Una gran apuesta,
abrir una vena y decirle sobre su pasado. Pero si lo hacía, Edward entendería dónde estaban sus demonios, y tal vez le
confiaría algunos de los suyos.
Respiró para tomar fuerzas.
—Toda mi vida he luchado con mis malos recuerdos, Edward. Me han impedido sentir ciertas cosas. Cuando tenía
quince años mi padre...
Líneas se formaron entre sus cejas, mientras él fruncía el ceño.
—Tu padre ¿qué?
—Era un alcohólico en pleno apogeo. Es increíble que lo hubiera ocultado todo el tiempo que lo hizo, era agente del
alguacil del pueblo, y mi madre era enfermera. Mi madre jugó a la víctima, facilitándoselo durante mucho tiempo.
Incluso cuando era niña, sabía que su relación andaba mal de alguna manera. No se amaban, y yo lo intuía. Los niños
pequeños no son tontos. Captan ese tipo de cosas — la espalda le dolió, y se puso de pie para poder estirar sus
músculos—. Me escondía cuando peleaban. Jugaba en una casa del árbol que tenía la parte de atrás y leía. Hacía lo que
cada niño tiene que hacer para escapar cuando siente que nadie los entiende. Pasé por la ira y por los cambios erráticos
de su personalidad por muchos años. Una noche, llegó a casa de un bar tan borracho que apenas pudo caminar. Me
sorprendió que llegara a casa sin chocar su coche. Mamá se había vuelto más valiente y le dijo finalmente que quería el
divorcio.
—Dios — murmuró él—. ¿Se lo dijo mientras estaba tan borracho?
—Sí. No fue el mejor momento. Él tenía esa arma en una pared de la sala de estar. Era cazador, también. Sabía que
mantenía un rifle cargado en el estante. Ése es el que quitó de su lugar y... — tomó una temblorosa respiración—. Yo
estaba escondida en la esquina escuchando su discusión. Me acordé de que mi madre tenía esa arma en el cajón...
Dio un respiro, ahogando un sollozo mientras los recuerdos amenazaban con exigirle demasiado.
Sus ojos se abrieron con comprensión, con naciente reconocimiento.
— ¿Cuántos años tenías?
—Quince. Papá me había enseñado a disparar largo tiempo antes de eso. No me gustaba tocarlas, pero tenía el arma de
mi madre y eché a andar por el pasillo. No iba a dejar que la lastimara más. Escuché el disparo y corrí alrededor de la
esquina — las lágrimas corrían por sus mejillas—. Mi padre le había disparado a mamá en la cara.
—Mierda santa — dijo Edward con silencioso horror en su voz. Dio la vuelta a la isla. Tomó sus manos y las unió con
las de él—. Lo siento mucho.
—Eso no fue lo peor de todo.
— ¿Tu madre murió?
—No. Pero no me di cuenta de eso en ese momento. Había sangre por todas partes. Luego él levantó el rifle y lo apuntó
hacia mí.
Los ojos de Edward se llenaron de repulsión.
—Oh, Dios.
—Fui más rápida en el sorteo porque él estaba ebrio. Le disparé, Edward. Le disparé en el pecho y maté a mi propio
padre.
La compasión suavizó sus facciones. Ella negó con debilidad, como si su cuerpo se hubiera deshecho de una pesada
carga. Él se llevó sus manos a los labios y le besó cada una.
—Llamé a la policía de inmediato — dijo ella—. Tenía tanto miedo que pudieran pensar que había matado a mi madre y
luego a él. Pero no pude huir. No lo haría. Por suerte me creyeron. Y el socio de mi padre dijo que sabía que mi padre
estaba borracho cuando había salido del bar.
— ¿Dejó que tu padre condujera?
—Sí, y dejó que el hombre disparara.
— ¿Qué pasó después?
—Clasificaron mi disparo como defensa propia. Como homicidio justificable — le apretó los dedos, aferrándose a él
como a un salvavidas.
—Tengo miedo de preguntarte qué le pasó a tu madre.
—Estuvo en coma durante una semana y perdió parte de su mandíbula. Si mi padre no hubiera estado tan borracho,
probablemente habría estado lo suficientemente estable como para dispararle en forma recta. Ella ha sufrido en los
últimos años y ha precisado muchas cirugías.
— ¿Está bien ahora?
—Le está yendo bien.
Sin decir una palabra, la atrajo a sus brazos. Su abrazo acogedor, cálido calmó las regiones con cicatrices de su corazón.
Ahora que había compartido eso con él, la válvula de presión en su interior se había soltado. Lloró en su hombro por lo
que pareció una eternidad. Cuando se apartó, se limpió las mejillas con ambas manos. Él mantuvo sus brazos
entrelazados alrededor de su cintura.
—Así que ya ves — dijo ella—, cualquiera que sea el monstruo que lleves dentro no puede ser peor que el que yo he
llevado, ¿verdad?
Sonrió, pero no había humor en él.
—No estoy tan seguro.
El corazón de Edward golpeó nervioso dentro de su pecho mientras llevaba a Bella con él al sofá. Mientras se
acomodaban, se encontraba junto a él con una confianza que le desconcertó. Después de que él le dijera lo que había
sucedido, tal vez no querría tener nada que ver con él. Oyó un trueno bajo en el cielo, seguido de un relámpago y un
choque violento que la hizo saltar. Él deslizó un brazo por sus hombros, mientras el instinto de protección se reunía en
su interior. Nada le haría daño nunca más, si él podía evitarlo.
Ajá. ¿A quién le estás tomando el pelo? Trent casi llegó hasta ella. ¿Qué te hace pensar que puedes mantenerla a
salvo?
—Ahora entiendo por qué odias las armas — dijo—. Lo que estoy a punto de contarte no hará que el odio desaparezca.
Se movió, con su ligero cuerpo flexible y se instaló con confianza en su costado.
—Suéltalo, Edward. No puedes asustarme. Cualquiera que sea la verdad la podré soportar.
—Dijiste que era un tipo duro, pero no lo soy — pasó la mirada a la suya, tan abierto y con comprensión. Clavó la
mirada en la noche afuera de la ventana, donde la tormenta azotaba su casa, amenazando con abrirse camino como una
bestia. Si tenía suerte con la carga que había llevado en su interior, la que se lo comía vivo durante el último año, moriría
si confesaba. No tendría nada más con que alimentarla, nada más que carne humana, no tendría más alma que consumir.
—Empieza por el principio — dijo ella.
Él tropezó con su introducción, hablándole de su primer período en Irak, de sus pruebas y tribulaciones.
—Fui francotirador.
—Más armas.
Asintió, pero no la miró, con un poco de miedo de ver reproche en sus ojos.
—Si hubiera sabido lo fácil que sería el primer período en comparación con el segundo, no me hubiera sentido tan
seguro la siguiente vez que el Tío Sam me llamó. Me mantuve pensando que si podía ir unos cuantos meses, estaría a
salvo. Nunca había tenido que dispararle a nadie, a pesar de mi entrenamiento había sido de precisión mortal cuando
fuera necesario.
— ¿Qué pasó?
—Había un soldado llamado Aziz Tariq, pero siempre le llamábamos por su apodo, Jack. Su madre y su padre habían
salido de Irak cuando tenía diez años y habían traído a Jack y a su hermano menor, Ahmed a Wyoming. Jack siempre
decía que sus padres habían querido empezar una nueva vida con paz y con grandes espacios con aire limpio. Llegué a
conocerlo bien. Era oficial de policía militar, estaba casado y tenía un bebé recién nacido. Justo antes de llegar a Irak, se
enteró de que Ahmed había desaparecido y sus padres no podían ubicarlo en ningún lugar. Jack recibió una nota de
Ahmed diciéndole que lo había seguido a Irak.
La pena rodó en su estómago mientras había seguido la historia, parte de él queriendo correr tan lejos y tan fuerte como
pudiera de sus recuerdos.
— ¿Lo siguió? — preguntó ella.
—Movió sus contactos a través de Irak y se enteró de que su hermano se había convertido en un radical fundamentalista
— su garganta empezó a dolerle mientras continuaba con su historia—. Jack me dijo que Ahmed había dicho algunas
cosas antes de que la guerra comenzara que hizo que tuviera miedo por la cordura de su hermano. Finalmente, su
hermano llegó a nuestro complejo y exigió ver a Jack. Este quería ver a su hermano, pero yo traté de evitar que dejara
nuestro complejo —puso su mano sobre su estómago—. Tuve esa desagradable sensación en el estómago. Ahmed
afirmó que no tenía mala voluntad hacia su hermano, pero yo no confiaba en él. Me quedé fuera de su vista a un lado del
edificio. Tenía mi arma en la mano.
Su mano cálida apretó la suya, y leyó la empatía feroz en sus ojos. Podía ver que ella entendía en parte, lo que sentía en
ese momento, como una navaja de dolor de última generación laceró su corazón.
— ¿Qué pasó después? — preguntó ella.
Tragó y obligó a salir a las palabras de sus labios.
—Ahmed sacó una pistola y le disparó a quemarropa a Jack en el estómago antes de que pudiera hacer nada al respecto.
—Edward — dijo ella con un suspiro de tristeza—. Qué terrible.
El corazón de Edward se retorció con una angustia especial.
—Jack fue un gran hombre. Una buena persona. Amaba Estados Unidos y le rompió el corazón ver lo que estaba
sucediendo en Irak. Amaba a su familia. Amaba a su hermano.
Los ojos de Bella brillaban con lágrimas, y le acarició la mejilla con un gesto tan tierno que casi cedió al dolor
retorciéndose en sus entrañas.
En cambio, respiró y terminó su historia.
—Podía haber matado a Ahmed en ese momento, pero en su lugar saqué mi pistola y le exigí que se retirara. No sabía
que Ahmed tenía ayuda fuera. De la nada, hubo una andanada de disparos. Me dieron en el lado izquierdo. Al principio
no lo sentí, y empecé a disparar también y otros soldados se me unieron y derribaron al francotirador que me había
disparado. El francotirador también le había dado a algunas otras personas en la multitud afuera del complejo. Corrí
hacia Jack, pero ya estaba muerto. Cuando los hombres de mi unidad llegaron a mí, vieron la sangre en mí y me di
cuenta que estaba herido. Después, el dolor me golpeó. Perdí el conocimiento y caí como una tonelada de ladrillos. Al
menos eso es lo que me dijeron.
Su mano se cerró sobre la suya.
— ¿Qué pasó después?
—Me desperté más tarde ese día en un hospital de campaña. Fue un tiro que me atravesó, y por suerte para mí la bala
no dio en ninguno órgano vital. Fui enviado de vuelta al servicio unas pocas semanas más tarde.
— ¿Y la muerte de tu amigo, te persiguió?
Asintió.
—Pero hay más. Ahmed se escapó en medio de los disparos. Pero lo que sucedió después puso el clavo en mi ataúd.
Estaba en la patrulla y nuestra unidad fue enviada a reunir a algunos insurgentes. Yo cuento todo, pero eso no era
exactamente una asignación. En el tiroteo que siguió, pude ver a ese tipo a punto de detonar una bomba que habría
matado a algunos de nuestros hombres. Justo antes de que lo hiciera, me di cuenta de el hijo de puta era Ahmed.
—Oh, no — dijo en voz baja—. ¿Qué... qué pasó después?
—Disparé. Tuve que hacerlo. Pero sentí un dolor opresivo al tener que matar al hermano de Jack. Cuando volví de ese
despliegue, hablé con un psiquiatra. No dormía, estaba teniendo problemas para comer. Sabía que no le haría ningún
maldito bien a nadie en mi unidad. El psiquiatra me recomendó tomar una licencia médica. La tomé y volví a Clarksville,
y fue entonces cuando vi esta vieja casa.
—Estabas hambriento de la paz que encontraste aquí.
—Dios, es tan cierto — se llevó las manos a su boca, para poder saborear su piel dulce y beberse su curación—.
Cuando volví a trabajar, mi habilidad como francotirador se había ido porque ya no era firme. Mis tiros salieron
totalmente mal.
— ¿Estabas deprimido?
—Si puedes llamar depresión a la ira. Parecía que estaba enojado todo el tiempo y no podía controlar eso. Sabía que
estaba jodido y también me di cuenta de que tenía que hacer algo al respecto. Tuve condenadamente suerte cuando el
psiquiatra estuvo de acuerdo y no me puso en el campo de nuevo. Me dijo que mi trastorno de estrés post-traumático
era tan malo como para dejarme fuera.
— ¿Estaba en lo cierto?
—Sí — metió una mano en sus cabellos, sorprendido de que la presión en la garganta se aflojara, como diciéndole que
se había transformado en una parte de él, nunca tocado por otro ser humano—. Estaba en lo cierto.
—Entonces, ¿qué pasó?
—Me di de baja del ejército y llegué aquí hace un año. Cuando compré la casa, supe de inmediato lo que necesitaba para
sanar, para encontrar un equilibrio
—Paz y tranquilidad.
—Y un propósito... ayudar a la gente.
Ella sonrió alegremente.
—Eso es algo bueno.
— ¿Lo es? ¿Podría lo que he hecho borrarse con las cosas buenas que quiero hacer?
Ella frunció el ceño, con sus dedos aflojando su control sobre él.
—¿Por qué no? Serviste a tu país. Trataste de rescatar a tu amigo Jack. Salvaste a todos los otros hombres al prevenir
que una bomba explotara. Si hubieras podido haber salvado a Ahmed, lo habrías hecho. Te colocó en una posición
horrible.
—Una en la que fui entrenado para saber qué hacer.
—Y lo aprendiste. Lo hiciste.
La forma en que ella se lo decía se las arregló para hacer la única cosa que todas las palabras retráctiles no habían
podido. Tal vez la forma en que ella sostenía su mano, con inesperada aceptación y la preocupación de sus ojos crearon
el ambiente para su cambio. Cualquiera que fuera la magia, había aflojado ese nudo de dolor que había tenido en espiral
apretadamente durante mucho tiempo.
Unas pocas dudas quedaban, las que debía responder de una vez por todas.
— ¿Lo que pasó no te hace cuestionarte sobre mí? ¿No tienes miedo de mí cuando odias las armas?
Bella soltó sus manos.
—No era el arma en el cajón la que me asustó, Edward. Era el hecho de que no te abrieras. No escondo que lo que
tuviste que hacer en la guerra está en contra de ti. Eres un buen hombre, y sé eso aquí — se tocó el pecho.
Algo duro se desató dentro de él, encantado de que lo viera como lo hacía. Estaba condenadamente agradecido. Le tomó
el rostro y se inclinó para darle un beso rápido.
—A veces siento que lo que le hice a Ahmed no fue sólo para salvar a los muchachos de mi unidad. Fue para vengar a
Jack.
—Eso no es lo que eres. El hombre que estoy viendo da, protege y se preocupa por los demás. Es un manitas
malditamente bueno, también.
Él se rió entre dientes. Su confianza llenó un hueco que había crecido en su alma durante demasiado tiempo.
— ¿Tienes algo que necesita ser arreglado?
Ella colocó su dedo índice en su barbilla con gesto pensativo.
—Veamos. Hay un cambio de aceite y creo que algo de mi techo necesita sustituirse, si sabes lo que quiero decir.
Él se agachó y le mordisqueó la oreja hasta que ella se rió.
—Que Dios me ayude — gruñó—, eres tan deliciosa. Voy a comerte.
—Por favor.
Él sonrió y la besó de nuevo.
—Gracias por permanecer conmigo. Por darme otra oportunidad. Esta noche me di cuenta de algo.
— ¿De qué?
—De que me estoy enamorando de ti — su voz sonó ronca a sus propios oídos. Estrecha por la emoción y con un
nuevo miedo.
Ella sonrió, y la luz que llevó eso a su alma arruinó cualquiera de los demonios con los que había luchado durante tanto
tiempo.
—Bien. Porque yo me estoy enamorando de ti, también.
La besó con un deseo voraz, con su pasión llenando su corazón con una alegría renovada.
—Quédate conmigo.
—Está bien — ella miró su reloj y luego pasó sus brazos alrededor de su cuello—. ¿Tal vez te gustaría pasar el resto del
día hablando? O simplemente podríamos mostrarnos el uno al otro lo que sentimos.
Sus labios se posaron sobre los suyos y le demostraron su preferencia sin lugar a dudas.
*Chapter 11*: Epílogo
Oh gosh, otro final. Muchas gracias a quienes leen estas pobres adaptaciones. Grazie por los reviews, favoritos y
alertas. BarbyBells, Aira-Airlink, oliveronica cullen massen, anamart05, Angie Masen, namy33, lory24,
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y a todas las lectoras silenciosas.
Epílogo
Bella buscó en el cuarto central del centro comunitario y vio a Edward firmando calendarios como el designado modelo
de cuadro. Usando una simple camiseta roja sobre su poderoso pecho y un nuevo par de pantalones vaqueros, parecía
cada centímetro de un hombre casual. Sólo que ella conocía a la persona complicada, compleja, que hervía bajo su frío
exterior. Durante la última hora, había firmado calendarios, uno tras otro con una sonrisa de medio lado, con un encanto
que derretía a la mayor parte de las mujeres en la cola que esperaba por su firma. Bella sonrió cuando se dio cuenta de
que ninguno de los otros modelos de los calendarios tenía una cola tan larga como Edward.
Alice se dirigió en su dirección, con una sonrisa perfectamente mal pegada en la cara. Se abanicó con el calendario.
—Whoa perrito. Eso es la jungla. Será mejor que llegues antes de que pierdas la oportunidad de tener tu calendario
firmado por todos esos macizos.
Bella se instaló en su silla plegable a esperar.
—No lo necesito. Puedo conseguir una firma personal, más tarde. En privado.
Alice le dio un golpe en las costillas con el calendario.
—Jovencita engreída. Estás delirantemente feliz en estos días, ¿no?
Bella no tuvo que pensar mucho.
—Bien... sí.
Alice se rió.
— ¿Cuándo es la boda?
— ¿Qué boda?
—No seas obtusa conmigo. He visto la forma en que los dos os miráis el uno al otro, y además estás en su casa todos
los días o él está en la tuya todos los días. Ha estado sucediendo desde hace dos meses.
Bella lanzó un suspiro exagerado.
—Supongo que podría decírtelo primero. Puesto que eres mi amiga y todo eso.
Alice se dejó caer en una silla plegable junto a Bella y se inclinó hacia delante.
— ¿De qué estás hablando? Derrama todo o tendré que hacerte algún daño.
—Estamos comprometidos — las palabras simplemente salieron.
Alice lanzó un grito que hizo que varias mujeres en la cola se dieran la vuelta y la miraran. Le dio a Bella un codazo en la
costilla.
—Es maravilloso. Siempre supe que los dos erais el uno para el otro.
—Siempre, ¿eh?
—Por supuesto. Siempre tengo la razón, ¿recuerdas? ¿Viste esto? — dijo Alice mientras abría su ejemplar del calendario
—. Esto es increíble. El señor Diciembre es el hombre más hermoso de esta cosa.
Durante varios minutos Alice insistió en discutir los planes de la boda, a pesar de que Bella y Edward habían hablado de
fugarse. Tal vez habría que considerar una boda pequeña, privada o sus amigos los matarían. Alice en particular. Pronto,
la firma del calendario de caridad terminó. En el improvisado escenario, frente a una gran multitud, Bella anunció la
cantidad enorme de ventas del calendario que se había acumulado para la caridad. Después de que los gritos se
calmaron, encontró a Edward esperándola en la parte inferior de las escaleras. Antes de que se encontrara rodeado por
más chicas que querían su firma, lo arrastró fuera de la habitación grande hasta un rincón apartado.
Él la trajo cerca.
—Maldita sea, me alegro de que haya terminado. Me estaba poniendo de un humor de escritor.
—Pobre bebé.
Él la besó en la frente.
—Sólo quiero ir a casa contigo —su aliento sopló acaloradamente en su oreja mientras él le lamía el lóbulo de la oreja—.
Y hacerte el amor.
—Edward, eres un hombre muy, muy malo.
— ¿Quejándote?
—Nunca
Él se inclinó hacia atrás lo suficiente como para tomar su rostro con ambas manos y mirando sus ojos.
— Soy un hombre afortunado de estar contigo. Me has hecho completo.
—Lo mismo digo —ella suspiró con éxtasis, mientras la tiraba a un apasionado abrazo. Cuando la dejó para tomar aire
dijo— Alice está insistiendo en una gran boda.
— ¿Qué? — se acercó de nuevo e hizo un gesto grande—. ¿Desde cuándo tiene algo que decir?
—Desde que es la madrina de honor.
—Mierda, la mujer es la amiga más presuntuosa que tienes.
—La más bonita, también. Ha prometido darme una despedida de soltera igual de grande si tengo una boda a lo grande.
— ¿Y?
—Tendré un montón de ropa interior traviesa para la noche de bodas.
—Pensándolo bien, creo que realmente me gusta Alice.
—Pensé que lo haría — sonrió—. Vamos a casa. Puedes firmar mi calendario.
Él le dio besos en la cara y terminó en su cuello, degustándolo y jugando.
—Voy a hacer más que firmar tu calendario — luego le guiñó un ojo—. Oye, ¿puedo usar mi camisa hawaiana favorita
para la boda?
Fin
Aquí les dejo el argumento. Las novelas pertenecen a Gwendolyn Cummigns. Two Shots
Argumento
Dos bibliotecarias experimentan sexo extraordinario en dos historias cortas.
La primera bibliotecaria es confrontada por el guapo desconocido con el que ha tenido fantasías.
La segunda bibliotecaria trabaja en una biblioteca que permanece abierta toda la noche, y descubre el sexo sensual en el
juego de estanterías.