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En mi casa vivíamos seis personas. Dos hombres: mi papá, mi hermano Andrés.

Tres mujeres:
mi mamá, mi hermana Andrea y Yadima —la muchacha que me cuidaba y ayudaba en la casa
—. Y yo. En un pueblo como Puerto Libertador, las mamás de bebés nacidos en el 2000 de
barrios cercanos se conocían y hablaban de los avances de sus bebés. Fui la última bebé que
aprendió a dar besos. El día en que ocurrió mi mamá estaba en el patio sentada en una
mecedora y traía puesta una camiseta con un ángel estampado. Ella dice que fue tanta la
curiosidad que gateé —porque entre otras también me demoré para caminar—. Hasta llegar al
ángel y darle un beso, fue ahí cuando me "nivelé" con los otros bebés del barrio, por cierto, no
fue mi único vínculo con los ángeles; cuando tenía alrededor de cinco años en mi casa habían
unos ángeles de cerámica que decoraban la sala, los cuales recibían una dosis de limpieza muy
seguida. Uno de los Ángeles se partió por descuido cuando recibía su dosis de limpieza. Yo
había escuchado en la iglesia que oraban por todo aquel que moría, le di tanta importancia,
que sin pensarlo hice una misa al pobre angelito fallecido para que pudiera llegar al cielo. Tal
como un rito pagano la misa se realizó y se extendió tanto que mi papá se molestó con mi
mamá porque ella y Yadima me seguían la corriente.

cuando estaba pequeña mi abuelo vivió un tiempo en Montería, nos visitaba seguido y pasaba
todo el mes de diciembre en mi casa. Recuerdo muy bien que me causaba curiosidad su
aspecto físico, era diferente a todos los que vivían en mi casa por su cabello blanco, la falta de
dientes. El tenía las orejas más grandes que había visto en una persona al igual que su barriga,
sus uñas eran muy grandes y gruesas no como las mías que eran delgaditas —mi hermana
Andrea le arreglaba las uñas y decía "los cascos del abuelo" para referirse a estas—. Y su color
de piel era todo un vínculo especial para mí aunque también lo compartía con mi hermana
Andrea ya que en la casa todos eran blancos y mi hermano "amarillo" mientras que los tres
éramos «canelita» Mi abuelo Eduardo, era genial y el mejor abuelo del mundo de hecho nunca
le dije su nombre porque para mí era «Abuelo maluco» sus años y experiencia lo acreditaban
para hablar de todo, tanto era que los dos teníamos un juego que se llamaba "el hablao" que
consistía en hablar y sobretodo el que hablara más — nadie recuerda cuando comencé a
hablar; sin embargo, mi papá dice que yo hablo desde siempre. Adicionando su consideración
de que hablo mucho—. Era tan emocionante que mi abuelo aceptara jugar al hablao, se
llegaba el momento en que mi abuelo se cansaba de hablar y en vista de que seguía hablando,
hablando y hablando, encontró una salida e inventó el juego del "callao". El cual era lo
opuesto al hablao; consistía en una competencia del que durara más tiempo sin decir una
palabra pero yo nunca gané, no porque nunca dejé de hablar sino porque mi abuelo y mi papá
me hacían trampa. Mi abuelo solía contarme su vida a petición mía, detalles como que fue
alcalde del pueblo, el apoyo que recibió de un sacerdote y lo que hizo por el pueblo. Al lado de
mi casa vivía una niña, mi amiga Tutana —en realidad se llama Susana pero cuando eso no
sabía pronunciar bien su nombre—. Ella llegó a ser mi vecina unos meses después que yo
naciera, para sorpresa ella cumple el 21 y yo el 22 de diciembre. Siendo casualidad que en la
calle se comiera torta dos días de seguido. Jugamos Barbies hasta que nos cansamos, íbamos el
domingo a misa y al salir nos encontrábamos para jugar; pasábamos mucho tiempo
organizando la casa, cuando terminábamos ya no queríamos jugar. Aquello nos pasó en
muchas ocasiones; sin embargo, Susana no solo fue mi vecina sino que también fue mi
compañera de colegio e incluso asistimos juntas a un pequeño taller de pintura que se llamaba
Manos creativas y que mi papá le decía: patas creativas. En el año 2003 en la esquina de mi
casa ocurrió un incendio recuerdo que mi mamá me levantó en la madrugada para llevarme a
la casa de una prima que vivía cerca, después de ver como el fuego consumía tres locales y un
apartamento; los enlatados brincaban por el calor y el miedo se infundía con una explosión en
la bodega donde estaban los cilindros. Un primo que vivía al frente de mi casa estaba casi que
lloraba al contar que le había tocado salir con la pantaloneta rota «mi mamá se la pasa
comprando pijamas para ella» decía indignado. Susana se vomitó por miedo. Mientras, yo los
invitaba a jugar conmigo a caperucita roja pero nadie me hizo caso ¡todos estaban asustados!
Mientras que yo estaba emocionada por jugar; en medio de un incendio. Pasaron años
después del incendio y se rumoraba que se encontraban monedas y oro en lote donde ocurrió
el incendio que con el tiempo adquirió el nombre del "quemao" sin embargo; ese no fue el
único accidente que ocurrió en esa calle porque a mediados del 2010 mataron a un policía en
la esquina de mi casa. Mis amiguitos vieron como ocurrió —el menor de los niños tenía al
rededor de tres años—. Esa noche a su Susana y a mí no nos dejaron salir porque teníamos
exámenes finales en el colegio por eso cuando mataron al muchacho yo estaba cenando en el
patio —la casa donde ocurrió a pesar de no estar pegada a la mía se escucha todo lo que se
habla y cuando le dieron los dos últimos disparos dentro de la casa, la mesa se movió a causa
de la vibración producida por la actividad de los vecinos—. Después de los disparos en seguida
escuché que mis vecinas estaban llorando, comprendí que mataron a alguien. Una semana
después en una de las casas vecinas se cayó la tapa de un caldero grande, todos asustados
pensamos que era otro muerto y unas de mis vecinas se metieron debajo de la cama huyendo
de la tapa asesina. En 2009 me cambiaron de colegio, el cual estuvo marcado de muchos
acontecimientos porque mi hermano se fue del todo de la casa. Tuve que hacer amigos nuevos
aunque Susana seguía estudiando conmigo. El 24 de febrero de ese mismo año mataron a mi
tía Margarita. Ella era la tía solterona y por defecto quería a sus sobrinos más cercanos, la niña
de sus ojos era mi hermana y yo estaba en un segundo lugar. A mí me encantaba todos los
aspectos de su vida e incluso que viviera en un territorio tan peligroso como la Rica. Sucedió
como Crónicas de una muerte anunciada, todos sabían que iba a morir menos ella. Y aunque
murió por tratar de hacer justicia —como le pasa a muchos en Colombia—. El orgullo y la
valentía que la condenaron a muerte me marcó al punto que si antes era mi tía favorita ahora
era mi heroína, un espacio entre mis recuerdos más preciados que no la dejaría morir en el
olvido. Pasé muy poco tiempo con ella; sin embargo, escuchaba a todos en mi casa que
hablaban de ella y a partir de eso construí mi propia versión de ella que por el momento
continúa. Siendo una imagen femenina del común que se hizo grande y se ganó el respeto por
demostrar que ser mujer no es una limitación. Mi abuelo murió el 9 de junio de 2013 el
recuerdo que tengo de ese día es lúgubre. Lo cierto, es que no fue lo único triste y difícil de ese
año porque en esa semana ya era consciente que mis padres se iban a separar; sin embargo,
no todo fue malo. Mi sobrina nació ese mismo año, en medio de las dificultades y una gran
perdida. EsteEste relato será olvidado en poco tiempo; no quedará registro de Natalia Ariza
Uparela, la chica que en 2015 tomaba cinco tazas de café al día y su relación con los ángeles
desde muy pequeña.

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