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Jugando en secreto – Alejandro Dolina

En un momento de su carrera James M. Barrie (autor de "Peter Pan") escribió una biografía
de su madre que tituló “Margaret Ogilvy”. Este libro contiene la frase reveladora de toda su
literatura. Dice así:
“…el horror de mi infancia fue que yo sabía que se acercaba el tiempo en que debería
renunciar a mis juegos, y eso me parecía intolerable. Resolví seguir jugando en secreto…”
Hace algunos años, alguien con el propósito de insultarme me dijo que yo parecía Peter Pan.
Y entonces garabateé esto en algunos papeles que hoy he encontrado:
El mundo que hoy nos toca vivir nos tienta con el progreso personal, con el ingreso a los
circuitos de consumo y con la plena posesión de los derechos de la adultez. Por cierto se
fomenta la admiración por la precocidad. Nos encanta que los niños vivan situaciones
adultas. Ahora bien, ¿qué es una situación adulta? Según parece, tener deseos sexuales y
ansias de posesión. O quizás adquirir cierto aplomo mundano que permite usar palabras
tales como: “igualmente”, “saludos por su casa” o “muy amable de su parte”.
Bueno, a todo esto contesto que para ser un imbécil no hay apuro. La precocidad de un niño
pianista es admirable. La precocidad de un miserable que aprendió demasiado pronto los
riesgos de prestar libros es basura.
Como quiera que sea, el mundo exige abandonar los juegos y “progresar”. Y los que se
quedan jugando reciben desprecio y burla.
Por eso hay quienes como Sir James Barrie, el autor de Peter Pan, que han resuelto seguir
jugando en secreto.
Hay personas que, sin que nadie lo sepa, recorren las calles y juegan. No pisan las baldosas
azules para no matar ángeles, y sí las rojas para matar demonios o juegan a que morirán si
se cruzan con una rubia en la siguiente cuadra o gritan en los zaguanes, o pisan las hojas
secas para deleitarse con el crujido.
Pero no nos engañemos, estamos hablando de otra cosa, no de mera afición lúdica. Se trata
de seguir en secreto profesando una moral heroica. De seguir creyendo. De creer, no con la
estupidez de los mamertos, sino con la locura de los que jamás podrán aprender a
acomodarse en un universo burgués de mezquindad, de seguros contra robos y de
electrodomésticos como parámetros de dicha.
James Barrie no quería crecer. Peter Pan no quería crecer. No quería crecer en el peor de los
sentidos. No quería esa mediocre resignación que algunos llaman “madurez”.
Nosotros en este programa hemos resuelto seguir jugando en secreto. Jugamos a que un
buen verso salva una vida. Jugamos a que el amor es más importante que la prosperidad.
Jugamos a pensar, a enloquecernos con un acorde. Jugamos a creer que lo mejor de la vida
todavía no sucedió.
Claro que allí están las personas razonables que nos desprecian y nos dicen Peter Pan. Y se
ríen de nuestros juegos y de nuestros sueños.
Para ellos es todo el mundo. El mundo de los adultos y de los burgueses. El mundo de la
televisión. El mundo de los concursos o el del rating tampoco es el mundo de los juegos.
Porque los juegos, el sueño secreto de la juventud, es cosa de gente seria.

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