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¿Cómo reconocer a los falsos profetas?

Personalmente, creo que Dios habla hoy por medio de mensajes proféticos. ¡Claro que
sí! Dios no se ha quedado mudo ni ha dejado de hablarnos por su Espíritu. Creo en el
don profético, pero no creo para nada en la mayoría de las adivinaciones maquilladas
de "profecía" que abundan en nuestro tiempo. No creo en profetas sin mensaje
profético, ni en "movimientos proféticos" en los que se mueve cualquier otro espíritu
que no sea el Espíritu que inspiraba a los antiguos profetas de Yahvéh.

A través de la historia, la profecía fiel y verdadera siempre ha estado acompañada por


la falsa profecía, como si fuera su propia sombra. Nuestra época no es ninguna
excepción.

La profecía es un don muy peligroso e incómodo, por muchas razones. Una de ellas
es lo difícil de distinguir entre profecía fiel y falsa profecía. La misma Biblia, desde
Deuteronomio hasta Jeremías, da una variedad de criterios muy distintos pero no
parecen ser definitivos o incondicionales; casi siempre hay excepciones a cualquiera
de ellos. Pero a la vez, la existencia de las dos "profecías", la falsa y la que realmente
es de Dios, nos obliga a optar a favor o en contra de cada pretendida profecía. Y en el
caso de profecía falsa, la misma exigencia implacable del mensaje profético no nos
permite callar. El mismo Espíritu de los profetas nos obliga a levantar la voz en
denuncia valiente, pero ... ¿si nos hemos equivocado, como siempre es posible,
podríamos estar oponiéndonos a una auténtica palabra de Dios? 

En mi lucha personal por ser fiel al Señor, al Yahvé que también hoy nos habla, lo que
más me ha ayudado es medir a todo supuesto profeta por su prototipo normativo, o
sea, compararlos con los profetas bíblicos para ver si se parecen. Si no corresponden
a ese modelo, tengo razones para sospechar que estoy frente a un caso de profecía
falsa. Sin pretender dar respuestas finales, me permito sugerir algunas de las pautas
bíblicas que nos pueden orientar para reconocer a los falsos profetas:

(1) Cuando un dizque profeta se limita al vaticinio, sin traer un mensaje de Dios para
nuestra vida, hay que dudar de él o ella. En la Biblia, la profecía predictiva nunca es
una finalidad en sí sino que es sólo una parte, casi siempre (o siempre) muy
secundaria, del mensaje profético. El mensaje no está en las predicciones mismas,
sino ellas vienen en función del mensaje. Los profetas no son astrólogos sino
predicadores. Como hemos señalado en otros artículos, citando a "La lectura eficaz de
la Biblia", no más de cinco por ciento de los escritos proféticos tiene que ver con el
futuro, visto desde el tiempo del profeta, y menos de un por ciento puede ser futuro
todavía para nosotros hoy. ¿Y qué del otro 95 por ciento? Bueno, junto con las mismas
profecías predictivas, todo eso tiene carácter ético, como mensaje al pueblo y sus
líderes. Podemos decir, sin exagerar mucho, que frente a un cinco por ciento que es
predictivo, un cien por ciento de los escritos proféticos es ético, mayormente social,
económico y político. Basta leer esos libros, y los relatos de Samuel, Natán, Elías y
Eliseo, para descubrir esta verdad muchas veces olvidada.

Jeremías plantea muy claramente un criterio ético para reconocer a los falsos profetas:
"Si hubieren estado en mi consejo, habrían proclamado mis palabras a mi pueblo: lo
habrían hecho volver de su mal camino y de sus malas acciones" (Jer 23:22). Cuando
oímos o leemos supuestas profecías, siempre debemos preguntarnos: ¿Cuál es el
mensaje ético de esta profecía? Los profetas fieles no perdían tiempo en simples
predicciones; dejaban eso a los adivinos. Profecía predictiva sin mensaje ético
profético, huele muy fuertemente a profecía falsa. Casi seguro es adivinación en vez
de profecía fiel. Cuando Dios habla proféticamente, es para algo serio, no para
entretenernos o impresionarnos con predicciones triviales.
Una buen prueba para las profecías puede ser preguntarnos, ¿Cómo obedezco esta
profecía? Claro, una profecía falsa puede exigir también una obediencia errada, pero
si una profecía no exige ninguna acción de obediencia, muy probablemente es
adivinación y no verdadera profecía. 

(2) Los profetas bíblicos profetizaban a partir de un profundo conocimiento de la


realidad de su nación y generalmente daban razones bien fundadas para su mensaje.
Cuando uno lee a los profetas hebreos con una óptica socio-política, resulta
sumamente impresionante su dominio analítico y crítico (o sea, profético) de las
condiciones imperantes de la sociedad y de la historia de su tiempo. Otro tanto puede
decirse de Juan de Patmos. Por su análisis económico del imperio romano, por
ejemplo, Juan merece un doctorado en ciencias económicas (Ap 6:5-6; 13:16-18; 17:4;
18:3,7,11-17,23; ver "Apocalipsis y el imperio romano", en este sitio web). Los profetas
eran los sociólogos, economistas y politólogos de su tiempo, aunque por la inspiración
divina eran más que sólo eso. 

Igualmente, con las profecías de hoy, debemos plantearnos tres preguntas: ¿En qué
análisis de la realidad histórica se basan? ¿Qué actitud asumen hacia esa realidad? y
¿Qué acción proponen para nosotros en medio de la coyuntura que vivimos? 

La profecía bíblica no ocurre en el vacío, sino en medio de la historia y vinculada


esencialmente con la historia de la salvación. Cualquier "profecía" desconectada de la
historia, y de la voluntad de Dios para nosotros en medio de ella, muy probablemente
es profecía falsa. Mejor entonces recurrir a Nostradamus o el horóscopo, y no meter a
Dios en tales especulaciones.

(3) Los profetas falsos se acomodaban al sistema vigente, muchas veces poniéndose
incondicionalmente a las órdenes de los poderosos. En cambio los profetas
verdaderos, debido a su honestidad, vehemencia y valentía, mantenían relaciones
muy tensas con las autoridades y con los profetas del sistema. Las palabras del rey
Acab a Elías valen para todos los profetas: "¿Eres tu el perturbador de Israel?" (1 R
18:17). Me parece que la gran mayoría de las profecías que escuchamos hoy día son
sedantes y no podrían perturbar a nadie, ni mucho menos a los poderosos.

Más adelante, cuando los profetas profesionales de la corte profetizaron sólo


bendiciones y éxito para Acab, éste quiso rechazar al profeta Micaías ben Imlá porque
"me cae muy mal, porque nunca me profetiza nada bueno: sólo me anuncia desastres"
(1 R 22:8). El rey envió a un mensajero para traer a Micaías, y éste le dijo, "Mira, los
demás profetas a una voz predicen el éxito del rey. Habla favorablemente", a lo que
Micaías respondió, "Tan cierto como que vive Yahvéh, ten la seguridad de que yo le
anunciaré al rey lo que Yahvéh me diga" (22:13-14). Micaías lo hizo, después de
mofarse del rey y de los falsos profetas, y el rey se enojó tanto que ordenó al
gobernador "echar en la cárcel a ese tipo, y no darle más que pan y agua" (22:27). 

Amós ofendió tanto a los ricos y cómodos de Samaria que lo sacaron por la fuerza del
reino del norte. (¡Qué ofensivo, llamar a las ricas de Samaria "vacas de Basán"!).
Cuando el falso profeta Jananías profetizó, en nombre de Yahvéh Todopoderoso, que
Dios iba a quebrar el yugo del rey de Babilonia, para devolver a los exiliados y los
utensilios del templo, Jeremías le respondió; "A pesar de que Yahvéh no te ha
enviado, tú has hecho que este pueblo confíe en una mentira. Por eso, así dice Yahvé:
'Voy a hacer que desaparezcas de la faz de la tierra. Puesto que has incitado a la
rebelión contra Yahvéh, este mismo año morirás'" (Jer 28:16). En el capítulo 23
Jeremías lanza una feroz denuncia contra los reyes como "pastores que destruyen el
rebaño" (23:1) y después contra los profetas mentirosos (23:9-32) y contra las
profecías falsas (23:33-48). 

De los falsos profetas exclama Jeremías, "En cuanto a los profetas: Se me parte el
corazón en el pecho y se me estremecen los huesos. Por causa de Yahvéh y de sus
santas palabras, hasta parezco un borracho... Los profetas corren tras la maldad, y
usan su poder para la injusticia. Impíos son los profetas y los sacerdotes... Entre los
profetas de Jerusalén he observado cosas terribles... viven en la mentira; fortalecen
las manos de los malhechores... Los profetas de Jerusalén han llenado de corrupción
todo el país" (23:9-15). ¿Qué diría Jeremías de nuestros profetas de hoy? ¿Y de
nuestros partidos cristianos y políticos evangélicos? (Todo el capítulo de Jeremías 23
está lleno de enseñanzas para la iglesia hoy). 

Para los profetas fieles, callarse no estaba dentro de sus posibilidades. La Palabra de
Dios ardía en sus corazones y martillaban sus huesos (Jer 23:29). No todos los
profetas vaticinaron el futuro, pero todos ellos denunciaron el pecado, la corrupción y
la injusticia. Profeta no puede ser quien encubre o calla esas cosas. Por eso, los
profetas sufrieron la persecución, la cárcel, el exilio y hasta el asesinato (Mt 23:30-31).
Los profetas falsos tuvieron mucho mejor suerte, porque sólo decían lo que la gente
quería escuchar y se cuidaban especialmente de no ofender a los poderosos. "Curan
la herida de mi pueblo con liviandad, diciendo: Paz., paz; y no hay paz" (Jer 6:14).
Igualmente los profetas de hoy, si nunca ofenden a nadie podemos estar seguros de
que son profetas falsos. Un "profeta inocuo" es una contradicción de términos.

(4) Este mismo capítulo de Jeremías nos da otra clave para contestar nuestra
pregunta: los falsos profetas pueden reconocerse porque usan livianamente el nombre
de Dios. En un sorprendente epílogo al capítulo 23, Dios prohíbe tajantemente que se
usa la expresión "Oráculo (o Carga) de Dios" (23:33-40 hebreo). Aunque ese mismo
término es muy frecuente en otros pasajes, queda obvio del pasaje que los seudo-
profetas la repetían frívola e irreverentemente para cualquier opinión caprichosa que
se les ocurriera, y por eso el Señor les prohibió totalmente hablar en su nombre.

Hoy en día es alarmante la facilidad ligera con que nuestros profetas anuncian que "el
Señor me ha dicho" o "tengo una palabra profética de Dios". ¿No será eso tomar en
vano el nombre del Señor? Debe preocuparnos que nuestra situación se parezca tanto
a los falsos profetas del tiempo de Jeremías. ¿No sería mejor un moratorio sobre las
pretensiones de hablar en nombre de Dios, como el que Yahvé, evidentemente
enojado, impuso sobre Israel?

(5) Para los profetas fieles, su misión era un sacrificio, más que un privilegio. En
ningún momento buscaban su beneficio propio. Muchos de ellos no querían ser
profetas (Moisés, Isaías, Jeremías), pero Dios los obligó. En cambio, los falsos
profetas disfrutaban como privilegio su oficio y su rango, y hasta lucraban de él. Se
creían dueños de su carisma, que empleaban no para servir sino para servirse, como
seguidores del mercenario Balaam. Por eso buscaban siempre agradar al público y
complacer a los ricos y poderosos a quienes debían más bien denunciar. Para los
mismos fines pretendían manipular a la gente, y aun manipular a Dios.

¡Qué parecido a nuestro tiempo!

CONCLUSIÓN: El discernimiento entre profetas falsos y profetas verdaderos es uno


de los problemas más difíciles de la teología y de nuestra vida cristiana. No hay
fórmulas mecánicas ni criterios invariables; todos tienen alguna excepción, incluso los
que planteamos aquí. En eso está la libertad de Dios de actuar dónde, cuándo y cómo
él quiere. Pero creo, y he visto, que estas orientaciones nos ponen el alerta contra
abusos del oficio profético. Al fin es un acto de fe, en la sincera convicción del corazón
de cada cual, aceptar o no una supuesta profecía. Pero estamos obligados a optar, y
creo que es mayor el peligro de creer y seguir una falsa profecía que el de
posiblemente mantener sanas reservas ante una profecía incierta, aunque pudiera ser
verdadera. En ese caso, Dios podrá seguir hablándonos y guiándonos hacia mayor
certidumbre.

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