Está en la página 1de 2

LA CASA

Este era Pedro: Si llovía, se quejaba, si hacía sol también; si había tráfico, al llegarle la
factura del gas; siempre había algo por lo cual alzar la voz.

Cierto día tuvo que desviarse de su ruta habitual camino a casa desde el trabajo por unas
reparaciones municipales y, por supuesto, iba mascullando sus quejas hacia el gobierno, los
horarios, etc... Entonces, al subir al Colectivo 403 conoció a Raquel.

Al cumplir su vigésimo aniversario de bodas, y tras cinco años de noviazgo/convivencia,


Pedro recordaba con una sonrisa en su rostro cómo todos los eventos de aquél día lo
llevaron hasta el momento justo en que tropezó con Raquel y se pusieron a conversar sobre
cualquier cosa. Y cómo aquella mujer de risa fácil lo había ayudado a comprender que el
mejor sitio y el mejor momento es siempre donde y cuando se está.

La perfección mana de los más cotidianos lugares y errores, recordaba Pedro mientras veía
a Raquel sentada junto a sus dos hijos, frente a la casa que habían construído juntos, sin
quejas.

AL DOBLAR DE CADA ESQUINA

A veces me resulta inevitable pensar cómo el abuelo Joaquín afectó, sin querer, supongo, el
modo en cómo mi padre se relacionaría con el mundo, con la vida. Gitano desterrado, buscó
en aquella ciudad al otro lado de la frontera, quitarse el sino de errancia construyendo una
familia.

Veinte años, y ocho hijos no le bastaron al abuelo para sacudirse todo eso de lo que huía
pero, irónicamente, encontraba al doblar de cada esquina. Se pasó años yendo y viniendo,
creando así un cierto patrón en mi padre.

A mi padre tampoco le bastó una vida para huir de los recuerdos de la madre durmiendo
sola por tantos años, de él mismo yéndose a vender, de la mano de mi abuelo, de pueblo en
pueblo por los Andes colombo-venezolanos siendo apenas un niño; luego haría
exactamente lo mismo en sus dos matrimonios. Parecería que la gitanidad lo encontraba
también al doblar de cada esquina.

Cuando miro hacia atrás en mi historia familiar, creo que mi padre lo hizo mejor que el suyo,
que reparó algunas cicatrices a pesar de él mismo dejar otras en nosotros, sus hijos. No
obstante si miro las cosas de frente, puedo darme cuenta cómo esta historia en muchas
formas ha forjado mi propio carácter y mi propio ser. ¡No pudo ser mejor mi destino!
Así que a veces cuando doblo en alguna esquina y veo a ese duende gitanito sonriéndome
seductor, le saludo y lo abrazo con emoción, después de todo ¡es familia!; pero luego del
abrazo y la alegría de intercambiar saludos, sigo mi camino agradeciendo por Joaquín y por
José Néstor, y por mis hijos.

También podría gustarte