Está en la página 1de 4

EL LENGUAJE ES UN VIRUS

Basada en un cuento del escritor Ted Chiang, bastión de la ciencia ficción del nuevo siglo, se estrena Arrival
de Denis Villeneuve –el director que está rodando una secuela de Blade Runner–. Con Amy Adams, Forest
Whitaker y Jeremy Renner, la película se inscribe en la tradición pacifista del género, homenajea a Encuentros
Cercanos del Tercer Tipo y piensa en el siempre poderoso tema de la comunicación extraterreste haciendo
hablar a unos pulpos flotadores que manejan el lenguaje como si fuera un arma de persuasión temporal.

Quizás William Burroughs no haya estado tan errado. Quizás en su limbo de morfinómano y sus delirios de
yonqui aristocrático haya habido un resabio de verdad cuando aseguraba que el lenguaje humano es un virus
inhumano; un invento extraterrestre que, inoculado en los humanos, les permitió dominarnos, hace mucho
tiempo, desde el más allá de la galaxia. El objetivo fue perpetuarse entre nosotros, en nuestros cuerpos. Algo
externo que se nos metió y no pudimos sacarlo, y al mismo tiempo nos definió como seres humanos.
Seríamos, en verdad, seres extra terrestres.

Quien haya estado en alguna conferencia sobre Ufología (en Argentina hay varias) sabe que los apasionados
por los objetos no identificados se definen básicamente en dos ramas. Por un lado, los cientificistas, quienes
plantean un acercamiento empírico a los aliens, ponen en tela de juicio las intenciones ocultas de
contactarnos, y denuncian sin tapujos las elucubraciones de los gobiernos que, según ellos, clasifican la
información sobre contactados para burocratizar el acceso a la misma (bovaristas de X Files, en definitiva). Y
por el otro, los “espirituales”, que consideran el contacto posible con drones, grises, horns, o lo que sea que
haya dando vueltas entre nosotros, como una forma y una oportunidad no solo de conocer una vida diferente
a la humana, sino como un espejo de sí mismos (X files, otra vez).

Dirigida por el canadiense Denis Villeneuve, Arrival hace de esas dos visiones un conflicto y no se aleja de las
otras películas similares que tratan el encuentro de los seres humanos con un objeto no identificado cuyas
intenciones de comunicación no están del todo claras. La película tiene como protagonista a unas enormes
vainas de un material no identificado de más de mil metros de altura que, en distintas partes estratégicas del
mundo, aparecen flotando como el eterno monolito fenomenológico diseñado por Stanley Kubrick para 2001:
Odisea del Espacio. Adentro de esas vainas, en donde el oxígeno escasea y la gravedad no existe, suerte de
portales internos a un más allá, hay, flotando en un líquido amniótico, unas amebas con tentáculos que, detrás
de unos vidrios de acrílico alien reforzado, escriben con una tinta de calamar alien, mensajes cifrados.

¿Qué hace la NASA y el ejército americano al respecto, entonces? Ir tras los pasos, no de un matemático o un
físico, sino de un estudioso del lenguaje: reclutan a una lingüista. Amy Adams se sale de sus papeles de
Disney para encarnar a la Doctora Louise Banks, una lingüista con traje de astronauta (eso sí es bizarro) que,
con antecedentes de trabajar para el servicio secreto, debe revelar las intenciones de estos peculiares pulpos
del espacio. ¿Qué buscan? ¿Cuáles son las intenciones? ¿Iniciar el apocalipsis? ¿Hacer un contacto pacífico
con los humanos? Las dos posturas se van mezclando: el gobierno, representado por el Coronel Weber
(Forest Whitaker, bastante bien elegido, ya que estos papeles suelen ser medio odiosos y acartonados) quien
presionado por las alianzas mundiales (las vainas están en Caracas, China, Islandia, Rusia, puntos
estratégicos para la mente belicista del americano medio), necesita saber si es él quien debe iniciar el ataque
o ver los resultados de la comunicación protocolar.

Y por el otro, Louise Banks e Ian Donelli (interpretado por Jeremy “Bourne” Renner), un físico que, convencido
por la lingüista, busca interpretar el mensaje detrás de la forma; esa gramática alien que lanzada a la biósfera
de los humanos puede tener un sentido, vaya paradoja, humanista.

Sujeto y predicado alien


La pregunta en verdad es, ¿por qué la NASA no lo convocó a Noam Chomsky? Hubiera sido lo más atinado,
aunque es probable que Noam, con sus 88 años recién celebrados, no hubiera querido trabajar para el
servicio secreto mucho menos bajo las órdenes de un coronel. Atinado, también, porque Arrival plantea una
lengua madre que, descifrada con herramientas morfológicas y sintácticas de otras lenguas (Louise trabaja en
simultáneo con traductores del español, del ruso, del árabe y del chino), podría obtener el análisis generativo.
Recordemos: la lingüística chomskiana plantea algo similar, una interfaz neuronal, común a todas las lenguas
del mundo que, estimulada por el ambiente social, deriva en una segunda lengua. Esa primera lengua madre,
dice Arrival (¿diría Burroughs? ¿diría Chomsky?), tendría una predicación alien.

Antes de ser el lingüista más importante de todos los tiempos, Chomsky fue ingeniero en informática (sus
cuatro teorías sobre el lenguaje toman mucho de la programación de computadoras), y también lo fue el
escritor detrás de Arrival. Neoyorkino con ascendencia china, nacido en 1963, ex programador y redactor de
revistas técnicas, Ted Chiang es uno de los escritores de ciencia ficción con más galardones que obra
publicada (ganó varias veces los clásicos Premios Nebula y Premios Hugo). Con apenas un solo libro de
relatos titulado Stories of Your Life and Others, Chiang obtuvo un premio para cada uno de sus cuentos que,
una vez compilado, ganó el premio Locus. Incluso llegó a rechazar en el año 2003 un premio Hugo a mejor
relato por “Living Your Life: A Documentary” con el argumento de que había sido por encargo y no estaba a la
altura de sus objetivos.

Fundamentalista del cuento en una tierra de ambiciones novelísticas, con un enorme éxito en Japón, Ted
Chiang se ha posicionado como uno de los escritores de ciencia ficción más importantes del nuevo siglo. En
una era en la que se proclama la “muerte” del género en manos del realismo informático, Chiang pareciera
volver a postular en sus relatos las mismas preguntas filosóficas que la tradición literaria de la ciencia ficción
formuló en sus distintos revivals del género. Esas preguntas poco tienen que ver con el futuro más o menos
cercano, con las especulaciones efectistas de las redes sociales (como la serie-pastiche Black Mirror) o las
consecuencias de la ciencia y la tecnología a mediano o corto plazo. Sin ir más lejos, el cuento “Story Of Your
Life”, en el que se basa Arrival, plantea la idea de un lenguaje cuya gramática, una vez analizada,
comprendida y ejecutada por el hablante, es tan fuerte como un arma. Idea que a mediados de la década de
los 60 el gran escritor Samuel R. Delany desarrolló en su novela Babel 17, donde la lingüista y poeta Rydra
Wong descifraba el poder de un lenguaje intergaláctico universal sin pronombres personales que, ante el más
mínimo cambio sintáctico, modificaba por completo la cognición de su hablante.

Delany estaba fascinado por los mecanismos de la memoria, la física cuántica y la hipótesis Sapir-Whorf: la
idea del lenguaje no como una construcción cultural sino como un generador en sí mismo de cultura y de
percepción de la realidad (el gran escritor inglés, bastión del weird fiction, China Miéville, otro fanático de los
pulpos metafísicos como Chiang, retomaría esta idea en una hermosa novela titulada de Embassytown para la
cual diseñó una gramática entera hablada por sus monstruos lovecraftianos). En una entrevista para una
revista técnica, Ted Chiang también se manifestó entusiasta de la teoría: “Hay ideas que son más fáciles de
expresar en determinadas lenguas que en otras. Yo creo que el lenguaje define nuestra percepción de la
realidad, como señala la vieja hipótesis de Sapir-Whorf, desacreditada durante años. La evidencia empírica
nos dice que la traducción directa, el sentido profundo de un enunciado, es realmente posible, por lo tanto, no
es descabellado pensar que las diferentes lenguas perciben el mundo, digamos ese sentido, de distintos
modos. Supongo que podría haber usado para mi protagonista [Louise Banks] otros modos de percibir la
realidad –drogas o tal vez la meditación trascendental– pero ninguno me parece tan poderoso como el
lenguaje”.

Ante la pregunta por las adaptaciones de sus cuentos, Chiang se muestra tan entusiasta como reservado.
Considera que el cine no es el mejor medio para expresar las ideas del género porque el lenguaje
cinematográfico tiene otra naturaleza: las imágenes y el sonido buscan otro tipo de comunicación, más
emocional, poco ligada a los mecanismos de la mente, a la forma de concebir el tiempo y el espacio. No
colaboró con la adaptación y la vio cómodamente desde su casa en Seattle, mantenida con su trabajo como
redactor técnico que le permite un ingreso fijo para manejar él mismo los tiempos de su producción literaria

Mujeres en el espacio
Nacido en Quebec, en un ambiente conservador e hiper católico, un matriarcado, según sus propias palabras,
“progresista”, Denis Villeneuve llevó varios años interesado en hacer una película de ciencia ficción. Fanático
de 2001: Odisea al espacio y Encuentros cercanos del tercer tipo, después de dos películas oscuras y
desparejas (Sicario y El hombre duplicado) la oportunidad le llegó por partida doble. Mientras cerraba contrato
para adaptar el cuento de Chiang, Paramount lo contrataba como el nuevo director de la secuela de Blade
Runner (con el enigmático número 2049) que tiene como protagonistas a Harrison Ford, Ryan Gosling y Jared
Leto. “Todavía no pude desarrollar una mirada crítica a Arrival. Fue muy penoso para mi tener que salir de un
proyecto y pocos días después viajar a Budapest para comenzar otro rodaje. Pude hacer eso porque las dos
películas manejan el mismo código, el mismo lenguaje”, dijo recientemente en una entrevista para el New
York Times desde la capital de Hungría.

Arrival se inscribe en una serie de películas que podríamos llamar de “contacto” más que en la tradición del
lenguaje alien, cercana a la literatura. En lugar de la musiquita que tocaba Truffaut en el Casio de Encuentros
cercanos del tercer tipo de Steven Spielberg, tenemos a Amy Adams con su tablet y un equipo de redactores
decodificando símbolos similares a tests de Rorschach. Sobrevuela el film de Robert Zemeckis de 1996,
Contacto, basado en la novela de Carl Sagan, y su lógica de rulo temporal, de viaje por el espacio exterior
como viaje por el tiempo interior de la conciencia (siempre volveremos a Kubrick, al parecer), con Jodie Foster
perdida en los laberintos de la mente. Y esos pulpos (parecidos también al Kraken de la novela de China
Miéville), con sus sonidos de ballenas prehistóricas, tienen algo del Abismo de James Cameron y su atlántida
alienígena.

La visión optimista de la película contrasta con el uso que la industria le dio al género en los últimos años del
siglo XX siempre más cercana a la catástrofe. La lectura política cae de madura: China y Rusia son los otros
aliados a Estados Unidos para tratar de entender cómo hablan esos bichos y cuáles son sus intenciones, y
son los primeros en darle la espalda al protocolo estadounidense. Lo que podría derivar en un desastre
nuclear y militar es contenido por las intenciones comunicativas de Louise. Ese fue el punto que más le
interesó a Denis Villeneuve, y motivo también por el cual Amy Adams aceptó el protagónico: “Creo que es una
historia atípica, que toma elementos de la ciencia ficción para proponer una mirada sobre la intimidad de las
relaciones”.

Si bien es cierto que las heroínas en las películas de ciencia ficción no abundan, Louise se codea con
Sigourney Weaver en una versión combativa para Alien, octavo pasajero, con Jodie Foster y la búsqueda
espiritual de Contacto, y en los últimos años, Sandra Bullock con Gravity. Villeneuve no es ajeno, según él, al
tema. En su película Polytechnique (2009) retrató la historia real de una masacre en Montreal: 15 mujeres
fueron asesinadas por un tipo que luchaba en contra del feminismo. “Para mí, la masculinidad es control, las
mujeres en cambio tienden a abrazar, a desarrollar el arte de la comunicación” dijo, y si bien la visión puede
ser oportunista y algo simplona (habría que verla a Louise en la nave de Alien, el octavo pasajero para ver si
tiene ganas de charlar un rato), ese tipo de comunicación y emoción puede rastrearse en el cine de Terrence
Malick, sobre todo en El arbol de la vida, su película retro futurista, que, como dicen las malas lenguas, se
entenderá de acá a cincuenta años. Si bien Arrival se rinde al gesto narrativo del rulo temporal, toma de su
antecesora, aunque sea brevemente, las posibilidades cinematográficas de filmar el tiempo y el espacio, y la
forma en la que asimilamos la fuga de las emociones, cuando el lenguaje que tenemos atravesado en la
mente, ese virus ajeno a nuestro organismo, no puede dar con el sentido.

También podría gustarte