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Enric González: Cosas que no me creo

Nos creíamos ricos y somos pobres. Vale. Hay otras falsedades que hemos creído, o
hemos querido creer, o quieren hacernos creer. Vamos con diez de ellas.
1. La transición del franquismo a la democracia fue un éxito. En un país
como España, tan habituado a las guerras civiles y las dictaduras, vino a
considerarse un triunfo histórico el hecho de que el cambio de régimen no fuera
acompañado de matanzas generalizadas. Y superar la patética asonada del 23 de
febrero de 1981 nos pareció el colmo de la madurez. La Transición, en realidad,
fue un proceso relativamente superficial, tutelado por la entonces Comunidad
Económica Europea y la OTAN y dirigido por los poderes fácticos (financieros y en
menor medida religiosos), basado en un pacto de desmemoria, en la preservación
de las estructuras de capital franquistas y en una serie de apaños lamentables,
como el “café para todos” autonómico y la singularidad fiscal vasca. Se sacrificó la
justicia en el altar del orden y, encima, se glorificó el resultado.
2. España entró en la modernidad. Ni de broma. Por debajo de los nuevos
rascacielos, las infraestructuras de lujo y el consumo de tecnología importada
quedaron un sistema judicial antiguo e ineficaz, una inexplicable incapacidad para
invertir colectivamente en investigación y desarrollo y un montaje fiscal tan yeyé
que todo lo hace al revés: fomenta el fraude (estimado en 70.000 millones
anuales), da vidilla a una robusta economía sumergida y asfixia a los asalariados y
a las empresas medianas.
3. Hubo un milagro económico. El supuesto milagro no fue otra cosa que un
proceso de convergencia y unión monetaria con el resto de Europa, por el cual los
tipos de interés quedaron por debajo de la inflación real y España se inundó de
capital extranjero. Vendimos ladrillo, deuda y sol, lo cual equivale a plantar cizaña
en el césped: las actividades especulativas desplazaron a las productivas. En
realidad, sí hubo algo milagroso: que un mal encofrador ganara más que un buen
médico. El gran problema de España es que carece de una economía realmente
productiva y capaz de competir en el mundo, y por eso no crece, y por eso padece
un desempleo endémico.
4. Nuestros jóvenes están muy bien preparados. Pues no. Los jóvenes
españoles están, en general, muy bien titulados, pero los bien preparados son, en
porcentaje, pocos más de los de siempre. La masificación universitaria y la falta
de empleo han generado una insólita proliferación de posgraduados sin
expectativas y una fatigosa abundancia de idiotas con máster. Faltan técnicos
medios, falta espíritu emprendedor y faltan oportunidades.
5. Trabajamos poco. Cualquiera que haya vivido en España y en otros países
sabe que, en comparación con bastantes de nuestros vecinos, los españoles
trabajan y trabajan razonablemente bien. Otra cosa es la organización del trabajo.
También es otra cosa lo poco que se incentiva el trabajo: a la sombra de un
tentativo Estado del Bienestar se ha formado una espesa maleza disuasoria de
subsidios e impuestos, y la llamada “cultura del pelotazo” (recuerden aquello que
dijo Carlos Solchaga, ministro socialista, sobre lo fácil que era hacerse rico en
España) ha hecho pensar que trabajar es de tontos.
6. Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Veamos. Las
familias españolas deben unos 80.000 millones de euros y la suma se reduce cada
mes. Si dividimos los 80.000 millones por diez millones de familias, o por cinco
millones, sale un endeudamiento medio muy discreto. El gran problema son las
hipotecas, pero no han sido los ciudadanos los que han creado la burbuja
inmobiliaria ni los precios astronómicos de los pisos. Tampoco son culpables los
ciudadanos de que el mercado de vivienda en alquiler sea raquítico. Las empresas
españolas deben aproximadamente el doble que las familias, y el grueso de esa
deuda corresponde a los grupos de mayor tamaño: Telefónica, superconstructoras,
etcétera. O sea, que no. Los trabajadores hemos vivido según se podía vivir por
las rentas y el crédito disponibles.
7. La inmigración ha sido un problema. No fastidiemos. Esa idiotez se
desmonta por sí misma.
8. La culpa es de las autonomías. Hasta donde pudo entender el último que
leyó la Constitución, las Comunidades Autónomas forman parte de la
administración estatal. Han derrochado porque han montado sistemas clientelistas
directamente emparentados con el antiguo caciquismo, pero sus problemas
realmente serios corresponden a Seguridad Social, educación y otras
competencias onerosas que fueron del Estado y se traspasaron a las autonomías.
Los gobiernos autonómicos, con la excepción parcial del vasco, no recaudan pero
gastan: eso es idóneo para propiciar el descontrol. El sistema se montó mal y
funciona mal. Igual que la Unión Europea.
9. La culpa es de los políticos. Claro. Todo es culpa de esos políticos a los que
nadie vota. Ya. Echemos un vistazo a nuestro alrededor: jueces, grandes
empresarios, grupos de comunicación, estrellas televisivas. Mirémonos a nosotros
mismos. Visto lo visto, ¿qué clase de políticos esperamos tener? Pues eso es lo
que hay. Y si hemos consentido que los partidos se convirtieran en máquinas
recaudadoras (por la vía legal y la ilegal) y avasallaran el terreno que debían
ocupar las instituciones, los profesionales y la ciudadanía, algo de culpa nos tocará
a la gente. No basta con trabajar y pagar los impuestos, hay que vigilar y exigir.
Es muy probable que la actual clase política se desplome, como en otros países
quebrados. Si creen que lo que vendrá luego será mejor, hicieron bien en votar a
Zapatero (“la crisis es un tema opinable”) y a Rajoy (“los españoles merecen un
Gobierno que no les mienta”), o a esos líderes nacionalistas que se envuelven en
la bandera para encubrir lo que trincan.
10. Los mercados son irracionales. Los mercados, especialmente cuando no
existe regulación, tienden al fraude, a la especulación, al abuso y al
enriquecimiento indecente de quienes ocupan en ellos posiciones dominantes.
Pero rara vez se comportan de forma irracional durante períodos prolongados. Lo
que contemplamos ahora no son unas horas de pánico bursátil más o menos
carente de fundamento, sino una resistencia generalizada a prestar dinero a
Estados, instituciones públicas y empresas cuya capacidad de devolver los créditos
resulta más que discutible. Porque, hay que insistir, cuando no se crece se va a la
insolvencia. Cada vez que alguien hable de “mercados irracionales”, piense usted
en lo bien que se lo montan los capitostes de las finanzas y ríase.

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