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Ius Humani. Revista de Derecho.

Vol. 1 (2008/2009), enero 2008, págs. 109-175. ISSN: 1390-440X – eISSN: 1390-7794

EL INTERÉS PROCESAL
LITIGATING INTEREST

Juan Carlos Riofrío Martínez–Villalba*

Resumen: El presente trabajo pretende esclarecer el concepto de interés


procesal y de sistematizar los diferentes tipos de interés requeridos por
las leyes de nuestro ordenamiento jurídico (interés legítimo, directo,
serio, difuso, colectivo, mutuo, general, público, etc.), a fin de facilitarle
al operador de la ley la determinación de la existencia de éste.
Palabras clave: Derecho procesal, interés para litigar, legitimación
activa, legitimación pasiva, clases de interés

Abstract: This paper aims to clarify the concept of procedural interest


and systematize the different kinds of interest required by the laws of
our legal system (legitimate interest, direct, serious, diffuse, collective,
mutual, general public, etc.), in order to provide to the lawyer
determining the existence thereof.
Key words: Procedural law, interest to litigate, locus standi, passive
standing, interest classes

Fecha de recepción: 2-10-2007


Fecha de aceptación: 15-11-2007

* Doctor en Jurisprudencia por la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil.


Especialista en Derecho de las telecomunicaciones por la Universidad Andina Simón
Bolívar. Profesor de Derecho constitucional y de la información en la Universidad de los
Hemisferios. Autor de varios libros jurídicos e históricos. jcriofrio@coronelyperes.com
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Juan Carlos Riofrío Martínez-Villalba

INTRODUCCIÓN
Me gustaría comenzar este trabajo diciendo que voy a
exponer sobre un tema que ha alcanzado una cierta madurez de
criterios o una postura unificada en los juristas de la doctrina y la
jurisprudencia nacional e internacional. Pero no puedo.
Para ser honrado, he de comenzar esta investigación
reconociendo que voy a tocar un tema sobre el cual hay mucha
confusión, tanto en la doctrina, como en la jurisprudencia judicial
y administrativa. Existe mucha confusión y criterios encontrados
en nuestras Cortes, en el Tribunal Andino de Justicia, en el
Tribunal Constitucional ecuatoriano, en el Tribunal Supremo y en
el Tribunal Constitucional español, en la Corte Suprema
argentina… ¡y ni se hable de lo que sucede a nivel de otras
instancias administrativas y judiciales! Autores como Gómez
Montoro se quejan de esto en España1, o Gordillo en
Argentina…2; nuestra Corte Suprema de Justicia también se ha

1
En este sentido, Gómez Montoro ha afirmado que «la Constitución no da sin embargo,
ninguna pista sobre cuándo puede entenderse que concurre un interés legítimo. Por su
parte, la Ley Orgánica del Tribunal Constitucional no ha venido a aportar luz sobre el
tema sino, más bien, y como ha sido puesto de relieve por casi todos los autores que han
tratado del tema y por el propio Tribunal Constitucional, a sembrar alguna confusión»,
(Gómez Montoro, 2003, p. 165).
Nieto, de hecho, exultaba por la agudeza e ingenio de García de Enterría al identificar
los interés legítimos con los derechos subjetivos; a su juicio, esos criterios «suponen la
primera solución técnicamente impecable a un problema que venía obsesionando a todos
los países europeos desde hace más de un siglo, sin que nadie hubiera logrado darle una
respuesta convincente» (Nieto, 1977).
La complejidad del tema termina redundando en materias aledañas, como la de la
legitimación, sobre la cual Moreno Aroca escribió un libro de sugestivo nombre: “La
legitimación en el proceso civil (intento de aclarar un concepto que resulta más confuso
cuanto más se escribe de él)” (1994, pp. 35-90).
2
Gordillo, por ejemplo, al tratar sobre el interés legítimo, señalaba que «corresponde
destacar que muchas provincias han admitido en sus códigos de la materia la tutela
judicial del interés legítimo y que la Provincia de Buenos Aires, una de las más
conservadoras al respecto, finalmente admitió la tutela judicial del interés legítimo
primero, por un cambio jurisprudencial y luego por el Código de 1997. Falta ahora que
lo haga la Nación, aunque como veremos más adelante hay algunos adelantos
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El interés procesal

lamentado, en varios fallos, al observar que el tema no ha sido


tratado en la doctrina ecuatoriana.
He leído más de cien textos de jurisprudencias nacionales y
extranjeros que versan sobre el «interés», varios libros de derecho
procesal civil y de derecho procesal administrativo, muchos
artículos de reconocidas revistas extranjeras… y no he encontrado
un análisis sistemático del tema del «interés» Leviatán contra el
que intentaré lidiar en las siguientes líneas.
¿Cuál ha sido la razón de este vacío tan sustancial en la
doctrina, que ha terminado plasmándose en la jurisprudencia
judicial y administrativa? Es difícil saberlo con certeza. Para una
buena parte de la doctrina moderna, el concepto mismo de interés
legítimo resulta anacrónico. Muchos han comenzado a
considerarlo como una especie de derecho subjetivo sui generis,
con características y efectos propios… Ya volveremos más
adelante sobre este punto.
Sea cual fuere la raíz del problema, lo cierto es que este
vacío doctrinal ha repercutido en la creación de una jurisprudencia
administrativa y judicial poco profunda, escasa de razonamientos,
que hasta ha terminado conculcando varios derechos y libertades
fundamentales de las personas. En efecto, la cuestión del interés
es crucial para decidir el destino del proceso. Frecuentemente la
determinación de la existencia del interés decide el destino de la
causa en sus primeros momentos, incluso antes de que se abra la
etapa probatoria. Así, quien imputa fundamentadamente la falta de
interés de la contraparte, eventualmente podrá obtener en el inicio
del proceso su resolución.
La exposición que haré a continuación sobre la materia
tendrá un orden bastante simple:

importantes del fuero y algunos retrocesos parciales de la Corte. Es muy difícil predecir
qué orientación tomará finalmente la jurisprudencia» (Gordillo, 2003, p. IV-3).
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(i) Primero haremos un encuadramiento general de la


materia, donde se mostrará cómo el tema del interés
conlleva un problema de legitimación;
(ii) Luego intentaremos una definición de interés e
indagaremos acerca de su naturaleza; y,
(iii) Por último, haremos nuestra clasificación de los tipos
de interés existentes.

Antes de entrar al análisis de fondo debo hacer un par de


acotaciones sobre la metodología que he utilizado para elaborar el
presente trabajo de investigación:

1. La primera es que a lo largo del presente trabajo trataré


de seguir la posición mayoritaria de la doctrina. Cuando
me aparte de ella, lo reseñaré, indicando cuáles son los
autores que conozco que opinan lo contrario.

2. La segunda es referente al trasvasamiento de conceptos


de la disciplina administrativa, a la procesal civil y a la
procesal constitucional. En general, nos parece factible
usar los términos relativos al interés y a la legitimación
(v. gr. interés público, interés general, interés legítimo,
legitimatio ad causam, ad procesum…) en todos esos
campos del derecho. Prueba de ello es que los más
reconocidos administrativistas, constitucionalistas y
procesalistas no tienen reparos en usar los mismos
términos. No obstante, si observamos que resulta
necesario hacer alguna matización, procuraremos hacerla.

Pasemos, ahora sí, al análisis de nuestra materia.

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El interés procesal

1. ENCUADRAMIENTO GENERAL DE LA MATERIA


1.1. El interés: un problema de legitimación
En las obras de Derecho procesal el tema del interés suele
tratárselo al principio del libro, dentro del capítulo de la acción.
Ahí se ve que una acción es impracticable si la persona no está
debidamente legitimada para interponerla. Acto seguido, se
estudian dos excepciones a la acción: la excepción de ilegitimidad
de personería y la de falta de legítimo contradictor.
Pues bien, comenzamos diciendo que la doctrina procesal –
tanto civil como administrativa– distingue dos clases de
legitimación necesarias para accionar y recurrir: la legitimatio ad
procesum y la legitimatio ad causam. La primera está más
relacionada con la capacidad general para comparecer en todo
proceso, mientras la segunda alude a la justificación que debe
tener la parte para presentarse en un determinado trámite.
Esta distinción no se encuentra claramente definida por la
ley, pero ha sido recogida en más de una decena de fallos de la
Corte Suprema de Justicia3, entre los que se cuentan los
siguientes:

 Resolución 438-98 de 19-VI-1998, publicada en el Registro


Oficial Nº 39 de 2-X-1998;
 Resolución 405-99 de 13-VII-1999, publicada en el Registro
Oficial Nº 273 de 9-IX-1999;
 Resolución 516-99 de 15-X-1999, publicada en el Registro Oficial
335 de 9-XII-1999;
 Resolución 314-2000 de 25-VII-2000, publicada en el Registro
Oficial Nº 140 de 14-VIII-2000;
 Resolución 235-2001, de 22-VI- 2001, publicada en el Registro
Oficial 379, lunes 30-VII-2001. (Recurso de Casación Nº 157-
2000);

3
Toda la jurisprudencia que he encontrado al respecto, ha sido dictada por la Primera
Sala de lo Civil y Mercantil de la Corte Suprema de Justicia, en la época en que los
doctores Galo Galarza Paz, Santiago Andrade Ubidia y Ernesto Albán Gómez ejercían
ahí la magistratura.
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 Resolución 248-2001, de 29-VI-2001, publicada en el Registro


Oficial 380, martes 31-VII-2001. (Recurso de casación Nº 209 –
2000);
 Resolución 162-2002, de 24-VII-2002, publicada en el Registro
Oficial 664, martes 17-IX-2002. (Juicio ordinario Nº 17-2002);
 Resolución No 277-2002, de 17-XII-2002, publicada en el
Registro Oficial 44, jueves 20-III-2003. (Juicio ordinario Nº 13-
2002);
 Resolución 210-2003, de 22-VII-2003, publicada en el Registro
Oficial 189, martes 14-X-2003 (Recurso de casación Nº 114-
2003);
 Resolución 259-2003, de 3-X-2003, publicada en el Registro
Oficial 262, jueves 29-I-2004. (Juicio ordinario por lesión enorme
Nº 151-2003);
 Resolución 307-2003, de 7-XI-2003, (Recurso de casación Nº 12-
2003);
 Resolución 314-2003, de 13-XI-2003, publicada en el Registro
Oficial 352, miércoles 9-VI-2004 (Recurso de casación Nº 43-
2003); y,
 Resolución 375-03, de 18-XII-2003, publicada en el Registro
Oficial 362, miércoles 23-VI-2004. (Recurso de casación Nº 113-
2003).

De esta forma ha quedado sentado sólidamente un criterio,


que al tenor de la Ley de Casación, «constituye precedente
jurisprudencial obligatorio y vinculante para la interpretación y
aplicación de las leyes, excepto para la propia Corte Suprema»4.
¿Qué dicen esos fallos? Pasémoslo a ver. Sobre la
legitimatio ad procesum la Corte ha precisado:

(L)a ilegitimidad de personería o falta de «legitimatio ad


processun» se produce cuando comparece a juicio: 1) Por sí solo quien
no es capaz de hacerlo («la capacidad legal de una persona consiste en
poder obligarse por sí misma, y sin el ministerio o la autorización de
otra»: artículo 1448 inciso final del Código Civil); 2) El que afirma ser
representante legal y no lo es («Son representantes legales de una
persona, el padre o la madre bajo cuya patria potestad vive; su tutor o

4
Ley de Casación, art. 19, inc. 2º, in fine.
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curador, y lo son de las personas jurídicas, los designados en el Art.


589»: artículo 28 del Código Civil); 3) El que afirma ser procurador y
no tiene poder («Son procuradores judiciales los mandatarios que
tienen poder para comparecer a juicio»: artículo 40 del Código de
Procedimiento Civil); 4) El procurador cuyo poder es insuficiente; y,
5) El que gestiona a nombre de otro y éste no aprueba lo hecho por
aquél, pues se puede comparecer a juicio a nombre de otro sin poder,
pero con oferta de ratificación (gestión de negocios), conforme lo ha
resuelto ya esta Sala en casos anteriores, como la sentencia dictada en
el juicio No. 604 - 95, y publicada en el Registro Oficial No. 39 del 2
de octubre de 1998. Cuando existe ilegitimidad de personería,
generalmente cabe ratificación de la parte, con lo cual se convalidan
los actos realizados por la persona que carecía de capacidad para
comparecer a juicio (artículos 368 al 371 del Código de Procedimiento
Civil)...5

Y respecto a la legitimatio ad causam, la misma Corte ha


definido:
Es preciso distinguir lo que es la ilegitimidad de personería de
lo que es la falta de legitimo contradictor, o falta de legitimación en la
causa (legitimatio ad causam), “que consiste en que el actor debe ser
la persona que pretende ser el titular del derecho sustancial discutido,
y el demandado el llamado por la ley a contradecir u oponerse a la
demanda, pues es frente a ellos que la ley permite que el juez declare,
en sentencia de mérito, si existe o no la relación jurídica sustancial
objeto de la demanda, sentencia que los obliga y produce cosa juzgada
sustancial. Sobre este tema, el profesor Hernando Devis Echandia
expresa que para que haya legitimatio ad causam «No se necesita ser
el titular o el sujeto activo o pasivo del derecho o de la relación
jurídica material (lo que supondría que ésta siempre existiera), sino
del interés en que se decida si efectivamente existe (y por lo tanto, aun
cuando en realidad no exista). Se puede tener la legitimación en la
causa, pero no el derecho sustancial pretendido; por ejemplo, quien
reclama una herencia o un inmueble para sí, tiene la legitimación en la
causa por el solo hecho de pretender ser heredero o dueño; pero puede
que no sea realmente heredero o dueño y por ello la sentencia será de
fondo, pero adversa a su demanda. Si además de existir la legitimación

5
Considerando 6º de la Resolución 248-2001, de 29-VI-2001, publicada en el R. O. Nº
380 de 31-VII-2001.
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en la causa, resulta que el derecho o la relación jurídica sustancial


existe en verdad, que el demandante es su titular y el demandado el
sujeto pasivo, entonces el demandante obtendrá sentencia favorable de
fondo; mas, en caso contrario, la sentencia será de fondo o de mérito,
pero desfavorable a aquél»6 (...)7.

Léanse con especial detenimiento las palabras resaltadas.


Según las tesis del profesor Devis Echandía, aceptadas y
recogidas reiteradamente por nuestra Corte, para que exista
legitimatio ad causam y el juzgador pueda dictar una sentencia de
fondo, es menester que la parte tenga «interés en que se decida»
por cuanto ella efectivamente es el «titular o el sujeto activo o
pasivo del derecho o de la relación jurídica material».
Barrios de Ángelis dice haber perfeccionado la reseñada
tesis, cuando define la legitimación en la causa como «la
razonable posibilidad de que quienes se atribuyan, o a quienes se
atribuye, la implicación en los intereses específicos del objeto [es
decir, de lo que se pretende en el proceso] sean sus efectivos
titulares. Dicho de otro modo, la razonable posibilidad de que
sean partes materiales» (Barrios de Ángelis, 1979, p. 131).
Nuevamente sale mencionado el tema del interés.
Conforme a estos autores y a la jurisprudencia vinculante de
la Corte Suprema de Justicia, el tema del interés termina
enmarcándose dentro del gran capítulo de la legitimación ad
causam. A tal punto van ligadas ambas figuras, que es imposible
que exista legitimación sustancial sin interés (aunque no
viceversa). En otras palabras, el interés de las partes aparece como
un requisito sine qua non de su legitimatio ad causam.

6
La cita corresponde a Devis Echandía, 1996, pp. 269-270.
7
Considerando 6º de la Resolución 248-2001, de 29-VI-2001, publicada en el R. O. Nº
380 de 31-VII-2001. Lo resaltado es mío.
De forma literal se reitera lo dicho en los fallos Nº 235-2001 de 22-VI-2001; Nº 210-
2003 de 22-VII-2003; Nº 259-2003 de 3-X-2003; Nº 307-2003 de 7-XI-2003; y, Nº 314-
2003 de 13-XI-2003.
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El interés procesal

Ahora bien, desde ya aclaramos que no cualquier interés


legitima para concurrir al proceso. De esto tratamos a reglón
seguido.

1.2. Exigencia de distintos tipos de interés


En el ordenamiento jurídico encontramos repetidas veces la
exigencia de ser persona interesada para poder concurrir al
proceso. La mayoría de las veces, la ley simplemente requiere ser
«interesado»; pero en ocasiones, y no pocas, especifica que el
interés debe ser «legítimo», «directo», «real», o fundado en un
agravio, cuando no en un derecho…
Así, por ejemplo, en el Código de Procedimiento Civil se
requiere ser interesado para:

(i) Hacer valer ciertos derechos por cuerda separada en


los procedimientos de jurisdicción voluntaria que han
concluido (art. 4);
(ii) Pedir copias de ciertos documentos y registros (arts.
173, 627 y 669);
(iii) Exponer verbalmente en una inspección (art. 244) y,
en general, a ser escuchado por el juzgador (arts. 636
y 749);
(iv) Apelar (arts. 323, 328, 329, 336);
(v) Que el abandono de la causa hecho por otro, no le
perjudique (art. 382);
(vi) Suplir y consignar gastos en un juicio de quiebra (arts.
567 y 568);
(vii) Oponerse a los efectos de la fijación de la época de la
cesación de pagos (art. 591);
(viii) Pedir la publicación en la prensa y en el Registro
Oficial de la rehabilitación (art. 597);
(ix) Solicitar la diligencia de guarda de muebles y papeles,
y fijación de sellos (necesario interés en la sucesión)
(art. 605);
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(x) Ordenar la exhibición del testamento cerrado (art.


620);
(xi) A que se atiendan en sentencia las observaciones
formuladas (art. 789);
(xii) Interponer una acción de daños contra un magistrado
o juez (art. 979); y,
(xiii) Ser notificado de ciertos hechos (art. 992).

A veces al Código Adjetivo Civil no le basta mostrar


cualquier tipo de interés, sino que exige la presencia de un interés
cualificado, como el «interés inmediato y directo» necesario para
interponer el recurso de apelación (art. 325) o el «interés directo»,
indispensable para ser parte en el juicio de recusación (art. 857).
Por su lado, la Ley de la Jurisdicción Contencióso-
Administrativa, requiere:

(i) Al menos un interés directo del demandante para


interponer el recurso contencioso-administrativo (art.
1);
(ii) Un interés directo para proponer un recurso de
anulación, objetivo o por exceso de poder (art. 3);
(iii) Un interés directo para promover ante el Tribunal
Contencioso-Administrativo las acciones de
prescripción de créditos fiscales, estatales, locales,
seccionales, o de las instituciones públicas originadas
en decisiones de la Contraloría General (art. 10);
(iv) Un interés directo o intereses de carácter general o
corporativo para demandar la declaración de no ser
conforme a derecho y, en su caso, la anulación de los
actos y disposiciones de la administración (art. 23);
(v) Un interés directo para intervenir en el proceso como
coadyuvante del demandado (art. 25); y,
(vi) Ser interesado para que se le notifique el decreto de
rechazo de la demanda (art. 32).

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El interés procesal

En el ERJAFE son aún más numerosas las alusiones al


interés. De hecho, en una buena parte del articulado se identifica
al administrado con el interesado. En este sentido se ha dispuesto
que el administrado interesado pueda solicitar que las
evaluaciones técnicas se lleven a cabo en otra entidad pública (art.
73). Según el ERJAFE, basta ostentar la calidad de interesado
para tener derecho a reclamar (art. 172) y recurrir (arts. 87 y 173),
a pedir que se dicten determinados actos administrativos (art. 88),
a promover una recusación (art. 105), a actuar por medio de un
representante (art. 108), a ser identificados para ser llamados a
comparecer en el procedimiento (arts. 110 y 112), a que no se les
impida, dificulte o retrase el ejercicio de sus derechos (art.114), a
ser informados de varias circunstancias (art. 115), a desistir (art.
157)… por citar unos pocos casos. Luego, quien no es interesado
simplemente carece de tales derechos.
El ERJAFE habla de los siguientes tipos de intereses: inters
legítimo, general, público, personal, directo y indirecto; el
individual en contraposición con el colectivo; el interés gremial,
económico o social. Son demasiados los artículos que aluden a
estos intereses, como para citarlos aquí, cosa que además huelga
hacer.
Y ponemos un último ejemplo. En el campo de la propiedad
intelectual, la Decisión 486 requiere ser interesado para lo
siguiente:

En las patentes de invención


(i) Oponerse a la concesión de una patente de invención
(necesario interés legítimo) (art. 42);
(ii) Solicitar el registro de una transferencia de una patente
concedida (art. 56);
(iii) Solicitar el registro de una licencia de explotación de
una patente (art. 57);
(iv) Solicitar una licencia de patente obligatoria (art. 61);

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(v) Mantener una licencia obligatoria cuando las


circunstancias que la motivaron desaparecen, mientras
se ostente un interés legítimo (art. 65);
(vi) Solicitar prórrogas (art. 78);

En los esquemas de trazado


(vii) Oponerse al registro de un esquema de trazado (art.
95);
(viii) Solicitar el registro de una transferencia de los
derechos sobre un esquema de trazado (art. 105);
(ix) Solicitar el registro de una licencia de esquema de
trazado (art. 106);
(x) Solicitar una licencia de esquema de trazado
obligatoria (art. 107);
(xi) Solicitar prórrogas (art. 111);

En las marcas:
(xii) Oponerse a un registro de marca, si se tiene interés
legítimo (art. 146);
(xiii) Solicitar la renovación del registro de marca y gozar
del plazo de gracia para tal renovación, si se tiene
interés legítimo (arts. 153 y 174);
(xiv) Solicitar el registro de una transferencia de título
marcario (art. 161);
(xv) Solicitar el registro de una licencia marcaria (art. 162);
(xvi) Solicitar la cancelación de una marca por falta de uso
(art. 165);

En las denominaciones de origen


(xvii) Solicitar la declaración de protección de una
denominación de origen, si se tiene interés legítimo
(arts. 203 y 206);

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El interés procesal

(xviii) Solicitar el reconocimiento de las denominaciones


de origen, protegidas en un país miembro de la
Comunidad Andina, en caso de tener interés legítimo
(art. 218);

Otras materias
(xix) Ser notificado de las decisiones del IEPI (art. 6);
(xx) Alcanzar la protección de secretos empresariales en la
presentación de pruebas, si se tiene interés legítimo
(art. 240);
(xxi) Ser notificado de la sentencia condenatoria (art. 241);
y,
(xxii) Solicitar a la autoridad que se pronuncie sobre la
licitud de algún acto o práctica comercial, si se tiene
interés legítimo (art. 267).

Obsérvese cómo la Decisión 486 no hace más distinciones


que «interés» e «interés legítimo». Nuestra Ley de Propiedad
Intelectual alude también al interés público, general y colectivo.
En general, ambas normas requieren de la presencia de un interés
legítimo para legitimar las oposiciones al intento de realizar
cualquier registro (patentes, esquemas de trazado, marcas,
denominaciones de origen, obtenciones vegetales, etc.).
Como se ve, las normas citadas solo conceden ciertos
derechos sustantivos o procesales a quien ostenta un interés
general o, en algunos casos, un interés cualificado (como el
interés legítimo para oponerse). De esta forma, quien carece del
interés exigido por la ley, o quien no lo ha acreditado
debidamente, en principio carece también de tales derechos, o no
los puede hacer valer, por falta de legitimación.
Una consecuencia de esta exigencia, es la reseñada por el
Tribunal Andino de Justicia, quien ha resuelto que «condición sine
qua non para que la observación sea aceptada por la oficina
nacional competente es que el observante tenga legítimo interés al
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momento de presentarse la observación, interés que debe ser


probado en el momento administrativo respectivo»8.
Surgen, entonces, varias interrogantes: ¿Qué significa estar
interesado? ¿Cuántas clases de interés existen y en qué consisten?
¿Qué tipo de interés es el que requiere la ley? ¿Es necesario
acreditar ese interés? ¿Cuándo debe hacérselo? Procuraremos ir
contestando a estas inquietudes a continuación.

1.3. Examen inicial y examen de fondo de la legitimación


Vimos ut infra que, para iniciar una buena parte de procesos
judiciales y administrativos, hace falta acreditar la calidad de
interesado. ¿Cuándo corresponde hacerlo? Pues ello depende en
gran medida del momento en que toca al juzgador o a la
Administración resolver sobre la legitimación ad causam de las
partes.
Al menos en teoría, la legitimación ad causam puede
revisarse en dos momentos: a) una, al principio del trámite,
cuando las partes y los terceros ingresan al proceso; y, b) al final
de la instancia, a fin de resolver sobre las cuestiones de fondo
(entre las que está incluida la legitimación ad causam). En la
práctica, no obstante, cuando las partes no han cuestionado la
legitimidad de la contraparte, ésta muchas veces queda sin
revisión9. Veamos con detenimiento cada uno de estos momentos
procesales.

8
Interpretación prejudicial obligatoria dictada por el Tribunal Andino de Justicia en el
proceso Nº 32–IP–96. El texto del fallo nos remite al proceso 2-IP-94, G.O. Nº 163 de
12-IX-1994, en donde sucintamente se apunta la doctrina que comentamos.
Los criterios sentados sobre el interés en la interpretación prejudicial del proceso Nº 32–
IP–96 posteriormente han sido recogidos en numerosos fallos del Tribunal –más de
cincuenta fallos citan expresamente a esta jurisprudencia–, y hoy se muestran como
doctrina segura a seguir. Cfr. proceso 2–IP–99 y proceso 34–IP–98, que son dos casos
muy representativos. Por esto nos remitiremos varias veces a este fallo a lo largo del
presente trabajo.
9
Gómez Montoro cita algunos fallos de amparo constitucional, en donde el Tribunal
Constitucional español da por supuesta la legitimación y no se preocupa de aclarar, ni
siquiera en el fallo, si el derecho vulnerado lo era de quien recurría o de un tercero. Cfr.
Ius Humani, v. 1 (2008/9), p. 122
El interés procesal

a) Examen ad liminem
Al inicio del trámite, el examen de legitimidad que hará la
autoridad será más superficial; solo corresponde hacer un análisis
prima facie de la legitimatio ad causam de las partes. En aras del
principio pro actione de raíces constitucionales, en esta etapa la
línea de discrecionalidad que tiene el juzgador tiende a correrse a
favor de las partes, en aras de posibilitar su defensa10. Solo cuando
resulte realmente imposible que la persona que acude al proceso
pueda tener interés en la causa, en la forma requerida por la ley, el
juzgador podrá quitarle los derechos que tienen las partes
interesadas de accionar e impulsar el proceso.
Si se revisara con profundidad (no prima facie) la existencia
de la legitimación en la causa in limini litis –cuando esto fuere a
lugar–, uno se expondría a que, en el incidente preliminar que
provoca la excepción dilatoria, se afirme la existencia de la
legitimación y, luego en sentencia o resolución, al tratar sobre el
fondo, aparezca lo contrario.
Por eso, Barrios de Ángelis definía la legitimación en la
causa como «la razonable posibilidad de que quienes se atribuyan,
o a quienes se atribuye, la implicación en los intereses específicos
del objeto [es decir, de lo que se pretende en el proceso] sean sus
efectivos titulares. Dicho de otro modo, la razonable posibilidad
de que sean partes materiales» (Barrios de Ángelis, 1979, p. 131),
según lo vimos ut infra.

b) Examen final de legitimación ad causam


En cambio, en el examen de fondo que se realiza al final de
la instancia, el juzgador debe determinar de forma más rigurosa y
objetiva, exigiendo las pruebas que fueren menester, si existe

Gómez Montoro (2003, p. 169), en donde cita las sentencias 26/1981, 31/1993 y
23/1990.
10
Se trata de un derecho fundamental de rango constitucional. Cfr. Constitución
Política, artículo 24, num. 10. Negar el derecho a intervenir en un proceso implica
directamente la negación del derecho a la defensa.
Ius Humani, v. 1 (2008/9), p. 123
Juan Carlos Riofrío Martínez-Villalba

verdaderamente la legitimidad para accionar y para ser legítimo


contradictor, a efectos de poder dictar una sentencia de fondo.
No ha de confundirse la admisión al trámite que la autoridad
concede a una parte por haber cumplido con el interés requerido
para intervenir en el proceso, con la aceptación misma del recurso.
En otras palabras, la validación prima facie del interés para
intervenir no implica que cualquier recurso o acción prospere.
Textualmente, el Tribunal Andino de Justicia ha apuntado que «no
es lo mismo la presentación de las observaciones exigiendo el
cumplimiento del requisito del interés legítimo, al hecho de que
aquellas prosperen administrativamente, consecuencia que se
regulará en el caso de los “derechos subjetivos” por los derechos
preferentes que demuestre el oponente en el proceso
administrativo, y en el de los intereses legítimos por la especial
situación de hecho que acredite, la cual le permite precisamente
acceder al rango también privilegiado de interesado legítimo»11.
No quiero concluir este punto sin señalar que la doctrina y la
legislación comparada tienden a eliminar las excepciones
dilatorias (de examen previo), fundadas en la ilegitimidad ad
causam, excepciones que otrora estaban previstas por nuestro
Código Procesal Civil. Así, una buena parte de la doctrina
española (Cfr. Pietro Castro, 1985, pp. 331-332), avalada por la
jurisprudencia de sus más altos tribunales12, destaca que en la
práctica se ha producido la tendencia de unificar el tratamiento de
la legitimación y la cuestión de la demanda, para examinarlas en
conjunto en el proceso, porque en la vida real ambos problemas se
encuentran tan íntimamente ligados, que resulta muy difícil
tratarlos por separado.
Sobre la naturaleza de la legitimación existen dos corrientes

11
Sentencia dictada por el Tribunal Andino de Justicia en el proceso Nº 32-IP-96.
12
El Tribunal Constitucional español, en sentencia 214/1991, ha sostenido que «la
legitimación, en puridad, no constituye excepción o presupuesto procesal alguno que
pudiera condicionar la admisibilidad de la demanda o la validez del proceso. Antes bien,
es un requisito de la fundamentación de la pretensión y, en cuanto tal pertenece al fondo
del asunto».
Ius Humani, v. 1 (2008/9), p. 124
El interés procesal

doctrinales encontradas: una que sostiene que es de carácter


sustantivo y otra que es de naturaleza procesal. Almagro Nosete,
por ejemplo, aduce que la legitimación «es un presupuesto no
procesal pero sí preliminar al fondo», pues «difícilmente puede en
el Derecho Procesal Civil tratarse la legitimación como una
cuestión de tratamiento procesal previo que excluya la posibilidad
de que el juez examine el problema antes de entrar a decidir sobre
el fondo», aunque «el hecho de que sea difícil no quiere decir que
sea imposible...». Observa, además, que en la jurisprudencia
contencioso-administrativa española, sí resulta difícil llegar a esa
separación (Almagro Nosete, Gimeno Sendra, Cortés Domínguez,
& Moreno Catena, 1990, p. 288).
En contra se pronuncia Montero Aroca, para quien: a) las
normas que regulan la legitimación son siempre procesales; b) la
falta de legitimación de una parte o de todas, debe conducir a que
se dicte una resolución meramente procesal, no una sentencia de
fondo absolutoria del demandado; y, c) algunas veces será posible,
y aun necesario, debatir y resolver sobre la legitimación in limine
litis, esto es, sin dejar que el proceso siga desarrollándose hasta
llegar a la sentencia (1994, pp. 35, 87 y ss.).

2. DEFINICIÓN Y NATURALEZA DEL INTERÉS


2.1. Noción prejurídica
No es cuestión fácil la de dar una definición de interés.
Etimológicamente observamos que la palabra proviene de la
sustantivación del término latino interesse, que significa importar.
Así, interés sería más un estado de ánimo (importar a alguien
algo), que un valor.
Por su lado, la Real Academia Española lo ha definido de
múltiples maneras, siendo las seis primeras:

1. m. Provecho, utilidad, ganancia.

Ius Humani, v. 1 (2008/9), p. 125


Juan Carlos Riofrío Martínez-Villalba

2. m. Valor de algo.
3. m. Lucro producido por el capital.
4. m. Inclinación del ánimo hacia un objeto, una persona, una narración,
etc.
5. m. pl. Bienes.
6. m. pl. Conveniencia o beneficio en el orden moral o material (Real
Academia Española, 2002).

Por ello, la doctrina ha destacado que la expresión contiene


una doble significación: una objetiva, de «valor que una cosa
posee en sí misma» y otra subjetiva, de «inclinación del ánimo
hacia un objeto, persona o relación que lo atrae». De lo dicho, el
español Sainz Moreno, al tratar sobre la noción de interés público,
desprende las siguientes conclusiones:

En el primer caso se trata de una noción objetiva, que designa


una cualidad de las cosas, una cualidad cuya existencia no depende de
que alguien la estime. En el segundo, por el contrario, se trata de una
noción subjetiva, expresión de lo que, de hecho, interesa a una
pluralidad indeterminada de personas. Quizá no sea posible encontrar un
argumento decisivo en favor de una u otra tesis (cuyo planteamiento es
semejante al de la naturaleza de los valores, más arriba expuesto); ello
no impide, sin embargo, reconocer que lo que conviene al interés
público es una cuestión que admite soluciones mejores y peores, de
manera que no todas ellas tienen el mismo valor. No se trata, pues, de
una noción vacía de contenido; es, por el contrario, una noción que
expresa un valor, aunque no un valor puro, sino un concepto valorativo.
No pertenece, pues, a la clase de conceptos de valor como «bueno» o
«bello», sino a la de conceptos que tienen un componente real, además
del ideal, o valorativo (Sainz Moreno, 1976a).

Dadas apriorísticamente estas dos definiciones de interés,


según el sentido natural y obvio que posee la palabra, pasamos a
revisar algunas notas o características del mismo. De esta manera
estaremos en mejores condiciones para definir jurídicamente la
noción de interés.

Ius Humani, v. 1 (2008/9), p. 126


El interés procesal

2.2. Naturaleza del interés


Para delinear la naturaleza jurídica del interés, es
conveniente analizar algunas notas que lo caracterizan, como las
siguientes:

a) El interés no es un derecho subjetivo


Cabe preguntarse si el interés constituye un derecho, a lo
que buena parte de la doctrina administrativista contemporánea
afirma que el interés legítimo no es otra cosa que un derecho
subjetivo (de hecho, suele calificárselos como derechos subjetivos
reaccionales o impugnatorios)13. Luego, entendemos que existen
otros intereses no legítimos, que posiblemente no configuran tales
derechos subjetivos, como en efecto sucede con el interés ilícito.
A nadie se le ocurriría calificar de derecho subjetivo el interés que
tiene un psicópata de apuñalar a su víctima.
Como dice Dromi, «no todo interés jurídico importa para su
titular un derecho subjetivo» (Dromi, 1999, p. 169). Stricto sensu,
no parece que la naturaleza del interés, ni siquiera la del interés
legítimo, sea propiamente la de un derecho, aunque hay
indudables relaciones entre ambos. Por un lado, en ocasiones el
interés configura ciertos derechos subjetivos (v. gr. cuando la ley
concede al legítimo interesado la facultad de accionar); por otro,
la existencia de un derecho subjetivo lleva naturalmente aparejado
el interés legítimo de defenderlo.

b) El interés no es un tipo de legitimación


Al hablar del interés legítimo –que es el tipo de interés que
más consideraciones ha recibido de la doctrina–, Gómez Montoro

13
En este sentido, por ejemplo, Dromi sostiene que el interés legítimo es un tipo de
derecho subjetivo, que tiene por objeto la tutela abstracta de la legalidad. Razona su
aseveración manifestando que «la tutela concreta –de siempre– implica de suyo propio
la tutela abstracta. En tanto la defensa de una situación individual comprende la general
de la legalidad toda» (Dromi, 1999, p. 163).
Ius Humani, v. 1 (2008/9), p. 127
Juan Carlos Riofrío Martínez-Villalba

ha observado la insistencia con que el Tribunal Constitucional


español distingue el interés legítimo, de la titularidad del derecho
fundamental14, y de la acción pública o la acción popular en
defensa de la ley15. Ello ha llevado al autor a concluir que el
legítimo interés es «una categoría intermedia entre la titularidad y
la legitimación abstracta, sin conexión alguna con el objeto del
proceso» (Gómez Montoro, 2003, p. 168)16.
Coincidimos con Gómez Montoro y con el Tribunal
Constitucional español en que no es admisible confundir o
identificar estos conceptos, pero he de precisar que si bien el
interés legítimo legitima ad causam a la parte, no resulta correcto
identificar tal interés con la misma legitimación, ni con un tipo de
legitimación especial, un poco más abstracta que la fundada en la
titularidad, pero a su vez más concreta que la legitimación
abstracta.
Si bien es verdad que la posesión de un legítimo interés en
numerosas ocasiones habilita para accionar e impulsar un proceso
judicial o administrativo, no ha de confundirse el requisito de
legitimidad, con la legitimidad misma.
Lo dicho cobra mayor claridad cuando se analiza el
panorama completo de los diferentes tipos de interés. Algunos,
como los legítimos, son aptos para configurar derechos procesales
(como el derecho a accionar y a impulsar el proceso), y otros,
como los ilícitos, no configuran derechos de ninguna clase.

c) La noción jurídica de interés implica una situación jurídica


La jurisprudencia de diversos tribunales nacionales y
extranjeros, si bien no define qué debe entenderse por interés, sí

14
Cfr. STC 47/1990, FJ 2º del Tribunal Constitucional español.
15
Cfr. ATC 399/1982 del Tribunal Constitucional español.
16
Esto responde a la tradicional clasificación tripartita de los derechos, según la
intensidad de su protección y la particularidad o exclusividad que se los confiera, que
distingue: a) Derecho subjetivo; b) interés legítimo; y, c) interés simple (Cfr. Dromi,
1999, pp. 166 y ss.).
Ius Humani, v. 1 (2008/9), p. 128
El interés procesal

especifica casos concretos en que existe éste. Cuando analicemos


qué tipos de fundamentación tiene el interés, veremos que la
doctrina y la jurisprudencia diferencian tres casos en que existe
interés: cuando la persona espera obtener un beneficio de
cualquier clase, cuando pretende evitar un daño y cuando desea
cumplir un deber (o ejercer una competencia).
Acotamos ahora, que al Derecho no le interesan los
beneficios ajurídicos, como el que un adolescente tiene en que su
amada le quiera. Solo tienen incidencia jurídica los intereses que
implican una situación jurídica.

d) El interés es un concepto jurídico indeterminado


Sainz Moreno afirma que «un término es indeterminado
cuando no tiene límite preciso, cuando no traza sobre la realidad a
la que se refiere una línea clara» (Sainz Moreno, 1976b, p. 70).
Actualmente se entiende que la noción de interés público es una
noción indeterminada, no definida previamente (cfr. Sainz
Moreno, 1976b y García de Enterría, 1996, entre muchos otros
que opinan en igual sentido)17. Pienso que esta característica del
interés público, que no ofrece discusión, cabe aplicarla con mayor
razón a la noción general de interés.
Hay que precisar que la indeterminación no significa que el
interés esté vacío de contenido. Como diría García de Enterría,
«por el contrario, resulta manifiesto que la utilización que la Ley
hace de estos conceptos apunta inequívocamente a una realidad
concreta, perfectamente indicada como determinable, pues por de
pronto proscribe absolutamente tomar en consideración el
concepto contrario u opuesto; he aquí, pues, en esta proscripción
radical, que existe un límite a la indeterminación, y un límite
manifiesto y patente, nada impreciso, ambiguo o vaporoso, un

17
Cfr. al respecto, Sainz Moreno, Fernando. “La reducción de la discrecionalidad…”, y
Eduardo García de Enterría. “Una nota sobre el interés general como concepto jurídico
indeterminado” en Revista española de Derecho Administrativo, Nº 89, Madrid, 1996,
entre muchos otros autores que opinan en igual sentido.
Ius Humani, v. 1 (2008/9), p. 129
Juan Carlos Riofrío Martínez-Villalba

límite rotundo» (García de Enterría, 1996, p. VII).


Podemos aplicar al concepto de interés la teoría de las
esferas de Hart, a quien parece seguir García de Enterría (1996, p.
VII)18. Hart observa que en el Derecho hay conceptos de textura
abierta, que presentan varias dimensiones: una primera esfera que
comprende aquellos objetos o conductas a los que
indubitablemente se les aplica el concepto (núcleo positivo de
referencia); una segunda esfera de objetos o conductas que nadie
aplica al concepto (núcleo negativo de referencia) y una esfera
intermedia donde es dudosa su aplicación (zona de penumbra)
(cfr. Hart, 1963, p. 159).
Por otro lado, entiendo que la nota de indeterminación
pertenece más al concepto teórico de interés, que al práctico.
Cuando descendemos a la casuística, la indeterminación
desaparece, al menos en buena medida. A nadie escapa que la
decisión del juez arroja luz sobre el problema, y determina en
cada caso los límites del interés. García de Enterría manifestaba
que el “concepto valor” usado por la Administración española
inicialmente en su resolución ejecutoria, “se beneficia de una
presunción de objetividad, no muy distinta de la que corresponde
al ejercicio de una genuina potestad discrecional; pero es
igualmente importante notar que esa presunción puede ser atacada
ante el juez, el cual, si la prueba da pie para ello, simplemente,
aunque la prueba en ocasiones no resulte fácil, puede -y debe-
declararla injustificada y anular la estimación que la
Administración ha hecho. El concepto indeterminado es, pues,
perfectamente controlable por el juez, como ocurre con cualquier
otra interpretación de la Ley que la Administración haya
avanzado” (García de Enterría, 1996, p. VII).
¿Bajo qué criterios la administración o el juez discernirán el
concepto de interés? Primero, bajo el mismo concepto de interés.
Como ha dicho Sainz Moreno, «por muy difusos que sean los
límites del concepto, el criterio para conocer hasta dónde alcanzan
18
Aunque el autor no lo cita en el punto VII, recoge sus mismas ideas.
Ius Humani, v. 1 (2008/9), p. 130
El interés procesal

esos límites lo proporciona su esencia o núcleo, porque el


concepto llega hasta donde ilumina el resplandor de su núcleo»
(Sainz Moreno, 1976b, p. 197). Y segundo, en línea con los
postulados de Dworkin, diremos que todos los supuestos, incluso
los más complicados, tienen una solución posible y admisible
como tal por la comunidad, recurriendo a «directrices» y
«principios» que proporcionan al juez criterios para resolver
adecuadamente el caso, sin que tenga que atribuirse para ello al
mismo ninguna discrecionalidad o libertad de decidir 19.

2.3. Noción jurídica de interés


De todo lo anterior deducimos que, desde el punto de vista
jurídico, interés es:
a) En sentido subjetivo, una inclinación del ánimo a
mantener una situación jurídica determinada o a
cambiarla; y,
b) En sentido objetivo, el valor que una situación
jurídica tiene en sí misma para una persona.
Así, por un lado, queda aclarado que el interés jurídico no se
confunde, ni identifica, con un derecho sustantivo o procesal,
aunque eventualmente puede ser causa de su configuración. Y, por
otro lado también queda manifiesto que, quien es titular de un
derecho subjetivo, se encuentra en una situación jurídica
ventajosa, la misma que conlleva de por sí el interés de mantener
incólume esa situación; y quien está en una situación jurídica
desventajosa (v. gr. por un agravio o lesión a sus derechos) estará
siempre interesado en salir de ella.

19
Cfr., por ejemplo, Dworkin, 1986, aunque la doctrina es desarrollada en muchas otras
obras suyas.
Ius Humani, v. 1 (2008/9), p. 131
Juan Carlos Riofrío Martínez-Villalba

3. TIPOS DE INTERESES
Es muy variada la gama de intereses a los que hace
referencia nuestro ordenamiento jurídico en la Constitución, en las
leyes orgánicas y ordinarias, en los reglamentos, resoluciones,
acuerdos y demás normas secundarias. Para clasificar estos
intereses hemos formulado los siguientes criterios generales:

(i) Clasificación según el objeto del interés


(ii) Clasificación según el sujeto que ostenta el interés
(iii) Clasificación según la intencionalidad que mueve al
sujeto
(iv) Clasificación según la naturaleza de su
fundamentación

Caben, por supuesto, más criterios de clasificación, como


por ejemplo, la división de interés único e intereses concurrentes,
que eventualmente puede(n) mover al ciudadano a accionar o a
interponer algún recurso ante la justicia ordinaria o en sede
administrativa; o la división de intereses mediatos e inmediatos,
que de alguna forma se recoge en la anterior clasificación. De
todas formas, considero que el esquema hecho es bastante
completo, y aclara bastantes de los problemas relativos al interés.
Antes de adentrarnos en el análisis de la clasificación vale
aclarar que las divisiones y subdivisiones de los diferentes tipos
de interés no son necesariamente excluyentes. En algunos casos,
los intereses clasificados son excluyentes, no pueden darse a la
vez, como en el caso del interés común y el interés contrapuesto
que no pueden darse a la vez (v. gr. dos copropietarios de un
carro, o bien tienen un interés común en venderlo, o tienen un
interés contrapuesto). Otras veces sí es posible la concomitancia,
como en el caso del interés privado y el público; la más autorizada
doctrina española ha afirmado que el interés público no se

Ius Humani, v. 1 (2008/9), p. 132


El interés procesal

contrapone al privado, sino que lo presupone (Cfr. Sainz Moreno,


1976).
Aclarado este punto, paso a explicar las razones que
justifican la clasificación mostrada en el gráfico.

3.1. Clasificación de intereses según el objeto sobre el que


recaigan
Esta primera clasificación es la más sencilla y la que menos
controversias presenta. Cabe hacer dentro de ella algunas
subclasificaciones, como la que revisa si el objeto del interés es o
no patrimonial, y la que divide a los intereses por materias
jurídicas.

3.1.1. Intereses patrimoniales y morales


La primera subclasificación divide los intereses
patrimoniales de los no patrimoniales, criterio que al menos en
teoría se muestra limpio. En la práctica, sin embargo, puede
acontecer que los intereses morales tengan un cierto contenido
patrimonial o que, sin tenerlo, se encuentren mezclados con otros
intereses eminentemente patrimoniales. Ejemplo prototípico del
primer caso es el interés turístico, que si bien busca destacar y dar
a conocer los lugares más notables de una localidad, no es menos
cierto que también persigue la afluencia de turistas para efectos
comerciales.
En ocasiones, acompañan al interés moral otros intereses de
índole patrimonial. Esto no resulta raro. ¡Cuántas veces quien
presenta una denuncia, o incoa un proceso civil o administrativo
alegando tener un interés meramente simple, no esconde detrás un
interés eminentemente patrimonial! ¿Es que, entonces, esa
persona carece de interés simple? Obviamente no. En absoluto. Lo
que sucede es que junto al interés moral se haya aparejado, y
quizá con más fuerza, un interés patrimonial. Pero ha de aclararse

Ius Humani, v. 1 (2008/9), p. 133


Juan Carlos Riofrío Martínez-Villalba

que la existencia de múltiples intereses no deslegitima per se la


concurrencia de la parte actora o demandada; todo lo contrario; en
general la abundancia de intereses consolida la legitimación ad
causam (salvo en el caso de intereses ilegítimos e ilícitos
substanciales, que vician la intervención).
Hechas estas precisiones, la subclasificación comprende:

a) Intereses patrimoniales
Intereses patrimoniales hay muchos: los económicos,
financieros, comerciales… En el ámbito monetario hay hasta una
subclasificación legal u oficial: los intereses de mora, los
convencionales, etc. La autoridad señala cuál es el límite máximo
para que el interés cobrado no constituya usura. En el mundo de
los seguros también existe el llamado interés asegurable, cuyo
significado ha sido precisado por nuestra Corte Suprema de
Justicia20.
El interés económico que puede mover a una parte a actuar
es el más fácilmente reconocido en los Estados de corte
individualista. En este orden de ideas, una significativa sentencia
del Tribunal Supremo español ha resuelto que «el llamado interés
competitivo, el profesional o de carrera, el interés por razón de
vecindad, y tantos otros, que permiten llegar a la conclusión de
que cuando se trata de intereses económicos no cabe negar a los
recurrentes la legitimación»21.

20
Cfr. Resolución 283-2002 de 17-IX-2002, de la Segunda Sala de lo Civil y Mercantil
de la Corte Suprema de Justicia, y en especial el voto salvado del Dr. Bolívar Vergara,
donde se apunta: «“Titular del interés asegurado. Es la persona que tiene relación lícita
de carácter económico sobre el bien determinado, pudiendo ser propietario, usuario,
mero tenedor o acreedor con garantía real. Este interés asegurado es el elemento del
contrato de seguros celebrado” (Manual de Seguros. Gustavo Raúl Meilij Depalma 3ra.
Edición. Págs. 12, 13, 16 y 17). En conclusión, no cabe solamente ser el dueño del bien
asegurado para tener el interés asegurable, tanto más que el art. 27 del D. S. Nº 1147,
señala que el contrato de seguros contra daños tiene por objeto: “todo interés económico
que una persona tenga que no se produzca un siniestro”, que se complementa con el art.
29 ibídem».
21
Sentencia del Tribunal Supremo español del 21-X-1974.
Ius Humani, v. 1 (2008/9), p. 134
El interés procesal

b) Intereses no patrimoniales
En cuanto a los intereses no patrimoniales, hay: intereses
religiosos, trascendentes, de obrar moralmente y en conciencia;
interés de obtener un título honorífico o de que se respete la
dignidad de todo ser humano; interés de mantener y difundir las
convicciones propias… Detrás de cada ciencia y de cada arte
también hay un interés no patrimonial, al que frecuentemente
aluden las leyes dictadas sobre la materia. Son ejemplos el interés
artístico, paisajístico, cultural, turístico, histórico, lingüístico… y
cobra especial relevancia en nuestros días el interés profesional de
clase, que mueve tanto a los profesionales individuales, como a
aquellos reunidos en asociaciones, a velar por el libre, leal y
honorable ejercicio de la profesión. Muchas de las asociaciones
sin fines de lucro, como las de televidentes o las ONGs
ecológicas, se mueven por este tipo de intereses.
Suele denominarse a los intereses no patrimoniales como
«intereses morales», término que strictu sensu deberían aplicarse
únicamente a aquellos intereses no patrimoniales que busquen o
persigan la actuación moral o en conciencia. No obstante, el
amplísimo uso del calificativo ha ocasionado un ensanchamiento
de contenido del término, más grande que el que le correspondería
de stricu sensu.
Cabe enmarcar al interés simple dentro de los intereses no
patrimoniales. El simple busca el mantenimiento o
restablecimiento de la legalidad, de las buenas costumbres vistas
in genere, de la paz y el orden público. Es un interés abstracto que
toda persona ostenta por ser parte de una sociedad políticamente
organizada.
Alguna vez se ha identificado al interés simple con el interés
moral, cosa que no es del todo exacta, como hemos visto aquí. El
interés simple es una especie de interés moral; por tanto, entre
ambos hay una relación género especie. Gordillo ha ratificado la
existencia de esta relación, al afirmar que el interés moral
Ius Humani, v. 1 (2008/9), p. 135
Juan Carlos Riofrío Martínez-Villalba

comprende no solo el simple, sino también otros intereses como


los expuestos aquí (cfr. Gordillo, 2003, p. IV-12).
Antiguamente, los intereses morales no legitimaban para
accionar, ni tenían gran trascendencia en el Derecho procesal,
salvo contadas excepciones (v. gr. para demandar la nulidad
absoluta de un acto o contrato). Actualmente parece haberse
superado esta posición en casi todos los países. Por ejemplo, en un
proceso ecuatoriano de nulidad de acuerdos decididos en una junta
general de accionistas, se ha fallado que si bien «no consta de
autos que exista un interés económico, al menos directo, por parte
de los accionantes, que los haya movidos [sic] a solicitar la
nulidad del aumento de capital impugnado, pues se presentan
como ex-directores y no en calidad de accionistas perjudicados.
No obstante, ese no es el único interés posible que habilita para
demandar la nulidad absoluta de un acto jurídico, pues también
cabe la demanda mostrando solamente un interés moral. En el
caso que nos ocupa, los actores han invocado un interés que va
más allá del moral, pues se observa que existe el interés natural de
todo buen administrador, para que se administre una compañía
con el debido apego a la ley, fundamentalmente porque [sic] sobre
él pesan responsabilidades mayores a las generales de un buen
padre de familia, tratadas en el Art. 29 del Código Civil; la
responsabilidad de los administradores de compañías mercantiles,
es una responsabilidad calificada (…)»22. Creemos que vale
aplicar la misma directriz al campo administrativo.

3.1.2. Clasificación de intereses según la materia jurídica


Una segunda clasificación de intereses por el objeto sobre el
cual recae, puede hacerse atendiendo a la rama del Derecho sobre
la que versen. De esta forma, habrían intereses penales, civiles,
administrativos, mercantiles, marcarios, etc. Corresponde a este
22
Considerando 4º de la sentencia de primera instancia dictada dentro del juicio de
nulidad Nº 650D2001 por el Juez IX de lo Civil de Guayaquil, encargado del Juzgado
III de lo Civil de la misma ciudad.
Ius Humani, v. 1 (2008/9), p. 136
El interés procesal

tipo de intereses más una noción objetiva de interés, que una


subjetiva.
La subclasificación es recogida en numerosos fallos
jurisprudenciales y tiene alguna incidencia práctica. Por ejemplo,
en el ámbito de la propiedad intelectual, el Tribunal Andino de
Justicia ha resuelto en numerosos fallos que los intereses
protegidos por el derecho marcario son, «(...) por una parte: el
derecho de exclusiva del titular del registro; y por otra, el interés
del consumidor a que exista transparencia en el mercado, y se
evite el error o confusión real en las transacciones mercantiles»23.
«A su vez –el Tribunal ha especificado en otra resolución– el
régimen de propiedad industrial está dirigido a proteger, por un
lado, a] productor, al procurar la erradicación de prácticas de
competencia desleal en el mercado, que van directamente en
contra de los intereses de los competidores, (...)»24.

3.2. Clasificación de intereses según el sujeto que lo ostente


Atendiendo a quién es la persona llamada a ostentar la
calidad de interesado, pueden diferenciarse, al menos
apriorísticamente, dos grandes grupos de intereses: los públicos y
los intereses privados. Los primeros corresponderían al Estado,
sus organismos, y demás entidades públicas, mientras los
segundos a las personas privadas, sean éstas naturales o jurídicas.
Antes de entrar a analizar detenidamente el interés público y
el interés privado, haremos una breve digresión sobre la
interesante polémica de la división hecha, y de la jerarquía que
existe entre dichos intereses.

Contraposición entre el interés público y el interés privado

23
Resolución dictada por el Tribunal Andino de Justicia en el proceso Nº 18-IP-2003,
publicada en el R. O. Nº 168, de 12 -IX-2003.
24
Resolución dictada por el Tribunal Andino de Justicia en el proceso Nº 54-IP-2000,
publicada en el R. O. Nº 279, de 7-III-2001.
Ius Humani, v. 1 (2008/9), p. 137
Juan Carlos Riofrío Martínez-Villalba

La división hecha de intereses públicos e intereses privados


es solo apriorística y de ninguna forma pretende ser excluyente.
De hecho, si precautelamos esmeradamente el interés público, el
principal beneficiario no será la Administración, sino los
particulares. Si ponemos apriorísticamente el interés público en
cabeza de la Administración, no es porque le corresponda a ella
con exclusividad, sino porque ella es la primera responsable de
velar por el interés público.
En este orden de ideas, Nieto afirmaba que, conforme a la
línea evolutiva del Derecho actual, cada vez es más posible
constatar que «un nuevo protagonista del interés público» ha
aparecido: el ciudadano. Hasta la fecha, dice, «se entendía que a la
Administración correspondía definir el interés publico y, en su
caso, valorar los intereses concurrentes de otra naturaleza.
Recientemente ya hemos visto que los tribunales se arrogan
también esta potestad, rechazando el monopolio administrativo
anterior. Pues bien, he aquí que ahora aparece un nuevo sujeto -
llamémosle el ciudadano- que, titular del derecho originario de la
soberanía, parece reservarse directamente esta potestad
definitoria, aunque siga sin encontrar cauces adecuados de
articulación técnica para su ejercicio» (Nieto, 1977).
La línea entre lo público y lo privado una vez más se
muestra de difícil delimitación y nos hace rememorar a Kelsen,
quien prefería obviar este tipo de contraposiciones.

Jerarquía de intereses
Un problema especialmente debatido por los doctrinarios del
Derecho es el de la jerarquía de los intereses: ¿qué interés debe
primar? ¿el público o el individual? Sainz Moreno se inclina por
pensar que «el valor positivo que refleja el concepto de interés
público deriva de la preeminencia que lo público tiene sobre lo
privado, no por ser distinto, sino por ser general» (Sainz Moreno,
1976a). Una gran parte de la doctrina opina en este sentido, y es

Ius Humani, v. 1 (2008/9), p. 138


El interés procesal

avalada su posición por una muy abundante jurisprudencia. El


Tribunal Andino de Justicia, por ejemplo, en múltiples ocasiones
ha manifestado que «siempre habrá de primar el interés general de
los consumidores sobre el interés particular de los empresarios
contratantes»25.
Nieto, por su parte, observa que «(...) el Tribunal, dentro de
la legalidad, puede y debe decidir si los intereses esgrimidos por
el recurrente han de primar sobre (o deben ceder ante) los
intereses invocados por la Administración» (Nieto, 1977). De
forma que no todo interés público o general termina prevaleciendo
sobre los intereses personales o individuales del administrado.
Nosotros coincidimos con esta postura. En el fondo también
resultan cercanos a ésta el Tribunal Constitucional español y el
ecuatoriano, cuando manifiestan que los derechos fundamentales
no son derechos absolutos, y que si bien en algunos casos
prevalece unos derechos, en otros casos esos mismos derechos
deben ceder ante una colisión de derechos (v. gr. el famoso dilema
entre derecho a la información y derecho a la intimidad). La
misma ratio aplicará a la doctrina de los intereses.

3.2.1. Interés de la Administración o, en general, del Estado


(interés público)
Dilucidar la existencia del interés público en cada situación
resulta de enorme importancia para diversos fines. Uno de los más
importantes es la determinación y delimitación del actuar de la
Administración pública, pues el interés público se constituye
como criterio rector de su actuación, restringiendo la
discrecionalidad del administrador. Bajo otra óptica, este interés
se muestra como requisito de validez de la actuación de la
Administración.
Cabe dividirlo, al menos en teoría, en dos subclases más:

25
Resolución 104-IP-2002, que cita textualmente lo trascrito de la sentencia de 31-X-
2001, dictada por el Tribunal dentro del Proceso Nº 50-IP-01.
Ius Humani, v. 1 (2008/9), p. 139
Juan Carlos Riofrío Martínez-Villalba

a) Interés delimitado por una circunscripción jurídica o


territorial determinada
Las circunscripciones que delimitan el interés pueden ser
jurídicas, territoriales, o una mezcla de las dos. Nos referimos aquí
a los intereses institucionales; al interés parroquial, municipal o
cantonal, provincial, distrital; a los intereses locales, a los de la
comuna, a los nacionales y a los estatales; al interés comunitario y
al internacional.
A mayor cobertura de territorio o materias, el interés será
más general. Esto lo explicaremos con más detalle en el siguiente
punto.

b) Interés general
Hay dos destacados autores que parecen sostener tesis
contrarias sobre este punto. El primero, Sainz Moreno, quien ha
afirmado que «el concepto de interés público coincide con el de
interés general y con el de bien común; es el interés común de
todos los ciudadanos» (Sainz Moreno, 1976a). Y la segunda,
Hernández Martínez, para quien “el interés general no es en sí
interés público: puede ser síntoma de la existencia de un interés
público o del hecho de que, probablemente, primero o después,
pueda asumir este carácter. Más aún, los conceptos en análisis no
son equivalentes en razón de la relatividad de la noción de interés
general, la que depende de la óptica del observador, el que
definirá como ‘general’ el interés de la colectividad
inmediatamente superior con la cual realice el contraste y en
sintonía con los intereses de uno o más miembros de dicha
colectividad” (Hernández Martínez, 1997, p. 87).
Observamos que Hernández Martínez acierta a vislumbrar la
relatividad del concepto de “interés general”. En efecto, para
definir si algo pertenece al interés general, hay que conocer
previamente cuál es el universo de sujetos sub iudice. Pongamos

Ius Humani, v. 1 (2008/9), p. 140


El interés procesal

varios ejemplos. El interés nacional es un interés general cuando


se analiza la situación jurídica de uno de sus ciudadanos (aquí el
universo son todos los ciudadanos), pero se muestra como un
interés particular frente a la comunidad de naciones (aquí el
universo son todas las naciones). De igual manera, el interés de un
municipio determinado es general para quienes viven en ese
cantón, pero es particular ante la asociación de municipalidades;
el interés general de la Comunidad Andina es un interés común de
los países andinos cuando se reúnen entre sí, pero frente a otras
naciones o comunidades aparece como un interés particular.
Considero que ambas posiciones pueden encontrar al menos
un punto de conciliación. Cuando la generalidad de sujetos sub
iudice son “todos los ciudadanos”, entonces no hay problema en
admitir con Sainz Moreno que «el concepto de interés público
coincide con el de interés general». Y así damos una salida teórica
y justa a la práctica legislativa, que sin mayores cuestionamientos
ha venido utilizando indistintamente uno y otro término para
referirse a lo mismo.

3.2.2. Interés de los administrados (interés privado o “personal”)


En contraposición con el interés público, donde el sujeto
interesado es principalmente una agrupación humana o una
institución pública, en el interés privado el interesado más
directamente es una persona natural o una entidad jurídica de
Derecho privado.
Recordamos una vez más en este punto, junto con Sainz
Moreno, que «la noción de interés público, al ser expresión de
aquello que los intereses privados tienen de común, no se opone ni
superpone a esta última, sino que, en alguna medida la asume»
(1976a). Precisamos que en cuanto al objeto ciertamente no se
contraponen, pues en el fondo ambos intereses se implican
mutuamente; la diferencia fundamental no es de objeto, sino de
sujeto (la primera y más inmediatamente interesada en el interés

Ius Humani, v. 1 (2008/9), p. 141


Juan Carlos Riofrío Martínez-Villalba

público es la entidad pública, mientras que en el interés privado es


la persona privada).
Desde tiempo atrás también se viene denominando a este
interés como interés personal. Allá por el siglo XIX, los actos
impugnados ante el Consejo de Estado francés solo afectaban a un
individuo singular o a un grupo reducido claramente identificado;
no se estilaba por entonces plantear recursos contra actos que
afectaran los intereses generales. Por ello se estableció la
costumbre de considerar que el recurso no podía ser ejercido sino
contra los actos individuales que se referían a un pequeño número
de individuos. “De allí la regla del interés directo personal”
(Hauriou, 1929, p. 208), dice Hauriou. La regla tenía por objetivo
evitar que una persona pretenda representar los intereses generales
de la Administración: “en otros términos, hace falta que el
peticionante tenga un interés distinto de aquél que tendría la
persona administrativa misma, por cuenta de la cual el acto ha
sido hecho; distinto incluso del interés que tendría el Estado cuyas
prerrogativas habrían sido violadas” (ibid.). Gordillo al respecto
apunta:

(…) De allí se advierte que el concepto de interés


personal se entiende simplemente como interés no
administrativo, como interés de índole privada, que afecta a
individuos particulares.
Por ello es que bajo este concepto cabe excluir del
recurso a las personas que no pueden invocar sino el interés
general de que se cumpla la ley o se respeten los principios
del derecho, pues este interés es común a todos los
habitantes y también a la administración pública: es el
interés simple de la acción popular. Se requiere, entonces,
un interés más “privado,” “personal,” “no administrativo.”
En este concepto, puede haber un interés personal, aunque
el individuo que lo esgrima no esté particularmente afectado
por la medida; el interés será en este aspecto “personal”

Ius Humani, v. 1 (2008/9), p. 142


El interés procesal

siempre que el particular pueda aducir motivos de agravios


distintos del interés administrativo de que se cumpla la ley.
(2003, cap. IV, p. 8).

Una sentencia del Tribunal Constitucional español ha


recogido una subclasificación de intereses privados muy
semejante a la que haremos a continuación, cuando habla –y por
tanto distingue– tanto del interés «individual como corporativo o
colectivo» (Sentencia 195/1992, FJ 4º). Para nosotros es más
propio dividir los intereses privados en individuales y comunes, y
dentro de estos últimos ubicar al interés colectivo. Veámoslo.

3.2.2.1. Interés individual o particular


El interés individual o particular mira con exclusividad al
individuo. Es la clase de interés privado más alejada del general
(con una lejanía, obviamente, más teórica que real). El individual
es aquel interés de un sujeto particular, que se considera con
independencia de los intereses de los sujetos vecinos, del resto de
personas del universo.
Si las aspiraciones del individuo coincidieran con las de sus
iguales, esto no le quitaría a tales aspiraciones la calidad de interés
privado. En otras palabras, hay interés individual cuando se
constata que un sujeto particular está interesado.
En ocasiones se da un significado más restringido al interés
individual, oponiéndolo al interés general o colectivo. Adquiere
así una nota de egoísmo, de pensamiento individualista, de
implicaciones contrarias a las aspiraciones grupales. Bajo esta
óptica, cuando el interés particular lesiona los derechos de
terceros, la justicia o la moral, resulta ilícito y, por lo tanto, no
merece la tutela del Derecho.

Ius Humani, v. 1 (2008/9), p. 143


Juan Carlos Riofrío Martínez-Villalba

3.2.2.2. Interés supraindividual


Cuando el ámbito de análisis es una pluralidad de sujetos y
no solo un sujeto, como sucede con el interés meramente privado,
se habla de un interés supraindividual, de un interés que va más
allá del individuo. Es el interés que tienen varios individuos sobre
una misma materia.
Puede ser de dos clases: común o contrapuesto.

3.2.2.2.(i). Interés contrapuesto (conflicto de intereses)


Cuando varios sujetos están interesados en algo, pero sus
intereses no se pueden conciliar, se habla de que existen intereses
contrapuestos o conflicto de intereses. La satisfacción de uno
implica la insatisfacción del otro.

3.2.2.2.(ii). Interés común (en ocasiones, “interés público”)


En cambio, si los intereses de los diferentes individuos
bogan en un mismo sentido, de tal manera que la satisfacción de
un individuo no perjudica los intereses de los demás, sino que de
alguna forma los realiza, entonces nos hallamos ante un interés
común.
El interés común puede ser fruto, o no, de una decisión
mancomunada, según lo veremos a continuación.

(a) Interés mutuo, convenido o corporativo


El interés común surge de una decisión conciente de varias
personas, que unen sus voluntades para realizar un fin que a todas
les interesa. En este caso nos encontramos ante el interés mutuo,
convenio o corporativo.

(b) Interés difuso (también llamado “interés general” o


“interés social supraindividual”)
A diferencia del interés convenido, cuando las personas no
obran mancomunadamente, cuando no se autodeterminan unas a
Ius Humani, v. 1 (2008/9), p. 144
El interés procesal

otras mediante un pacto o convenio para conseguir un fin, pero


todas ellas mantienen un interés común, estamos ante un interés
difuso.
Cuando un interés meramente individual se ve insatisfecho
el único perjudicado es el individuo. En cambio, la lesión de un
interés difuso siempre perjudica a un conglomerado más o menos
amplio de particulares.
En definitiva, el interés difuso es el que conviene a una
pluralidad indeterminada de particulares, que se hayan interesados
no por acuerdo de voluntades, sino porque la lesión de ese interés
perjudica a cada uno de los individuos y a todos en su conjunto a
la vez. Por estas y otras razones Sánchez Torres califica a este tipo
de interés como interés social supraindividual (2004, p. 358).
Hay una discusión sobre si la relación entre intereses
públicos (o generales) e intereses difusos es inclusiva o
disyuntiva. La discusión no es en absoluto vana. De ello depende
la álgida cuestión de si los particulares están interesados y, por
ende, legitimados, en accionar por asuntos de interés público.
Denti (1979, p. 172)26 y Hernández Martínez (1997, p. 85)
al respecto sostienen que los intereses difusos se distinguen de los
intereses públicos, no ya por su objeto sino por los sujetos. Para
nosotros esta es la razón que fundamenta que, tanto al interés
difuso, como al interés público, en la práctica se los califique
indistintamente como “interés general”: ambos tienen un mismo
objeto, aunque lo ostenten personas diferentes.
En este orden de ideas se comprende que Nieto extienda «el
área jurídica de los ciudadanos a los intereses públicos y
colectivos». Así, «los mismos principios que hasta ahora vienen
justificando la participación de los ciudadanos en las actividades

26
En este orden de ideas, al criticar el caso 2207/1978, Cass. S.U. de 9-III-1979, Nº
1463 (en Foro italiano, 1979, I, p. 941) el autor italiano sostiene que “la idea de que el
interés difuso surja necesariamente del interés público y por lo tanto pueda ser
perseguido solamente por la administración pública en lo que respecta a cumplir con la
escala de intereses que puedan estar en conflicto, es una idea ligada a una concepción
octogenaria del Estado” (p. 171).
Ius Humani, v. 1 (2008/9), p. 145
Juan Carlos Riofrío Martínez-Villalba

administrativas que afectan a sus derechos e intereses propios


pueden valer para justificar su participación en los actos
administrativos que se refieren a los intereses colectivos y
públicos» (Nieto, 1977). En otras palabras, al aceptar que el objeto
de los intereses colectivos de los particulares se identifica con el
objeto del interés público de las entidades públicas, se está a fin de
cuentas intitulando de interesados a los particulares en las
cuestiones públicas.

Subdivisión de intereses difusos


Sánchez Torres nos habla de intereses simples e
individuales, difusos y colectivos. Al respecto observa que «el
interés social es advertible por el conglomerado que integra la
sociedad, el cual es reconocido como interés simple, en oposición
al directo particular, transformándose en individual, material y
concreto. Dentro de esta noción y considerando que en el sustrato
sociológico y pluralista del conglomerado, coexisten distintos
grupos e intereses, de los que se pueden distinguir los intereses
difusos y los intereses colectivos» (2004, p. 358).
De lo dicho no compartimos una bifurcación simplista entre
interés simple e interés individual, como ha quedado claro en las
líneas precedentes. En cambio, sí encontramos razón a que esos
intereses, que el autor tilda de sociales y supraindividuales, se
dividan en intereses difusos e intereses colectivos. Para nosotros
los intereses difusos (que el Sánchez Torres acertadamente
denomina intereses sociales supraindividuales) pueden ser
absolutamente difusos, o relativamente difusos (como en el caso
de los intereses colectivos).
Sainz Moreno recoge una clasificación análoga. «Se suele
distinguir por ello –dice– entre intereses públicos generales (que
son los que afectan a toda la comunidad, como la existencia de un
orden social o la garantía de la dignidad y el honor personal) e
intereses públicos especiales (que afectan directamente a ciertos

Ius Humani, v. 1 (2008/9), p. 146


El interés procesal

sectores de la actividad comunitaria, como los transportes, la


prensa, la educación, etc.).»
Tratando de seguir el razonamiento de fondo de estos
doctrinarios, y a efectos de dotar de una mayor claridad a la
exposición, he subdividido los intereses difusos en dos: intereses
absolutamente difusos e intereses relativamente difusos (o
colectivos). Pienso que ésta nueva terminología de cuña propia
nos permitirá distinguir dos cosas: que los intereses colectivos
forman parte del gran género de intereses difusos27, y que los
intereses colectivos muestran contornos más definidos que el resto
de intereses difusos.
A continuación procuraremos aclararlo.

(b)(i) Interés relativamente difuso (comúnmente llamado


“interés colectivo” o “interés público especial”)
Los intereses colectivos son, dentro de los intereses difusos,
los menos difuminados. En ellos aparece algún criterio o directriz
que delimita quiénes son los sujetos interesados: no cualquier
sujeto ostenta este interés, sino solo aquel que cumple con el
criterio de grupo.
Cada colectividad se delimita por, al menos, un criterio: ser
consumidor, ser fabricante, ser competidor en un mercado
determinado; ser menor, ser anciano; pertenecer a una raza o
etnia, hablar un determinado dialecto; residir en un territorio, en
una cordillera, en una región; ser trabajador, ser arquitecto,
ingeniero u obrero, etc.
Fácilmente se puede atisbar que el grado de difuminación o
indeterminación del sujeto interesado varía según el criterio
empleado. La colectividad de abogados, de ingenieros
industriales, o de artesanos está mucho más definida que la de

27
En este sentido Sánchez Torres ha dicho que «el interés colectivo es simple
especificación del interés difuso, en cuanto a que la comunidad se encuentra unida
alrededor de algunos elementos, lo que lo hace determinada o determinable» (2004, p.
358).
Ius Humani, v. 1 (2008/9), p. 147
Juan Carlos Riofrío Martínez-Villalba

consumidores. Consumidor es, potencialmente, cualquier persona,


por lo que las leyes del consumidor no suelen exigir la
demostración de esta calidad. No sucede lo mismo con las leyes
del ejercicio profesional.

(b)(ii) Interés absolutamente difuso (comúnmente llamado


“interés público general”, “interés simple”, “interés abstracto” o
“interés objetivo”)
Hay intereses que convienen a todo ser humano, por el
hecho de serlo. Basta asegurarnos de que quien está frente a
nosotros es una persona, para concluir que está interesado. Estos
intereses son, por ejemplo, los que tienen que ver con el medio
ambiente, con la calidad de vida, con la conservación de los
recursos naturales no renovables (la fauna, flora o paisajes), con la
conservación del patrimonio artístico o histórico, con el desarrollo
urbano ordenado, con la legalidad, la paz y las buenas costumbres,
entre otros.
Estará más interesado el hombre, cuanto más valga el bien
jurídico que está detrás. Por eso la ley penal –que es la principal
encargada de proteger los bienes más valiosos del ordenamiento
jurídico– faculta a cualquier ciudadano a denunciar ante las
autoridades los atentados contra esos bienes; en el fondo, se está
considerando interesado a cualquier persona. Por esta misma
razón, aunque la ley no lo diga, todos estamos naturalmente
interesados en defender un derecho fontal como lo es la vida
humana –derecho del cual penden el resto de derechos humanos–,
tanto si es nuestra vida, como si fuera la ajena.

El interés simple
Aunque algún autor identifique el interés difuso con el
interés simple (cfr. Sánchez Torres, 2004, p. 358), entiendo que es
más propio considerar que entre ambos hay una relación de
género-especie, donde el género son los intereses difusos y la
especie el interés simple. El simple es el que cualquiera puede

Ius Humani, v. 1 (2008/9), p. 148


El interés procesal

tener en que se mantenga la institucionalidad, el orden, en que la


ley se cumpla, en que haya paz y armonía en las relaciones
humanas, aunque no se esté directamente involucrado en el asunto
(obviamente, si el accionante está directamente involucrado, a
más del interés simple tendrá un interés individual en el caso).
Suele decirse, sin cuestionarse mayormente, que el interés
legítimo es «superior al interés simple del uso común» (Vidal
Perdomo, 2004, p. 358). Dromi se alza contra este pretendido
apotegma. «El “interés simple”, el de cualquier ciudadano, es más
importante que el “Derecho subjetivo público” de sólo algunos
administrados. La mayor significación del “interés simple” está
dada por razones de “cantidad y calidad”. No sólo porque
“cuantitativamente” es el interés de todos” (no de unos o algunos),
sino porque cualitativamente en él están comprendidos todos los
intereses públicos y la salvaguarda de la propia legalidad, que
implica la tutela de “intereses particulares” restablecidos con la
restauración del orden jurídico violado» (Dromi, 1999, pp. 176-
177).
Actualmente, una parte de la doctrina argentina y europea –
sobre todo en el campo administrativo– propugna la eliminación
del requisito de la demostración del interés directo o personal para
accionar. Bastaría el interés simple que todo ciudadano ostenta
para que cualquiera estuviera legitimado para actuar en cualquier
causa.
Contra esta tendencia se bate alguna jurisprudencia, sobre
todo en el ámbito marcario, donde se ha dicho que no es legítima
«aquella oposición que únicamente persiga la consumación de la
pura legalidad, pero sin comprender la defensa de una ventaja o
utilidad del oponente»28. En igual sentido el Tribunal Andino de
Justicia ha concluido que «en el sistema Andino, tampoco se
podría asimilar las observaciones [hoy conocidas como
oposiciones marcarias] a una acción popular, por el concepto

28
Cámara Nacional de Apelación en lo Civil y Comercial argentina, fallo de 13-IV-
1982.
Ius Humani, v. 1 (2008/9), p. 149
Juan Carlos Riofrío Martínez-Villalba

mismo de legítimo interés que no abarca a la violación de la


norma por sí sola»29.

3.3. Clasificación de intereses según la intencionalidad que


mueve al interesado
3.3.1. Animus iocandi
El animus iocandi es un interés irreal, poco serio, que solo
existe en la imaginación del niño (v. gr. el interés en que un
superhéroe venga a salvar el mundo) o del profesor que expone un
caso hipotético para que sus alumnos entiendan la lección.
El derecho no tutela las conductas faltas de seriedad; no
presta su andamiaje para proteger un juego. Es más, cuando no se
descubren intereses serios en el actuar, se levantan las sospechas.
Por eso no nos extraña que Alessandri haya señalado que una de
las mejores pruebas de la intención de dañar en el obrar es,
justamente, la carencia del interés (cfr. Alessandri Rodríguez,
1983, p. 264).
Los juegos están reservados para el aula y para los niños. En
el juicio y en los negocios no se permite jugar.

3.3.2. Interés serio (o real)


El interés serio es el que realmente existe, el que es
verdadera causa del actuar. A continuación haremos una
clasificación de intereses reales, que sigue de cerca otra hecha por
el Tribunal Constitucional español30.

29
Conclusión Nº 10 de la interpretación prejudicial obligatoria dictada por el Tribunal
Andino de Justicia en el proceso Nº 32–IP–96.
30
El alto Tribunal ha esbozado una clasificación de intereses cuando ha dictaminado que
el interés legítimo, real y actual “puede ser tanto individual como corporativo o
colectivo y que también puede ser directo o indirecto” (Sentencia 195/1992, FJ 4º). Cfr.
comentario que Gómez Montoro hace sobre ella (2003, p. 162). Obsérvese cómo
implícitamente el fallo exige que el interés legítimo sea, a su vez, un interés real; a la
vez, subdivide el interés legítimo en directo e indirecto.
Ius Humani, v. 1 (2008/9), p. 150
El interés procesal

3.3.2.1. Clases de intereses reales según la sustancialidad


(a) Interés legítimo (o sustancial)
Aunque el término se haya usado de muchas maneras, en
general lo legítimo (cuando se lo diferencia de lo lícito) alude a lo
sustancial. El interés legítimo es el interés que una persona puede
tener en la relación sustancial sub iudice. Así, el interés legítimo
de un comprador es recibir la mercancía como le fue prometida, y
el del solicitante de una marca es el de obtener el registro marcario
para distinguir sus productos en el mercado.
En un comentario a la jurisprudencia del Tribunal
Constitucional español, Gómez Montoro ha definido lo que es el
interés legítimo. Copio las palabras del autor:
“Intentando perfilar un poco más sus contornos, [el Tribunal
Constitucional] ha señalado que es necesario que de la violación
denunciada se deriven perjuicios para el recurrente, “al quedar afectado
de algún modo su círculo de intereses” (ATC 102/1980) o que el interés
legítimo resulta identificable con cualquier ventaja o utilidad jurídica
derivada de la reparación pretendida (ATC 356/1989). Ha sostenido
igualmente, que: A los efectos del recurso de amparo, no siempre es
necesario que los ulteriores efectos materiales de la cosa juzgada hayan
de repercutir en la esfera patrimonial del recurrente, siendo suficiente
que, con respecto al derecho fundamental infringido, el demandante se
encuentre en una determinada situación jurídico-material que le autorice
a solicitar su tutela de este tribunal (STC 214/1991, FJ 3º)” (Gómez
Montoro, 2003, pp. 168-169).
“El tribunal viene insistiendo en que la concurrencia efectiva del
interés requiere que “el demandante se encuentre en una determinada
situación jurídico-material que le autorice a solicitar su tutela de este
tribunal” (STC 214/1991), situación que, además, “no puede ser
considerada en abstracto sino que… se encuentra también en función
del derecho fundamental vulnerado” (STC 7/1981 y ATC 942/1985) y
que debe apreciarse “en relación concreta con el acto objeto de la
impugnación en vía constitucional” (STC 201/1987)” (Gómez Montoro,
2003, p. 170).

Ius Humani, v. 1 (2008/9), p. 151


Juan Carlos Riofrío Martínez-Villalba

El mismo Tribunal ha definido reiteradas veces que la


noción de interés legítimo «equivale a titularidad potencial de una
posición de ventaja o de una utilidad jurídica por parte de quien
ejercita la pretensión y que se materializaría de prosperar ésta»31.
Y para abundar en la delimitación del amplio mundo del interés
legítimo, Pérez de Ayala Becerril insiste que «el interés legítimo
requerido para la legitimación de que se trata, que abarca todo
interés material o moral que pueda resultar beneficiado con la
estimación de la pretensión ejercitada (siempre que no se reduzca
a un simple interés por la pura legalidad), puede prescindir ya, de
las notas de ‘personal y directo’ (…)»32.
En esta línea se pronuncia un fallo de la Cámara Nacional de
Apelación en lo Civil y Comercial argentina, que ha puntualizado
que el interés legítimo «(…) comprende cualquier utilidad de vida
del solicitante o del oponente y abarca tanto las ventajas de índole
patrimonial como aquellas otras, que excediendo la pura
dimensión económica, inciden en la esfera individual»33.
Este fallo no hace sino recoger los postulados que la
doctrina argentina ya había pergeñado al decir que «la opinión
más amplia es que el “interés legítimo” tiene relación directa con
la motivación del acto: utilidad sustancial del pedido, lo que
excluye el mero interés especulativo, que es castigado por la ley»
(Sedoff, 2000).
En el ámbito marcario, Bertone y Cabanellas han precisado
que el interés legítimo requerido en el proceso «puede ser de
índole extramarcaria, como en el caso en que se esgrimen
derechos sobre un modelo industrial, y aun de orden
extrapatrimonial.» En el fondo late la idea de que la sustancia de

31
Tribunal Constitucional español, STC 60/1982, 62/1983, 257/1988 y 97/1991, entre
otras.
32
Comentario hecho por Miguel Pérez de Ayala Becerril a la sentencia del Tribunal
Constitucional español 106/2004, de 28-VI-2004. El autor cita en apoyo las sentencias
60/1982, 62/1983, 160/1985, 24/1987, 257/1988, 93/1990, 32 y 97/1991 y 195/1992, y
autos 139/1985, 27.2, 520/1987 y 356/1989 (Pérez de Ayala Becerril, 2004, p. 4).
33
Sala Primera, fallo de 13-IV-1982.
Ius Humani, v. 1 (2008/9), p. 152
El interés procesal

un proceso marcario muchas veces excede el mismo ámbito


marcario. Algo similar sucedería en otros campos del Derecho.
Lo dicho en el extranjero tiene plena acogida en nuestro
Derecho nacional. El Estatuto del Régimen Jurídico
Administrativo de la Función Ejecutiva, considera interesados a
«aquellos cuyos intereses legítimos, individuales o colectivos, que
puedan resultar afectados por la resolución (...)»34. La afectación a
los derechos o intereses, sean estos individuales o colectivos, les
beneficien o perjudiquen, potencial o efectivamente…
Concluimos, pues, que el interés legítimo es el interés que
una persona puede tener sobre los efectos jurídicos sustanciales
que le produce la cosa sub iudice. Tiene tres elementos: a) la cosa
sub iudice (v. gr. la materia de la litis, el acto o reglamento
impugnado, etc.); b) el sujeto interesado; y c) la relación
inmediata entre ambos, en donde el sujeto se interesa por la cosa
porque ella le afecta, beneficia o perjudica de alguna forma, o al
menos existe la posibilidad de que esto suceda. Dicho en otras
palabras, debe existir una relación tal que la cosa produzca efectos
jurídicos en el sujeto interesado: en su ser, en su patrimonio, en
sus derechos, en sus aspiraciones o en su proyecto de vida. Esto,
por supuesto, es un concepto más amplio que el de lesividad
recogido por buena parte de la jurisprudencia comparada.
Como lo ha puesto de manifiesto Pérez de Ayala Becerril al
analizar la jurisprudencia del Tribunal Constitucional español, el
interés legítimo «presupone que la resolución administrativa o la
disposición general ha repercutido o puede repercutir, directa o
indirectamente» (2004). Con lo cual, el interés legítimo puede ser
directo o indirecto.

(a)(i) Interés directo


Antes de entrar al enmarañado mundo del interés directo
destacamos que al menos una cosa resulta clara: unánimemente se

34
Estatuto del Régimen Jurídico Administrativo de la Función Ejecutiva, art. 107, num.
1, lit. c). Conc. con artículo 184 del mismo Estatuto.
Ius Humani, v. 1 (2008/9), p. 153
Juan Carlos Riofrío Martínez-Villalba

acepta que el interés legítimo es más amplio y comprende al


interés directo35.
El punto más complicado del presente tema y, posiblemente
del presente trabajo, el que menos consenso encuentra en la
doctrina, es el de la definición de interés directo. Algunas veces se
ha asimilado, o incluso confundido, con el interés legítimo 36, o
con el interés patrimonial37 o hasta con el mismo concepto de

35
“Desde sus primeras resoluciones, y marcando diferencias con el entendimiento
restrictivo que por aquel entonces los Tribunales de lo Contencioso-Administrativo
tenían del “interés directo”, el Tribunal Constitucional insistió en que la noción utilizada
por el artículo 162.1 b), CE, es más amplia que la de interés directo (así por ejemplo, en
las SSTC 60/1982, 67/1986, 97/1991 y 148/1993)” (Gómez Montoro, 2003, p. 168).
Pérez de Ayala Becerril, a su vez, señala que “tanto la Jurisprudencia del Tribunal
Supremo como la del Tribunal Constitucional (en sentencias, entre otras, 60/1982,
62/1983, 160/1985, 24/1987, 257/1988, 93/1990, 32 y 97/1991 y 195/1992, y autos
139/1985, 27.2, 520/1987 y 356/1989) han declarado, al diferenciar el interés directo y
el interés legítimo, que éste no sólo es superador y más amplio que aquél sino también
que es, por sí, autosuficiente” (2004).
36
Fernando Garrido Falla ha calificado de «fórmula realmente feliz» (2001, p. 39) la
dada en antiguo por el Tribunal Supremo español, para definir qué debe entenderse por
interés directo: «(…) aquel que, de prosperar la acción entablada, originaría un
beneficio jurídico a favor del accionante» (Ésta definición se repite literalmente en las
sentencias del Tribunal Supremo español de 28-IV-1959, 6-VII-1959, 12-V-1960, entre
muchas otras posteriores). No pueden dejar de observarse las semejanzas que la fórmula
guarda con la definición de interés legítimo.
Pienso que la identificación del interés directo con el interés legítimo es tardía. Cuando
los tribunales se han decidido a acatar el principio pro actione, lograron salvar las
dificultades de una exigencia desmedida del interés directo, ensanchando su noción
hasta identificarla con la de interés legítimo. Alguna jurisprudencia relativa a este asunto
copio en este trabajo.
37
En este sentido, la justicia venezolana ha dicho que “(…) conviene indicar que la
jurisprudencia ha considerado que el interés directo es aquel cuyos efectos jurídicos van
dirigidos y se producen inmediatamente en la esfera patrimonial del ente que en este
caso sería el Municipio” (Juzgado Tercero de Primera Instancia en lo Civil, Mercantil y
del Tránsito de la Circunscripción Judicial del Estado Lara, Barquisimeto, 20-I-2006,
195º y 146º).
Un segundo fallo venezolano sostiene que “(...) hay que partir de la idea de que el acto
no apunta en su intencionalidad inmediata a la producción de efectos sobre cualquiera
bienes en general, sino que debe tenerse en cuenta solamente aquellos próximos, no
remotos, que van a herir y a alcanzar intereses patrimoniales de los cuales la República
puede afirmar y sostener una titularidad o posesión cierta” (Sentencia del 28-III-1996
Ius Humani, v. 1 (2008/9), p. 154
El interés procesal

daño38. Otras personas como Lafuente identifican sin más el


interés directo con el interés personal (abril-junio de 1984)39.
Una sentencia del Tribunal Supremo de Justicia venezolano
intenta aclarar y distinguir los diversos conceptos. «Cabe destacar
–dice el fallo–, que el interés legítimo determina una primera
exigencia la posición particular del actor frente al acto que lo haga
objeto de sus efectos. La palabra personal debe entenderse como
la posibilidad del actor de alegar a título propio el interés por lo
cual la acción no puede ser ejercida en beneficio de otro y, el
interés directo alude a la circunstancia de que el acto impugnado
debe haber sido dirigido de forma inmediata al recurrente, en
forma tal que la lesividad que pueda provocar al actor derive del
acto, en una forma mediatizada»40.
Dentro de la amplia gama de posibilidades de definición, la
jurisprudencia y la doctrina generalmente han optado por una
definición estrecha de interés directo, que incluye el elemento de
la lesividad. Así, Jiménez Meza al hablar del tema, afirma que
«dos son a mi entender, los elementos que caracterizan la relación
a que nos referimos: 1) Es una relación directa: es decir, el acto o
el Reglamento de la Administración incide sobre el interés
material del administrado, de tal manera que éste resulte
directamente transformado. 2) Es una relación de lesividad: en su
incidencia sobre la esfera jurídica del administrado (...) [sobre]
aquella parcela concreta que llamamos interés sustancial»

dictada por la Sala de Casación Civil de la entonces Corte Suprema de Justicia, Caso
Alexis Martínez Galindo).
38
Así, el Comité Intergubernamental para el Protocolo de Cartagena sobre Seguridad de
la Biotecnología, ha sostenido que “según los regímenes de responsabilidad del derecho
civil, en principio sólo una persona que tenga un interés directo (es decir, una persona
que haya sufrido daños o pérdidas) puede entablar una demanda civil de indemnización”
(documento sobre la responsabilidad y compensación por daños resultantes de
movimientos transfronterizos de organismos vivos modificados, La Haya, 26-IV-2002).
39
Lafuente Benaches además apunta que “el interés directo es un interés personal.
Como ya hemos dicho, únicamente si el acto afecta al administrado de manera
particularizada estamos ante un supuesto de interés directo” (abril-junio de 1984).
40
Tribunal Supremo de Justicia venezolano, Exp: 94-15839, EMO/20/13, Caracas,
2003.
Ius Humani, v. 1 (2008/9), p. 155
Juan Carlos Riofrío Martínez-Villalba

(Jiménez Meza, 2000, pp. 298-306)41. Es decir, la lesión debe


realizarse en la esfera jurídica privativa y exclusiva del sujeto, en
sus derechos.
Aunque definiciones análogas se han copiado en buena parte
de la jurisprudencia comparada, nosotros preferimos una
definición de interés directo más amplia, y por ende con menos
elementos, donde basta el primer elemento enlistado para
definirlo. Excluimos la referencia a la sustancialidad hecha por
Jiménez Meza porque pensamos que es más propio del interés
legítimo, y también obviamos el elemento de la lesividad nos
parece un factor que limita innecesariamente de la noción de
interés directo. Consideramos que ya se ha superado la vieja idea
de que el interés directo sólo nace de un derecho perfecto que ha
sido lesionado.
Despojados así de estos elementos, terminamos
identificando el interés directo con el interés personal42, y dando
razón a Lafuente y a la jurisprudencia que ha recogido sus
aciertos43.
Una definición bastante precisa la ha formulado el Tribunal
de Justicia de la Comunidad Europea al dictaminar que «(e)n lo
que atañe al requisito del interés directo, es jurisprudencia
reiterada que, para que pueda afectar directamente a un
demandante, con arreglo al artículo 230 CE, párrafo cuarto, el acto
comunitario impugnado debe producir efectos directamente en la
situación jurídica del interesado y su aplicación debe tener un

41
La doctrina de Jiménez Meza ha sido recogida por la Contraloría General de la
República de Costa Rica, en providencia R-DAGJ-487-2004 de 17-VIII-2004.
42
Como se analiza en el punto 3.3.2.2.(a), hay dos conceptos distintos de interés
personal: uno que lo entiende como el interés que recae sobre la propia persona, y otro
que lo identifica con el interés privado (interés no administrativo que desarrollamos en
el punto 3.2.2.). Aquí nos referimos a la primera noción, que entendemos se identifica
con el interés directo.
43
La doctrina de Lafuente ha sido recogida textualmente por la Contraloría General de
la República de Costa Rica, en providencia R-DAGJ-487-2004 de 17-VIII-2004. Con
todo, el auto también recoge otras fuentes que no coinciden con Lafuente sin parecer
percatarse bien de las diferencias.
Ius Humani, v. 1 (2008/9), p. 156
El interés procesal

carácter puramente automático y derivar únicamente de la


normativa comunitaria, sin aplicación de otras normas
intermedias»44. Obsérvese cómo aquí no aparece –al menos
necesariamente– el elemento de la lesividad.

El interés directo, un requisito caduco


Hay quienes solo ven males en la exigencia legal del interés
directo para accionar. Esta exigencia consta en la Ley
Contencioso - Administrativa española, y se ha copiado nuestra
ley sobre la materia que actualmente está vigente en el Ecuador.
Se le inculpa a tal exigencia la de inobservar el principio pro
actione, poner trabas procesales injustificadas, alargar el proceso,
cuando en teoría lo que supuestamente se busca es acortarlo.
Por ello, Gómez Montoro afirma que el Tribunal
Constitucional español, en numerosas resoluciones ha visto «la
necesidad de seguir un entendimiento amplio de lo que la
legislación procesal en materia contencioso-administrativa
denominaba “interés directo”. Así, ha sostenido que “al conceder
el artículo 24.1, CE, el derecho a la tutela judicial a todas las
personas que sean titulares de derechos e intereses legítimos está
imponiendo a los jueces y tribunales la obligación de interpretar
con amplitud las fórmulas que las leyes procesales utilicen en
orden a la atribución de legitimación activa para acceder a los
procesos judiciales y, entre ellas, la de “interés directo” que se
contiene en el artículo 28.1.a) de la Ley de la Jurisdicción
Contencioso - Administrativa” (así se pronuncia, entre otras
muchas, la STC 195/1992, FJ 2o.)» (Gómez Montoro, 2003, pp.

44
Auto del Presidente del Tribunal de Primera Instancia de 7-VII-2004, p. 116. Região
autónoma dos Açores contra Consejo de la Unión Europea, asunto T-37/04 R.
Recopilación de Jurisprudencia 2004, p. II-02153.
El mismo Auto cita en su favor la sentencia del Tribunal de Primera Instancia de 12-VII-
2001, Comafrica y Dole Fresh Fruit Europe/Comisión, T-198/95, T-171/96, T-230/97,
T-174/98 y T-225/99, Rec. p. II-1975, apartado 96.
Ius Humani, v. 1 (2008/9), p. 157
Juan Carlos Riofrío Martínez-Villalba

160-161). En igual sentido se pronuncia Montoya Rodríguez en


México (cfr. Montoya Rodríguez, 2001)45.
A tal punto ha llegado la cosa, que hoy una nueva corriente
de pensamiento nacida en España y que va ganando adeptos en
América y en el resto del mundo, propugna la desaparición de la
exigencia del interés directo (cfr. Nieto, 1977; Sánchez Isaac,
1977, totus; Dromi, 1999, pp. 163 y ss.).
Sin embargo, lamentablemente son otros los caminos que
nuestra jurisprudencia recorre, donde cada vez se exige más la
demostración de un interés directo que ni siquiera es exigido por
la ley. Por ejemplo, en el ámbito de la propiedad intelectual, la
Decisión 486 nunca exige ostentar un interés directo para
accionar. Y aún así es frecuente encontrar en las resoluciones del
Tribunal Andino de Justicia repetidas y largas alusiones sobre la
necesidad de que el interés del accionante sea directo46. En
algunas ocasiones el Tribunal incluso recalca que el interés debe
ser “directo y personal”47. Siguiendo el camino trazado por la
jurisprudencia del Tribunal –no por la normativa andina–, el
Instituto Ecuatoriano de Propiedad Intelectual (IEPI) ha
manifestado que para admitir al trámite una oposición se «(…)
requiere la alegación, por quien la deduce, de la existencia o de un
derecho subjetivo o, por lo menos, de legítimo interés, como
expresa el Art. 285 de la Ley que venimos citando (interés al que
califica de “directo” el Art. 105 del Estatuto de Régimen Jurídico
45
Montoya Rodríguez además apunta que “la noción de interés directo, tal como había
sido definida por la jurisprudencia, exigía una relación entre el acto o disposición
recurrida y el sujeto que los impugnaba, de manera que la actividad administrativa debía
afectar de forma particular la esfera de derechos del administrado. Esta protección, que
sólo se extendía a lo individual, dejaba fuera de la fiscalización jurisdiccional
actividades administrativas ilegales que no afectaban la esfera particular del gobernado,
al sólo proteger derechos e intereses directos y personales, y descuidaba la protección de
otros muchos intereses. Consecuencia de la anterior regulación es la aparición de
legitimaciones excepcionales en determinados sectores del ordenamiento jurídico”
(ibid.)
46
Cfr. proceso Nº 1–AI–2001, proceso 14–AN–2001, proceso 24–IP–2004, proceso 18–
IP–2005 y proceso 10–IP–97, entre muchos otros.
47
Cfr. proceso 14–AN–2001. También cfr. Resolución 547 de la Secretaría General.
Ius Humani, v. 1 (2008/9), p. 158
El interés procesal

y Administrativo de la Función Ejecutiva). Ahora bien, la


oposición se ha de fundamentar cumpliendo las exigencias del
Art. 108 del mismo Estatuto, y es necesario, entonces, que entre
los fundamentos de hecho se indique qué derecho o qué interés
directo del compareciente puede ser afectado por el acto
administrativo que acepte la solicitud de derecho de obtentor.
(…)» (Resolución del IEPI dictada dentro del trámite Nº 02-357
RA).
Aunque en otro tiempo confieso no haberlo visto tan claro,
hoy considero desatinada a aquella jurisprudencia emitida por el
Tribunal Andino que exige la demostración de un interés directo,
cosa que no es requerida por la normativa andina. Ese desacierto
suyo ha repercutido de forma muy negativa, como acabamos de
ver, en la jurisprudencia que las entidades nacionales han dictado
sobre el asunto48.
Si el Tribunal Supremo español, ya desde 1959, ha insistido
en que «no cabe restringir el concepto de lo que debe entenderse
por dicho interés personal y directo constriñéndolo sólo a cuando
se trate de un interés nacido de un derecho perfecto, pues ello
implicaría volver a confundir los términos interés y derecho,
gramatical y jurídicamente diferenciados»49, luego, ¿cómo vamos
a permitir que el Tribunal Andino de Justicia cree una nueva
exigencia no contemplada en el ordenamiento andino? Parece que
ambos tribunales recorren caminos opuestos.

48
La Ley de Propiedad Intelectual ecuatoriana tampoco exige la acreditación de un
interés directo, sino solo en un caso muy bien particularizado. Cfr. Ley de Propiedad
Intelectual, art. 241.- «La declaración de protección de una indicación geográfica se hará
de oficio o a petición de quienes demuestren tener legítimo interés, teniéndose por tales
a las personas naturales o jurídicas que directamente se dediquen a la extracción,
producción o elaboración del producto o de los productos que se pretendan amparar con
la indicación geográfica. Las autoridades públicas de la administración central o
seccional, también se considerarán interesadas, cuando se trate de indicaciones
geográficas de sus respectivas circunscripciones.»
Con lo cual, queda demostrada la mala incidencia que ha tenido la jurisprudencia del
Tribunal Andino de Justicia en nuestra Administración.
49
Sentencia del Tribunal Supremo español, de 6-VII-1959.
Ius Humani, v. 1 (2008/9), p. 159
Juan Carlos Riofrío Martínez-Villalba

(a)(ii) Interés indirecto (o reflejo)


La noción de interés indirecto depende absolutamente de la
noción de interés directo. Con lo cual, si interés directo es el
interés personal, el indirecto será el interés no personal; si el
primero es el que nace de la lesión de derechos del sujeto; el
segundo será el que nace sin lesión de derechos; si uno implica
daño patrimonial, el otro no ha de implicarlo.
Al habernos enrolado en la tesis de Lafuente por la cual el
interés directo se identifica con el interés personal, tenemos que el
interés indirecto será el que a priori recaiga sobre alguien distinto
al demandante: sobre un familiar, sobre un amigo, sobre un
patrimonio ajeno, etc. Si el sujeto se mueve a accionar, no es
porque el acto, resolución o reglamento afecte directamente su
condición situación jurídica, sino porque al afectarle a otros,
termina indirectamente afectándole.
Éste interés recae solo aledaña o negativamente en la cosa
sub iudice. Por eso en ocasiones toma el nombre de “interés
reflejo”.
Con todo ha de rescatarse que el interés indirecto siempre
será un interés legítimo, sea cual fuere el sentido de lo directo y de
lo indirecto. Por ello son válidas las aseveraciones del Tribunal
Andino de Justicia que, citando a Metke, no duda en sostener que
«cumple con el requisito del legítimo interés no sólo quien alegue
un derecho particular que pueda resultar quebrantado con la
concesión del registro de marca (...), sino el que pueda efectuarse
en forma indirecta, por ejemplo, al verse privado de la posibilidad
de usar un término genérico o de uso común para sus
productos»50. Tanto el afectado principal como el secundario
ostentan un interés legítimo.

50
Conclusión Nº 10 de la Interpretación prejudicial obligatoria dictada por el Tribunal
Andino de Justicia en el proceso Nº 32–IP–96.
Ius Humani, v. 1 (2008/9), p. 160
El interés procesal

(b) Interés ilegítimo (o insustancial)


La persona a quien no le interesa la sustancia del proceso, el
meollo del asunto, la persona a quien los efectos de la litis no le
llegan, no está legítimamente interesada para actuar dentro de ese
proceso. Su interés en la causa no le legitima para entrar a discutir
en ella.
Ahora bien, si esa persona presenta un escrito en el proceso,
es obvio que algo la ha movido a actuar. ¿Qué interés la movió?
Habría que indagarlo caso por caso, pues la respuesta no es única.
Podría tratarse de un interés errado, como el del que
inocentemente demanda la restitución de su propiedad, cuando
solo tiene la posesión del bien51. Podría también tener un interés
demasiado vago o etéreo, como lo es el interés simple en la
mayoría de las causas (salvo en las de acción popular), que no le
legitimaría para intervenir en el proceso. Por último, también cabe
la posibilidad de que el sujeto no muestre al juzgador cuáles son
sus verdaderos intereses, quizá porque los conoce ilícitos.
Así, pues, los intereses ilegítimos pueden ser de dos tipos:

(b)(i) Lícito (interés errado e interés etéreo)


No legitima para intervenir en una causa aquel interés que
no versa sobre la sustancia del proceso. Si una persona inició un
proceso de cualquier naturaleza para resolver su problema, pero
resulta que se equivocó porque ese proceso no sirve para
resolverlo, en el fondo ella no estaba interesada en ese proceso,
sino en aquel otro que le resolviera su problema. Así, si una
persona a quien le arrebatan un inmueble que solo posee (que no
tiene en propiedad) inicia un proceso de reivindicación, esta
persona estará interesada en el proceso porque piensa que le
restituirá su posesión; sin embargo, ese interés en el proceso es un
interés errado y desaparecerá cuando conozca la verdad.

51
En el ejemplo el demandante tendría un interés legítimo de fondo en que se le
restituya la posesión del bien, mas no contaría con un interés legítimo para pedirlo en
propiedad.
Ius Humani, v. 1 (2008/9), p. 161
Juan Carlos Riofrío Martínez-Villalba

Tampoco el interés etéreo o vago legitima para actuar en la


mayoría de las causas. En el párrafo que dedicamos al interés
legítimo vimos que los autores y la jurisprudencia coincidían en
que el interés legítimo no comprendía al interés simple. Esto es
correcto en la generalidad de las causas, pero no lo es en las que
admiten la acción popular. En la mayoría de los casos, a quien
ostenta un interés meramente simple no le afecta jurídicamente lo
que se decida en el proceso (propiamente no existe interés, porque
no implica una situación jurídica52); si falle a favor o en contra, su
situación jurídica seguirá siendo igual.
La acción popular y el interés simple generalmente se
admiten para salvaguardar los bienes jurídicos de mayor
relevancia, según lo vimos ut infra, porque la humanidad entera
está legítimamente interesada en su custodia. Aunque la ley no lo
dijera, toda persona está legítimamente interesada en salvaguardar
los más preciados bienes y los valores del ser humano.

(b)(ii) Ilícito
La intención positiva de irrogar daño a otro, el dolo, el
interés especulativo, pueden mover a una persona a accionar.
Obviamente esa persona no estará interesada en la sustancia del
proceso, en que se le haga justicia, sino en otra cosa muy distinta:
presionar, dañar, extorsionar, perturbar a otro. Es no es un interés
lícito, ni un interés legítimo.

3.3.2.2. Clases de intereses según dónde recae la intención a


priori
Cuando hicimos la clasificación según la titularidad del
interés, vimos que el interés podía ostentarlo la Administración o
los privados. En esta clasificación no vemos quién ostenta el

52
En el punto 2.2.(c) apuntamos que la noción jurídica de interés implica una situación
jurídica.
Ius Humani, v. 1 (2008/9), p. 162
El interés procesal

interés, sino sobre quién recae la intención, a quién se pretende


beneficiar o perjudicar.
Sabido es que la gente no actúan porque sí, sino para lograr
algo: o bien para sí, o bien para los demás. De aquí que el interés
real pueda dividirse en:

(a) Interés personal, propio o subjetivo


El interés personal es aquél que mira principalmente al bien
particular o propio del sujeto, accionante o recurrente.
Ha de insistirse en que el interés personal no es únicamente
el personalísimo, exclusivo e individual del sujeto, pues ello
implicaría acercarse a la hipótesis que identifica el interés con del
derecho subjetivo (cfr. Gordillo, 2003, cap. IV, p. 7). En estricto
rigor, todo quien ostenta un interés colectivo tiene uno personal,
bien porque es parte de ese colectivo, bien porque eventualmente
puede pertenecer a él.
El interés personal no se contrapone con el colectivo, ni con
el general. Por el contrario, ambos suponen la preexistencia del
personal, pues si no hubiera sujetos particulares interesados
personalmente –valgan aquí todas las redundancias–, no habría
colectividades interesadas, ni géneros –“humanos”, que no puede
ser de otra especie– interesados.
Ha de precisarse que el concepto de interés personal no es
unívoco y que, jurídicamente, tiene diversos significados. Cabe
entenderlo como el interés que recae sobre la propia persona, o
también como el interés privado (no administrativo), según vimos
ut infra53. Ambos conceptos difieren parcialmente.

53
Vid. punto 3.2.2.
Ius Humani, v. 1 (2008/9), p. 163
Juan Carlos Riofrío Martínez-Villalba

(b) Interés no personal (interés social, filantrópico o


trascendental; “obrar desinteresadamente”; interés o utilidad
pública; testaferrismo)
Nos referimos aquí a todos aquellos intereses, lícitos o
ilícitos, que caen principal y directamente sobre sujetos distintos
al que actúa.
En filosofía se contrapone lo inmanente con lo trascendente:
lo inmanente es lo que queda en el propio ser, y lo trascendente es
lo que está más allá de sus límites. Bajo esta terminología el
interés trascendente sería aquel que mira principal o
apriorísticamente el bien de los demás. Las personas jurídicas sin
fines de lucro suelen moverse por este tipo de interés.
Ahora bien, no descartamos que detrás del interés social o
junto a él puedan coexistir otros intereses personales lícitos. Así,
cuando un voluntario realiza alguna acción social por un salario
bajo, la realiza principalmente por fines filantrópicos o
trascendentales, pero a nadie escapa que el salario también será un
aliciente. De igual modo, una persona puede sentirse inclinada a
trabajar en una fundación y a descartar una oferta laboral en una
empresa que paga mejor, por el afán de ayudar a los demás. En
ambos casos coexisten el interés social y el personal, pero el
social claramente prima.
Subespecies del interés no personal son el interés
filantrópico (obrar por afecto hacia otro ser humano), el interés
social (obrar por la sociedad) y el interés sobrenatural o
trascendental (obrar por amor a Dios). Es propio de las
instituciones públicas moverse por el interés no personal; cuando
se aplica a ellas suele tomar el nombre de interés público o
utilidad pública.
El interés meramente simple se mueve en esta esfera,
siempre y cuando no sea muy vago o etéreo (si lo fuera,
propiamente no sería interés).
Por último, el interés del testaferro tampoco recae en su
persona. Cuando la jurisprudencia ha condenado el interés

Ius Humani, v. 1 (2008/9), p. 164


El interés procesal

indirecto y no personal, frecuentemente tiene esta lógica: no


conviene facilitarle al testaferro que promueva acciones que a él
de suyo no le interesan directamente. Y muchas veces atendiendo
solo a este caso, sin observar que existen otros intereses no
personales absolutamente legítimos, se concluye rápidamente que
ningún interés indirecto o impersonal legitima para accionar o
recurrir. Nos parece, sin duda, un exceso y una visión muy
parcializada de la cuestión. Si se sanciona al testaferro, no es tanto
por el interés indirecto o impersonal que lo mueve a actuar, sino
porque es oculto e ilícito, porque obra de mala fe.

3.4. Clasificación de intereses según la naturaleza de su


fundamento
Un interés no nace porque sí, sin razón alguna. Siempre hay
algo que lo justifica, siempre es factible indagar por qué apareció
ese interés.
En la realidad no hay intereses serios injustificados. Si a
alguien de verdad le interesa algo, es por algo. El mismo interés
simple, cuando es admitido en las acciones populares, tiene su
buena justificación, como ya hemos visto54.
Por otro lado, también hemos visto que fuera del aula o del
teatro, los intereses ficticios nos hacen dudar: posiblemente detrás
de ellos se encubran intereses seriamente ilícitos.
Los fundamentos del interés serio son de diversa naturaleza.
Haremos una primera subclasificación bajo el criterio de
temporalidad, el mismo que subdivide a los intereses según se
basen en cuestiones actuales, futuras y pasadas.

54
Como vimos en el punto 3.3.2.1.(b)(i), al cual nos remitimos, el interés simple se
admite en las acciones populares porque cualquier persona está legítimamente interesada
en salvaguardar los bienes y valores más valiosos del ser humano.
Ius Humani, v. 1 (2008/9), p. 165
Juan Carlos Riofrío Martínez-Villalba

3.4.1. Interés actual


Generalmente las leyes o la jurisprudencia exigen la
presencia de un interés actual para recurrir o accionar. El interés
actual sería en esos casos un requisito habilitante del recurso o de
la acción. El Tribunal Andino de Justicia, por ejemplo, ha
expresado que «este interés para actuar, además, ha de ser
actual, no eventual o potencial, pues el ejercicio de la acción
contencioso-administrativa fue consagrado para restaurar los
agravios ya producidos en perjuicio de los administrados»55.
El interés actual es el fundado en la posibilidad de alcanzar
un beneficio, evitar un daño o cumplir un deber. A continuación
los analizamos brevemente.

3.4.1.1. Interés fundado en un beneficio


Hay un error en el que no se puede caer: el de identificar al
interés actual con un derecho actual. Ya nos hemos referido a la
distinción entre derecho e interés. Ahora distinguimos además el
interés actual del derecho actual. Es perfectamente posible que
una persona esté interesada en lo siguiente:
a) En el reconocimiento de un derecho de cualquier
naturaleza del cual se es titular (como lo son los
derechos individuales, colectivos o difusos; los derechos
condicionados, incondicionados o reflejos; los derechos
fundamentales, personalísimos, personales o reales; los
derechos positivados y no positivados; los derechos
meramente naturales);
b) En la consecución de un beneficio posible del que se
carece (como en el caso de la expectativa de derecho o
de otro beneficio de índole diversa al derecho subjetivo).

55
Sentencia dictada en el Proceso N° 10-IP-97, del 24-IX-1997, publicada en la
G.O.A.C. N° 308, del 28 de noviembre del mismo año, caso “COLSUBSIDIO”. Este
fallo ha sido largamente citado por el mismo Tribunal en el proceso N° 74-IP-2002.
Ius Humani, v. 1 (2008/9), p. 166
El interés procesal

En palabras del Tribunal Constitucional español, el


beneficio esperado puede consistir en «cualquier ventaja o utilidad
jurídica derivada de la reparación pretendida»56.
Por consiguiente, el interés actual generalmente requerido
para intervenir en el trámite puede ser de índole patrimonial o
extrapatrimonial, o moral, relacionado con un derecho de la
propiedad intelectual (v. gr. derechos de autor, nombres
comerciales, modelos de utilidad, etc.), con un derecho
personalísimo (v. gr. derecho al buen nombre, a la imagen, a la
intimidad, etc.), con un derecho a la competencia libre y leal (v.
gr. a que el público consumidor no sea inducido a error), o con
otro derecho y hasta, en ocasiones, con meras expectativas de
derecho. Al relacionarse con cualquiera de éstos, el interés deja de
ser simple, y se convierte en cualificado.

3.4.1.2. Interés fundado en evitar un daño


También es actual el interés basado en la esperanza de evitar
un daño, daño que puede estar sufriéndose actualmente, o ser
meramente potencial. En este último caso al menos tiene que
existir en el momento de la acción o recurso, el riesgo del daño.
Por ejemplo, quien hoy interviene en un proceso para
descargar eventuales responsabilidades penales (posible daño
futuro), está legítimamente interesado en ese proceso. De igual
forma, el vencido en instancia (daño actual) está legítimamente
interesado en impugnar la sentencia, según lo sostiene la doctrina
y la jurisprudencia:
Todo esto nos recuerda la doctrina civil y procesal, en donde el
interés –requisito de impugnabilidad subjetiva como lo cataloga la
doctrina– es concretamente la utilidad o el perjuicio jurídico que para

56
Sentencias 60/1982, 62/1983, 257/1988 y 91/1991 y ATC 356/1989. Acota el
Tribunal que estos beneficios justifican el interés legítimo y son dignos de la tutela
jurisdiccional garantizada en el art. 24.1 de la Constitución española.
Ius Humani, v. 1 (2008/9), p. 167
Juan Carlos Riofrío Martínez-Villalba

la parte presenta determinada situación jurídica57. Consecuencia de lo


anterior, en lo relativo a los recursos, es que «el interés de la
impugnación –Carnelutti lo ha señalado certeramente– va íntimamente
ligado a la idea de vencimiento en instancia que, a su vez, se percibe,
como dicho autor nota, por el contraste entre el contenido de lo
resuelto y el interés puesto en juego en la litis, si no ha sufrido
alteración o no ha sido renunciado» (De La Plaza, 1944, p. 358)58.

El interés actual admite tanto el daño directo como el


indirecto.

3.4.1.3. Interés fundado en cumplir un deber (o ejercer una


competencia)
Al hablar del interés que legitima la interposición de
acciones y recursos, suele afirmarse que es aquel basado en un
beneficio factible o en la posibilidad de evitar un daño y nada
más. Pocas veces se añade que son legítimas interesadas aquellas
personas que intervienen en el proceso por mandato de la ley o de
otra norma. Por ejemplo, nadie cuestiona el interés del abogado de
oficio que pone el Estado en las causas penales, ni el del fiscal:
ambos actúan legítimamente en el proceso, principalmente porque
ese es su oficio y porque la ley les manda a defender o acusar al
reo, según corresponda.
En cuanto a las personas jurídicas, la jurisprudencia del
Tribunal Constitucional español59 ha exigido una cierta
vinculación entre el derecho que pretende defenderse y los fines
perseguidos por la persona jurídica, los que se encuentran
esencialmente determinados en su estatuto. Nos adherimos a este
criterio, pues las personas morales nacen para la consecución de
determinados fines e intereses; señalados éstos en su estatuto, la
misma capacidad jurídica de la persona jurídica queda vinculada a

57
Cfr. Fallo del 25-II-2002 (Exp. 38–2002, R.O. Nº 575, 14–V–2002), en donde se
siguen los lineamientos trazados por Véscovi (1979, p. 388).
58
En similar sentido, Murcia Ballén (1983, p. 213) y García Falconí (1993, p. 78).
59
Cfr. STC 47/1990, FJ 2º.
Ius Humani, v. 1 (2008/9), p. 168
El interés procesal

ellos. Con lo cual, parece lógico que éstos se tengan en cuenta


para la determinación de si existe o no un interés legítimo para
intentar accionar e impulsar el proceso judicial y administrativo
(cfr. Gómez Montoro, 2003, p. 178).

3.4.2. Interés sobrevenido e interés eventual


Aun cuando sea raro, no es tan hipotético el caso del que
interviene sin estar legítimamente interesado (quizá creyéndose,
aduciendo un interés simple que es vago o etéreo), pero
posteriormente su situación personal cambia y adquiere un interés
legítimo que no tenía. A esa persona le ha sobrevenido un interés
del que carecía. ¿Si está interviniendo en el proceso, puede
continuar actuando? ¿Y si no está, cabe que aparezca tardíamente
en la causa?
No conviene dar una respuesta general, pues han de
analizarse muchos factores: qué tan avanzada está la causa, qué
solicita quien alega tener un interés sobrevenido, cómo surgió ese
interés sobrevenido (pudo surgir lícita o ilícitamente), qué tan
medular a la causa resulta su interés, etc. Lo mismo cabe decir del
interés eventual, aducido por el que espera en el futuro estar
legítimamente interesado para intervenir en una causa.
En el Derecho marcario es frecuente encontrar personas que,
sin ser aún titulares de una marca (un derecho firme), desean
oponerse a la solicitud de un registro de marca similar, para que
en la eventualidad de que obtenga el título marcario, éste no se
diluya con la marca similar. Ello no es, en absoluto, un exceso de
previsión. Por el contrario, las leyes de propiedad intelectual
conceden con largueza la posibilidad de oponerse en estas
circunstancias.

3.4.3. Interés retrospectivo e interés ultraactivo


Hay leyes que, pese a estar derogadas, continúan siendo
aplicadas por los jueces en los casos suscitados al amparo de la

Ius Humani, v. 1 (2008/9), p. 169


Juan Carlos Riofrío Martínez-Villalba

antigua ley. Se dice entonces que la ley derogada tiene efectos


ultra-activos, pues aún cuando ha sido derogada, sigue
aplicándose en determinados casos. De forma análoga puede
suceder que un tercero haya intervenido en el pasado en un
proceso en donde demostró estar legítimamente interesado, pero
luego perdió ese interés porque su situación personal cambió:
tendría, por tanto, un interés retrospectivo. ¿Será que acaso ese
interés retrospectivo justificaría que el tercero siguiera actuando
en la causa? Es difícil dar una respuesta general.
Pensemos en una persona que demanda la adjudicación de
una herencia, sin saber que el causahabiente dejó testamento
válido a favor de otro. Al enterarse, ¿seguirá interesado en el
proceso? Quizá en el fondo no, pero nos parece que le basta ese
interés retrospectivo para seguir actuando en el proceso (por
supuesto, si él quiere y si quiere ha de ser por algo). Seguramente
deseará revisar la validez del testamento, asegurarse de que el
proceso se lleve con justicia, etc. ¿Quién mejor que él para juzgar
si sigue interesado?
Desde otro punto de vista, parecería que suscitar un
incidente en medio de un proceso por la cuestión del interés (que
generalmente corresponde resolverlo prima facie ad liminem y,
definitivamente, en sentencompañía), es inoficioso y atenta contra
el principio de economía procesal. Y si a esto le sumamos el
principio pro actione, pienso que comenzamos a hallar una
respuesta certera: el interés retrospectivo seguramente vivirá,
tendrá efectos ultraactivos, al menos hasta que se dicte sentencia.

Ius Humani, v. 1 (2008/9), p. 170


El interés procesal

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Ius Humani, v. 1 (2008/9), p. 173


Juan Carlos Riofrío Martínez-Villalba

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Ius Humani, v. 1 (2008/9), p. 174


El interés procesal

Juzgado Tercero de Primera Instancia en lo Civil, Mercantil y del


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20-I-2006. Venezuela.

Ius Humani, v. 1 (2008/9), p. 175

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