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LIN YUTANG

LA IMPORTANCIA DE VIVIR

IV. DEL TE Y LA AMISTAD


No creo que, desde el punto de vista de la cultura y la felicidad humanas, haya
habido en la historia de la humanidad inventos más significativos, más vitalmente
importantes y de mayor contribución a nuestro goce de la holganza, la amistad, la
sociabilidad y la conversación, que los inventos de fumar, beber y el té. Los tres
tienen varias características en común: primero de todo, que contribuyen a nuestra
sociabilidad; segundo, que no nos llenan el estómago, como la comida, y pueden ser
gozados, por consiguiente, entre las comidas; y tercero, que los tres pueden ser
gozados a través de la nariz, porque actúan sobre nuestro sentido del olfato. Tan
grande es su influencia sobre la cultura, que tenemos salones de fumar junto a

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comedores, y tenemos tabernas y casas de té. En China e Inglaterra, por lo menos,
beber té ha llegado a ser una institución social.

El goce adecuado del tabaco, la bebida y el té sólo se puede desarrollar en una


atmósfera de holganza, amistad y sociabilidad. Porque solamente con hombres
dotados del sentido de la camaradería, extremadamente selectos en cuanto se trata
de formar amigos, y provistos de un amor natural por la vida holgazana, se hace
posible el pleno goce del tabaco y la bebida y el té. Si se les quita el elemento de
sociabilidad, estas cosas no tienen significado. El goce de estas cosas, como el goce
de la luna, la nieve y las flores, debe ocurrir en la debida compañía, porque
considero que ésta es la condición en que más frecuentemente insisten los artistas de
la vida en China: que ciertas clases de flores deben ser gozadas con ciertos tipos de
personas, ciertas clases de escenarios deben estar asociados con ciertas especies de
mujeres, que el sonido de las gotas de lluvia debe ser gozado, si se le ha de gozar
plenamente, cuando uno está tendido en un lecho de bambú dentro de un templo
muy metido en las montañas y en un día de verano; que, en suma, el talante es lo
que importa, que hay un talante apropiado para todo, y que una mala compañía
puede echar a perder por completo el estado de ánimo. Por ende, el comienzo de
todo artista de la vida es que él, o cualquiera que desea aprender a gozar la vida,
como condición absolutamente necesaria debe encontrar amigos del mismo tipo de
temperamento, y preocuparse tanto por ganar y mantener su amistad como se
preocupan las esposas por mantener a sus maridos, o como un buen jugador de
ajedrez hace viajes de miles de kilómetros para encontrarse con otro jugador de
ajedrez.

El ambiente, pues, es lo que vale. Se debe comenzar con el debido concepto


del estudio del sabio y el ambiente general en que va a gozar su vida. Primero, los
amigos con quienes ha de compartir ese goce. Debe elegir diversos tipos de amigos
para diferentes tipos de ambiente. Sería un grave error salir de cabalgata con un
amigo estudioso y pensativo, como lo sería ir a un concierto con una persona que no
comprende la música. Un escritor chino ha expresado esto así:

Para gozar de las flores hay que asegurarse amigos de gran corazón. Para ir a
las casas de canto a mirar las mozas hay que asegurarse amigos atemperados. Para
subir a lo alto de una montaña hay que asegurarse amigos románticos. Para ir en bote
hay que asegurarse amigos de carácter expansivo. Para mirar la luna hay que
asegurarse amigos de fría filosofía. Para esperar la nieve hay que asegurarse amigas
hermosas. Para una fiesta de vino hay que asegurarse amigos con sabor y encanto.

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Después de elegir y formar amigos para el debido goce de diferentes ocasiones,
busca uno el ambiente adecuado. No es tan importante que la casa de cada uno esté
ricamente adornada como que se halle en un hermoso país, con la posibilidad de
caminar por los arrozales o de tenderse bajo umbríos árboles junto a la orilla de un
río. Muy sencillas son las exigencias sobre la casa misma. Puede uno: "tener una casa
con varios cuartos, campos de cereales sobre varios mow, un estanque hecho de un
cuenco y ventanas hechas de jarros rotos, las paredes hasta la altura de los hombros
y un cuarto del tamaño de una fanega de arroz, y en el momento de holganza,
después de gozar la tibieza de los colchones de algodón y una comida de sopa de
verduras, puede uno llegar a ser tan grande que su espíritu se expanda y llene el
universo todo. Para un quieto estudio así, debe uno tener árboles wut'ung hacia
adelante y algunos bambúes verdes hacia atrás. Al sur de la casa los aleros se
extenderán osadamente hacia afuera, en tanto que al norte habrá ventanas
pequeñas, que puedan cerrarse en primavera e invierno para abrigo contra la lluvia y
el viento, y abrirse en verano y otoño para la ventilación. La belleza del árbol
wut'ung reside en que se caen todas las hojas en el invierno y la primavera, lo cual
nos permite el goce pleno de la tibieza del sol, en tanto que en verano y otoño su
sombra nos protege del calor agobiante". O, según lo ha expresado otro escritor,
debe uno:

"Construir una casa de varios aleros, plantar una cerca de árboles chin y cubrir
un pabellón con un techado de heno. Tres mow de tierra se dedicarán a plantar
bambúes y flores y frutales, mientras que dos mow se dedicarán a plantar verduras.
Las cuatro paredes de un cuarto estarán desnudas y el cuarto vacío, con la excepción
de dos o tres ásperas camas colocadas en el pabellón. Se mantendrá a un mozo
campesino para que riegue las verduras y quite la maleza. Y entonces puede uno
armarse de libros y una espada contra la soledad, y procurarse un ch'in (instrumento
de cuerdas) y un ajedrez para anticipar la llegada de buenos amigos."

Una atmósfera de familiaridad dominará entonces el lugar. "En mi estudio,


todas las formalidades quedarán abolidas, y solamente serán admitidos los más
íntimos amigos. Se les dará ricos y pobres alimentos como yo los como, y charlaremos
y reiremos y olvidaremos hasta nuestra existencia. No discutiremos lo bueno o lo
malo de otras .personas y seremos del todo indiferentes a la gloria y a la riqueza
mundana. En nuestra holganza discutiremos los antiguos y los modernos, y en nuestra
quietud jugaremos con montañas y con ríos. Entonces tendremos té flojo y claro, y
buen vino para que cuadren en la atmósfera de deliciosa reclusión. Este es mi
concepto del placer de la amistad."

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En tan simpático ambiente, estamos, pues, prontos para complacer los
sentidos, los sentidos del color y el olor y el sonido. Entonces es cuando debe uno
fumar y debe uno beber. Transformamos entonces nuestros cuerpos en un aparato
sensorio para percibir la maravillosa sinfonía de colores y sonidos y olores y gustos
que proveen la Naturaleza y la cultura. Nos sentimos como si fuéramos buenos
violines en que están por tocar maestros violinistas. Y así: "quemamos incienso en
una noche de luna y tocamos tres compases de música en un instrumento antiguo, e
inmediatamente las mil preocupaciones de nuestro pecho quedan proscritas y todas
nuestras tontas ambiciones o deseos se olvidan. Inquiriremos entonces cuál es la
fragancia de este incienso, cuál es el color de este humo, cuál es la sombra que pasa
a través de las ventanas empapeladas de blanco, cuál es este sonido que se alza
desde las puntas de mis dedos, cuál es este goce que nos hace tan quietamente
felices y tan olvidados de todo lo demás, y cuál es la condición del infinito universo."

Casto así de espíritu, tranquilo de ánimo y rodeado por adecuada compañía,


está uno en aptitud de gozar el té. Porque el té se ha inventado para las compañías
tranquilas, como se inventó el vino para ruidosas fiestas. Hay en el carácter del té
algo que nos conduce a un mundo de quieta contemplación de la vida. Sería
desastroso beber té mientras en torno lloran unos niños, o con mujeres de voz
potente, u hombres que hablan de política; tal como recoger té en un día lluvioso o
nublado. Recogido en la primera alborada de un día claro, cuando el aire matutino
sobre la montaña es aún ligero y despejado, y todavía está en las hojas la fragancia
del rocío, el té queda por siempre asociado con la fragancia y el refinamiento del
mágico rocío cuando de él se goza. Dentro de la insistencia taoísta en el retorno a la
naturaleza, y su concepto de que el universo se mantiene en vida por el interjuego
de fuerzas masculinas y femeninas, el rocío representa en realidad el "jugo del cielo
y la tierra" cuando se unen de noche los dos principios, y es corriente la idea de que
el rocío es un alimento mágico, bueno y claro y etéreo, y todo hombre o animal que
beba bastante de él tiene grandes probabilidades de ser inmortal. De Quincey dice
muy certeramente que el té "será siempre la bebida favorita del intelectual", pero
los chinos parecen ir más lejos y asociarlo con el recluso de alta inteligencia.

El té es, pues, símbolo de la pureza terrena; exige la más minuciosa limpieza


en su preparación, desde que se le recoge, tuesta y conserva, hasta la infusión final,
hasta beberlo: fácil es trastornarlo o arruinarlo con la más leve contaminación de
manos grasosas o tazas grasosas. Por consiguiente, su goce es apropiado en un
ambiente donde toda ostentación o sugestión de lujo ha sido vedada a nuestros ojos
y nuestros pensamientos. Después de todo, goza uno de la presencia de las jóvenes

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en la casa de cantos, con vino y no con té, y cuando estas jóvenes son aptas para
beber té con ellas, pertenecen ya a la clase que favorecen los poetas y los sabios
chinos. Su Tungp'o comparó una vez el té a una dulce doncella, pero un crítico
posterior, T'ien Yiheng, autor de Chuch'üan Hsiaop'in (Ensayo sobre hervir agua de
una fuente) (1) puso inmediatamente una condición, añadiendo que si se ha de
comparar el té con las mujeres, la comparación debe hacerse solamente con el Hada
Maku, y que "en cuanto a belleza de mejillas con colores de durazno y cinturas de
sauce, se las debía encerrar en lechos con cortinas, y no permitirlas que contaminen
las rocas y los manantiales". Porque el mismo autor dice: "Uno bebe té para olvidar el
ruido del mundo; no es para quienes comen ricas comidas y visten pijamas de seda."

Debe recordarse que, según Ch'alu: "la esencia del goce del té reside en la
apreciación de su olor, fragancia y sabor, y los principios de la preparación son
refinamiento, sequedad y limpieza". Es necesario, pues, un elemento de quietud para
la apreciación de estas cualidades, una apreciación que proviene de un hombre que
puede "mirar a un mundo acalorado con una cabeza fría". Desde la dinastía Sung, los
conocedores han considerado generalmente que una taza de té pálido es lo mejor, y
el sabor delicado del té pálido puede pasar fácilmente inadvertido para quien está
ocupado con pensamientos atareados, o cuando la vecindad es ruidosa, o disputan los
sirvientes, o cuando lo sirvan feas doncellas. Debe ser pequeña también la compañía.
Porque: "al beber té es importante que los huéspedes sean pocos. Muchos huéspedes
harían ruido, y el ruido le resta culto encanto. Beber té a solas se llama beber
retirado; beber de a dos es estar cómodos; tomarlo con tres o cuatro se llama
encantador; tomarlo con cinco o seis se llama vulgar; y beberlo con siete u ocho se
llama (despreciativamente) filantrópico." Ya dijo el autor de Ch'asu:

"Servir el té una y otra vez de una gran tetera, y beberlo de un sorbo, o


calentarlo otra vez al cabo de un rato, o pedir que tenga un gusto extremadamente
fuerte, sería semejarse a campesinos o artesanos que beben té para llenarse el
vientre después de un trabajo rudo; sería imposible hablar entonces de la distinción y
la apreciación de sabores."

Por esta razón, y por consideración a la mayor corrección y limpieza en la


preparación, los chinos que han escrito sobre el té insistieron siempre en que debe
prestarse atención personal, o como esto resulta necesariamente inconveniente, que
se prepare especialmente para este trabajo a dos sirvientes mozos. El té se hierve
usualmente en una pequeña estufa, separada, en la habitación donde se le toma o en

1
El clásico sobre el té es Ch'aching, por Lu Yü (m. 804); otros tratados bien conocidos que se mencionan más abajo son Ch'alu, por
Ts'ai Hsiang (1012-1067); Ch'asu por Hsü Ts'eshu; ChucViian Hsiaop'in (aprox. 1570) por fien Yiheng; Ch'achieh por T'u Lung (aprox.
1592).

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la vecina, no en la cocina. Los sirvientes deben ser enseñados a hacer el té en
presencia de su amo y a observar una rutina de limpieza, lavando las tazas todas las
mañanas (sin secarlas jamás con un trapo), lavándose a menudo las manos y
manteniendo muy limpias las uñas. "Cuando hay dos o tres huéspedes basta con una
estufa, pero cuando hay cinco o seis personas se necesitarán dos estufas separadas y
dos teteras, y un mozo atenderá a cada estufa, porque si se exige que uno solo
atienda a las dos podrá haber retrasos o tropiezos." Los verdaderos conocedores, sin
embargo, consideran que la preparación personal del té depara un placer especial.
Sin haber cobrado el carácter de un sistema rígido como en el Japón, la preparación
y la degustación del té es siempre un acto de intenso placer, importancia y
distinción. Por cierto que la preparación es la mitad del deleite de tomar té, como
romper semillas de melón con los dientes es la mitad del placer de comerlas.

Por lo común se pone una estufa frente a una ventana, y se la enciende con
carbón de leña, bueno y duro. Cierta sensación de importancia se inviste en el
huésped que abanica la estufa y contempla el vapor que sale de la marmita. Arregla
metódicamente una pequeña tetera y cuatro tazas diminutas, por lo común menores
que pocillos de café, en una bandeja. Atiende a que estén en orden, coloca el pote
de peltre con las hojas de té cerca de la bandeja y lo prepara, conversando siempre
con sus invitados, pero no tanto que olvide sus deberes. Se vuelve a mirar la estufa, y
desde el momento en que la marmita empieza a cantar ya no la abandona, sino que
sigue abanicando el fuego más que antes. Quizá se incline a retirar la tapa y mirar las
burbujitas, que se llaman técnicamente "ojos de pescado" o "espuma de cangrejo",
cuando aparecen en el fondo de la marmita, y vuelva a poner la tapa. Este es el
"primer hervor". Escucha cuidadosamente mientras el suave canto aumenta de
volumen hasta ser una "gárgara", cuando las burbujitas suben por los costados del
recipiente, lo cual se llama técnicamente el "segundo hervor". Entonces es cuando
vigila más cuidadosamente el vapor que emite el pico de la marmita, y apenas antes
de llegarse al "tercer hervor", cuando el agua llega a hervir plenamente, "como olas
revueltas", quita la marmita del fuego, procede a escalfar la tetera por dentro y por
fuera con el agua hirviendo, agrega inmediatamente la debida cantidad de hojas y
hace la infusión. El té de esta clase, como el famoso "Diosa de Hierro de la Merced",
que se bebe en Fukien, se hace muy espeso. La pequeña tetera apenas puede
contener cuatro pocillos y un tercio de ella se llena de hojas. Como es grande la
cantidad de hojas, se vierte inmediatamente el té en las tazas y se le bebe sin
tardanza. Esto termina la tetera, y la marmita, llena de agua fresca, va otra vez al
fuego, a fin de preparar la segunda tetera. Si se habla estrictamente, la segunda

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tetera es la mejor; la primera es comparable a una niña de trece años, la segunda a
una dulce doncella de dieciséis, y la tercera a una mujer. En teoría, los conocedores
desautorizan la tercera infusión de las mismas hojas, pero en la realidad trata uno de
vivir con "la mujer".

Lo que antecede es una estricta descripción de los preparativos para tomar una
clase especial de té, según los he visto en mi provincia natal, arte que se desconoce
en general en China del Norte. En China, en general, se emplean teteras mucho
mayores, y el color ideal del té es un amarillo claro, pálido, dorado, jamás el rojo
oscuro del té inglés.

Es claro que estamos hablando del té como lo beben los conocedores y no como
se sirve en general entre tenderos. No puede esperarse tal delicadeza de la
humanidad en general, cuando todos los que llegan toman té por galones. Por eso el
citado autor de Ch'asu, Hsü Ts'eshu, dice: "Cuando hay una gran reunión, en que
salen y entran los visitantes, sólo se puede cambiar con ellos copas de vino, y entre
extraños recién conocidos o entre amigos comunes sólo debemos servir té de calidad
ordinaria. Sólo cuando han llegado nuestros amigos íntimos y de igual temperamento,
y todos somos felices, todos brillantes en la conversación y todos capaces de dejar de
lado las formalidades, podemos pedir al sirviente que haga fuego y saque agua, y
decidir el número de estufas y de tazas que usaremos de acuerdo con la compañía
presente." De tal estado de cosas dice él autor de Ch'achieh:

"Estamos sentados de noche en un pabellón de la montaña, y preparamos té con


agua del manantial. Cuando el fuego ataca al agua empezamos a sentir un sonido
similar al canto del viento entre los pinos. Vertemos té en una taza y el suave
resplandor de su luz juega en todo el lugar. El placer de tal momento no puede ser
compartido con gente vulgar."

En un verdadero amante del té, el placer de manejar todos los accesorios es tal
que prefiere gozarlo por sí mismo, como en el caso de Ts'ai Hsiang, que ya en su
ancianidad no podía beberlo pero seguía gozando de la preparación del té como una
costumbre diaria. Hubo también otro sabio, llamado Chu Wenfu, que preparaba y
tomaba té seis veces por día, a horas establecidas desde el amanecer al crepúsculo,
y que tanto amaba a su tetera que se hizo enterrar junto con ella cuando murió.

El arte y la técnica del goce del té, pues, consisten en lo siguiente: primero,
como el té es sumamente susceptible a la contaminación de otros sabores, se le debe
preparar con la mayor limpieza, y se le debe tener lejos de vinos, inciensos y otras
sustancias olorosas, y de las personas que manejan esas sustancias. Segundo: se le
debe mantener en un lugar fresco, seco, y durante las temporadas húmedas hay que

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tener una cantidad razonable en recipientes especiales y pequeños, de preferencia
de peltre, para no abrir los grandes potes de reserva sino cuando sea necesario; y si
se enmohece una parte de esa reserva se la debe someter a una suave tostadura
sobre un fuego lento, descubierto y constantemente abanicado, de manera de
impedir que las hojas se pongan amarillas o descoloridas. Tercero: la mitad del arte
de hacer té reside en la obtención de buena agua con un "filo agudo"; primero viene
el agua de manantiales de montaña, después la de río y después la de pozo; el agua
de la canilla, si viene de un dique, por ser esencialmente agua de montaña, es
satisfactoria. Cuarto: para apreciar tazas extraordinarias, debe tener uno amigos
tranquilos, y no muchos a la vez. Quinto: el buen color del té en general es un
amarillo pálido, dorado, y todo té rojo oscuro debe ser tomado con leche o limón o
menta, o cualquier cosa que cubra su horrible sabor tan agudo. Sexto: el mejor té
tiene un "sabor de retorno" (hweiwei), que se siente aproximadamente medio minuto
después de beberlo y una vez que sus elementos químicos han tenido tiempo para
actuar sobre las glándulas salivales. Séptimo: el té debe ser hecho y bebido
inmediatamente, y si se quiere tomar buen té no se le debe dejar mucho tiempo en
la tetera, porque entonces se pasa la infusión. Octavo: se le debe hacer con agua que
llegue apenas al hervor. Noveno: todos los adulterantes son tabú, aunque pueden
admitirse diferencias individuales para las personas que prefieren una leve mezcla de
algún sabor extraño (por ejemplo, jazmín o casia). Décimo: el sabor que se espera en
el mejor té es el delicado sabor de "carne de bebé".

De acuerdo con la práctica china de prescribir el momento adecuado y el


ambiente mejor para gozar de una cosa, Ch'asu, el excelente tratado sobre el té,
dice:

MOMENTOS ADECUADOS PARA TOMAR TE:

Cuando se tienen el corazón y las manos ociosas.

Cansado después de leer poesía.

Cuando están perturbadas las ideas.

Si se escuchan canciones y cantilenas.

Cuando se termina una canción.

Encerrado en el hogar durante una fiesta.

Tocando el ch'in y mirando pinturas.

Dedicado a la conversación muy tarde en la noche.

Ante una clara ventana y un escritorio limpio.

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Con amigos encantadores y gráciles concubinas.

De regreso de una visita a los amigos.

Cuando el día es claro y dulce la brisa.

En, un día de leves chaparrones.

En un bote pintado cerca de un puentecito de madera.

En un bosque de altos bambúes.

En un pabellón que mira sobre flores de loto en un día de verano.

Después de haber encendido incienso en un pequeño estudio.

Después de terminada una fiesta y marchados los huéspedes.

En un templo tranquilo, escondido.

Cerca de manantiales famosos y rocas extrañas.

MOMENTOS EN QUE SE DEBE CESAR DE BEBER TE:

Trabajando.

Mirando un juego.

Abriendo cartas.

Durante grandes lluvias o nevadas.

En un largo festín de vinos con gran compañía.

Revisando documentos.

En días atareados.

En las condiciones contrarias, en general, a las enumeradas en la sección


anterior.

COSAS QUE SE DEBEN EVITAR:

Agua mala.

Utensilios malos.

Cucharas de bronce.

Marmitas de bronce.

Jarras de madera (para el agua).

Madera en el fuego (a causa del humo).

Carbón de leña blando.

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Sirviente ordinario.

Doncella de mal talante.

Trapos sucios.

Toda clase de incienso y remedios.

COSAS Y LUGARES QUE HAY QUE TENER LEJOS:

Cuartos húmedos.

Cocinas.

Calles ruidosas.

Niños llorones.

Personas acaloradas.

Sirvientes discutidores.

Cuartos calientes.

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