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Ciudad dada

Es claro, parece mucho ambicionar, que el paisaje que ahora construimos de esta
ciudad puede ser medianamente representativo de todas sus caras y formas desde las
que puede ser leída, má s eso importa poco si la fuerza con la que lo singular se abre es
má s basto que el clamor de una imagen o una composició n inmó vil y con la que
muchos han estado de acuerdo de una manera u otra. Nosotros vivimos aquí y vemos
los callejones de esta ciudad y sus balcones, bajo los que caminamos, como una
extensió n de nuestros encuentros.

Ya hemos expresado muchas veces el repudio sobre el turismo en todas sus formas, y
no dejamos de sorprendernos sobre todas las zonas de la vida en donde todavía, sin
embargo, nos encontramos haciendo el má s ridículo de los turismos existenciales. Una
experimentació n como la nuestra, se caracteriza má s por un tejer las neblinas que por
generar nuevas certezas y la inclinació n a no dar nada por sentado, no se puede
reducir al quehacer “crítico” instaurado en una esfera privada, ya sea el de la academia
o la del pensamiento. Es por eso que reclamamos, sabotear la infraestructura, ya no
só lo los monumentos y edificios como símbolos o representaciones, sino incluso su
continuació n en nuestros cuerpos y relaciones como gobierno atmosférico y
condicionador. ¿Có mo acomodarse de otra forma? El poder reproduce las formas de
vida suplantá ndolas por su versió n econó mic, el pantaló n que viene roto de fá brica
simulando su “uso” no es menos aplastante sobre las

El centro de esta ciudad parece separado de todo, sus cerros se levantan como bardas,
y las manchas urbanas má s cercanas son cuidadosamente mantenidas a la distancia,
No hace falta ser el má s perspicaz para intuir có mo la ciudad adquiere
intencionadamente un aura de permanencia con respecto al paso del tiempo, que no
só lo se gestiona con relació n a sus narrativas histó ricas sino que ya ha instaurado una
economía museística que le da forma e inclina todo intercambio al desarrollo de su
propia oferta turística, incluso en los bares, incluso en las calles y las amistades. En
cualquier caso ha gestado su propia banalidad folkló rica en la que se han sedimentado
las prá cticas artísticas y políticas propias del exotismo-burgués que se acomoda
perfectamente al flujo econó mico que ha delimitado siempre el paisaje de esta ciudad.
Podemos decir que hasta ahora, hemos visto desfilar los cuerpos sobre las situaciones,
organizados en una coreografía que só lo ha permitido acomodarse en el optimismo
new age del alternativismo burgués e irreflexivo o en un nihilismo metropolitano y
gestionado, la mayoría de veces expresado solamente en el cinismo de la hostilidad.
nosotros creemos que el desplazamiento político decisivo de estas prá cticas está en la
manera en la que se UNO se deshace en un devenir atmosférico, la atmó sfera

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