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María Camila Fonseca Caro Ponencia Congreso
María Camila Fonseca Caro Ponencia Congreso
Aunque la imagen ha acompañado al ser humano desde tiempos inmemoriales, solo hace
unas décadas su estudio adquirió plena centralidad en diversas disciplinas del
conocimiento. Es cierto que desde la Antigüedad la imagen ha sido objeto de discusión. Por
ejemplo, Platón concibe a la imagen como base del pensamiento, pero, a la vez, como
ocultación de la verdad.1 Y en el Medioevo se le otorga a esta un lugar muy importante en
lo que respecta a los procesos mnemotécnicos. Pero solo fue a partir del siglo XX cuando
se emprendió con mayor disposición y persistencia el proyecto de la consolidación de una
teoría de la imagen, cuyos principales interrogantes son: ¿qué es una imagen? ¿cuál es la
diferencia entre las imágenes y las palabras? ¿cómo reconocer o distinguir distintos tipos de
imágenes? entre otras.
Esta actual atención está relacionada con fenómenos icónicos modernos tales como la
rápida y continua proliferación de imágenes en campos como el de la publicidad y la
propaganda; así como el importante papel de estas en la construcción y rectificación del
conocimiento científico, y también su protagonismo en asuntos de orden social, como la
censura de imágenes y la manipulación de estas con fines xenofóbicos y terroristas.
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Bredekamp
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a partir del concepto de ‘representación’. El sentido de este concepto debe entenderse como
reedición o actualización de la obra.
Así pues, para desarrollar aquella conexión entre la consideración acerca de las artes
procesuales y la imagen, el filósofo alemán introduce los conceptos de cuadro y de copia,
los cuales le permiten entender el valor ontológico de la imagen como ‘representación’.
Aquellos conceptos, a pesar de ser expuestos en solo pocas páginas, plantean interesantes
interpretaciones que permiten establecer vínculos entre las consideraciones de Gadamer y
actuales teorías de la imagen2. Pues, aunque su estudio está orientado específicamente a la
experiencia artística, su enfoque hacia la imagen insinúa importantes ideas que superan el
ámbito de las artes y que pueden llegar a posicionarse en discusión con la particularidad del
lenguaje pensado como palabra.
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Bien sea como se muestra de manera explícita en la obra de Gottfried Boehm, o incluso en La teoría del
acto icónico de Horst Bredekamp, en cuyos planteamientos se postula a la imagen como una entidad ‘viva’.
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Léase en Cómo generan sentido las imágenes, de Gottfried Boehm, el capítulo denominado La plusvalía del
ser. Reflexión hermenéutica y artes plásticas en el cual el autor desarrolla nociones gadamerianas como
‘indiferenciación estética’, que describe la fusión e indistinción entre el contenido y el modo de aparición -la
calidad formal- de la imagen. O, por ejemplo, la contraposición entre imágenes débiles e imágenes fuertes
que está ya sugerida en el desarrollo gadameriano del concepto de cuadro, el cual marca la contraposición
entre imágenes copia, por un lado, e imágenes como representación, por el otro.
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bases y criterios con los cuales poder comprender la especificidad y diferencia entre
distintas imágenes, como, por ejemplo, entre imágenes ‘artísticas’ e imágenes publicitarias
o científicas.
Gadamer llega a la consideración acerca de la imagen artística debido al vacío que dejó su
primera reflexión respecto a la experiencia artística en las artes procesuales. Su tendencia a
relacionar el concepto de representación con el teatro, la música y la poesía, es decir, con
expresiones artísticas que claramente requieren de la representación, reedición o
actualización para que devengan, no dejó en claro cómo el producto de las artes plásticas
también podría ser entendido como representación. De hecho, si se concibe el producto de
las artes pláticas como representación, este podría ser equívocamente comprendido como
una mera copia. Así pues, para continuar con su línea argumentativa y no caer en el
antedicho error, indaga por el sentido de representación en las artes plásticas.
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obras4 (cf. Gadamer, VMI, p. 183). Si hacemos caso a aquellas determinaciones
conceptuales de la noción de cuadro, este también puede ser comprendido en un sentido
más amplio, de modo que incluya cualquier obra que no haya sido creada bajo los preceptos
del renacimiento. Entre estas se encuentran, por ejemplo, las miniaturas persas u otonianas,
frecuentemente presentes en libros o manuscritos; los íconos bizantinos, que suelen hallarse
en iglesias; o, en general, piezas artesanales, diseñadas para cumplir más propósitos aparte
del de la contemplación estética.
Ahora bien: ya que aquella autonomía con la que se piensa aquí la imagen borra otras
determinaciones que van más allá de un fin contemplativo, cabe preguntarse ¿por qué
pueden ser tratadas como objetos cerrados e independientes, y no como útiles dotados de
una funcionalidad externa a ellos mismos? ¿hasta qué punto el ser de las imágenes artísticas
está contenido en sí mismas y son ellas su propio fin? Ambas preguntas las dejaremos
suspendidas por el momento, pues una posible respuesta se desarrollará más adelante.
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En este punto cabe preguntarnos si aquella autonomía de la obra de arte implica, como Walter Benjamin lo
indica en su texto de La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, la liberación e
independencia de la obra de un valor cultual.
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pregunta por el sentido de representación en las artes plásticas, puesto que detrás de ambas
se halla la intención de divorciarse de una noción de representación como copia.
Cuando hablamos de representación teatral o musical, por ejemplo, no las pensamos como
simples copias, rebajadas o disminuidas en su ser. Por el contrario, las comprendemos
como la actualización de una obra que, de hecho, adquiere su ser y solo nos deviene por
aquella representación. Así, una sinfonía de Beethoven cumple y se eleva como obra no en
las partituras sin interpretar, sino tan pronto estas son interpretadas y representadas. Pero,
¿qué ocurre en el caso de las artes plásticas? Algo muy parecido. Sin embargo, en las artes
plásticas la reproducción puede ser pensada más bien como reproducción, o, en otras
palabras, como la copia de la obra, tal y como ocurre, por ejemplo, en las postales de
museos de arte, en las cuales se reproduce la fotografía de una obra a escala industrial. De
modo que de la obra obtenemos doscientas, trecientas o mil copias de su fotografía.
No hay que perder de vista, sin embargo, que la idea de ‘copia’ se sustenta en algo más
esencial, en algo que, aunque en unos casos abarca los procesos reproductivos de la técnica
moderna, como es el caso de la fotografía, recoge un supuesto mucho más general. Copiar
no implica simplemente la reproducción de una obra de arte, lo que es cuestionable en
casos en los que la reproducción de una obra supera las determinaciones de una mera copia.
El proceso de copia se remonta a la intención de hacer una reproducción exacta de lo que
sea que se esté entendiendo por ‘realidad’, de modo que el centro de atención deje de ser la
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reproducción misma y sea más bien aquello que se reproduce. Una de sus mayores
expresiones se halla en el ideal renacentista de la perspectiva, en cuyo fin yace el objetivo
de una ‘fiel’ reproducción cuantificada de la realidad.
Para responder a la anterior pregunta, la cual, en últimas, nos conduce a la pregunta por la
referencia de la obra de arte al mundo, debemos recordar la ontología que ya Heidegger
había planteado, y que Gadamer retoma. La imagen artística hace una referencia al mundo,
pero no de manera que alguno de ellos quede subordinado. En el fondo ambos se
determinan recíprocamente, y más que entenderse como entidades separadas, ellos forman
una unidad. Lo que se representa en la imagen, nos dice Gadamer, es lo que él denomina la
‘imagen originaria’.
Hay que tener cuidado al momento de entender la relación entre ambos conceptos, pues el
hecho de que se le llame originaria no implica que sea más verdadera que la imagen que la
representa. Cuando se distingue lo representado de la representación no se quiere con ello
crear una relación unilateral ni escindida, antes bien, lo que se quiere es mostrar esa unidad
originaria con la que ambas entran en relación. De hecho, pensar en una escisión se opone
al fenómeno icónico más originario, pues, en palabras del autor:
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escultura antes de ‘alcanzar’ la pretendida autonomía del romanticismo, estaban
enmarcadas en medio de un contexto que claramente las determinaba y que era motivo
involucrado en su producción. Ejemplo de ello son las pinturas exvoto o el derrocamiento
de imágenes, en los cuales la obra estaba involucrada efectivamente con su contexto,
mundo y realidad de la que hacían parte. De aquí que el retrato de un gobernante o un rey
ejerciera tanto impacto como la persona misma, pues se entendía la obra como su presencia.
Sin embargo, este es un fenómeno icónico que continúa ocurriendo, a pesar del ideal de
autonomía del arte en el romanticismo. Piense, por ejemplo, en actos de vandalismo en
monumentos, como la destrucción de las estatuas de los Budas de Bamiyan en el 2001, o,
por ejemplo, la adoración a imágenes religiosas. Este es un fenómeno que sustenta la
indistinción entre la representación y lo representado, pues para ser comprendido se
requiere otorgarle poder a la representación sobre lo representado. Y para ello, entender la
imagen no como mera imitación de una realidad ‘objetiva’ y más ‘verdadera’, sino más
bien como dos sujetos conectados y determinándose.
En otras palabras, la relación de la imagen artística con la imagen originaria involucra una
dinámica tal que la imagen artística resulta ser un incremento de la imagen originaria, en
tanto que las posibilidades latentes de sentido o significado incrementan y se hacen
efectivas gracias a la imagen artística. Así, esta última determina a la representación o
imagen originaria, pero, de igual modo, es determinada por ella. Es decir, la imagen
artística abre horizontes de sentido que sin ella no tendrían lugar. Ello no quiere decir que
la imagen originaria requiera específicamente de una representación particular para
mostrarse, sino, más bien, que cada representación particular conforma la manifestación del
ser de lo representado. s De ahí que, se forme una unidad indisoluble entre lo representado
y la representación, en donde la representación emana de una imagen originaría como un
exceso de ser.5 (cf. Gadamer, VMI, p. 189) En palabras de Gadamer:
Cada representación viene a ser un proceso óntico que contribuye a construir el rango óntico
de lo representado. La representación supone para ello un incremento de ser. El contenido
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Es de notar que esto hace también alusión a lo que Gadamer en apartados atrás desarrolló con el concepto
de mimesis. “El que reproduce algo esta obligado a dejar unas cosas y destacar otras. Al estar mostrando
tiene que exagerar lo quiera o no. Y en este sentido se produce una desproporción óntica insuperable entre
lo que es como algo y aquello a lo que quiere asemejarse.” P. 159. Se trata pues, de una distancia
ontológica.
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propio de la imagen se determina ontológicamente como emanación de la imagen original.
(Ibid., p. 189)
Antes de pasar adelante conviene recordar que a la base del anterior planteamiento se
encuentra la ontología retomada por Gadamer y desarrollada con mayor amplitud en los
capítulos posteriores de VMI. Ello cobra especial relevancia al preguntarnos por el carácter
de esa imagen originaria mencionada. Ya vemos que varios presupuestos ontológicos se
desarrollan implícitamente a partir de las anteriores disertaciones acerca de la obra de arte
y, específicamente, de la imagen. Según esto, la referencia de la obra a una imagen
originaria se entiende como la referencia a una ‘realidad’ móvil, dinámica, que debe su
fluidez a la actividad de un mostrarse y ocultarse, esto es, a la actividad del ser descrita por
Heidegger.
Para graficar aquella relación entre imagen originaria e imagen -artística- Gadamer nos da
como ejemplo la pintura de la Rendición de Breda de Velázquez. Nos dice:
Dicho de otro modo, lo que se propone es ir más allá de un análisis iconográfico, es decir,
de la exclusiva identificación de lo representado en el cuadro. Se trata más bien de la
actualización que es la obra. Pues con ella no solo se hace referencia a una ceremonia, sino
que se muestra y adquiere realidad un evento. El gesto de sumisión y ofrecimiento, y la
aceptación del mismo, se muestran en la imagen y como tal se presentan con sentido. En
suma, la relación que guarda la imagen artística con su mundo, o con la imagen originaria,
no corresponde a la de una mera referencia enunciativa, sino a una unidad dinámica en la
que la imagen artística representa la actualización de posibilidades de sentido latentes en la
imagen originaria.
Ahora bien: he dicho que, a pesar de que Gadamer en su reflexión se refiere exclusivamente
a imágenes artísticas, sus planteamientos superan el ámbito de las artes y permiten
comprender el fenómeno icónico en general. Es cierto que la diferencia que él establece
entre la imagen copia y la imagen artística dificulta la posibilidad de que sus
consideraciones superen el ámbito de las artes plásticas. Pues pareciera que con ella reduce
la consideración ontológica de la copia a ser un simple medio enunciativo. Sin embargo,
aceptar esto, es decir, que la imagen copia sea solo un medio que se autocancela, va en
contra de varios de los planteamientos desarrollados en Verdad y Método I. Aunque
podamos distinguir entre ambos tipos de imágenes, en ambas subyace una dimensión
ontológica. Tanto la imagen copia como la imagen artística muestran posibilidades de
sentido que, o bien, son novedosas y entran en una unidad dinámica con la realidad, o
simplemente reafirman una convención.
Así pues, las imágenes copia corresponden en Boehm a las débiles y las artísticas a las
fuertes. Sin embargo, las fuertes no son en sentido estricto imágenes artísticas. Aunque en
Gadamer fueron protagonistas las de este tipo, lo cierto es que su característica va más allá
del arte. En términos generales, las imágenes fuertes son todas aquellas que “(…) inducen
procesos metabólicos con la realidad. (que) No reproducen algo simplemente, (que)
tampoco se oponen llanamente, sino que hacen posible una abigarrada ‘unidad no
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diferenciable’.” (Boehm, 2017, p. 301) Por el contrario, las imágenes débiles “Resultan ser
el auténtico producto de los medios visuales masivos de comunicación, cuya meta y
función radica en representar, difundir información por la vía ocular.” (Ibid., 2017, p. 297)
Las imágenes publicitarias, al estar determinadas por el uso que a ellas les damos, nos
aparecen como simples medios determinados a fines externos a sí mismas; fines que, en el
ultimas, se reducen al consumo de un producto. Incluso, muchas veces, no muestran un
desarrollo óntico de su referencia, sino que ocultan y tergiversan maneras (adecuadas) de
comprendernos y entender nuestro mundo. (cf. Gama, 2010, p. 165-170)
Consideración final
A pesar de la anterior interpretación, aún podemos preguntarnos por qué es lo hace que
cada imagen sea fuerte o débil. Es decir, si es la relación que tenemos con ella al tratarla
como medio, o si, más bien, en la determinación de su propio ser (en la composición de la
obra), independientemente de la relación que tengamos con ella, se halla prestablecido su
ser como medio. En pocas palabras, la cuestión es si toda imagen potencialmente se
encuentra en la posición de ser una imagen fuerte, en tanto puede dejar de ser simple medio
y llegar, en un momento determinado, a mostrar una región de lo representado que había
estado oculto en el pasado. Una respuesta a esta pregunta no es del todo fácil. En ocasiones,
como ocurre en las vanguardias y en el arte contemporáneo, imágenes que eran usadas
como propaganda o que nacieron con fines científicos ‘mutaron’, y empezaron a ser
tratadas como imágenes artísticas. Sin embargo, hay muchas otras imágenes, incluso varias
que han sido consideradas obras de arte, que parecieran haber nacido sin aquella
potencialidad y, más bien, ser una composición estéril. Sin embargo, si nos ceñimos a la
ontología afirmada por Gadamer sería algo inadecuada la segunda respuesta, pues implica
pensar el mundo como algo cerrado, inmutable y distanciado de toda relación con el ser
humano.
Ya que este texto tenía como propósito presentar los alcances que devienen al pensar la
imagen desde la hermenéutica, esta pequeña parte final la tomaré para subrayar de manera
explícita tales puntos. Por un lado, el más sugestivo de los alcances lo encuentro en la
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distinción entre imágenes fuertes y débiles, el cual nos permite comprender el
‘comportamiento’ de distintos tipos de imágenes y además su particularidad a nivel
ontológico. Desde la hermenéutica hemos dado razones que permiten distinguir y
comprender la particularidad de, por ejemplo, imágenes científicas, publicitarias, o
artísticas.
Por otro lado, a propósito de la pregunta por la diferencia entre las palabras y las imágenes
mencionada al inicio, las consideraciones de Gadamer no dan mucha luz al respecto. Pues
la posibilidad cognitiva y ontológica de la imagen no es distinta a la posibilidad que más
adelante desarrolla Gadamer en lo relacionado al lenguaje.
Bibliografía:
Gadamer, H-G.: Verdad y método. Salamanca: Sígueme. Trad. Ana Aparicio, Rafael de
Agapito, 2003.
Gama Barbosa, Luis Eduardo.: El ser de la imagen. Elementos para una concepción
hermenéutica de la imagen. En: España Alea. Revista Internacional De Fenomenología Y
Hermenéutica ISSN: 1576-4494 Ed: v.8 fasc./A p.147 - 173 ,2010.
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