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3. El régimen franquista
La situación de tensión y conflicto provocado en el seno de la sociedad
española por la política religiosa desarrollada por el gobierno de la II República, tuvo
graves consecuencias. La fuerte presión anticatólica ejercida desde el gobierno
republicano aumentó la tensión entre sus partidarios y los católicos, hasta tal punto,
que la guerra civil parecía la única vía de escape. Cualquiera que hubiese sido el
resultado de la contienda hubiera desembocado en un gobierno extremo, de
izquierdas o de derechas, amparado por la victoria. Así, saliendo vencedor el bando
denominado nacional, la conclusión inevitable fue un movimiento de péndulo que
desembocó en la instauración de un gobierno dictatorial de derechas.
Como no podía ser de otro modo, dado el componente religioso de la
contienda, una de las cuestiones fundamentales del gobierno del General Franco
fue la política religiosa. Ésta se concretó en la declaración de un Estado confesional
católico, elemento que fundamentaba la unidad política y la conciencia nacional, lo
que condicionaría toda su actuación política y legislativa futura. En palabras de
Gregorio Marañón: “el anticlericalismo triunfó con el advenimiento de la II
República, el clericalismo, en cambio, vencería con el régimen político surgido de la
guerra civil”.
Las Leyes Fundamentales del Reino, conjunto de normas supremas que
regían el Estado, contenían las notas principales de la posición estatal frente al
fenómeno religioso y, en particular, frente a la Iglesia católica.
Según una de estas Leyes, el Fuero de los Españoles (1945), "la profesión y
práctica de la Religión católica, que es la del Estado español, gozará de protección
oficial. Nadie será molestado por sus creencias religiosas en el ejercicio privado de
su culto. No se permitirán otras ceremonias ni manifestaciones externas que las de
la Religión católica". Con esa proclamación, quedaba clara la confesionalidad formal
del régimen franquista, lo cual no impedía la admisión de una tolerancia, en el
ámbito privado, para las demás creencias.
Otra de las normas fundamentales de especial significado en este
posicionamiento del Estado ante el fenómeno religioso es la Ley de Principios del
Movimiento Nacional (1958). Ésta en su principio II indica, “La Nación española
considera como timbre de honor el acatamiento a la ley de Dios, según la doctrina
de la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, única verdadera y fe insuperable
de la conciencia nacional que inspirará la legislación”; mientras en el IX sostiene:
“El ideal cristiano de la justicia social, reflejado en el Fuero del Trabajo, inspirará la
política y las leyes”. Estos Principios respecto de la cuestión religiosa suponen, sin
duda, una vuelta de tuerca más en la confesionalidad formal ya declarada por el
Régimen convirtiéndola, además, en una confesionalidad sustancial o material, al
reconocer la doctrina católica como orientación y límite de la legislación estatal.
Esta declaración de confesionalidad sólo se entiende si se tiene presente la
ideología nacional católica que Franco quiso como base de su proyecto político: la
religión católica como fundamento de la conciencia nacional.
Las formulaciones teóricas tomaron cuerpo a través de una política legislativa
favorecedora de la extensión y el desarrollo de la religión católica y sus principios
por el territorio español, para lo cual además del desarrollo unilateral de la
reglamentación de distintos aspectos del la vida del ciudadano, dada la obligación
de inspiración de esa legislación en el Derecho divino y canónico, se firmaron
distintos acuerdos con las autoridades eclesiásticas, en particular destaca la firma
de un Concordato con la Santa Sede en 1953.
Este texto concordatario, que vino a sustituir al de 1851, fue precedido de
otros convenios puntuales, de contenido específico como, el acuerdo de 1941 sobre
el modo del ejercicio del privilegio de presentación y el compromiso de no legislar
en materia mixta sin autorización de la jerarquía eclesiástica, el de 1946 sobre
seminarios y universidades de estudios eclesiásticos, o el convenio de 1950 relativo
a la jurisdicción castrense y asistencia religiosa a las Fuerzas Armadas.
Naturalmente el Texto concordatario venia a reafirmar lo ya señalado por la
legislación unilateral al indicar que las relaciones entre el Estado y la Iglesia deben
discurrir en conformidad con la Ley de Dios y que la Religión Católica …gozará de
los derechos y de las prerrogativas que le corresponden en conformidad con la Ley
Divina y el Derecho Canónico.
A principios de la década de los sesenta, el Concordato fue completado por
un Acuerdo bilateral relativo al reconocimiento de efectos civiles de estudios de
ciencias no eclesiásticas en Universidades de la Iglesia. Acuerdo firmado en 1962
que permanece vigente en la actualidad. Con todo, a finales de la misma década la
norma concordada y el modelo de sistema de Derecho eclesiástico entraron en
crisis. Y ello por dos razones: su falta de sintonía con la doctrina del Concilio
Vaticano II, como veremos a continuación, y su inadaptación a las nuevas
circunstancias de la sociedad española.
El Concilio Vaticano II y su repercusión en la política religiosa española.
Como hemos visto anteriormente, la posición del Estado ante las creencias y
confesiones no católicas fue de tolerancia, limitada al ámbito privado, en pro de la
defensa de la confesionalidad católica adoptada por el mismo. Los poderes públicos
se obligaban a intervenir restringiendo la manifestación externa del culto o
proselitismo religioso de otras creencias distintas de la católica.
Sin embargo, a partir de los años sesenta comienza a producirse un cambio
en el estatuto civil de los grupos religiosos acatólicos. En primer lugar, por el intento
del gobierno franquista por salir del aislamiento político en que se encontraba,
propiciando medidas de acercamiento a los criterios que regían el mundo
occidental. En segundo lugar, y de manera principal, como consecuencia del
Concilio Vaticano II, y de la posición que la Declaración Dignitatis Humanae adoptó
ante la libertad religiosa.
En efecto, hasta entonces la Iglesia había venido defendiendo la
confesionalidad católica, compartida con la tolerancia privada de los otros cultos,
como opción idónea en las relaciones Iglesia-Estado. Sin embargo, a raíz del
Concilio, con la mencionada Declaración, la Iglesia se decanta definitivamente por
la libertad religiosa, admitiendo la confesionalidad (católica o no) siempre que
cumpliese dos condiciones: no entrar en colisión con la libertad religiosa y, por
tanto, quedar limitada y subordinada a ella; y que se tratase de una confesionalidad
histórico-sociológica y no doctrinal (Llamazares).
Esta defensa de la libertad religiosa por parte de la Iglesia católica supuso un
cambio importante no sólo en el seno de la misma sino también en el ámbito
político español, como consecuencia del compromiso asumido por el Estado de
inspirar su legislación en la doctrina de aquélla. Así, además de poner en crisis el
Concordato de 1953, y dado que el legislador español estaba sometido a la doctrina
católica por lo establecido en las Leyes Fundamentales, tuvo un doble efecto:
1º) En el plano constitucional, la modificación en 1967 del párrafo 2º del
artículo 6 del Fuero de los Españoles en los siguientes términos: " El Estado asumirá
la protección de la libertad religiosa, que será garantizada por una eficaz tutela
jurídica que, a la vez, salvaguarde la moral y el orden público".
2º) En el plano de la legislación ordinaria, la promulgación ese mismo año de
una Ley de Libertad Religiosa desarrollando lo anterior.
ANEXO I
Art. 14: “Son de exclusiva competencia del Estado español la legislación y la ejecución directa en las materias
siguientes:
...
2. Relaciones entre las iglesias y el Estado y régimen de cultos.
...”
Art. 25: “No podrán ser fundamento de privilegio jurídico: la naturaleza, la filiación, el sexo, la clase social, la
riqueza, las ideas políticas, ni las creencias religiosas.”
Art. 26: "Todas las confesiones religiosos serán consideradas como Asociaciones sometidas a una ley especial.
El Estado, las regiones, las provincias y los municipios, no mantedrán, favorecerán, ni auxiliarán economicamente a
las Iglesias, Asociaciones e Instituciones religiosas.
Una ley especial regulará la total extinción, en un plazo máximo de dos años, del presupuesto del clero.
Quedan disueltas aquellas órdenes religiosas que estatutariamente impongan, además de los tres votos canónicos,
otro especial de obediencia a autoridad distinta de la legitima del Estado. Sus bienes serán nacionalizados y
afectados a fines benéficos y docentes.
Las demás órdenes religiosas se someterán a una ley especial votada por estas Cortes Constituyentes y ajustada a las
siguientes bases:
1ª Disolución de las que, por sus actividades, constituyan un peligro para la seguridad del estado.
2ª Inscrpción de las que deban subsistir, en un Registro especial dependiente del Ministerio de Justicia.
3ª Incapacidad de adquirir y conservar, por sí o por persona interpuesta, más bienes que los que, previa justificación,
se destinen a su vivienda o al cumplimiento directo de sus fines privativos,
4ª Prohibición de ejercer la industria, el comercio o la enseñanza.
5ª Sumisión a todas las leyes tributarias del país
6ª Obligación de rendir anualmente cuentas al Estado de la inversión de sus bienes en relación con los fines de la
Asociación.
Los bienes de las Ordenes religiosas podrán ser nacionalizados
Art. 27: “La libertad de conciencia y el derecho de profesar y practicar libremente cualquier religión quedan
garantizados en el territorio español, salvo el respeto debido a las exigencias de moral pública.
Los cementerios estarán sometidos exclusivamente a la jurisdicción civil. No podrá haber en ellos separación de
recintos por motivos religiosos.
Todas las confesiones podrán ejercer sus cultos privadamente. Las manifestaciones públicas de culto habrán de
ser, en cada caso, autorizadas por el Gobierno.
Nadie podrá ser compelido a declarar oficialmente sus creencias religiosas.
La condición religiosa no constituirá circunstancia modificativa de la personalidad civil ni política, salvo lo
dispuesto en esta Constitución para el nombramiento de Presidente de la República y para ser Presidente del Consejo
de Ministros.”
Art. 34: “Toda persona tiene derecho a emitir libremente sus ideas y opiniones, valiéndose de cualquier medio de
difusión, sin sujetarse a previa censura.”
Art. 39: “Los españoles podrán asociarse o sindicarse libremente para los distintos fines de la vida humana,
conforme a las leyes del Estado.”
Art. 48: “El servicio de la cultura es atribución esencial del Estado, y lo prestará mediante instituciones educativas
enlazadas por el sistema de escuela unificada.
La enseñanza primaria será gratuita y obligatoria.
Los maestros, profesores y catedráticos de la enseñanza oficial son funcionarios públicos. La libertad de cátedra
queda reconocida y garantizada.
La República legislará en el sentido de facilitar a los españoles económicamente necesitados el acceso a todos los
grados de enseñanza, a fin de que no se halle condicionado más que por la aptitud y la vocación.
La enseñanza será laica. hará del trabajo el eje de su actividad metodológica y se inspirará en ideales de
solidaridad humana.”
Art. 49: “La expedición de títulos académicos y profesionales corresponde exclusivamente al Estado, que
establecerá las pruebas y requisitos necesarios para obtenerlos aún en los casos de que los certificados de estudios
procedan de centros de enseñanza de las regiones autónomas. Una ley de Instrucción pública determinará la edad
escolar para cada grado, la duración de los períodos de escolaridad, el contenido de los planes pedagógicos y las
condiciones en las que se podrá autorizar la enseñanza en los establecimientos privados.”
ANEXO II
Principio III: “Serán nulas las leyes y disposiciones de cualquier clase que vulneren o menoscaben los principios
proclamados en la presente Ley Fundamental del Reino”
Principio IX: “El ideal cristiano de la justicia social, reflejado en el Fuero del Trabajo, inspirará la política y las
leyes”