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Emiliano Jimenez Hernandez - Cantar de Los Cantares Resonancias Biblicas PDF
Emiliano Jimenez Hernandez - Cantar de Los Cantares Resonancias Biblicas PDF
de los Cantares
Resonancias Bíblicas
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ORIGENES
PRESENTACION!.................................................................................................................1
a) Canto de amor!..........................................................................................................1
c) El Cantar es cantar!...................................................................................................5
PROLOGO!...........................................................................................................................9
b) Siete cantares!.........................................................................................................10
b) Besos de la palabra!...............................................................................................14
g) Cámara nupcial!......................................................................................................21
c) Casta meretriz!........................................................................................................26
a) Palabra celebrativa!................................................................................................33
b) A mi yegua te comparo!..........................................................................................34
a) Lenguaje simbólico!...............................................................................................45
e) Paloma mía!.............................................................................................................53
f) Las raposas!.............................................................................................................55
b) La noche oscura!.....................................................................................................59
a) ¿Quién es ésa?!.......................................................................................................67
b) La columna de humo!.............................................................................................68
c) La litera de Salomón!..............................................................................................69
e) La tienda de Salomón!............................................................................................73
c) Tu hablar es melodioso!.........................................................................................81
f) Jardín cerrado!.........................................................................................................86
c) La mano en la cerradura!........................................................................................94
d) Le busqué y no le hallé!.........................................................................................96
g) Ven y lo verás!.......................................................................................................107
b) Unica es mi paloma!.............................................................................................113
d) Bajé a mi nogueral!...............................................................................................116
g) Subiré a la palmera!..............................................................................................121
a) ¡Aleluya! ¡Maranatha!!...........................................................................................123
EPILOGO!.........................................................................................................................133
a) Canto de amor
El Cantar de los cantares es un canto sublime al amor del hombre y la mujer, como
reflejo, imagen y signo del amor de Dios a los hombres. Es un cancionero de bodas, que
canta la belleza de la esposa y del esposo, y la alegría de su amor. Lo que canta no es
ciertamente el amor erótico de un encuentro ocasional, sino el amor permanente, "más
fuerte que la muerte", el amor matrimonial con todos sus encantos y todas las
peripecias cotidianas de un amor para siempre y sin vuelta atrás posible.
Este amor es el que se hace signo e imagen del amor de Dios. Es así realmente
como el Dios vivo ama a su pueblo y como Israel conoce y recibe a su Señor: con esta
novedad, con este asombro, con este vigor insólito, como en el primer día de la
creación, como el día del Mar Rojo, de Pascua o del Bautismo. Lo mismo que nadie se
instala en el amor verdadero, tampoco hay rutina en la vida ante el Dios vivo. Todo es
nuevo, renovado sin cesar. Se comprende que el pueblo del éxodo y del destierro nos
haya transmitido este cántico de amor nunca rutinario y siempre joven. ¡Así es como
ama el Dios de la alianza, con esa pasión, con esa impaciencia y con ese gozo!
Los profetas, boca de Dios, nos iluminan el misterio del amor de Dios, presentando
su amor con el símbolo del amor del hombre y la mujer. El matrimonio es el signo e
imagen de la alianza de Dios con su pueblo. Dios es el esposo que ama a Israel con un
amor nupcial. En su experiencia conyugal, el profeta Oseas descubre y manifiesta el
misterio del amor esponsal de Dios e Israel. El matrimonio de Oseas se ha convertido
en signo e imagen de la alianza de Dios con su pueblo. El amor inquebrantable de
Oseas a Gomer es un gesto elocuente del amor de Dios a Israel.
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Este simbolismo nupcial del amor de Dios para con su pueblo lo repiten Jeremías,
Ezequiel e Isaías. El esposo del Cantar se identifica con Yahveh que se dirige a su
esposa Israel. El Cantar evoca la historia de las relaciones de Dios con su pueblo
orientada hacia el día de la salvación. La cautividad de Babilonia, la liberación y el
retorno a la tierra constituyen el trasfondo del Cantar, que canta lo anunciado por los
profetas: "Me desposaré contigo para siempre" (Os 2,21); "lo mismo que un joven se
casa con su novia, también tu creador se casará contigo. Y el gozo del esposo por la
esposa lo sentirá tu Dios contigo" (Is 62,15), "Yahveh crea una novedad en la tierra: la
mujer abraza al varón" (Jr 31,22).
Como hay un amor carnal, llamado eros, y quien ama según él siembra en la carne
(Gál 6,8), así existe también un amor espiritual, llamado agape, y el hombre interior, al
amar según él, siembra en el espíritu (Gál 6,8). El portador de la imagen del hombre
terreno, según el hombre exterior, se mueve por el deseo y el amor terrenos; en cambio,
el portador de la imagen del hombre celeste (1Cor 15,49) según el hombre interior se
mueve por el amor celeste. Este amor viene de Dios, que es amor (1Jn 4,7-8); se ha
manifestado en Jesucristo, que dice: "Salí del Padre y vine a estar en el mundo" (Jn
16,27s). Si este "amor permanece en nosotros, Dios permanece en nosotros" (1Jn 4,12),
según la palabra del mismo Señor: "El Padre y yo vendremos a él y haremos morada en
él" (Jn 14,23).
Bajo esta luz se entiende la interpretación rabínica del Cantar: alegoría del amor de
Dios a su pueblo. Esta interpretación es recogida por los Padres, vista en su
culminación: el amor de Cristo a la Iglesia. En el Cantar se esconde el designio de Dios
y el destino del hombre. Un lazo de fuego une al hombre con Dios. Dios, fuego ardiente,
incendia el corazón del hombre, ilumina su mente y marca el camino de sus pasos.
"Amar a Dios con todo el corazón, con toda la mente y con todas las fuerzas" es la vida
del hombre.
El lugar del encuentro, tálamo de las bodas de la asamblea de Israel con Dios, es el
Templo, que acompaña toda la historia de Israel: primero es el Tabernáculo erigido en
el desierto, luego el Templo de Salomón, el "segundo Templo" de Esdras y Nehemías y,
finalmente, el Santuario mesiánico, en el que la liturgia será totalmente agradable a
Dios con su "incienso de aromas de suavísimo perfume". Sólo en él llegará a plenitud el
amor y la unión entre Dios y su esposa.
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El Cantar es un Midrás alegórico que prolonga los textos nupciales de los profetas
para conducirlos hacia el cumplimiento de la alianza y de la plenitud del amor: el día
en que Dios será conocido por Israel y será verdaderamente amado, como anuncia el
profeta Oseas. En la interpretación rabínica, dada por el Targum y el Midrás, el
Cantar ofrece, versículo por versículo, la alegoría de toda la historia del Israel, la
pasada y la futura. Se dice en el Zohar: "Este Cantar comprende toda la Torá, toda la
obra de la creación, el misterio de los Padres; comprende el exilio en Egipto y el cántico
del mar; comprende la esencia del decálogo y la alianza del monte Sinaí y el peregrinar
de Israel por el desierto, hasta la entrada en la tierra prometida y la construcción del
templo; comprende la coronación del santo nombre celeste en el amor y la alegría;
comprende la resurrección de los muertos, hasta el día que es el sábado del Señor".
Los Padres, apoyados en esta tradición rabínica, han leído el Cantar en el mismo
sentido, comenzando por Orígenes: "El esposo es Cristo, la esposa es la Iglesia sin
mancha ni arruga". San Agustín dice a los catecúmenos: "Ya conocéis al esposo:
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Jesucristo. Y conocéis a la esposa: es la Iglesia. Honrad a la que se ha desposado como
honráis a su esposo, y así seréis hijos suyos". El Concilio Vaticano II nos presenta el
misterio de la Iglesia a través de las imágenes que aparecen en el Cantar: pueblo,
viña, rebaño, cuerpo, esposa. Lo mismo que el hombre y la mujer están unidos en una
sola carne, también lo están Cristo y la Iglesia, ya que "él se entregó por ella para
santificarla, purificándola con el baño del agua acompañado de la palabra; porque
quería presentársela a sí mismo resplandeciente, sin mancha ni arruga, ni nada
semejante, sino santa e inmaculada" (Ef 5,25-27). La confesión de fe cristiana
identifica con Cristo al amado, mientras que la amada se convierte en figura de la
Iglesia, comprendida en su totalidad o vista de un modo singular, pues la Iglesia se
realiza en cada bautizado. La interpretación espiritual, dice Orígenes, aplica estas
palabras a la relación de la Iglesia con Cristo, bajo la denominación de esposa y de
esposo, y a la unión del alma con el Verbo de Dios.
Cristo dejó la casa del Padre para unirse a su esposa, haciéndose con ella un solo
espíritu (1Cor 6,17). "Grande misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y la Iglesia" (Ef
5,32). La alusión a la unión de Adán y Eva (Gén 2,21-22), le lleva a Pablo a descubrir
el misterio de la unión de Cristo, nuevo Adán, y la Iglesia, su esposa. En efecto, como
de Adán dormido fue formada la mujer, así de Cristo dormido en la cruz fue formada la
Iglesia e incorporada a él. Como la mujer fue formada del costado de Adán, así
también la Iglesia lo fue del costado abierto de Cristo (Jn 19,34-35). Del costado de
Cristo brotó sangre y agua. Quien lo vio da testimonio de ello (Jn 19,35). Con el agua,
que brotaba de la roca de Cristo (1Cor 10,4), la Iglesia fue santificada, purificada en el
bautismo, para ser presentada al Esposo resplandeciente, sin mancha ni arruga, sino
santa e inmaculada (Ef 5,26-27). Con la sangre del costado traspasado por la lanza fue
redimida y unida a Cristo en alianza nueva y eterna (Lc 22,20; 1Cor 11,23).
Cuando Dios condujo la mujer a Adán, éste exclamó: "Esta sí que es hueso de mis
huesos y carne de mi carne. Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a
su mujer, y se hacen una sola carne" (Gén 2,22-23). Pablo dice de Cristo y de la Iglesia
lo mismo, pues somos miembros del cuerpo de Cristo: carne de su carne y hueso de sus
huesos. Cristo tomó nuestra carne humana y, al mismo tiempo, se dio totalmente a la
Iglesia, a la que dice: "Tomad y comed, esto es mi cuerpo", "tomad y bebed, ésta es mi
sangre" (Mt 26,26-28). Unidos a Cristo, nos hacemos un solo espíritu con él (1Cor
6,17). Este es el amor, el beso de su boca, con el que la esposa, cual casta virgen, ha
sido desposada con un solo Esposo, Cristo (2Cor 11,1). En el bautismo el rey de la
gloria viste a su esposa con el habito nupcial (Mt 22,11-12), la túnica blanca con la que
seguirá al Esposo al banquete de la Jerusalén celestial (Ap 3,4; 21,2ss). Entre la
inauguración y la consumación, las nupcias de Cristo con la Iglesia se celebran en la
vida sacramental. Dice Teodoreto: "Al comer los miembros del Esposo y beber su
sangre, realizamos una unión nupcial".
c) El Cantar es cantar
Hay que leer o mejor oír el Cantar dejando que broten las analogías que evoca. Nos
hallamos, más que ante unas palabras escritas, ante unas voces que cantan. La
palabra está modulada por la música del amor. En él resuenan todas las modulaciones
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de la palabra oral en el encuentro de los amantes, que se interpelan y se responden
con todos los tonos de voz que el amor sabe inventar. El cantar es cantar: "la música
callada, la soledad sonora en el silbo de los aires amorosos" (S. Juan de la Cruz). No
habla simplemente del amor. ¡Canta al amor! El amor inefable se desborda del corazón
a los labios, con sus llamadas, ecos, preguntas, réplicas, deseos y gozos. Cada momento
de presencia reanima las brasas del amor, para mantener vivo el corazón en la
ausencia, en vela para un nuevo encuentro.
Como amonesta Gregorio de Nisa, quien se encuentre aún sometido a las pasiones
no puede escuchar la palabra del Cantar. Para poder penetrar en los escondidos
misterios que se revelan en este libro necesita salir de sí mismo, dar muerte al hombre
de pecado. Para acercarse a la montaña santa, donde resuena la voz del Amado, es
necesario lavar antes los vestidos del corazón (Ex 19,10ss). Sólo así será posible
escuchar, sin morir, el sonido de la trompeta, que resuena con fuerza (Ex 19,13.16),
pues es la voz de Dios, que humea como fuego devorador (Ex 19,18). La voz santa, que
nos llega desde el santo de los santos, sólo puede escucharla quien ya ha sido caldeado
por el fuego que el Señor ha venido a traer a la tierra (Lc 12,49). "Vosotros, los que
siguiendo el consejo de Pablo, os habéis despojado, como de un vestido miserable, del
hombre viejo con sus obras y ambiciones, y que os habéis vestido por la pureza de
vuestra vida con los vestidos espléndidos que el Señor mostró el día de su
transfiguración en el monte, o mejor dicho, que os habéis revestido de nuestro Señor
Jesucristo, con su santa túnica, y os habéis transfigurado con él para veros libres de
pasión, oíd los misterios del Cantar de los cantares. Entrad en la incorruptible cámara
nupcial, vestidos de la túnica blanca de pensamientos puros y sin mancha".
Lo mismo dice San Gregorio Magno, uniendo el Evangelio de las bodas y el Cantar:
"Hemos de venir a estas santas bodas del Esposo y la Esposa con el traje nupcial, pues
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si no nos hemos vestido con el traje nupcial seremos expulsados de este banquete
nupcial a las tinieblas exteriores, es decir, a la ceguera de la ignorancia". Cuantos,
siguiendo el consejo de Pablo, se han despojado del hombre viejo (Col 3,9) y se han
revestido de las cándidas vestiduras del Señor, con las que él se mostró durante la
transfiguración (Mt 17,2), mejor aún, se han revestido del mismo Señor Jesucristo
(Rom 13,14;Ap 6,11) y se han transfigurado con él (Flp 3,10.21), ellos pueden escuchar
los misterios del Cantar de los Cantares. Sólo se entra en el interior de la inmaculada
estancia nupcial revestidos de vestiduras blancas (Mt 22,10-13). Vestido de esposa, el
bautizado puede unirse con Cristo en el amor. No se entra en la cámara nupcial con el
espíritu de temor (1Jn 4,18), ni movido por interés, en busca de dones, sino buscando
al que es la fuente de todos los dones. Entra quien ama al esposo con todo el corazón,
con toda la mente y con todas sus fuerzas (Dt 6,5).
Orígenes confiesa que, a veces, es difícil descubrir todos los significados de las
palabras de la Escritura: "Me parece encontrarme en situación parecida a la de quien
sale a rastrear la caza, valiéndose del olfato de un buen galgo. Ocurre alguna vez que,
mientras el cazador, atento sólo a las huellas, cree estar ya cerca de las ocultas
madrigueras, de repente el perro pierde el rastro y tiene que volver sobre sus pasos
por las sendas ya recorridas, aguzando aún más el olfato, hasta que halla el punto en
que la caza tomó, sin que la vieran, otro sendero; y cuando el cazador da con éste, lo
sigue más animado por la esperanza cierta de la presa. También nosotros, cuando
perdemos el rastro de la explicación, volvemos un poco sobre nuestros pasos, con la
esperanza de que el Señor ponga en nuestras manos la caza y que nosotros,
preparándola y sazonándola según la ciencia de la madre Raquel, con la salsa de la
palabra, merezcamos obtener las bendiciones del padre Jacob (Gén 49,1ss). Esto
supone repetir a veces lo mismo para dar con el significado más adecuado".
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Fray Luis de León reconoce que muchas veces la lengua no alcanza al corazón
cuando trata de expresar el entrañable amor de Cristo a su Iglesia: "Bajo los amorosos
requiebros explica el Espíritu Santo la encarnación de Cristo y el entrañable amor que
tuvo siempre a su Iglesia". Este amor es el corazón del Cantar de los cantares. Amor
escondido bajo la corteza de la letra. Quien no ha gustado este amor de Dios no rompe
la corteza, quedándose como quien contempla un baile sin escuchar la música que
mueve los pies.
Gregorio de Nisa, sin embargo, nos anima: "Quienes emprenden un viaje más allá
del mar, movidos por la esperanza de una ganancia, cuando se hallan en alta mar,
elevan una oración a Dios, pidiéndole que un viento suave y favorable hinche las velas
y envista, según el deseo del timonel, por la popa. Pues, si el viento sopla según sus
deseos, es agradable el mar, que espléndidamente se encrespa con sus plácidas olas,
mientras la nave se desliza con facilidad sobre las aguas. Ante los ojos de todos
fulguran las riquezas que esperan alcanzar, pues la bonanza del mar es buen presagio
de ello. Así a nosotros nos esperan grandes riquezas, mediante esta navegación en la
barca de la Iglesia. Para ello, también nosotros elevamos a Dios nuestra plegaria,
pidiéndole el viento suave y favorable del Espíritu Santo, para deslizarnos por las olas
del texto y llegar al conocimiento del amor de Dios hacia nosotros, manifestado en la
unión de Cristo con su Iglesia".
Orígenes nos exhorta con las palabras que dirigía a sus oyentes: "Escucha el
Cantar de los cantares y apresúrate a repetir con la Esposa lo que dice la Esposa, para
poder oír lo que ella misma oyó". Sólo el hombre "espiritual", es decir, el hombre dócil
al Espíritu de Dios, puede oír el Cantar como revelación del amor más alto, pues el
Espíritu le abre el acceso al misterio del corazón de Dios. Como dice San Bernardo: "El
amor habla aquí por doquier. Y si alguno quiere adquirir alguna inteligencia de él, ha
de amar. El que no ama, en vano escuchará o leerá este Cantar de amor, pues sus
palabras inflamadas no pueden ser comprendidas por un alma fría". Quienes lo viven
reconocen "lo que pasa entre Dios y el alma", dice Santa Teresa a sus hermanas,
comentándolas el Cantar.
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PROLOGO
El primer cántico lo entonó Adán cuando fue absuelto de su pecado, ya que llegó el
Sábado y lo defendió. Entonces Adán abrió su boca y dijo: "Salmo, cántico para el día
del Sábado" (Sal 92,1). El segundo cántico lo cantó Moisés con lo hijos de Israel cuando
Yahveh les abrió el Mar Rojo: "Entonces Moisés y los hijos de Israel cantaron la
alabanza" (Ex 15,1). El tercer cántico lo cantaron los hijos de Israel cuando les fue
dado el pozo de agua: "Entonces Israel cantó la alabanza" (Nú 21,17). El cuarto cántico
lo dijo Moisés, profeta, cuando le llegó el tiempo de partir de este mundo. Con el canto
amonestó a la casa de Israel, como está escrito: "Escuchad, cielos, y hablaré" (Dt 32,1).
El quinto cántico lo entonó Josué cuando luchó contra Gabaón y el sol y la luna se
pararon treinta y dos horas, cesando en su cántico. Josué pidió al sol que se callase y
el sol dijo a Josué: Y mientras yo calle, ¿quién dirá la alabanza del Santo? Josué le
respondió: Tú, calla, y seré yo quien diga un canto en tu lugar. Entonces "Josué cantó
la alabanza delante del Señor" (Jos 10,12). El sexto cántico lo entonaron Barac y
Débora el día en que el Señor puso a Sísara y a su siervos en manos de los hijos de
Israel: "Y Débora y Barac cantaron la alabanza" (Jos 5,1). El séptimo cántico lo dijo
Ana, cuando le fue dado un hijo de parte del Señor: "Y Ana oró en profecía y
dijo" (1Sam 2,1). El octavo cántico lo entonó David, rey de Israel, por todos los
prodigios que el Señor había hecho en su favor: "David en profecía cantó la alabanza
delante del Señor" (2Sam 22,1).
El noveno cántico lo dijo Salomón, rey de Israel, en Espíritu Santo, delante del
Soberano de todo el mundo, el Señor (Cant 1,1). ¿Con qué se puede comparar esto? Con
un barril lleno de piedras preciosas y perlas, cubierto con un cobertor de hilo y
escondido en un rincón, sin que nadie supiera lo que había dentro. Llegó uno y lo volcó
y todos descubrieron el tesoro. Es lo que hizo Salomón, cuyo corazón rebosaba
sabiduría. Cuando la santa inspiración se posó sobre él nos descubrió el tesoro
escondido en la Torá, los amores entrañables del Rey a la asamblea de Israel. Hasta
que surgió Salomón nadie pudo penetrar en el misterio del amor de Dios, oculto bajo
las palabras de la Torá.
El décimo cántico lo entonarán los redimidos cuando sean rescatados del exilio,
como está escrito: "Los rescatados del Señor volverán a Sión con un cántico de triunfo,
una alegría perpetua coronará su cabeza" (Is 51,11). "Aquel cántico será alegría para
vosotros, como la noche en que se celebra la fiesta de Pascua y hay alegría en el
corazón del pueblo que aparece delante del Señor tres veces al año con varias especies
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de instrumentos y al son del tímpano, sobre el monte del Señor, para dar culto al
Señor, el fuerte de Israel (Is 30,29)".2
R. Aqiba dijo "que toda la historia no vale lo que el día en que fue compuesto el
Cantar de los Cantares. ¿Por qué así? Porque si todos los Escritos son santos, el
Cantar de los Cantares es el Santo de los Santos". Como el santo de los santos, el
Cantar es una palabra incandescente. El Cantar es como harina candeal, es el mejor
de los cantares, el más excelso, el más exquisito. En todas las canciones de la Escritura
o Dios alaba a Israel (Dt 32,13) o Israel alaba a Dios (Ex 15,2); pero en el Cantar de los
Cantares Israel alaba a Dios y Dios alaba a Israel. El dice: "¡qué hermosa eres, mi
amor!" (1,15), e Israel dice: "¡Qué hermoso eres, amado mío, qué delicioso!" (1,16).
En el Zohar encontramos el elogio más sublime del Cantar: "Este cántico lo profirió
el rey Salomón cuando fue construido el Templo a imagen del Templo celeste. Cuando
el Templo inferior fue construido hubo tal alegría ante el Santo como no la había
habido desde el día en que fue creado el mundo hasta aquel día. Entonces el mundo
fue puesto sobre su fundamento y todas las ventanas del cielo se abrieron de par en
par para irradiar luz; nunca antes hubo tanta alegría como la de aquel día; entonces
todos los seres del cielo y de la tierra entonaron un canto: el Cantar de los cantares.
Este himno de alabanza, santo de los santos, comprende toda la Torá; en él participan
los seres del cielo y los de la tierra. Es el canto imagen del mundo celeste, que es el
sábado supremo; es el canto con el que el santo Nombre celeste es coronado: por ello es
el 'santo de los santos'. Este es el canto de alabanza de la Asamblea de Israel cuando
es coronada en el cielo; en ningún himno del mundo se complace el Santo cuanto en
este himno".
b) Siete cantares
También Orígenes indaga sobre los cantares de los que éste se dice ser el Cantar:
"Pienso que estos cantares son aquellos que desde hacía tiempo se venían cantando
por obra de los profetas y de los ángeles, es decir, por los amigos del Esposo. En cambio
éste es el Cantar propio del Esposo a punto de recibir a su esposa. En él la esposa no
quiere ya que le canten los amigos del Esposo, sino que anhela las palabras del Esposo
en persona, presente ya cuando dice: Que me bese con besos de su boca. Los demás
cantares, que la ley y los profetas cantaron, parecen haber sido cantados a la esposa
todavía niña, cuando aún no había pasado los umbrales de la edad madura, mientras
que este Cantar parece estar cantado a la esposa adulta, apta para el vigor fecundante
del varón. Por ello se dice de ella que es paloma única y perfecta, y así, en cuanto
esposa perfecta de un esposo perfecto, ha concebido palabras de doctrina perfecta".
El primer cantar lo cantaron Moisés y los hijos de Israel cuando vieron a los
egipcios muertos en la orilla del mar; al ver la mano fuerte y el tenso brazo del Señor
entonaron: "Cantemos al Señor, pues gloriosamente se ha cubierto de gloria" (Ex 15,1).
Este canto lo cantará todo el que haya sido liberado de la esclavitud de Egipto. Pero
aún no puede cantar el Cantar de los Cantares. Para ello, deberá antes caminar a pie
San Bernardo comenta: "Yo creo justa la designación de Cantar de los cantares por
ser fruto de todos los demás. Es un canto que inspira sólo devoción y sólo enseña
experiencia. No es un simple sonido de la boca, sino júbilo del corazón; no es un
retintín de los labios, sino una pulsación de la alegría; es un acorde de voluntades y no
sólo de voces. No es allá fuera donde se oye, no es en la calle donde suena; tan sólo lo
oye aquella que lo canta; tan sólo aquel a quien se canta: la esposa y el esposo. Es un
canto de bodas y celebra el abrazo puro, encantador, de corazones, el acorde de un arte
de sentir y de vivir, su unísona y recíproca tensión de amor. Es el canto apropiado para
el que, bajo la guarda y cuidado de Dios, ha llegado a la mayoría de edad, ha
madurado hasta la edad del matrimonio y está preparado para la unión nupcial con el
esposo celeste".
3Así recorre Orígenes los seis cánticos, que para él, preceden al Cantar de los Cantares, que es el séptimo y perfecto
Cantar.
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el soplo del Espíritu Santo: "Jesús sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu
Santo" (Jn 20,22).
El Espíritu Santo, beso mutuo del Padre y el Hijo, es quien inspira el Cantar y
quien lo hace cantar a la esposa del Padre y del Hijo, a Israel y a la Iglesia, que piden
a su esposo: ¡Que me bese con el beso de su boca! Sólo en el beso la esposa conoce al
esposo, en quien halla vida eterna: "Esta es la vida eterna: conocerte a ti, único Dios
verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo" (Jn 17,3). "El Espíritu, que sondea
hasta las profundidades de Dios, es quien nos lo ha revelado" (1Cor 2,10).
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1. BESOS DE SU BOCA: 1,2-4
El Cantar comienza con el suspiro interior, que brota del corazón de la amada:
"Que me bese con besos de su boca" (1,2). Es el deseo de toda la persona, en cuanto
espíritu encarnado. La palabra de la amada, con la mención del beso, del vino, de la
fragancia de los perfumes, del bálsamo y de las caricias, implica todos los sentidos:
oído, tacto, olfato, gusto y vista. Como comenta Juan Pablo II: "Ya los primeros
versículos del Cantar nos introducen inmediatamente en la atmósfera de todo el
poema, en el que parecen moverse el esposo y la esposa dentro del círculo trazado por
la irradiación del amor. Las palabras de los esposos, sus movimientos, sus gestos
corresponden al movimiento interior de los corazones. Sólo a través del prisma de ese
movimiento es posible comprender el lenguaje del cuerpo".
El beso, primera palabra del Cantar, transmite con su hálito la vida: "Dios formó al
hombre con polvo del suelo e insufló en sus narices aliento de vida, y el hombre se
convirtió en ser vivo" (Gén 2,7). La amada añora los días del Edén, cuando gustaba las
delicias del amor de Dios, más sabroso que el vino, que alegra el corazón del hombre
(Sal 104,15): "Gustad y ved qué bueno es el Señor" (Sal 34,9). ¡Cómo no amarle! El
amor de Dios es el "vino bueno" guardado en sus bodegas (Jn 2,10). Y con el vino, la
amada añora los perfumes del paraíso con su fragancia original. Toda enamorada sabe
reconocer y amar el aroma personal de su amado. El olfato se adelanta a la vista. La
presencia, aún invisible del amado, se deja sentir ya en el perfume que difunde a su
alrededor. Es la fragancia de Dios, "paseándose entre los árboles del jardín a la hora
de la brisa de la tarde" (Gén 3,9), lo que la amada anhela sentir. La amada,
embriagada por el "perfume de fiesta con su olor a mirra, áloe y acacia" (Sal 45,8s), con
que es ungido el amado para las bodas, suspira: "¡Ah, llévame contigo al tálamo
nupcial para celebrar nuestra fiesta!". "Atráeme a ti con lazos de amor, con cuerdas de
cariño" (Os 11,4); introdúceme en "la sala alta, en la sala interior" (He 1,13), en el
Santo de los Santos del templo (1Cro 28,11), donde reside el Arca de tu presencia (Ex
30,6). Los patriarcas, profetas y justos (Mt 13,17) unen su ardiente deseo en este
suspiro: "¡Que me bese con besos de su boca!."
b) Besos de la palabra
El término hebreo Dabar significa palabra y hecho. La comunidad de Israel, amada
de Dios, recibe en el Sinaí su palabra. Entonces ve, oye, besa, palpa y gusta la palabra.
La Torá, que el Señor le da, es alegría que recrea más que las riquezas, deleite del
corazón, cantar en tierra extranjera, más valiosa que miles de monedas de oro y plata,
antorcha para los pies, luz para el sendero, refugio y escudo... Maravillosas son tus
palabras, al abrirse iluminan a los sencillos ¡Son dulces al paladar, más que miel en la
boca! Mi alma languidece esperando tu palabra; mira, languidecen mis ojos, ¿cuándo
vas a consolarme? (Cfr Sal 119).
El Cantar de los Cantares fue escrito, dicen los rabinos, en el Sinaí; por eso
comienza: "Que me bese con besos de su boca". La Palabra decía: ¿Aceptáis como Dios
al Santo? Ellos respondían: Sí, sí. Al punto la Palabra les besaba en la boca,
grabándose en ellos: "para no olvidarte de las cosas que tus ojos han visto" (Dt 4,9), es
decir, cómo la Palabra hablaba contigo. El pueblo ve, oye y besa cada una de las diez
palabras de la misma boca de Dios, sin intermediario alguno, por eso dice: "que me
bese con los besos de su boca". Según el Midrás, cuando Dios hablaba, salían de su
boca truenos y llamas de fuego. Así vieron su gloria. La voz iba y venía a sus oídos. La
voz se apartaba de sus oídos y la besaban en la boca, y de nuevo se apartaba de su
boca y volvía al oído.
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Luego, ante el temor a morir, el pueblo se dirige a Moisés y le dice: Moisés, se tú
nuestro mediador: "Habla tú con nosotros y te escucharemos" (Ex 20,16), "¿por qué
tenemos que morir?" (Dt 5,22). Así se dirigían a Moisés para aprender, pero olvidaban
lo que escuchaban. Entonces se decían: como Moisés es humano, también su palabra
es perecedera. Le dijeron: ¡Moisés, ojalá se nos revele el Santo por segunda vez; ojalá
"que nos bese con los besos de su boca"; ojalá que grabe las palabras de la Torá en
nuestros corazones como en la vez primera. Moisés les contestó: No está previsto para
ahora, sino para el futuro: "después de aquellos días pondré mi ley en su interior y la
escribiré en su corazón" (Jr 31,20). El Mesías cumplirá esta palabra. Los creyentes en
él podrán decir: "En mi corazón he escondido tu palabra para que no pueda pecar
contra Ti" (Sal 119,11).
Mejores son tus amores que el vino. Las palabras de la Torá, besos de la boca de
Dios, son mejores que el vino. Se parecen una a otra como los pechos de una mujer; son
compañeras una de otra; están entrelazadas una con otra y se esclarecen mutuamente.
La Torá es comparada con el agua, con el vino, con el ungüento, con la miel y con la
leche. Como el agua es vida del mundo, "la fuente del jardín es pozo de agua
viva" (Cant 4,15), "pues sus palabras son vida para quienes las encuentran" (Pr 4,22).
Agua y palabra descienden del cielo, como don de Dios: "Al sonar de su voz se forma un
tropel de aguas en los cielos" (Jr 10,13), "pues desde el cielo he hablado con
vosotros" (Ex 20,19). Es la voz potente del Señor, envuelta en truenos y relámpagos:
"la voz de Yahveh sobre las aguas", pues "al tercer día, de mañana, hubo truenos y
relámpagos" (Ex 19,16). Agua y palabra purifican al hombre de su impureza, "rociaré
sobre vosotros agua pura y os purificaréis" (Ez 36,25). Y, como el agua no apetece si no
se tiene sed, tampoco se encuentra gusto en la Torá si no se tiene sed. Como el agua
abandona los lugares altos y fluye hacia las profundidades, así la Torá abandona a los
orgullosos y se une a los humildes. Y como el agua se conserva, no en recipientes de
oro ni de plata, sino en recipientes más baratos, así la Torá no se mantiene más que
en quien se considera como un recipiente de barro.
¿Acaso se puede decir que, así como el agua se corrompe en una vasija, lo mismo
sucede con la Torá? No, porque dice la Escritura que "la Torá es como el vino"; y así
como el vino mientras madura en el tonel mejora su calidad, así también las palabras
de la Torá, mientras reposan en el hombre acrecientan su grandeza. ¿Acaso se puede
decir que, así como el agua no alegra el corazón, lo mismo sucede con la Torá? No,
porque dice la Escritura que "la Torá es como el vino"; y así como "el vino alegra el
corazón del hombre" (Sal 104,5), así también las palabras de la Torá "alegran el
corazón" (Sal 19,9).
¿Acaso se puede decir que, como el vino es a veces pernicioso tanto para el cuerpo
como para la cabeza, lo mismo sucede con la Torá? No, porque la Escritura dice que "la
Torá es como ungüento" (Cant 1,3); y como el ungüento es agradable para el cuerpo y
la cabeza, así también las palabras de la Torá son agradables para el cuerpo y la
cabeza, "lámpara de aceite para mis pies son tus palabras" (Sal 119,105). Por eso dice
la amada: "el aroma de tus ungüentos es delicioso" (Cant 1,3); se refiere a los
ungüentos de la Torá. Cuando tienes en la mano una copa llena de aceite a rebosar,
por cada gota de agua que le cae se derrama una de aceite, así por cada palabra de
Torá que entra en el corazón, sale una palabra de frivolidad; y al contrario, por cada
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palabra de frivolidad que entra en el corazón, sale una de Torá. Pero, ¿acaso se puede
decir que, así como el aceite comienza siendo amargo y termina por ser dulce, lo mismo
sucede con la Torá? No, porque la Escritura dice que "la Torá es como miel y
leche" (Cant 4,11); y así como éstas son dulces desde el principio, así también las
palabras de la Torá son "más dulces que la miel" (Sal 19,11). ¿Acaso se puede decir
que, así como la leche es insípida, lo mismo sucede con la Torá? No, porque la
Escritura dice "miel y leche", y así como la miel y la leche, al mezclarse, no perjudican
al cuerpo, así también la Torá "será salud para tu vientre" (Pr 3,8), pues sus palabras
"son vida para quienes las hallan" (Pr 4,22).
Gregorio de Nisa nota que no es el esposo, como sucede entre los hombres, quien
comienza a hablar, sino la esposa. La casta virgen se anticipa al esposo,
manifestándole abiertamente el deseo de sus besos. Los buenos padrinos de bodas,
patriarcas y profetas, le han prometido tales "dones nupciales" (remisión de los
pecados, cancelación de las iniquidades, transformación de la misma naturaleza
corruptible en incorruptible, la delicia del Paraíso, la alegría sin fin) que han suscitado
en ella el ardiente deseo del esposo, fuente de tales dones. Cuando estos amigos del
novio, oyendo la voz del novio, se alegran y exultan (Jn 3,29), la esposa exclama: "Que
me bese con los besos de su boca". El Espíritu hace hablar así a la esposa, pues "el
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Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos cómo pedir lo
que nos conviene; mas el Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables, y el
que escruta los corazones conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y su intercesión en
favor de los santos es según Dios" (Rom 8,26-27).
Así, pues, una vez que la esposa ha recibido del esposo, además de la dote, los
regalos esponsales, ahora se ve atormentada por el deseo de su amor; se consume,
abatida, lejos de su esposo y anhela verlo y disfrutar de sus besos. Y como el esposo se
demora, recurre a la oración a Dios, sabiendo que El es el Padre del esposo. Levanta
sus manos puras, sin ira ni contienda, vestida con decencia y modestia (1Tim 2,8s) y,
abrasada por el deseo y atormentada por una herida interna de amor, lanza su oración
a Dios y le pide: ¡Que me bese con los besos de su boca!
Le sucede a la esposa lo mismo que a Moisés; después de haber hablado con Dios
boca a boca (Ex 33,11), se sintió con deseos mayores de los besos de su boca, hasta
pedir al Señor que le mostrara su rostro (Ex 33,12-18). Cuanto más se muestra el
Señor mayor es el deseo de contemplarle. Su presencia no apaga la sed de él, sino que
suscita el grito: Maranatha. Su amor suscita amor cada vez más ardiente. Gracias a
las primicias del Espíritu (Rom 8,23) que ha recibido, la esposa siente el deseo de
penetrar en las profundidades de Dios, que sólo conoce el Espíritu de Dios (1Cor
2,10ss). Desea ser arrebatada, como Pablo, hasta el tercer cielo y escuchar las palabras
inefables, que el hombre no puede pronunciar (2Cor 12,2s).
Como sus palabras son espíritu y vida (Jn 6,63), quien se une a él, pasa de la
muerte a la vida (Jn 5,24) y, con ello, se la enciende el deseo de llegar a la fuente de la
vida (Jn 4,14), que es la boca del esposo, de la que brotan palabras de vida eterna (Jn
6,68). Pero para beber de esta agua es necesario acercar la boca a la boca del Señor: "Si
alguno tiene sed venga a mí y beba" (Jn 7,37). El Señor, quiere que todos se salven
(1Tim 2,4) y no deja a quienes lo desean sin el beso de su boca. Por ello reprocha a
Simón el leproso: "Tú no me has besado" (Lc 7,45). Si lo hubieras hecho habrías
quedado limpio de tu enfermedad. Pero como él no sentía amor, quedó insensible al
deseo de Dios. La pecadora, en cambio, "porque amaba mucho", "desde que entré no ha
dejado de besarme" (Lc 7,45.47).
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pechos y la fragancia de su perfume, exclama: "Tus pechos4 son mejores que el vino, y
el olor de tus perfumes, superior a todos los aromas". En tus pechos se ocultan "todos
los tesoros de la sabiduría y de la ciencia" (Col 2,3). El vino recibido antes de tu venida,
por medio de la ley y los profetas, alegraba mi corazón (Sal 103), pero ahora, al
contemplar los tesoros que escondían tus pechos, estupefacta de admiración, veo que
son mejores que el vino. Es el vino bueno de Caná de Galilea. Cuando se acabó el viejo,
Jesús dio otro vino mucho más excelente que el anterior: "Todo el mundo pone primero
el vino bueno, y cuando ya están bebidos, el inferior; tú en cambio has guardado el vino
bueno hasta ahora" (Jn 2,1ss).
Comenta Filón de Carpasia: Los dos pechos son los dos Testamentos, con los que
son amamantados los hijos de la Iglesia. Esta bebida, palabra de la boca de Dios, que
se derrama como lluvia, que cae como rocío sobre la hierba verde (Dt 32,1-2), es mejor
que el vino. ¿Qué mayor alegría que escuchar en el primer Testamento: "Yo mismo
cancelo tus pecados y no los volveré a recordar" (Is 43,25;Jr 31,34)? ¿Qué mayor gozo
que volverse al Nuevo Testamento y oír: "Al que venga a mí no lo echaré fuera" (Jn
6,37)? Como ambos pechos están adheridos al corazón, así los dos Testamentos
proceden del mismo Espíritu, del corazón de Dios, que difunde su amor inagotable.
Realmente puede decir la esposa: "Rebosante está tu copa, con la que me
embriagas" (Sal 22,5). Y con Jeremías puede repetir: "Se me estremeció el corazón en
mis adentros, me quedé como un borracho por causa de Yahveh y de sus santas
palabras" (Jr 23,9). Ante la sublimidad de esta embriaguez del conocimiento de Cristo
todo lo demás es nada (Flp 3,7-8). Con esta embriaguez los mártires iban cantando a la
muerte. Sí, amaremos tus pechos más que el vino. "En este gozo el alma queda
embebida con una manera de borrachez divina, suspedida de los pechos de su
costado" (Santa Teresa de Jesús).
Cristo no fue ungido por los hombres con aceite o ungüento material, sino que el
Padre, al señalarlo como salvador del mundo, lo ungió con el Espíritu Santo. Como
dice Pedro: "Dios ungió a Jesús de Nazaret con poder del Espíritu Santo"; en los
salmos hallamos estas palabras: "el Señor, tu Dios, te ha ungido con aceite de júbilo
entre todos tus compañeros". El Señor fue ungido con una aceite de júbilo espiritual,
esto es, con el Espíritu Santo, llamado aceite de júbilo, porque es el autor del júbilo
espiritual; pero vosotros, al ser ungidos materialmente, habéis sido hecho partícipes de
la naturaleza de Cristo.
Por lo demás, no pienses que es éste un ungüento común y corriente. Pues, del
mismo modo que el pan eucarístico, después de la invocación del Espíritu Santo, no es
pan corriente, sino el cuerpo de Cristo, así también este santo ungüento, después de la
invocación, ya no es un ungüento simple o común, sino don de Cristo y del Espíritu
Santo, ya que realiza, por la presencia de la divinidad, aquello que significa. Tu frente
y los sentidos de tu cuerpo son ungidos simbólicamente y, por esta unción visible de tu
cuerpo, el alma es santificada por el Espíritu Santo, dador de vida.
Ni Salomón en todo el esplendor de su reino vistió como uno de los pequeños del
reino de Cristo (Mt 6,28-29). Pues el nombre de Cristo, Ungido, es perfume derramado
sobre nosotros, transformándonos en "el buen olor de Cristo" (2Cor 2,15). El nombre de
Cristo es perfume derramado, cuyo olor se difunde allí donde es anunciado el
Evangelio por la Iglesia (Mt 26,13). Por ello le aman las doncellas y corren tras él,
como la hemorroísa, que se acercó a él por detrás y tocó la orla de su manto (Mt
9,20-22) y la cananea, que corría gritando detrás de él y fue escuchada (Mt 15,23).
Ambas corrieron con su fe, como doncellas, detrás del Señor. También Pablo ha corrido
su carrera en la fe hasta llegar a la meta y recibir la corona de la gloria (2Tim 4,6ss).
Este amor exultante entre el amado y la amada se irradia y envuelve a las doncellas
que también se enamoran del amado. En torno a la amada se forma un círculo de
compañeras, que se sienten atraídas por ella hacia el amado. Invitadas por la amada
-"¡Corramos!"- emprenden el camino, o mejor, la carrera en busca del amado.
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manos en medio de ellos, santificarán mi nombre" (Is 29,23). Todos te bendecirán
cantando a coro: "¡Se han visto, oh Dios tus procesiones: delante los cantores, los
músicos detrás y en medio las doncellas tocando adufes" (Sal 68,26). A la voz de tus
prodigios con la casa de Israel, todas las naciones oyeron tu fama. Tu nombre, que es
más puro que el ungüento de la consagración de reyes y sacerdotes (Ex 30,22-33), se
ha difundido por toda la tierra. La hija de Sión desea que todas las naciones conozcan
el Nombre del único Señor y proclamen su gloria.
"Perfume derramado es tu nombre, por eso te aman las doncellas y corren al olor
de tus perfumes". Estas palabras, dice Orígenes, encierran una profecía. Con la venida
de nuestro Señor y Salvador, su nombre se difundió por toda la tierra: "Pues nosotros
somos para Dios el buen olor de Cristo entre los que se salvan" (2Cor 2,15), es decir,
las doncellas, que están creciendo en edad y en belleza, que cambian constantemente,
de día en día se renuevan y se revisten del hombre nuevo, creado según Dios (2Cor
4,16; Ef 4,23). Por estas doncellas se anonadó (Flp 2,7) aquel que tenía la condición de
Dios, a fin de que su nombre se convirtiera en perfume derramado, de modo que no
siguiera habitando en una luz inaccesible (1Tim 6,16;Flp 2,7), sino que se hiciera carne
(Jn 1,14), para que estas doncellas pudieran atraerlo hacia sí. Ellas le atraen mediante
la fe en su nombre, porque Cristo, al ver a dos o tres reunidos en su nombre, va en
medio de ellos (Mt 18,20), atraído por su fe y comunión. Cuando lleguen a la unión
plena con Cristo se harán un solo espíritu con él (1Cor 6,17), según su deseo: "Como tú,
Padre, en mí y yo en ti, que también éstos sean uno en nosotros" (Jn 17,21).
Ciertamente se trata de los sentidos espirituales del hombre interior, que se han
ejercitado en discernir el bien del mal. El olfato de la esposa, con el que percibe el olor
del perfume del esposo, no se refiere al sentido corporal, sino al olor divino del hombre
interior. Este es el sentido que, al percibir el olor de Cristo, conduce de la vida a la
vida. La Escritura habla constantemente de estos sentidos espirituales. Así está
escrito: "El precepto del Señor es lúcido y alumbra los ojos" (Sal 18,9). ¿Qué ojos son
los que alumbra la luz del precepto? Y de nuevo: "El que tenga oídos para oír, que
oiga" (Mt 13,9). ¿Qué oídos son éstos, pues sólo el que los tiene oye las palabras de
20
Cristo? Y además: "Somos buen olor de Cristo" (2Cor 2,15) Y en otro lugar: "Gustad y
ved qué bueno es el Señor" (Sal 33,9). Y ¿qué dice Juan? "Lo que tocaron nuestras
manos del Verbo de la vida" (1Jn 1,1). ¿Piensas que en todos estos pasajes no se habla
de los sentidos espirituales del hombre interior (Rom 7,22)?
g) Cámara nupcial
¡Arrástrame, correremos tras de ti! Cuando la casa de Israel salió de Egipto, la
Shekinah del Señor los guiaba, yendo delante de ellos en forma de columna de humo
de día y de columna de fuego de noche (Ex 13,21). Los justos de aquella generación
decían: Señor, arrástranos tras de ti y correremos detrás de tu Ley; haznos llegar a los
pies del Sinaí y danos tu Ley y exultaremos y nos gozaremos con ella; nos acordaremos
de ella y te amaremos. El recuerdo de tus palabras engendrará y custodiará el amor
hacia Ti, alejando de nosotros la infidelidad y la idolatría de las naciones. Y cuando la
comunidad de Israel entró en la tierra dijo: Por habernos introducido en una tierra
buena y espaciosa "correremos tras de ti". Porque has hecho posarse tu Shekiná en
medio de nosotros "correremos tras de ti". Y si la alejas de en medio de nosotros
también "correremos tras de ti", en busca de ella.
Así también, cuando los israelitas estaban en Egipto, los egipcios los oprimían, y
ellos comenzaron a gritar y a alzar sus ojos hacia el Señor: "acaeció, al cabo de aquellos
largos días, que falleció el rey de Egipto y los hijos de Israel gemían bajo la
servidumbre y clamaron" (Ex 2,23), y al punto él "escuchó su lamento" (Ex 2,24) y los
sacó con mano fuerte y brazo extendido. El Señor estaba ansioso por oír su voz, pero
ellos no querían. Hizo que el Faraón cambiara de opinión y los persiguiera: "endureció
Yahveh el corazón del Faraón, rey de Egipto, y los persiguió" (Ex 14,8). Cuando los
israelitas vieron a los egipcios a sus espaldas, alzaron los ojos el Señor y gritaron en su
presencia: "Los israelitas alzaron sus ojos y allí estaban los egipcios" y "gritaron los
israelitas a Yahveh" (Ex 14,10) con el mismo grito que habían dado en Egipto. Cuando
él les oyó, les dijo: "Si no os hubiera hecho esto, no habría oído vuestra voz". Y al punto
"les salvó Yahveh en aquel día" (Ex 14,30).
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cinta roja en el cuello de un caballo blanco". La pequeña hija de Sión desea correr
hacia el amado, pero siente su debilidad. Sus piernas no son capaces de llevarla donde
su corazón anhela. Su única fuerza es el deseo. Por ello implora al amado que la
transporte con él; que el carro de fuego de su amor la arrebate hasta su morada, como
hizo con Elías.
Arrastrada por el esposo, la esposa dice con satisfacción: "Me ha introducido el rey
en sus habitaciones. Exultaremos y nos alegraremos por ti". Israel es arrastrado por
Dios a la alegría y al júbilo: "Alégrate sin freno, hija de Sión" (Za 9,9). "Mucho me
alegraré en Yahveh" (Is 61,10). "Alegraos con Jerusalén" (Is 66,10). "Regocíjate y
alégrate, hija de Sión" (Za 2,14). "Prorrumpe en gritos de júbilo y exulta" (Is 54,1).
"Exulta y grita de júbilo" (Is 12,6). "Mi corazón ha exultado en Yahveh" (1Sam 2,1).
"Exulta mi corazón, y con mi canto le alabo" (Sal 28,7). "Aclama a Yahveh, tierra
toda" (Sal 98,4). "Aclamad a Dios con voz de júbilo" (Sal 47,2).
Al ser introducida en la cámara del tesoro del rey, se convierte en reina. De ella se
dice: "Está la reina a tu derecha, con vestido dorado, envuelta en bordado" (Sal 44,10).
Y con ella "serán llevadas al rey las vírgenes; sus compañeras te serán traídas a ti
entre alegría y algazara; serán introducidas en el palacio real" (Sal 44,15). Y como el
rey tiene una cámara del tesoro en la que introduce a la reina, su esposa, así también
ella tiene su propia cámara del tesoro, donde el Verbo de Dios la invita a entrar, a
cerrar la puerta y a orar al que ve en lo secreto (Mt 6,6).
22
2. NEGRA, PERO HERMOSA: 1,5-8
La amada está en plena tierra de Israel. Evoca los pasos de su vida desde Engadí,
el oasis fecundo y espléndido a orillas del desierto de Judá, donde se canta la canción
de amor del amigo por su viña: "Una viña tenía mi amigo en fértil otero. La cavó,
despedregó y plantó cepas exquisitas. Edificó una torre en medio de ella y excavó un
lagar. Y esperó que diese uvas, pero dio agraces. ¿Qué más cabía hacer por mi viña que
yo no lo haya hecho? Voy a quitar su valla para que sirva de pasto, voy a derruir su
cerca para que la pisoteen; en ella crecerán zarzas y cardos; prohibiré a las nubes que
lluevan sobre ella. La viña del Señor es la casa de Israel, son los hombres de Judá su
plantel preferido. Esperaba de ellos justicia, y hay iniquidad" (Is 5,1ss). Es la historia
pasada de la amada, de la que lleva en su cara morena el recuerdo permanente. Pero
ahora sabe que Dios, aunque por un momento oculte su rostro, vela siempre con amor
por su viña deliciosa: "Yo, Yahveh, soy su guardián. A su tiempo la regaré, y de noche
y de día la guardaré. No me enfadaré más; si brotan zarzas y cardos saldré a
quemarlos. Si se acoge a mi protección, que haga las paces conmigo" (Is 27,2ss).
La creación es testigo y partícipe del amor del amado y la amada, que se visten y
elogian con toda la belleza de la tierra. En los seres de la creación, con su belleza y
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encanto, descubren sus sentimientos y emociones. Un paseo por la policromada
geografía del Cantar nos revela el escenario de la historia de Israel. Es la Tierra
Santa, don del amado a la amada. Con los ojos de la amada podemos contemplar los
montes del Líbano, del Senir y el Hermón; la montaña de Galaad, con sus rebaños de
ovejas y cabras; el Sarón con sus flores; el Hesbón de Transjordania y el oasis de
Engadí; las ciudades de Tirsa, de Damasco y de Jerusalén; los roquedales y las
terrazas, los jardines y los viñedos; los animales salvajes como la gacela, el león y la
raposa, el cuervo y la paloma; los sabrosos frutales y las innumerables plantas
aromáticas. El Cantar no es un mito, como no lo son los amores de Dios a Israel, de
Cristo a su Iglesia.
Los nombres propios, que aparecen en el Cantar, están cargados de historia. Sólo
nombrarlos es hacerlos presentes, vivos, memoriales del amor salvador de Dios. El
Cantar se puebla de ciudades, que señalan puntos claves de la amplia geografía, pero
tan concreta y cercana, donde Dios ha dejado sus huellas salvadoras. Por eso sus
nombres son evocadores, rebosantes de simbolismo. La figura esbelta del amado es
como el Líbano; su cabeza es como el Carmelo, corona del valle de Esdrelón y gloria de
todo el país; el aroma inconfundible del amado se refleja en el racimo de las viñas de
Engadí. La amada es narciso del Sarón, la fértil llanura entre Jafa y el Carmelo, que
se tapiza de flores durante la primavera; sus cabellos tienen la gracia de la montaña
de Galaad con sus cabras negras extendidas por sus colinas; sus ojos son como las
albercas de Jesbón, capital del reino de Moab. Es hermosa como la deseable Tirsa;
graciosa como Jerusalén, la ciudad gloriosa y santa.
24
agua y se volvió dulce" (Ex 15,24-25). Negra soy por lo sucedido en Refidim, pues "puso
por nombre a aquel lugar Tentación y Litigio" (Ex 17,7), pero hermosa, ya que allí
"Moisés construyó un altar y lo llamó Yahveh mi bandera" (Ex 17,15).
También dice la asamblea de Israel: "Negra soy" todos los días de la semana, "pero
hermosa" el Sábado; o bien "negra soy" todos los días del año, "pero hermosa" el Yom
kippur. "Negra soy" por haber hecho el becerro; "pero hermosa" por el arrepentimiento.
Tengo la iniquidad del becerro, pero también el mérito de haber acogido la Torá y
haber hecho el Tabernáculo, sobre el que se posó la Shekinah. Soy "como las tiendas de
Quedar", que se ven feas por fuera, pero por dentro están decoradas con piedras
preciosas y gemas. A pesar de que a los ojos del mundo aparezca sin relevancia, sin
embargo en mi interior llevo la riqueza de la Torá. Soy "como las cortinas de Salmá":
Así como las cortinas se ensucian una y otra vez, y una y otra vez se lavan, así también
Israel, a pesar de que se ensucia con las maldades que comete todos los días del año,
cuando llega el Yom Kippur les sirve de expiación (Lv 16,30), de modo que "aunque
fueran vuestros pecados como la grana, quedarán blancos como nieve" (Is 1,18).
La pequeña hija de Sión nace en Israel, su tierra, entre los hititas y los amorreos.
Nace entre las naciones, de las que toma su carácter rebelde, inconstante, infiel. Pero
conserva la herencia de sus madres: la nobleza de Sara, la gracia cautivadora de
Rebeca, la belleza y pasión de Raquel. Cuando era aún una niña, el Señor la vio y se
prendó de ella. Con amor, ardiente y celoso, decidió ser para ella Salomón, el Príncipe
de paz. Se la llevó al desierto, para hablarle al corazón y enamorarla. Es el tiempo de
los primeros amores, que ni él ni ella olvidarán. La primavera del amor hizo del
desierto un paraíso. Negra como las tiendas de Quedar, por el sol y pruebas del
desierto, pero hermosa con el reflejo del esplendor del Sinaí, cubierta de gloria por la
palabra del Señor. Bajo la nube luminosa corría tras el amor del Señor, sin importarle
por dónde la llevaba. En su corazón sentía la voz del amor: "para ir donde no sabes has
de ir por donde no sabes". Para llegar a la cámara nupcial, el amor abría caminos
donde no hay caminos. Como la sed guía hacia la fuente, el amor conduce a la alianza.
"No os fijéis en que soy morena, pues me ha quemado el sol. Los hijos de mi madre
se airaron contra mí, me pusieron a guardar viñas; ¡mi propia viña no he podido
guardar!". Dijo Israel a las naciones: Vosotras no me despreciéis porque soy negra como
vosotras, puesto que he adorado lo que vosotras adoráis, y me he postrado ante el sol y
la luna (Dt 4,19;17,3). Profetas de mentira han provocado contra mí la ira del Señor,
5 El Midrás sigue la historia con Jos 7,1.19; 1Re 21,27; 2Re 6,30...
25
enseñándome a servir a vuestras iniquidades y a caminar según vuestras leyes (Dt
13,2ss). Por ello no he servido a mi Dios y no he caminado según sus leyes y no he
guardado sus preceptos y enseñanzas.
También dice a los profetas: No os fijéis en mi tez morena, pues Moisés no entró en
la tierra prometida por decir: "¡Escuchad, rebeldes!" (Nú 20,10). También Isaías dijo
"habito en medio de un pueblo impuro de labios impuros" y Dios le reprendió: ¡Isaías!,
que digas de ti mismo "soy un hombre de labios impuros", puede pasar, pero no que
insultes a mi pueblo. Por ello un Serafín voló hacia él con un carbón encendido (Is 6,6)
y quemó la boca del que había calumniado a los hijos de Dios. Lo mismo le sucedió a
Elías, que dijo: "ardo en celo por Yahveh, pues los hijos de Israel han abandonado tu
alianza" (1Re 19,14). El Señor le replicó: Es la alianza hecha conmigo, no contigo;
"derruido tus altares": Se trata de mis altares, no de los tuyos; "y asesinado a espada a
tus profetas": Se trata de mis profetas, ¡y a ti qué te importa! No le quedó más salida
que decir: "Es que quedo yo solo y buscan mi vida para arrebatármela". Y Dios le
replicó: ¡Elías, antes de acusar a estos, ve y acusa a esos otros: "anda, vuelve tu camino
por el desierto hacia Damasco" (1Re 19,15).
c) Casta meretriz
"Negra soy, pero hermosa", dice la Iglesia, congregada de entre los gentiles (He
21,25), a las hijas de Jerusalén. Ella no puede atribuirse la nobleza de origen de las
hijas de Jerusalén, descendientes de Abraham, Isaac y Jacob. Le ha tocado en suerte
morar en las tiendas de Quedar (Sal 120,5). Sin embargo, olvidando su pueblo y la
casa paterna (Sal 44,11), llega a Cristo. Por ello, no teme levantar el velo de su cara y
revelar el origen de su existencia; iluminada, reconoce: "negra soy", pero tengo mi
belleza, que me viene de la creación, en que fui hecha a imagen de Dios (Gén 1,27). Y
ahora, al acercarme a Cristo, he recobrado mi belleza. Realmente podéis compararme,
por la oscuridad de mi color, con las tiendas de Quedar y con las pieles de Salomón.
Quedar, ciertamente, desciende de Ismael (Gén 25,13), pero también él tuvo parte en
la bendición divina (Gén 16,11ss), que en mí se ha cumplido según el anuncio del
profeta: "¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece
sobre ti! Mira, las tinieblas cubren la tierra; la oscuridad, los pueblos; pero sobre ti
amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti; y caminarán los pueblos a tu luz, los
reyes al resplandor de tu aurora. Echa una mirada en torno, mira, todos esos se han
reunido, vienen a ti; tus hijos llegan de lejos, a tus hijas las traen en brazos... Los
rebaños de Quedar los reunirán en ti; sus ovejas subirán en holocausto agradable a mi
altar y mi hermosa Casa la hermosearé aún más" (Is 60,1ss).
Y las pieles de Salomón, con que me comparáis, ¿no son acaso las pieles de la
tienda de Dios (Ex 25,2;26,7)? La belleza visible del Tabernáculo del testimonio,
comenta Gregorio de Nisa, no era nada en comparación de la belleza escondida en su
interior. Tapices de lino fino y cortinas de pieles de cabra, recubiertos de púrpura
violeta, constituían el aspecto externo del Tabernáculo. Pero en su interior brillaba el
oro, la plata y las perlas preciosas en las columnas, las basas, los capiteles, el turíbulo,
el altar para el sacrificio, el arca, el candelabro, el propiciatorio, los varales... (Ex 26).
Su belleza brillaba como el centelleo del arco iris. Es la belleza del "Tabernáculo
26
verdadero, erigido por el Señor", que refulge en su interior por la belleza de los
misterios escondidos tras el velo de las imágenes de la Escritura, que nos invitan a
superar la letra y a penetrar en su espíritu. La amada es la morada del Señor; en su
interior se halla el Santo de los Santos. Todo creyente lleva velado, ¡en vaso de barro!,
este tesoro del Evangelio de la gloria de Dios (2Cor 4,1ss).
¡Me extraña, pues, que vosotras, hijas de Jerusalén, queráis echarme en cara mi
color oscuro! ¿Cómo no recordáis lo que padeció María por criticar a Moisés cuando
éste tomó por esposa a una etíope negra (Nm 12,1ss)? Yo soy aquella etíope, negra
ciertamente por mi linaje, pero hermosa por la penitencia y por la fe, pues he acogido
en mí al Hijo de Dios, he recibido al Verbo hecho carne (Jn 1,14). Me he revestido del
que es imagen de Dios, primogénito de toda criatura (Col 1,15) y resplandor de su
gloria (Heb 1,3); así me he vuelto hermosa. Canta San Juan de la Cruz: "No quieras
despreciarme, que, si color moreno en mí hallaste, ya bien puedes mirarme después
que me miraste, que gracia y hermosura en mí dejaste".
Esto puede decirlo cada alma que, después de sus muchos pecados, se convierte y
hace penitencia. Negra por los pecados, hermosa por los frutos de la penitencia. De ella
se dice con admiración: "¿Quién es ésa que sube toda blanca, recostada sobre su
amado?" (Cant 8,5). Se hizo negra porque bajó al pecado; cuando comience a subir,
recostada sobre el amado, adherida a él, se irá emblanqueciendo hasta ser totalmente
blanca y entonces, eliminada toda negrura, resplandecerá envuelta por el resplandor
de la verdadera luz del sol de justicia (Ml 3,20; Jn 1,9s). Entonces ella misma será
llamada luz del mundo (Mt 5,14). Aquel día se cumplirá el salmo: "De día el sol no te
quemará ni la luna de noche" (Sal 120,6). El sol tiene doble poder: ilumina a los justos
y quema a los pecadores, porque éstos, al obrar mal, odian la luz (Jn 3,19-20). El Señor
es luz para los justos y fuego para los pecadores. Comenta san Gregorio: "No os
extrañéis de que, a pesar de estar negra por mi pecado y emparentada con las
tinieblas por mis obras, me haya amado mi esposo. Porque, con su amor, me ha hecho
bella, cambiando su belleza por mi deformidad; tomando él la suciedad de mis pecados,
me ha comunicado su propia pureza, me ha hecho partícipe de su propia hermosura".
Con otras palabras también lo dice Filón de Carpasia: Negra por los pecados, bella
por la conversión. Negra por mí misma, bella por la clemencia del esposo, que me
concede la conversión y el perdón de los pecados. Aunque era negra como las tiendas
de Quedar, cuyos habitantes nunca abandonan la idolatría (Jr 2,10-11), sin embargo el
esposo me vistió con las pieles de Salomón, me introdujo en el templo santo y me
revistió de su santidad. Mientras vivía en la locura de la idolatría, guardando sus
viñas, ¡mi propia viña no pude guardar! Me quemó el sol hasta que "el más hermoso de
los hijos de Adán" (Sal 44,3), me escondió a la sombra de sus alas (Sal 16,8),
imprimiendo en mí la luz de su rostro (Sal 4,7), adornándome con el esplendor de su
gloria (Sal 89,16).
Cristo mismo dice que no vino a llamar a conversión a los justos, sino a los
pecadores (Lc 5,32), haciéndoles "brillar como antorchas en el mundo" (Flp 2,15),
mediante el bautismo de regeneración. Es lo que ya contempló David en la ciudad
celeste, fundada sobre los montes santos (Sal 86). En ella nacen a la vida, como
ciudadanos de Jerusalén, los paganos y pecadores, Rahab la prostituta, los habitantes
27
de Babilonia, de Tiro y de Etiopía. La prostituta se vuelve virgen casta y los negros de
Etiopía luminosos. Pues, cuando el esposo toma a uno, aunque sea negro como las
tiendas de Quedar, lo hace hermoso, haciéndole partícipe de su gracia y hermosura. Lo
hace Templo de Salomón, es decir, del rey de la paz, que viene a habitar en él. Así lo
entiende San Bernardo en un discurso de navidad: "Animada la Iglesia del
sentimiento y del espíritu del Esposo, su Dios, acoge en su seno a su amado para que
repose en él, mientras que ella misma posee y conserva para siempre el primer lugar
en su corazón. Es ella la que ha herido el corazón de su esposo; es ella la que ha
hundido el ojo de la contemplación hasta el abismo profundo de los secretos divinos. El
y ella han hecho su eterna morada en el corazón uno del otro". La encarnación de
Cristo es un misterio nupcial.
La esposa no quiere que desesperen las hijas de Jerusalén, que la contemplan. Les
abre el corazón y les muestra su vida pasada: Aunque ahora en mí resplandece la
belleza, fruto del amor del Esposo, yo sé muy bien quién era antes de que él me
encontrara; no era luminosa, sino negra, envuelta en las tinieblas del pecado. También
vosotras, aunque os veáis negras como las tiendas de Quedar, levantad los ojos y
mirad a vuestra madre, a Jerusalén, pues podéis ser transformadas en "pieles de
Salomón", es decir, ser transformadas en el Templo (1Cor 3,16) del rey, revestidas de
su belleza y de su paz. Pablo no se cansa de insistir en el amor de Dios hacia nosotros,
que éramos pecadores y enemigos suyos, haciéndonos luminosos y dignos de amor por
su gracia (Rom 5,6-11).
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lo que es. Para que nadie se gloríe en la presencia de Dios. De él os viene el que estéis
en Cristo Jesús, a fin de que el que se gloríe, se gloríe en el Señor" (1Cor 1,27ss).
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En el principio el hombre, puesto en el paraíso, disfrutaba de todos los dones que el
Señor le otorgaba, sin necesidad de procurárselos por sí mismo. Pero, "los hijos de mi
madre se airaron contra mí, me pusieron a guardar viñas y ¡mi propia viña no he
podido guardar!". La insidia de mis enemigos me despojaron de todos mis bienes,
haciéndome perder la herencia, la propia viña, que Dios me había dado. Así me
convertí en guardiana de las viñas ajenas, yendo tras los bienes terrenales, fuera del
paraíso. Seducida por mis instintos, hermanos míos de madre, me perdí a mí misma,
guardando viñas engañosas. Es lo que enseña Pablo: "Sabemos que la ley es espiritual,
mas yo soy de carne. Realmente mi proceder no lo entiendo, pues no hago lo que
quiero, sino que hago lo que aborrezco. Queriendo hacer el bien, es el mal lo que hago.
Me complazco en la ley de Dios según el hombre interior, pero advierto otra ley en mis
miembros, que me esclaviza a la ley del pecado, que está en mis miembros" (Rom
7,14ss). La esposa confiesa: Esta lucha interior es obra de mis hermanos, hijos de mi
madre, pero enemigos de mi salvación. Vencida por ellos, no he guardado mi viña, he
perdido el paraíso, y "mi piel se ha ennegrecido sobre mí" (Job 30,30). "¡Ay, cómo se ha
deslucido el oro más puro! Los hijos de Sión eran más blancos que la nieve, más
blancos que la leche; eran más rojos que corales, con venas como zafiros, ahora están
más negros que hollín, no se les reconoce en la calle, pues la culpa de la hija de Sión
supera al pecado de Sodoma" (Lam 4,1ss).
Como fruto del pecado, "vuestra tierra es desolación; vuestras ciudades, hogueras
de fuego. Ha quedado la hija de Sión como cobertizo en viña, como choza en pepinar,
como ciudad sitiada" (Is 1,7-8). Privada, por su desobediencia, de los frutos que
custodiaba (Gén 2,15), ahora se ve forzada a cultivar otras viñas, "las viñas de Sodoma
y de Gomorra, que producen uvas venenosas, cuyos racimos son amargos y su vino, un
veneno de serpiente, mortal ponzoña de áspid" (Dt 32,32-33). "De su maldad está lleno
el lagar y las cavas rebosan" (Joel 4,13). Por esto, -se lamenta la esposa-, me he vuelto
negra, porque, cultivando la zizaña del enemigo (Mt 13,25), no he guardado mi viña.
Es el lamento de los profetas: ¿Cómo ha podido volverse prostituta la fiel ciudad de
Sión, tan llena de equidad y justicia? (Is 1,21); ¿cómo ha sido abandonada la hija de
Sión? (Is 1,8); ¿cómo yace solitaria la ciudad populosa? ¡Como una viuda se ha quedado
la grande entre las naciones! La Princesa entre las provincias está sujeta a tributo
(Lam 1,1). ¿Cómo se ha vuelto negra la que inicialmente resplandecía con la luz
verdadera? (Jn 1,9). Ah, "¡cuántos pastores devastaron mi viña, convirtieron mi
parcela deseada en desolado desierto!" (Jr 12,10). Señor "tú arrancaste una vid de
Egipto; echaste a los extraños, la plantaste; preparaste el terreno para ella, echó
raíces, llenó la tierra; cubriéronse los montes de su sombra, y de sus ramas los
elevados cedros; extendió sus sarmientos hasta el mar, hasta el río sus brotes. ¿Por
qué has demolido su cerca y la vendimia cualquier viandante, la pisotea el jabalí del
bosque, y las fieras salvajes allí pacen? ¡Pastor de Israel, despierta, tú que guías a
Israel como un rebaño! (Sal 80,1.9-14).
Con la luz del amado, recobrado de nuevo, a la amada se le ilumina la raíz de sus
desgracias: Todo esto me ha sucedido porque no he guardado mi viña. En exilio,
extranjera entre los míos, me he hecho infiel y no he custodiado mi viña, por ello me he
visto privada de sus frutos. Despojada de todo, he tenido que cubrir mi desnudez "con
una túnica de pieles" (Gén 3,21). ¡Ay!, ¿quién me librará de este cuerpo que me lleva a
la muerte? ¡Gracias sean dadas a Dios por Jesucristo nuestro Señor! (Rom 7,24).
30
Gracias al amor de mi vida, que se ha vuelto hacia mí, soy de nuevo hermosa y
radiante de luz. Se alegra mi espíritu en Dios mi salvador porque ha puesto sus ojos en
la pequeñez de su sierva (Lc 1,46).
Moisés, pastor fiel del Señor, se lo transmite a Josué: Te entrego este pueblo, que
yo he guiado hasta aquí. No te entrego un rebaño de carneros sino de corderos, pues
aún no han practicado suficientemente la Torá; aún no han llegado a ser cabras o
carneros, según se dice: "Si no lo sabes, ¡oh la más bella de las mujeres!, sigue las
huellas del rebaño y pastorea tus cabrillas junto al jacal de los pastores" (Cant 1,8). La
morada de los pastores fieles es la morada del Señor.
31
para que no pierda el camino, siguiendo las sendas de otros rebaños, no de ovejas, sino
de cabras, cuyo redil ha sido rechazado a la izquierda (Mt 25,32ss).
Al mediodía el sol golpea implacable y "nada escapa de su calor" (Sal 19,7). "El sol
a mediodía abrasa la tierra, ¿quién puede resistir su ardor? Un horno encendido
calienta al fundidor, un rayo de sol abrasa a los montes, una lengua del astro calcina
la tierra habitada y su brillo ciega los ojos" (Si 43,3-4). La amada no quiere correr en
esta hora de un aprisco a otro. Por ello suplica al amado: Muéstrame dónde llevas a
sestear el rebaño a mediodía, es decir, en la hora de la pasión, cuando se extienden las
sombras sobre toda la tierra (Mt 27,45). Que no me suceda como a los apóstoles, que en
aquella hora se dispersaron, escandalizados de la cruz. Es la hora de la tentación, ya
que al "herir al pastor se dispersan las ovejas" (Mc 14,16ss). El mediodía, cuando los
pastores reúnen sus rebaños en torno a un pozo, es la hora de las discusiones y peleas
(Gén 13,7; 21,25s; 36,7). Es la hora en que la amada necesita estar con el amado, su
salvador (Ex 2,16; Gén 29,1ss). Es la hora de hallar al esposo sentado junto al pozo
para recibir de él agua viva, el agua que apaga toda sed, para no tener que ir
vagabunda detrás de tantos maridos (Jn 4,1ss).
32
3. MUTUA CELEBRACION DE LOS DOS:
1,9-2,7
a) Palabra celebrativa
Dios se comunica al hombre personalmente y no mediante ideas. La fe, más que
razonarla, se testimonia. Dios se revela actuando y actúa hablando. Su Palabra -Dabar
Yahveh- es acción, acontecimiento y no manifestación de verdades abstractas. Dios,
más que hablar de sí, se da a conocer actuando. La Palabra de Dios antecede,
acompaña y supera a la Escritura; se hace viva en la Iglesia; al proclamarla, la Iglesia
reviste el esqueleto de la Escritura de carne y le da vida. El lenguaje de Dios es, pues,
un lenguaje histórico-salvífico, celebrativo; se hace Palabra de Dios en la celebración,
donde el mensaje de salvación del Evangelio, ya incoado en el Antiguo Testamento y
cumplido en Jesucristo, se hace actual y operante en la Iglesia. La fe confesada en la
adhesión a la Palabra de Dios es celebrada en los sacramentos y vivida en la caridad
cristiana.
El Cantar habla con imágenes, que expresan el encanto interior del amado o de la
amada. Lo que se ofrece a la vista no es un paisaje exterior, sino interior, lo que
acontece en el corazón. Los seres, con que se comparan el amado y la amada, son
tomados como símbolos por lo que sugieren, por los sentimientos que despiertan. La
torre, la fruta sabrosa, el huerto, la paloma son símbolos de la amada porque alguna
cualidad de ellos apunta a un rasgo interior de ella: "La belleza de la mujer ilumina el
rostro; si habla, además, con dulzura, su marido no es ya como un mortal" (Eclo
33
36,22s). "Una mujer virtuosa supera en precio el de las perlas" (Pr 31.10). "Encontrar
mujer es la mejor de las venturas; ella es ayuda, fortaleza y columna de apoyo" (Eclo
36,29). Bella es Eva en cuanto ayuda adecuada para Adán; bella es Rebeca para Isaac
en cuanto consuelo por la muerte de su madre (Gén 24,67). El amado y la amada,
abrazados en el Edén recreado, se alaban mutuamente, evocando lo más hermoso que
Dios ha creado: joyas, oro, plata, nardo, mirra, vino y vides, palomas, cedros, cipreses,
azucenas, lirios, manzanas, frutos sabrosos, gacelas y ciervos...
Los rasgos con que el Cantar describe al amado o a la amada están tomados del
mundo visible y tangible, cercano y asequible, pero sin pretender nunca hacer una
descripción física. Las cosas hablan, más que por lo que son, por lo que suscitan y
evocan. Los símbolos comunican las vivencias que embargan el corazón, así hacen
partícipes a los demás de las emociones interiores. Las personas, los seres, las cosas
son interiorizados para balbucir con su ayuda lo inefable.
b) A mi yegua te comparo
Después de haber hablado la esposa, los amigos del esposo y las compañeras de la
esposa, ahora es el mismo esposo quien habla. La esposa se ha preparado,
purificándose, para acoger la voz del esposo y participar de su misma vida, pues él se
da a sí mismo en su palabra. Para escuchar su voz en el Sinaí, Israel se preparó con
abluciones durante dos días (Ex 19,16), para al tercer día al alba escuchar su palabra.
Ahora Dios no hablará ya "con truenos y relámpagos y una densa nube sobre el monte
y un poderoso resonar de trompeta" (Ex 19,16-19), sino con la suavidad de voz del
esposo: "A mi yegua, entre los carros del Faraón, yo te comparo, amada mía".
El mismo que con su fuerza destruyó los carros y caballos del Faraón cabalgando
sobre las olas del mar (Is 43,16ss), desciende ahora sobre la amada para destruir las
potencias enemigas. También en ti, amada mía, he derrotado al enemigo, haciéndote
atravesar las aguas del bautismo, donde quedaron sepultados los carros del Faraón,
que te habían esclavizado. Canta con el Profeta: "Contra el mar arde tu furor, Yahveh,
que montas en tus caballos, en tus carros de victoria" (Hab 3,8). "El carro de Dios,
tirado por millares de miríadas, lleva a Dios desde el Sinaí al Santuario" (Sal 67,18).
Es el "carro de fuego con caballos de fuego" (2Re 2,11s) que arrebata de la tierra al
cielo. Son los caballos de Zacarías (1,10s) que recorren la tierra y llevan la paz al
mundo. Dios cabalga sobre su yegua llevando la salvación: "Cabalga el Señor sobre un
querubín cerniéndose sobre las alas del viento" (Sal 18,11). Sobre la amada recorre la
tierra destruyendo los carros del enemigo, "los caballos lustrosos y vagabundos, que
relinchan por la mujer de su prójimo" (Jr 5,8), los caballos sin rienda ni freno (Sal
31,9).
Cuando los hijos de Israel salieron de Egipto, el Faraón y sus siervos los
persiguieron con sus carros (Ex 14,5-9). El camino estaba cerrado por los cuatro
costados a su alrededor; a derecha e izquierda había desiertos llenos de serpientes de
fuego (Dt 8,15); detrás, el impío Faraón con sus siervos; y delante, el Mar Rojo. El
Señor se reveló con su potencia en el mar y lo secó abriendo un camino entre las aguas
para que los israelitas cruzaran el mar. Las olas del mar tomaron apariencias de
34
yeguas y los caballos rijosos de los egipcios corrieron tras ellas hasta quedar hundidos
en el mar. La Asamblea de Israel entonó el Cántico de alabanza: "Cantaré al Señor,
sublime es su victoria, caballos y carros ha arrojado en el mar. Mi fuerza y mi poder es
el Señor, el fue mi salvación" (Ex 15,1ss).
Orígenes recoge esta tradición hebrea y comenta: Hay caballos del Señor, en los
que monta él mismo. Son las almas que aceptan el freno de su disciplina y llevan el
yugo de su dulzura, dejándose guiar por el Espíritu de Dios. En el Apocalipsis leemos
que apareció un caballo y, sentado sobre él, el Verbo de Dios: "Y vi el cielo abierto; y
había un caballo blanco, y el que estaba sentado sobre él era llamado fiel y veraz y que
juzga y pelea con justicia. Y sus ojos eran como llama de fuego, y en su cabeza, muchas
diademas, con un nombre escrito que nadie más que él conocía. Y vestía un manto
empapado en sangre, y su nombre era Verbo de Dios. Y su ejército estaba en el cielo, y
le seguía en caballos blancos, vestidos de lino blanco y puro" (Ap 19,11ss). El caballo
blanco es el cuerpo del Señor, o sea, la Iglesia (Col 1,24), que no tiene mancha ni
arruga, pues él la santificó para sí en el baño del agua (Ef 5,26-27). La milicia del
Verbo de Dios monta caballos blancos y va vestida de lino blanco y puro. Esta
caballería fue tomada de entre los carros del Faraón. De allí proceden todos los
creyentes, pues Cristo vino a salvar a los pecadores (1Tim 1,15), que ahora le siguen
en caballos blancos, purificados por el bautismo. Dichosas, pues, las almas que curvan
sus espaldas para recibir encima como jinete al Verbo de Dios y soportan su freno, de
modo que pueda él llevarlos a donde quiera, según su voluntad.
35
Comenta Orígenes: la esposa de Cristo, la Iglesia, es también su cuerpo. En éste,
unos miembros se llaman ojos, por la luz de la inteligencia; otros, oídos porque oyen la
Palabra; otros, manos por las buenas obras; y hay otros que se llaman mejillas, la
parte del rostro en que se reconocen la dignidad y la modestia del alma. A través de
las mejillas, se dice a todo el cuerpo de la Iglesia: "Qué hermosas se han vuelto tus
mejillas". No dice: qué bellas son tus mejillas, sino qué hermosas se han vuelto, pues
antes no eran hermosas; sólo después de recibir los besos del esposo, y después de que
él la limpió para sí con el baño del agua, dejándola sin mancha ni arruga (Ef 5,26s),
entonces sus mejillas se volvieron hermosas. Efectivamente, la castidad, el pudor y la
virginidad, que antes le faltaban, se esparcieron por las mejillas de la Iglesia con
magnífico esplendor.
Filón de Carpasia dice que los zarcillos de oro con cuentas de plata son los
mártires, que probados a través del fuego, mostraron los quilates de su fe (1Cor
3,10ss): "Como oro en el crisol los probó y como holocausto los aceptó" (Sab 3,6). Del
crisol salieron con las improntas de plata: "Llevo en mi cuerpo las señales de
Jesús" (Gál 6,17). Con el testimonio de su fe "el nardo de la Iglesia exhaló la fragancia"
de Cristo. Pues el martirio es la "bolsita de mirra, que reposa entre los pechos" de la
Iglesia, formada con el agua y sangre brotados del costado de Cristo.
El nardo que, mientras estaba en la esposa no había dado olor, exhaló su fragancia
en cuanto tocó el cuerpo del esposo, como si el nardo recibiera el perfume del esposo.
Por eso se lee en una variante: Mi nardo exhaló el olor de él. El nardo tomó el olor del
esposo. Parece como si la esposa dijera: Mi nardo con el que ungí a mi esposo, al
retornar hacia mí, me trajo el olor del esposo. Fruto del Espíritu de Cristo, la esposa
exhala amor, alegría, paz, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí
(Gál 5,22). Este es el buen olor de Cristo en ella para los demás (2Cor 2,15-17). Para
entenderlo, dice Orígenes, representemos aquí a la esposa-Iglesia en la persona de
María, que lleva consigo una libra de perfumes de nardo puro muy caro, unge los pies
de Jesús y los enjuga con sus propios cabellos (Jn 12,3), y así, gracias a la cabellera,
recibe y recupera para sí el perfume, impregnado ahora de la calidad y virtud del
cuerpo de Jesús; al atraer hacia ella, no tanto el olor del nardo, sino el olor del mismo
Verbo de Dios, gracias a los cabellos con los que enjugaba los pies, puso también sobre
su cabeza la fragancia de Cristo. "Y toda la casa se llenó del olor del perfume". Esto
indica ciertamente que el olor que procede de Cristo y la fragancia del Espíritu Santo
llena con sus efluvios toda la casa, la Iglesia entera, y se expande por todo el mundo
con el anuncio del Evangelio (Jn 12,1ss; Lc 7,37s; Mt 26,7; Mc 14,3-5).
Y no nos debe extrañar esto. Si Cristo es manantial del que fluyen ríos de agua
viva y pan que da la vida eterna (Jn 4,14;6,35;7,38), es también nardo que exhala su
fragancia, haciendo cristianos (ungidos) a los que unge. Cristo se llama verdadera luz
37
(1Jn 2,8), para que los ojos del alma tengan con qué ser iluminados; palabra (Jn 1,1),
para que los oídos tengan qué oír; pan de vida (Jn 6,35), para que tenga qué gustar el
gusto del alma. También a sí mismo se llama perfume o nardo, para que el olfato del
alma tenga la fragancia del Verbo. El Verbo de Dios encarnado no deja un solo sentido
del alma privado de su gracia. También se dice de él que es vid verdadera (Jn 15,1).
Por ello puede decir la esposa: "Racimo de alheña es mi amado para mí, en las viñas de
Engadí". El esposo lleva a la esposa, la Iglesia, al lagar donde se derrama la sangre de
la uva, la sangre de la Nueva Alianza, para ser bebida el día de la fiesta en la planta
superior, donde está preparada una gran mesa.6
El esposo que antes sólo se había fijado en el cuello y las mejillas de la esposa,
ahora la mira a los ojos, espejo del alma, y le dice: "¡Palomas son tus ojos!". La esposa
entiende ahora las Escrituras, no ya según la letra, sino según el Espíritu.
Efectivamente, la paloma simboliza al Espíritu Santo (Mt 3,16). Por ello, entender la
ley y los profetas en sentido espiritual es tener ojos de paloma. En los Salmos se habla
de las alas de la paloma para volar hasta los misterios divinos y descansar en los
atrios de la sabiduría (Sal 54,7). Son alas plateadas para volar a comprender la
palabra (Sal 67,14), con reverberos de oro, que significan la constancia de la fe. Ahora
tus ojos son palomas, pues ven y comprenden espiritualmente. Con esos ojos de
paloma la esposa contempla al esposo y le ve realmente. Por ello exclama: "¡Que
hermoso eres, amado mío, que delicioso! Nuestro lecho es frondoso". El amor saca
amor. Al amor del esposo responde el amor de la esposa. El amor humano es siempre
responsorial. El nos amó primero. Amada por él descubre el amor. Después que él la
declara hermosa, descubre ella la fuente de su belleza. La esposa, que no es deudora
de la carne, pues con el Espíritu ha hecho morir las obras del cuerpo (Rom 8,12), vive
en el Espíritu y camina según el Espíritu (Gál 5,25); posee los ojos de la paloma y
puede contemplar al esposo, cosa que antes no podía, pues "nadie puede decir: ¡Jesús
es Señor! sino con el Espíritu Santo" (1Cor 12,3).
Las vigas de nuestra casa son de cedro y sus artesonados de ciprés. Dijo Salomón:
"¡Qué bello es el Santuario del Señor, que le he construido con madera de cedro!" (1Re
5,20;6,15-18). También para la reconstrucción del Templo a la vuelta del exilio "vendrá
a ti el orgullo del Líbano (sus cedros), con el ciprés, el abeto y el pino para adornar mi
Santuario" (Is 60,13). Pero más bello será el Santuario de los días del Rey Mesías: El
cuerpo de Cristo resucitado será el lugar del culto en espíritu y verdad (Jn 4,21s), el
lugar eterno de la presencia de Dios con los hombres. Dios y el hombre se abrazarán
finalmente en la intimidad de la Jerusalén celeste, cuyo Santuario es el Cordero (Ap
21,22).
e) Narciso de Sarón
La amada no tiene la pretensión del cedro, sino la humildad de una planta frágil
como el narciso, que busca sombra y frescor debajo de otras plantas. Crece como el lirio
de los valles en las tierras bajas; no aspira a las cimas altas: "Señor, mi corazón no es
ambicioso, ni mis ojos altaneros; no voy en busca de cosas grandes que me superan;
sino que acallo mis deseos como un niño en brazos de su madre" (Sal 130). Su
esplendor le viene de florecer donde el Señor la planta. Yo soy el narciso de Sarón, el
lirio de los valles. Lo dice Israel: Esa soy yo, y soy amada. El Señor me eligió por
compañera. Yo soy el narciso de Sarón, porque quedé oculta a la sombra de los egipcios
y él me encontró, y destilé buenas obras como un lirio, entonando ante El mi canción
(Ex 15,1). Cada año se la canto al amado: "Tendréis canción como en la noche en que
celebrasteis la fiesta" (Is 30,29). Yo soy el narciso, porque estuve oculta a la sombra del
Mar Rojo y destilé buenas obras como un lirio y Le señalé con el dedo al salir de mi
inmersión: "El es mi Dios y he de alabarle" (Ex 15,2). Yo soy el narciso, porque estuve
escondida a la sombra del Sinaí y destilé como un lirio buenas obras, diciendo ante El:
"todo lo que ha dicho Yahveh haremos y obedeceremos" (Ex 24,7). Yo soy el narciso,
porque pisoteada a la sombra de los imperios, cada vez que él me libera destilo buenas
obras como un lirio y le dedico un cántico nuevo: "Cantad a Yahveh un cántico nuevo,
su diestra me ha salvado, su brazo santo" (Sal 98,1).
Se llama narciso y lirio, dos flores que crecen en lugares húmedos y poco soleados,
pues necesitan de mucha agua: "como lirio junto a un manantial" (Eclo 50,10). Y sin
embargo el desierto dice: Yo soy amado, pues todas las cosas buenas del mundo están
ocultas en mí, como está escrito: "Pondré en el desierto cedros y acacias" (Is 41,19). El
Señor las puso en mí para que estuvieran resguardadas y, cuando El me las pidiera, yo
le retornara su depósito sin detrimento. Y yo destilo buenas obras y entono ante El
una canción: "Alégrese el desierto y el yermo" (Is 35,1). También dijo la tierra: Esa soy
39
yo y soy amada, pues todos los muertos se hallan ocultos en mí, como está escrito:
"Revivirán tus muertos, mis cadáveres resurgirán" (Is 26,19). Cuando el Señor me los
reclame, se los devolveré y destilaré buenas obras como una azucena, y entonaré una
canción ante El: "Desde el borde de la tierra oímos cánticos" (Is 24,16). El narciso crece
al final del invierno; es uno de los pregoneros que madrugan para anunciar la
primavera. Los campos se vuelven alegres con su aparición. El Padre les viste como "ni
siquiera Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos" (Mt 6,28ss).
Como flor entre los cardos es mi amada entre las muchachas. Es la flor silvestre,
no cultivada por la mano del hombre, sino que florece con la lluvia y se abre con el
calor del sol. Las espinas son su protección o las que laceran sus pétalos. Cuando me
desvío del camino del Señor, El aleja de mí su Shekinah y yo, como flor que crece entre
espinas, veo mis pétalos lacerados. Sin embargo, como una flor que languidece con el
bochorno, pero al recibir el rocío rebrota, así languidezco en medio del mundo, pero
cada día rebroto al recibir el rocío del Señor: "Seré como rocío para Israel que, como
una flor, se abrirá" (Os 14,6).
Como una flor despunta entre las malas hierbas, así también Israel despunta entre
las naciones extranjeras: "cuantos los ven los reconocen, pues son una descendencia
que Yahveh ha bendecido" (Is 61,9). Y, como una flor no deja de serlo mientras
conserva su aroma, así Israel no dejará de existir mientras conserve la Torá y las
buenas obras. Y, como una flor no tiene otra razón de ser que esparcir su aroma, así
también los justos no fueron creados más que para la salvación del mundo. Y, como las
flores son para días festivos, así Israel lo es para la salvación futura. Se asemeja a un
rey que tenía un huerto; lo removió y plantó en él una fila de higueras, otra de vides,
otra de granados y otra de manzanos. Después lo puso en manos del hortelano y se fue.
Al cabo de un tiempo volvió el rey y se paseó por el huerto para ver qué había
producido y lo encontró lleno de cardos y de espinos. Buscó entonces a unos leñadores
para talarlo, pero entre los cardos vio un capullo de rosa; lo cogió, lo olió y recuperó su
buen humor. Entonces dijo: por esta sola flor se ha de salvar todo el huerto.
Por eso el Señor ordenó a Moisés que dijera a los israelitas: Hijos míos, cuando
estabais en Egipto erais "como una flor entre los cardos", y ahora que vais a entrar en
la tierra de Canaán seguiréis siendo "como una flor entre los cardos": "No haréis lo que
hacen los egipcios, donde habéis estado, ni conforme a los cananeos, a cuyo país os
llevo" (Lv 18,3).
Como una flor entre los cardos es mi hermana entre las muchachas. "Mi hermana"
dice la versión que comenta Gregorio de Nisa, con lo que subraya el camino progresivo
de unión entre Cristo y la amada. Primero fue comparada a la yegua; luego es llamada
amiga y ahora es hermana. Esto significa que ha escuchado su palabra y cumple la
voluntad del Padre. Pues Jesús dice: "Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen
la palabra del Dios y la cumplen" (Lc 8,21), y también: "Todo el que cumpla la
voluntad de mi Padre celestial ése es mi hermano, mi hermana y mi madre" (Mt
12,50). Con su oído atento, la esposa, lirio entre cardos, ha olvidado su pueblo y la casa
de su padre, por lo que el rey se ha prendado de su belleza y la llama "hermana mía",
hija del Padre, gracias al Espíritu de adopción, que ha recibido (Rom 8,15).
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f) Manzano entre los árboles del bosque
Entre todos los árboles, la esposa, amante de los perfumes, elige, para comparar al
esposo, al manzano, árbol fecundo de fruta y que exhala el perfume más fuerte y
agradable. Como un manzano entre los árboles del bosque, así mi Amado entre los
jóvenes. A su sombra deseo sentarme, pues su fruto es dulce a mi paladar. Así alabó al
Señor la asamblea de Israel cuando se reveló en el Sinaí y le dio su Torá. Entonces
Israel gozó sentándose a la sombra de su Shekinah. Las palabras de la Torá fueron
dulces a su paladar (Sal 119,103).
Como el manzano sobresale entre los otros árboles del bosque, así también el
esposo supera a todos en sabor y en olor, satisfaciendo al gusto y al olfato. La
Sabiduría prepara una mesa con diversos manjares y en ella, no sólo pone el pan de
vida, sino que inmola la carne del Verbo; y no sólo escancia en la copa su vino (Pr
9,2ss), sino que sirve también en abundancia manzanas dulces y olorosas, que
endulzan labios y boca, conservando dentro de ésta el dulzor: "¡Cuán dulces al paladar
son tus palabras, más que miel en mi boca!" (Sal 19,11). Gracias al esplendor del
Amado, la Iglesia brilla como antorcha en medio de una generación tortuosa y
perversa (Flp 2,15). Pues el Amado, como manzano, que da alimento, jugo y olor, le ha
dado comida, bebida y perfume: su cuerpo, su sangre y el Espíritu Santo (Mt 26,27-28;
Jn 20,22). "El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo le resucitaré
el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida" (Jn
6,54s).
Quien se sienta a la sombra de los árboles silvestres, que no dan fruto, se sienta en
la región de sombras de muerte (Mt 4,16). De ellos dice el Evangelio: "Mira, el hacha
está ya puesta a la raíz del árbol, pues todo árbol que no dé buen fruto será cortado y
echado al fuego" (Mt 3,10). La esposa, por ello, desea sentarse a la sombra del
manzano, esto es, bajo la protección del Hijo de Dios, meditando sin cesar su palabra,
rumiéndola siempre como animal puro (Sal 1,2; Lv 11,3). A él había dicho la esposa: "A
tu sombra viviremos entre los gentiles" (Lam 4,20), "guárdame como la pupila de los
ojos, escóndeme a la sombra de tus alas" (Sal 17,8). Y el ángel del Señor dijo a la
esposa, a María: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá
con su sombra" (Lc 1,35).
Puestos a la sombra de Cristo, hemos pasado de estar bajo la ley a estar bajo la
gracia (Rom 6,15). La ley sólo contenía la sombra de los bienes futuros (Heb 10,1; Col
2,16; Heb 8,5). Siendo Cristo camino, verdad y vida, bajo él nos ponemos a la sombra
del camino, a la sombra de la verdad y a la sombra de la vida: "¡Qué precioso tu amor,
oh Dios! Los hijos de Adán se cobijan a la sombra de tus alas" (Sal 36,8). Caminando
por este camino que es Cristo, llegaremos a contemplar cara a cara lo que antes sólo
veíamos en sombra y enigmas (1Cor 13,12). Sólo la sombra del manzano, de Cristo,
puede librar a la esposa del ardor de aquel sol que, en cuanto sale, seca y mata la
semilla, que tiene raíces poco profundas (Mt 13,6). La sombra de Cristo, es decir, la fe
en su encarnación, lo apaga. Por ello podemos decir: "Bajo la sombra de tus alas
exultaré" (Sal 56,1). Sentada bajo tu sombra esperaré hasta que despunte el día y
huyan las sombras.
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g) En la bodega del amado
Me metió en su bodega y el estandarte que enarbola sobre mí es el amor. La
Asamblea de Israel dijo: Me metió el Señor en la gran bodega del Sinaí y allí me
entregó la Torá. La esposa, que ya ha visto la cámara real del tesoro, ahora es
introducida en la sala del vino, para participar del banquete real y disfrutar del vino
de la alegría, pues allí "la Sabiduría ha mezclado su vino" (Pr 9,2) y ha invitado a los
sencillos: "Venid, comed mis panes y bebed el vino que yo he mezclado para
vosotros" (Pr 9,5). Es la sala del banquete, en el que los de oriente y de occidente se
sentarán con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de Dios (Mt 8,11). En ella se sirve el
vino de aquella vid que dice: "Yo soy la vid verdadera" (Jn 15,1) y que el Padre,
celestial labrador, ha exprimido. Este es el vino que produjeron aquellos sarmientos
que permanecieron en Jesús: "Todo sarmiento que no permanece en mí no puede
producir fruto" (Jn 15,4ss). Con este vino desean embriagarse los justos y los santos,
que cantan: "Y tu copa embriagadora ¡qué hermosa es!" (Sal 23,5). En nada se parece
al vino con que se embriagan los amantes de la falsedad, que "comen manjares de
maldad y se embriagan con vino de iniquidad" (Pr 4,17); "su cepa era de la vid de
Sodoma, y sus pámpanos de Gomorra; sus uvas, uva de ira; y sus racimos, amargos;
ponzoña de áspides y veneno de víboras era su vino" (Dt 32,32).
De este amor se siente herida la esposa y dice: Confortadme con pasteles de pasas,
reanimadme con manzanas, que estoy herida de amor. La fuerza del amor, como los
efluvios del vino nuevo en fermentación, hacen que la esposa se desvanezca y pida que
la sostengan con pasteles de pasas y manzanas, frutos de la vid verdadera y del
manzano. En efecto, la Iglesia se sustenta y se apoya sobre aquellos que fructifican por
permanecer unidos a Cristo, "árbol de la vida" (Ap 2,7). Como comenta Santa Teresa:
"En lo activo, y que parece exterior, obra lo interior, y cuando las obras activas salen
de esta raíz, son admirables y olorosísimas flores, porque proceden del árbol de amor
de Dios y por solo él, sin ningún interés propio, y estiéndese el olor de estas flores para
aprovechar a muchos". El Padre, buen labrador, planta estos árboles en la Iglesia de
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Cristo, que es el huerto de las delicias (Gén 2,15). En cambio "toda planta que no
plantó mi Padre celestial será desarraigada" (Mt 15,13). Las plantas del Padre no son
desarraigadas porque echan raíces profundas en la humildad, descendiendo hasta lo
más hondo como Cristo: "Tened entre vosotros los mismos sentimientos de Cristo, el
cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se
despojó de sí mismo, tomando la condición de siervo; semejante a los hombres,
apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la
muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre que está
sobre todo nombre" (Flp 2,5ss). San Juan de la Cruz canta: "En la interior bodega de
mi Amado bebí, y cuando salía por toda aquesta vega ya cosa no sabía y el ganado
perdí que antes seguía. Allí me dio su pecho, allí me enseñó ciencia muy sabrosa y yo
le di de hecho a mí, sin dejar cosa; allí le prometí de ser su esposa".
Si hay alguien que alguna vez se abrasó en este fiel amor del Verbo de Dios; si hay
alguien que ha recibido la dulce herida de su saeta escogida (Is 49,2); si hay alguien
que ha sido traspasado por su dardo amoroso, hasta el punto de suspirar día y noche
por él, hasta no saber ni gustar, pensar, desear o esperar mas que a él: esta alma con
toda razón dice: Estoy herida de amor, y la herida la recibí de aquel que "me puso
como saeta escogida en su aljaba" (Is 49,2). La flecha de amor, que la traspasó el
corazón, la convierte a su vez en flecha de amor, en manos del Señor (Sal 126,4). El
golpe de la flecha, que hiere a la esposa, se transforma en alegría nupcial. Es lo que
desea la amada: "Descubre tu presencia y máteme tu vista y hermosura, mira que la
dolencia de amor, que no se cura sino es con la presencia y la figura" (San Juan de la
Cruz). "¡Oh Dios, visita a esta viña que plantó tu diestra! Esté tu mano sobre el
hombre de tu diestra y no volveremos a apartarnos de ti. Haznos volver y que brille tu
rostro sobre nosotros para que seamos salvos" (Sal 80,15ss).
Existen también las saetas de fuego del maligno (Ef 5,16), que hieren de muerte al
alma que no está protegida con el escudo de la fe. De tales saetas dice el salmo: "Mira,
los pecadores tensaron el arco, prepararon sus saetas en la aljaba, para herir en lo
oscuro a los rectos de corazón" (Sal 10,2). Estos demonios invisibles tienen saetas de
fornicación, de codicia, de avaricia, de jactancia, de vanagloria... Con ellas traspasan al
alma que no se halle revestida con la armadura de Dios, cubriéndose por entero con el
escudo de la fe (Ef 6,11ss). Pues, si encuentran al hombre protegido con el escudo de la
fe, aunque sean saetas encendidas con las llamas de las pasiones y con los incendios de
los vicios, la fe apaga todas.
El esposo, solícito ante el desmayo de la esposa, acude con un remedio mejor del
que ella pedía: la toma en sus brazos. Su izquierda está bajo mi cabeza, y su diestra
me abraza. Cuando el pueblo de Israel marchaba por el desierto la nube de la gloria de
Dios lo abrazaba, librándoles del ardor del sol; como un padre lleva en brazos a su hijo
pequeño, les precedía en el camino, para encontrar el lugar donde acampar (Nm
10,33; Dt 33,33), abajando las montañas y alzando los valles (Is 40,4; Bar 5,7);
matando las serpientes de fuego y los escorpiones del desierto (Dt 8,15).
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4. LA VOZ DEL AMADO: 2,8-17
a) Lenguaje simbólico
La Escritura no aprecia la belleza en sus formas quietas, como hacen los griegos.
En el Cantar, el movimiento de atracción de los amados conmociona lo que les
circunda. Todos los seres saltan, van y vienen, buscan, se pierden y encuentran, como
reflejo exterior de la búsqueda, del encuentro, de la ausencia o del gozo de la unión del
amado y la amada. El entorno participa de la vida de la pareja, celebrando su amor y
prestándose como símbolo verbal de sus vivencias inefables. Las descripciones son
siempre celebrativas, expresadas en símbolos que implican todos los sentidos. Pero
más que en la piel de las cosas, la belleza para la Biblia radica en el interior; se
descubre mejor con el corazón que con los ojos. La belleza se encuentra en lo amado.
Bello es lo que se ama y produce gozo. El amor a una persona lleva a desvelar su
belleza oculta. Por ello, cuando el Cantar celebra la belleza del amado o de la amada,
no se refiere a sus formas, a sus rasgos exteriores, sino a su figura que suscita
atracción, enamoramiento, amor. La belleza se percibe en la gracia, que enciende e
ilumina los ojos del corazón.
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y el canto de la tórtola alertan el oído y la vista, incitando a la amada a salir del
invierno frío para celebrar en el campo su pertenencia al amado. El contraste entre
invierno y primavera resalta la diferencia entre la ausencia y la presencia. Con la
llegada de la primavera todo se hace lenguas para anunciar el tiempo del encuentro y
del canto de amor.
El amor da oídos para oír lo que los demás ni oyen ni entienden (Mc 4,9). "El pastor
llama a sus ovejas una por una y las saca fuera; las ovejas le siguen porque conocen su
voz" (Jn 10,3s). La esposa, embriagada de amor, se ha quedado dormida. Pero, antes
de que llegue el esposo, ya oye su voz: ¡La voz de mi amado! La voz tiene una luz que
ilumina; la luz del oír es más clara que la luz de la mirada, a la que engañan las
apariencias. El oído es el sentido de la fe que no falla (Rom 10,17). A Isaac le
engañaron los sentidos del gusto, del tacto y del olfato; sólo el oído, al que no dio
crédito, le mostró la verdad (Gén 27,18ss). También a Samuel, el vidente, las
apariencias engañaron a sus ojos (1Sam 16,6ss). La fe ilumina lo ojos del corazón, con
los que se ve al amado. Antes de que él traspase el umbral de la casa ya le ve la
amada: ¡He aquí que llega! Salta por los montes, brinca sobre los collados.
El amor pone alas en los pies. Es el amado quien desciende siempre de los montes
en busca de la amada. El toma la iniciativa del amor. El esposo irrumpe en el silencio
y espera de la amada. La tensión del abandono se rompe con su presencia como se
rompe el invierno con la explosión de la primavera. La brisa cálida ahuyenta sombras
y temores. El amor hace florecer la vida. "¡Qué hermosos son sobre los montes los pies
del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva de la paz!" (Is 52,7). Con
oír su noticia el horizonte desolado del invierno se transforma en cuadro de colores y
en música coral de ecos y voces en armonía: "¡Oh Dios!, tu mereces un himno en Sión.
Tú cuidas la tierra, la riegas y la enriqueces sin medida; la acequia de Dios va llena de
agua, preparas los trigales; riegas los surcos, igualas los terrones, tu llovizna los deja
mullidos, bendices sus brotes; coronas el año con tus bienes, las rodadas de tu carro
rezuman abundancia; rezuman los pastos del páramo, y las colinas se orlan de alegría;
las praderas se cubren de rebaños y los valles se visten de mieses que aclaman y
cantan" (Sal 65).
Cuando Moisés dijo a los israelitas "en este mes vais a ser liberados" (Ex 12,2), le
contestaron: ¿Cómo vamos a ser liberados si todo Egipto está lleno de la inmundicia de
nuestra idolatría? Moisés les contestó: Puesto que El desea vuestra liberación no se
fija en la idolatría, sino que "salta sobre los montes", que no son otra cosa que los
ídolos, pues "sobre las cimas de los montes sacrifican y sobre las colinas ofrecen
incienso" (Os 4,13).
"¡Ojalá escuchéis hoy su voz!" (Sal 95,7). Día tras día, "mientras dure este
hoy" (Heb 3,13), el amado despierta con su voz a la amada. Ella, con Pablo, dice cada
día: "Lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo. Más
aún, juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi
Señor, por quien perdí todas las cosas, con el deseo de conocerle a él, el poder de su
resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta hacerme semejante a él en su
muerte, tratando de llegar a la resurrección de los muertos. No que lo tenga ya
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conseguido o que sea ya perfecto, sino que continúo mi carrera por si consigo
alcanzarlo, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús" (Flp 3,7ss).
La voz del Amado le levanta hasta el tercer cielo (2Cor 12,2-4), donde escucha
palabras inefables, que suscitan el deseo de contemplar el rostro amado. Por ello con
gozo exclama: ¡He aquí que viene! El amado viene, se deja ver, pero desaparece. Viene
bajo una figura cada vez distinta (Mc 16,12). Cada aparición del Señor confirma lo que
la voz de los profetas había anunciado (Sal 67,12). La profecía se cumple: "Lo que
habíamos oído lo hemos visto" (Sal 47,9). Habíamos oído: "He aquí que viene", y esto es
lo que hemos visto con nuestros ojos: "Muchas veces y de muchos modos habló Dios en
el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha
hablado por medio del Hijo" (Heb 1,1).
Viene el Amado, saltando sobre los montes y los collados, pisoteando y disolviendo
la maldad de los demonios, pues "los arroja al fondo del mar" (Sal 45,3-4). El Señor
dice a sus discípulos: "Yo os aseguro que si tenéis fe como un grano de mostaza, diréis
a este monte: ¡desplázate de aquí allá! y se desplazará" (Mt 17,20); se refería al
demonio lunático (Mt 17,15). O como dice Marcos: "Yo os aseguro que quien diga a este
monte: ¡quítate y arrójate al mar! y no vacile en su corazón, sino que crea que va a
suceder lo que dice, lo obtendrá" (Mc 11,23). Así viene el amado, saltando sobre los
montes y colinas, destruyendo a todos los enemigos, poniendo bajo sus pies el león y la
víbora, el leoncillo y el dragón (Sal 90,13), la serpiente y el escorpión (Lc 10,19), es
decir, todos los demonios.7
Por la voz es como primero se conoce a Cristo. Cristo envía primero su voz a través
de los profetas y así, aunque no se le veía, sin embargo se le oía. Se le oía gracias a lo
que anunciaban acerca de él, y la Iglesia, que se venía congregando desde el comienzo
del tiempo, estuvo escuchando sólo su voz hasta que pudo verle con sus ojos y decir:
Mira, él viene saltando sobre los montes, brincando sobre los collados. Saltaba,
efectivamente, sobre los montes que son los profetas, y sobre los santos collados, o sea,
quienes en este mundo fueron portadores de su imagen. Si queremos ver al Verbo de
Dios, oigamos primero su voz y luego podremos verle cuando pase el invierno de las
pruebas. Pasada la tribulación la esposa reposará con la cabeza apoyada en el esposo,
abrazada por él, para que no vacile en la fe. "Los montes altos son para los ciervos" (Sal
103,18), mensajeros de la Buena Noticia: "Sube a un monte alto, alegre mensajero para
Sión; levanta con fuerza tu voz, alegre mensajero para Jerusalén" (Is 40,9). Juan
Bautista, que ha oído su voz y ha exultado con ella, se hace mensajero del amado y
clama: "He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" (Jn 1,29).
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ausente de ella; y luego, cuando crece en paz y florece en la fe y en las buenas obras, se
entiende que está presente en ella. Esta situación, de presencias y ausencias, la
sufrimos durante toda nuestra vida hasta que el Salvador nos diga: "Si alguno me
ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada
en él" (Jn 14,22s).
Cuando llegó la mañana (Ex 12,22), el amado tomó la palabra y dijo: Levántate,
ven, asamblea de Israel, amada mía desde el principio. ¡Parte! ¡Sal de la esclavitud de
Egipto! ¡Mira! El invierno ha pasado, han cesado ya las lluvias y se han ido. El tiempo
de la esclavitud, que es como el invierno, se ha acabado; y el dominio egipcio, que es
como la lluvia incesante, ha pasado y se ha ido; ya no lo veréis nunca más (Ex 14,13).
Aparecen las flores en la tierra, el tiempo de las canciones ha llegado, el arrullo de la
tórtola se deja oír en nuestra tierra. Moisés y Aarón, que son como las flores de la
palma, han aparecido para obrar prodigios en la tierra de Egipto (Ex 4,29s). El tiempo
de la poda de los primogénitos ha llegado. Y la voz del Espíritu, arrullo de la paloma,
50
anuncia la redención de que hablé a Abraham; ya llega a su cumplimiento. Ahora me
complazco en hacer lo que juré con mi palabra.
Echa la higuera sus yemas y las viñas en ciernes exhalan su fragancia. Levántate,
amada mía, hermosa mía, y vente. La Asamblea de Israel, que es como los primeros
frutos de la higuera, abrió su boca y dijo el cántico del Mar Rojo (Ex 15,1). Hasta los
pequeños y lactantes, las yemas y las viñas en ciernes, alabaron al Señor con sus
lenguas (Sab 10,20; Sal 8,3). Incluso los embriones en el seno de sus madres son
invitados a cantar: "En las asambleas bendecid a Dios, al Señor, fuente de Israel" (Sal
68,27). "Fuentes de Israel" son las madres; por consiguiente, desde el seno de las
madres, bendecid al Señor. Al oír el cántico, el Señor dijo: ¡Levántate, ven, Asamblea
del Israel! Amada mía, bella mía, sal de aquí, ven hacia la tierra que juré a tus padres
que te daría (Ex 13,5; 33,1). La misma voz anuncia a Israel cautiva que llega su
salvación: "¡Despierta, despierta! ¡Levántate, Jerusalén!" (Is 51,17). Es la voz que
repite en cada cautiverio: "Despierta, despierta! ¡Vístete tus ropas de gala, Jerusalén,
ciudad santa! Sacúdete el polvo, levántate, cautiva Jerusalén. Líbrate de las ligaduras
de tu cerviz, cautiva hija de Sión. Soy yo quien dice: Aquí estoy" (Is 52,1ss). "¡Arriba,
resplandece, que ha llegado tu luz, y la gloria de Yahveh sobre ti ha amanecido!" (Is
60).
Es también la voz del Rey Mesías que pregona: "¡cuán bellos son sobre los montes
los pies del que trae buenas noticias" (Is 52,7). Mirad, se ha parado tras la tapia, está
mirando por la ventana, atisba por las celosías. Las ventanas y celosías son la ley y los
profetas, por los que llega a la casa del mundo la luz verdadera (Jn 1,9), iluminando a
los que habitan en tinieblas y sombras de muerte (Lc 1,79). Con la voz de los profetas,
el Amado dice a la Iglesia: ¡Levántate, amada mía, hermana mía! ¡Vente! Ha pasado el
invierno, el tiempo del hielo de la idolatría, en que se han convertido quienes han
hecho los ídolos y cuantos en ellos han puesto su confianza (Sal 113,16). Como quien
contempla a Dios se asemeja a Dios, quien mira a los ídolos se hace semejante a ellos
(Ez 36,25-26), se congela. Pero llega el sol de justicia (Mal 3,20) y con él el deshielo. El
hielo se hace agua que salta hasta la vida eterna (Jn 4,14): "Envía su palabra y hace
derretirse el hielo, sopla su viento y corren las aguas" (Sal 147,7), pues "cambia la
peña en un estanque y el pedernal en una fuente" (Sal 113,8).
Para las aves, el tiempo del canto es el tiempo del amor. La tórtola, que durante el
invierno emigra, vuelve con la primavera y deja oír su voz en nuestra tierra. Hay un
tiempo para todo, tiempo para llorar y tiempo para cantar (Eclo 3). Y cada cosa tiene
sus signos anunciadores: "Cuando la higuera echa sus brotes se sabe que está cerca el
verano" (Mc 13,18). El amado dice: ¡Levántate de la nada y vive! ¡Levántate del sueño
de la muerte y recobra la vida! ¡Levántate del pecado y vuelve a mí! ¡Responde al amor
con amor! ¡Levántate y ven! ¡Yo he abierto para ti un camino desde la muerte a la
vida! ¡Yo soy el camino y la vida! ¡Ven!
La palabra de los profetas, que llegan hasta Juan Bautista (Lc 16,11), es la lluvia
del invierno (Is 5,6). Con la muerte y resurrección de Cristo se puede decir que el
invierno ha pasado y la lluvia se ha ido. Esto fue una ganancia para la Iglesia, pues,
¿qué necesidad hay de lluvias allí donde el río alegra la ciudad de Dios (Sal 45,5),
donde en cada corazón creyente brota un manantial de agua viva que salta hasta la
vida eterna (Jn 4,14)? ¿Y para qué se necesitan las lluvias donde ya aparecieron
laalegre mensajero, s flores en nuestra tierra y donde, desde la venida del Señor, no se
ha vuelto a cortar una higuera por no dar fruto? Ahora, efectivamente, ha producido
ya sus higos (Mt 21,19). Y también las viñas han exhalado su fragancia, "porque para
Dios somos buen olor de Cristo" (2Cor 2,15). Ya no tiene necesidad de mandar sobre la
tierra el agua de la nube de los profetas. La misma voz de la tórtola hablará en la
tierra: "Yo mismo, el que hablaba, estoy presente" (Is 52,6). Con la resurrección ha
pasado el tiempo de la poda de la pasión. La Iglesia, a la que Cristo tenía oculta en la
higuera, esto es, en la ley, no aparece ya árida ni sigue la letra que mata, sino el
espíritu que florece y da vida (2Cor 3,6).
Lo mismo dice Gregorio de Nisa: "El anuncio, que escucha la Iglesia a través de los
profetas, sólo es sombra de lo venidero, pues la realidad es el cuerpo de Cristo" (Col
2,17). La realidad le llega con el Evangelio, que derriba el muro de separación y
muestra a Cristo, que anula en su carne la ley, para crear el hombre nuevo (Ef 2,14s).
Por ello el esposo no sólo le dice: Levántate, amada mía, sino que añade: ¡Vente!
Levántate y camina, dice Jesús al paralítico (Mt 9,5ss). Es la voz potente del Señor
(Sal 67,34), que crea lo que dice (Sal 32,9). Así, la esposa recibe la orden y, con ella, la
fuerza para hacer cuanto le manda. Acercándose a la luz se transforma en luz, sobre la
que se transparenta la imagen de la paloma, con la que es figurado el Espíritu Santo
(Lc 3,23). Sí, el esposo la invita a levantarse y caminar tras él. Es la llamada continua
52
a la conversión hasta formar en ella la imagen cada vez más perfecta del Amado:
"Todos nosotros, con el rostro descubierto, reflejamos como en un espejo la gloria del
Señor, y nos vamos transformando en esa misma imagen de gloria en gloria; así es
como actúa el Señor, que es Espíritu" (2Cor 3,18).
e) Paloma mía
La paloma, con la que el esposo compara a la esposa, es la paloma "que tiene su
nido en las hendiduras de la roca". En estas palomas la fidelidad está más acentuada
que en las demás. La pareja permanece unida de por vida. Macho y hembra se
prodigan recíprocamente las más variadas demostraciones de afecto. La hembra
encuba ininterrumpidamente desde las tres de la tarde hasta las diez de la mañana; el
macho lo hace las otras pocas horas restantes. Durante el largo tiempo en que la
hembra está en el nido el macho le lleva el alimento. Cuando llega al nido, deja el
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alimento ante la hembra y se prodiga en reverencias, zureando suavemente hasta que
ella, alargando el cuello, toma el alimento. El macho no parte hasta que la hembra,
respondiendo a sus muestras de afecto, saca fuera la cabeza, aureolada con las blancas
plumas del cuello y, mostrándole el rostro, le despide con un breve zureo. Entonces
satisfecho emprende el vuelo.
El esposo, que anima a la esposa a emprender con confianza el camino hacia él, le
describe el lugar donde quiere que descanse con él: al abrigo de la peña. Allí desea que
ella vaya para, quitándose el velo, contemplar su cara al descubierto (2Cor 3,13-18;
1Cor 13,12). Quiere ver su cara y oír voz, seguro ya de que su rostro es hermoso y su
voz, suave y deliciosa: Paloma mía, en los huecos de la peña, en los escarpados
escondrijos, muéstrame tu semblante, déjame oír tu voz; porque tu voz es dulce, y
gracioso tu semblante. Sólo desea el amor y el canto de su paloma: rostro y voz, luz y
sonido, ojos y oídos.
Y ¿por qué el Santo, bendito sea, les puso en tal aprieto? Se parece a un rey que
tenía una hija única y estaba ansioso por conversar con ella. ¿Qué hizo? Hizo pública
una proclama, diciendo: ¡Que todo el pueblo vaya al campo! Y una vez que fueron, ¿qué
hizo? Hizo una señal a sus siervos, que cayeron sobre la hija del rey como salteadores.
Ella entonces comenzó a gritar: ¡Padre, padre, sálvame! El le dijo: Si no te hubiera
hecho esto, no habrías gritado: ¿Padre, padre, sálvame! Así, cuando los israelitas
estaban en Egipto, los egipcios los oprimían, y ellos comenzaron a gritar y a alzar los
ojos al Santo: "acaeció, al cabo de aquellos largos días que falleció el rey de Egipto y los
hijos de Israel gemían bajo la servidumbre y clamaron" (Ex 2,23) y al punto "Yahveh
escuchó su lamento" (Ex 2,24) y los sacó con mano fuerte y brazo extendido. Y como
estaba ansioso de oír su voz de nuevo, ¿qué hizo? Hizo que cambiara la opinión del
Faraón y les persiguiera: "endureció el corazón del Faraón, rey de Egipto, y les
persiguió" (Ex 14,8). Cuando los vieron: "los israelitas alzaron sus ojos y allí estaban
los egipcios y gritaron a Yahveh" (Ex 14,10) con el mismo grito con que lo habían hecho
en Egipto. Cuando Dios lo oyó, les dijo: Si no hubiera hecho esto, no habría oído
vuestra voz. De aquella ocasión está dicho "paloma mía, en los huecos de la peña
déjame oír tu voz; no dice "la voz", sino "tu voz", la que ya oí en Egipto.
Jeremías también invita a Israel a dejar las ciudades para acomodarse en la peña,
"como las palomas que anidan en las paredes de las simas" (Jr 48,28). El alma fiel
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establece su morada en el Señor. Al abrigo de la roca que salva se ríe de los ataques de
la serpiente y del halcón. La hendidura del costado de Cristo está abierta como refugio
de la débil paloma, que no tiene el pico o garras del águila con que defenderse. En los
huecos de la peña, "y la peña era Cristo" (1Cor 10,4); en la fe en Cristo, se apoya la
esposa y así puede contemplar su gloria, como Dios mismo prometió a Moisés: "Yo te
pondré en la hendidura de la peña y me verás" (Ex 33,18-23). La peña, que es Cristo,
no está cerrada por todas partes, sino que tiene una hendidura en su costado. En esa
hendidura, entrando en ella, se le revela Dios al creyente. Pues, en realidad, "nadie
conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Mt 11,27). Lo
mismo dice Juan: "A Dios nadie lo vio jamás: el Hijo unigénito de Dios, que está en el
seno del Padre, él lo dio a conocer" (Jn 1,18), "porque os he dado a conocer todas las
cosas que oí de mi Padre" (Jn 15,15). Y además dice: "Padre, quiero que donde yo estoy
ellos estén también conmigo" (Jn 17,24).
Entonces la esposa, despojada del velo a requerimiento del esposo, que desea ver
su rostro, puede decir: "Y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de
gracia y de verdad" (Jn 1,14). Y quien ve a Cristo, ha visto también al Padre. Es lo que
dice Pablo: "Por tanto nosotros, mirando a cara descubierta" (2Cor 3,18) le "veremos
cara a cara" (1Cor 13,2), pues "sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes
a él, porque le veremos tal cual es" (1Jn 3,2). En todo semejante a Cristo, renovada en
ella la imagen del que la creó, sin mancha ni arruga, sino santa e inmaculada, tal cual
Cristo se presentó la Iglesia a sí mismo (2Cor 4,16; Col 3,10; Ef 5,27), hace exclamar al
esposo: ¡qué hermosa tu figura! La proclama hermosa en su figura, pues su corazón,
inflamado en amor, la hace toda hermosa: "Signo del corazón en los buenos es la cara
alegre" (Si 13,26), pues "el corazón alegre hermosea la cara" (Pr 15,13). El corazón está
alegre cuando tiene en sí el Espíritu de Dios, cuyo primer fruto es el amor, pero el
segundo es la alegría (Gál 5,22). Por ello, exultante de alegría, desbordando de amor,
exclama la esposa: Mi amado es mío y yo soy suya.
f) Las raposas
Cazadnos las raposas, las pequeñas raposas que devastan las viñas, pues nuestras
viñas están en flor. Después que hubieron pasado el Mar, los hijos de Israel
murmuraron a causa del agua (Ex 15,22.24; 17,1-7). Vino entonces contra ellos el
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impío Amaleq (Ex 17,8), que les tenía odio a causa de la primogenitura y de la
bendición que Jacob, su padre, había quitado a Esaú (Gén 27,1-41), y presentó batalla
contra Israel, porque se habían separado de los preceptos de la Torá. En aquella hora
la casa de Israel, que es como una viña, hubiera merecido ser destruida, si la flor de
los justos de aquella generación no hubiese exhalado el buen perfume de incienso que
sube a lo alto del cielo.
Las "raposas pequeñitas" son las crías de los chacales, que consumen los racimos
de uva en maduración. La viña en flor es símbolo del esplendor de la amada, toda vida,
frescura, floración y perfume (1,6). La zorra, animal impuro, como Herodes Antipas
(Lc 13,32), desencadena la fuerza de la lujuria, de la violencia y del odio contra el amor
desarmado e inocente de la vid en ciernes. El amado sabe que las raposas merodean
por su heredad (Jr 12,9s).
Gregorio de Nisa pone en labios de la amada las palabras: En los huecos de la roca.
Piedra es la gracia del Evangelio (1Cor 10,4;Mt 7,24), donde la esposa es invitada a
refugiarse, pasando de estar bajo la ley a estar bajo la gracia. Es lo que pide la esposa:
Muéstrame tu rostro y déjame oír tu voz. Esto le basta como al anciano Simeón:
"Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz, porque
han visto mis ojos tu salvación" (Lc 2,29-30). Lo que Simeón vio es lo que desea ver la
esposa; y escuchar su voz como la escucharon los que le dijeron: "Tu tienes palabras de
vida eterna".
No hubieran podido recoger en las redes del Señor a los que se salvan si no les
hubieran arrebatado de los lazos del maligno. Estos cazadores o pescadores hacen lo
uno y lo otro con la potencia de quien ordenó: ¡Arrojad el jabalí que devasta la viña de
Dios (Sal 79,14) o el león rugiente (Sal 21,14) o la gran ballena (Jn 2,1) o el dragón de
debajo de las aguas (Ez 32,2). A los cazadores el Señor ha dado poder para arrojar
todas estas bestias de su viña (Ef 6,12). La viña del Señor es la esposa de la que se
dice: "tu esposa como vid florida en el secreto de la casa" (Sal 127,3).
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"Escúchame, pueblo mío, préstame oído" (Is 51,4). El es mi padre y yo soy su hijo. El es
mi padre (Jr 31,9) y yo soy su hijo, su primogénito (Ex 4,22). El es mi pastor (Sal 80,2)
y yo su rebaño, ovejas de su pastizal (Ez 34,30). El es mi guardián (Sal 121,4) y yo soy
su viña (Is 5,7).
Mi Amado es mío y yo soy suya, "carne de mi carne, hueso de mis huesos". Unidos
somos "dos en una sola carne". La amada evoca y acoge la alianza que Dios
reiteradamente ofrece a Israel: "Vosotros sois mi pueblo y yo soy vuestro Dios" (2Cor
6,16). La repetición de la fórmula de pertenencia mutua (Cant 2,16;6,3;7,11) es
expresión de la continua renovación de la alianza. Las montañas de Beter son una
clara alusión a la alianza sellada con Abraham (Gén 15,10). Antes de que expire la
brisa de la tarde y se alarguen la sombras (Jr 6,4), la esposa espera que su amado
vuelva, ligero como una gacela o un gamo y pase con su antorcha de fuego, como hizo
con Abraham, entre los "montes separados" (Beter), quemando los animales partidos
de la Alianza (Gén 15,7ss). La unión debe renovarse continuamente porque las
ausencias, las distancias y los silencios son constantes en la vida. El encuentro, en la
tarde, a la hora de la brisa, es siempre una sorpresa, un don, algo esperado en vela y
con trepidación cada día.
Antes que sople la brisa del día y huyan las sombras, ¡retorna, Amado mío!, como
una gacela o un joven cervatillo por el monte de las balsameras. A los pocos días los
hijos de Israel hicieron el becerro de oro (Ex 32,1-6). Entonces se alzaron las nubes de
la gloria, que le habían dado sombra, y quedaron al descubierto, privados del adorno
(Ex 33,5ss) de sus armas, sobre las que estaba escrito el gran Nombre. El Señor les
hubiera destruido y barrido de este mundo si no hubiera recordado el juramento hecho
a Abraham, a Isaac y a Jacob (Ex 32,13), quienes fueron solícitos como una gacela y
como un joven cervatillo en rendirle culto; si el Señor no hubiera recordado el sacrificio
que ofreció Abraham en el monte Moria (Gén 22,1ss), monte de las balsameras, les
hubiera destruido.
La noche es la hora de las sombras y de los chacales (Sal 44,20). Es la hora en que
reina la muerte. La esposa le implora: Retorna, Amado mío, con la brisa de tu
Espíritu, que ahuyente las sombras y amanezca el día sin noche ni sombras de muerte.
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5. BUSQUEDA DEL AMADO EN LA NOCHE:
3,1-5
El esposo, como hombre, no siempre está en casa ni sentado junto a la esposa, que
sí permanece dentro de casa. El sale con frecuencia, y ella le desea y busca; y él vuelve
a ella. Por eso, el esposo unas veces es buscado como ausente y otras habla con la
esposa como presente. Por su parte, la esposa, aunque le haya visto en la cámara del
tesoro, pide que la introduzca en la bodega del vino. Pero ocurre que, una vez que ha
entrado y ha visto al esposo, él no permanece en casa, y entonces ella, atormentada de
nuevo por su amor, sale fuera y se pone a dar vueltas, yendo y viniendo alrededor de la
casa, entrando y saliendo, mirando por todas partes para ver cuándo regresa a ella el
esposo. La Iglesia, o el cristiano, viven su relación con Cristo, recibiendo en sí al que
en el principio estaba junto a Dios (Jn 1,1), que la visita y la deja, para que así ella le
desee aún más. Pues el Señor se deja encontrar de los que le desean y le buscan. El
esposo se para tras las celosías de la ventana, sin manifestarse abiertamente y por
completo, incitando de este modo a la esposa a no quedarse dentro sentada y perezosa,
sino a salir fuera e intentar verle, no ya a través de las ventanas y celosías, ni por
medio de un espejo y por enigmas, sino saliendo fuera y estando cara a cara con él
(1Cor 13,12).
En efecto, todos los que son guiados por el espíritu de Dios son hijos de Dios. Pues
no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien,
recibisteis un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace exclamar: ¡Abba, Padre!
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El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para testimoniarnos que somos hijos
de Dios. Y, si hijos, también herederos, herederos de Dios y coherederos de Cristo,
ya que sufrimos con El, para ser también con El glorificados. Porque estimo que
los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha
de manifestar en nosotros. Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente
la revelación de los hijos de Dios. La creación, en efecto, fue sometida a la
vanidad, no espontáneamente, sino por aquel que la sometió, en la esperanza de
ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa
libertad de los hijos de Dios. Pues sabemos que la creación entera gime hasta el
presente y sufre dolores de parto. Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos
las primicias del espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior
anhelando el rescate de nuestro cuerpo. Porque hemos sido salvados en
esperanza (Rom 8,1424).
b) La noche oscura
La vida cristiana es la búsqueda continua de Dios por parte del hombre, pues Dios
mismo comenzó por buscar al hombre. El Cantar es el texto privilegiado de los que
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"buscan el rostro de Dios". Es el canto de la vida cristiana, comprendida como vida
inmersa en el misterio del amor de Dios, conducida bajo la guía de Dios, en la
intimidad inefable de su presencia. Es el canto que mejor responde al deseo del alma
de "estar unida al Verbo de Dios y de penetrar en los misterios de su sabiduría y de su
ciencia como en la alcoba de su esposo celestial" (Orígenes). El hombre cautivado por
Dios halla en el Cantar la descripción de sus delicias en el Señor (Sal 36).
Ahora bien, antes de llegar a esta unión, "los israelitas vivirán muchos días sin rey
y sin príncipe, sin sacrificios ni estelas, sin imágenes ni amuletos. Después volverán a
buscar al Señor, su Dios; con temor volverán al Señor" (Os 3,4). Es la noche oscura, en
que la amada, dando vueltas en su corazón a los memoriales del amado, espera en vela
que él vuelva a mostrarle su rostro. En su interior resuena la voz del amado:
"¡Despierta, despierta! ¡Revístete de fortaleza, Sión!" (Is 52,1). Por ello deja el lecho del
sueño y corre en busca del amor de su alma. Perdiéndose a sí misma, encontrará la
vida. Corriendo por las calles de Jerusalén, la ciudad de Dios, encontrará al amado,
"pues él habita en medio de ella" (Sal 46,5s).
"Cuando los apóstoles y sus sucesores y cooperadores son enviados para anunciar a
los hombres al Salvador del mundo, se apoyan sobre el poder de Dios, que manifiesta
la fuerza del evangelio en la debilidad de sus testigos" (GS 76) La fragilidad del vaso
de barro está siempre amenazada de quebrarse, de escandalizarse de su propia
debilidad, de la precariedad de su fe y de la fragilidad de su vida. "¿Qué haces tú ahí,
si no eres el Mesías esperado?" (Lc 1,25). El hombre tiene sed de Dios, espera en El,
espera que pronto instaure su reino, que la verdad radiante aparezca y con su
resplandor queme toda duda del espíritu. Y he aquí que sólo vienen precursores,
heraldos de la verdad de Dios en palabras tan humanas que con frecuencia la
oscurecen; como mensajeros de Dios sólo vienen hombres con todos los defectos de los
hombres; o sólo se dan acciones simbólicas, sacramentales. Mensajeros y signos
confiesan una y otra vez: "Yo no soy"; pero detrás de mí, oculto en las palabras y en los
signos" está el Salvador. En la liturgia cristiana, lugar privilegiado del encuentro
entre Dios y el hombre, Dios desciende hacia el hombre y el hombre sube hasta Dios
bajo el velo de los signos.
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escurren tanto más cuanto más se penetra en él; al desierto desolador de una política,
que en lugar del reino de Dios, instaura la tiranía de la violencia.
La Iglesia, con Juan Bautista, confiesa "Yo no soy"; el Reino glorioso de Dios está
aún por venir. Pero, aunque esta voz suene con todos los ecos humanos, no debe
desoírse. No puede dejarse de lado al mensajero porque "no es digno de desatar las
sandalias del Señor", a quien precede. La Iglesia, no puede menos de decir: "No soy
yo", pero tampoco puede dejar de decir: "Preparad el camino al Señor que viene". Y
entonces, escuchada esta pobre palabra, Dios viene ya. Los fariseos, que no escucharon
al precursor del Mesías, porque él no era el Mesías, tampoco reconocieron al Mesías.
Tan inesperada como había sido la desaparición es ahora la nueva aparición del
amado, que termina "en la casa de mi madre, en la alcoba de la que me concibió". Allí
el esposo puede decirle al oído y al corazón: "Ya no te llamarán la abandonada ni a tu
tierra la devastada. Se te llamará la preferida y a tu tierra la desposada. Como un
joven desposa a una joven, así te desposará a ti el que te creó. El gozo que siente el
novio por la novia lo sentirá por ti tu Dios" (Is 62,4s). El estribillo del Cantar invita a
no despertar al amor antes de la hora. El despertar, signo del tiempo escatológico, no
puede venir más que a su debida hora, en el tiempo señalado por el Padre, en la hora
de la verdadera conversión del corazón.
Hasta entonces, Dios se deja encontrar y abrazar, pero no se deja aferrar o poseer.
Está siempre en pascua, de paso. Con su huida invita a la esposa a salir de sí y a
buscarlo en la ciudad, en las plazas, en las calles, es decir, en la historia, en medio de
los acontecimientos. Ahí es dónde ella tiene que preguntar: ¿Habéis visto al amor de
mi vida? Los ojos de la fe descubren la presencia del Amado en los hechos de la vida,
en medio de la noche, aunque haya que esperar al alba, a que la noche haya pasado:
Apenas los había pasado, encontré al amor de mi vida. Lo agarré y ya no lo soltaré
hasta que le haya introducido en la casa de mi madre, en la alcoba de la que me
concibió. Al Amado se le abraza, abrazando la cruz de cada día, para no perderle más.
La Liturgia de las horas "consagra el curso entero del día y de la noche con ese
admirable canto de alabanza, que es en verdad la voz de la misma esposa que habla al
esposo" (SC 84).
El está detrás de los centinelas. Para encontrar "al amor de mi vida" es necesario
acercarse a sus mensajeros, escucharles y luego pasar adelante, siguiendo sus
indicaciones: detrás de mí está él. El viene con ellos, detrás de ellos. El centinela
aguarda la aurora y anuncia a los demás el sol que viene de lo alto: "Y tú, niño, serás
llamado profeta del Altísimo, pues irás delante del Señor para preparar sus caminos,
anunciado la Luz que viene de lo alto a iluminar a los que habitan en tinieblas y
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sombras de muerte y guiar nuestros pasos por el camino de la paz" (Lc 1,76ss). Cuando
parece que no hay esperanza, la gran sorpresa: "Encontré al amor de mi alma". "Mi
alma espera en el Señor, espera en su palabra; mi alma aguarda al Señor más que el
centinela la aurora; más que el centinela la aurora, aguarde Israel al Señor, porque
con él viene el amor" (Sal 130,5ss). La amada, sin palabras, abraza fuertemente contra
su pecho el tesoro de su vida, abandonándose a su amor: "No lo soltaré más".
La praxis normal establecía que fuera el hombre quien, acompañado del cortejo de
amigos, condujera en procesión a la novia desde la casa paterna, donde ella lo
esperaba con su cortejo de doncellas, a su propia casa, para introducirla en la alcoba
de su madre (Gn 24,67). Pero "al principio" no fue así. Cuando Dios condujo a Eva ante
Adán, éste exclamó: "¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Por eso
el hombre abandona a su padre y a su madre y se une a su mujer y se hacen una sola
carne" (Gn 2,22ss). La amada abraza a su amado y lo conduce a casa de su madre y allí
él la abraza; a ella sólo le toca abandonarse en brazos del amado: "Su izquierda bajo
mi cabeza, y su derecha me abraza".
Dice el evangelio: vinieron las mujeres aún de noche a buscar a Cristo. Lo busqué y no lo encontré,
dice ella. ¿Por qué buscáis al vivo entre los muertos?... Me encontraron los guardias. ¿Quiénes
son, sino los ángeles allí sentados? ¿Qué ciudad guardaban, sino la nueva Jerusalén de la carne
de Cristo? Preguntan las mujeres: ¿habéis visto al que ama mi alma? Contestaron: ¿A quién
buscáis, a Jesús Nazareno? Ha resucitado.
Apenas los pasé: cuando se volvieron y se marcharon, les salió al encuentro el Redentor. Así se
cumplió lo dicho: Encontré al amor de mi alma. El Redentor dijo: María. Ella dijo ¡Rabbuni!, que
significa Señor mío. Encontré el amor de mi alma y no lo soltaré. Después de abrazarse a sus
pies no lo suelta, y le dice: No me sujetes que todavía no he subido al Padre. Pero ello lo
agarraba diciendo: No te soltaré hasta que te meta en mi corazón; no te soltaré hasta meterte en
la casa de mi madre, en la alcoba de la que me llevó en su vientre. Como el amor de Cristo lo
siente ella en el cuerpo, no lo suelta. Dichosa mujer que se abrazó a sus pies para poder volar
por el aire...
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Me agarré a las rodillas, no como a una cuerda, que se rompe, sino que me agarré a los pies de
Cristo. No me dejes en tierra, no me vaya a extraviar, llévame contigo al cielo. Dichosa mujer
que no quería apartarse de Cristo.
Para San Ambrosio, María Magdalena es la nueva Eva, y como ella ha de ser el
alma cristiana:
Sujétalo tú, alma, como lo sujetaba María y di: Lo agarré y no lo soltaré. Marcha la Padre, pero no
abandones a Eva, no vaya a caer otra vez. Llévala contigo, ya no extraviada, sino agarrada al
árbol de la vida. Agarrada a tus pies arrebátala para que suba contigo. No me abandones, no
vaya la serpiente a inocular otra vez el veneno, no intente de nuevo morder el tobillo de la mujer
para echar una zancadilla a Adán. Diga, pues, el alma: te sujeto y te meteré en casa de mi
madre.
Acoge a Eva, ya no tapada con hojas de higuera, sino vestida de Espíritu Santo y gloriosa con nueva
gracia; que ya no esconde su desnudez, antes bien acude envuelta en el esplendor de un vestido
reluciente, pues la viste la gracia. Tampoco Adán estaba al principio desnudo, cuando lo vestía
la inocencia.
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6. ¿QUIEN ES ESA QUE SUBE DEL
DESIERTO?: 3,6-11
a) ¿Quién es ésa?
El Cantar nos presenta toda la historia de Israel, la amada del Señor. La amada
comenzó, al presentarse a sí misma, confesando: "Soy negra como las tiendas de
Quedar". Era el origen de su historia, la época de los patriarcas, cuando acampaba en
tiendas, guiada por Abraham, Isaac y Jacob. Entonces oyó la voz del amado, que la
invitaba a salir de su tierra, de la casa paterna y ponerse en camino. La misma voz del
Dios de los padres la llamó de nuevo invitándola a salir de Egipto. El amado abrió
para ella un camino en el desierto hacia la libertad. ¿Quién es ésta que sube del
desierto? Es la amada, que sube a tierra santa, guiada por la nube del Señor.
Esta historia de los orígenes de Israel está presente en cada época. La la vive en su
carne la amada constantemente. En el hoy del amado ella se ve negra y amada por él.
Hoy escucha su voz y sube del desierto, bajo la nube protectora, del desierto a la tierra
prometida. Desde la esclavitud o desde el exilio avanza triunfante como una reina al
encuentro con su rey. La palabra del Cantar sigue viva en cada generación. Si nos
situamos en un lugar alto de Jerusalén, como el monte de los Olivos, aparece toda la
ciudad ante nosotros. Si, con los ojos abiertos, nos giramos en torno, a la izquierda
vemos el desierto de Galaad, a la derecha el desierto de Judá, de frente el desierto
oriental y detrás de nuevo está el desierto. Si mantenemos los ojos abiertos, en
cualquier dirección contemplamos las columnas de humo blanco que se elevan hacia el
sol, brillantes como el oro. Es siempre la amada, la yegua libre y ufana, que ha roto el
freno de la esclavitud y retorna de su exilio. Es Rut que aparece en la mañana ante los
ojos deslumbrados de Booz. Son los ciento cuarenta y cuatro mil marcados con el sello
de todas las tribus de Israel (Ap 7,4), a los que sigue una multitud inmensa,
incontable, de toda nación, razas, pueblos y lenguas (Ap 7,9). "¿Quiénes son y de donde
vienen? Son los que vienen de la gran tribulación, han lavado sus vestidos y los han
blanqueados con la sangre del Cordero" (Ap 7,13s).
La gloria del Señor amanece sobre Jerusalén. De los cuatro costados de la tierra
avanzan las naciones hacia su luz. "Alza los ojos en torno y mira: todos se reúnen y
vienen a ti. Tus hijos vienen de lejos y a tus hijas las traen en brazos. Tú, al verlo, te
pondrás radiante, se asombrará y se ensanchará tu corazón, porque vendrán a ti los
tesoros del mar y las riquezas de las naciones. Te inundará una multitud de camellos,
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de dromedarios de Madián y Efá. Vienen de Saba, trayendo oro e incienso, y
pregonando las alabanzas del Señor. ¿Quiénes son estos que como nube vuelan, como
palomas a sus palomares?" (Is 60,4-8).
Todos vienen del desierto del mundo, del país de Canaán. Hijos de padre amorreo y
madre hitita, al venir al mundo, nadie les cuidó. Quedaron expuestos en pleno campo,
repugnantes, agitándose en su sangre. Pero el Señor pasó junto a la pequeña
huérfana, la lavó, cuidó e hizo crecer hasta el tiempo de los amores. Entonces extendió
sobre ella, con Booz sobre Rut, el borde de su manto, cubrió su desnudez, se
comprometió con ella en alianza y la hizo suya (Ez 16).
Vienen todos del desierto de la prueba, del mundo donde anduvieron errantes por
su infidelidad. El amado, con su amor celoso, dejó a la amada desnuda como el día de
su nacimiento, convertida en un desierto, reducida a tierra árida (Os 2,5). Allí,
despojada de todo, el amado le habló al corazón y la sedujo. En el desierto, amado y
amada viven su primer amor y celebran los esponsales. El la alimentó con el maná, le
dio agua de la roca, la envolvió en la nube de su gloria, como anticipo de la leche y miel
de la tierra prometida. Ahora ella sube del desierto cual columna de humo.
La hija de Sión regresa a su tierra, abrazando a Dios, que vuelve con ella del exilio.
Del desierto se levanta la nube de humo, semejante a la columna de polvo que levanta
una caravana de peregrinos, que suben a la ciudad santa cantando los "himnos de las
subidas" (Sal 120-134). Es una procesión nupcial. La nube emana perfumes de mirra,
de incienso y aromas preciosos. Desde los muros de Jerusalén, los centinelas ven la
columna de humo y exclaman: ¿Qué es eso que sube del desierto? "¿Quién es ése que
viene de Edom, vestido de rojo y de andar tan esforzado? Soy yo, un gran libertador; yo
solo he pisado el lagar y la sangre ha salpicado mis vestidos" (Is 63,1ss).
b) La columna de humo
La procesión nupcial evoca el cortejo de los israelitas cuando, liberados de la
esclavitud de Egipto, subían por el desierto a la tierra prometida. La columna de humo
es la nube con que Dios iluminaba en la noche y protegía durante el día a su pueblo
del ardor del sol (Nú 9,15ss). Cuando Israel subió del desierto y atravesó el Jordán con
Josué (Jos 3), dijeron los pueblos de aquella tierra: ¿Quién es esa que sube del
desierto, cual columna de humo, como nube de mirra e incienso, mejor que perfume
exótico en polvo? ¿Quién es esa nación elegida, que sube del desierto perfumada de
incienso y aromas? Pues todos los dones con que el Señor adornó a Israel se los dio en
el desierto. Del desierto provienen la Torá, la profecía, el sacerdocio, la realeza.
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Más suave y glorioso aún, sube desde el Moria el aroma del sacrificio de Isaac y del
cordero. Una columna de humo se eleva hasta el cielo en el sacrificio con que Moisés
sella la alianza del Sinaí. Sube desde el altar el humo del incienso de los sacrificios de
la tarde y de la mañana, el humo de las primicias, el humo del sacrifico de expiación
en el día del perdón, el humo del sacrificio de los corazones contritos y humillados, que
Dios no desprecia, el humo del sacrificio de Samuel, de Elías y de los otros profetas. Es
también la columna que acompaña las marchas del Arca por el desierto y en su
procesión solemne hacia Jerusalén. Es la columna de humo que envuelve y guía al
pueblo de Dios a lo largo de los siglos en su peregrinación hacia la casa de Dios. Es la
sombra protectora de las alas de Dios que protegen constantemente a su amada. "Es el
humo de la gloria de Dios que llena el Santuario" (Ap 15,8).
Es también la columna de las oraciones que suben al cielo en alas de ángeles: "Vi a
los siete ángeles que están ante el trono de Dios. Se les dieron muchos perfumes para
que, con las oraciones de todos los santos, los ofrecieran sobre el altar de oro colocado
ante el trono. Y por manos de ángeles subió delante de Dios la humareda de los
perfumes con las oraciones de los santos" (Ap 8,2ss). El incienso es la alabanza de la
creación al Creador. Oro, incienso y mirra son los dones de las naciones al Señor de la
gloria (Is 60,6;Mt 2,11). La mirra, que destila gota a gota el corazón herido, es el
perfume que exhala el sufrimiento ofrecido a Dios. Es el aroma del corazón de María,
traspasado por la espada, ofrecido a Dios en el altar de la cruz de su hijo (Lc 2,35;Jn
19,25).
Las hijas de Jerusalén y los amigos del esposo se sorprenden al ver a la amada,
transformada después de pasar el desierto de la prueba: ¿Quien es ésa que sube del
desierto? A su paso todos experimentan el perfume de mirra e incienso que exhala.
Con estupor se preguntan: La que antes vimos toda negra, ¿cómo es que ahora sube
del desierto toda resplandeciente de blancura? El desierto no la ha quemado, sino que
la ha purificado. La mirra es el signo de la sepultura del hombre viejo y el incienso es
el signo de su consagración a Dios. El incienso del culto a Dios sólo sube hacia él si va
unido a la mirra, a la mortificación de los miembros de pecado. Ante este testimonio de
la muerte del hombre viejo y del nacimiento del hombre nuevo, los amigos del esposo
preparan el tálamo nupcial para la esposa, le muestran la belleza del lecho real,
invitándola a unirse más íntimamente con el esposo, el amor de su vida: He aquí el
lecho de Salomón.8
c) La litera de Salomón
El esposo se muestra siempre solícito con la amada: cuando está lejos viene a
encontrarla (2,8-16); está junto a ella en los momentos más delicados y la toma en
brazos, velando amorosamente su sueño (2,6;3,5); de noche va a visitarla (5,2-5);
manda una litera para recogerla (3,7): Ved la litera de Salomón. Cuando Salomón, rey
de Israel, construyó el Templo en Jerusalén (1Re 6), dijo el Señor: ¡Qué bello es este
Templo, que me ha construido Salomón, hijo de David! ¡Qué bellos son los sacerdotes,
cuando extienden sus manos y bendicen a la Asamblea de Israel! La litera evoca
María, Hija de Sión, Madre del Mesías, es la morada de Dios sobre la cual baja la
nube del Espíritu, lo mismo que descendía y moraba sobre la tienda de la reunión de la
antigua alianza (Lc 1,35;Ex 40,35). Ella, envuelta por la nube del Espíritu, fuerza del
Altísimo, está llena de la presencia encarnada del Hijo de Dios. La imagen del arca,
lugar singular de la presencia de Dios para Israel, aparece como una filigrana en la
narración de la visitación de María a Isabel (Lc 1,39-59). María, que lleva en su seno al
Mesías, es el arca de la nueva alianza. El relato de Lucas parece modelado sobre el del
traslado del arca de la alianza a Jerusalén (2Sam 6,2-16;1Cro 15-16;Sal 132). El
contexto geográfico es el mismo: la región de Judá. El arca de la alianza, capturada por
los filisteos, tras la victoria de David sobre ellos, es llevada de nuevo a Israel en
diversas etapas: primero a Quiriat Yearim y luego a Jerusalén. En ambos
acontecimientos hay manifestaciones de gozo; David y todo Israel "danzan delante del
arca con gran entusiasmo", "en medio de gran alborozo"; "David danzaba, saltaba y
bailaba" (2Sam 6,5.12.14.16). Igualmente, "el niño, en el seno de Isabel, empezó a dar
saltos de alegría" (Lc 1,41.44). El gozo se traduce en aclamaciones de sabor litúrgico:
"David y todo Israel trajeron el arca entre gritos de júbilo y al son de trompetas" (v.15).
También "Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó a grandes voces" (v.41-42).
Esta Mujer, vestida de sol, con la luna bajo sus pies y coronada con doce estrellas,
es la Mujer en trance de dar a luz. Es la Mujer encinta que grita con los dolores de
parto. Son los dolores escatológicos de la Hija de Sión en cuanto madre: "Retuércete y
grita, hija de Sión, como mujer en parto" (Miq 4,10). Con gran vigor describe Isaías este
gran acontecimiento: "Voces, alborotos de la ciudad, voces que salen del templo. Es la
voz de Yahveh, que da a sus enemigos el pago merecido. Antes de ponerse de parto, ha
dado a luz: antes de que le sobrevinieran los dolores, dio a luz un varón. ¿Quién oyó
cosa semejante? ¿Quién vio nunca algo igual? ¿Es dado a luz un país en un día? ¿Una
nación nace toda de una vez? Pues apenas ha sentido los dolores, ya Sión ha dado a luz
a sus hijos. ¿Voy yo a abrir el seno materno para que no haya alumbramiento?, dice
Yahveh. ¿Voy yo, el que hace dar a luz, a cerrarlo?, dice tu Dios. Alegraos con Jerusalén
y regocijaos con ella todos los que la amáis. Llenaos de alegría con ella los que con ella
hicisteis luto" (Is 66,6-10).
El hijo, que la Mujer da a luz, son todos los hijos del pueblo de Israel, los hijos del
nuevo pueblo de Dios. Jesús, en la última cena, inmediatamente antes de la Pasión y
Resurrección recurre a la misma imagen (Jn 16,19-22). Los dolores de parto de la
mujer, con los que compara la tristeza de los discípulos, son un signo del nuevo mundo
que se hace realidad en el acontecimiento pascual. A través de la Cruz y la
Resurrección tiene lugar el alumbramiento del nuevo pueblo de Dios. Las angustias de
la mujer, el odio de la bestia y la elevación del Hijo hacen presente el misterio pascual,
donde nace el nuevo pueblo de Dios, pasando de la muerte a la vida. La resurrección es
una nueva concepción (He 4,25-28).
El varón que la Mujer da a luz es Jesús (Ap 12,5), pero no se trata del
alumbramiento de Belén, sino del nacimiento de Cristo en la mañana de Pascua. La
Resurrección es un nuevo nacimiento. El Padre dice: "Tú eres mi Hijo, yo te he
engendrado hoy" (He 13,32-33). La Resurrección es el "nacimiento" de Cristo
glorificado, el comienzo de su vida gloriosa, de la "elevación del Hijo hacia Dios y su
trono" (Ap 12,5), victorioso sobre el gran dragón. El hijo es, pues, el Jesús histórico
resucitado y glorificado. Pero también es el Cristo total, Cabeza y miembros, "el resto de
su descendencia", sus hermanos, "que guardan los preceptos de Dios y mantienen el
testimonio de Jesús" (12,17). Estos son también hijos de la Mujer, los hijos que María
71
ha recibido de Cristo desde la cruz, los hijos que la Iglesia da a luz a lo largo de los
siglos. La maternidad de María se halla ligada al Gólgota. Allí María es llamada
"Mujer" lo mismo que en el Apocalipsis. Es allí donde la madre de Jesús se convierte en
madre del discípulo, de todos los discípulos de Jesús.
Sesenta valientes la rodean, los más fuertes de Israel. Todos son diestros en la
espada, veteranos en la guerra. Todos llevan al flanco la espada. Los sacerdotes y
levitas, y todos los hijos de Israel son diestros en la Torá, que es como una espada (Sal
149,6;He 4,12;Ef 6,17). Discuten de ella como guerreros adiestrados para la batalla. Y
cada uno de ellos lleva en su propia carne el sello de la circuncisión, como la llevó en
su carne Abraham (Gén 17,11;Rom 4,11). En virtud de ella son fuertes, como guerreros
que llevan la espada al flanco. Por ello no tienen miedo de los espíritus malignos, que
rondan de noche. La litera de Salomón avanza protegida por sesenta valientes de
Israel, bien adiestrados en la guerra (2Sam 10,7;23,8ss). Están armados, prontos a
enfrentarse a los asaltos y "sorpresas de la noche". La noche es siempre señal de
peligro y terror (Jn 3,19s). El demonio ronda, ante todo, en torno al lecho nupcial para
destruir el amor y la vida (Tob 3,7ss).10
10 En la liturgia matrimonial de la Iglesia oriental se bendice a los esposos, diciendo: "Sea bendito tu tálamo
nupcial y tu casa" (Iglesia siria); "guarda, Señor, puro su lecho conyugal" (Iglesia copta); "conserva santo el lecho de
su matrimonio" (Iglesia armena); "su lecho se conserve puro y santo y que tu fuerza venga en su ayuda" (Iglesia siria);
"conserve el Señor vuestro tálamo en santidad y pureza" (Iglesia maronita); "defiende, Señor, su lecho de todas las
insidias del Enemigo" (Iglesia armena); "que tu cruz les defienda" (Iglesia siria); "bendice, Señor, la casa en la que
entra la esposa y santifica el tálamo nupcial" (Iglesia caldea). En la liturgia nupcial copta se ungía con óleo a los
esposos para defensa de las insidias malignas en el ejercicio santo de la comunión conyugal.
72
vencido por medio de la sangre del Cordero y por el testimonio que dieron" (Ap
12,10-11).
La Iglesia, como testigo de Dios en medio del mundo, se ve sometida a pruebas, pero
goza de la protección del Señor y tiene garantizada la victoria. María, su figura
escatológica, es el signo seguro de esperanza. La serpiente acechará su talón, pero será
finalmente aplastada. La Iglesia mira a la Madre de Jesús, la Mujer, como al "gran
signo" de esperanza frente a todas las amenazas del dragón a lo largo de la historia. En
María, la Iglesia de los mártires contempla la imagen triunfante de la victoria del Hijo
que ella dio a luz, y se siente alentada para su combate. La Mujer esplendente,
"hermosa como la luna, resplandeciente como el sol", es también "terrible como
escuadrones ordenados" (Cant 6,10). Durante este tiempo es necesario ir armados de
espada para el combate. La espada es la Palabra de Dios: "Ciertamente, es viva la
Palabra de Dios y eficaz, y más cortante que espada de dos filos. Penetra hasta la
médula, hasta las junturas del alma y el espíritu; escruta los sentimientos y
pensamientos del corazón" (Heb 4,12). "Que los fieles celebran su gloria y desde su lecho
canten de alegría; los elogios de Dios en su garganta y en su mano la espada de dos
filos" (Sal 149,5s). La Iglesia, Ciudad Santa, está rodeada de montes. El Señor rodea y
defiende a su pueblo desde ahora y por siempre (Sal 124,2). "Aquel día se cantará este
cantar en tierra de Judá: Ciudad fuerte tenemos, para protección se le han puesto
murallas y baluarte" (Is 26,1).
Con el corazón circuncidado en Cristo (Rom 2,29), ceñidos los lomos con la espada
del Espíritu, que es la Palabra de Dios, "revestida de las armas de Dios" la esposa está
equipada para "resistir las asechanzas del Diablo" (Ef 6,10-20). Por ello el lecho del
rey, es decir, el propio corazón, donde el esposo aguarda unirse con la esposa, está
circundado de los setenta valientes.
e) La tienda de Salomón
El rey Salomón se hizo un palanquín de madera del Líbano. Ha hecho de plata sus
columnas, de oro su respaldo, de púrpura su asiento y su interior, tapizado de amor
por las hijas de Jerusalén. La tienda o palanquín aparece en todo su esplendor. Los
73
ojos se quedan deslumbrados admirando su belleza. La madera es del Líbano lo mismo
que la del Templo (1Re 6,15ss), las columnas de plata, el espaldar de oro, los
revestimentos de púrpura, la misma que reviste el Arca de la alianza (Ex 26,1.36;
27,16); de púrpura es también el velo del Templo (2Cro 3,14) y las vestiduras
sacerdotales (Ex 28,5ss). ¿A que se asemeja esto? A un rey que tenía una hija pequeña.
Hasta que creció y se desarrolló, el rey se encontraba con ella en el mercado y le
hablaba en público, en las calles y en las plazas. Pero una vez que creció se dijo el rey:
No conviene que hable a mi hija en público; le haré un pabellón, y cuando quiera
hablar con ella, lo haré dentro del pabellón. Así hizo el Señor: "Cuando Israel era un
niño Yo lo amé" (Os 11,1). En Egipto y en el Mar se veía en público con Israel: "Los
israelitas vieron su gran poder" (Ex 14,31). Pero, una vez que los israelitas llegaron al
Sinaí y recibieron la Torá, dijo el Señor: No conviene que hable con mis hijos en
público. ¡Que me hagan un Santuario! Y cuando quiera hablar con ellos lo haré dentro
de él: "Moisés entraba en la Tienda de Reunión para hablar con El" (Nú 7,89).
El día de los esponsales, día de alegría y gloria, es el día de la venida del Mesías,
que renueva y consagra para siempre la alianza del Sinaí, llevándola a su perfección.
La madre del rey, la hija de Sión, lo corona, aceptándolo como esposo y como rey. Con
gozo exclama la esposa: Salid, hijas de Sión, a contemplar al rey Salomón, con la
corona con que le ciñó su madre, el día de sus bodas, el día del gozo de su corazón.
Cuando Salomón hizo la dedicación del Templo, un heraldo proclamó con fuerza:
¡Salid, habitantes de la tierra de Israel y pueblo de Sión, mirad la corona con la que la
casa de Israel ha ceñido al rey Salomón en el día de la dedicación del templo! Y el
pueblo se alegró con la alegría de la fiesta, porque el rey Salomón hizo durar la fiesta
catorce días (2Cro 7,9). Para ir hacia el amado, al encuentro del Señor, siempre es
necesario salir de sí mismo. Es necesario abandonar las construcciones precarias en
las que el hombre se instala. Sin arriesgar la propia vida no se encuentra al Señor.
75
Llevando a Cristo, invitan a los demás a salir, a convertirse, para transformarse en
hijas de la Jerusalén celestial. Cristo, en la Iglesia, se muestra como un rey victorioso
(Sal 20,6), coronado por el Padre, pues es El quien prepara las bodas del Hijo
Unigénito con la Iglesia, su corona de gloria, hecha de piedras vivas (1Pe 2,5). A entrar
en ella invitan a todos: Salid, hijas de Sión, salid de la maldición de la ley y
contemplad al rey Salomón, es decir, a Cristo que, hecho él mismo maldición por
nosotros, nos rescató de la maldición y nos hizo partícipes de la bendición de Abraham
(Gál 3,12ss). "Salgamos, pues, fuera del campamento, donde él padeció por nuestros
pecados para santificarnos con su sangre" (Heb 13,11ss). Allí se ciñó de gloria, al
esposarse con la Iglesia, cumpliendo la profecía: "Yo te desposaré conmigo para
siempre, te desposaré en amor y compasión, te desposaré en fidelidad y tú conocerás al
Señor" (Os 2,21-22).
76
7. ¡QUE HERMOSA ERES, AMADA MIA!:
4,1-5,1
77
narra su desolación cuando, con la muerte de su esposa, pierde "su gloria, su fuerza, la
delicia de sus ojos, su apoyo y el anhelo de su alma" (Ez 24,15-25).
La literatura sapiencial insiste sobre la belleza del amor, vivido dentro del marco
de la fe, pues sin el temor de Dios no vale nada (Sab 3,13-14;Eclo 16,1-3). Dentro de la
fe se exalta el amor conyugal y se canta a la mujer como "un tesoro", don de Dios:
"Encontrar una mujer es encontrar la felicidad, es alcanzar el favor de Dios" (Pro
18,22). Semejante felicidad no cae en suerte sino al que teme a Dios: "Dichoso el esposo
de una mujer buena, el número de sus días se duplicará. Mujer buena es buena
herencia, asignada a los que temen al Señor; sea rico o pobre, su corazón estará
contento, y alegre su semblante en todo tiempo" (Eclo 26,1-4). "La belleza de la mujer
recrea la mirada del marido y el hombre la desea más que nada. Si habla con ternura,
a su marido no le falta nada; la esposa es para él una fortuna, una ayuda semejante a
él y columna de apoyo; porque sin mujer el hombre gime y va a la deriva" (Eclo
36,22-27). "Ella vale más que las perlas" (Pro 31,10). "Un matrimonio feliz es una
bendición de Dios" (Pro 18,22; 19,14; Eclo 26,3.4). "Sol que sale por las alturas del
Señor es la belleza de la mujer buena en una casa en orden. Lámpara, que brilla en
sagrado candelero, es la hermosura sobre un cuerpo esbelto. Columnas de oro sobre
bases de plata las bellas piernas sobre talones firmes" (Eclo 26, 16-18). Lo mismo
leemos en los Proverbios: "Sea tu fuente bendita. Gózate en la mujer de tu mocedad,
cierva amable, graciosa gacela: embriagantes en todo tiempo sus amores, su amor te
apasione para siempre. ¿Por qué apasionarte, hijo mío, de una ajena, abrazar el seno
de una extraña? Pues los caminos del hombre están en la presencia de Yahveh, El
vigila todos sus senderos" (5,18-21). No es bueno alabar a "una mujer bonita" que no es
la propia y es preciso desviar los ojos de la "hermosa mujer ajena" porque "muchos se
perdieron por la belleza de una mujer" (Eclo 9,8-9; 23,18-21; Pro 5,2-14; 7,5-27). La
literatura sapiencial proclama, por tanto, la felicidad del esposo de una hermosa
mujer, que sea al mismo tiempo fiel y recta, llena de sentido y temor del Señor, como
canta el himno alfabético, escrito en alabanza de la "mujer perfecta", como conclusión
del libro de los Proverbios.
78
ofrecidos sobre el altar! ¡Qué hermosa en este mundo! y ¡qué encantadora! en el mundo
venidero y ¡en los días del Mesías!
Palomas son tus ojos a través del velo. Estas palabras, pronunciadas al comienzo
del Cantar (1,15), ahora resuenan con nueva fuerza. La amada ha recorrido una larga
historia y se ha vuelto realmente hermosa. El Señor la ha hecho pasar el mar, la ha
lavado en su sangre, la ha ungido con óleo, la ha vestido de lino y seda, la ha adornado
con joyas, collar, anillo y pendientes y la ha alimentado con flor de harina, hasta
hacerla esplendente como una reina (Ez 16,1ss). Ahora aparece perfecta a los ojos del
amado. Es la amada que desciende del cielo revestida de la gloria del Señor: "Y vi la
ciudad santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, engalanada
como una novia ataviada para su esposo" (Ap 21,2).
Como la paloma ofrece su cuello para la inmolación, así la amada dice: "Por tu
causa se nos mata todos los días" (Sal 44,23;Rom 8,36). Como la paloma sirve de
expiación por las faltas, también Israel sirve de expiación por las naciones: "en pago de
mi amor me acusan, mas soy todo plegaria" (Sal 109,4). Como la paloma, una vez
reconocida su pareja, no la cambia por otro, Israel, una vez que reconoció al Señor, no
lo cambió por otro. Como la paloma no abandona jamás su nido, ni siquiera cuando la
quitan las crías, tampoco Israel dejó de celebrar las tres peregrinaciones, aunque el
Templo hubiera sido destruido. Como la paloma renueva cada mes su nidada, Israel
renueva cada mes el estudio de la Torá. Como la paloma trajo luz al mundo, también
Israel la trae: "los pueblos caminarán a tu luz" (Is 60,3). ¿Cuándo trajo luz al mundo la
paloma? En tiempos de Noé: "regresó a él la paloma al atardecer y traía en su pico una
rama de olivo" (Gén 8,11). Como la paloma es perfecta, también la comunidad de Israel
es perfecta. Como la paloma camina airosa, también Israel camina airoso en el tiempo
de sus tres peregrinaciones. Como la paloma es modesta, también Israel debe ser
modesto. Ternura, fidelidad y amor traslucen los ojos de la amada a través del velo,
como ojos de paloma. El velo oculta y desvela la gracia de la mirada.
79
Tras el elogio de los ojos, alaba los cabellos, que son como un hato de cabras, que
ondulan por el monte Galaad. Las colinas suaves de Galaad, ricas en arbolado y
buenos pastos, se orlan de cabras y ovejas (Gén 31,21), que ondulan como los cabellos
de la amada, agitados por el viento. San Pablo dice que la gloria de la mujer son los
cabellos, que le han sido dados como velo (1Cor 11,15). Pero no se trata de los cabellos
externos: "Las mujeres, vestidas decorosamente, se adornen con pudor y modestia, no
con trenzas ni con oro o perlas o vestidos costosos, sino con buenas obras, como
conviene a mujeres que han hecho profesión de piedad" (1Tim 2,9-10). La cabellera,
gloria de la Iglesia, es la multitud de sus hijos, con los que "se reviste como con velo
nupcial" (Is 49,18).
Tras los ojos y los cabellos elogia los dientes: Tus dientes, rebaño de ovejas prontas
para ser esquilado, recién salido de bañar. Cada oveja tiene mellizos; no hay ninguna
estéril. Recién lavadas para el esquileo, las ovejas blanquean sobre el prado verde (Sal
65,14). El espectro de colores -rojo, verde, blanco, dorado-, da una sensación de
frescura, vitalidad y vigor al rostro de la amada. La blancura de la lana, como punto
de comparación, es proverbial en la Escritura (Sal 147,16;Is 1,18;Dan 7,9). Recién
salido de bañar, es decir, al salir de las aguas del bautismo, cada oveja tiene mellizos;
no hay ninguna estéril. Por la fe y el testimonio de vida, cada bautizado se hace
apóstol, dando fecundidad a la madre Iglesia. Los dientes blancos, que deja ver la
amada cuando sonríe, no son hermosos cuando falta uno. Así los hijos de Israel,
cuando están unidos son bellos, como la sonrisa de la amada. Al pastor de Israel no le
agrada la soledad. Manda siempre de dos en dos a sus discípulos, pues sólo está
presente donde hay dos o más reunidos en su nombre (Mc 6,7; Mt 18,19s). Los doctores
y maestros, como dientes, desmenuzan y rumian el pan de la Palabra de Dios, para
darlo masticado a los demás. Para cumplir su misión sus dientes, rebaño de ovejas
recién salido de bañar, deben haber sido bañados, "purificados de toda mancha de la
carne y del espíritu, consumando la santificación en el temor de Dios" (2Cor 7,1).
80
c) Tu hablar es melodioso
Renacidos en el agua, los fieles pasan a la Eucaristía, donde sus labios quedan
marcados con la sangre del Cordero: sus labios se adornan de una cinta escarlata.
Alimentados con el cuerpo y sangre de Cristo y fortalecidos con el don del Espíritu
Santo, su hablar se hace melodioso en el canto de las alabanzas al Señor y en la
predicación de Cristo crucificado, salvación de los hombres. Con la cinta escarlata,
colocada en la ventana, Rahab salvó toda su casa (Jos 2,18). Con la sangre de Cristo en
los labios, ventana de la Palabra, se orlan de rojo también las mejillas, dando
testimonio de la redención de Cristo con la propia sangre. Los mártires de Cristo son
sus mejillas, medias granadas tras el velo, del mismo color de la sangre de Cristo, que
llevan en su interior. Así, del tronco de Jesé se levanta la torre de David, el cuerpo de
Cristo, nacido del seno de María y de la sangre derramada sobre el monte. Así el Hijo
Unigénito sube a los cielos como Primogénito de una multitud de hermanos (Rom
8,29), "pues convenía que llevara muchos hijos a la gloria. Por tanto el santificador y
los santificados tienen el mismo origen, por lo que no se avergüenza en llamarles
hermanos" (Heb 2,10ss).
Melodiosos son los labios del Sumo Sacerdote que pronuncia ante el Señor la
oraciones en el día de la expiación. Sus palabras cambian los pecados de Israel, rojos
como escarlata, en blancos como lana pura (Is 1,18). Los predicadores, labios de la
Iglesia, purificados con la sangre del Señor, llevan siempre en su boca el anuncio de la
redención, realizada mediante la sangre del Señor. La profesión de fe en la pasión de
Cristo y el amor a los hombres redimidos con la sangre de Cristo forman un lazo de
escarlata en sus labios. La cinta escarlata es, pues, la fe que actúa por medio del amor
(Gál 5,6). Con este lazo de amor se abren los labios en la predicación: "Pues si
confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de
entre los muertos, serás salvo. Pues con el corazón se cree para conseguir la justicia, y
con la boca se confiesa para conseguir la salvación" (Rom 10,9-10). Con la predicación,
la Iglesia recoge los frutos de la redención de Cristo y se hacen sus mejillas, medias
granadas tras el velo.
81
era Cristo, la cabeza, quien hablaba en él (2Cor 13,3). Ya dijo el Señor: "No puede
ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte" (Mt 5,14).
Sigue el elogio de los dos pechos: Tus dos pechos, con dos cervatillos, mellizos de
gacela, pastan entre azucenas. La gacela es uno de los animales salvajes más bellos.
Su cuerpo es fino, ágil, elegante, camina con la cabeza alzada y ojos vivos. Es toda
agilidad, soltura y gracia como la amada. Sus dos pechos son como Moisés y Aarón (Ex
6,20), que eran como dos crías mellizas de gacela y pastorearon al pueblo de Israel
durante cuarenta años en el desierto, alimentándolo con el maná, las codornices y el
agua de la fuente de Myriam (Ex 15,22-16,32). Desde su nacimiento Israel es uno, pero
nutrido siempre por dos pechos iguales e inseparables como los dos montes de Siquén,
Garizim y Eval: Efraím y Judá, Moisés y Aarón, Pedro y Pablo, apóstoles y profetas. El
Mesías se mostrará transfigurado entre Moisés y Elías, sobre la Ley y los Profetas (Mt
17,1ss).
Antes que sople la brisa del día y huyan las sombras, me iré al monte de la mirra,
a la colina del incienso. La brisa es el Espíritu Santo, que aspira donde quiere y
conduce donde quiere (Jn 3,8). El Espíritu Santo, con su soplo, aleja las sombras de la
noche y trae la luz del día. Los regenerados por el Espíritu (Jn 3,15) se hacen hijos de
la luz e hijos del día (1Tes 5,5). En ellos crece la palabra como en tierra buena (Lc
8,15), donde pueden pastar los cervatillos, que se nutren de leche, como recién nacidos
(1Cor 3,1-2). La Iglesia, como madre, cuida así a sus hijos (1Tes 2,7). Por ello, Cristo
dice a sus discípulos: Antes que sople la brisa, antes que surja la aurora de la
resurrección, "os conviene que yo me vaya" al monte de la mirra, a la colina del
incienso, pues he venido para dar mi vida, en ofrenda de incienso al Padre, por el
mundo. "Os conviene que yo me vaya, porque si no me voy, no vendrá a vosotros el
Paráclito, pero si me voy, os lo enviaré" y hará huir las sombras. Pues "cuando él
venga, convencerá al mundo de pecado, porque no creen en mí; de justicia, porque me
voy al Padre; y de juicio, porque el Príncipe de este mundo está juzgado" (Jn 16,7ss).
La mirra es la resina olorosa que emana del tronco y de las ramas del arbusto
pequeño, herido con el hacha. Semejante al arbusto de la mirra es el del incienso; con
una incisión en su tronco exuda el líquido, que cae gota a gota, con su fuerte olor. La
esposa herida de amor destila incienso y mirra.
82
Cuando tú me mirabas,
su gracia en mí tus ojos imprimían,
por eso me adamabas,
y en eso merecían
los míos adorar lo que en ti veían.
El Líbano, con su cadena montañosa, ciñe como una corona a la Palestina del
norte. Pero el Líbano es también símbolo de la idolatría (Is 17,10; Ez 8,14). En medio
de la idolatría viven los exiliados, más allá del Tigris y el Eufrates. Dios les invita a
volver a Palestina, donde se reconstruye el templo de su presencia. En su regreso, les
invita a contemplar, desde las cumbres del Senir y del Hermón, el país de sus padres,
que aparece ante sus ojos: Otea desde la cumbre del Amaná, desde la cumbre del Senir
y del Hermón, desde las guaridas de los leones, desde los montes de los leopardos. El
Hermón, con su alta cima nevada todo el año, difunde una bocanada de frescura a
quien viaja por Galilea bajo el rayo abrasador del sol. En su altura áspera y salvaje,
poblada de bosques, leones y leopardos, nace el Jordán. Como guarida de fieras estos
montes son lugares peligrosos, de donde el amado quiere sacar a la amada: ¡Ven, novia
mía! Ven a mí, sal del dominio del maligno, que ha sido juzgado y condenado. Escapa
de los cubiles de leones y panteras. Conmigo subirás al Templo, donde te ofrecerán
dones los jefes del pueblo, que habitan junto al Amaná (2Re 5,12), los que moran en la
cima del monte de las nieves, las naciones que están sobre el Hermón (Is 66,20; Sal
72,10). Desde la cumbre de los montes, donde están los manantiales del Jordán,
contempla el misterio de tu regeneración. En esas aguas has dejado el hombre viejo,
con todas sus fieras, leones (Sal 9,30-31) y leopardos, para renacer a una vida nueva.
Contempla de donde te ha sacado el Señor, para transformarte en su esposa, a través
de las aguas del Jordán.
Me robaste el corazón, hermana y novia mía, me robaste el corazón con una mirada
tuya, con una sola vuelta de tu collar. Lo dice el que por ti tomó tu carne y se hizo
hermano tuyo; el que se unió a ti y te hizo su esposa; el que no tenía pecado y llevó tus
pecados en su cuerpo, sanando tus heridas con las suyas (1Pe 2,22-23; Is 53,5); el que
con la debilidad de la cruz destruyó el poder de tus enemigos; el que, para rescaterte,
se hizo precio de tu rescate (Mt 20,28). Exulta y grita de estupor con los ángeles, con
los amigos del esposo, con él mismo, pues te ha hecho hermana y novia suya. A ti, "la
83
menor de todos los santos, se te ha concedido la gracia de anunciar la inescrutable
riqueza de Cristo y dar a conocer a todos el misterio escondido desde los siglos en Dios,
para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora manifestada mediante la Iglesia,
conforme al previo designio eterno que realizó en Cristo Jesús, Señor nuestro" (Ef
3,8-11). En ti ha hecho maravillas el Señor, cuyo nombre es santo (Lc 1,48).
¡Me robaste el corazón, hermana mía! Más aún, María, la Hija de Sión, la Virgen
fiel, esposa y madre, le ha dado un corazón de carne para amar hasta el extremo a los
hombres (Jn 13,1). El corazón de Cristo no conoce la apatía, sino la pasión que le lleva
a morir en la cruz. Toda su vida manifiesta este amor pasional de Dios por el hombre.
Vive frente a la muerte, curando enfermos, acogiendo leprosos, no vengando pecados
sino perdonándolos, es decir, combatiendo contra la muerte, hasta entrar en ella para
aniquilarla. Jesús se entregó libremente al combate con la muerte, tomó
espontáneamente el camino de Jerusalén, donde mueren los profetas. Sobre la cruz su
corazón fue traspasado (Jn 19,34;Zac 12,9s): "El soportó nuestros sufrimientos y cargó
con nuestros dolores. Sus cicatrices nos curaron" (Mt 8,17). "Sí, os lo aseguro, si el
grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo; en cambio, si muere, da fruto
abundante" (Jn 12,24). La esterilidad del grano, que no quiere caer en tierra y morir,
es la muerte más absurda, ya que es una muerte sin esperanza. "El que quiera salvar
su vida, la perderá, pero quien pierde su vida, la encuentra", la está haciendo fecunda,
eterna. Entregar la vida es salir de uno mismo, amar, exponerse y darse. En esta
enajenación se hace viviente la propia vida, ya que vivifica otras vidas. Quien vive
verdaderamente la vida, puede también morir. Quien ya está muerto no pude morir
por nadie ni por nada. O, si se quiere, una vida no vivida, en apatía, puede no morir,
pero no es vida. La apatía pretende ahorrarnos la muerte y por eso nos desposee de la
vida. El amor, en cambio, hace de la vida una pasión, haciéndonos capaces de sufrir.
Mirar a la pasión de Dios y a la historia de la pasión de Cristo nos lleva de la muerte a
la vida e impide que nuestro mundo se hunda en la apatía.
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del amor de la amada. Su mirada de amor halla en la amada todas sus delicias (Lc
1,30). En la Iglesia, el invisible se hace visible. Aquel, a quien nadie vio jamás (Jn
1,18), porque habita en una luz inaccesible (1Tim 6,16), se ha dejado ver en Cristo,
cabeza de la Iglesia, que es su cuerpo. Mediante la incorporación de los llamados a la
salvación, él va edificando su cuerpo hasta que alcance el estado de hombre perfecto, la
madurez de la plenitud de Cristo (Ef 4,12-13). Para ello da forma al rostro de la Iglesia
con su misma impronta (Ef 5,27). La Iglesia muestra la belleza de los amores de Dios y
expande la fragancia de su vida divina: "Si habéis resucitado con Cristo, buscad las
cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios. Aspirad a las cosas de
arriba, no a las de la tierra. Porque habéis muerto y vuestra vida está oculta con
Cristo en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, también vosotros apareceréis
gloriosos con él" (Col 3,1-4).
El amor es suave como un vino embriagador; las caricias transtornan como una
bebida fuerte; besar es como sorber néctar o purísima miel: "Sus palabras (besos de
Dios) son más dulces que la miel, más que el néctar de panales" (Sal 19,10). Miel y
leche es el símbolo de la tierra prometida (Ex 3,8.17; Lv 20,24;Nm 13,27; Dt 6,3). La
amada es para el esposo deseable como la tierra de la libertad. Miel virgen indica el
panal que gotea espontáneamente la más dulce miel. Es la dulzura de las palabras de
ternura de la esposa (Eclo 36,22-27). "Panal de miel son las palabras suaves, dulces al
alma y saludables para el cuerpo" (Pr 16,24). Tus plegarias, cuando brotan del
corazón, son un panal que destila de tus labios. Cuando oran los sacerdotes en los
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atrios del Santuario, sus labios destilan miel virgen. Tu lengua, oh esposa casta,
cuando dices los cánticos y las alabanzas, son dulces como leche y miel.
Dios unge con óleo de alegría de modo que "los vestidos huelen a mirra, áloe y
casia" (Sal 45,9). El perfume del vestido de los sacerdotes (Lv 8,30; Ex 30,22-25) es
como perfume de incienso. Pero el que proclame las palabras de la Torá y no consiga
que resulten tan agradables a los oyentes como una novia resulta agradable en el día
de su boda, más le valiera no haber hablado. La fragancia de los vestidos es símbolo
de las bendiciones de Dios (Gén 27,27). La amada exhala el aroma del amado y destila
la miel de su palabra, eco de la palabra del amado. Cantar a la amada es un canto al
amado, a quien ella debe su ser, su hablar y toda su vida. Gota a gota, palabra a
palabra, la amada difunde la sabiduría bebida en la fuente de la Sabiduría. No es
como la palabra de la mujer perversa, "cuyos labios destilan miel y su paladar es más
dulce que el aceite, pero luego es amarga como ajenjo, mordaz como espada de dos
filos, pues conduce a la muerte" (Pr 5,3-4). En cambio, la Sabiduría del Señor lleva a la
vida: "Come miel, hijo mío, porque es buena, el panal de miel es dulce al paladar. Es
sabiduría para tu alma; si la hallas, hay un mañana y tu esperanza no fracasará" (Pr
24,13s). La miel del panal del Señor ilumina los ojos (1Sam 14,27).
f) Jardín cerrado
Eres jardín cerrado, hermana mía, novia, huerto cerrado, fuente sellada. Huerto
cerrado son las vírgenes, custodiadas y escondidas en las tiendas. Y fuente sellada son
las mujeres casadas, castas como el jardín del Edén, donde sólo los justos pueden
entrar; están selladas como fuente de agua viva que mana bajo el árbol de la vida y se
divide en cuatro brazos (Gén 2,10); si no estuviese sellada con el Nombre grande y
santo estallaría, desbordándose hasta inundar todo el mundo (Gén 8,2). El Cantar
evoca constantemente el Paraíso (6,1;6,11;8,13). Los profetas comparan a Israel, al
entrar en los tiempos escatológicos, con un jardín lleno de verdor, saturado de
fragancias deliciosas, regado por aguas y colmado de frutos maravillosos (Os 14,6-7; Ez
36,35; Is 51,3; 61,11).
El huerto cerrado con su fuente sellada es el jardín del Edén donde Dios acoge al
hombre y lo colma de bienes y consuelos (Sal 46;Eclo 24). Cerrado por el pecado,
custodiado por la espada de fuego (Gén 3,24), lo abre Cristo con la llave de la cruz,
árbol de vida eterna, donde nos ha desposado el Señor. El esposo elogia la fidelidad de
la esposa, que ha mantenido toda su agua para el esposo: "Bebe el agua que brota de
tu pozo. ¿Se va a desbordar por fuera tu manantial, las corrientes de agua por las
plazas? Que sean para ti solo, sin repartirlas con extraños. Sea bendita tu fuente,
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embriágate de sus amores y que su amor te apasione siempre" (Pr 5,15ss). Jardín
cerrado al diablo, abierto al esposo; fuente sellada con el sello del Espíritu de Cristo.
Unida a Cristo (Ef 5,31-32), la esposa hace la voluntad de Dios y así se hace
hermana de Cristo (Mc 3,35). De este modo se transforma en huerto florido, cuyos
brotes son un paraíso de granados, con frutos exquisitos, como anunció David: "El
justo florece como la palmera, crece como un cedro del Líbano. Plantados en la Casa de
Dios, dan flores en los atrios de nuestro Dios" (Sal 92,13-14), y también Isaías: "En
lugar del espino crecerá el ciprés y en lugar de la ortiga, el mirto" (Is 55,13). Y
Miqueas anunció la paz y gozo de quien "se sentaría bajo su parra y su higuera" (Miq
4,4). El Señor hace florecer en la Iglesia el jardín y lo protege, teniéndolo bien cerrado,
sin una brecha "para que no le vendimien todos los que pasan por el camino, ni le
devaste el jabalí salvaje, ni le pisotee el ganado de los campos" (Sal 79,13-14).
El jardín necesita de una fuente para que no se agosten sus árboles. Por ello el
Cantar añade: fuente sellada. El agua de la sabiduría de Dios, encauzada a regar la
plantación de Dios, hace que exhale el perfume de nardo y azafrán, caña aromática y
canela, con todos los árboles de incienso, mirra y áloe, con los mejores bálsamos y
aromas. Es el perfume del Espíritu, "que todo lo sondea, hasta las profundidades de
Dios" (1Cor 2,10); al comunicárselo a la esposa del Hijo de Dios, desbordada por tanta
gracia, exclama: "¡Oh abismo de la riqueza de la sabiduría y de la ciencia de Dios!
¡Cuán insondables son sus designios e inescrutables sus caminos!" (Rom 12,33). Sólo
con balbuceos y símbolos del paraíso o de la tierra prometida, que mana leche y miel
(Ex 3,8.17), puede expresar lo inefable de la comunicación de Dios. El alma, más que
habitar en el jardín del Edén, se convierte ella misma en jardín, y ya, no como al
principio, jardín abierto, sino cerrado, bien custodiado por el Amado. Y al mismo
tiempo que jardín, se hace también fuente de aguas vivas (Jr 2,13), que fluyen del
Líbano, para cuantos tienen sed. De su boca brotan palabras de vida que apagan la sed
de cuantos las beben con el oído de la fe. El Señor se la ofrece a la Samaritana: "Si
conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: 'dame de beber', tú le habrías
pedido a él, y él te habría dado agua viva.., y el que beba del agua que yo le dé, no
tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua
que brota para la vida eterna" (Jn 4,10-14). Se trata del don del Espíritu Santo: "Si
alguno tiene sed, venga a mí y beba, pues el que crea en mí, como dice la Escritura, de
su seno correrán ríos de agua viva. Esto lo decía refiriéndose al Espíritu que iban a
recibir los que creyeran en él" (Jn 7,37-39).
Con razón se dice de la esposa: La fuente del jardín es pozo de agua viva, que fluye
del Líbano. El pozo normalmente no fluye como la fuente, pero tiene aguas frescas,
aguas vivas (Gén 26,19). "Dios es un manantial de aguas vivas y no una cisterna
agrietada, que no retiene el agua" (Jr 2,13;17,13). Las aguas de Siloé guían al pueblo
con dulzura (Is 8,6) más excelente que el vino. Estas fluyen del Líbano para irrigar la
tierra de Israel; de hecho, los hijos de Israel estudian los preceptos de la Torá, que son
como fuente de agua viva (Jr 2,13; Is 55,1). En el altar del Templo, construido en
Jerusalén y llamado Líbano, se derrama el agua en libación. Las aguas de Dios fluyen
frescas como las que brotan del Líbano. La amada es graciosa y alegre, transparente
como agua de fuente y de torrentes.
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Tus brotes, un paraíso de granados, con frutos exquisitos: nardo y azafrán, caña
aromática y canela, con todos los árboles de incienso, mirra y áloe, con los mejores
bálsamos y aromas. El granado es un árbol frondoso, de flores rojas, delicadas. Su
fruto, con sus múltiples celdillas para cada grano rojo, es símbolo de la fertilidad. La
hija de Sión ha dado el fruto bendito de su seno, cumpliéndose en ella lo anunciado por
los profetas: "El Señor consuela a Sión, pues convertirá su desierto en un edén, su
yermo en paraíso del Señor" (Is 51,3); "el Señor será rocío para Israel, que florecerá
como azucena y arraigará como álamo; echará vástagos, tendrá la lozanía del olivo y el
aroma del Líbano; volverán a morar a su sombra, revivirán como el trigo, florecerán
como la vid, serán famosos como el vino del Líbano" (Os 14,6-7); "volverán a labrar la
tierra asolada, después de haber estado baldía a la vista de los caminantes, que
exclamarán: Esta tierra desolada está hecha un paraíso" (Ez 36,34s).
San Agustín dice: En el huerto del Señor no sólo hay las rosas de los mártires, sino
también los lirios de las vírgenes y las yedras de los casados, así como las violetas de
las viudas. En la Iglesia, comunión de los renacidos en Cristo, los estados de vida
están de tal modo relacionados entre sí que están ordenados el uno al otro. Son
modalidades diversas y complementarias de vivir la universal vocación a la santidad
en la perfección del amor. Los estados de vida están al servicio del crecimiento de la
Iglesia, se coordinan dinámicamente en su única misión: ser imagen del amor de Dios.
De este modo, el único e idéntico misterio de la Iglesia revela y vive, en la variedad de
vocaciones, la infinita riqueza del misterio de Cristo. Así la Iglesia es como un campo
espléndido por su variedad de plantas, flores y frutos. San Ambrosio dice: Un campo
produce muchos frutos, pero es mejor el que abunda en frutos y flores. Ahora bien, el
campo de la santa Iglesia es fecundo en unas y otras. Aquí puedes ver florecer las
gemas de la virginidad, allá la rica cosecha de las bodas bendecidas por la Iglesia, que
colma de mies abundante los grandes graneros del mundo; los lagares del Señor Jesús
sobreabundan además de los frutos de vid lozana, frutos de los cuales están llenos los
matrimonios cristianos.
¡Levántate, cierzo, ven ábrego! ¡Orea mi huerto, que exhale sus aromas! ¡Entre mi
Amado a su jardín y coma sus frutos exquisitos! La amada lanza una llamada a los
vientos del norte y del sur, a los vientos fríos y a los cálidos, para que corran por el
jardín y le hagan exhalar todos sus aromas ocultos. Y tras invocar el soplo del viento,
invita a entrar al amado. Es su jardín, pues él le ha hecho florecer. En él entra el
amado y se deleita con los frutos de la amada, que el viento de su Espíritu desprende
de ella. En el jardín de delicias de la amada puede recrearse con todos sus sentidos:
vista, tacto, gusto y olfato.
O quizás lo que pide la esposa a Dios es que aleje al viento cierzo, según su
promesa: "Alejaré de vosotros al que viene del norte y le echaré hacia una tierra de
aridez y desolación" (Jl 2,20). En cambio, implora el don del viento ábrego, que es el
soplo del Espíritu de Dios: "Viene Dios de Temán, el Santo, del monte Parán. Su
majestad cubre los cielos, de su gloria está llena la tierra" (Hab 3,3). Con el soplo del
Espíritu Santo el huerto, el corazón de la esposa dará los frutos que agradan al
Esposo, cuyo alimento es hacer la voluntad del Padre y llevar a cabo su obra (Jn 4,34).
Levántate, cierzo, y llévate contigo las sombras de la noche, tú que soplas hacia el
Occidente, la región de las tinieblas. Levántate y vete, para que yo no me aleje del
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Oriente, instalándome en la confusión de Babel (Gén 11,2). Levántate cierzo y huye
con tus pretensiones de grandeza, para que venga el ábrego y me lleve hacia Oriente,
hacia el Sol de justicia, mi Señor. Vete, cierzo, para que venga el ábrego, pues no hay
nada en común entre la justicia y la iniquidad, entre la luz y las tinieblas, entre Cristo
y Belial (2Cor 6,14). Sólo si se disipan las tinieblas, brilla la luz: "Los que viven en la
carne, desean lo carnal; mas los que viven según el espíritu, lo espiritual. Pues las
tendencias de la carne son muerte; mas las del espíritu, vida y paz, ya que las
tendencias de la carne llevan al odio a Dios, de modo que los que están en la carne no
pueden agradar a Dios. Mas vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, ya que
el Espíritu de Dios habita en vosotros" (Rom 8,5-9).
Este es el deseo de la esposa: despojarse del hombre viejo para revestirse del
hombre nuevo (Col 3,9). Revestida de las armas de Dios puede resistir a las
asechanzas del Diablo en el día malo (Ef 6,10ss). En pie, ceñida la cintura con la
Verdad, revestida de la Justicia como coraza, calzados los pies con el celo por anunciar
el Evangelio de la paz, embrazando siempre el escudo de la Fe, para poder apagar con
él todos los dardos encendidos del Maligno; tomando además el yelmo de la salvación y
la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios; siempre en oración y súplica (Ef
6,14ss). Ordena al cierzo, que se aleje de su huerto, para que el ábrego le oree de todos
los residuos de su vida anterior de pecado. El cierzo es el viento del invierno; trae
desolación y tristeza (Mt 24,20), pues arrasa flores y verdor del jardín, donde la esposa
desea exhalar sus aromas y que entre el Esposo y se deleite con los frutos exquisitos
del ábrego, del viento del Espíritu (He 2,2ss). Ya sabe la esposa que si sopla el viento
del Espíritu, se derrite el hielo y corren las aguas (Sal 147,17).
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¡Comed, amigos, bebed, embriagaos! Se puede comparar a un rey que organizó un
banquete e invitó a muchos huéspedes. Después de probar los manjares y el vino, dice
a los invitados: comed también vosotros, bebed también vosotros, bebed y embriagaos,
mis amigos. El gozo del amor impulsa a los amantes a compartirlo con los demás,
haciendoles partícipes de su alegría: "El Señor prepara un banquete para todos los
pueblos, en esta montaña, un festín de vinos generosos, de manjares exquisitos, de
vinos de solera. Alegrémonos y celebremos su salvación" (Is 25,6-12). "Escuchadme y
comed lo que es bueno: os deleitaréis con manjares exquisitos" (Is 55,2). Todos los
compañeros del amado y las compañeras de la amada son invitados a participar en el
banquete nupcial (Mt 25,1-13;22,1-14;Mc 2,19-20). El amor tiene una fuerza tal que se
derrama y busca provocar amor. Resuena la invitación del esposo al banquete
escatolégico: "Oíd, sedientos todos, acudid por agua, también los que no tenéis dinero:
venid, comprad trigo, comed sin pagar, vino y leche de balde. Aplicad el oído y acudid a
mí, oíd y vivirá vuestra alma" (Is 55,1ss).
Dichoso el jardín que tiene a Cristo como labrador, pues al tiempo oportuna dará
frutos variados: el buen perfume de la mirra en el tiempo de la purificación de los
miembros terrenos (Col 3,5); pan que nutre y fortifica en el tiempo de crecimiento
hasta lograr la estatura del hombre adulto, condimentado con la miel del panal, pan
de la resurrección. Y para los sedientos no falta el vaso de leche y la copa de vino. Los
amigos son sus hermanos más pequeños (Mt 25,40), sus discípulos, invitados a
disfrutar de los frutos del jardín: ¡Comed, amigos míos, bebed, embriagaos, hermanos
míos! "Mientras estaban comiendo, tomó Jesús pan y lo bendijo, lo partió y, dándoselo
a sus discípulos, dijo: "Tomad comed, éste es mi cuerpo. Tomó luego una copa y, dadas
las gracias, se la dio diciendo: Bebed de ella todos, porque ésta es mi sangre de la
Alianza, que es derramada por muchos para perdón de los pecados" (Mt 26,26-28). Es
la invitación a la "sobria embriaguez", de la que gozan quienes se nutren de la
abundancia de la casa del Señor, como Pablo (2Cor 5,13) y Pedro (He 10,10-16).
90
8. AUSENCIA Y BUSQUEDA DEL AMADO:
5,2-8
Comenta Gregorio de Nisa: La esposa, embriagada por el vino del esposo, cae en el
sueño. Los sentidos, con que ha buscado las cosas terrenas, se han cerrado, pero su
corazón sigue en vela, a la espera del Amado, según su consejo: "Estén ceñidos
vuestros lomos y las lámparas encendidas, y sed como hombres que esperan a que su
Señor vuelva de la boda, para que, en cuanto llegue y llame, al instante le abran.
Dichosos los siervos, que el señor al venir encuentre despiertos, os aseguro que se
ceñirá, los hará sentarse a la mesa y, yendo de uno a otro, les servirá" (Lc 12,35-37).
La esposa se asemeja a los ángeles, que aguardan que vuelva el Señor de la boda con
los hombres. Están sentados, vigilantes, a las puertas del cielo, para abrirle apenas
llegue para ser coronado como rey de la gloria (Sal 23,7-10). El Señor vuelve como rey
glorioso al reino de los cielos, donde es acogido con aclamaciones. Vuel como esposo
que sale de su tálamo (Sal 18,6) después de haber celebrado las bodas con la virgen
(2Cor 11,12) que, mediante la regeneración del agua bautismal, ha dejado de ser una
meretriz en pos de la idolatría (Ez 16,15ss). A nosotros, muertos para el mundo, se nos
invita a vivir despiertos en los atrios de nuestro santuario interior, esperando la
vuelta del Señor de la gloria.
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Yo dormía se puede entender de otra manera. Después de los hechos salvadores del
Exodo, Israel pecó; se durmió y el Señor lo entregó en manos de Nabuconosor, rey de
Babilonia, que lo llevó al exilio. En el exilio los hijos de Israel eran como un hombre
adormilado que no sabe despertarse de su sueño. La voz del Espíritu les amonestaba
mediante los profetas para despertarlos del sueño de su corazón: "¡Despierta,
despierta, Jerusalén" (Is 51,17). "Despierta, despierta, levántate, Jerusalén
prisionera" (Is 52,1s). Es el sueño del perezoso: "Un poco dormir, otro poco dormitar,
otro poco tumbarse con los brazos cruzados; y llegará como vagabundo tu miseria y
como un mendigo tu pobreza" (Pr 6,10s). Es el sueño de Jonás bajo la retama, que le
lleva a desear la muerte (4,8s). Es el sueño de la tibieza, que amenaza al justo, que se
cree rico y se duerme, perdiendo el celo de sus comienzos, exponiéndose a ser vomitado
por el Señor (Ap 3,14ss). Es el sueño de Israel en su espera del Mesías, es el sueño de
las vírgenes necias, que se quedan fuera del banquete de bodas por no tener aceite en
las alcuzas (Mt 25,1ss). "Velad y orad, dice el Señor a sus discípulos, para no caer en
tentación, porque el espíritu está pronto, pero la carne es débil" (Mt 26,41).
Moisés comenzó a gozar de la visión de Dios en la luz (Ex 19,3) y después Dios le
habló desde la densa nube (Ex 19,9; 20,21). En el conocimiento de Dios pasamos de la
luz a la nube, del conocimiento aparente al conocimiento oscuro de su misterio
insondable; cuanto más se acerca el hombre a Dios más se adentra en la nube de su
misterio, descubriendo la falsedad de todas las imágenes de Dios, que antes se ha
formado, hasta llegar a la fe desnuda, que confiesa que Dios es Dios. De las cosas
visibles pasamos a las invisibles. La amada, de etapa en etapa, pasa de ser negra, por
la ignorancia de la idolatría, a la purificación interior de la fe. Dicho de otro modo, su
carrera hacia Dios la hace ser, primero, como yegua y, luego, volar como paloma hasta
posarse a la sombra del manzano, entrando en la nube donde se une con el Esposo.
92
Aunque el Esposo se haya dejado ver en tantas ocasiones, sin embargo, sigue
dándose a conocer a través de su voz. Siempre que uno se acerca a la fuente de la
Escritura, que es el manantial que al principio brotó de la tierra y regó todo el suelo
(Gén 2,6), experimenta la maravilla de su novedad inagotable. Aunque pase siglos
sentado junto ella, bebiendo de ella y contemplándola manar, nunca descubrirá todos
sus veneros escondidos. Su agua salta hasta la vida eterna. Siendo fuente de agua
viva, siempre está manando agua nueva. Cada día sacia y cada día suscita la sed, para
beber de nuevo de ella. La esposa se admira y estremece cada vez que oye la voz del
Amado.
Cada día el Esposo deja oír su voz: ¡Abreme! Y da a la amada las llaves para
abrirle la puerta. Las llaves son los nombres que le da: hermana mía, amiga mía,
paloma mía, mi perfecta. Si uno quiere abrir las puertas del alma para que entre el rey
de la gloria (Sal 23,7-9), ha de hacerse hermano suyo, acogiendo su palabra y haciendo
la voluntad del Padre (Mc 2,35); amigo suyo, para que le revele todos los misterios del
Padre (Jn 15,15); paloma suya perfecta, que no en la carne, sino en el Espíritu (Rom
8,4ss). Con estas llaves se abre al Esposo, cuya cabeza destila el rocío y el relente de la
noche, con que arroja del seno de la tierra las sombras de la muerte (Is 26,19). Tomó
entonces la palabra el Señor y dijo: "¡Arrepentíos y convertíos!" (Jr 3,12s). Abre tu
boca, grita (Lam 2,18s), hermana mía, amada mía, Asamblea de Israel, que eres como
una paloma por la perfección de tus obras. Mira que mis cabellos están llenos de tus
lágrimas, empapados de rocío; y mis rizos están llenos del relente de tus ojos, pues
"llora que llora por la noche Jerusalén y las lágrimas surcan sus mejillas" (Lam 1,2).
Oh Cristo, Verbo del Padre, tú has descendido como lluvia sobre el campo de la Virgen y, como grano
de trigo perfecto, has aparecido allí donde ningún sembrador había jamás sembrado y te has
convertido en alimento del mundo... Nosotros te glorificamos, Virgen Madre de Dios, vellón que
absorbió el rocío celestial, campo de trigo bendecido para saciar el hambre del mundo.
Gotas de rocío, que caen de los rizos de la Cabeza, Cristo, sobre su cuerpo, la
Iglesia, son las palabras de sus apóstoles. Son simples gotas de rocío de la fuente
inagotable de la Palabra. Pablo no se cansa de repetir: "Parcial es nuestra ciencia,
parcial nuestra profecía. Cuando venga lo perfecto desaparecerá lo parcial" (1Cor 13,
9-10;Flp 3,13). La fuente es inagotable; siempre queda en ella agua para apagar la sed:
"Jesús, puesto en pie, grita: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba el que cree en
mí" (Jn 7,37).
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Cristo resucitado encuentra a los discípulos con las puertas cerradas por el miedo.
El llama, les anuncia la paz y les muestra las manos y el costado (Jn 20,19ss). Ocho
días después vuelve y dice a Tomás: Abreme tu corazón con la llave de la fe, "ven,
acerca aquí tu dedo, mete tu mano en mi costado y no seas incrédulo, sino creyente". Y
con Tomás nos dice a nosotros: "Dichosos los que no han visto y han creído". Tocar a
Cristo o ser tocado por Cristo es lo que estremece las entrañas hasta la confesión de fe:
"¡Señor mío y Dios mío!" (Jn 20,24ss).
En el oficio de Santa Catalina de Siena se dice: Abreme, hermana mía, que has
llegado a ser coheredera de mi reino; amada mía, que has llegado a conocer los
profundos misterios de mi verdad; tú que has sido enriquecida con la donación de mi
Espíritu; tú que has sido purificada de toda mancha con mi sangre. Sal del reposo de
la contemplación y consagra tu vida a dar testimonio de mi verdad.
c) La mano en la cerradura
Me he quitado la túnica, ¿cómo voy a ponérmela de nuevo? Me he lavado los pies,
¿cómo volver a mancharlos? La Asamblea de Israel respondió a los profetas: Ya he
sacudido de mí el yugo de sus mandamientos (Lam 1,8) y he dado culto al abominio de
las naciones, ¿cómo podría atreverme a volver a El? Le responden los profetas: El
Señor, en su amor, te encontró desnuda y te cubrió con la túnica blanca de la santidad
(Ez 16;Ex 28,39-40;29,8;39,7;40 14); estabas bella como una palmera, como la virgen
Tamar vestida con la túnica de hija de rey (2Sam 13,18). ¿Cómo te has quitado la
túnica nupcial, volviendo a quedar desnuda (Gén 3,7)? ¿Es que ya no esperas al esposo,
que siempre llega a la hora que menos se piensa? Escucha: En medio de la noche se
oyó una voz: "¡Ya está aquí el novio! ¡Salid a su encuentro!" (Mt 25,6.21). ¡Pobre esposa
que se ha quitado la túnica, con que la revistió el Amado! ¿Cómo podrá ponérsela de
nuevo? Imposible para ella, pues se trata de la túnica de gloria del Señor (Sal 104,1).
Sólo de él puede recibir "los vestidos blancos para cubrirse y que no quede al
descubierto la vergüenza de su desnudez. Sé, pues ferviente y arrepiéntete. Mira que
estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa
y cenaré con él y él conmigo" (Ap 3,18ss).
Como hija de Abraham, en vez de pensar en sus pies, debería pensar en los pies del
viajero que visita su tienda: "Permitid que os traiga un poco de agua, os lavaréis los
pies y reposaréis a la sombra de este árbol" (Gén 18,4). Como se siente pura, porque se
ha lavado los pies, ignora que necesita que el amado la lave toda entera para ser
realmente pura de todas sus inmundicias: "Cuando haya lavado el Señor la
inmundicia de las hijas de Sión y haya limpiado las manchas de sangre del interior de
Jerusalén, entonces extenderá Yahveh sobre el monte de Sión el resplandor de su
gloria" (Is 4,4ss). Por ello el Señor le responde por medio de los profetas: Yo también
he quitado mi Shekinah de en medio de ti (Ez 10,18s), ¿cómo podría volver? Puesto que
tú has hecho obras malas y yo he santificado mis pies de tu impureza, ¿cómo podría
volver a mancharlos en medio de ti con tus obras malas? ¿Has olvidado mi palabra
"Este es el lugar de la planta de mis pies, aquí habitaré en medio de los hijos de Israel
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para siempre y no contaminarán más mi santo Nombre con sus prostituciones" (Ez
43,7)?
Quien se ha lavado los pies para pisar la tierra santa (Ex 3,5), ¿cómo va a
mancharlos otra vez? Moisés, que preparó las vestiduras sacerdotales según el modelo
celeste que se le mostró en el Monte (Ex 28,4ss), no preparó sandalias para los pies. El
sacerdote, que camina sobre tierra santa, no puede llevar en sus pies calzado de
95
animales muertos. Por ello el Señor prohíbe a sus discípulos llevar sandalias (Mt
10,10) o caminar sobre el camino de los paganos (Mt 10,5). El Señor es el camino, por
donde marchan quienes se han despojado de la vestidura del hombre muerto. La
esposa ha comenzado a caminar por esa vía; el Señor le ha lavado los pies y se los ha
secado (Jn 13,5), ¿cómo volver a ensuciarlos?. Quien, por el bautismo, ha sido lavado,
apoya sus pies sobre la roca y no sobre el fango: "Me sacó de la fosa fatal, del fango
cenagoso; asentó mis pies sobre la roca, consolidó mis pasos" (Sal 39,3). La roca es el
Señor (1Cor 10,4), que es luz (Jn 1,4; 8,12) y verdad (Jn 14,6), incorruptibiliadad (1Cor
15,53-57) y justicia (1Cor 1,30), virtudes con que está empedrada la vía de la santidad.
Quien camina por esta vía, sin desviarse ni a derecha ni a izquierda, encuentra al
Señor: Mi Amado metió la mano por la cerradura y se me estremecieron las entrañas.
La voz del Amado le hace presente. Un pequeño resquicio es suficiente para que él
meta su mano y toque en lo más íntimo al alma. La mano o potencia de Dios hace
exultar, estremece el ser del hombre, como saltó de gozo Juan en el seno de su madre
ante la presencia del Señor en el seno de María (Lc 1,44). Es la exultación de los
ciegos, cojos, leprosos y muertos a los que el Señor curó tocándoles con la potencia de
su mano.
d) Le busqué y no le hallé
Me levanté para abrir a mi Amado y mis manos destilaron mirra, mirra fluida mis
dedos, en el pestillo de la cerradura. Cuando sentí fuerte contra mí el golpe de la
potencia del Señor, me arrepentí de mis obras, ofrecí sacrificios e hice subir el incienso
de los aromas ante el Señor. Pero no fue acogida mi ofrenda, porque el Señor había
cerrado frente a mí las puertas de la conversión: "Aunque grito y gimo, El sofoca mi
oración. Ha interceptado mis caminos con bloques de piedra, ha obstruido mis
senderos" (Lam 3,8s). El Señor corrige a quien ama: "Que te enseñe tu propio daño,
que tus apostasías te escarmienten; reconoce y ve lo malo y amargo que te resulta
dejar a Yahveh tu Dios" (Jr 2,19). La gloria de Dios se ha alejado y ahora te toca
caminar hacia el exilio "amargado, con quemazón de espíritu, mientras la mano de
Dios pesa fuertemente sobre ti" (Ez 3,15s). Pero no desesperes, pues la mirra que
destilan tus manos exhala el perfume del arrepentimiento. La mirra del sacrificio
fluye sobre tus manos y las purifica. Ellas serán transformadas en fuentes de oro para
la ofrenda del incienso en honor del Señor (Nm 7,84ss).
96
deseo" (Cant 7,11). Nosotros somos débiles, pero oteamos y esperamos todos los días la
salvación de parte del Señor. Y cada día declaramos dos veces que su Nombre es único,
cuando decimos: "Escucha, Israel, Yahveh es nuestro Dios, Yahveh es único" (Dt 6,4).
Con la muerte del hombre viejo se da muerte a todas las pasiones; los dedos
destilan mirra, es decir, la mortificación de las pasiones. La palabra dedos especifica
las diversas formas, distintas unas de otras, de las pasiones. Es como si dijera: con la
fuerza de la resurrección he dado muerte a los miembros terrenos (Col 3,5); pues ni es
suficiente dar muerte a la intemperancia, si se alimenta el orgullo, la envidia, la ira, la
ambición o cualquier otra pasión; si una vive en el interior, no es posible que los dedos
destilen mirra. Si el grano de trigo no muere, no brota la espiga (Jn 12,24). La muerte
precede a la vida; sólo por la muerte se llega a la vida. Por ello, el Señor dice: "Yo doy
la muerte y la vida" (Dt 32,39). Así Pablo, muriendo, vivía (2Cor 6,9-10); cuando
estaba débil, entonces era fuerte (2Cor 12,10); encadenado, seguía su carrera (He
20,22-24): "pues llevamos este tesoro en vasos de barro para que aparezca que una
fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros. Llevamos siempre en nuestro
cuerpo el morir de Jesús, a fin de que la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo.
De modo que la muerte actúa en nosotros, mas en vosotros la vida" (2Cor 4,7ss).
Por la muerte, pues, llegamos a la vida. Su muerte nos levanta de la muerte, pues
con su muerte es vencida la muerte. El hombre, creado a imagen de Dios, recibió de él
el hálito de la vida (Gén 2,7), le dio además el Paraíso, que con su fertilidad
alimentaba esa vida (Gén 2,9), y el mandamiento de Dios como ley de vida, pues
prohibía al hombre morir (Gén 2,16-17). Pero junto al árbol de la vida estaba el árbol,
cuyo fruto era la muerte, fruto que Pablo llamó pecado, al decir que "el fruto del
pecado es la muerte" (Rom 6,23). El árbol era bello, pues todo pecado tiene siempre su
placer, sea el de la ira, el de concupiscencia o cualquier otro; era bello, pero dañino,
como "la miel que destilan los labios de la extraña, que es dulce al paladar, pero al fin
es amargo como ajenjo, mordaz como espada de dos filos" (Pr 5,3-4). De este modo fue
engañado el hombre, comiendo del fruto prohibido, y el pecado le llevó a la muerte. El
hombre gustó la muerte; perdió la vida. Acogió en sí una vida que es muerte; nuestra
auténtica vida quedó, por tanto, muerta. Por ello, cuando el hombre se une a Cristo, da
muerte a esa muerte que lleva en sí y recobra la vida perdida. Sólo muriendo a la vida
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del pecado recobra la vida (Rom 6,11). Por ello la esposa, al levantarse con la llegada
del Esposo, muestra que sus manos destilan mirra, porque ha muerto al pecado y vive
para quien es su vida (Jn 14,6). El discípulo de Cristo vive esta muerte cada día (1Cor
15,31), experimentando así "el poder de la resurrección del Señor y la comunión en sus
padecimientos hasta hacerse semejante a él en su muerte, tratando de llegar a la
resurrección de entre los muertos" (Flp 3,10-11).
e) Herida de amor
Me agarraron los caldeos, que guardaban las calles y cerraban el cerco alrededor
de la ciudad de Jerusalén. Mataron a algunos de los míos a espada; a otros los
condujeron a la esclavitud. Y quitaron la diadema del reino del cuello de Sedecías, rey
de Judá, lo llevaron a Ribla, cegaron sus ojos, los hombres de Babilonia, que asediaban
la ciudad y guardaban los caminos (2Re 25,1-7). "De la planta del pie a la cabeza no
hay en ella cosa sana: golpes, magulladuras y heridas frescas, ni cerradas, ni
vendadas, ni ablandadas con aceite. Ha quedado la hija de Sión como cobertizo en
viña, como choza en pepinar, como ciudad sitiada" (Is 1,6ss). "Por cuanto son altivas
las hijas de Sión y caminan con el cuello estirado guiñando los ojos, y andan a pasitos
menudos, haciendo tintinear las ajorcas de los pies, el Señor rapará sus cabezas,
desnudará sus vergüenzas y arrancará sus adornos: ajorcas, diademas, pendientes,
pulseras, velos, trajes, mantos, chales, vestidos de gasa y de lino..." (Is 3,16ss).
El Amado llega y llama; con su mano estremece y levanta a la esposa, pero pasa
adelante, sin detenerse jamás, invitando a la esposa a salir de sí misma, a seguirle, a
buscarle en las calles y plazas, en la vida. La llave que abre el pestillo de la cerradura
de la puerta estrecha (Mt 7,14) es la fe viva, que actúa en la caridad (Gál 5,6; 1Cor
13,2ss; Sant 2,14ss). Son las llaves que el Señor da a quien tiene la fe de Pedro (Mt
16,16-19). Con su huida el Esposo no abandona a la esposa, sino que la arrastra en pos
98
de él. ¡Dichoso quien sale de sí siguiendo al Esposo! El Señor guardará sus entradas y
salidas (Sal 120,8). Cristo mismo se presenta como la puerta, de modo que "quien
entra por mí, estará a salvo, entrará y saldrá" (Jn 10,9; 14,6).
Los siervos del Guardián de Israel, que encuentran a la esposa, la despojan del
velo, que cubría su cabeza y sus ojos, impidiéndola correr sin tropezar y ver al esposo
(Gn 24,65). El poder del Espíritu arranca el velo al discípulo de Cristo, para que
camine con libertad: "Cuando uno se convierte al Señor, se arranca el velo. Porque el
Señor es Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad. Por eso
nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del
Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más gloriosos: así es
como actúa el Señor, que es Espíritu" (2Cor 3,16-18). A esta transformación se ordenan
los golpes y heridas de los guardias: "No ahorres corrección al niño, que no se va a
morir porque le castigues con la vara. Con la vara le castigarás y librarás su alma de
la muerte" (Pr 23,13-14). El Señor mismo "hiere para sanar" (Dt 32,39). Por ello la
esposa puede decir: "Tu vara y tu callado me consuelan" (Sal 22,4). Con la vera del
Señor se atraviesa el valle oscuro y se prepara el fiel para participar en la mesa
divina, donde es ungido con el óleo y bebe del cáliz el vino puro, que produce la "sobria
embriaguez".
El alma se me salió en su huida, pero quien pierde su alma por Cristo, la guarda
para la vida eterna (Jn 12,25). Los profetas y los apóstoles, guardias apostados día y
noche sobre Jerusalén (Is 62,6), me encontraron y golpearon con su palabra, pues no
callan hasta restablecer a Jerusalén como alabanza de toda la tierra (Is 62,6-7).
Gracias a sus golpes "estoy herida de amor", "llevo en mi cuerpo las señales de
Jesucristo" (Gál 6,17). Con las señales de Cristo en el cuerpo, con el rostro descubierto,
despojada del velo, en mí se refleja, como en un espejo, la gloria del Señor (2Cor 3,18).
100
9. ¡ASÍ ES MI AMADO! : 5,9-6,3
Dice San Gregorio de Nisa: Si somos hijos de la Jerusalén celeste (Gál 4,26)
escuchemos lo que nos enseña la esposa. Digamos con el rey David: "No entraré bajo el
techo de mi casa, no subiré al lecho de mi descanso, no daré sueño a mis ojos, ni reposo
a mis párpados, hasta que encuentre en mí mismo un lugar para el Señor, haciéndome
morada de su presencia" (Sal 131,3-5). No demos descanso a nuestros ojos hasta
recibir la "herida de su amor", pues "son preferibles las heridas del amigo a los besos
del enemigo" (Pr 27,6). El amigo, cuyas heridas son mejores que los besos del enemigo,
no ha cesado de amarnos cuando éramos sus enemigos (Rom 5,8), mientras que el
enemigo, sin que le hubiéramos hecho ningún mal, nos infligió la muerte. A nuestros
primeros padres les pareció que era una herida la prohibición del mal, mientras que
les pareció un beso el comer el fruto de aspecto bello y agradable. Pero se vio
claramente que las heridas del amigo eran preferibles a los besos del enemigo.
La esposa, herida de amor, exclama: "Me brota del corazón un poema bello, recito
mis versos a un rey. Eres el más bello de los hombres, en tus labios se derrama la
gracia..." (Sal 44,1ss). Y vuelta a las hijas de Jerusalén, despojada del velo, con los ojos
del espíritu iluminados (2Cor 3,13-16), les describe los rasgos del cuerpo glorioso de
Cristo (Flp 3,21), el Esposo amado: Mi Amado es fulgurante y encendido, distinguido
entre diez mil. Mi Amado, por quien todo fue hecho (Jn 1,1-4), "se hizo carne y puso su
morada entre nosotros y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre
como Hijo único, lleno de gracia y de verdad" (Jn 1,14-15). ¡Grande es el misterio de la
101
piedad: El se ha manifestado en la carne! (1Tim 3,16). "Siendo de condición divina, se
despojó de sí mismo tomando la condición de siervo, haciéndose semejante a los
hombres; se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo
cual Dios lo exaltó y le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre" (Flp 2,6ss).
Este es el Amado, la Palabra hecha carne, "que hemos visto con nuestros ojos y
hemos contemplado y tocado con nuestras manos" (1Jn 1,1). Es fulgurante y
encendido, distinguido entre diez mil. Hecho hombre, en todo semejante a nosotros
menos en el pecado (Heb 5,15), concebido por la potencia del Altísimo, que como una
sombra cubrió el seno virginal de María, el Amado es distinguido entre diez mil. Pues
como eternamente fue engendrado por el Padre sin concurso de madre, en el tiempo
fue concebido por la Madre sin intervención del varón. Así es engendrado
constantemente como primogénito de una multitud de hermanos (Rom 8,29), quienes,
acogiendo la Palabra y haciendo la voluntad del Padre, se hacen su madre,
concibiéndolo en sí mismos. El es también primogénito de entre los muertos (Col 1,18),
el primero que deshizo los lazos de la muerte y, mediante su resurrección, abrió para
todos el camino de la vida. El nacimiento del agua (Jn 3,5) es la regeneración de los
muertos, con la que seguimos al Primogénito de la nueva creación (Col 1,15).
102
fino" (Sal 19,11). Sus palabras, para quien las cumplen, son blancas como la nieve,
pero para quienes no las observan son negras como las plumas del cuervo (Sal 111,10).
De la Cabeza, de oro finísimo, sin escoria alguna, reciben vida y gloria todos los demás
miembros. En primer lugar, de la cabeza descienden los rizos, racimos de palmera,
negros como el cuervo, porque se hallan llenos del relente de la noche; los profetas les
llaman nubes, pues de ellas cae la lluvia que riega los campos vivientes de la
plantación de Dios (1Cor 3,7-9).
En la "gran nube de testigos" (Heb 12,1) destacan los apóstoles, que fueron
primeramente negros como el cuervo: uno publicano, otro ladrón, otro perseguidor,
carnívoros y que "sacan los ojos" (Pr 30,17). Así lo testimonia Pablo: "Vosotros estabais
muertos en vuestros delitos y pecados, viviendo según el proceder de este mundo; así
vivíamos también nosotros en otro tiempo, en las concupiscencias de nuestra carne,
siguiendo las apetencias de la carne y de los malos pensamientos, destinados como los
demás a la Cólera. Pero Dios, rico en misericordia, por el grande amor con que nos
amó, estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo y
con él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús" (Ef 2,1-10). Nunca
olvida Pablo que él, antes de unirse como rizo a la Cabeza, a Cristo, era blasfemo,
perseguidor e insolente: "Doy gracias a aquel que me revistió de fortaleza, a Cristo
Jesús, Señor nuestro, que me consideró digno de confianza al colocarme en el
ministerio, a mí, que antes fui un blasfemo, un perseguidor y un insolente. Pero
encontré misericordia porque obré por ignorancia en mi infidelidad. Y la gracia de
nuestro Señor sobreabundó en mí, juntamente con la fe y la caridad en Cristo Jesús.
Es cierta y digna de ser aceptada por todos esta afirmación: Cristo Jesús vino al
mundo a salvar a los pecadores, y el primero de ellos soy yo. Y si encontré misericordia
fue para que en mí primeramente manifestase Jesucristo toda su paciencia y sirviera
de ejemplo a los que habían de obtener vida eterna" (1Tim 1,12-16). Bañado en el rocío
de la gracia de Cristo, Pablo destiló por toda la Iglesia la palabra de la salvación, de la
que era testigo personal. Y lo mismo Pedro, Mateo y los demás apóstoles. Llenos del
rocío del Espíritu, son corona de la Cabeza: "Has puesto en tu cabeza una corona de
piedras preciosas" (Sal 20,4), como una palmera rica en racimos.
Los ojos, según el Apóstol, están unidos a las manos, pues "no puede el ojo decir a
la mano: ¡no te necesito!" (1Cor 12,21). Los ojos, cuya misión es ver, son los encargados
de guiar la acción de las manos. Los ojos son puestos como centinelas (Ez 3,17; 33,7)
103
para vigilar la vida de los fieles de la Iglesia. Por eso son como palomas, es decir,
iluminados por el Espíritu Santo, que se manifestó en forma de paloma junto a las
aguas (Jn 1,32). Quien ha sido puesto como ojos en la Iglesia necesita sumergirse en
las aguas purificadoras, para revestirse de la humildad y mansedumbre de las
palomas (Mt 10,16). Bañándose en leche, dice la esposa, es decir, en el líquido que no
refleja la imagen de quien se mira en ella. Los ojos no son para verse a sí mismos, sino
para ver y mostrar a Cristo. Dicho de otro modo, quienes están al frente de la Iglesia
no se buscan a sí mismos, ni su gloria, ni sus intereses personales, sino que buscan
únicamente la gloria de Cristo. Reposan junto a las aguas de la vida y no junto a los
canales de Babilonia (Sal 136,1), para no escuchar el reproche divino: "Me dejaron a
mí, Manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas agrietadas, que no retienen el
agua" (Jr 2,13). Dan frutos abundantes si están "como árbol plantado junto a
corrientes de agua, que da fruto a su tiempo" (Sal 1,3). En cambio, si se alejan de la
Palabra, yendo en pos de la cisterna agrietada de la avaricia, la vanagloria o la
soberbia, serán "ciegos que guían a otro ciego, cayendo ambos en el hoyo" (Lc 6,39).
Esta palabra de vida para todos es la que anuncia el enviado del Señor. Por ello, a
continuación, la esposa se fija en los labios: Sus labios son lirios, que destilan mirra
fluida. La mirra, que destila de la boca y nutre a quienes la acogen, es la llamada a
conversión, a dar muerte al hombre de pecado, para resucitar a una vida nueva,
esplendorosa como los lirios. Así se presentó Pedro, lleno del Espíritu Santo, el día de
Pentecostés, suscitando la compunción en quienes le escuchaban, de modo que
preguntaron: ¿Qué hemos de hacer, hermanos? Y Pedro les contestó: "Convertíos y que
cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de
vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo" (He 2,37ss). Lo mismo hizo en
104
casa de Cornelio, donde, apenas escuchada su palabra, cuantos estaban congregados
fueron sepultados con Cristo mediante el bautismo y recibieron la vida de resucitados,
mediante el don del Espíritu Santo (He 10,34-38; Col 2,12-13; Rom 6,4). Lo mismo
acontecía siempre que los constituidos en boca de la Iglesia abrían sus labios para
anunciar a Cristo. Todos llenaban a sus oyentes de mirra fluida, como testimonian, de
un modo singular, los confesores de Cristo, los mártires de la fe. Los labios destilan
mirra fluida. La dulzura de palabra da sabiduría (Pr 16,21), pues la palabra del amigo
brota del corazón y recrea a quien la oye (Pr 27,9). Por ello, quien gusta la palabra (Nh
8) se goza en el Señor y confiesa: "La alegría del Señor es nuestra fuerza" (Nh 8,10).
La palabra se hace vida. Las manos llevan a la práctica lo que los ojos ven y los
labios anuncian. La palabra de la fe se hace amor; de este modo el oyente de la palabra
se asemeja a Cristo, Palabra encarnada. Las manos, de oro, hacen a los creyentes
semejantes a la Cabeza, también de oro finísimo. A esto hemos sido llamados, "a
seguir las huellas de Cristo, que no cometió pecado, y en cuya boca no se halló engaño;
al ser insultado, no respondía con insultos; al padecer, no amenazaba, sino que se
ponía en manos de Aquel que juzga con justicia; llevó en su cuerpo sobre el madero
nuestros pecados, a fin de que, muertos a nuestros pecados, vivamos también nosotros
para la justicia, pues con sus heridas hemos sido curados, nosotros que éramos como
ovejas descarriadas, pero hemos vuelto al pastor y guardián de nuestras almas" (1Pe
2,21ss).
Estas son las manos de oro del Cuerpo de Cristo. No son manos de Cristo las que
buscan agradar a los hombres y se enredan en el amor al dinero, la gloria, la vana
apariencia, el lujo, el placer. Estas no se asemejan a la Cabeza. "Pues si fiel es Dios,
por quien hemos sido llamados a la comunión con su Hijo Jesucristo" (1Cor 1,9;10,13),
"lo que se exige de un administrador es que sea fiel" (1Cor 4,2), que en todo se asemeje
a su Señor. No se asemejaba al maestro el discípulo Judas, a quien la avaricia llevó a
la muerte (Jn 12,4-6; Mt 27,5). Tarsis en la Escritura tiene dos significados. Unas
veces se refiere a algo condenable y otras a algo santo. Por ejemplo, cuando Jonás huye
de Dios, se embarca hacia Tarsis (1,3); por ello "el viento fuerte destroza las naves de
Tarsis" (Sal 47,8). El viento impetuoso, que vino del cielo sobre los discípulos reunidos
en el piso de arriba (He 2,1-3), transformó a los que antes, por miedo, habían huido del
Señor, escandalizados de la cruz y, ahora, están también con las puertas cerradas por
miedo a los judíos. Este viento impetuoso, que destroza las naves de Tarsis, abrió las
puertas y, posado sobre los discípulos en forma de lenguas de fuego, les llevó a
105
testimoniar sin miedo al Señor. Así Tarsis representa también las ruedas de crisólido
del carro de fuego de Ezequiel: "Su aspecto era como el destello de Tarsis" (Ez 1,16).
En la ruedas estaba el espíritu (Ez 1,20), que les hacía ir en las cuatro direcciones. Las
manos, que pueden llevar al hombre a alejarse de Dios, penetradas por el Espíritu de
Dios, se convierten en aros de oro, engastados de piedras de Tarsis. Sobre ellas, como
carro de fuego, se difunde por todo el mundo la gloria de Dios.
Pablo llamó columnas de la Iglesia a los apóstoles Pedro, Santiago y Juan (Gál
2,9). En ellos se hallaba el fundamento de la verdad (1Tim 3,15). Gracias a ellos la fe
de la Iglesia posee firmeza y seguridad, por estar apoyada en la roca, que es Cristo,
Cabeza de oro de todo el Cuerpo, "pues nadie puede poner otro cimiento que el ya
puesto, Jesucristo" (1Cor 3,11). Cristo es la verdad (Jn 14,6), sobre la que se asientan
las columnas de la Iglesia.
106
Pero así como la Ley tenía muchas columnas, sobre las que se alzaba el edificio de
la Sabiduría, las columnas de la Iglesia, casa del Dios vivo (1Tim 3,15), el Evangelio
las ha sintetizado en dos: "De estos dos mandamientos penden toda la ley y los
profetas" (Mt 22,40): "el primero y mayor es amar al Señor, tu Dios, con todo el
corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas y el segundo, semejante a éste, es
amar al prójimo como a sí mismo" (Mt 22,37-39). Pablo, invitando a Timoteo a ser
morada de Dios, coloca como columnas la fe y la conciencia (1Tim 1,19). Con la fe
indica el amor a Dios y con la conciencia señala la disposición interior de amor al
prójimo. Quien vive estos dos mandamientos se convierte en columna firme de la
verdad (1Tim 3,15). Las dos columnas se asientan sobre Cristo, base firme de oro. Por
ello Juan une los dos mandamientos en uno: "Y este es su mandamiento: que creamos
en el nombre de su Hijo Jesucristo y que nos amemos unos a otros como él nos lo
mandó" (1Jn 3,23).
Después del elogio de cada miembro en particular la esposa dirige su mirada a todo
el Cuerpo, "pues todos los miembros del cuerpo, no obstante su pluralidad, no forman
más que un solo cuerpo, así también Cristo. Porque en un solo Espíritu hemos sido
todos bautizados, para no formar más que un solo Cuerpo" (1Cor 12,12-13): Su porte es
como el Líbano, esbelto como un cedro. Su boca es muy dulce y todo El es un encanto.
Así es mi Amado, así mi amigo, hijas de Jerusalén. Líbano elegido es el aspecto del
Esposo. Pues el Líbano es ambivalente en la Escritura: tiene su significado negativo,
de altivez, y entonces la palabra de Dios desgaja su cedros (Sal 28,5), y su significado
positivo como Líbano elegido y precioso, símbolo del justo "que, plantado en la casa de
Dios, crece como un cedro del Líbano" (Sal 91,13-14). Así florecen en los atrios de
nuestro Dios quienes han puesto las raíces de su fe en Cristo, el verdadero justo.
Cristo Cabeza y sus miembros, los cedros, dan al Esposo el aspecto esbelto del Líbano.
El vástago, que brota del tronco de Jesé, sobre el que reposa el espíritu de Dios (Is
11,1ss), reconcilia al lobo y al cordero, al leopardo y al cabrito, la baca y la osa, pues
nadie hará daño en todo el monte santo de Dios (Is 11,6ss). Todo ello gracias al hijo
que ha nacido y nos ha sido dado, y que lleva sobre sus hombros el señorío (Is 9,5). Es
el niño que anunciaron todos los profetas, en quienes hablaba el Espíritu de Dios. De
él dice la esposa: así es mi Amado, así mi amigo, hijas de Jerusalén. Todo él es un
encanto.
g) Ven y lo verás
¿A dónde se ha ido tu Amado, la más bella de las mujeres? ¿A dónde se ha dirigido,
para que le busquemos contigo? La vida cristiana es una realidad nupcial. De un modo
especial los sacramentos realizan la unión del fiel con Cristo. La invitación "corred,
amigos, bebed" (5,1) es figura de la iniciación cristiana. En las catequesis bautismales
se instruía a los catecúmenos sobre los sacramentos con el Cantar. La entrada solemne
en el bautismo es lo que la amada dice: "El rey me ha introducido en su alcoba" (1,4).
Así comienza una catequesis San Juan Crisóstomo: "Así, pues, vamos a hablaros como
a la esposa que va a ser introducida en la santa alcoba de sus bodas, dándoos a conocer
la riqueza sobreabundante del esposo y la bondad inefable que atestigua a la esposa y
los bienes que ella va a disfrutar". La iniciación cristiana es realmente una
configuración con Cristo resucitado que sube al Padre.
107
Las hijas de Jerusalén, que antes han preguntado a la esposa quién era su Amado,
ahora, después de haber oído su testimonio, preguntan dónde se encuentra. El
testimonio de la esposa les ha suscitado el deseo de verlo. Es la misma súplica del
salmista: "Muéstranos tu rostro y seremos salvos" (Sal 79,4). La esposa, fiel discípula
del Maestro, responde con él: "Venid y lo veréis" (Jn 1,39). Juan se encontraba con dos
discípulos. Fijándose en Jesús, que pasaba, dice: "He ahí el Cordero de Dios". Los dos
discípulos lo oyeron y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que le seguían, les
dice: "¿Qué buscáis?" Ellos le respondieron: "Maestro, ¿dónde vives?" Les respondió:
"Venid y lo veréis" (Jn 1,35ss). Luego Jesús se encuentra con Felipe y le dice:
"Sígueme". Felipe, entrando en la luz verdadera, que ilumina a todo hombre, se hizo
lámpara, que alumbra a los demás. Se encuentra con Natanael y le dice: "Ese del que
escribió Moisés en la Ley, y también los profetas, lo hemos encontrado: Jesús, el hijo
de José, el de Nazaret". Le respondió Natanael: "¿De Nazaret puede venir algo
bueno?". Le dice Felipe: "Ven y lo verás" (Jn 1,43ss). Natanael entonces, dejando la
higuera de la Ley, cuya sombra le impedía ver la luz verdadera, se llegó a Aquel que
estaba secando las hojas de la higuera, incapaz de dar buenos frutos (Mt 21,10). Y
Jesús, viendo en él un verdadero hijo del patriarca Israel (Gén 25,28), le acogió
diciéndole: "He aquí un verdadero israelita en el que no hay engaño" (Jn 1,47).
Descendió y vino a este mundo, a su viña, la que plantó su diestra (Sal 79,9.16), a
su casa, a su jardín, a la plantación de Dios (1Cor 3,9), que había devastado el jabalí
salvaje (Sal 79,14). Descendió, "se hizo carne y puso su Morada entre nosotros" (Jn
1,9ss). El, la luz de lo alto, "descendió para iluminar a los que habitábamos en las
tinieblas y sombras de muerte y guiar nuestros pasos por el camino de la paz" (Lc
1,78-79). Descendió como buen samaritano en busca del hombre malherido que,
bajando de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de salteadores quienes, después de
despojarlo y golpearlo, le abandonaron dejándole medio muerto. Como la Ley, -el
sacerdote y el levita-, no pudo sanar sus heridas, pues la sangre de cabritos y toros no
108
quita el pecado (He 9,11ss), entonces él, movido a compasión, se acercó y vendó sus
heridas, echando en ellas aceite y vino; luego, montándolo sobre su propia
cabalgadura, es decir, sobre su propia carne, lo llevó a la posada y cuidó de él (Lc
10,30ss). Cristo hace la misma bajada del hombre, desde la Jerusalén celestial a
Jericó, desde cielo al mundo de los hombres, haciéndose hombre para salvarnos. Pues
"así como los hombres participan de la carne y de la sangre, así también participó él de
las mismas, para aniquilar mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al
Diablo, y libertar a cuantos, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a
esclavitud" (Heb 2,14-15).
La esposa, con su agradecido memorial del esposo, le ha hecho presente (Cant 6,4).
Hacer memorial del amado no es sólo recordarle, sino hacerlo presente. El tiempo de
109
Dios, en su unicidad, se desenvuelve y desarrolla en acontecimientos únicos, que no se
repiten ni se pierden, es decir, que no pasan, pues quedan en la "memoriaanamnesis"
de la liturgia con su propia virtualidad y eficacia salvífica. En la liturgia, los eventos
salvíficos, superando el tiempo, son siempre actuales, presentes en el hoy del
memorial. Así el tiempo litúrgico testimonia que la salvación es una realidad que se
actualiza continuamente. El tiempo litúrgico es el tiempo de la actuación de Cristo
mediante su Espíritu presente en la Iglesia. En la liturgia Cristo está presente y
actúa. El es el liturgo en la Iglesia, en su cuerpo eclesial. En Cristo, los siglos, el año,
la semana, el día, las horas, los instantes son kairos para el cristiano, porque
pertenecen a Aquel que vive "en los siglos de los siglos". El, colocado en el centro, da
sentido al año. El ritma las semanas con el día que se llama Domingo: día del Señor.
El es el hoy en el que la Iglesia celebra los sacramentos y la liturgia de las horas. El
llena cada latido del corazón de los fieles.
110
10. ¡BENDITA TU ENTRE TODAS LAS
MUJERES!: 6,4-7,11
¡Qué hermosa eres, amada mía! Por un momento de olvidé, pero de nuevo me
acordé de ti. Te conduje al desierto, te hablé al corazón y tú has respondido con el
impulso de una nueva juventud. Me has llamado "esposo mío" y te has desposado
conmigo en gracia y ternura. Tú eres mi pueblo y yo soy tu Dios (Os 2). Ahora que has
vuelto a mí estás más bella que nunca. Las lágrimas de tu conversión te han hecho
encantadora. El amor recreado supera al primer amor.
Con el resplandor del Señor de la gloria, brillando sobre el rostro de la esposa, ella
se hace luminosa como la luna con los rayos del sol. El coro de los ángeles la incluye en
su alabanza al Señor: "Gloria a Dios en lo alto de los cielos y en la tierra paz a los
hombres en quien él se complace" (Lc 2,13-14). Con la encarnación de Cristo,
Jerusalén se ha hecho realmente "la ciudad del gran Rey" (Mt 5,35). Encantadora
como Jerusalén es la Iglesia, morada permanente del Señor de la gloria. Y con la
Iglesia, cada fiel, habitado por el Señor, se transforma en luz, donde el Padre es
glorificado (Mt 5,16). Con el descenso del Hijo desde el seno del Padre (Jn 1,18) al seno
del cristiano, éste se transforma en templo de Dios, casa de oración para todas las
gentes (Mc 11,17), lugar de la salvación y misericordia para los hombres. Pues nuestro
111
Señor Jesucristo, siendo rico, por nosotros se hizo pobre para enriquecernos con su
pobreza (2Cor 8,9). El se hizo siervo para que nosotros reináramos con él (Rom 5,17).
Como no es posible fijar los ojos en el sol que ilumina Jerusalén, tampoco el esposo
puede resistir los ojos fulgurantes de la amada, que le subyugan y encadenan. A su luz
refulgen los cabellos, los dientes y las mejillas. Los amantes se dicen una y otra vez los
mismos piropos. Por eso aquí se repiten los elogios de los cabellos y de los dientes y la
mejillas (Cfr 4,1ss): Aparta tus ojos porque me turban. Tus cabellos son un hato de
cabras que ondulan por el monte Galaad. Tus dientes, un rebaño de ovejas, recién
salido de bañar. Cada oveja tiene mellizos y entre ellas no hay estéril. Tus mejillas,
como medias granadas tras el velo. Esposo y esposa son una sola carne; lo que la
112
esposa dice del Cuerpo del Esposo (4,1ss), lo repite él de ella. Lo primero en que se fija
es en la cabellera, "que es la gloria de la mujer" (1Cor 11,15). Luego alaba los dientes,
es decir, a quienes nutren el cuerpo de la Iglesia, bañados en primer lugar ellos en la
sangre del Cordero, para dar a los demás el alimento de la Palabra de vida. Así la
Iglesia, fecunda en hijos, crece y se difunde con el testimonio y con la palabra. El
testimonio de vida y el anuncio de los labios se completan. Con ambas cosas las
mejillas de la esposa aparecen como medias granadas tras el velo. El martirio y el
anuncio de Cristo crucificado son las dos medias granadas rojas que dan belleza y vida
a la Iglesia. La palabra de la Iglesia es eficaz cuando está colorada de rojo, de la
sangre que nos ha rescatado. Así Pablo no quería hablar de otra cosa que de Cristo, y
Cristo crucificado (1Cor 1,23;2,2). Y la palabra, que predica, la lleva encarnada en sí
mismo: "Con Cristo estoy crucificado y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí;
la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y
se entregó a sí mismo por mí" (Gál 2,19-20).
Este es el tesoro escondido tras el velo del corazón, pues la esposa no pone su
corazón en otra cosa (Mt 6,20-21), "pues en él ha sido enriquecida en todo, en toda
palabra y en todo conocimiento, en la medida en que se ha consolidado en ella el
testimonio de Cristo" (1Cor 1,5-6). Con David dice: "Para mí, mi bien es estar junto a
Dios; he puesto mi cobijo en el Señor, a fin de publicar todas sus obras a las puertas de
la hija de Sión" (Sal 72,28). Y con Pablo proclama: "¿Quién nos separará del amor de
Cristo? Estoy seguro de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni
lo presente ni lo futuro, ni las potestades ni la altura ni la profundidad, ni otra
criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús,
Señor nuestro" (Rom 8,35ss). "No hay temor en el amor, pues el amor perfecto expulsa
el temor, que mira al castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud del amor" (1Jn
4,18).
b) Unica es mi paloma
Esta plenitud del amor es el fruto del Espíritu Santo, don esponsal de Cristo a la
Iglesia, por lo que puede decir de ella: Unica es mi paloma, mi perfecta. Ella, la única
de su madre, la preferida de la que la dio a luz. Las doncellas que la ven la felicitan,
reinas y concubinas la elogian. El Espíritu, con el vínculo de la paz, es el lazo de la
unidad, creando un solo Cuerpo, una esperanza, una fe, un solo bautismo (Ef 4,3ss). El
Espíritu hace comprender a los discípulos que Cristo está en el Padre y ellos en él y él
en ellos (Jn 14,16.20). La plenitud del amor, fruto del don del Espíritu, hace que el
Padre nos ame y venga junto con el Hijo a morar en nosotros (Jn 14,23). Es el deseo
del Amado: introducir a la amada en la unidad de la vida trinitaria: "Como tú, Padre,
en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que
tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste para que sean uno como
nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí para que sean perfectamente uno, y el
mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado
a mí" (Jn 17,21-23). Verdaderamente es única la esposa del Señor y, en su unidad,
testimonia al mundo el amor de Dios. Por su amor y unidad la felicitarán las
doncellas, la elogiarán reinas y concubinas. En ella, milagro de amor y unidad, el
mundo encontrará la vida.
113
Filón de Carpasia canta: Eres hermosa, Iglesia santa, como la Jerusalén celeste,
porque "te has acercado al monte Sión, a la ciudad del Dios vivo, la Jerusalén celestial,
a miríadas de ángeles, reunión solemne y asamblea de los primogénitos inscritos en los
cielos, a Dios, juez universal, y a los espíritus de los justos llegados ya a su
consumación, y a Jesús, mediador de la nueva Alianza, y a la aspersión purificadora
de una sangre que habla mejor que la de Abel" (Heb 12,22-24). Pues, en tus santos,
estás ya ante mi presencia, vuelve los ojos de tu corazón hacia mí, tu tesoro, y olvida
los ajos y cebollas de tu vida pasada en la esclavitud. Tus hijos eran como un rebaño de
cabras; la fe les ha despojado de su hombre viejo y ahora son un rebaño de ovejas
lavado en el baño de regeneración. Entraron solos en el seno fecundo de la Iglesia y
salieron con el Espíritu Santo. Y como recién nacidos se les tiñeron los labios de
escarlata al beber la sangre de Cristo. Con la confesión de su fe se volvieron rojas
también sus mejillas; esta sangre de Cristo se hizo patente en su testimonio. Así se
unieron a la multitud innumerable de los creyentes de toda nación, razas, pueblos y
lenguas (Ap 7,9). De todos ellos dice el Esposo: Unica es mi paloma, mi perfecta. Unica
es la madre Iglesia, extendida por toda la tierra.
La asamblea de Israel, como una paloma perfecta (Os 7,11), daba culto al Señor
con un solo corazón y se adhería a la Torá con corazón perfecto y sus obras eran como
cuando salió de Egipto. Entonces los hijos de los Asmodeos y Matatías y todo el pueblo
de Israel salieron a entablar batalla contra sus enemigos, y el Señor se los entregó en
sus manos (1Mac 7,43-48). Cuando vieron esto los habitantes de la tierra les
felicitaron y los reinos de la tierra y los potentados los elogiaron (1Mac 8,17ss; 10,22ss;
12,1-23).
La esposa es única, ella sola sacia cualquier deseo de amor en el amado, colma su
corazón. La amada es insostituible. Entre sesenta reinas, ochenta concubinas e
innumerables doncellas ella es la amada, la única, la perfecta. Como para una madre
su hijo es el ser más bello del mundo, para el amado su esposa es la predilecta, que
hace empalidecer a todas las demás. El amor exige la exclusividad. Las doncellas en
coro elogian y felicitan a la elegida, "bendita entre todas las mujeres"; cantan su dicha:
"Se levantan sus hijos y la llaman dichosa: ¡Muchas mujeres hicieron proezas, pero tú
las superas a todas!" (Pr 31,28s). "¡Bendita tú entre las mujeres!" (Lc 1,42), exclama
Isabel ante María, que "ha hallado gracia a los ojos de Dios" (Lc 1,30). "Dios ha puesto
los ojos en la pequeñez de su sierva; todas las generaciones la llamarán
bienaventurada, porque ha hecho en ella maravillas el Poderoso, Santo es su
nombre" (Lc 1,48s).
Isaías, que en otro tiempo la contempló desolada (Is 37,26ss), la felicita: "Ya no se
te dirá abandonada ni a tu tierra desolada, sino que te llamarán mi complacencia y a
tu tierra, Desposada. Yahveh se complacerá en ti, y tu tierra será desposada. Porque
como se casa un joven con una doncella, así se casará contigo tu Creador, y con gozo de
esposo se gozará por ti tu Dios" (Is 62,4-5). La felicita Malaquías: "Todas las naciones
te felicitarán entonces, porque serás una tierra de delicias" (Ml 3,12).
114
c) ¿Quién es esa que asoma como el alba?
Sorprendidos, todos se preguntan: ¿Quién es esa que asoma como el alba, bella
como la luna, refulgente como el sol, imponente como batallones? Mientras flamean al
viento las banderas gloriosas del esposo, vencedor de la muerte, la esposa asoma
revestida del delicado brillo del alba, del encanto de la luna y del fulgor del sol. La
aurora, con su luz tenue, apaga las luces de la noche y abre el camino a la luz del día.
Dicen las naciones: ¡Qué espléndidas las obras de este pueblo! Son como el alba. Sus
jóvenes son bellos como la luna y sus obras refulgen como el sol. Y su terror está en
todos los habitantes de la tierra, como cuando lo cuatro batallones anduvieron por el
desierto (Nm 10,35).
Habiéndola conocido antes, los que la ven ahora se preguntan: ¿Quién es esa? Pues
como el alba surge de las tinieblas, también la Iglesia surge de la idolatría, como
anuncia Zacarías: "Y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo, pues irás delante del
Señor a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de los
pecados. Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará una luz de lo alto
para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte" (Lc 1,76-79). Como
la aurora precede al sol, la amada precede al Sol de justicia, la luz verdadera que
alumbra a todo hombre que viene a este mundo (Jn 1,9). La luz del sol, que nace de lo
alto, se refleja en la Iglesia, bella y dulce como la luna que brilla en la noche. El Señor
la ha mirado y en ella se refleja la luz del amado: "Por ser Cristo luz de las gentes, su
claridad resplandece sobre el rostro de la Iglesia" (LG 1). La luna no tiene luz propia,
pero refleja en la noche la luz del sol. Penetrada por la luz del sol la irradia sobre la
tierra. La aurora nos da la certeza de la llegada del sol (Os 6,3).
San Gregorio Magno dice que con razón se designa con el nombre de aurora a toda
la Iglesia de los elegidos, ya que la aurora es el paso de las tinieblas a la luz. La
Iglesia, en efecto, es conducida de la noche de la incredulidad a la luz de la fe, y así, a
imitación de la aurora, después de las tinieblas se abre al esplendor diurno de la
claridad celestial. Por esto dice acertadamente el Cantar de los cantares: "¿Quién es
ésta que se levanta como la aurora?". Efectivamente, la santa Iglesia, por su deseo del
don de la vida celestial, es llamada aurora, porque, al tiempo que va desechando las
tinieblas del pecado, se va iluminando con la luz de la justicia.
115
Se extrañaron las gentes al ver al paralítico de nacimiento que saltaba (He 3,10),
al ver a Dorcás resucitar de la muerte (He 9,36-42), al ver la fuerza de Pedro, cuya sola
sombra curaba a los enfermos (He 5,15). "Al oír esto los gentiles se alegraron y se
pusieron a glorificar la Palabra del Señor; y creyeron cuantos estaban destinados a la
vida eterna. Y la Palabra del Señor se difundía por toda la región" (He 13,48-49). A
este jardín desciende el Esposo a ver si ha florecido la viña de Israel, arrancada de
Egipto y trasplantada en la buena tierra (Sal 79,9). Y con sorpresa ve los frutos
excelentes de las Iglesias, dispersas por la faz de la tierra, pero unidas, como granadas
de color naranja vivo y sabor de vino, con sus innumerables granos bien compactos.
Gozosa la Iglesia muestra al Esposo sus dos pechos: la Palabra de los dos Testamentos
cumplida, duplicada: "Señor, cinco talentos (la Torá) me entregaste, aquí tienes otros
cinco que he ganado. Señor, dos talentos me entregaste (en el Evangelio: amor a Dios y
al prójimo), aquí tienes otros dos que he ganado" (Mt 25,14ss). El Esposo, complacido
por su fidelidad, le invita a entrar en el gozo del Señor. Ella, sorprendida, nos dice: Sin
saberlo, me encontré en la carroza con mi príncipe.
d) Bajé a mi nogueral
El Apocalipsis (12,1ss) nos recuerda el Génesis (3,15), donde se anuncia la perenne
enemistad entre la mujer y la serpiente, entre la descendencia de ésta y la
descendencia de aquella, hasta que la descendencia de la mujer aplaste la cabeza de la
serpiente, "serpiente antigua, que tiene por nombre Diablo y Satanás y anda
seduciendo a todo el mundo" (Ap 12,9). También evoca el Exodo, con la alusión al
desierto (v.6) y con "las alas de águila" dadas a la mujer para volar hacia él (v.14): "Ya
habéis visto lo que he hecho con los egipcios, y cómo a vosotros os he llevado sobre alas
de águila y os he traído a mí" (Ex 19,4). Este trasfondo permite reconocer en la Mujer
al Israel de la espera y, sobre todo, al nuevo Israel del cumplimiento. Al centro aparece
una figura gloriosa: una mujer vestida de la luz del sol, como lo está Dios mismo (Sal
104,2), apoyada sobre la luna y coronada de doce estrellas: "¿Quién es ésa que surge
como la aurora, bella como la luna, esplendorosa como el sol, terrible como
escuadrones ordenados?" (6,10). Esta Mujer es la Madre, la Esposa, la Ciudad Santa,
símbolo de la salvación, encinta del Mesías. Los dolores del parto aparecen en los
profetas como imagen del preludio de la llegada del Mesías.
Bajé a mi nogueral para ver los brotes de la vega, a ver si la vid estaba en ciernes y
si florecían los granados. Del palacio real el esposo desciende a la intimidad del jardín.
Paseando por él, a la hora de la brisa de la tarde, contempla los brotes, las vides en
flor, las gemas de las granadas. Es su nogueral. El Midras compara a la Asamblea de
Israel con el nogal. Como el nogal se poda y rebrota, pues le sienta bien la poda, así
todo lo que los israelitas recortan de sus frutos para el diezmo, la limosna o para darlo
a los que se ocupan de la Torá en este mundo, les sienta bien y se les renueva. Con ello
aumentan la riqueza en este mundo y consiguen el premio para el mundo futuro. Y
como una piedra puede romper una nuez, así la Torá, llamada piedra (Ex 24,12),
puede romper la mala inclinación, aunque sea dura como la piedra: "Quitaré de
vuestro cuerpo el corazón de piedra" (Ez 36,26). Como en la nuez la cáscara protege el
fruto, así los israelitas mantienen intactas las palabras de la Torá, que se convierte en
"árbol de vida para los que las mantienen" (Pr 3,18). Igual que cuando una nuez cae en
116
la basura se la lava y vuelve a ser como antes, apta para comerla, así los israelitas, por
mucho que se ensucien pecando a lo largo del año, cuando llega el Yom Kippur se les
absuelve de todo, "porque en ese día se hará expiación por vosotros" (Lv 16,30). Y así
como las nueces no pueden burlar la aduana, pues se oye su ruido y son descubiertas,
así los israelitas, vayan donde vayan, no pueden ocultar que son el pueblo santo. ¿Por
qué? Porque se les reconoce siempre: "Todos los que los ven los reconocen, ¡son la
semilla que ha bendecido Yahveh!" (Is 61,9). Todas las acciones de Israel son distintas
de las acciones de las naciones extrajeras: su forma de labrar (Dt 22,10), plantar (Lv
19,23), sembrar (Dt 22,9), segar (Lv 19,9), amontonar las gavillas (Dt 24,19), trillar,
almacenar (Ex 22,28), pisar la uva (Nm 18,27), construir sus tejados, tratar las
primicias (Dt 15,19), tratar su cuerpo (Lv 19,28), cortarse el pelo (Lv 19,27) y calcular
el tiempo, porque los israelitas se rigen en su calendario por la luna y las naciones
extranjeras lo hacer por el sol. Y así como, al coger una nuez del montón, todas ruedan
una tras otra, así también en la Asamblea de Israel, si es golpeado uno, todos lo
sienten: ¿Acaso si un hombre solo peca te encolerizas con toda la comunidad?" (Nm
16,22).
Sin saberlo, me encontré en la carroza con mi príncipe. El Señor, que levanta a los
caídos, dijo: No les afligiré más, no les exterminaré más porque he decidido hacerles
bien y ponerlos, gloriosos, en carros de reyes (Ba 5,6). Por ello, la asamblea de Israel
dice a las naciones extranjeras: "No te alegres de mi suerte, oh enemiga mía, pues si
caí me levantaré" (Miq 7,8), pues, cuando estaba sumida en las tinieblas, el Señor me
sacó a la luz: "Aunque me siente en las tinieblas Yahveh es mi luz" (Ibidem). Se parece
a una princesa que andaba espigando entre los rastrojos y resultó que el rey pasó por
allí y, al reconocer a la hija de su alma, la recogió y la hizo sentarse con él en el carro.
Se maravillaron sus compañeras y decían: Ayer andaba espigando entre los rastrojos y
hoy se sienta en el carro con el rey. Y ella les dijo: Tal como os extrañáis vosotras me
maravillo también yo, pues "sin saberlo, me encontré en la carroza con mi príncipe".
Así mismo, cuando los israelitas estaban en Egipto, oprimidos en el barro y los
ladrillos, eran despreciados a los ojos de los egipcios. Pero, cuando el Señor les salvó,
se convirtieron en gobernadores de todo el mundo. Las naciones se maravillaron y les
dijeron: Ayer andabais trabajando en el barro y los ladrillos y hoy gobernáis todo el
mundo. La Asamblea de Israel contestó: Tal como vosotras os extrañáis me maravillo
yo, pues "sin saberlo, me encontré en la carroza con mi príncipe".
Sin saberlo, como le sucedió a Eliseo con Elías (2Re 2,1ss), el amor arrastró al
esposo a los cielos en el carro de fuego; es el carro de Amminadad, que acoge en
Quiryat Yearim el arca de Dios durante su traslado a Jerusalén (1Sam 7,1). La esposa
dice: "Sin darme cuenta, él hizo de mí el carro de Amminadab, lugar de la presencia de
Dios, arca o templo donde él habita: "He aquí que la virgen está encinta y dará a luz
un hijo, y le pondrá Emmanuel" (Is 7,14). "La generación de Jesucristo fue de esta
manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar
juntos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo" (Mt 1,18).
117
e) Danza de dos coros
San Cirilo de Jerusalén, anunciando las catequesis que siguen al bautismo, habla a
los catecúmenos del nuevo "estilo de vida que conduce al cristiano a la vida eterna". El
estilo de vida es el despliegue del nuevo ser en su actuar. La nueva vida se rige por el
amor y la alegría que suscita el Espíritu Santo. Los cristianos son artistas y su arte es
su vida. La vida cristiana es ars Deo vivendi, el arte de vivir con Dios y para Dios;
cada uno hace de su vida una obra de arte, que muestra "la gloria de la gracia con que
nos agració el Amado" (Ef 1,6), pues en realidad el artista que modela la vida del
cristiano es el Espíritu Santo.
El Cantar, obra de arte del Espíritu, es un poema lírico, con toda su música y
emoción sugestiva. El encanto poético lo llena de hechizo y maravilla. Forma y
contenido se compenetran y se arropan mutuamente, velando y desvelando el inefable
amor de Dios a los hombres. El canto explota en el júbilo de la danza y el baile se hace
canto, pues el amor se contagia con el eco que produce en cuantos acompañan a los
amantes. La voz vence el silencio y la soledad; se olvida el pasado y el futuro no existe;
se vive plenamente el presente. Cuando en Israel no se oyen cantos es como si faltara
vino en las bodas: "Haré cesar en las ciudades de Judá y en las calles de Jerusalén
toda voz de gozo y alegría, la voz del novio y la voz de la novia; toda la tierra quedará
desolada" (Jr 7,34; 16,9). "La tierra ha sido profanada bajo sus habitantes, que
rompieron la alianza. Languidece el mosto, la viña está mustia; se han trocado en
gemidos las alegrías del corazón. Ha cesado el alborozo de los panderos y de las
cítaras. Ya no beben vino entre canciones. Se lamentan en las calles porque no hay
vino, ni fiesta; ha desaparecido la alegría de la tierra" (Is 24,1ss). El pesado silencio de
la tierra, sin cantos de novios, engendra lamentaciones: "Los jóvenes silencian sus
cantos, se acabó la alegría de nuestro corazón, la danza se ha vuelto luto" (Lm 5,14s).
Sin embargo, el mismo profeta Jeremías anuncia: "En este lugar que veis ahora
desolado se volverán a escuchar las voces alegres y las voces gozosas, los cantos del
novio y los cantos de la novia" (Jr 33,10). Con Cristo vuelve la abundancia del vino y la
alegría de las bodas de Dios con su pueblo (Jn 2,1-12; 15,11; Ap 19,1ss). Para celebrar
estas bodas en la alegría, el novio enamora a la novia: "Ahora voy a seducirla, la
llevaré al desierto y le hablaré al corazón. Y ella responderá y me llamará esposo mío.
Entonces la desposaré para siempre con amor y cariño" (Os 2,ss). María, la hija de
Sión, recoge la profecía que compara a Israel con una viña pisoteada y convertida en
erial, en la que "ya no hay vino",- "se lamentan en las calles por el vino", "desapareció
toda alegría, emigró el alborozo de la tierra" (Is 5,1-7; 24,7-13)-, y se lo hace presente a
su Hijo. Y Jesús, el Esposo, cambia el agua en vino y "en abundancia". Para esto ha
venido Jesús: "para que tengan vida y en abundancia". Con Cristo llega la alegría de
las bodas de Dios con los hombres. Mandando llenar las tinajas hasta el borde, Jesús
expresa su deseo de colmar los corazones de su alegría: "Os he dicho esto para que mi
alegría esté en vosotros y que vuestra alegría se vea colmada" (Jn 15,11).
118
regocijémonos y démosle gloria, porque han llegado las bodas del Cordero, y su Esposa
se ha engalanado de lino deslumbrante. Dichosos los invitados al banquete de bodas
del Cordero" (Ap 19,7-9).
Como la sabiduría hizo una corona para la cabeza, la humildad hizo una sandalia
para el pie. La sabiduría hizo una corona para su cabeza: "el comienzo de la sabiduría
es el temor de Dios" (Sal 111,10). La humildad hizo una sandalia para su pie: "la base
de la humildad es el temor de Dios" (Pr 22,4). ¿A qué se puede comparar? A un rey que
dijo a uno: ¡Pídeme lo que quieras! El se dijo: si le pido oro o plata me lo dará. Más
bien voy a pedirle la mano de su hija y, con ella, me dará todo. Así hizo Salomón: "Se
apareció Yahveh a Salomón y le dijo: ¡Pídeme lo que quieras!" (1Re 3,5). El se dijo: si le
pido oro o plata, piedras preciosas o gemas, me las dará; más bien voy a pedir
sabiduría y lo tendré todo junto. Dijo: "¡Dame un corazón sabio!" (1Re 3,9). Le contestó
el Señor: "Porque has pedido sabiduría en vez de pedir para ti larga vida, riquezas, o
la muerte de tus enemigos, cumplo tu ruego y te doy un corazón sabio e inteligente, y
también te concedo lo que no has pedido: riquezas y gloria" (1Re 3,11-13).
Como ajorcas fruto de manos de artista, es decir, fruto del arte del Señor del
mundo. Se puede comparar a un rey que tenía un huerto en el que plantó hileras de
nogales, manzanos y granados y se lo traspasó a su hijo, diciéndole: Yo sólo te pido
que, cuando estas plantaciones den sus primeros frutos, me traigas los primeros, para
120
ver el fruto de mis manos y me alegre por ti. Así dijo el Señor: Hijos míos, sólo os pido
que, cuando os nazca un primogénito, me lo consagréis, (Ex 13,2) y, cuando subáis en
peregrinación, subidlo con todos vuestros varones para mostradlos ante Mí y yo me
complazca en ellos: "tres veces al año comparecerá la totalidad de tus varones ante la
presencia de Yahveh" (Ex 23,17).
Tu ombligo es redondo como la luna. ¡Que nunca falte vino mezclado! Tu vientre es
un montón de trigo, rodeado de flores. Tu ombligo (o regazo) es una copa redonda en la
que nunca falta el vino mezclado. Jerusalén es el ombligo del mundo: "Dice el Señor:
Esta es Jerusalén; yo la he colocado en medio de las naciones, y rodeada de países" (Ez
5,5). El vientre, por su piel blanca y dorada, es comparado al trigo y a los lirios,
símbolos de fecundidad. Y se pregunta el Midrás: ¿Por qué montón de trigo? ¿No sería
más bello decir montón de piñas? Y responde: Quizás, pero el mundo puede vivir sin
piñas y no puede vivir sin trigo. Sobre ello se cuenta que la paja, el tamo y el rastrojo
estaban discutiendo entre ellos. La paja dijo: La tierra se siembra por mi causa. Lo
mismo decían el tamo y el rastrojo. Pero el trigo les replicó: Esperemos hasta que
llegue el momento de la trilla y entonces sabremos por quién se sembró el campo.
Llegó ese momento y el propietario, después de la trilla, se dispuso a aventar la era.
Cogió la paja y la tiró a la tierra; al tamo se lo llevó el viento; y el rastrojo lo quemó. El
trigo, en cambio, lo recogió y formó con él un montón. Todos los que pasaban por allí,
al ver el montón de trigo, lo besaban: "Besad el grano no sea que El se enoje" (Sal
2,12). Así sucede con las naciones. Unas y otras dicen: "Por nosotras fue creado el
mundo". Pero Israel les contesta: Esperemos que llegue el día del Señor y entonces
sabremos por quién fue creado el mundo, "pues he aquí que llega el día, abrasador
como un horno" (Mal 3,19); aquel día "los aventarás y el viento se los llevará, pero tú
exultarás y te gloriarás en Yahveh, el Santo de Israel(Is 41,16).
Tus dos pechos, como dos cervatillos, mellizos de gacela. Tu cuello como torre de
marfil. Tus ojos, los estanques de Jesbón, junto a la puerta de Bat Rabbim. Tu nariz,
como torre del Líbano, centinela que mira hacia Damasco. Tu cabeza, sobre ti, es como
el Carmelo. Y el cabello de tu cabeza es como púrpura. ¡El rey queda cautivo en las
trenzas! Para los pechos cfr 4,5. El cuello blanco se lanza hacia el cielo como una torre
de marfil. Los ojos son como dos espejos de agua, limpias albercas de Jesbón que
reflejan el cielo. Jesbón es la capital del reino de Moab, residencia de reyes, recordada
por los profetas. Sus albercas semejan ojos grandes y azules. Tu cabeza, el hijo de
Judá, "lava en vino sus vestidos y en sangre de uvas su estola" (Gén 49,11), por ello es
como el Carmelo, la viña de Dios; sus rizos de púrpura son tan fascinantes que el rey
queda cautivo en sus trenzas. El Carmelo sugiere verdor perenne con su abundancia
de árboles, arbustos y flores. Es la corona del valle de Esdrelón y gloria de todo el país.
A los racimos de dátiles de la palmera o también a los racimos de uvas se comparan los
senos de la esposa.
g) Subiré a la palmera
¡Qué bella eres y qué encantadora! ¡Qué delicia en tu amor! ¡Qué hermosa eres tú,
Asamblea de Israel, cuando llevas sobre ti el yugo de mi realeza! ¡Qué bella cuando
reconoces a Dios como Rey y Señor."¡Qué hermosa eres, qué encantadora!". ¡Qué
121
hermosa en los mandamientos! y ¡qué encantadora en las obras de misericordia! ¡Qué
hermosa en el Templo, en el reparto de las ofrendas y los diezmos, la gavilla olvidada,
la esquina del campo no segada, diezmo del pobre! (Lv 19,9-10; Dt 14,28-29; 24,19-21).
¡Qué hermosa en las buenas obras! y ¡que encantadora en la penitencia! ¡Qué hermosa
en este mundo! y ¡qué encantadora en el mundo venidero! y ¡en los días del Mesías!
¡Qué bella eres! "Tus caminos están llenos de gracia y todas tus sendas de paz" (Pr
3,17); tus palabras rezuman gracia, más dulces que panal de miel (Pr 16,24).
Tres veces se repite la fórmula de la alianza, con sus diferencias que marcan el
itinerario espiritual. En la primera (2,16), la esposa reconoce el amor de Dios hacia
ella como fuente de su amor a él. En la segunda (6,3), tras reconocer el amor con que
es amada, la esposa declara el amor con que ella ama al esposo. Y la tercera (7,11)
evoca la situación del Génesis invertida, sugún lo anunciado por los profetas: "El Señor
encontrará en ti su placer. El Señor hallará en ti el gozo del esposo por la esposa" (Is
62,4-5).
122
11. EL ESPIRITU Y LA NOVIA DICEN: ¡VEN!:
7,12-8,4
a) ¡Aleluya! ¡Maranatha!
Cristo, en su resurrección, se ha manifestado vencedor de la muerte y ha
derramado su Espíritu sobre la Iglesia, como don de bodas a su Esposa. La Iglesia,
gozosa y exultante, canta el Aleluya pascual. Pero el Espíritu y la Esposa, en su espera
anhelante de la consumación de las bodas, gritan: ¡Maranathá! Iglesia vive en tensión
entre el Aleluya y el Maranathá. Tenemos las primicias del Espíritu, pero aún
esperamos la redención del cuerpo. Somos hijos de Dios y le llamamos Abba, pero
todavía ansiamos la filiación. La fe es certeza y dolor al mismo tiempo. La fe es
siempre pascual, es vivir crucificado con Cristo esperando la liberación no sólo del
"cuerpo de pecado", sino del "cuerpo de muerte" (Rom 7,24).
123
La celebración del Adviento hace presente al cristiano que este mundo está en
tránsito. Nada en él es estable, duradero. Pasa la escena de este mundo con las
riquezas, los afectos, llantos, alegrías y construcciones humanas (1Cor 7,29- 31). El
poder y la gloria que ofrece "el señor del mundo" es efímero (Mt 4,1-11). Cristo ha
vencido el pecado, venciendo a Satanás y desposeyéndole de su reino. Pero el cristiano
aún vive este tiempo en tensión entre la carne y el Espíritu. Recibiendo el Espíritu,
vive según el Espíritu, libre del poder del pecado, "condenando como Cristo el pecado
en sí mismo". Pero lo que en Cristo ha sido una realidad cumplida, definitiva, el
cristiano lo vive cada día, de conversión en conversión. En el aquí y ahora, gracias a la
acción de Dios en el hombre, se hace presente el Reino de Dios. El creyente vive así el
hoy de su vida como kairós de gracia. La presencia del Espíritu de Dios le anticipa la
vivencia del Reino. Con esta experiencia de vida eterna, el cristiano persevera con
firmeza, aguardando la plenitud futura del Reino, anhelando la consumación que nos
traerá "el Día del Señor",11 es decir, la Parusía de Cristo,12 cuando tenga lugar la
resurrección (1Cor 15,51-52; 1Tes 4,14-17), la renovación de la creación (Rom 8,19-22)
y el mundo presente llegue a su fin (1Cor 15,24-28). Siendo todas las manifestaciones
del Espíritu Santo tan solo una primicia de la gloria futura, comienzo y anticipación
de la plenitud de la vida prometida, el Espíritu Santo se hace la garantía de la
esperanza; el cristiano vive en el gozo y en el anhelo de la consumación. Como dice San
Ireneo:
Ahora recibimos sólo una parte de su Espíritu, que nos prepara a la incorrupción, habituándonos
poco a poco a acoger y llevar a Dios. El Espíritu es la prenda que nos ha sido conferido por Dios:
"En Cristo, después de haber oído la Palabra de la verdad, el Evangelio de nuestra salvación,
habéis recibido el sello del Espíritu de la promesa, que es prenda de nuestra herencia" (Ef
1,13-14). Si, pues, esta prenda, que habita en nosotros, nos hace gritar "Abba, Padre", ¿qué
sucederá cuando, resucitados, le veamos cara a cara? (1Cor 13,12; 1Jn 3,2). ¡Nos hará
semejantes a El, según el designio de Dios, pues hará realmente "al hombre a imagen y
semejanza de Dios"!.
Antes era el esposo quien invitaba a la amada a salir (2,10-14). Ahora es ella quien
le invita a él a salir al campo en la madrugada para descubrir los signos de la
primavera; a recorrer los senderos de los prados perfumados por el brotar de la vida.
Apenas despunte la aurora recorrerán la viñas, que están echando sus yemas. Con la
mirada saltarán de las flores a los granados, símbolo del amor y la fecundidad. El
áspero aroma de las mandrágoras les mantendrá despierto el amor. Todo será una
invitación al amor: "Allí te daré mi amor", los frutos exquisitos del corazón: frutos
frescos y fragantes y también frutos conservados de la estación anterior: "Comerán de
cosechas almacenadas y sacarán lo almacenado para hacer sitio a lo nuevo" (Lv 26,10).
El amor antiguo se hace nuevo cada día: "Queridos, no os escribo un mandamiento
nuevo, sino el mandamiento antiguo, que tenéis desde el principio. Este mandamiento
antiguo es la palabra que habéis escuchado. Y sin embargo, os escribo un
mandamiento nuevo, lo cual es verdadero en él y en vosotros, pues las tinieblas pasan
y la luz verdadera brilla ya" (1Jn 2,7-8).
125
hermano nuestro: "No se avergüenza de llamarnos hermanos. Pues, así como los hijos
participan de la sangre y de la carne, así también él participó de las mismas, para
aniquilar mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al Diablo, y liberar a
cuantos, por el temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud. Por eso
se asemejó en todo a sus hermanos" (Heb 2,11,ss). Y, como hermano, se ha
amamantado a los pechos de María, nuestra madre: "Mientras Jesús hablaba, una
mujer de entre la multitud dijo en voz alta: Dichoso el seno que te llevó y los pechos
que te amamantaron" (Lc 11,27).
El Hijo de Dios se ha hecho realmente hermano nuestro, pues a todos los elegidos,
el Padre "los conoció de antemano y los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo,
para que El fuera el primogénito entre muchos hermanos" (Rom 8,28-30). Dice San
Cipriano: "Dos hombres son hermanos entre sí porque son hijos del mismo Padre; dos
cristianos, por el contrario, son hijos del mismo Padre porque antes son hermanos,
hermanos de Cristo; en Cristo tenemos acceso al Padre". La filiación divina del
cristiano está vinculada a la hermandad con Jesús. El nos presenta al Padre como
hijos. El evangelio (Mc 3,33) llama "hermanos" de Jesús a quienes cumplen la
voluntad de Dios y escuchan su palabra de labios de Jesús. De esta nueva familia de
Jesús Dios es Padre. La invocación de Dios como Padre crea una familia, una
comunidad, constituye una Iglesia. El que invoca a Dios como Padre está descubriendo
que tiene como hermanos a cuantos le invocan con el mismo nombre. Como dice el
beato Isaac de Stella:
El Hijo de Dios es el primogénito entre muchos hermanos. Por naturaleza es Hijo único, por gracia
asoció consigo a muchos para que sean uno con él. Pues a cuantos lo recibieron les dio poder de
llegar a ser hijos de Dios. Haciéndose él Hijo del hombre, hizo hijos de Dios a muchos. El que es
Hijo único asoció consigo, por su amor y su poder, a muchos. Estos, siendo muchos por su
generación según la carne, por la regeneración divina son uno con El. Cristo es uno, el Cristo
total, cabeza y cuerpo. Uno nacido de un único Dios en el cielo y de una única madre en la tierra.
Muchos hijos y un solo Hijo. Pues así como la cabeza y los miembros son un Hijo y muchos hijos,
así también María y la Iglesia son una madre y muchas, una virgen y muchas.
"Burlándose decían: están llenos de mosto" (He 2,8). Decían la verdad, aunque fuera de burla.
Porque el vino era realmente nuevo: la gracia del Nuevo Testamento. Este vino nuevo procedía de
la viña espiritual que había dado muchas veces fruto en los profetas y que había rebrotado en el
Nuevo Testamento. Porque así como de manera visible la viña permanece siempre la misma, pero
a su tiempo da frutos nuevos, de igual modo el mismo Espíritu, permaneciendo lo que es, actuó
muchas veces en los profetas, pero ahora se ha mostrado en modo nuevo y admirable. Ahora ha
venido sobreabundantemente. Pedro, que tenía el Espíritu Santo, dice: "Israelitas éstos no están
ebrios como vosotros pensáis", sino como está escrito: "Se embriagarán de la abundancia de tu
casa y les darás a beber de los torrentes de tus delicias" (Sal 35,9). Están ebrios con sobria
embriaguez que da muerte al pecado y vivifica el corazón, con una embriaguez contraria a la del
cuerpo. Esta produce el olvido incluso de lo conocido y aquella proporciona el conocimiento
incluso de lo desconocido. Están ebrios porque han bebido de la vid espiritual, que dice: "Yo soy
la vid y vosotros los sarmientos" (Jn 15,15).
La embriaguez del Espíritu es embriaguez no de vino, sino del Espíritu Santo, por
lo que es sobria, lúcida y penetrante. San Pablo dice a los Efesios: "No os embriaguéis
con vino, que es causa de libertinaje; llenaos más bien del Espíritu y recitad entre
vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados" (5,18s). Comenta Orígenes:
Nuestro Salvador después de su resurrección, cuando todo lo viejo había pasado y todo se había
hecho nuevo (2Cor 5,17), siendo El en persona el hombre nuevo (Ef 2,15) y el primogénito de entre
los muertos (Col 1,18), dice a los Apóstoles, renovados también por la fe en su resurrección:
"Recibid el Espíritu Santo" (Jn 20,22). Esto es sin duda lo que él mismo había indicado en el
Evangelio al decir que el vino nuevo no puede verterse en odres viejos (Mt 9,17), sino en odres
nuevos, es decir, en los hombres que anduvieran conforme a la novedad de vida (Rom 6,4). Sólo
ellos pueden recibir el vino nuevo, es decir, la novedad de la gracia del Espíritu Santo.
d) Apoyada en el amado
Terminada la oración, sigue la vida con los demás, que preguntan: ¿Quién es esa
que sube del desierto, apoyada en su amado? (3,6; 6,10). Siempre crea estupor el
milagro del amor de Dios, que se manifiesta en la amada, trasformada por su amor. La
amada apoyada en el brazo del amado, en abandono total de sí misma en él, es "un
espectáculo para el mundo, los ángeles y los hombres" (1Cor 4,9). El amor,
manifestado en Cristo, es algo extraordinario (Mt 5,47). El amor y la unidad son los
signos de la presencia de Dios entre los hombres: "Amaos como yo os he amado. En
esto conocerán todos que sois mis discípulos" (Jn 13,34). "Como tú, Padre, en mí y yo
en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que yo soy tu
enviado" (Jn 17,21).
Dice San Agustín: El Señor dice a sus discípulos: "Os doy el mandato nuevo: que os
améis como yo os he amado". ¿Por qué llama nuevo a lo que nos consta que es tan
antiguo? La novedad está en que nos despoja del hombre viejo y nos reviste del nuevo.
Porque el Señor renueva en verdad al que cumple este mandato, teniendo en cuenta
que no se trata de un amor cualquiera, sino de aquel amor acerca del cual, para
distinguirlo del amor carnal, añade: "Como yo os he amado". Este es el amor que nos
renueva, que nos hace hombres nuevos, herederos del Testamento nuevo, capaces de
cantar el cántico nuevo. Este amor es el que hace que el género humano, esparcido por
toda la tierra, se reúna en un nuevo pueblo, en el cuerpo de la nueva esposa del Hijo
único de Dios, de la que se dice: Resplandeciente, en verdad, porque está renovada por
el mandato nuevo. Este amor es don del mismo que afirma: "Como yo os he amado,
para que os améis mutuamente". Para esto nos amó, para que nos amemos unos a
otros; con su amor nos ha otorgado el que estemos unidos por el mutuo amor y, unidos
los miembros con tan dulce vínculo, seamos el cuerpo de tan excelsa cabeza.
De la esposa se dice que "camina por la vía de la justicia" (Pr 8,20). No se desvía ni
a la derecha ni a la izquierda porque se apoya en "el árbol de la vida" (Pr 3,18), que
nutre a los que se apoyan en él como sobre una columna firme. El Señor es vida y
apoyo. Por eso dice a la esposa: "Guarda mis palabras en tu corazón. Adquiere
sabiduría y no te apartes de las palabras de mi boca. No la abandones y ella te
guardará y será tu defensa. Adquiere sabiduría y ella te ensalzará; si tú la abrazas,
pondrá en tu cabeza una diadema de gracia, te protegerá con una espléndida corona de
delicias" (Pr 4,4ss). "En tus pasos será tu guía; cuando te acuestes, velará por ti;
conversará contigo al despertar" (Pr 6,22). Con estas palabras el esposo enciende el
amor de la esposa, atrayéndola hacia él, pues dice: "Yo amo a los que me aman" (Pr
8,17).
Tú, Iglesia, eres hermosa. De ti se dice: ¡Oh hermosa entre las mujeres! De ti se
dice también: ¿Quién es ésa que sube blanqueada?, es decir, iluminada. Pues se acercó
la gracia iluminándote. Primeramente fuiste negra, ¡oh alma mía!, mas después te
hiciste blanca por la gracia de Dios: "Fuisteis en algún tiempo tinieblas, mas ahora
128
sois luz en el Señor" (Ef 5,8). También se dice de ti con admiración: ¿Quién es esa que
sube tan hermosa, tan llena de luz, tan sin mancha ni arruga (Ef 5,28)? ¿Por ventura
no es ésta la que yacía en el cieno de la iniquidad? ¿No es ésta la que se hallaba en
medio de la inmundicia de toda concupiscencia y deseo carnal? Luego, ¿quién es ésa
que sube blanqueada? "Bendito quien confía en el Señor y busca en él su apoyo, pues él
no defraudará su confianza. Será como árbol plantado a las orillas del agua, echando
sus raíces junto a la corriente. No temerá cuando venga el calor, su follaje seguirá
verde; en año de sequía no se inquieta ni deja de dar fruto" (Jr 17,7-8).
El esposo mismo es el manzano, bajo cuya sombra se cobijó la amada (2,3). En sus
brazos se ha quedado dormida, tras su largo caminar por los campos y las viñas. El
esposo, que ha vigilado el sueño de la amada, pidiendo a las hijas de Jerusalén que no
la molesten, ahora la despierta y la hace salir de la sombra del manzano, de sus
brazos, para sacarla y conducirla al coronamiento de su amor. El árbol donde su madre
Eva la engendró es donde ahora es despertada y desposada. El árbol de la vida
recreada es el árbol de la cruz. "Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia" (Rom
6,20). Bajo un árbol en pecado nos concibió Eva, bajo todo árbol frondoso se prostituyó
la madre Israel (Jr 2,20), bajo el árbol de la cruz fuimos despertados del sueño de la
muerte y devueltos a la vida, cuando la espada atravesó el costado del amado y de él
"brotaron sangre y agua" (Jn 19,34). La salvación consiste en la recreación de lo que
había destruido el pecado. Para ello, Cristo ocupa el lugar de Adán, la cruz sustituye al
árbol de la caída y María ocupa el lugar de Eva. De esta manera se desata el nudo del
pecado. La desobediencia fue vencida por la obediencia, la muerte con la resurrección.
El esposo, después del largo camino de noviazgo, desea sellar con alianza eterna su
amor a la amada. El mismo despierta a la amada, dormida entre sus brazos; con ella
sale de casa, dispuesto a celebrar la unión nupcial definitiva. Ella, del brazo del
esposo, apoyada en él, avanza suscitando la admiración de las doncellas de su cortejo
nupcial. Antes (3,4), la amada ha abrazado al amado y lo ha llevado a casa de su
madre; ahora, ella se abandona en los brazos del esposo, que la sostiene y conduce,
allanándola el camino: "Hablad al corazón de Jerusalén y decidle bien alto que ya ha
129
cumplido su milicia, ya ha satisfecho por su culpa. Una voz clama: En el desierto abrid
camino al Señor, trazad en la estepa una calzada recta a nuestro Dios. Que todo valle
sea elevado y todo monte o cerro rebajado; vuélvase lo escabroso llano, y las breñas,
planicie" (Is 40,1ss; Mt 3,3).
El sello del Espíritu Santo nos configura con Cristo. Dice San Atanasio: "El sello
confiere la forma de Cristo, que es quien sella, a cuantos son sellados y hechos
partícipes de El. Por eso dice el Apóstol: "Hijos míos, nuevamente estoy por vosotros
como en dolores de parto hasta que Cristo tome forma en vosotros". La unción con el
sello del Espíritu en el bautismo significa que Dios acoge al recién nacido como hijo en
el Hijo. Lo sella, lo marca con su Espíritu. Luego, la vida entera del cristiano será
sostenida y marcada por el Espíritu "hasta hacerle conforme a Cristo", hasta hacer de
él "fragancia de Cristo" (2Cor 2,15): "Quienes se dejan conducir por el Espíritu de Dios,
son hijos de Dios. Y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos de
Cristo" (Rom 8,14.17). "En Cristo vosotros, tras haber oído la Palabra de la verdad, el
Evangelio de vuestra salvación, y creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo
130
de la Promesa, que es prenda de vuestra herencia, para redención del Pueblo de su
posesión, para alabanza de su gloria" (Ef 1,13-14). Marcados con el sello del Espíritu,
los fieles se hacen cristóforos, portadores de Cristo, convirtiéndose en templos de la
Trinidad. Lo dice bellamente una fórmula del rito de confirmación de la Iglesia
oriental: "Oh Dios, márcalos con el sello del crisma inmaculado. Ellos llevarán a Cristo
en el corazón, para ser morada trinitaria".
San Pablo se siente confortado en sus tribulaciones, sabiéndose ungido con el sello
del Espíritu: "Es Dios el que nos conforta en Cristo y el que nos ungió y el que nos
marcó con su sello y nos dio en arras el Espíritu en nuestros corazones" (2Cor 1,21-22).
Para vivir la unión con Dios en Cristo es necesaria la acción del Espíritu Santo, que
imprime en nuestros corazones, como en la cera, la imagen de Cristo, ques es imagen
visible de Dios. Dice San Cirilo de Alejandría:
El Espíritu Santo es fuego que consume nuestras inmundicias, fuente de agua viva que fecunda para
la vida eterna y sello que se imprime en el hombre para restituirle la imagen divina. Nos hace
conformes con Dios y nos ensambla en el cuerpo eclesial de Cristo con su fuerza unificadora, que
funde en la unidad la Cabeza y los miembros. El Espíritu Santo no diseña en nosotros a la
manera de un pintor que, siendo extraño a la esencia divina, reprodujera sus rasgos; no, no nos
recrea a imagen de Dios de esta manera. Porque El es Dios y procede de Dios, se imprime, como
en la cera, en los corazones de los que le reciben, a la manera de un sello invisible; así por esta
comunicación que hace de sí mismo, devuelve a la naturaleza humana su belleza original y
rehace el hombre a imagen de Dios.
Es centella de fuego, llamarada divina. Fuerte como la muerte es el amor que Dios
os tiene (Mal 1,2), "es llama de fuego que devora el rastrojo y consume la paja" (Is
5,24). Sólo resisten el fuego devorador de Dios el oro, la plata y las piedras preciosas,
que salen de él acrisoladas; en cambio quedan abrasadas la madera, el heno y la paja
(1Cor 3,10ss). Sólo el amor es eterno, no acaba nunca (1Cor 13,4). Su llama es fuerte
como la pasión, es un rayo que cruza del cielo a la tierra y la abrasa (Job 1,16; 2Re
1,10ss). El amor es más potente que las aguas incontenibles, que arrollan lo que
encuentran a su paso. Ni una inundación, que desbordara los ríos, extinguiría "el amor
de Dios derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido
dado" (Rom 5,5). "Ni la tribulación, ni la angustia, la persecución, el hambre, la
desnudez, los peligros, la espada, ni la muerte ni la vida... podrá separarnos del amor
de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro" (Rom 8,35ss). El amor sobrevive a
la muerte misma. La llama de Dios es invencible, arde en la zarza sin consumirse ni
consumirla (Ex 3,2). La llama de amor es Dios: "Dios es amor" (1Jn 4,8).
El amor es más fuerte que la muerte y que el Seol, que nunca se sacia (Pr 15,16).
Sus llamas son inextinguibles. La fuerza de las aguas arrolladoras no lo apagan. La
llama del Señor abre caminos en el mar y sendas en las aguas caudalosas (Is 43,16).
Las aguas torrenciales no pueden apagar el amor, ni los ríos anegarlo. Si alguien
ofreciera todos los bienes de su casa por el amor, se granjearía el desprecio. El Señor
dijo a la casa de Israel: Aunque se reúnan todos los pueblos, que son como las grandes
aguas del mar, no podrán apagar mi amor hacia ti; y aunque se reúnan todos los reyes
de la tierra, que son como las aguas de los ríos, no podrán anegarte (Sal 46,2-4). El que
construye su vida sobre la roca del amor indefectible de Dios está seguro. Aunque
caiga la lluvia, se desborden los torrentes, soplen los vientos y embistan contra ella, no
caerá por estar edificada sobre roca (Mt 7,24ss).
131
Comenta Balduino de Cantorbery: Es fuerte la muerte, que puede privarnos del
don de la vida. Es fuerte el amor, que puede restituirnos a una vida mejor. Es fuerte la
muerte, que tiene poder para desposeernos de los despojos de este cuerpo. Es fuerte el
amor, que tiene poder para arrebatar a la muerte su presa y devolvérnosla. Es fuerte
la muerte, a la que nadie puede resistir. Es fuerte el amor, capaz de vencerla, de
embotar su aguijón, de reprimir sus embates, de confundir su victoria. Es fuerte el
amor como la muerte, porque el amor de Cristo da muerte a la misma muerte. Por eso
dice: "Oh muerte, yo seré tu muerte".
Si alguien diera todos los bienes de su casa por el amor, se granjearía el desprecio.
El amor es gracia, don, libertad. Es superior a todos los bienes de este mundo, "más
precioso que las perlas" (Pr 3,15), más que las piedras preciosas, ninguna cosa
apetecible se le puede comparar (Pr 8,11s). El amor de Dios, como la sabiduría divina,
es "preferible a cetros y tronos, y en comparación con ella nada es la riqueza. Ni la
piedra más preciosa se la puede equiparar, porque todo el oro a su lado es un puñado
de arena, y barro parece la plata en su presencia" (Sb 7,8s). Es el tesoro escondido y la
perla preciosa, que colma de alegría a quien la halla y todo el resto ya no le interesa
(Mt 13,44ss).
132
EPILOGO
Ella protesta: Yo soy una muralla, y mis pechos, como torres. Por ser pequeña y
humilde, sabe defenderse a sí misma de los asaltos del enemigo, pues no pone la
confianza en sí misma, sino en "el que derriba a los potentes de sus tronos y exalta a
los humildes" (Lc 1,52). Sus senos, ocultos, son como torres; pequeña en inocencia, es
adulta en la fe, "niña en malicia, adulta en el juicio" (1Cor 14,20), "ingeniosa para el
bien e inocente para el mal. Así el Dios de la paz aplastará a Satanás bajo vuestros
pies" (Rom 16,19s). Después de su largo itinerario se ha hecho pequeña, pero "no es
como los niños llevados a la deriva y zarandeados por cualquier viento de doctrina, a
merced de la malicia humana y de la astucia que conduce engañosamente al error,
antes bien, siendo sinceros en el amor, crezcamos en todo hasta Aquel que es la
Cabeza, Cristo, de quien todo el cuerpo recibe trabazón y cohesión por medio de toda
clase de junturas, que llevan nutrición según la actividad propia de cada una de las
partes, realizando así el crecimiento del cuerpo para su edificación en el amor" (Ef
4,14-16).
Así soy a sus ojos como quien ha hallado paz. No necesita otra defensa quien vive
bajo la protección del esposo. Ha hallado paz y es mensajera de paz. La amada, la
nueva Jerusalén, con su fe renovada es constituida esposa y madre, a cuyos pechos
abundantes serán alimentados sus innumerables hijos. El amado le ha llevado, a
través de la humildad, a la sencillez de la paloma; ahora vive "para alabanza de la
gloria de la gracia con la que le agració el amado" (Ef 1,6).
El amado proclama: "Vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido, para anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las
tinieblas a su admirable luz. Vosotros que no erais pueblo, ahora sois el pueblo de
Dios; vosotros, de los que antes no se tuvo compasión, ahora habéis alcanzado
misericordia" (1Pe 2,9s). Con razón canta la esposa al Cordero: "Eres digno de tomar el
libro y abrir sus sellos, porque fuiste degollado y por tu sangre compraste para Dios
134
hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación; y has hecho de ellos para nuestro Dios
un reino de sacerdotes y reinan sobre la tierra" (Ap 5,9ss).
La viña del Señor es más preciosa que la que produce al rey frutos cuantiosos. Dios
mismo la cuida y protege. Cuando Israel era un niño, Dios manifestó con él su solicitud
y ternura (Os 11,1-4). A Dios le gusta rodearse de los niños, de cuya boca recibe la
alabanza perfecta (Sal 8,3; Mt 21,16). En el regazo de Dios el niño se siente seguro (Sal
131,2). Con un niño, Dios restablecerá su reino, se hará Emmanuel, "Dios con
nosotros" (Is 7,14ss; 9,5ss). Niño pequeño apareció entre nosotros el Hijo de Dios (Lc
2). El bendice a los niños (Mc 10,16), les revela los misterios del Padre (Mt 11,25ss),
"pues de ellos es el reino de los cielos" (Mt 19,14). Sólo "como niño pequeño se puede
acoger el reino" (Mc 10,15). Todo el itinerario en pos de Jesús es para "volver a la
condición de niño" (Mt 18,3), "renacer de lo alto" (Jn 3,5) para tener acceso al reino.
"Hacerse pequeño" (Mt 18,4) como un niño es el camino para ser hijo del Padre
celestial. Pequeño y discípulo son equivalentes (Mt 10,42; Mc 9,41). ¡Bienaventurado
quien acoja a uno de estos pequeños! (Mt 185;25,40), pero ¡ay del que los escandalice o
desprecie! (Mt 18,6.10), pues "ha escogido Dios lo débil del mundo para confundir lo
fuerte" (1Cor 1,27).
Mi viña, la mía, está ante mí. ¡Qué largo camino ha recorrido la amada! Ella que
empezó confesado "mi propia viña no la he guardado" (1,6), ocupada en las viñas
ajenas, ahora está bien atenta a su propia viña (Lc 16,12). Al final puede decir: "He
competido en el noble combate, he llegado a la meta, he conservado la fe" (2Tim 4,7).
Tú que habitas en los jardines, donde tus compañeros te escuchan, déjame oír tu
voz. El Señor dice: ¡Oh Asamblea de Israel, tú que estás entre las naciones como un
pequeño jardín, hazme oír la voz de tus cantos, la alabanza de tus labios. Levanta tu
voz y que la oigan todos los que te rodean. Los compañeros, los amigos fieles, que han
seguido el itinerario de la esposa hasta el final, escuchan su voz, eco de la voz del
Señor, que dice: "Escuchad al amado" (Mt 17,5). La esposa repite: "Haced lo que él os
diga" (Jn 2,5).
Se parece a un rey que se irritó con algunos de sus vasallos y los encerró en el
calabozo. ¿Qué hizo el rey? Tomó a todos sus oficiales y fue a escuchar qué himno
cantaban. Entonces oyó que entonaban: "Nuestro señor, el rey, es nuestra alabanza, él
es nuestra vida". Entonces el rey exclamó: Hijos míos, alzad vuestras voces para que
todos lo escuchen. Así mismo, aunque los israelitas tengan que dedicarse durante seis
días a sus ocupaciones y pasen tribulaciones, el sábado madrugan y van a la sinagoga
y recitan el Shemá, danzan ante el armario que guarda los rollos y leen la Torá.
Entonces el Santo les dice: Hijos míos, alzad vuestras voces para que todos lo
escuchen.
¡Huye, Amado mío, sé como una gacela o como un joven cervatillo, hasta el monte
de las balsameras! Entonces dirán los ancianos de la Asamblea de Israel: ¡Huye,
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Amado mío, de esta tierra contaminada y haz habitar tu Shekinah en los cielos
excelsos! Y en el tiempo de la angustia, cuando oremos a ti, sé como la gacela que,
cuando duerme, tiene un ojo cerrado y otro abierto, o como un cervatillo que, cuando
huye, mira hacia atrás. De la misma manera, cuida tú de nosotros y, desde los cielos
excelsos, mira nuestra angustia y nuestra aflicción (Sal 11,4) hasta que te dignes
redimirnos y nos hagas subir al monte de Jerusalén: allí te ofreceremos el incienso de
aromas (Sal 51,20s).
Simón el justo, uno de las últimos miembros de la Gran Asamblea de Israel, solía
decir: "El mundo se sostiene sobre un trípode: la Torá, el Culto y la Misericordia". La
amada escucha la palabra del amado; el amado se complace en oír la voz de la amada
en el canto de la asamblea; y de la palabra oída y cantada brota la misericordia que
salva al mundo.
Así seguirá su peregrinación por este mundo hasta que, al final, una muchedumbre
inmensa, con el fragor de grandes aguas y fuertes truenos, cantará: "¡Aleluya!
Alegrémonos, regocijémonos y démosle gloria porque han llegado las bodas del Cordero
y su Esposa se ha engalanado con vestidos de lino deslumbrante de blancura" (Ap
19,7).
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