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Una chica sola en la mesa de un bar mirando dos pantallas, una imagen
habitual en las ciudades.
Una captura de la serie Black Mirror; todos los esclavos son iguales con la mirada
fija en el teléfono móvil.
Mientras muchos intelectuales (pagados por las grandes compañías
tecnológicas?) dicen que vivir en un mundo virtual es progresivo,
distinguido y necesario, la mayor parte de la elites lo rechaza.
Quieren que sus hijos jueguen como ellos con otros niños y las
escuelas de primer nivel sin ningún tipo de tecnología están
floreciendo por todo el país. La interacción humana real, la vida sin
teléfonos durante el día se ha convertido en un símbolo de estatus
social diferencial en Estados Unidos. Cuantos más monitores
aparecen en la vida de los pobres, más desaparecen en la vida de los
más privilegiados dice el New York Times. “Cuanto más ricos
son, más gastan para desaparecer del mundo
digital” asegura Milton Pedraza, consultor del Luxury
Institute quien asesora a las compañías sobre las costumbres de los
más poderosos. Descubrió que los más ricos no sólo huyen del
mundo digital sino que gastan dinero en todo lo que promueva en
contacto humano. “El hombre es cada vez más importante” dice
Pedraza. “Las personas verdaderamente importantes no tienen la
necesidad de estar conectadas todo el tiempo”.
Lo que valoran las elites es el trato humano de calidad en un
consultorio, hospital, escuela o en cualquier otro sitio; “este es el
poder real y la riqueza no un teléfono móvil de última generación”.
Mientras los privilegiados crecen en entornos con relaciones
fluidas, los más pobres e ignorantes deben ceder sus datos
personales a través de sus dispositivos, se analizan las elecciones
más íntimas que realizan online, a cambio de recibir una
gratificación emocional que no obtienen en el mundo real.
El rechazo de cualquier virtualidad en la educación no es capricho
de los Rockefeller asegura sino “es la única manera de formar
herederos inteligentes y capaces de enfrentar el futuro“.