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Alejandro Perdomo Fermín, Destejer el socialismo... http://www.nodulo.org/ec/2020/n190p03.

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Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974


publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
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Impreso el jueves 19 de marzo de 2020

El Catoblepas · número 190 · invierno 2020 · página 3

Destejer el socialismo bolivariano


Alejandro Perdomo Fermín
Se analiza el chavismo y su revestimiento ideológico desde las coordenadas del materialismo
filosófico, posicionándolo principalmente en las derechas no alineadas

El Partido Socialista Unido de Venezuela, sucesor del Movimiento Quinta República, surge oficialmente en
el año 2007 con el fin de unificar a varias formaciones políticas dentro del movimiento que siguió a la victoria
presidencial de Hugo Chávez en 1998. Los estatutos del PSUV, y sus documentos fundacionales, surgen
tras el Primer Congreso Extraordinario del Partido Socialista Unido de Venezuela en 2010 donde finalmente
se aprueban los estatutos y las bases programáticas del partido, en lo que ellos denominan la “Era
bicentenaria” donde desde ese mismo año hasta el 2030 supondría la “construcción” del socialismo –el
bolivariano asumimos– y la consolidación de la “patria”, algo que sin embargo recuerda al metafísico
planteamiento de que en la década de los 80 se entraría al umbral del comunismo según lo expuesto por
Jruschov en el XXII Congreso del PCUS.

Los antecedentes más inmediatos en relación al Socialismo bolivariano, huelga decir que el
bolivarianismo era un pensamiento de amplia difusión en las Fuerzas Armadas, es la logia militar del Samán
de Güere –Bolívar y varios próceres llegaron a dormir bajo su sombra– como se le llamaba al Movimiento
Bolivariano Revolucionario 200, creado a inspiración del ideario de las Tres Raíces –Bolívar, Rodríguez y
Zamora– del comunista Douglas Bravo. El joven oficial Hugo Chávez era uno de sus integrantes y uno de
los que hizo el juramento, originalmente cuatro oficiales, donde manifestaban que la “oligarquía” venezolana
sería destruida pero creemos que, en realidad, fue asimilada o parcialmente sustituida.

El 4 de febrero de 1992 la logia inicia un golpe de Estado planificado años atrás, innumerables veces
pospuesto, con una plana de cinco tenientes coroneles, catorce mayores, cincuenta y nueve tenientes,
ciento un sargentos de tropa y por supuesto, dos mil cincuenta y seis soldados. El MBR200 denunciaba la
sumisión de Venezuela a la deuda externa, el imperialismo norteamericano, las deficiencias en las Fuerzas
Armadas (una de las causas que contribuyó a acrecentar el fracaso del segundo golpe de Estado fue que
los aviones de combate ni siquiera estaban en condiciones de disparar) y las impopulares medidas de
Carlos Andrés Pérez, tildadas de “neoliberalismo”.

La incertidumbre en las Fuerzas Armadas era notable como lo demostró La noche de los tanques en 1989
–una intentona que no se ejecutó del todo y que quizás fue una prueba para determinar la eficiencia del
gobierno para responder–, el golpe de febrero de 1992 y el de noviembre que fue ejecutado por la Aviación
–con evidencia de que Chávez realmente no lo organizó–. Los golpistas serían absueltos y Hugo Chávez se
presentaría, ya en 1998, a las elecciones y las ganaría con una mayoría demoledora.

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Comenzaría ya a hablarse de la Revolución Bolivariana –como usando el concepto en función de la


concepción aristotélica de revolución–, en 1999 surge una reforma total del sistema constitucional y nace la
actual Carta Magna. Tal como reza la retórica de la Revolución Bolivariana, encaja el criterio de Aristóteles
para las revoluciones: “En los cambios que producen, proceden de dos maneras. Unas veces atacan el
principio mismo del gobierno, para reemplazar la constitución existente con otra, sustituyendo, por ejemplo,
la oligarquía a la democracia, o al contrario; o la república y la aristocracia a una u otra de aquéllas; o las
dos primeras a las dos segundas (…) Otras, la revolución, en vez de dirigirse a la constitución que está en
vigor, la conserva tal como la encuentra; y a lo que aspiran los revolucionarios vencedores es a gobernar
personalmente, observando la constitución” (Aristóteles, libro octavo, capítulo X) Diríamos que un cambio de
constitución, aún si implica una transformación constitucional, no necesariamente puede denominarse
revolución. Tampoco lo sería una transición de un gobernante a otro como también pasó con la victoria
electoral de Hugo Chávez.

El punto de vista más difundido es que Hugo Chávez se radicalizó y radicalizó su proyecto, de manera
que su primera opción, según varios analistas, fue enfrentarse a los Estados Unidos cuando, en realidad, el
asunto es más complejo. Es aquí donde podríamos apelar a la dialéctica de Estados y por ende, de
Imperios como fuente de la dinámica de la historia; es evidente que los EEUU no se verían beneficiados por
el acercamiento de Chávez a Cuba, aún cuando Clinton años antes quiso virar a Chávez al enfrentamiento
con Cuba, y porque Chávez comenzaba a tejer su propia política exterior. Que un país que históricamente
ha estado en la órbita de los Estados Unidos, tras haber salido de los brazos británicos, comience a virar y
alinearse a otros Imperios es una dura transgresión a la línea política ya defendida por ese Imperio.

Estados Unidos apoyó el golpe de Estado del 2002 a Hugo Chávez y Chávez, aparentemente
desprotegido, comenzaría a fortalecer sus relaciones con el Imperio chino y con la Rusia de Putin, lo que sin
duda alguna recuerda al año 1902 cuando Italia, Reino Unido y Alemania bloquearon las costas
venezolanas ante la negativa de Cipriano Castro de cancelar la deuda externa y, desde el norte, Estados
Unidos volvió a proclamar el “América para los americanos” –o mejor dicho, América para los
estadounidenses–. El chavismo pone en relieve, en los objetivos mostrados en sus textos programáticos, “la
derrota del imperialismo y toda forma de dominación extranjera”. El antiimperialismo a lo sumo podría ser
contra un solo Imperio, pues un rotundo antiimperialismo es impracticable como Estado codeterminado.
Vietnam mostró oposición a los Estados Unidos, y luego a China, bajo la tutela de la URSS –como el
contrapeso hegemónico que rivalizaba con los EEUU en la Guerra Fría– o como en algún momento
colaboró con los norteamericanos contra los franceses y los japoneses. Ni siquiera el bolchevismo, durante
el decadente Imperio zarista, estuvo exento de esta dialéctica; pues Lenin pudo ingresar a territorio ruso
gracias al Imperio alemán y a sus marcos de oro.

El PSUV manifiesta en sus principios generales que se declara “anticapitalista y antiimperialista,


socialista, marxista, humanista, original y creativo, vanguardia del proceso revolucionario, unitario,
internacionalista, bolivariano” y otro sinfín de ideas metafísicas que realmente no se ajustan a lo que implica
un principio político, y que el lector pudiera catalogar de ridículas, como “defensor de los derechos de la
Madre Tierra, defensor de la igualdad y equidad de género, defensor de los derechos de las personas con
discapacidad, disciplinado, anticorrupción...”. Por ejemplo, la Madre Tierra –creemos que es como el PSUV
llama al planeta– no es una persona jurídica ni es titular de derechos y pensar en esto sería un imposible.
Lo que hay que poner en relieve es la “diversidad” ideológica que permite hacer analogías tanto con las
izquierdas como con las derechas tradicionales.

Acuñaremos aquí lo que Bueno denomina “no alineación”, en donde ya se puede hablar de derechas o
izquierdas no alineadas respecto a las derechas o izquierdas alineadas, tradicionales. Dentro de las
coordenadas del materialismo filosófico se integra la derecha primaria, la derecha liberal y la derecha
socialista como también en las izquierdas tradicionales, alineadas e históricas, yace la de primera

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generación, la liberal, la anarquista, la socialdemócrata y la comunista (marxismo-leninismo). La asiática,


por antonomasia, tendría que ser una izquierda no alineada.

Las derechas no alineadas, tanto como las izquierdas no alineadas, deben concebirse como clases
heterogéneas, amorfas y negativas –por su misma condición de no alineación, por negar las que sí son
alineadas–. El fascismo, el nacionalsocialismo o el strasserismo, la yamahiriya y otras ideologías de
características similares son consideradas, en sentido analógico y partiendo de que la comparación es con
la izquierda o la derecha tradicional, tanto de izquierda como de derecha –pero no lo son en sentido
tradicional como remarca Bueno–. En cuanto a las analogías que presenta con ambos, el socialismo
bolivariano –a cuyo movimiento político se le llama vulgarmente chavismo– mostrará analogías con las
clases tradicionales como lo puede ser la derecha socialista venezolana que resaltaremos más adelante. Es
importante aclarar que no es una vulgar equiparación subjetiva, ni una crítica interesada con el fin de que al
chavismo se le ponga al nivel político del fascismo o del nacionalsocialismo sino que se exponen en función
de sus relaciones con las izquierdas y derechas tradicionales como ya se ha aclarado. El fascismo, como el
caso más claro de la no alineación” puede ser –siempre como analogía– tanto un movimiento de derecha
como de izquierda pero no en sentido tradicional porque, por ejemplo, esta “no alineación” termina
desdibujándose de la familia tradicional –ya no están en la línea genealógica del Antiguo Régimen, del cual
efectivamente se constituyen– de forma brusca y tomando elementos, o mezclándose, con otras familias. Si
por ejemplo comparáramos a la URSS y a la Italia fascista desde el punto de vista del partido único y la
oposición al pluralismo político, ¿tendríamos que definir al fascismo como una izquierda o como una
derecha? ¿o el bolchevismo pasaría a ser una derecha? –lo cual no es posible, porque representa una
izquierda definida, alineada e histórica que derrocó a los Románov lo cual equivale, en consecuencia, a la
destrucción del Antiguo Régimen en Rusia– pero aquí lo que habría que considerar, por otro lado, es el
proceso de “ecualización” que puede unir en el campo práctico, pero no en lo político, a movimientos
totalmente opuestos como lo fueron, por ejemplo, el nacionalsocialismo y el bolchevismo.

El criterio que usamos para darle relación al chavismo con la derecha tradicional, sin dejar atrás la
influencia de la izquierda tradicional, es el período que sucede al “caudillismo” –para este período, al menos
el de Gómez, Vallenilla Sáenz acuña el término de gendarme necesario o cesarismo democrático–, y al que
por supuesto no queremos hacer ver de forma esencialista o porfiriana como diversas manifestaciones y
disfraces de una sola derecha porque es evidente el conflicto que ha habido entre unos y otros así como el
largo proceso evolutivo a partir del contexto y las diferentes pulsaciones sociales, culturales, etcétera. Es
sabido que es una de las fuentes de inspiración del chavismo, justamente porque prolifera el bolivarianismo
y la conservación de la unidad nacional, para la reestructuración del Estado venezolano a partir de lo que
este califica de “revolución” –la Revolución Bolivariana–. Los caudillos, como ya dicta la historiografía,
pueden encontrarse en primer lugar desde la figura de Páez –quien, a nuestro juicio, representó una
derecha no alineada, y extravagante, en tanto dirigió la secesión de Venezuela de la Gran Colombia y
representaba, por tanto, una fuerza no alineada con el fin de descomponer la Gran Colombia– hasta Gómez
según proclaman algunos historiadores, y aunque no pretendemos romper paradigmas historiográficos ni
entrar en un debate el respecto, es discutible considerar a Castro y Gómez como caudillos, aunque hayan
sido cuestionables sus métodos de acceso al poder por el simple hecho de que en sus gobiernos es donde
prolifera la conservación del Estado venezolano y su unidad constitucional. En ese sentido, le damos
término con el débil gobierno de Ignacio Andrade –derrocado por la Revolución Liberal Restauradora–. El
período tras la ruptura con el régimen de caudillos, a nuestro juicio, comprendería a Cipriano Castro, la
dictadura de Juan Vicente Gómez el Benemérito, el ascenso de Eleazar López Contreras y luego el
gobierno de Isaías Medina Angarita hasta 1945 donde recibe un golpe de Estado ejecutado por unos
jóvenes oficiales no gomecistas –entre estos Pérez Jiménez– que luego derrocarían a la “democracia”
octubristaen 1948. Este período, sin embargo, estuvo marcado por la derecha socialista tal como es descrita
en El mito de la derecha. La modulación socialista enfrentada a la izquierda socialdemócrata y a la izquierda
comunista. En el gobierno de Juan Vicente Gómez, en sus largos años, surge el Partido Revolucionario

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Venezolano en el año 1926 que luego es reconstituido como el Partido Comunista de Venezuela en el año
1931 –el gobierno de Gómez dura hasta 1935, año en el que comienza el de López Contreras– y con la
ratificación de la nueva Constitución en 1936, en un leve intento de democratización, se declaran prescritas
las “doctrinas comunista y anarquista”. Aunque en el gobierno de Medina Angarita, también “gomecista”
enforma, se mantendrían las mismas restricciones hasta que finalmente es depuesto en 1945. Estos tres
gobiernos –Gómez, López Contreras y Medina Angarita– representan una continuidad desde el golpe de
Estado a Cipriano Castro pero con su debido marco de reformas estaban lejos de satisfacer las necesidades
políticas de los partidos engendrados por la “Generación del 28” y que en síntesis, eran la izquierda
comunista –Partido Comunista de Venezuela–, la izquierda socialdemócrata –Unión Republicana
Democrática, Acción Democrática– y a la derecha que representaba COPEI, el partido democristiano y el
segundo elemento en el bipartidismo.

Hugo Chávez, quien como Franco creía en el movimiento “cívico-militar”, tuvo su mayor inspiración
práctica en gobiernos de esta índole y en el dirigismo militar de López Contreras, Medina Angarita y Pérez
Jiménez, quien tras el asesinato de Delgado Chalbaud presidió la Junta militar y por ende, el gobierno de
Venezuela durante los años de la dictadura (1951-1958). Pérez Jiménez, si se le juzga por el papel del
Estado y por sus proyecciones políticas, encajaría en la derecha socialista –proyecto que iniciaría
formalmente con la caída de la dictadura gomecista y en el período de Eleazar López Contreras– tal como
se incluye al maurismo, al primorriverismo y al franquismo. Así figuró en El Heraldo, diario que en los años
de la dictadura le fue leal al gobierno, el 20 de septiembre del año 1954:

“De otra parte, y es bueno decirlo de una vez por todas, vivimos en Venezuela en un capitalismo de
Estado muy parecido al que impera en la Unión Soviética. Nuestro sentimiento igualitario inspira
realizaciones sociales de vastas proyecciones. Cualquier país colectivista envidiaría las Casas Sindicales
y las Concentraciones Escolares al alcance de todo ciudadano, así como los servicios sanitarios y
asistenciales”.

Huelga decir que el proyecto de viviendas de nombre Misión Vivienda Venezuela no es más que una
emulación de las “ambiciosas” obras perezjimenistas de construcción de viviendas –Plan Nacional de
Vivienda, 1951– que estuvieron acompañadas de la destrucción, o el intento de hacerlo, de las insalubres
barriadas –pues aún existen y han crecido notablemente–, también conocidas como ranchos, que se
gestaron tras los movimientos de la población campesina a las grandes ciudades tras el descubrimiento del
petróleo y, por supuesto, el crecimiento demográfico que le siguió. No en vano llegó a declarar Chávez que
Pérez Jiménez fue “el mejor presidente de Venezuela”, admirando profundamente su obra política e incluso
invitándole a volver al país sin problema estando apenas electo.

Más difícil es establecer la influencia de la izquierda tradicional que recibe el chavismo, y futuro
“socialismo bolivariano”, porque hay que considerar que el MBR200 realmente no tuvo una influencia directa
de la izquierda tradicional histórica marxista que en Venezuela estaría representada por el Partido
Comunista de Venezuela –partido que fue ilegalizado a tras del Pacto de Punto Fijo, inició una lucha armada
innecesaria y que fue legalizado nuevamente por un gobierno de democracia cristiana– pero más bien una
parte del pensamiento marxista, al menos indirectamente, entra desde las Tres Raíces de Douglas Bravo
que más bien supuso una suerte de nacionalismo tan parecido a las reivindicaciones nacionalistas cubanas
por Martí o a las reivindicaciones nacionalistas nicaragüenses desde Sandino. Podríamos determinar que en
el caso de la Revolución Cubana, término que queda muy grande pero que usa la historiografía, no atendió
al propósito de establecer la dictadura del proletariado por más que Castro –con decir que castro militaba en
el Partido Ortodoxo y que quien asaltó el Cuartel Moncada fue la juventud de este partido– haya jugado la
carta soviética en tiempos de, digámoslo así, necesidad y esto sólo nos dice que Castro, ante el acoso de
un Imperio, optó por la tutela y la protección de otro. La lucha armada en Venezuela, bastante efímera y con
una generación perdida de estudiantes e intelectuales, fue apoyada desde La Habana y de soslayo por la
URSS –que seguía dando las directrices para los partidos comunistas– y desembocó incluso en una

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violación a la soberanía venezolana, pues en un incidente conocido como el Incidente de Machurucuto y de


forma más amarillista, la “invasión” de Machurucuto en 1961 –a eso sumándole los intentos de los
comunistas de destruir el bipartidismo entre Acción Democrática y COPEI como El Porteñazo en el año
1962 o El Carupanazo ese mismo año– donde fue expuesta la participación cubana, armas provenientes del
Pacto de Varsovia y que terminó en la expulsión de Cuba de la OEA, en enero de 1962, a petición de la
República de Venezuela. Pudiéramos hacer comparaciones con el nacionalsindicalismo o con el fascismo,
donde parte de sus ideólogos o cuadros tuvieron una relación con el marxismo y donde categorías, por
cierto marxistas, influyeron en las suyas. Nicola Bombacci, otrora comunista, fue esencial para el aparato
fascista y el artífice de la “socializzazione dell'economia” en la títere República de Saló pero, por supuesto,
un ferviente fascista que todavía exploraba en su tradición marxista pero claro, no por ello se puede hablar
de un “fascismo de izquierdas” como alegando que el fascismo es un subproducto del comunismo. En el
nacionalsindicalismo, parte también de la “no alineación” desde la perspectiva del materialismo filosófico, se
ve el caso de la influencia soreliana, tanto como en el fascismo, y la presencia de cuadros que
pertenecieron a organizaciones comunistas.

El castrismo y el guevarismo más la escuela guerrillera del Partido Comunista fueron una escuela para
Chávez, en el sentido de que es ampliamente sabido que los grupúsculos comunistas buscaban captar
oficiales de la Fuerza Armada como llegaron a lograrlo en El Porteñazo y el Carupanazo. Aunque esto no
significaba que Chávez fuese marxista, pues el guerrillerismo –que en la literatura leninista es también
“aventurerismo”, ver Aventurerismo revolucionario de Lenin– no es realmente un principio político del
marxismo, ni tiene que estar necesariamente relacionado a él. No obstante, es lo que tenían en común
muchos partidos de izquierda comunista en Hispanoamérica para entonces –Hoxha solía sacarlo a relucir
de forma irónica, el que en Hispanoamérica todo era concebido como una revolución–. La para la época de
madurez de Chávez, y tras su paso por la Academia Militar, la Guerra Fría había mostrado de todo, siempre
desde la dialéctica de Estados –porque los movimientos de liberación nacional crecieron gracias a la
billetera de China o la URSS– y casos tan concretos como la Revolución nasserista de 1952 en Egipto, la
Revolución cubana de 1959, el golpe de Estado de 1969 al rey Idris I por medio del joven coronel Gadafi e
incontables luchas anticoloniales, todas teniendo en común el revestimiento anticolonial y una rápida
asimilación a otros bloques imperiales, como los que ya mencionamos, en contraposición a los Estados
Unidos de América y sus antiguas metrópolis coloniales –Francia, Reino Unido, Bélgica, etcétera– pero sin
retórica antiimperialista contra el Imperio soviético o el chino. EL MBR200 se erige bajo este principio
nacionalista y siempre reivindicando romper con la “oligarquía” sumisa a los Estados Unidos. Estos
movimientos nacionalistas, “revolucionarios” (podría serlo el libio o el nasserista respecto a las monarquías
pero no el chavista) prescinden de la dicotomía de derecha-izquierdas en un sentido total, acuñando otras
dicotomías más funcionales – y, en general, tampoco se denominan de alguno y prefieren prescindir de
ambas etiquetas. El MBR200 se reivindicaba bolivariano, nacionalista, revolucionario. Y al día de hoy, pese
a que Chávez intentó crear un bloque de “izquierda” –asumiendo que el concepto es unívoco– con
determinados gobiernos populistas hispanoamericanos como el de Kirchner, Morales, Correa, Mujica, Da
Silva, etcétera, hoy Nicolás Maduro –por ejemplo– sólo reivindica al PSUV como un partido revolucionario;
luego habría que resaltar que las cercanías ideológicas, o las simpatías, no determinan las relaciones
diplomáticas entre Estados nacionales y un ejemplo ya conocido es China respecto a la Unión Soviética,
Albania respecto a las dos anteriores y a Yugoslavia y, en general, casi todo el supuesto bloque socialista a
excepción de las democracias populares prosoviéticas. Normalmente el chavismo se escuda en retórica
metafísica donde ataca a la “derecha” –¿a cuál?–, a la “ultraderecha” fascista –en referencia a la oposición
venezolana– y adopta un discurso contra una “derecha internacional” nuevamente como si la presencia de
un partido de derecha, o de alguna de las izquierdas, determinara necesariamente la política exterior o
como si las diferencias, tras un largo proceso de ecualización, son notables ahora mismo. ¿Cabe a buscar
diferencias reales?

El chavismo, que no parece tan consistente con sus principios, declara regirse según consta en sus

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documentos fundamentales, por lo que denomina como “...la cosmovisión indio afro americana, el
cristianismo, la teología de la liberación” (Libro Rojo, pág. 38). Es cierto que el chavismo, y el mismo Chávez
en vida, hicieron lo imposible por difundir mitos negrolegendarios y su evidente hostilidad a la tradición
española, reivindicando en múltiples ocasiones el indigenismo –que en la óptica del materialismo filosófico
es otra derecha extravagante– y que esto llevó a que, por ejemplo, surgiera el “día de la resistencia
indígena” –y la fe ciega en Guaicaipuro–lo que tiempo atrás simple y llanamente era el “día de la
Hispanidad” o “el día del descubrimiento”. En ese sentido, una de las máximas del bolivarianismo chavista
también es la exaltación de lo que califican de “valores libertarios” contra los Imperios, haciéndonos
entender que Venezuela siempre ha tenido una posición privilegiada en la lucha contra los Imperios cuando
es rotundamente falso. Cuando la élite mantuana, y el clero, decidieron desligarse como una fuerza
extravagante de la Corona, aún cuando ya había dejado de existir el Viejo Régimen tras las Cortes de
Cádiz, los mantuanos siguieron adelante algo que ya estaba planeado o tenía antecedentes desde las
conspiraciones Gual y España. En ese sentido, lo que empezó como una Junta para salvaguardar los
derechos de Fernando VII terminó como una secesión hasta que fue sofocada por Domingo Monteverde y
desembocó en la aniquilación de la Primera República de Venezuela. Pero todo esto fue posible con el
respaldo que daban los británicos constantemente a Bolívar, ya sea cuando este acudía al duque de
Wellington –ver carta de Jamaica– o pedía cañones y efectivos de la Corona británica. Tampoco es
casualidad que los intereses venezolanos estuvieren atados mucho tiempo a los británicos, al menos hasta
que EEUU expulsó económicamente a Reino Unido de Venezuela. Luego habría que determinar lo que
implica la cosmovisión afrodescendiente porque en todo caso, los venezolanos tienen una influencia
incuestionable de los esclavos traídos del África y el punto, o principio, no es nada esclarecedor.
Ciertamente el chavismo es cristiano, tanto como el conocido catolicismo profesado por Chávez, y que
reivindica constantemente los valores cristianos –aunque parezca representar lo contrario– en un constante
irracionalismo que dista, por cierto, de otros de los principios que expone como su aparente fuente marxista.

Tal como sucede desde el establecimiento de las democracias homologadas liberales, y la caída de la
Unión Soviética –tan análoga diríamos a la caída del Antiguo Régimen–, se dificultan las coordenadas para
definir lo que implica una izquierda frente a una derecha. Por lo general, ambos sectores manifestados en
ciertos partidos trabajan en función de las necesidades imperantes, con tal de reivindicarse. Pero digamos
que el asunto es más complejo en Venezuela, pues aunque las posturas en la práctica son lo mismo; la
oposición (que tiene todavía una socialdemocracia tradicional entre sus filas) sigue proponiendo lo que
parece ser el mismo modelo económico que tanto tiempo ha llevado Venezuela, el Estado clientelar. Bajo
esa perspectiva, trabaja en función de la premisa económica del chavismo. El chavismo no ha desechado el
Estado clientelar, ni tampoco la renta petrolera que tanto se adapta a la filosofía de la derecha socialista
tradicional –sembrar el petróleo han dicho– lo cual deja claro el obvio proceso de ecualización que, al final,
hace difícil la diferenciación: ¿Se puede hablar de izquierdas y de derechas? ¿La decadente, por no decir
muerta, oposición representa alguna izquierda histórica? ¿Cuál es el papel del Partido Comunista que
todavía yace en el Polo Patriótico en alianza, supuestamente estratégica, con el chavismo? Ante tantas
incógnitas, únicamente queda el análisis. Y en este caso el que brinda el materialismo filosófico como
instrumento.

Bibliografía

Aristóteles (1874). Obras de Aristóteles, puestas en lengua castellana por Patricio de Azcárate, Medina y
Navarro (Biblioteca Filosófica), Madrid, 10 volúmenes. (1-2: Moral, 3: Política, 4-5: Psicología, 6-9:
Lógica, 10: Metafísica.)
Bueno, G. (2001). “Dialéctica de clases y dialéctica de Estados”, El Basilisco, 2ª época, nº 30, 2001,
páginas 83-90. Recogido de http://filosofia.org/rev/bas/bas23008.htm
Bueno, G. (2008). El mito de la derecha. Madrid: Ediciones Temas de Hoy, S.A.

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Bueno, G. (2003). El mito de la izquierda: las izquierdas y la derecha. Barcelona: Ediciones B.


PSUV (2010). Libro Rojo. Recogido de http://www.psuv.org.ve/wp-content/uploads/2014/12
/Nuevo_Libro_Rojo_PSUV.pdf

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