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Aquiles, Héctor y el destino

Lengua y cultura griegas 2013

Carrera Filosofía

Escuela de Humanidades

Universidad Nacional de San Martín

Pedro Tenner

Pedro_tenner@hotmail.com
Al comienzo del canto XVIII, Aquiles observa desde su campamento la contienda en la
que se bate Patroclo y se percata de que los aqueos nuevamente están retrocediendo.
¿Qué ha sucedido? Un presentimiento aciago lo acomete. Tetis, su madre, le había
anunciado una vez que vería perecer “al mejor de los mirmidones.” Finalmente,
Antíloco se le aproxima y confirma sus sospechas: Patroclo ha muerto a manos de
Héctor. Abatido por la pena, Aquiles se desploma y, falto de palabras, rompe en un
desgarrador gemido. Sin embargo, cuando recupera el habla no se expresa como quien
lamenta las decisiones que condujeron a tan funesto presente, sino que asegura que ha
decidido regresar a la lucha para dar muerte a Héctor, a pesar de que se ha vaticinado
que su propio fin debe seguir al del héroe troyano. De hecho, el único lamento que surge
de sus labios es en referencia a la suerte de su madre, quien ha acudido a consolar a su
hijo: “[…] sucedió así para que sufrieras penas infinitas en el alma por el fallecimiento
de tu hijo, a quien no volverás a dar la bienvenida de regreso a casa”. 1 En cambio, por
su propio destino, Aquiles manifiesta que “mi parca yo la acogeré gustoso cuando Zeus
quiera traérmela y también los demás dioses inmortales”. 2 ¿Qué cambio se operó en el
héroe, qué es lo que ha comprendido para tener esta actitud?

En su ensayo La Decisión de Aquiles, Wolfgang Schadewaldt señala varios aspectos


formales del poema que nos darán una pauta para contestar esta pregunta.
Primeramente, el autor observa que “la historia de la cólera de Aquiles no emerge sino
gradualmente […] como un río que, cerca de su manantial, apenas se distingue de sus
muchos afluentes” pero que a medida que avanza gana la fuerza de un “torrente
abrumador”.3 Por otro lado, Schadewaldt hace notar que los distintos eventos descritos
en el poema no están aislados, sino que existe una “continuidad ininterrumpida en el
poema épico, como en la vida diaria, donde finales y comienzos se entrelazan”. 4
Efectivamente, la obra toda esta magníficamente estructurada como una suerte de
entramado de eventos. Ejemplo de ello son las frecuentes interrupciones biográficas de
los personajes, como la de Ifidamante en el canto XI o la conversación entre Diomedes
y Glauco en el canto VI, en las que se explicita la historia de los héroes y porqué se

1
Homero, Ilíada, XVIII, 89-90.
2
Ibíd., 115-6.
3
Jones, Wright (comps.), German Scholarship in Translation, Oxford University Press, Oxford, 1997,
pág. 147. La traducción del inglés al español, aquí y en las citas siguientes, es mía.
4
Ibíd., pág. 150.

1
unieron a la guerra de Troya.5 También se observa en aquellos pasajes del canto XVI en
los que el poeta describe las acciones de Patroclo dirigiéndose directamente a él, dando
a la narración una carga ominosa y provocando en el lector la sensación de que cada una
de las decisiones del joven guerrero es un eslabón en una cadena causal que conduce
inexorablemente al momento de su fin.6 Pero se hace claro de forma aún más
prominente en las últimas palabras de Patroclo a Héctor, cuando el Menecíada le
recuerda al héroe troyano que no es su golpe el que lo mata, sino la multitud de causas
que confluyen en su muerte.7

Y es precisamente esa idea lo que estos elementos, la mayoría de carácter formal,


reflejan, una idea que Aquiles, al ver cumplida la profecía de su madre, comprende: en
la vorágine de la causalidad, cada evento no es en y por sí mismo, sino que constituye
una culminación y un efecto de innumerables causas y, a su vez, será causa, junto a
innumerables otras, de otro efecto. Desde el punto de vista de los mortales, esta
situación hace que un destino ya “escrito” o un caos absoluto sobre el que no tenemos
control alguno sean imposibles de distinguir. El instante presente es el resultado de
infinitos otros instantes que, en tanto pertenecen al pasado, son irremediables y hacen
irremediable también al instante presente y a los instantes futuros. En un momento de
claridad admirable, Aquiles comprende que, como mortal que es, no tiene más remedio
que ser él mismo un mero eslabón de una cadena causal, un eslabón destinado a
desaparecer tras haber cumplido los pasos determinados por la inexorabilidad de las
causas que los precedieron. El Pelida entiende que no tenía más remedio que dar rienda
suelta a su cólera y abandonar el combate, que no podía más que pedir a su madre que
lo vengara, que los troyanos debían imponerse momentáneamente sobre los aqueos, que
Patroclo inevitablemente vestiría la armadura, saldría a combatir y moriría en batalla; y,
asimismo, que todo conducía a este momento en el que el tiempo parece detenerse, a su
decisión, que, en tanto es el resultado de una multitud de causas ya irremediables, es
también irremediable y necesariamente consistirá en permanecer en Troya, combatir,
asesinar a Héctor y morir poco después. Aquella posibilidad que evocó en el canto IX,
la posibilidad de regresar a su hogar y vivir una vida extensa, no era más, lo comprende

5
Homero, Ilíada, XI, 221 y ss.; Ibíd., VI, 119 y ss.
6
Entre los ejemplos más significativos se encuentran el momento en que Patroclo acomete enardecido y
el poeta le dice que “así te lanzaste, cochero Patroclo, derecho entre los licios y entre los troyanos” (ibíd.,
XVI, 584-5); o, más claro aún, “¿A quién despojaste entonces primero y a quién último, Patroclo, cuando
los dioses te llamaron a la muerte?” (ibíd., 692-3).
7
Ibíd., 849-50.

2
ahora, que una quimera.8 Es en vano lamentarse; lo único que le queda es actuar y llegar
al fin del camino que los Hados han escogido para él.

El comandante de los mirmidones no se entrega, entonces, “pasivamente” al destino. Su


reacción ante la muerte de Patroclo no es la de un hombre que, abatido, ha perdido el
interés en lo que pueda ocurrirle. Aquiles decide de forma activa morir en Troya. En
palabras de Schadewaldt: “Su voluntad es pura como el fuego. No se debate, porque
refleja la necesidad, y anuncia ya el hecho que habrá de venir”. 9 Aquiles entiende a tal
punto cuán imposible es para el individuo alejarse de su destino, a tal punto comprende
de hecho la identidad entre el individuo y su destino, que logra unificar su voluntad con
la necesidad. Efectivamente, lo que Aquiles desea que ocurra y aquello que ocurrió y
ocurrirá son una única cosa. Así, el Pelida matará a Héctor no porque no tenga más
remedio, sino porque decide matarlo, si bien, además, efectivamente no tiene más
remedio. Y es a tal punto así, que Aquiles tampoco morirá sólo porque sea inevitable,
sino porque decide morir. Contrario a la mayoría de los mortales, que morimos
“pasivamente” porque tan sólo dejamos que nos ocurra, el héroe aqueo se entrega de tal
forma a su destino que toma las riendas de él. Se asume a tal punto esclavo de su sino,
que es amo de él.

Aún más, en su ensayo, Schadewaldt observa que Tetis y las Nereidas lloran por
Aquiles como se llora por los muertos en los ritos fúnebres, y que Tetis sostiene la
cabeza del héroe como una madre sostendría la de su hijo muerto. 10 La metáfora es
clara: si es inexorable, el porvenir de alguna forma ya ocurrió, y los mortales, en tanto
debemos morir, de alguna forma ya estamos muertos. Aquiles parece comprender esto
también cuando dice que “Ni la pujanza de Hércules logró escapar de la parca, aunque
fue el mortal más amado del soberano Zeus Cronión, sino que el destino lo doblegó y
además la dura saña de Hera. Así también yo, si el destino dispuesto para mí es el
mismo, quedaré tendido cuando muera”.11 O, más adelante, cuando está a punto de
matar a Licaón: “Soy de padre noble, y la madre que me alumbró es una diosa. Mas
también sobre mí penden la muerte y el imperioso destino, y llegará la aurora, el
crepúsculo o el mediodía en que alguien me arrebate la vida en la marcial pelea.”12. Para

8
Ibíd., IX, 410-6.
9
Jones, Wright (comps.), German Scholarship in Translation, Oxford University Press, Oxford, 1997,
pág. 158.
10
Ibíd., págs. 155-6; ibíd., pág. 157.
11
Homero, Ilíada, XVIII, 117-20.
12
Ibíd., XXI, 109-12.

3
Aquiles, la muerte, la Moira de todos los mortales, es aquello que lo hace quien es y
rehuirla no sería más que engañarse a sí mismo, no sería, de hecho, más que desear no
ser él mismo. Tales deseos jamás entran en el corazón del Pelida, ni siquiera ante la
desgracia de la muerte de Patroclo. Por el contrario, Aquiles quiere entonces ser quien
es más que nunca, porque ser él plenamente es aquello que lo conducirá a vengar a
Patroclo y a cumplir su destino de gloria. Aquiles entiende que para los mortales, en
tanto se dirigen allí inexorablemente, desear la realización es desear la muerte. Es digno
de remarcar que, de alguna forma, la actitud del héroe es la opuesta a la de Zeus, quien
no sólo pretende devolver a Sarpedón a la vida y juega con la posibilidad de salvar a
Héctor, sino que además le dice a los caballos inmortales de Aquiles “¿Infelices! ¿Por
qué os entregamos al soberano Peleo, un mortal, siendo los dos incólumes a la vejez y la
muerte? ¿Acaso para padecer dolores entre los desgraciados hombres? Pues nada hay
sin duda más mísero que el hombre de todo cuanto camina y respira sobre la tierra.” 13.
Zeus, inmortal, no podría jamás alcanzar el estado de exaltación al que Aquiles llega al
aceptar y afirmar la pronta muerte, de manera similar a cómo Platón diría que los dioses
no pueden ser filósofos porque ya son sabios. Carecen de la falencia necesaria, son
demasiado perfectos.14 Con su reacción a la adversidad, Aquiles parecería estar
respondiéndole a Zeus que no necesita de su lástima, que aquello por lo que el dios
considera digno de pena al hombre es precisamente lo que lo hace grande y glorioso. En
ese momento el Pelida se eleva incluso por sobre el príncipe de los dioses.

Ante tales circunstancias, no es de extrañar que cuando se presenta sin armas ante los
troyanos, Aquiles irradie un fuego sobrenatural y sea capaz de emitir una serie de
alaridos que sobrecoge a sus enemigos.15 Esta escena aparece como una suerte de
Transfiguración del héroe, no del todo disimilar a la descrita en el Nuevo Testamento.
Aquiles se presenta ante sus oponentes en toda su gloria, una gloria sobrehumana que
alcanza precisamente porque acepta aquello que es plenamente humano en él.

***

Héctor, el equivalente troyano de Aquiles, es también un guerrero noble y formidable,


pero demuestra una actitud hacia el destino completamente distinta. Como señala
Schadewaldt, “próxima a la escena de la decisión de Aquiles en el Canto XVIII se

13
Ibíd., XVII, 441-6.
14
Platón, Banquete, 203e-204a.
15
Homero, Ilíada, XVIII, 203 y ss.

4
encuentra la decisión de Héctor, la cual sin duda ha sido colocada allí como
contraparte”.16 Espantado por la visión y los alaridos del Pelida, Polidamante aconseja a
los troyanos refugiarse tras las murallas, pero Héctor da la orden de permanecer en el
campamento junto a las naves y proseguir con la contienda, agregando que “si es verdad
que el divino Aquiles ha salido de las naves, peor será para él, si es eso lo que quiere.
Yo no pienso huir fuera del entristecedor combate, sino que me plantaré delante a ver
quién se lleva una gran victoria, si él o yo. Enialio es imparcial y también mata al
matador”.17 Como vemos, el Priámida está convencido de que puede derrotar a Aquiles,
pero sobre todo, su principal error es suponer que Ares (o, lo que en este caso es lo
mismo, el destino) es imparcial. Héctor ve el futuro como algo incierto, contingente, no
como el resultado causal e inevitable de un pasado irremediable, sino como algo a lo
que todavía puede dársele forma y puede ser controlado. Veremos que el error le costará
caro.

La actitud de Héctor frente al futuro se refleja también en la famosa escena de la


despedida de su esposa e hijo. Allí, en un primer momento Héctor declara que “habrá un
día en que seguramente perezca la sacra Ilio, y Príamo y la hueste de Príamo”. 18 Sin
embargo, a pesar de ese instante de claridad, inmediatamente extiende una plegaria a los
dioses con una petición acerca de su hijo: “¡Zeus y demás dioses! Concededme que este
niño mío llegue a ser como yo, sobresaliente entre los troyanos, igual de valeroso en
fuerza y rey con poder soberano en Ilio.” 19 Héctor pide que su hijo alcance alguna vez la
distinción de rey de Troya, a pesar de que en el fondo sabe que ni Troya ni el niño
existirán mucho tiempo más. Héctor muestra una actitud igualmente contradictoria en el
canto XVI, cuando da el golpe final a Patroclo, quien le augura que Aquiles vengará su
muerte. El Priámida le responde entonces “¡Patroclo! ¿Por qué me vaticinas el abismo
de la ruina? ¿Quién sabe si Aquiles, hijo de Tetis, de hermosos cabellos, se anticipará y
perecerá antes que yo, golpeado por mi lanza?”. 20 El poeta nos aclara que Patroclo no
está ya vivo para escuchar las palabras de Héctor, con lo que éste se encuentra en
16
Jones, Wright (comps.), German Scholarship in Translation, Oxford University Press, Oxford, 1997,
pág.161.
17
Homero, Ilíada, XVIII, 305-9. Como veremos, es característico de Héctor no comprender el carácter
profético de sus palabras: él mismo, asesino de Patroclo, es el matador que Ares matará. Estos versos en
los que Héctor demuestra su “ceguera” recuerdan a ciertos pasajes del Edipo Rey de Sófocles, donde el
protagonista se expresa con palabras cuyo profundo y verdadero significado no alcanza a comprender; por
ejemplo, el momento en que jura que investigará el asesinato de Layo como si se tratara del de su propio
padre (Sófocles, Edipo Rey, 260-5).
18
Homero, Ilíada, VI, 448-9.
19
Ibíd., 476-81.
20
Ibíd., XVI, 859-61.

5
realidad hablando solo, casi como si intentara persuadirse de que la profecía del
Menecíada no tiene porqué cumplirse, si bien en el fondo teme que sea inevitable. En
ambos momentos del poema, parecería como si el héroe troyano supiera que su muerte
y la de sus seres queridos están ya frente a él, pero escoge apartar la mirada e intentar
convencerse de que no morirá. Así, a pesar de su nobleza y gallardía, no logra elevarse
por sobre el resto de los mortales, quienes tienen hacia la muerte una actitud similar:
saben que está allí, esperándolos, pero viven creyendo que está lejana, casi inalcanzable.
Aún más, sólo pueden afrontar la vida si se convencen de ello.

Esta actitud ante el futuro, la muerte y el destino rinde sus frutos, inevitablemente
amargos, en el encuentro final entre Aquiles y Héctor. Allí, el Priámida desoye los
clamores de sus padres y se mantiene firme ante las puertas de Ilio. Es característico de
él su último pensamiento antes de ver a Aquiles aproximarse: “¡Averigüemos a quién de
los dos tiende el Olímpico su honor!” 21 Hasta último momento, Héctor ignora, elige
ignorar las señales de lo que está por ocurrir. Y cuando el destino finalmente lo alcanza,
actúa de la forma que actuará todo el que haya negado la fatalidad hasta último
momento: se acobarda y se echa a correr.

La persecución de Aquiles a Héctor tiene un valor metafórico que debe su eficacia a su


simplicidad: podemos correr cuanto deseemos, pero la fatalidad terminará siempre por
alcanzarnos. La única elección que se nos ofrece a los mortales es una de actitud, una
forma de pararse frente a nuestro sino y nuestra condición. Cuando le llega el fin,
Héctor tiene un momento de claridad en el que comprende esto y brevemente se
equipara a Aquiles: “Ahora sí que tengo próxima la muerte cruel; ni está ya lejos ni es
eludible. […] Ahora el destino me ha llegado. ¡Que al menos no perezca sin esfuerzo y
sin gloria, sino tras una proeza cuya fama llegue a los hombres futuros!” 22 El Priámida
entiende en su último instante que todo conducía inexorablemente a ese momento y
contempla de frente, al igual que Aquiles, el torrente de fatalidad en el que está
atrapado. Quizá, de haber vivido lo suficiente, habría equiparado en virtud al Pelida,
pero tal especulación es vana: el tiempo que se le ha concedido en la tierra ha llegado a
su fin.

Una última comparación nos termina de revelar el carácter de la actitud de uno y otro
héroe frente a la fatalidad. Como mencionamos ya, cuando Patroclo muere a manos de
21
Ibíd., XXII, 130.
22
Ibíd., 293-303.

6
Héctor, vaticina la muerte de su asesino, pero Héctor prefiere creer que el futuro es
contingente y que nada está ya decidido. Cuando el Priámida muere a manos de
Aquiles, la escena se repite, sólo que esta vez es Héctor quien vaticina la muerte de su
contrincante, con un augurio que –nosotros que conocemos el mito de Aquiles lo
sabemos– es acertado hasta en el último detalle: “Cuídate ahora de que no me convierta
en motivo de la cólera de los dioses contra ti el día en que Paris y Febo Apolo te hagan
perecer, a pesar de tu valor, en las puertas Esceas”. 23 La respuesta del Pelida, sin
embargo, es completamente diferente a la que había dado Héctor: “Mi parca yo la
acogeré gustoso cuando Zeus quiera traérmela y también los demás dioses
inmortales”.24 Probablemente no sea accidental que sean las mismas palabras que el
héroe utiliza en la conversación son su madre: la decisión de Aquiles, su determinación
a encontrar de lleno su destino, no se ha alterado en absoluto. Héctor no le está diciendo
nada que no sepa ya. La actitud que el Pelida adoptó frente a la muerte y el destino, su
decisión, lo han preparado para afrontar cualquier cosa que el futuro tenga reservado
para él.

Así, como adelantamos algunos párrafos más arriba, Aquiles alcanza la única forma de
libre albedrío de la que somos capaces los mortales: el entregamiento activo a la
fatalidad y la identificación entre su voluntad y la necesidad lo ponen en control de su
destino. Todo lo que sucedió y sucederá será así porque él lo quiere así. En palabras de
Schadewaldt (infinitamente mejores de las que yo soy capaz): “Uno puede decir que
[Aquiles] ‘desea hacerlo’ o que ‘no tiene más remedio que hacerlo’ porque, más allá de
que si lo desea o no tiene más remedio, su decisión surge de todo su ser en un estado de
exaltación que no reconoce ni un ‘antes’ ni un ‘después’, sino la presencia pura y
plácida de lo que ha sido y de lo que será”. 25 La voluntad que se debate entre dos
posibles caminos es presa de un destino que desconoce y no puede controlar. La
voluntad, en cambio, que logra afirmar y desear su destino es completamente libre. Ésta
es la voluntad de Aquiles, quien no sólo es verdaderamente libre, sino también de
alguna forma invulnerable. En efecto, ¿qué podría ocurrirle que no fuera exactamente lo
que él desea que le ocurra? ¿Cómo puede morir antes del momento en que ha decidido
morir? La sola idea tiene algo de ridículo. Quizá entonces haya que buscar aquí el

23
Ibíd., 355-60.
24
Ibíd., 365-6.
25
Jones, Wright (comps.), German Scholarship in Translation, Oxford University Press, Oxford, 1997,
pág. 169.

7
origen de la leyenda de la tradición posterior que cuenta que el cuerpo de Aquiles, salvo
en un punto, verdaderamente no podía ser dañado.

Bibliografía

Homero, Ilíada, Gredos, Madrid, 1982.

Platón, Banquete, Gredos, Madrid, 1988.

Schadewaldt, Wolfgang, “Achilles’ Decision”. En Jones, G.M. y Wright, P.V. (comps.),


German Scholarship in Translation, Oxford University Press, Oxford, 1997.

Sófocles, Edipo Rey, Gredos, Madrid, 2000.

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