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Aspectos Neurobiológicos de La Evolución Del Cerebro-Dr Carreras
Aspectos Neurobiológicos de La Evolución Del Cerebro-Dr Carreras
Hasta un niño de cinco años sería capaz de entender esto…! Rápido, busque a un niño de
cinco años.
Groucho Marx, en Sopa de ganso.
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selvas, realizamos una observación minuciosa de cada cromosoma en ambas especies:
los genes continúan muy similares en su distribución.
Casi en el borde de la desesperación ante tan decepcionantes resultados, dividimos las
hebras de las moléculas del ADN contenidas en los cromosomas y mezclamos las
“mitades” humanas con las “mitades” del chimpancé: ¡ellas vuelven a unirse en una
correspondencia perfecta de hombre-mono!.
Sólo la contabilidad genética acude a nuestra ayuda y nos alivia con una diferencia
escandalosa: la codificación génica del Hombre difiere de la del simio en un porcentaje
¡del 1,1%!.
Ya con otro ritmo respiratorio (más sereno), nos abocamos a estudiar cómo tan
minúscula diferencia puede brindar tamañas distancias conductuales. Abordamos
entonces la teoría de una epigénesis selectiva sobre un determinismo génico (Fig.1).
Matemática cualitativa.
La aseveración científica respecto de que compartimos con el mono más del 99% de
nuestro código genético genera desazón, además de sorpresa o estupor. Aceptar que las
enormes diferencias cognitivas con los simios se encuentren inscriptas en el mínimo
porcentaje restante de nuestro mandato genético requiere de cierta elaboración
intelectual y de un cúmulo de conocimientos específicos que, al promover la
explicación anhelada, aportan el sosiego ante el aparente desatino. Conocer que la
muestra de corteza cerebral humana extraída con el cilindro de Powel (1) registra el
mismo número de neuronas (110 +/-10) que el obtenido en las cortezas cerebrales del
mono, del ratón o del gato, resulta igualmente sorprendente, y desconcertante en el
primer momento. Lo mismo ocurre cuando descubrimos que no existe ninguna
categoría celular propia del córtex humano, sino que las mismas categorías de células
(isomorfismo más identidad en la neurotransmisión) se encuentran en todos los estadios
de la evolución, desde los mamíferos al hombre. Poseemos una gran similitud con otras
especies respecto de nuestra genética, y tampoco nos diferenciamos de ellas en la
cantidad de neuronas que nuestra corteza cerebral contiene por unidad de superficie, ni
en el tipo de categorías celulares que la pueblan. Nuestra situación de liderazgo como
especie sobre la faz de la Tierra no corre peligro, sin embargo, si analizamos otros
datos.
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En el estudio diferenciado de la corteza cerebral, los aportes de la anatomía
comparada concuerdan con las observaciones de la microscopía cuantitativa en que la
evolución cortical reside fundamentalmente en la medida de su superficie. La superficie
del córtex del chimpancé es de 4,9 dm2, la del gorila de 5,4 dm2, mientras que la del
cerebro humano llega a 22 dm2. Ello implica una diferencia sustancial en el número
total de neuronas de las cortezas cerebrales de las especies citadas. Las mediciones de
Powel con su cilindro de 25x30 um (micrometros) permiten aseverar que se
contabilizan 146.000 neuronas por milímetro cuadrado de superficie cortical, cualquiera
fuese la especie de mamífero que se investigue. El aumento de la superficie total de
corteza cerebral humana promueve una diferencia más que sustantiva en el número
absoluto de neuronas respecto a su más inmediato competidor de la escala zoológica.
Los 30 mil millones de neuronas existentes en la corteza cerebral humana originan unos
10 mil billones de sinapsis que generan la posibilidad de un intercambio de información
muy superior en cantidad a la de las otras especies. Si, además, sumamos la mayor
cantidad de áreas corticales con funciones específicas (incluida como tal a la función de
asociación) que ocasiona la superficie de 22 dm2 con respecto a la superficie de 4,9
dm2 del chimpancé -habiendo realizado la corrección correspondiente a las diferencias
de superficie corporal-, ello nos permite hablar de diferencias en la calidad del
procesamiento de la información producto de la diferencia cuantitativa a la que se hace
referencia o, lo que es lo mismo, del número y complejidad de las operaciones que esa
corteza cerebral podrá llevar a cabo. Como afirma Changeaux (2): del ratón al hombre,
por unidad de superficie cortical, estamos construidos con el mismo número y tipo de
piezas elementales (neuronas, sinapsis). Sólo la expansión de la neocorteza explica, en
definitiva, la diferenciación del cerebro humano respecto del cerebro animal.
Arquitectura racional.
La corteza cerebral humana inicia su desarrollo con anterioridad a que las diferencias
sexuales ejerzan su influencia. Antes de completar el segundo mes de desarrollo
embrionario, la activa reproducción de las células del tejido nervioso ha dado lugar a los
hemisferios cerebrales. El aumento de superficie de las vesículas cerebrales y el
espesamiento de las paredes de las mismas se produce a través de una proliferación
febril de células que, en un primer momento, ocupan la zona basal de dichas estructuras
y, más tarde, emigran hacia la superficie en donde se acumulan y diferencian, dando
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lugar a la corteza cerebral. Este proceso de reproducción celular del tejido nervioso que
devendrá posteriormente en córtex cerebral, resulta netamente más agresivo, numeroso,
y finalmente más voluminoso, que el ocurrido en el cerebro de primates para la misma
época evolutiva del desarrollo. La placa cortical se engrosa paulatinamente a través de
la acumulación de las neuronas que se producen en la zona basal de la misma.
Despaciosamente, la diferenciación posterior va originando las diferentes capas
corticales, numeradas de I a VI. Un fenómeno llamativo ocurre entonces:
contrariamente a lo esperado, las células producidas más tempranamente por el
compartimento proliferativo, no migran y forman la primera capa cortical, para luego
–completada esa primera capa- otorgar el lugar a las que le siguen, constituyendo la
capa II, y así sucesivamente; sino que las primeras células desprendidas del
compartimento proliferativo quedan adheridas a la capa que les dio origen, y las más
nuevas deben realizar el “trabajo” de pasar por sobre ellas, para ir ubicándose en los
lugares más superficiales. De esta forma, las células más antiguas quedan ubicadas en
las localizaciones más profundas, y las últimas en generarse, toman las ubicaciones más
exteriores, luego de una esforzada migración.
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también la proporción de células piramidales y estrelladas. Ello nos lleva a deducir que
sólo interviene un único órgano de transmisión génica en el proceso, o que un número
muy limitado de genes basta para determinar la ubicación, número y diferenciación de
las neuronas en la corteza cerebral. Esta economía de genes para funciones tan
determinantes, comienza a explicar la sorprendente disociación entre las diferencias
conductuales de las especies humana y primate, y su parecido genómico.
Entretanto, y a medida que se van formando las primeras capas de tejido cortical
cerebral (capas VI, V), los axones y las dendritas inician su crecimiento y
diferenciación, y se establecen las primeras sinapsis. Las células que devendrán en
células piramidales comienzan a dirigir sus axones –llevadas por un determinismo
génico- hacia el tálamo óptico, y las células de éste último envían sus prolongaciones
hacia la corteza. El circuito tálamo-cortical y córtico-talámico queda establecido antes
de que haya finalizado la formación de las capas III y II de la corteza cerebral, y todo
ello acontece antes del nacimiento, tanto en el hombre como en el mono.
El precio de la excelencia.
Sin embargo, el cerebro del chimpancé pesará, al nacer, un 40% de su peso adulto,
mientras que el del hombre sólo tendrá una quinta parte del peso que adquirirá en la
adultez. Ello implica otra diferencia sustancial: el tejido nervioso humano continuará
creciendo durante los próximos dieciséis a dieciocho años de vida extrauterina, a pesar
de contar con su número definitivo de células varios meses antes del parto. El desarrollo
de las vainas mielínicas, la formación de sinapsis, los nuevos brotes dendríticos, las
elongaciones axonales, darán cuenta del aumento de peso y volumen cerebral humano
(Fig. 2). Traerá aparejado también una dificultad: una maduración más lenta, una
dependencia neo y postnatal más prolongada, y la probabilidad de alteraciones del
proceso, a través de los accidentes posibles que desvíen los mandatos de los genes en la
larga etapa de neurodesarrollo. Parte de la teoría actual sobre la alteración del
neurodesarrollo en la enfermedad esquizofrénica, adscribe a esta dificultad descripta
precedentemente.
El poder de los genes se muestra en la uniformidad que el cerebro mantiene en la
especie, en el borramiento de las diferencias individuales ante la persistencia
organizativa anatómica y funcional de los diferentes centros nerviosos, en la utilización
de códigos neuro y electroquímicos comunes, en la predictibilidad y ordenamiento de
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los fenómenos madurativos cualquiera fuese la raza, el clima o el entorno social en que
se desarrolle el individuo. La unidad del cerebro humano se encuentra asegurada en el
seno de su especie, a través de las órdenes emanadas por los genes. Las diferencias con
respecto a otras especies se encuentran en poder de un pequeño número de genes que
utilizan mecanismos especiales para desarrollar su acción. Uno de ellos consiste en que
son capaces de realizar acciones diversas en instancias distintas del desarrollo, como así
también, demostrar economía de medios y de procedimientos para funciones diferentes.
El conjunto de estos recursos de economía de medios y procedimientos, garantizan la
regularidad y uniformidad del sistema nervioso central, y tornan menos paradojal la
desproporción entre el número de genes que nos diferencia de otras especies, y las
características de esas diferencias. Este determinismo génico es indiscutible al nivel
estructural y funcional del sistema nervioso, pero produce grados de libertad cada vez
mayores a medida que organiza funciones asociativas o, para expresarlo mejor,
funciones que utilicen áreas asociativas de la corteza cerebral, que se han ido
conformando sobre la base de neuronas de interconexión, en diferentes instancias de
tiempo.
Resulta interesante saber que, una vez que la célula nerviosa ha logrado su madurez y
su diferenciación, ya no se dividirá más, y que, por lo tanto, el mismo ADN contenido
en su núcleo, servirá, a lo largo de toda la vida de esa célula, para mantener la estructura
de sus sinapsis, que se cuentan en decenas de miles para cada neurona. Contrariamente,
aparece como difícil creer que una mecánica tan estructurada como la descripta, sirva
para lograr la adaptación a un mundo tan cambiante. Para ello, la Evolución ha provisto
un original mecanismo de estilo epigenético, que permite la suma de la no-modificación
del material génico y de sus órdenes en el nivel celular, junto a la acción de un segundo
“determinismo” proveniente de la relación con el entorno. Este mecanismo adquiere
entidad en la ubicación tridimensional de la red de conexiones que se establecen entre
neuronas a lo largo del desarrollo, alejándose de lo que podríamos denominar órdenes
génicas primarias para la constitución anatómica celular, para pasar a una anatomía
funcional secundaria, ligada a las interconexiones realizadas por las células nerviosas a
lo largo del proceso del desarrollo, permanentemente incentivadas y modificadas por las
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órdenes del ADN nuclear que ha tomado contacto químico con el entorno a través de
cascadas de variados “segundos” mensajeros.
Las experiencias reveladoras y determinantes de Levinthal y col. (3) con el crustáceo
Daphnia magna y el pez Poecilia formosa, animales de reproducción partenogenética,
en los que las hembras se reproducen sin intervención génica del macho, dando origen a
numerosas crías genéticamente idénticas, o isogénicas, han aportado evidencia respecto
de la sospechada variación estructural producida por el intercambio con el medio
ambiente. En su ingenioso y paciente trabajo, Levinthal contó y distinguió células
nerviosas de una parte del sistema nervioso de las dafnias, arribando a la conclusión que
era de prever: todas contaban con el mismo número de células en la zona de tejido
examinado. También constató que esas células establecían exactamente igual número de
sinapsis con las células de relevo y que, determinadas células que había especialmente
distinguido, realizaban sinapsis con las mismas células de relevo, en todos los
individuos dafnia examinados. Se hacía ostensible el determinismo génico.
Empero, el análisis minucioso revelaba diferencias entre las células de los distintos
ejemplares examinados: al realizar el conteo del número total de sinapsis por célula
estudiada, así como el mapeo o dibujo de los recorridos axonales de las mismas,
comenzaban a aparecer distinciones o “personalizaciones”. El ejemplar número 1 poseía
tres ramificaciones axónicas, mientras que el ejemplar número 4 sólo poseía una, y se
contaban diferencias en el número de sinapsis que la neurona D2 establecía con la
neurona L4 en los distintos individuos dafnia examinados. Si bien las grandes líneas
estructurales se mantenían uniformes a través de la constancia en el número de células y
de sus conexiones mayores, se observaban diferencias al nivel de las ramificaciones más
pequeñas y de sus conexiones. Las arborizaciones dendríticas de las células de Müller
en los peces estudiados por Levinthal también mostraban constancia de sus formas de
un ejemplar a otro, pero diferían en el detalle de sus conexiones y sinapsis. Ello parece
indicarnos que los individuos isogénicos poseerán macroestructuras nerviosas idénticas
que determinarán tendencias conductuales comunes (“macroconductas”), pero que, en
su relación con el medio ambiente, producirán diferencias a nivel de las arborizaciones
dendríticas, axonales, y de ciertas sinapsis vinculadas con las experiencias
personalizadas o individuales producidas en el comercio con la realidad, o en la
interrelación con el “trozo” de medio ambiente que “le toca” a cada sujeto.
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Una “mínima” diversidad inabordable.
Atracciones esforzadas.
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una interacción precisa con él hace recaer la acción en una sinapsis y no en otra. La
sinapsis actuante se consolidará. Las restantes y vecinas a ella, que se encontraban
redundantemente en el lugar para asegurar el contacto funcional, se atrofiarán. La
interacción con el medio ambiente habrá provocado la selección de aquella sinapsis que,
para ese determinado instante, era la más apta, la que se encontraba en mejores
condiciones de diferenciación y maduración para el ejercicio de la acción. Se habrá
producido el fenómeno de la epigénesis y promovido la mayor precisión de conexión
nerviosa. Habrá finalizado, concomitantemente, la redundancia transitoria de posibles
conexiones entre dos células con las que el proceso genético busca garantizar la
efectivización de la unión (Fig. 7).
El precio de demorarse.
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“Contacto en Francia”, o destinos con sentido.
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aprender resulta de la posibilidad de consolidar sinapsis, estabilizando sinapsis
preestablecidas y eliminando a las demás; y que la de imaginar sea la consecuencia de
combinar –a través de su activación- diferentes circuitos neuronales, sin modificar sus
estructuras originales más que con el agregado de las sinapsis que permiten la
combinación. ¿Crear, en última instancia, sería el producido de nuevos engramas, pero
a través de combinaciones de otros ya existentes, por medio de modificaciones
estructurales?
Selección condicionada.
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Una de las ventajas más ostensibles de la divergencia evolutiva del Ser Humano
respecto de las demás especies, consiste en el aumento de las posibilidades de
adaptación de su encéfalo al entorno, así como en sus habilidades de comunicación
intracortical y entre las diferentes áreas funcionales, que le permiten generar imágenes,
combinarlas, hallar similitudes y diferencias, hasta desarrollar un concepto. Establecido
el pensamiento, logra luego la comunicación, y se enriquece con ella. Los cerebros de
los infantes, que nacen ya en el incipiente ámbito social generado por sus progenitores,
serán influidos de manera individual y definitiva por un entorno tipificado por el sesgo
de las acciones producidas por el grupo. Se entrelaza, de esta manera, la variabilidad
genética con la variabilidad individual, epigenética, de la organización neuronal y
sináptica de los individuos.
El cerebro humano continúa su marcha deslumbrante, nutrida de inicios
generacionales y modificaciones, caracterizada por una amplia libertad obrando sobre
una tutoría génica.
Bibliografía:
1.- Powell, T.P., y Mountcastle, V. (1959): “Some aspects of the functional organization
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2.- Changeaux, J.-P.; Courrège, P, y Danchin, A. (1973) : « A theory of the epigenesis
of neural networks by selective etabilization of synapses », en Proc. Nat. Acad. Sci.
USA, 70, 2974-2978.
3.- Levinthal, F.; Macagno, E., y Levinthal.L.; “Anatomy and development of identified
cells in isogenic organisms”, en Cold Spring Harbor Symp. Quant. Biol., 40, 321-331.
4.- Ramón y Cajal, S. (1909-1911): “Textura del sistema nervioso del hombre y de los
vertebrados”, Madrid, Imprenta de Nicolás Moya, 1899-1904.
5.- Hamburger, V. (1975): “Cell death in the development of the lateral motor column
of the chick embryo”, en J. Comp. Neurol., 160, 535-546.
6.- Lund, J.S.; Boothe, R.G.; y Lund R.G. (1977): “Development of neurons in the
visual cortex (area 17) of the monkey (Macaca nemestrina): a Golgi study from fetal
day 127 to postnatal maturity”, en J. Comp. Neurol., 176, 149-188.
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7.-Oppenheim, R. (1973): “Developmental stages in human embryos”, parte A;
“Embryos of the first three weeks” (stages 1 to 9), Washington, Carnegie Institution,
Publication 631.
8.- Burden, S. (1977a): “Development of neuromuscular junction in the chick embryo:
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9.- Giacobini, G.; Filogamo, G.; Weber, M., Boquet, P., y Changeaux, J.-P. (1973):
“Effects of a snake alpha-neurotoxin on the development on innervated motor muscles
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10.- Nelson P. y Brenneman, D. (1982) : « Electrical activity of neurons and
development of the brain », en Trends Neurosci., 1982, 229-232.
11.- Hubel, P. y Wiessel, T. (1977): “Functional architecture of macaque monkey visual
cortex”, en Ferrier Lecture, Proc. Roy. Soc. Lond. B, 198, 1-59.
Lecturas recomendadas:
1.- Rhawn Joseph: “Paleo-Neurology and the Evolution of the Human Mind and Brain”,
31-71, en “Neuropsychiatry, Neuropsichology, and Clinical Neuroscience”, William &
Wilkins, 1996. Second Edition.
2.- Rita Levi-Montalcini: “Ontogenesis of neuronal nets: The chemoaffinity theory,
1963-1983” , 3-18, en “Brain Circuits and Functions of the Mind”, Cambridge
University Press, 1990. First Edition.
3.- Shepherd, Gordon M.: “Developmental Neurobiology”, 192-225; en
“Neurobiology”, Oxford University Press, 1994. Third Edition.
4.- Changeux, Jean-Pierre: “L ‘homme neuronal”, Libraire Arthème Fayard, 1983.
5.- Beckestead, Robert M. : « Building and Rebuilding the CNS », 371-408; en « A
survey of medical neuroscience », Springer-Verlag New York, Inc., 1996.
6.- Rubenstein, John L.R.: “Overview of Brain Development”, 3-9; en “Neurobiology
of Mental Illness”, Charney, Dennis S., Nestler, Eric j., Bunney, Benjamin S.,Oxford
University Press, Inc., 1999.
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Notas:
1.- En la pág. 2, en el párrafo 3, existe la abreviatura “dm2” en donde el número 2 debe
corresponder a “al cuadrado”. En el mismo párrafo se lee: “…25x30 um
(micrometros)…”, en donde la letra u corresponde a la letra griega “mu”, que mi
teclado no escribe, debiendo reemplazársela, de ser posible.
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