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TRANSICIONES DE LA ANTIGÜEDAD
AL FEUDALISMO
por
P e r r y An d e r s o n
Traducción de
S a n t o s J u l iá
ÍNDICE
P r ó lo g o . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1
Agradecimientos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4
PRIMERA PARTE
I. LA ANTIGÜEDAD CLÁSICA
1. El m odo de producción e sc la v ista . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 10
2. Grecia. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23
3. El mundo helenístico. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 40
4. Roma. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 48
II. LA TRANSICIÓN
1. El marco g erm á n ic o . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 105
2. Las invasiones. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 110
3. Hacia la síntesis. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 127
SEGUNDA PARTE
I. EUROPA OCCIDENTAL
I. LA ANTIGÜEDAD CLÁSICA
La división de Europa en E ste y O este ha sido, desde
hace tiem po, algo convencional entre los historiadores y se
rem onta, de hecho, al fundador de la m oderna historiografía
positiva, Leopold Ranke. La piedra angular de la prim era obra
im portante de Ranke, escrita en 1824, fue un «Esbozo de la
unidad de las naciones latinas y germ ánicas», en el que trazó
una línea que cortaba el continente y excluía a los eslavos del
E ste del com ún destino de las «grandes naciones» del Oeste,
que serian el tem a de su libro. «No puede afirm arse que esos
pueblos pertenezcan tam bién a la unidad de nuestras naciones;
sus costum bres y su constitu ción los han separado desde siem -
pre de ella. En e sta época no ejercieron ningún influjo inde-
pendiente, sino que aparecen com o m eros subordinados o an-
tagonistas. Ahora y siem pre, esos pueblos están bañados, por
así decir, por las olas refluen tes de los m ovim ientos generales
de la historia»1 . Sólo O ccidente participó en las m igraciones
bárbaras, las cruzadas m edievales y las m odernas conquistas
coloniales que eran, para Ranke, los drei grosse Atemzüge die-
ses unvergleichlichen Vereins: «los tres grandes hálitos surgi-
dos de esta unión incom parable»2. Pocos años después, Hegel
señalaba que «en cierta m edida, los eslavos han sido atraídos
a la esfera de la Razón occidental», pues «en ocasiones, y en
calidad de guardia avanzada —com o nación interm edia— , to-
m aron parte en la lucha entre la Europa cristiana y el Asia
no cristiana». Pero el m eollo de su visión de la historia de la
región oriental del continente era m uy sem ejante al de Ranke.
«Con todo, este conjunto de pueblos queda excluido de nues-
tra consideración, porque hasta ahora no han aparecido com o
un elem en to independiente en la serie de fases que ha asum i-
do la Razón en el m u n d o » 3. Siglo y m edio después, los histo-
riadores contem poráneos evitan norm alm ente ese tono. Las
categorías étnicas han dado paso a los térm inos geográficos,
pero la distinción entre E ste y Oeste y su datación a partir de
la Edad Oscura perm anecen prácticam ente idénticas. D icho de
otra form a, su aplicación com ienza con la aparición del feuda-
lism o, en aquella era histórica en que com enzó a invertirse de
form a decisiva la relación clásica de las regiones del Im perio
romano: el E ste avanzado y el O este atrasado. E ste cam bio de
signo puede observarse en casi todos los estu d ios sobre la tran-
sición de la Antigüedad a la Edad Media. Así, las explicaciones
de la caída del Im perio propuestas en el m ás reciente y m o-
num ental estud io sobre la decadencia de la Antigüedad —The
later R om a n E m pire, de Jones— giran continuam ente en to m o
a las diferencias estructurales entre el E ste y el O este en el
seno del Im perio. El E ste, con sus ricas y num erosas ciudades,
su econom ía desarrollada, su pequeño cam pesinado, su relativa
unidad cívica y su lejanía geográfica de los m ás duros ataques
bárbaros, sobrevivió; el O este, con su población m ás dispersa
y sus ciudades m ás débiles, su aristocracia de m agnates y su
cam pesinado oprim ido por las rentas, su anarquía p olítica y su
vulnerabilidad estratégica frente a las invasiones germ ánicas,
su c u m b ió 4. El fin de la Antigüedad quedó sellado en ton ces por
las conquistas árabes que dividieron las dos orillas del M edi-
terráneo. El Im perio oriental se convirtió e n Bizancio, un sis-
tem a p olítico y social diferente a l resto del continente europeo.
En este nuevo espacio geográfico que surgió en la Edad O scu-
ra, la polaridad entre Oriente y Occidente invirtió su connota-
ción. B loch em itió e l autorizado ju icio de que «a partir del
siglo VIII existió un grupo claram ente delim itado de sociedades,
en la Europa occidental y central cuyos elem en tos, por m uy.
diversos que fuesen, estaban sólidam ente cim entados en pro-
fundas sim ilitu d es y en relaciones constantes». E sta región fue
l a qu e dio origen a la Europa m edieval: «La econom ía europea
de la Edad Media —en la m edida en que este adjetivo, tom ado
de la vieja nom enclatura geográfica de las “cinco partes del
m undo”, puede usarse para designar a una verdadera realidad
hum ana— es la del bloque latino y germ ano, bordeado por unos
pocos islo tes celtas y por unas cuantas franjas eslavas, y con -
ducido gradualm ente hacia una cultura com ún [ . . . ] Así com-
1 The history of the decline and fall of the R om an Em pire, vol. I, 1896
(edición Bury), p. 1. Gibbon se retractó de este juicio en una nota ma-
nuscrita destinada a una revisión de su libro en la que limitaba su re-
ferencia sólo a los países de Europa, y no a los del mundo. «¿Tienen
Asia y Africa, desde Japón a Marruecos, algún sentimiento o recuerdo
del Imperio romano?», se preguntaba (op. cit., p. xxxv). Gibbon escribió
demasiado pronto para ver en qué medida habría de «sentir» el resto
del mundo el impacto de Europa y de las consecuencias finales de la
«revolución» que había descrito. Ni el remoto Japón ni el vecino Marrue-
cos quedarían inmunes a la historia que esa revolución había inaugurado.
El m o d o de p ro d u cció n escla vista 11
1
2Weber, «Agrarverhältnisse
13 im Altertum», pp. 5-6.
Véase especialmente F. Kiechle, Sklavenarbeit und technischer Fort
E l m o d o de p ro d u cció n escla vista 19
sch ritt im röm ischen Reich, Wiesbaden, 1969, pp. 12-114; L. A. Moritz,
Grain-miils and flour in classical Antiquity, Oxford, 1958; K. D. White,
Roman farming, Londres, 1970, pp. 123-4, 147-72, 188-91, 260-1, 452.
14 El problema general está planteado enérgicamente, como de cos-
tumbre, por Finley, «Technical innovation and economic progress in the
ancient world», Econom ic H istory R eview , XVIII, num. 1, 1955, pp. 2945.
Para las realizaciones específicas del Imperio romano, véase F. W. Wal-
bank, The awful revolution, Liverpool, 1969, pp. 40-1, 46-7, 108-10.
15 Politics, III, iv, 2. [Política, III, iii, 2.]
20 La an tigü edad clásica
18 J. P. Vernant, M ythe et pensée chez les Grecs, París, 1965, pp. 192,
197-9, 217. [M ito y pensam iento en la Grecia antigua, Barcelona, Ariel,
1974.] Los dos ensayos de Vernant, «Prométhée et la fonction technique»
y «Travail et nature dans la Grèce ancienne» ofrecen un análisis sutil de
las distinciones entre poiesis y praxis, y de las relaciones del agricultor,
el artesano y el prestam ista con la polis. Alexandre Koyré intentó de-
mostrar en una ocasión que el estancam iento técnico de la civilización
griega no se debió a la presencia de la esclavitud o a la devaluación
del trabajo, sino a la ausencia de la física, que se hizo im posible por la
incapacidad de los griegos para aplicar las medidas m atemáticas al mun-
do terrestre: «Du monde de l’à peu près à l’univers de la précision»,
C ritique, septiem bre de 1948, pp. 806-8. Al hacer esto, Koyré intentaba
explícitamente evitar una explicación sociológica del fenómeno; pero,
como el mismo Koyré adm itió im plícitam ente en otro lugar, la Edad Me-
dia tampoco conoció la física y, sin embargo, produjo una tecnología
dinámica: no fue el itinerario de la ciencia, sino el curso de las rela-
ciones de producción, lo que marcó el destino de la técnica.
22 La an tigü edad clásica
2
28 La an tigü edad clásica
también sus propias fam ilias y en ocasiones fueron utilizados para reali-
zar tareas militares.
13 Victor Ehrenburg, The G reek state, p. 97.
14 Finley, The ancient Greeks, p. 36.
32 La a n tigü edad clásica
vos estados m onárquicos exp erim entó una evolución sim ilar: una
estructu ra fundam en talm ente oriental, refinada con algunas m ejo-
ras griegas. E l alto personal civil y m ilitar del E stad o procedía
de los in m igrantes m aced onios o griegos y de sus descendientes.
N o hubo ningún in tento de conseguir la fu sión étnica con las
aristocracias indígenas tal com o A lejandro había pretendido du-
rante algún tie m p o 9. Se creó una burocracia considerable —ins-
tru m en to im perial del q u e careció p or com p leto la Grecia clási-
ca— , a la que se asignaron con frecuencia am biciosas tareas
adm in istrativas, sob re tod o en el E gipto lágida, donde recayó so-
bre ella la dirección de la m ayor parte de la econom ía rural y
urbana. La integración del reino seléu cid a siem pre fue m ás débil
y su ad m in istración com prendió una proporción de no griegos
su perior a la de las burocracias atálida y lá g id a 10; su carácter
siem pre fue tam bién m ás m ilitar, com o correspondía a su m a-
yor exten sión , a diferen cia de los funcion arios escribas dé Pérga-
m o y de E gipto. Pero en todos e sto s E stados, la existencia de
las burocracias reales centralizadas fu e acom pañada de una au-
sen cia de sistem a s legales desarrollados que estabilizaran o uni-
versalizaran su s fu n cion es. D onde la voluntad arbitraria del
soberano era la única fu en te de todas las decisiones públicas,
n o p odía surgir u n derecho im personal. La adm inistración h ele-
n ística del O riente Próxim o nunca produjo u n os códigos lega-
les u nificad os y se lim itó a im provisar sobre lo s sistem as co-
existen tes de origen griego o local, todos ellos su jetos a la in-
tervención personal del m onarca11. La m aquinaria burocrática
del E stad o esta b a condenada, p or esa m ism a razón, a term inar
en una cúsp ide inform al y aleatoria de «am igos del rey», grupo
fluid o de co rtesan os y com andantes que form aba el séquito in -
m ed iato del soberano. La con stitu ció n am orfa de los sistem as de
E stad o h elen ístico s se reflejaba en su carencia de denom inacio-
nes territoriales: eran sim plem ente las tierras de la dinastía que
las explotaba y que proporcionaba su ú nica designación.
E n estas con d icion es no p od ía plantearse el problem a de una
perar sus lim itaciones autóctonas12. A partir del año 200 a. C.,
el poderío im perial de Rom a avanzaba a sus expensas hacia el
este, y a m ediados del siglo II sus legiones habían derribado
todas las barreras de resisten cia en el Oriente. Sim bólicam en-
te, Pérgamo fue el prim er reino h elenístico que se incorporó al
nuevo Im perio rom ano cuando su últim o soberano atálida dis-
puso de él, según su voluntad, com o ofrenda a la Ciudad Eterna.
3 Brunt, Social conflicts in the Rom an Republic, pp. 13-4 . Incluso des-
pués de que Mario aboliera los requisitos de propiedad para la conscrip-
ción, las legiones continuaron teniendo una com posición mayoritariamen-
te rural. Brunt: «The army and the land in the Roman Revolution», The
Journal of Rom an Studies, 1962, p. 74.
4 Tiberio Graco, tribuno defensor de una Lex Agraria, denunció el
empobrecimiento de los pequeños propietarios: «Los hombres que lu-
chan y mueren por Italia comparten su aire y su luz, pero nada más [. . . ]
Luchan y mueren para mantener la riqueza y los lujos de otros, y aun-
que reciben el título de dueños del mundo, no tienen ni un simple pe-
dazo de tierra que sea suyo». (Plutarco, T iberius and Caius Gracchus,
IX, 5). Tiberio Graco, ídolo del pequeño campesinado, fue linchado por
una multitud urbana inflamada contra él por los patronos senatoriales.
R om a 53
12 Brunt, Ita lian m anpow er, pp. 121-5, 131. Para la enorme magnitud
del tesoro que la clase dirigente romana saqueó en el extranjero, aparte
de la acumulación de esclavos, véase A. H. M. Jones, «Rome», Troisième
Conference Internationale d ’H istoire Econom ique (Munich, 1965), 3, París,
1970, pp. 81-2. Esta ponencia versa sobre el carácter económico del im-
perialism o romano.
R om a 59
3
60 La a n tigü edad clásica
lia verius quam provincia, «más Italia que provincia». La tesis de los
latifundios esclavistas en la Narbonense parece, por tanto, que no pre-
senta problemas. La Galia del norte, por el contrario, tenía un carácter
mucho más primitivo y estaba menos urbanizada. Pero fue aquí preci-
samente —en la región del Loira— donde estallarían durante el Imperio
tardío las grandes rebeliones de los bagaudes, descritas expresam ente
por sus contemporáneos como levantamientos de esclavos rurales (véase
página 102, n. 84). Parece lógico, por tanto, alinear toda la Galia, con Es-
paña e Italia, como una importante región de agricultura esclavista.
15 E. Badian, R om an im perialism in the late R epublic, Oxford, 1968,
páginas 2-12, compara con gran penetración la política romana en Orien-
te y Occidente.
R om a 61
16 Jones, The G reek cities fro m Alexander to Justinian, pp. 51-8, 160.
62 La antigü edad clásica
20 P. A. Brunt, «The Roman mob», P ast and Present, 1966, pp. 9-16.
66 La antigü edad clásica
im portante m inoría del cam pesinado en arm as, que con stituía
el sector clave de la población rural. César ya había duplicado
la paga de quienes estaban en servicio activo, y ese aum ento
se m antuvo bajo el principado. Más im portante todavía fue
que, a partir del año 6 d. C., los veteranos recibieron una prim a
en m etálico al licenciarse, que equivalía al salario de trece años
y se pagaba con cargo a una tesorería m ilitar creada especial-
m ente para ello y financiada por pequeños im p u estos sobre
las ventas y la herencia con que se gravó a las clases p oseedo-
ras de Italia. La oligarquía senatorial se opuso encam izadam en-
te, para su propia perdición, a la im p la n ta ció n de estas m edi-
das, pues con la inauguración del nuevo sistem a la disciplina
y la lealtad volvieron al ejército, que fue reducido de 50 a 28
legiones y convertido en una fuerza perm anente y p r o fe sio n a l23.
Todo esto h izo posible el cam bio m ás im portante de todos:
en la época de Tiberio se redujo la llam ada a filas y se liberó
así a los pequeños propietarios de Italia de la carga secular
que había provocado unos sufrim ientos tan extendidos durante
la R epública, lo que probablem ente constituyó un beneficio
m ás tangible que todos los planes de reparto de tierras.
En la capital, el proletariado urbano fue aplacado con dis-
tribuciones de trigo que superaron los niveles alcanzados en
tiem p os de César y que podían garantizarse m ejor con la in-
corporación al Im perio del granero de Egipto. Adem ás, se puso
en práctica un am bicioso program a de construcciones, que
ofreció a los plebeyos considerables oportunidades de em pleo,
y se m ejoraron n otablem ente los servicios m unicipales de la
ciudad con la creación de un eficaz cuerpo de bom beros y
abastecim ien to de agua. Al m ism o tiem po, las cohortes preto-
rianas y la policía urbana se estacionaron perm anentem ente en
Rom a para sofocar los tum ultos. En las provincias, m ientras
tanto, se abandonaron las aleatorias e incontroladas extorsio-
nes realizadas por los arrendadores de im p u estos durante la
R epública —uno de los peores abusos del viejo régim en— y se
estab leció un sistem a fiscal uniform e, que se com ponía de un
im puesto sobre la tierra y una capitación y estaba basado en
cen sos m uy exactos. A consecuencia de e llo aum entaron los
ingresos del E stad o central m ientras que las regiones periféri-
cas dejaron de sufrir el pillaje de los publicanos. Los goberna-
dores provinciales recibieron a partir de en ton ces salarios re-
gulares. El sistem a judicial fue reestructurado con ob jeto de
26 Para las cam biantes connotaciones de este concepto véase Ch. Wir-
szubski, Libertas as a political idea at Rome during the late Republic
and early E m pire, Cambridge, 1950, que traza la evolución de la libertas
desde Cicerón, cuando todavía era un ideal vivo, público, hasta su muer-
te final en la ética subjetiva y quietista de Tácito. Wirszubski señala las
divergentes connotaciones de libertas y eleutheria, pp. 13-14. Esta últi-
ma estaba inficionada por la idea de gobierno popular y nunca fue com -
patible con la dignidad aristocrática, que era inseparable de la primera;
en consecuencia, nunca recibió un honor similar en el pensam iento po-
lítico griego.
Rom a 71
m étod o de soplado del v id r io 30. La nueva pax rom ana fue acom -
pañada, sobre todo, de una esp lénd ida oleada de rivalidad m uni-
cipal y de con stru ccion es urbanas en casi todas las provincias
del Im perio, que explotaron el descub rim iento arquitectónico
rom ano del arco y la bóveda. La época antonina fue quizá el
p eríodo culm inante de las co n stru ccion es urbanas en la Anti-
güedad. El desarrollo econ óm ico fue acom pañado del floreci-
m ien to de la cultura latina en el principado, cuando la poesía,
la historia y la filo so fía hicieron eclo sió n después de la relati-
va austeridad in telectu al y estética de la R epública. E sta fue,
para la Ilustración, la Edad de Oro, «el p eríodo de la historia
del m undo en e l que fue m ás feliz y próspera la condición de
la raza hum ana», según las palabras de G ib b o n 31.
Durante cerca de dos siglos, la sosegada m agnificencia de la
civilización urbana del Im perio rom ano ocu ltó los lím ites y las
ten sion es subyacentes a la base productiva sobre la que se asen-
taba. El m odo de producción esclavista de la Antigüedad, a
d iferen cia del sistem a econ óm ico feudal que le sucedió, no dis-
ponía de ningún m ecanism o natural e interno de autorrepro-
ducción, porque su fuerza de trabajo nunca podía estabilizarse
h om eostáticam en te dentro del sistem a. T radicionalm ente, la
o ferta de esclavos dependía en buena m edida de las conquistas
extranjeras, ya que prob ablem en te los p risioneros de guerra
siem pre representaron la principal fuen te de trabajo servil en
la Antigüedad. La R epública había saqueado todo el M editerrá-
neo en b u sca de m ano de obra para instalar el sistem a im perial
rom ano. El principado detuvo la expansión en los tres secto-
res que quedaban para un p o sib le avance: Germania, Dacia y
M esopotam ia. Con el cierre final de las fronteras im periales,
d espués de Trajano, el m anantial de los cautivos de guerra
se secó de form a inevitable. El com ercio de esclavos no pudo
suplir la escasez resultante, porque su s propias reservas siem -
pre habían dependido de las op eraciones m ilitares. La perife-
ria bárbara que rodeaba a todo el I m perio continuó su m in is-
trando esclavos, com prados en la frontera- por los m ercaderes,
pero no en cantidades su ficien tes para resolver el problem a de
la oferta en situ acion es de paz. En consecuencia, los precios
46 Roger Rémondon, La brise de l’E m pire romain, París, 1964, pp. 85-6.
[La crisis del Im perio romano, Barcelona, Labor, 1967.] Rémondon tien-
de a atribuir la crisis de mano de obra en el campo esencialmente al
éxodo rural hacia las ciudades, como consecuencia de la urbanización
generalizada. P e r o , en realidad, uno de los fenóm enos más sólidamen-
te comprobados de la época fue el descenso en la construcción urbana.
47 Millar, The Roman E m pire and its neighbours, pp. 2434, insiste
especialmente en la repentina paralización del desarrollo urbano como
prueba básica de la profundidad de la crisis.
R om a 83
57 Para este fenóm eno, véase Jones, «The social background of the
struggle between paganism and Christianity», en A. Momigliano (comp.) ,
The conflict betw een paganism and Christianity in the fourth century,
Oxford, 1963, pp. 35-7.
90 La an tigü edad clásica
4
92 La a n tigü edad clásica
7 5 J o n es, The later R om an E m pire, I, pp. 205-7, 468; III, p. 129. Posi-
blem ente, en Italia los im puestos se llevaban hasta los dos tercios de la
cosecha de los cam pesinos. Naturalmente, los terratenientes no pagaban
una parte comparable de la carga fiscal. Sus obligaciones eran especial-
mente evadidas en Occidente. Para Sundwall, la incapacidad del Estado
imperial para gravar adecuadamente a la aristocracia terrateniente fue
la causa de su colapso final en Occidente; W eström ische Studien, p. 101.
76 Peter Brown, The w o rld of late A ntiquity, Londres, 1971, pp. 434.
77 Jones, The later R om an E m pire, II, pp. 777-8.
R om a 99
80 Arnheim, op. cit., pp. 5-6, 49-51, 72-3. Debe tenerse en cuenta, sin
embargo, que por mucha resistencia que la clase senatorial de Occidente
opusiera a la cristianización imperial, dentro de sus propias filas, y de
modo informal, toleraba la diversidad religiosa en las pautas de conduc-
ta y de matrimonio. Véase Peter Brown, Religio n and so ciety in the age
of St. Agustine, Londres, 1972, pp. 161-82.
81 Brown, The w orld of late Antiquity, p. 34. Durante el Imperio tar-
dío —y en un tiempo de exacciones fiscales sin precedentes— la aristo-
cracia terrateniente probablemente extrajo en rentas una parte del ex-
cedente agrícola superior a la que el Estado imperial obtenía en im-
puestos; véase Jones, «Rome», Troisième Conference Internationale d ’His-
toire Econom ique, p. 101.
82 Joviano, Valentiniano I, Valente y Mayoriano fueron oficiales de las
scholae. Para un análisis penetrante de la función de la tardía élite mi-
litar del Imperio, véase R. I. Frank, Scholae Palatinae. The palace guards
o f the later Roman E m pire, Roma, 1969, especialm ente pp. 167-94.
R om a 101
II. LA TRANSICIÓN
1. EL MARCO GERMÁNICO
5 Frank, Scholae Palatinae, pp. 63-72; Jones, The later Roman Em pire,
II, pp. 619-22.
E l m a rco g erm án ico 109
Con todo, las tribus germ ánicas que hicieron pedazos al Im-
perio occidental no eran capaces de sustituirlo por un orden
p olítico nuevo o coherente. La diferencia en «los niveles de
agua» entre am bas civilizaciones era todavía dem asiado grande
y, para unirlas, se necesitaba un conjunto artificial de esclusas.
Los pueblos-b árb aros p ertenecientes a la prim era serie de in-
vasiones tribales, a pesar de su progresiva diferenciación social,
eran todavía unas com unidades extrem adam ente prim itivas e
incipientes cuando irrum pieron en el O ccidente rom ano. N in-
guno de ellos había conocido jam ás un E stado territorial du-
r a d e r o ;en lo religioso, todos eran ancestralm ente paganos; la
m ayor p ar t e carecían de escritura; p ocos poseían un sistem a
de propiedad articulado o estabilizado. La fortuita conquista
de vastas extensiones dé las antiguas provincias rom anas les
presentó naturalm ente una serie de problem as insolubles de
apropiación y adm inistración inm ediatas. E stas dificultades in-
trínsecas se intensificaron a causa de la pauta geográfica segui-
da por la prim era oleada de invasiones. Porque en estas Völker-
wanderungen propiam ente dichas — que a m enudo fueron in-
m ensas peregrinaciones a través de todo el continente— el asen-
tam iento final de cada p u eb lo bárbaro quedó muy lejos de su
punto de partida. Los visigodos se trasladaron desde los Bal-
canes a España; los ostrogodos desde Ucrania a Italia; los ván-
dalos desde Silesia a Tunicia; los burgundios desde Pom erania
a Saboya. No hubo ningún caso de una com unidad bárbara que
se lim itara a ocupar las tierras rom anas directam ente conti-
guas a su originaria región de residencia. El resultado fue que
los grupos de colonos germ anos en el sur de Francia, Hispania,
Italia y el norte de Africa tuvieron desde el principio un nú-
m ero necesariam ente reducido, debido a los largos itinerarios
recorridos y a la im posibilidad de recibir refuerzos por la m i-
gración n a tu r a l1. Los im provisados dispositivos de los prim eros
E stados bárbaros reflejaban esta situación de relativa debilidad
tropezara con una resisten cia v iolen ta por parte de los propie-
tarios latinos. Por lo dem ás, su efecto sobre las com unidades
germ ánicas tuvo que ser n ecesariam en te m uy drástico, porque
las s o rte s no se asignaban in d istin tam en te a los guerreros ger-
m ánicos recién llegados. Al contrario, en todos los pactos entre
rom anos y bárbaros sobre las divisiones de las tierras que han
llegado h asta n osotros intervienen únicam ente dos personas: el
terraten ien te provincial y un germ ano, aunque posteriorm ente
las s o rtes fueron cultivadas en realidad por cierto núm ero de
germ anos. Parece probable, por tanto, que se apropiaran de las
tierras los optim ates de los clanes que inm ediatam ente asenta-
ban en ellas a los hom bres de su s tribus com o arrendatarios
o , p osib lem en te, com o p equeños propietarios p o b r e s 3. S ocial-
m ente, los prim eros se convirtieron de golpe en los iguales de
la aristocracia provincial, m ientras que los ú ltim os cayeron
directa o indirectam en te bajo su dependencia económ ica. E ste
p roceso — sólo tangencialm ente visib le a partir de los docu-
m en tos de la época— fue m itigado sin duda por los recuerdos
todavía recientes del igualitarism o forestal y por la naturaleza
arm ada de toda la com unidad invasora, que garantizaba al gue-
rrero ordinario su condición de lib re. Inicialm ente, las sortes
n o fueron propiedad plen a o hereditaria, y los soldados del co-
m ún que las cultivaban conservaron p r o b a b le m e n te la m ayor
parte de sus derechos consuetudinarios. Pero la lógica del sis-
tem a era evidente: al cabo de una generación, aproxim adam en-
te, ya se había con solid ad o sobre la tierra una aristocracia
germ ánica, con un cam p esinad o dependiente situado por deba-
jo de ella e in clu so en algunos casos con esclavos in d íg en a s4.
La estratificación de clases cristalizó rápidam ente una vez que
las federaciones tribales de carácter nóm ada se asentaron te-
rritorialm ente dentro de las antiguas fronteras im periales.
La evolu ción p olítica de los p u eblos germ ánicos después de
tre los secuaces personales del pasado tribal y los nobles terra-
te n ie n te s del futuro feudal. D ebajo de ésto s se situaban los
guerreros y cam pesinos del com ún, residencialm ente segrega-
dos, donde era posible —y especialm ente en las ciudades— , del
resto de la población.
La com unidad rom ana, por su parte, conservó norm alm en-
te su estructura adm inistrativa, con sus unidades y funciona-
rios condales, y su propio sistem a jurídico, desem peñados am-
bos por la clase terrateniente de las provincias. E ste dualism o
se desarrolló sobre todo en la Italia ostrogoda, donde se yuxta-
pusieron un aparato m ilitar germ ánico y una burocracia civil
rom ana durante el gobierno de Teodorico, que conservó la ma-
yor parte del legado de la adm inistración im perial. N orm alm en-
te, subsistieron dos códigos legales diferentes, respectivam ente
aplicables a cada población: un derecho germ ánico derivado
de las tradiciones consuetudinarias (m ultas tarifadas, jurados,
vínculos de parentesco, juram entos) y un derecho romano
que se m antuvo prácticam ente sin cam bios desde el Im pe-
rio. Los sistem as legales germ ánicos m ostraban a m enudo fuer-
tes influencias latinas, inevitables un a vez que las costum bres
orales se convirtieron en códigos escritos: en el sig lo V , los
burgundios y los visigodos tom aron n um erosos elem entos del
código im perial de T eodosio I I 8. Por otra parte, el espíritu de
estos elem en tos era generalm ente hostil a los principios de
parentesco y de clan insertos en las antiguas tradiciones bár-
opinión estaban mucho más extendidos. Sin embargo, el propio Kuhn va-
cila ante el problema de si los séquitos tribales existieron durante las
Völkerwanderungen, y finalmente parece admitir su presencia (compáren-
se pp. 15-16, 19-20, 79, 83). En realidad, el problema de la Gefolgschaft no
puede resolverse verdaderamente recurriendo a la filología: el mismo
término es de acuñación moderna. La impureza de sus formas era inhe-
rente a la inestabilidad de las formaciones sociales tribales que aparecie-
ron en Germania antes y después de las invasiones: los servidores no
libres, cuyos posteriores descendientes fueron los m inisteriales medie-
vales, pudieron dar paso a seguidores libres con desplazamientos en las
relaciones sociales, y viceversa. Las circunstancias de la época permitían
frecuentemente poca precisión etimológica o jurídica en la definición de
los grupos armados que rodeaban a los sucesivos jefes tribales. Natural-
mente, la territorialización política que siguió a las invasiones produjo,
a su vez, más organismos m ixtos y de transición del tipo arriba esbozado.
Para una vigorosa refutación de las tesis de Kuhn, véase Walter Schle-
singer, «Randbemerkungen zu drei Aufsätzen über Sippe, Gefolgschaft
und Treue», B eiträge zur deutschen Verfassungsgeschichte des M ittelalters,
volumen I, Gotinga, 1963, pp. 296-316.
8 J. M. Wallace-Hadriil, The Barbarian West, 400-1000, Londres, 1967,
página 32.
116 La tran sición
que integró a elem en tos germ ánicos y rom anos en una nueva
sín tesis que habría de su stitu ir a a m b o s. E l m ás im portante de
esto s acon tecim ien tos — la aparición de un n uevo sistem a agra-
rio— es desafortunadam ente el que ofrece una luz m ás débil a
la h istoriografía p osterior. La econom ía rural de la Galia mero-
vingia y de la Italia lom barda es todavía uno de los capítulos
m ás oscuros en la h istoria de la agricultura occidental. Con
todo, e ste periodo ofrece tam bién algunos h ech os evidentes.
Y a no se hacía u so del sistem a de hospitalitas. N i los francos
n i los lom bardos (y a fo rtio ri tam p oco los anglosajones) pro-
cedieron a un reparto regulado de las propiedades territoriales
rom anas. En su lu gar parece que se im p u so un m odelo dual y
m ás am orfo de asentam iento. Por una parte, los dirigentes
francos y lom bardos se lim itaron a con fiscar en gran escala
los latifun dios locales, anexionándolos al tesoro real o distri-
buyéndolos entre sus séq u itos nobiliarios. La aristocracia sena-
torial que sobrevivió en la Galia del N orte había retrocedido
en su m ayor parte al su r del Loira in clu so antes de que Clodo-
v eo derrotara al ejército de S iagrio en el año 476 y tom ara po-
sesión de los desp ojos provinciales de su victoria. En Italia,
lo s reyes lom bardos no realizaron ningún in ten to de congra-
ciarse a los terraten ien tes rom anos, que fueron aniquilados y
elim inados donde quiera que pusieron algún obstáculo a la
apropiación de la tierra; algunos fueron reducidos in clu so a
la condición de esclavos17. Así pues, el cam bio de m anos de
la gran propiedad agraria fue prob ablem en te m ucho m ayor en la
segunda ola de invasion es que en la prim era. Por otra parte,
sin em bargo, y com o la m asa d em ográfica de las últim as migra-
ciones fue considerablem en te superior al de las prim eras y el
ritm o de su avance a m enu d o m ás len to y constante, el com po-
n ente popular y cam p esin o del nuevo orden rural fue t am bién
m á s señalado. E sp ecialm en te en este período fue cuando las
com unidades aldeanas, que habrían de co n stitu ir un rasgo pos-
terior tan sob resalien te del feu d alism o m edieval, parecen ha-
b er arraigado por vez prim era y de form a notable en Francia
y en otras partes. En m edio de la inseguridad y la anarquía
de los tiem p os, las aldeas se m u ltiplicaron m ientras decaían las
villae co m o unidades organizadas de producción.
E ste fen óm en o puede atribuirse, por lo m enos en la Galia,
a dos procesos convergentes. E l derrum be del dom inio rom ano
5
124 La tran sición
La sín tesis histórica que finalm ente tuvo lugar fue, por supues-
to, el feudalism o. El térm ino exacto —S ynthese— es de Marx,
junto con otros historiadores de su tie m p o 1. La colisión catas-
trófica de dos m odos anteriores de producción —prim itivo y
antiguo—- en disolución produjo finalm ente el orden feudal
que se extendió por toda la Europa m edieval. Que el feudalis-
m o occidental fue el resultado esp ecífico de una fusión de los
legados rom ano y germ ánico era ya evidente para los pensado-
res del R enacim iento, cuando por prim era vez se pu so a de-
bate su g é n e sis 2. La controversia m oderna sobre esta cuestión
se rem onta esencialm en te a M ontesquieu, que en la Ilustración
afirm ó que los orígenes del feudalism o eran germ ánicos. Desde
entonces, el problem a de las «proporciones» exactas de la m ez-
cla de elem entos rom anogerm ánicos que finalm ente generó el
feudalism o ha suscitado las pasiones de los sucesivos histo-
riadores nacionalistas, e incluso e l m ism o tim bre del final de
la Antigüedad se ha alterado frecuentem en te de acuerdo con
el p atriotism o del cronista. Para D opsch, que escribía en Aus-
tria después de la prim era guerra m undial, el colapso del Im -
perio rom ano fue la m era culm inación de siglos de absorción
pacífica por los pueblos germ ánicos y fue vivido por los ha-
b itantes de O ccidente com o una tranquila liberación. «El m un-
do rom ano fue conquistado gradualm ente desde dentro por los
gem ían os, que habían penetrado en él pacíficam ente durante
genes. «Fief» [feudo] se deriva del germano antiguo vieh, que significa
rebaños. «Vassal» [Vasallo] procede del celta kwas, que originalmente
significaba esclavo: Por otra parte, «village» [aldea] se deriva de la villa
romana; «serf » [siervo], de servus, y «manor» de mansus.
10 Hintze subraya esta filiación en su ensayo «W eltgeschichtliche Be-
dingungen der Repräsentativeverfassung», en Otto Hintze, G esam m elte Ab-
handlungen, vol., I, Leipzig, 1941, pp. 134-5.
H acia la sín te sis 131
table centro del universo», The w o rld o f late A ntiquity, pp. 51-2. Pero,
com o Browns indica, la respuesta pagana más intensa a este hecho fue
el neoplatonism o, últim a doctrina de reconciliación interior entre el hom -
bre y la naturaleza y primera teoría de la belleza sensual redescubierta
y apropiada en otra época por el Renacimiento.
14 E. A. Thompson, A R om an reform er and inventor, Oxford, 1952, pá-
ginas 44-5.
15 Engels observó con desdén que «el cristianism o no ha tenido ab-
solutam ente nada que ver en la extinción gradual de la esclavitud. Du-
rante siglos coexistió con la esclavitud en el Im perio romano y más ade-
lante jam ás ha im pedido el com ercio de esclavos de los cristianos», Marx-
Engels, Selected w orks, p. 570 [O bras escogidas, vol. I I , p. 317]. Esta
afirmación es algo perentoria, com o puede apreciarse por el matizado
análisis de Bloch sobre la actitud de la Iglesia ante la esclavitud en
«Comment et pourquoi finit l ’esclavage antique?» (especialmente pp. 37-
41). Pero las conclusiones sustanciales de Bloch no se alejan demasiado
de las de Engels, a pesar de los necesarios m atices que le añade. Para
estudios m ás recientes y confirm ativos sobre las primeras actitudes cris-
tiana» hacia la esclavitud, véase Westermann, The slave system s of Greek
and R om an A ntiquity, pp. 149-162; A. Hadjinicolaou-Marava, Recherches
sur la vie des esclaves dans le m onde byzantin, Atenas, 1950, pp. 13-8.
16 Por ejem plo, véase Thompson, The G oths in Spain, pp. 305-8.
134 La transición
17 D. J. Chitty, The desert a city, Oxford, 1966, pp. 20-1, 27. Es una
lástim a que lo que posiblem ente sea el único estudio reciente y completo
del primer monaquismo tenga un carácter tan unilateralmente devocio-
nal. Los comentarios de Jones sobre los resultados mixtos del monaquis-
m o en la Antigüedad tardía son agudos y pertinentes: The later Roman
E m pire, II, pp. 930-3.
18 Este es el principal defecto del ensayo de Lynn White, «What acce-
lerated technological progress in the Western Middle Ages?», en A. C.
Crombie (comp.) , Scientific change, Londres, 1963, pp. 272-91, exploración
audaz de las consecuencias del monaquismo que, en cierto modo, es su-
perior a su Mediaeval technology and social change, porque aquí no se
fetichiza a la técnica como primera causa histórica, sino que por lo me-
nos se la liga a las instituciones sociales. La afirmación de White sobre
la importancia de las des-animización ideológica de la naturaleza por el
cristianism o como una condición previa de su posterior transformación
tecnológica parece seductora, pero olvida el hecho de que el Islam fue
responsable poco después de una Entzauberung der Welt mucho más com -
pleta, sin que ello produjera un im pacto notable sobre la tecnología m u-
sulmana. La importancia del monaquismo como disolvente premonitor del
sistem a clásico de trabajo no debe exagerarse.
Hacia la síntesis 135
m ienza la h isto ria del feu d alism o propiam ente dicho, porque
este en o r m e esfu erzo id eológico y adm in istrativo para «recrear»
el sistem a im perial del v iejo m undo, gracias a una típica in-
versión, con tenía y encubría l a involuntaria colocación de los
cim ientos del nuevo. E n la era carolingia fu e cuando se dieron
los p asos decisivos para la form ación del feudalism o.
La im ponen te expansión de la nueva d inastía franca dio, sin
em bargo, pocas señ ales inm ediatas de su legado final a Euro-
pa. Su tem a claram ente dom inante fue la u n ificación política
y m ilitar de O ccidente. La victoria de Carlos M artel en Poitiers
frente a lo s árabes en el año 753 d etu vo el avance del Islam ,
q u e acababa de ab sorb er al E sta d o v isigod o en España. D es-
p ués, en treinta v eloces años, C arlom agno anexionó la Italia
lom barda, con q u istó Sajonia y F risia e in corporó Cataluña. Así
se convirtió en el ú n ico soberano del co n tin en te cristiano fuera
de las fronteras de B izancio, con la excepción del inaccesible
litoral asturiano. En el año 800, Carlom agno asum ió el título
de em perador de O ccidente, in existen te desde hacía m ucho tiem -
po. La expan sión carolingia no fu e un m ero engrandecim iento
territorial. Sus p reten sion es im periales respondían a una ver-
dadera revitalización adm inistrativa y cultural dentro de las
fronteras del O ccidente continental. E l sistem a m onetario se
reform ó y estandardizó y se volvió a recuperar el control cen-
tral sobre la acuñación de m onedas. En estrecha coordinación
con la Iglesia, la m onarquía carolingia p atrocinó una renova-
ción de la literatura, la filo so fía y la educación. Se enviaron m i-
sion es religiosas a las tierras paganas situadas fuera del
Im perio. La extensa y nueva zona fronteriza de Alem ania,
am pliada p or el so m etim ien to de las tribus sajonas, fue cuidado-
sam ente atendida por vez prim era y sistem áticam en te conver-
tida al cristianism o, program a facilitad o por el desplazam ien-
to de la corte carolingia hacia el este, a Aquisgrán, situada a
m itad de cam ino entre el Loira y el Elba. Adem ás, se tejió una
red adm inistrativa, m uy elaborada y centralizada, sobre todas
las tierras que se extienden desde Cataluña a S ch lesw ig y des-
d e N orm andía a E stiria. Su unidad b ásica fue el condado, de-
rivado de la antigua civitatis rom ana. Los nobles de confianza
eran nom brados condes con pod eres m ilitares y judiciales para
gobernar esas regiones en una clara y firm e delegación de la
autoridad pública, revocable por el em perador. Quizá h ubo en
tod o el Im perio entre 250 y 350 de e sto s dignatarios, a quienes
n o se pagaba un salario, sin o que recibían una parte proporcio-
138 La tran sición
dicos y políticos a cam bio del servicio m ilitar. A proxim adam en-
te en la m ism a época, el desarrollo m ilitar de una caballería
fuertem ente arm ada contribuyó a la consolidación del nuevo
vínculo institucional, aunque no fue directam ente responsable
de su aparición. Tuvo que pasar un siglo para que el pleno
sistem a de feudos se m oldeara y echara raíces en O ccidente,
pero su prim er e inconfundible núcleo ya era visib le bajo Car-
lom agno.
M ientras tanto, las continuas guerras del reinado tendieron
a degradar progresivam ente la situación de la m ayoría de la
población rural. Las condiciones del cam pesinado libre y gue-
rrero de la sociedad germ ánica tradicional habían sido los des-
plazam ientos en el cultivo de tierras y un tipo de guerra local
y estacional. Cuando los asentam ientos agrícolas se estabiliza-
ron y las cam pañas m ilitares se hicieron m ás am plias y prolon-
gadas, la base m aterial de la unidad social entre la guerra y el
cultivo se quebró inevitablem ente. La guerra se convirtió en la
lejana prerrogativa de una nobleza m ontada, m ientras que un
cam pesinado sedentario trabajaba en casa para m antener un
ritm o perm anente de cultivo, desarm ado y cargado con la provi-
sión de sum in istros para los ejércitos reales25. El resultad o fue
un deterioro general en la posición de la m asa de población
agraria y, así, tam bién fue en este período cuando tom ó form a
la característica unidad feudal de producción, cultivada por un
cam pesinado dependiente. En la práctica, el Im perio carolingio
fue una zona territorial cerrada, con un com ercio exterior in-
significante, a pesar de sus fronteras de los m ares M editerrá-
neo y del N orte, y con escasa circulación m onetaria. Su res-
puesta económ ica al aislam iento fue el desarrollo de un siste-
m a señorial. La villa del reinado de Carlom agno ya anticipaba la
estructura del señorío de com ienzos de la Edad M edia, e sto es,
una gran finca autárquica com puesta por las tierras del señor
y una m u ltitud de pequeñas p a r c e l a s de los c a m p e s i n os. La-ex-
ten sión de esto s dom inios nobiliarios o clericales era con fre-
cuencia m uy considerable, de 800 a 1.600 hectáreas. D ebido a
los prim itivos m étodos de cultivo, el rendim iento agrario era
m uy bajo e in clu so la proporción 1: 1 n o era en absoluto des-
conocida26. La específica reserva señorial, el m ansu s indom ini-
catus, podía abarcar quizá hasta un cuarto de toda la extensión;
I. EUROPA OCCIDENTAL
1. EL MODO DE PRODUCCIÓN FEUDAL
6 Karl Marx, Pre-capitalist form ations, Londres, 1964, pp. 77-8 [Ele-
m entos fundam entales para la crítica de la economía política, Madrid,
Siglo XXI, 1972, I, p. 442].
152 E u ropa o cciden tal
6
156 E u ro p a o cciden tal
d esde el prin cip io las norm as feu dales sobre la tie r r a 4. El m apa
del tem prano feu d alism o europeo com prendía, pues, esencial-
m ente, tres zonas que se exten dían de n orte a sur, delim itadas
a grandes rasgos p or la densidad resp ectiva de alodios, feudos
y ciudades.
E n este m arco es p o sib le esbozar ahora algunas de las prin-
cipales diferencias que existía n entre las principales form acio-
n es sociales de Europa occid ental en esta época y que tendrán
con frecuencia im portan tes rep ercu sion es ulteriores. En cada
u n o de e sto s casos, n u estro o b jetiv o principal será el m odelo
de las relaciones rurales de p roducción, la exten sión de los en-
claves urbanos y, esp ecialm en te, el tip o de E stad o p o lítico que
surgió en la Alta E dad M edia. E ste ú ltim o o b jetivo estará do-
m inado in evitablem en te p or e l estu d io de los orígenes y vicisi-
tudes de la m onarquía en lo s d iversos p aíses de Europa occi-
dental.
Francia, al ser la patria central del feudalism o europeo,
puede estu d iarse con relativa brevedad. En efecto, el norte de
Francia siem p re se a ju stó al arqu etíp ico sistem a feudal m ás
estrecham ente que ninguna otra región del continente. E l co-
lap so del Im p erio carolin gio en el siglo IX fue seguido p or un
to rb ellin o de guerras internas y de invasiones nórdicas. En m e-
d io de la anarquía y la inseguridad generales tu vo lugar una
universal fragm entación y localización del p oder nobiliario, que
se concentró progresivam ente a lo la rg o de todo el país en
fortalezas y castillo s selecto s en unas con d iciones que acelera-
ron la dependencia de un cam p esinad o exp u esto a la constante
am enaza de las rapiñas vikingas o m u su lm a n a s5. En esta época
inhóspita, el poder feudal se pegó, p ues, a la tierra con una
fuerza singular. Las severas ju risd iccio n es señoriales sobre una
m asa rural caída en servidum bre, que había perdido todos sus
tribunales populares, prevalecieron prácticam ente por doquier,
aunque el sur, donde fu e m ayor la im pronta de la Antigüedad,
quedó algo m enos feudalizado, con una m ayor proporción de
tierras nob les p oseíd as d irectam en te y no com o feudo y con
terráneo. Para adm inistrar las tierras directam ente bajo el con-
trol real se creó un funcionariado relativam ente am plio y leal
de baillis y séneschaux. Sin em bargo, el tam año de esta buro-
cracia era un índice no tanto del poder intrín seco de los reyes
franceses cuanto de los problem as a los que se enfrentaba toda
adm inistración unitaria del p a í s 7. La peligrosa conversión de
las regiones recién adquiridas en infantazgos controlados por
príncipes capetos m enores era tan sólo otro signo de las difi-
cultades inherentes a esta tarea, porque m ientras tanto subsis-
tía el poder independiente de los m agnates de las provincias y
tenía lugar una fortificación sim ilar de sus aparatos adm inis-
trativos. El p ro ceso básico que se produjo en Francia fue, pues,
una lenta «centralización concéntrica», en la que el grado de
control real ejercid o desde París era todavía m uy precario. Des-
pués de las victorias de Luis IX y de Felipe el H erm oso, esta
inestabilidad interna se hizo dem asiado evidente. En las prolon-
gadas guerras civiles de los próxim os tres siglos (guerra de los
Cien Años y guerras de religión) el arm azón de la unidad feu-
dal francesa fue repetida y peligrosam ente rasgado, sin que
nunca llegara a dividirse definitivam ente.
E n Inglaterra, por el contrario, los conquistadores norm an-
dos im portaron del exterior un feudalism o centralizado y lo
im plantaron sistem áticam en te desde arriba en una tierra com -
pacta, que sólo tenía un cuarto de la extensión de Francia. La
form ación social anglosajona, que sucum bió an te la invasión
norm anda, había con stitu id o el ejem plo europeo m ás desarro-
llado de una transición potencialm ente «espontánea» de una
sociedad germ ánica a una form ación social feudal, no afectada
por ningún im pacto directo de Rom a. N aturalm ente, Inglaterra
se había visto profundam ente afectada desde el siglo IX por
las invasiones escandinavas. En los siglos VII y VIII, las socie-
dades locales anglosajonas habían evolucionado lentam ente ha-
cia unas jerarquías sociales consolidadas, con un cam pesinado
subordinado pero sin una unificación política de las isla y sin
un gran desarrollo urbano. A partir del año 793, los crecientes
ataques noruegos y daneses m odificaron gradualm ente el ritm o
y la dirección de este desarrollo. La ocupación escandinava —en
el siglo IX de la m itad de Inglaterra y, después, su conquista
e integración plena en un im perio del m ar del N orte a co-
8 Loyn, Anglo-Saxon England and the N orm an conquest, pp. 139, 195-7,
305, 309-14.
* sokem en: arrendatarios obligados a la prestación de diversos servi-
cios, excepto de caballería.
** thegns: quienes recibían tierras del rey por los servicios militares;
jefes de clan, barones.
9 E. John insiste, quizá con demasiada fuerza, en los poderes políti-
cos de esta nobleza: «English feudalism and the structure of Anglo-Saxon
society», Bulletin of the John R ylands Library, 19634, pp. 1441.
T ipología d e las fo rm a cio n es so cia les 161
d am ento del sistem a con tin ental de feu d os10. Los thegns eran
una infantería nobiliaria, que entrab a en batallas libradas to-
davía arcaicam ente a pie. E l ejército anglosajón era, pues, una
m ezcla de housecarls (m iem bros del séq u ito m ilitar del rey) y
f y r d s (m ilicia popular), que n o podían c on la caballería nor-
m anda acorazada, punta de lanza m ilitar de una sociedad feu-
dal m uch o m ás plen am en te desarrollada en los m árgenes de
las tierras francesas, donde el v ín cu lo entre la propiedad terri-
torial y el servicio ecu estre había sid o durante m ucho tiem po
el eje del orden social. E vid en tem en te, los propios norm andos
eran invasores n órd icos que se habían asentado y fundido en el
norte de Francia só lo un sig lo an tes. La con q u ista norm anda,
que fue resultado del d esarrollo desigual de dos com unidades
bárbaras enfrentadas m utuam ente a través del canal, una de
las cuales había exp erim en tad o una fusión «rom ano-germ áni-
ca», generó, pu es, en Inglaterra una sín tesis «tardía» de dos
form aciones sociales relativam en te avanzadas. El resultado fue
la peculiar com b in ación de un E sta d o altam ente centralizado y
de una resisten te ju sticia popular, que a partir de entonces
caracterizó a la Inglaterra m edieval.
Inm ediatam en te desp ués de su victoria, G uillerm o I procedió
a una distrib ución planificada y sistem á tica de unos 5.000 feu-
dos co n o b jeto de ocupar y so m eter al país. C ontrariam ente a
los h ábitos con tinen tales, los sub vasallos tenían que jurar leal-
tad n o só lo a su s señores in m ediatos, sin o tam bién al propio
19 Max Weber, Econom y and society, Nueva York, 1968, v o l. III, pá-
ginas 1308-9 [Econom ía y sociedad, 2 vols., México, FCE, 2.ª ed., 1964];
Daniel Waley, The Italian city-republics, pp. 182-97. Una razón fundamen-
tal de la aparición de las instituciones del popolo fueron las extorsiones
fiscales de los patriciados; véase J. Lestocquoy, Aux origines de la b o u r-
geoisie, París, 1952, pp. 189-93.
170 E u ro p a occiden tal
cia durante los siglos XII, XIII y XIV respectivam ente, Foote y Wilson, The
Viking achievem ent, pp. 77-8.
12 Erik Lönroth, «The Baltic countries», en Cam bridge E conom ic H is-
tory of E urope, III, Cambridge, 1963, p. 372 [«Los países bálticos», en
H istoria económ ica de E uropa, I I I , Madrid, Revista de Derecho Privado.
1967.]
182 E u ropa occid en ta l
15 Las leyes suecas sobre la tierra de los siglos XIII y XIV muestran
una sociedad todavía sorprendentemente sim ilar en muchos aspectos a la
dibujada por Tácito en su relato sobre la Germania del sig lo I; las dos
diferencias principales son la desaparición de las tribus y la existencia
de una autoridad estatal central: K. Wuhrer, «Die schwedischen Land-
schaftsrechte und Tacitus’ Germania», Z eitschrift der Savigny-Stiftung
für R echtsgeschichte (Germ. Abteilung), l x x x ix , 1959, pp. 1-2.
16 Oscar Bjurling subraya estas restricciones: «Die ältere schwedische
Landwirtschaftspolitik in Uberblick», Z eitschrift fü r Agrargeschichte und
Agrar Soziologie, Jg. 12, Hf t. I, 1964, pp. 39-41. Pero en una perspectiva
comparada no alteran la im portancia fundamental de los pequeños pro-
pietarios campesinos.
184 E u ro p a o ccid en ta l
sinos com o clase eran m e d iate s u b d i t i 17; pero, una vez m ás,
las verdaderas relaciones de fuerza entre las clases nunca
perm itieron que en la práctica esas p retensiones pasaran a ser rea-
lidad. La servidum bre propiam ente dicha nunca llegó a estab le-
cerse en Suecia y la ju sticia señorial fue prácticam ente desco-
nocida: los tribunales eran populares o reales y los códigos
(gå rd srä tt) y p risiones señoriales sólo fueron im portantes du-
rante una corta década en el siglo XVII. Así pues, n o fue acci-
dental que cuando apareció un sistem a de E stad os a principios
de la época m oderna, Suecia fuera el ú n ico país im portante de
Europa en el que los cam pesinos estaban representados. A su
vez, la in com pleta feudalización de las relaciones rurales de
producción tuvo inevitablem ente efectos lim itadores sobre el
sistem a p olítico nobiliario. El sistem a de feudo, im portado de
Alemania, nunca reprodujo el estricto m odelo continental. An-
tes bien, los tradicionales cargos adm inistrativos de la m onar-
quía, para los que se había nom brado a destacados nob les, fue-
ron asim ilados ahora a los feudos con una delegación regional
de soberanía; pero estos län continuaron sien d o revocables por
decisión real y n o se convirtieron en cuasi propiedad heredita-
ria de los nobles investid os18. E sta falta de una jerarquía feu-
dal articulada n o entrañó, sin em bargo, la p resen cia de una
m onarquía esp ecialm en te poderosa en su cim a. Por el contra-
rio, y com o en el resto de Europa, sign ificó una cúspide m o-
nárquica extrem adam ente débil para el sistem a p olítico. E n la
Suecia de la Baja Edad Media n o hubo una m onarquía feudal
ascendente, sin o una vuelta, en los siglos XIV y XV, a un gobier-
no ejercid o por una råd o consejo de m agnates, para el que
la Unión de Kalmar, presidida nom inalm ente p or una dinastía
danesa en Copenhague, proporcionó una pantalla situada a con-
veniente distancia.
15 Véase el estudio de Duby, Rural econom y and cou n try life in the
m ediaeval W est, pp. 72-80.
La din ám ica feu dal 193
16 Normalm ente esas compras fueron obra de cam pesinos ricos que
dominaban las aldeas situadas en regiones con relaciones de mercado,
ya fuese en Francia o en Italia: Hilton, Bond men m ade free, pp. 80-5.
17 Boutruche, Seigneurie et féodalité, II, pp. 77-82, 102-4, 276-84.
194 E u ropa occiden tal
cam pos de Europa occid ental tuvo lugar, entre el período ca-
rolingio, y el am anecer del siglo X III, un gran cam bio en la
productividad, el ú n ico de la h istoria hasta los grandes avances
de los siglos XVIII y XIX [ ...] A finales del siglo XIII, la agricultura
m edieval había alcanzado u n nivel técn ico equivalente al de los
años que precedieron inm ediatam ente a la revolución agríco-
la»18. La espectacular aceleración de las fuerzas de producción
desencadenó, a su vez, la correspondiente expansión dem ográ-
fica. Entre los años 950 y 1348, la población total de Europa
occidental p osiblem ente creció m ás del doble, pasando de unos
20 a 54 m illones de personas19. S e ha calculado que la esperan-
za m edia de vida, que había sid o de unos veinticinco años en
el Im perio rom ano, se elevó a treinta y cinco años en el si-
glo XIII en la Inglaterra fe u d a l20. En el m arco de esta socie-
dad que se m ultiplicaba, el com ercio se revi talizó después de
su larga decadencia durante la Edad Oscura, y un m ayor nú-
m ero de ciudades crecieron y prosperaron com o puntos de in-
tersecció n de los m ercados regionales y com o centros m anu-
factureros.
El auge de esto s en claves urbanos n o puede separarse de la
levadura agrícola que los rodeaba. Es absolutam ente incorrecto
aislar a uno de otro en cualquier análisis que se haga de la Alta
Edad M ed ia21. Por un lado, la m ayor parte de las nuevas ciu-
dades fueron, en su origen, prom ovidas o protegidas por se-
ñores feudales, para quienes con stitu ía un ob jetivo natural aca-
parar los m ercados locales u ob ten er grandes b en eficios del
com ercio de larga d istancia concentrándolo bajo su égida. Por
otro, el fuerte aum ento en los precios cerealísticos experim en-
tado entre 1100 y 1300 —un salto de alrededor del 300 por
18 Rural econom y and country life in the m ediaeval W est, pp. 103-12.
Esta pretensión de Duby sobre la época medieval parece exagerada, véan-
se los cálculos realizados por Van Bath sobre las cosechas en la agri-
cultura posmedieval, infra, pp. 267-8. Pero su énfasis en la magnitud del
desarrollo medieval exige un consenso general.
19 J. C. Russell, Late ancient and mediaeval populations, Filadelfia, 1958,
páginas 102-13. Parece ser que, de hecho, la población de Francia, Gran
Bretaña, Alemania y Escandinavia se triplicó durante esos siglos; los
índices más lentos de crecimiento en Italia y España hacen que dism i-
nuya la media global.
20 R. S. Lopez, The birth of Europe, Londres, 1967, p. 398.
21 Una opinión expresada con frecuencia es que, en palabras de Pos-
tan, las ciudades de esta época fueron «islas no feudales en océanos feu-
dales» (The m ediaeval econom y and society, p. 212). Esa descripción es
incompatible con cualquier análisis comparado de las ciudades medieva-
les dentro de una tipología histórica más amplia del desarrollo urbano.
La dinám ica feu dal 195
28 Weber, Econom y and society, III, pp. 1251-62. Las específicas obser-
vaciones de Weber sobre las ciudades medievales son casi siempre exac-
tas y agudas, pero su teoría general le impidió captar las razones es-
tructurales de su dinamismo. Weber atribuía el capitalismo urbano de
Europa occidental esencialmente a la posterior pugna entre naciones-
Estados cerrados: General econom ic h istory, Londres, 1927, p. 337 [H istoria
económica general, Madrid, FCE, 1974].
29 Frase que llamó la atención tanto de Marx (Selected corresponden-
ce, p. 89) com o de Bloch (Feudal society, p. 354). Para otro prelado, Jac-
ques de Vitry, las comunas eran «violentas y pestilentes», Lopez, The birth
of Europe, p. 234.
La dinám ica feudal 199
viam ente estaban integradas. Las com unas de tipo italiano nun-
ca tuvieron un carácter universal en Europa, sino que consti-
tuyeron el privilegio de las regiones económ icam ente m ás avan-
zadas. Así, las otras dos grandes zonas en las que pueden en-
contrarse son Flandes y —un siglo después— Renania. Sin
em bargo, en estas dos zonas existieron gracias a las cartas de
autonom ía concedidas por soberanos feudales, m ientras que las
ciudades italianas ya habían dem olido definitivam ente y para
siem pre la soberanía im perial sobre Lombardía en el siglo XII.
Las com unas fueron tam bién im portantes, durante un siglo
aproxim adam ente, en las regiones vasalláticas situadas fuera
de los dom inios reales del norte de Francia, donde su influen-
cia garantizó un trato tolerante de las bonnes villes del centro
y del sur por parte de la m o n a rq u ía 30. En Inglaterra, por su
parte, donde el p redom inio de las com unidades m ercantiles ex-
tranjeras era un signo de la relativa debilidad de la clase bur-
guesa local, las ciudades eran dem asiado pequeñas para alcan-
zar la im portancia económ ica necesaria para la em ancipación
política, con la excepción de Londres, que, al ser la capital, fue
m antenida de form a directa bajo el control r e a l31. En la isla
nunca se establecieron com unas propiam ente dichas, lo que ha-
bría de ten er im portantes consecuencias para su posterior evo-
lución constitu cional. En toda Europa occidental, los centros
urbanos conquistaron, sin em bargo, cartas básicas y una exis-
tencia m unicipal corporativa. Las ciudades m edievales represen-
taron en todos los p aíses un com ponente económ ico y cultural
absolutam ente crucial del orden feudal.
Sobre esa doble base del im presionante progreso agrícola
y de la vitalidad urbana se elevaron los m ajestu osos m onum en-
tos estético s e intelectuales de la Alta Edad Media, las grandes
catedrales y las prim eras universidades. Van Bath señala: «En
el siglo X II se abrió un período de exuberante desarrollo en
la Europa occidental y m eridional. Tanto en el cam po cultural
com o en el m aterial se alcanzó un punto culm inante en los
años com prendidos entre 1150 y 1300 que no fue igualado de
nuevo hasta m ucho después. E ste avance se produjo no sólo
en la teología, la filosofía, la arquitectura, la escultura, la vi-
driería y la literatura, sin o tam bién en el bien estar m aterial»32.
30 C. Petit-Dutaillis, Les com m unes f rançaises, París, 1947, pp. 62, 81.
31 En el año 1327, Londres recibió de Eduardo III una carta formal
de libertades, pero a finales de la Edad Media la ciudad estaba firme-
m ente sometida al poder central de la monarquía.
32 The agrarian history of W estern Europe, p. 132.
200 E u ro p a occiden tal
Y, sin em bargo, a los cien años, una trem enda crisis general
aso ló a to d o el con tin en te. C om o verem os, esta crisis a m enudo
ha aparecido retrosp ectivam en te co m o la gran línea divisoria
que separó lo s d estin os d e Europa. Sus causas todavía están
por estu diar y analizar sistem áticam en te, aunque en la actua-
lidad sus elem en tos fen om en ológicos está n bien docum entados1 .
E l determ inante m ás p rofu n do de esta crisis general radica,
probablem ente, en un «bloqueo» de los m ecanism os de repro-
ducción del sistem a en el de su s ú lti mas capacida-
d e s. P arece claro, en particular, que el m otor b ásico de las ro-
turaciones rurales, que había im p u lsad o durante tres siglos a
toda la econom ía m edieval, superó fin alm en te los lím ites ob-
jetivo s de la tierra y de la estructura social. La población siguió
crecien do m ientras las cosech as ocupaban las tierras m argina-
les todavía d ispon ib les para su roturación, dados los niveles
existen tes de la técnica, y el su e lo se degradaba p or la preci-
pitación y el m al u so. Las ú ltim as reservas de tierras reciente-
m ente roturadas eran norm alm en te de baja calidad, suelos hú-
m ed os o ligeros donde eran m ás d ifíciles los cultivos y en los
que se sem braban cereales in feriores, tales com o la avena. Por
En Goslar hubo quejas por el aum ento del nivel de las aguas
subterráneas y tam bién hubo problem as con el agua en las
m inas de Bohem ia. La recesión ya había com enzado en Aus-
tria en el siglo X III. La actividad m inera se paralizó en Deut-
schbrod en el año 1321; en Freisach, alrededor del 1350, y en
Brandes (Alpes franceses), en to m o al 1320»6. La escasez de m e-
tales provocó repetidos envilecim ientos de la m oneda en un
país tras o tro y, en consecuencia, una inflación galopante.
E sto, a su vez, provocó un efecto de tijeras en las relaciones
entre los precios urbanos y a g ríco la s7. El descenso de la po-
blación cond u jo a una contracción en la dem anda de artículos
de subsistencia, de tal form a que los p recios del grano se hun-
dieron a partir de 1320. Las m anufacturas urbanas y los bienes
caros producidos para el consum o señorial gozaban, por el
contrario, de una clientela relativam ente inelástica y selecta y
aum entaron progresivam ente sus precios. E ste p roceso contra-
dictorio afectó radicalm ente a la clase noble, ya que su m odo
de vida se había hecho cada vez m ás dependiente de los bienes
de lu jo producidos en las ciudades (el siglo XIV habría de pre-
senciar el apogeo de la ostentación feudal con las m odas de la
corte borgoñona, que se extendieron por toda Europa), m ientras
que el cultivo de sus tierras y las rentas serviles p rocedentes
de sus dom inios producían unos ingresos progresivam ente de-
crecientes. El resultado fu e un descenso en las rentas señoria-
les, que, a su vez, desencadenó una oleada sin precedentes de
guerras, ya que en todas partes los caballeros intentaron recu-
perar sus fortunas por m edio del s a q u e o 8. En A lem ania e Ita-
lia, esta búsqueda de botín en tiem pos de escasez produjo el
fenóm eno del bandidaje desorganizado y anárquico de los se-
ñores individuales: los im placables R a u b ritte rtu m , de Suabia
y Renania, y los indeseables condottieri, que se extendieron
desde la R om aña por tod o el norte y el cen tro de Italia. En
España, las m ism as presiones generaron un estad o en d ém ico
de guerra civil en Castilla al escindirse la nobleza en facciones
rivales en to m o a los problem as de la sucesión d inástica y del
poder real. Y en Francia, sobre todo, la guerra de los Cien Años
10 «Y así fue posteriorm ente ordenado por nuestro señor el rey, y con
el asentimiento de los prelados, condes, barones y el resto de su consejo,
contra la malicia de los servidores, que estaban ociosos y no deseaban ser-
vir después de la peste sin sueldos excesivos, que tal tipo de servidores,
tanto hombres como mujeres, debían ser obligados a servir, recibiendo los
sueldos y salarios acostumbrados, en los sitios en que tenían que servir
en el vigésimo año del reinado del actual rey, o cinco o seis años antes,
y que los m ism os servidores que se negaran a servir en estas condiciones
debían ser castigados con el encarcelamiento de sus cuerpos [...] los servi-
dores, sin tener en cuenta la ordenanza, sino su comodidad y su singular
codicia, se niegan a servir a los grandes y a los otros, a no ser que tengan
ropas y sueldos dobles o triples de los que ganaban en el año 20 o antes,
para gran daño de los grandes y el empobrecim iento de toda la comuni-
dad», A. R. Myers (comp.), English historical docum ents, vol. IV, 1327-
1485, Londres, 1969, p. 993. El estatuto se aplicó a todos aquellos que no
poseían tierra suficiente para su propia subsistencia, obligándoles a tra-
bajar para los señores a sueldo fijo; de ahí que también afectara a los
pequeños propietarios.
11 E. Perroy, «Les crises du XIVe siè cle», Annales ESC, abril-junio de
1949, pp. 167-82. Perroy señala que hubo un triple determinante de la
depresión de mediados del siglo en Francia: una crisis cerealista debida
a las malas cosechas en 1315-20; una crisis financiera y monetaria que
llevó a las sucesivas devaluaciones de 1333-45, y una crisis demográfica
como consecuencia de las epidem ias de 1348-50.
12 Friedrich Lütge, «The fourteenth and fifteenth centuries in social
and econom ic history», en G. Strauss (com p.), Pre-Reformation Germany,
Londres, 1972, pp. 349-50.
La crisis general 207
Al o tro lad o del Elba, e l resu ltad o econ óm ico de la gran cri-
sis fu e diam etralm ente op u esto. Es p reciso volver ahora a la
h istoria de las vastas regiones situadas al e ste del corazón del
feu d alism o europeo, m ás allá d e la línea del D anubio, y a la
d iferente naturaleza de las form aciones sociales que allí se
habían d e sa r r o lla d o 1. Para n u estros p rop ósitos, la característi-
ca m ás fundam ental de la gran llanura que se extiende desde
el E lba hasta el D on p ued e defin irse co m o la ausencia perm a-
n en te de aquella esp ecífica sín tesis o ccid en tal entre un m odo
de producción tribal-com unal en p ro ceso de desintegración, ba-
sado en una agricultura prim itiva y dom inado por rudim enta-
rias aristocracias guerreras y u n m o d o de producción esclavis-
ta en vías de d isolu ción , con una am plia civilización urbana
basada en el in tercam bio m ercantil y en un sistem a im perial
d e E stado. Al o tro lad o de la línea del lim es franco no hubo
ninguna fu sión estru ctural de form as h istóricas dispares que
pueda com pararse a la que tuvo lugar en O ccidente.
E ste h ech o crucial fue el d eterm inante h istórico b ásico del
desarrollo desigual de Europa y d e l p ersisten te atraso del este.
Las inm en sas y atrasadas regiones situadas m ás allá de los
Cárpatos siem pre habían quedado fuera de los lim ites de la
A ntigüedad. La civilización griega había salpicado el litoral del
m ar N egro de colonias d isp ersas en E scitia. Pero estas tenues
avanzadillas m arítim as nunca llegaron a penetrar en el interior
del P onto y fueron fin alm ente expulsadas por la ocupación sár-
m ata de las estep as del sur de Rusia, dejando só lo tras d e sí
algunos restos a r q u e o ló g ic o s2. La civilización rom ana realizó la
derno de las colonias del mar Negro, véase J. Boardman, The G reeks
overseas, Londres, 1964, pp. 245-78.
3 Hay que señalar que Dacia formaba un saliente aislado, situado como
una cuña vulnerable fuera de la línea de las fronteras imperiales en di-
rección a las altiplanicies transilvanas, y que no se realizó ningún in-
tento de ocupar los espacios vacíos form ados por las llanuras hacia
Panonia en el oeste y hacia Valaquia en el este. Es posible que la
renuncia romana a penetrar más profundamente en el interior de Euro-
pa oriental estuviera relacionada con la falta de acceso naval a la región,
comparada con el extenso litoral de Europa occidental, y de ahí que
pueda considerarse como un resultado de la estructura intrínseca de la
civilización clásica. Quizá sea significativo que Augusto y Tiberio pen-
saran, al parecer, en una expansión estratégica del poderío romano en
Europa central desde el Báltico hasta Bohemia, ya que esta línea per-
m itía potencialmente un m ovim iento de pinza desde el norte y el sur,
utilizando expediciones anfibias por el mar del N orte y los ríos germa-
nos, del m ism o tipo que las dirigidas por Druso y Germánico. La funda-
mental campaña de Bohemia del año 6 d. C. se basó tal vez en la pro-
yectada unión del ejército de Tiberio, avanzando desde el Ilírico, con
un segundo ejército que subiera por el Elba: Wells, The G erman policy
of Augustus, p. 160. Las tierras interiores de Europa oriental situadas
más allá del Elba no ofrecían el m ism o tipo de acceso. De hecho, incluso
la absorción de Bohem ia se reveló empresa excesiva para las fuerzas
romanas. Otra razón del fracaso del Imperio para extenderse por las
regiones situadas más al este puede haber sido el carácter estepario de
Ja mayor parte del terreno, habitado normalmente por nómadas sárma-
tas (marco natural que se estudia más adelante).
4 Quod ego ut incom pertum in m edio relinquam: «el resto son leyen-
Al é ste d e l E lb a 219
8
220 E u ropa orien tal
Al m ism o tiem po, la lenta evolu ción de las com unidades agrí-
colas eslavas del este hacia unos sistem a s e sta b le s de E stado
se vio repetidam ente interrum pida y hecha pedazos por las
sucesivas oleadas de invasiones nóm adas procedentes del Asia
central que, a partir de la Edad Oscura, se extendieron por
toda Europa, llegando con frecuencia h asta las m ism as fron-
teras de O ccidente. E stas invasiones, que ejercieron un influjo
fundam ental en la h isto ria de E uropa oriental, fueron el pre-
cio que tuvo que pagar la geografía de la región. E sta zona, en
efecto, n o só lo era territorialm ente adyacente a las fronteras
asiáticas del pastoreo nóm ada y tuvo que soportar, por tanto,
el p eso de los ataques m ilitares nóm adas contra Europa — de
lo s que O ccidente se vio libre por su interm edio— , sino que
en su m ayor parte com partía tam bién una sim ilitud topográfica
con las estepas asiáticas, de las que salían a raudales periódi-
cam ente los p ueblos nóm adas. D esde las costas del m ar Negro
h asta los b osq u es al norte del D niéper y desde el Don hasta
el Danubio, una am plia franja de tierra que incluía la m ayor
parte de la m oderna U crania y Crim ea y que se introducía en
R um ania y , Hungría form aba una llana pradera europea, natu-
ralm ente inclinada al p astoreo, que, al ser m enos árida que la
estep a asiática, perm itía tam bién un a agricultura sedentaria1 .
E sta zona form aba el ex ten so corredor p ón tico por el que las
confederaciones nóm adas se lanzaron una y otra vez para sa-
quear y con quistar a las socied ades agrícolas asentadas m ás
allá y del que ellas m ism as se convirtieron en dueños en una
sucesión caleidoscópica. El d esarrollo de una agricultura es-
table entre los bosq u es de Europa oriental se vio siem pre difi-
cultado por la introducción en ellos de la cuña de tierra semi-
esteparia del Asia y por los destructores ataques que realizaron
los nóm adas.
de las socied ad es nóm adas sin rom per p or ello necesariam ente
su unidad ciánica, porque la riqueza de la aristocracia pastoril
estab a basada en la m agnitud de su s rebaños y pudo ser com -
patib le durante m u ch o tiem p o con un ciclo com unal de m i-
gración y pastoreo. In clu so los nóm adas m ás pobres poseían
n orm alm ente algunos anim ales, de tal form a que la clase n o pro-
pietaria de productores dep en dien tes era prácticam ente im posi-
ble, aunque las fam ilias nóm adas del com ún debían diversas
prestacion es y servicios a los jefes y notab les de los clanes. Una
con stan te lucha interna p or las estepas d esem bocó tam bién en
el fenóm en o de los clanes vin cu lad os com o «súbditos» que em i-
graban ju n to al clan v icto rio so desem peñando una función
su b o rd in a d a 6, m ientras que los cautivos en acciones m ilitares
podían convertirse tam bién en esclavos d om ésticos, aunque és-
tos nunca fueron nu m erosos. Las asam bleas de los clanes se
reunían para las d ecision es im portantes; la jefatura tribal era
tradicion alm en te se m ie le c tiv a 7. E l estra to aristócrata contro-
laba norm alm ente la asignación de los p astos y la regulación
de las tra sh u m a n cia s8.
Así organizadas, las socied ades nóm adas m ostraron una n o-
table habilidad en la u tilización de su in h ósp ito entorno. El
clan típ ico reunía una m ezcla cuidadosam ente variada de ani-
m ales, en la que se incluían caballos, vacas, cam ellos y ovejas,
sien d o esta s últim as las que proporcionaban la principal form a
social de riqueza. El cuidado de esto s anim ales exigía diferen-
tes destrezas y diversas clases de pastizales. Adem ás, los com -
plejos ciclos anuales de m igración exigían un conocim iento
exacto de toda la gam a de terrenos diferentes en sus respecti-
vas estacion es. La explotación práctica de esto s m edios de pro-
ducción com binados entrañaba un grado elevado de disciplina
pastores nóm adas, los equipaba tam bién de form a preem inente
para la guerra. Los nóm adas proporcionaron inevitablem ente
la m ejor caballería del m undo. E llos fueron los prim eros en
desarrollar los ejércitos de arqueros m ontados, y su suprem a-
cía en esta arm a fue, desde Atila hasta Gengis Jan, el secreto
de su form idable poderío m ilitar. La incom parable habilidad
de la caballería nóm ada para cubrir vastas distancias a gran
velocidad, y su capacidad para el m ando y la organización en
expediciones d e largo alcance fueron otras arm as nuevas y de-
cisivas para la guerra.
Las características estructurales de las form aciones sociales
nóm adas tendieron, pues, a generar un típico ciclo de expan-
sión y contracción depredadoras, en el que los clanes de las
estepas podían transform arse repentinam ente en grandes im pe-
rios y caer de nuevo con idéntica rapidez en la m ás polvorien-
ta oscuridad11. El p roceso com enzaba norm alm ente con corre-
rías sobre los centros o las rutas com erciales cercanos, objetos
inm ediatos de control y pillaje (prácticam ente todos los pue-
blos nóm adas m ostraron un profundo sentido de la riqueza m o-
netaria y de la circulación m ercantil)12. La fase siguiente con-
sistía en la fusión de clanes y tribus rivales de la estepa en
confederaciones con vistas a la agresión e x t e m a 13. Inm ediata-
m en te se desencadenaban las guerras de conquistas, que a m e-
nudo se extendían una tras otra por espacios inm ensos y en-
trañaban las m igraciones de pueblos enteros. El resaltado final
podía ser un im perio nóm ada de una gran m agnitud: en el caso
extrem o de los m ongoles, un territorio im perial m ás extenso
que cualquier otro sistem a estatal que haya ex istid o antes o
después. La naturaleza de esto s im perios los condenaba, sin
11 El estudio más vivido de este proceso es E. A. Thompson, A history
of A ttila and the Huns, Oxford, 1948, que traza el desarrollo de la pri-
mera gran invasión nómada de Europa.
12 Marx com entó en una ocasión: «Los pueblos nómadas son los pri-
meros en desarrollar la forma de dinero por dos razones: porque todas
sus pertenencias son m óviles y revisten, por tanto, la forma de directa-
mente enajenables, y porque su modo de vida les pone de continuo en
contacto con entidades comunitarias distintas de la suya, incitándolos,
en consecuencia, al intercambio de productos», Capital, I, p. 88 [El capi-
tal, libro I, vol. 1, p. 108]. Naturalmente, Marx se equivocaba al creer
que las formaciones sociales nómadas fueron las primeras en inventar
el dinero.
13 Vladimirtsov, Obshchestvenii S troi Mongolov, p. 85. Esta fase tam-
bién produjo en el caso de los mongoles un paralelismo auténtico con
el fenóm eno de los séquitos en las formaciones sociales prefeudales, esto
es, grupos contraclánicos de guerreros libres o nokod al servicio de los
dirigentes tribales, Vladimirtsov, op. cit., pp. 87-96.
228 E u ro p a orien tal
16 Lattimore, Inner Asian fron tiers o f China, pp. 519-23, que se centra
principalm ente en el ejem plo mongol. Naturalm ente, nunca se produjo
una com pleta asimilación cultural entre los conquistadores m ongoles ni
manchúes de China; en ambos casos se conservó una identidad étnica
separada hasta el derrocamiento de las respectivas dinastías por ellos
creadas.
17 Thompson, A history of A ttila and the Huns, pp. 177-83, describe
el caso de los hunos. Thompson se equivocaba, sin embargo, al suponer
que los hunos abandonaron el pastoreo después de crear su Imperio de
Panonia a lo largo del Danubio. Su existencia fue demasiado corta para
ello. El investigador húngaro Harmatta ha señalado que un abandono
rápido de la cría de caballos habría socavado la base inmediata del po-
derío m ilitar de los hunos en Europa central, J. Harmatta, «La société
des huns á l’époque d’Attila», Recherches Internationales, núm. 2, mayo-
junio de 1957, pp. 194, 230.
18 Vernadski, The m ongols and Russia, pp. 130-1.
230 E uropa orien tal
2 Henryk Lowmianowski, «La genèse des Etats slaves et ses bases so-
ciales et économiques», La Pologne au X Ie Congrès International des
Sciences H istoriques a Rom e, Varsovia, 1955, pp. 29-33, resumen de las
opiniones actuales sobre el primer desarrollo eslavo.
E l m o d elo de desa rro llo 235
signifique sim plem ente «aquel que dirige a los guerreros», esto
es, el jefe tribal m ilitar de la prim era fase de la evolución so-
cial, descrita por Tácito. E ste térm ino sobrevivió hasta conver-
tirse durante la Edad Media en un título form al. Por lo dem ás,
casi todo el vocabulario de los rangos fue tom ado del exterior.
En la form ación de las estructuras estatales del este hubo
adem ás un segundo catalizador exterior: la Iglesia cristiana.
Del m ism o m odo que la transición de com unidades tribales a
sistem as p olíticos territoriales en la época de los asentam ientos
germ ánicos en O ccidente estuvo invariablem ente acom pañada
por la conversión religiosa, así tam bién en el e ste la fundación
de E stados m onárquicos coincidió puntualm ente con la adop-
ción del cristianism o. Como ya hem os señalado, el abandono
del paganism o tribal fue norm alm ente una condición ideológi-
ca previa a la desaparición de los principios ciánicos de orga-
nización social y al establecim iento de una jerarquía y una
autoridad p olítica centralizada. El éxito de la obra de los em i-
sarios eclesiá stico s procedentes del exterior — católicos u or-
todoxos— fue por tanto un com ponente esencial en el proceso
de la form ación de los E stados en Europa oriental. El princi-
pado de B ohem ia fue fundado por la dinastía de los Premís-
lidas, cuando su prim er soberano, Vaclav, que gobernó desde
el 915 hasta el 929, se convirtió en un ardiente cristiano. El
prim er E stado polaco unitario se creó cuando el potentado
M iecislao I, fundador de la dinastía de los Piasta, adoptó si-
m ultáneam ente la fe católica y el títu lo ducal en el año 966. El
reino varego alcanzó su form a com pleta en la R usia de Kiev
cuando el príncipe ruríkida V ladim iro aceptó el bautism o or-
todoxo en el año 988 con o b jeto de obtener un m atrim onio im -
perial con la herm ana del em perador bizantino B asilio II. Los
nóm adas húngaros se asentaron y organizaron en u n E stado
real de form a sem ejante con la conversión del prim ero de los
Arpad, E steban, que —com o M iecislao— recibió de Rom a su
credo (966-7) y su m onarquía (1000), el u n o a cam bio de la
otra. En tod os estos casos, la adopción del cristian ism o por los
príncipes fue seguida de una cristianización oficial de sus súb-
ditos: era un acto inaugural del Estado. En m uchos casos, es-
tallaron después reacciones paganas populares en Polonia, Hun-
gría y Rusia, en las que se m ezclaron la p rotesta religiosa y so-
cial contra el nu evo orden.
Sin em bargo, la innovación religiosa fue un paso m ás difí-
cil en la consolidación de los E stados m onárquicos que el trán-
sito de una nobleza de séqu ito a una nobleza territorial. Ya
E l m o d elo d e d esa rro llo 237
notable presión económ ica sobre los cam pesinos, que ahora co-
m enzaron a descender hacia la servidum bre. Sim ultáneam ente,
la unidad política del E stad o de Kiev com enzó a fragm entarse
en principados m ediatizados que se destrozaron entre sí a m e-
dida que la casa de los Ruríkidas se desintegraba en luchas di-
násticas. El localism o señorial se desarrolló ju n to a la crecien-
te degradación del cam pesinado.
La vía de desarrollo en tierras checas y polacas se vio afec-
tada principalm ente, com o es natural, por la influencia germá-
nica m ás que por la escandinava o bizantina. Sin em bargo, en
este entorno m ás occidentalizado puede observarse una evolu-
ción sim ilar. Las prim eras form aciones sociales de estas regio-
nes no eran d iferentes de la prim era R usia de Kiev, aunque sin
el am plio com ercio fluvial que co n stitu yó la b ase de su excep-
cional crecim ien to urbano. Así pues, las aristocracias locales
dom inaron m uy am pliam ente en el este a una m ezcla de pro-
ductores inm ediatos en la que se incluían pequeños propieta-
rios, esclavos y peones. E ste fen óm eno fue un reflejo de la
transición desde estructuras sociales sim ples — cuyos clanes
guerreros habían utilizado a prisioneros esclavos para cultivar
sus tierras a falta de un cam pesinado dependiente— a sistem as
estatales diferenciados, con la crecien te subordinación de toda
la m ano de obra rural gracias a los m ecanism os del endeuda-
m iento cam pesino y a la práctica de la encom endación. En
Polonia, Silesia, B ohem ia o M oravia, las técnicas agrícolas se
m antuvieron con frecuencia en un nivel m uy prim itivo con el
cultivo de rozas abiertas por fu ego y los cam pos de pastoreo
todavía practicados por una h eterogénea población de propie-
tarios libres, arrendatarios y esclavos. La prim era estructura
política que surgió fue, a p rincip ios del siglo V II, un E stado
boh em io algo fantasm al, estab lecid o por el m ercader franco
Sam o, dirigente de la rebelión eslava local que derrocó al Im -
perio ávaro en Europa central. El E stado de Sam o, que fue
probablem ente un rein o para controlar el com ercio, com o el
de los prim eros varegos en R usia, n o fue capaz de convertir a la
población de la zona y no duró m u c h o tie m p o 11. D oscientos años
después apareció m ás al e ste una estructura de m ayor solidez,
el Gran E stado de M oravia del siglo IX .
páginas 194-6, 217-35, y The Slavs: Their early h istory and civilization, pá-
ginas 275-92.
16 H. Lowmianski, «Economic problem s of the early feudal Polish Sta-
te», Acta Poloniae H istorica, III, 1960, p. 30.
17 Jerome Blum, «The rise of serfdom in Eastern Europa», American
H istorical R eview, l x v i i , num. 4, julio de 1957, pp. 812-15.
246 E u ropa oriental
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252 E u ro p a orien tal
consum ó hasta finales del siglo xvi i i 28. En ese m ism o período,
los colonos austríacos p usieron por vez prim era en explotación
grandes zonas de Transilvania y el Banato. La m ayor parte de
la p u szta húngara n o se vio afectada por los cultivos agrícolas
hasta m ediados del siglo x ix 29. La siem bra del sur de Rusia
representó, en definitiva, la m ayor roturación cuantitativa de
tierras en toda la h istoria del continente, y durante la era de la
revolución industrial, Ucrania habría de convertirse en la reser-
va cerealista de Europa. El desarrollo extensivo de la agricul-
tural feudal en el este, aunque m uy lento, fue en definitiva im -
ponente, pero nunca se vio igualado por avances intensivos
en la organización o la productividad. La econom ía rural con-
tinuó sien d o tecnológicam ente atrasada y nunca generó im por-
tantes innovaciones com o las que habían caracterizado al Oc-
cidente m edieval, e in clu so p u so de m a n ifiesto con frecuencia
una prolongada resistencia a la adopción de estos prim eros avan-
ces occidentales. Así, la p o d sek a , o sim ple apertura de rozas
en el bosque, fue el sistem a predom inante en M oscovia hasta
el siglo XV, y la rotación trienal de cultivos no se introdujo has-
ta la década de 146030. Los arados de hierro con vertedera fue-
ron descon ocidos durante m ucho tiem p o en las regiones del
este que n o se vieron afectadas por la colonización germánica;
la soka, o sim ple arado de m adera que sólo arañaba la tierra,
fue una herram ienta norm al del cam pesino ruso hasta el si-
glo XX. A pesar de la continua escasez de p ien sos, no se des-
arrollaron nuevos cultivos h asta la im portación de maíz en
los Balcanes durante la época de la Ilustración. Como conse-
cuencia de tod o ello, la productividad de la agricultura feudal
del este fue, en general, terriblem ente baja. Las cosechas de ce-
reales eran todavía de 4 : 1 en el siglo XIX, es decir, estaban en
un os niveles alcanzados por E uropa occidental desde el si-
glo XIII y superados en el siglo x v i 31.
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270 E u ropa orien tal
dinám icam ente a los p ueb los trib ales según el m od elo que ha-
bía caracterizado a la R om a im p eria l. E l resu ltad o fue que
ninguna de am bas fuerzas p u d o p revalecer de form a perm anen-
te so bre la otra, m ientras q u e am bas pudieron infligirse daños
rep etid os y m ortales. E l choqu e en tre am bas fuerzas no adop-
tó la form a de un cataclism o general del que pudiera surgir
una nueva sín tesis, sin o la de una len ta y recíproca trituración
y agotam iento. Los signos d istin tivos de e ste p roceso, que ale-
jó a E uropa sudoriental de la occid ental, pueden indicarse de
diversas form as.
Por tom ar en prim er lugar dos ín d ices «culturales» sen si-
b les, el m o d elo global de evolu ción religiosa y lingüística fue
m uy diferen te e n esta zona. E n O ccidente, los invasores germ á-
n icos se convirtieron al cristia n ism o arriano durante la época
de las con qu istas. D espués, fueron gradualm ente atraídos a la
Iglesia católica y, con pocas excep cion es, sus idiom as desapare-
cieron ante las lenguas rom ances de su s poblaciones som etidas
y latinizadas. E n el su deste, p or el contrario, los eslavos y los
ávaros que anegaron los B alcane s a finales del siglo V I eran
p ueblos paganos y durante cerca de tres siglos la m ayor parte
de la pen ín su la p erm an eció sin cristianizar (el revés m ás es-
p ectacular que haya su frid o jam ás el cristian ism o en el conti-
nente). A dem ás, cuando los búlgaros pasaron a ser, a finales
del siglo IX , los prim eros bárbaros convertidos, hubo que con-
ced erles un patriarcado ortodoxo autónom o, equivalente a una
Iglesia «nacional» independiente. Los serbios habrían de con-
seguir tam b ién este privilegio en e l siglo X II. Al m ism o tiem po,
y m ientras Grecia era p o c o a p o co rehelenizada lingüísticam en-
te despu és de su recon qu ista p or B izancio a finales del si-
g lo VIII y prin cipios del IX, to d o el in terior de la península Bal-
cánica conservó la lengua eslava, h asta tal punto que precisa-
m en te para con segu ir la conversión de sus habitantes, los m i-
sioneros griegos C irilo y M etodio, de T esalónica (que entonces
todavía era una ciudad fronteriza y bilingüe) tuvieron que in-
ven tar el alfabeto gla g o lítico esp ecífica m en te d estinado al gru-
p o de lenguas eslavas de la r e g ió n 34. E n los B alcanes, pues, la
«asim ilación» cultural siguió un orden e xactam en te inverso:
m ientras en O ccidente la herejía particularista dio paso a la
ortodoxia un iversalista y al latin ism o lingüístico, en el sudeste