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Para la entrada en los campos, se siguieron unos rituales que marcaban a esas personas para
siempre. No importaba su procedencia ni su vida anterior, pues eran marcados como enemigos del
régimen nacional socialista alemán, y por lo tanto, enemigos de toda la nación. Al igual que ocurría
con la esclavitud, el paso a ser prisioneros suponía la muerte social, es decir, la desvinculación con
su medio social y el arrebato de todo rasgo de personalidad, también se les imponía unas marcas de
esclavitud “Recuerda solamente que yo también era inocente e igual que tú, mortal ese día, yo,
también, tenía un rostro marcado por la ira, por la piedad y la alegría ¡simplemente un rostro
humano!” dice un poema que Benjamin Fondane1 escribió mientras era recluso. Además, estos
prisioneros recibían unas marcas de esclavitud, que consistían en perder su nombre que era
reemplazado por un número tatuado en un brazo, les daban un uniforme trabajo de rayas y les
afeitaban la cabeza otros prisioneros veteranos. Estas marcas tan solo son la caracterización de los
presos, pero el verdadero cambio se encontraba en sus conciencias.
El primer paso para introducirse en el plan eugenésico alemán fue la detención de presos
1 Benjamín Fondane, Exodus. Poema escrito en la Sala de los Nombres en Yah Vashem, monumento erigido por el
pueblo judío en memoria a las víctimas del Holocausto. Su autor fue asesinado en Auschwitz en 1944.
políticos y familias judías que fueron forzadas a emigrar y fueron recluidas en guetos donde eran
ignorados socialmente. De estos lugares de agrupamiento fueron transportados en trenes de ganado
hacia el norte, aunque les hubiesen quitado sus hogares, las familias aún permanecían unidas y por
lo tanto conservaban algo de esperanza ante la incertidumbre. Cuando llegaban a los andenes de los
campos eran sometidos a una selección en filas, separando las familias según si eran hombres,
mujeres, niños y ancianos. De esta primera conmoción se llevaban a muchos de ellos en camiones
rumbo a las cámaras de gas, disfrazadas de baños, los restantes eran los aptos para el trabajo,
aunque ellos aún no lo sabían. Este podría ser el primer ritual de iniciación, el abandono de la vida
cotidiana para introducirse en la vida “normal” que no les permitirá regresar a la cotidianidad, aún
con un gran desconocimiento y confusión están a punto de descubrir que ya nada podrá ser como
antes y que su existencia como ser humano acababa de terminar.
Hubo largos procesos judiciales con los que se pretendía dar justicia a los mártires del
holocausto, pero nada era suficiente para devolverles lo que habían perdido, o para damnificar lo
que habían sobrevivido. Como la justicia no llega, solo queda el resentimiento y el mantenimiento
de la memoria, porque para las víctimas es la misma sociedad enferma la que condena los crímenes
y no han de olvidar la complicidad de algunos y la pasividad de la mayoría. Las memorias y
testimonios nos sirven de guía en este mundo de pesadilla dentro de los campos.
Lejos de sentir felicidad o gozo por haber terminado esa fase de sus vidas, los sobrevivientes
al genocidio sufren una gran carga emocional de vergüenza y culpa al volver a ser humanos, ya
jamás pueden regresar a ser las personas que fueron antes de convertirse en presos porque no tienen
una vida que retomar, lo han perdido todo. Lise London, deportada a Francia tras la liberación, dice
en su testimonio que “La euforia del retorno cede paso, brutalmente, a pensamientos angustiosos
que hasta entonces habíamos procurado alejar de nosotras para conservar intactas nuestras fuerzas y
no caer en la desesperación”. El mundo y sus gente se les antoja demasiado cruel y todo lo que han
vivido dentro de los campos les imposibilita para continuar sus vidas donde las dejaron o seguir
adelante. Este y otros muchos mártires, algunos bien conocidos como Primo Levi, terminaron
suicidándose ante en sinsentido de estar en el mundo y el vacío de sus corazones, puesto que ahora
ni siquiera tenía que luchar por su vida.
2 Elie Wiesel, La nuit, París, Les éditions de minuit, 1958, p 32. Memoria. Intenta promover los derechos humanos y
la paz. Le fue otorgado en 1985 el premio Nobel de la paz.
Otros supervivientes intentaron ver el mundo del regreso como algo más positivo viajando a
Sudamérica o a otros países lejanos. Pero se llevaron grandes frustraciones al comprobar que la
matanza indiscriminada de gente, como la masacre de Formosa en Argentina, y la violencia estaban
en todas partes del mundo y no podían escapar a ello, igualmente la presencia las desigualdades y la
injusticia por parte de los gobiernos imposibilitaban la vuelta a una vida armoniosa. La vuelta a la
vida normal era una meta inalcanzable, por mucho que lo intentasen, porque era imposible renovar
sus vidas. Se veían a sí mismos como seres que habían salido de la normalidad del exterior para
comenzar la normalidad dentro de los campos que les impidió que a su salida pudiesen volver a la
normalidad inicial, porque nunca más podrían sentirse normales. Auschwitz les había marcado y
seguían teniéndolo en su piel y en su memoria, así como la conciencia del entonces.
En definitiva, muy pocos volvieron a encontrar su lugar en el mundo, una vida plena y feliz
o la posibilidad de esta, pues su regreso era solitario y triste al no poder reencontrarse, en la mayoría
de los casos, con sus seres queridos, y su esencia como personas se había corrompido por el dolor y
las torturas que sintieron como prisioneros. Por lo tanto, un conjunto de acciones macabras y
rechazos atroces hizo cambiar para siempre a los prisioneros de Auschwitz, que aunque
sobreviviesen a esto se vaciaron por dentro para conseguirlo, y de regreso al mundo exterior
permanecieron incompletos hasta el final de sus días. Como dijo Jean Améry3. “quien ha sufrido la
tortura, ya no puede sentir el mundo como su hogar”.
3 Jean Améry, Más allá de la culpa y la expiación, 1964, ensayo. Su nombre original era Hains Chaim Mayer, fue
prisionero en Auschwitz, tras su liberación escribió ensayos sobre las memorias. Terminó suicidándose en 1972.
Bibliografía: