Está en la página 1de 2

El trabajo con las familias presupone un conocimiento de sus características sociodemográficas y

relacionales. A lo largo de los siglos, la familia mexicana se transformó de manera considerable. La


dirección de estos cambios es coincidente con la llamada “segunda transición demográfica”. Sin
embargo, esta transición adopta matices particulares en nuestro país, caracterizado por la
presencia de grandes desigualdades sociales y una amplia diversidad cultural.

La familia es una institución social que comprende un conjunto de prácticas y creencias que
responden a un contexto social determinado y que preparan a sus miembros para vivir en el. La
asimilación de estas normas y prácticas por los miembros de la familia no es directa, sino que es
mediada por características particulares tales como la clase socioeconómica y la localidad de
origen, por mencionar algunas.

Por lo tanto, la familia no es un receptor pasivo de las influencias del contexto social donde se
desenvuelve, ya que sus integrantes hacen una elaboración particular de estas prácticas y
creencias otorgándoles un sello distintivo.

La familia es un sistema abierto que intercambia información con diferentes sistemas naturales y
sociales del contexto donde se desenvuelve. Para garantizar su adecuado desenvolvimiento, debe
lograr un equilibrio dinámico entre estabilidad y cambio. Los cambios muy abruptos conducen a la
inestabilidad de los sistemas familiares, lo cual se observa, por ejemplo, en las familias del campo
que migran a las ciudades y rápidamente se tienen que adaptar a formas de vida y valores
diferentes e incluso opuestos a los suyos. Por otra parte, la estabilidad excesiva no permite que el
sistema familiar responda a los cambios en demandas sociales e intereses particulares de sus
integrantes. Esto se manifiesta, por ejemplo, en familias de ámbitos rurales, que mantienen
concepciones tradicionales acerca del rol femenino y limitan los estudios de las hijas y su
desarrollo en general.

A pesar de los innegables cambios en los sistemas familiares, se mantienen varias de las funciones
tradicionales en las familias, tales como

a) control social, trasmisión de conductas y valores que orientan el desarrollo de sus


integrantes en determinados sentidos valorados socialmente

b) mecanismo de socialización primaria, que conlleva un proceso inicial de interiorización


de prácticas y creencias sociales que preparan al individuo para su actuación en otros
escenarios sociales;

c) apoyo social, que se expresa de forma afectiva e instrumental

d) regulación de la relación de los individuos con otros espacios sociales que comparten
con la familia el proceso de educación (escuela, Iglesia y amistades, entre otros).

La llamada “segunda transición demográfica, esta transición se caracteriza, entre otras cosas, por:

1. Debilitamiento del control social ejercido por las instituciones.

2. Disminución del control de prácticas sexuales antes del matrimonio.

3. Acentuación de valores relativos a la realización personal y a necesidades existenciales.


4. Patrones de intercambio más simétricos en las parejas.

5. Los eventos asociados al ciclo vital tienden a hacerse menos precisos en cuanto a su
calendarización.

Particularidades de la estructura familiar en México


Los aspectos estructurales de las familias abarcan características tales como la localización
geográfica, la edad de matrimonio, la cantidad de integrantes, la composición o tipo de familia, el
nivel de escolaridad de sus miembros y su participación en el mercado laboral. Estas
particularidades se originan en transformaciones económicas y sociales y a su vez imponen
modificaciones en la dinámica de las familias. Algunas de estas características se describen a
continuación:

Predominante población urbana.

Desde 1960, la mayor parte de la población se ubica en zonas urbanas. Según el Instituto Nacional
de Estadística y Geografía (Inegi, 2010), 76.9% de la población vive en ciudades con más de 2,500
habitantes que pueden considerarse lugares urbanos. Esto se explica por el proceso de
industrialización registrado a finales del siglo pasado y las migraciones del campo a las ciudades en
busca de mejores condiciones de trabajo. Aunque indiscutiblemente este fenómeno trajo
consecuencias negativas para las familias que se enfrentaron a condiciones económicas difíciles y
al rápido cambio de valores y prácticas de conducta, también se ha relacionado con la
permanencia en México de altas tasas de movilidad ascendente, que según Solís y Cortés (2009),
alcanzan a 44.3% de los hombres y a 61.7% de las mujeres

Aumento de la esperanza de vida al nacer. El aumento del poder económico, del nivel educativo y
un mayor acceso a los servicios —en particular los de salud— favorece la disminución de las tasas
de mortalidad infantil y aumenta la posibilidad de evitar defunciones por enfermedades curables.
Durante las últimas décadas, se ha presentado un aumento paulatino en la esperanza de vida, la
cual pasó de apenas 35 años en 1930 a 75.6 años en 2010 (Inegi, 2010). Una de las consecuencias
del aumento de la esperanza de vida es la posibilidad de que varias generaciones se traslapen en
un mismo tiempo con la consiguiente posibilidad de apoyo emocional e instrumental que esto
conlleva; pero también impone retos a las parejas, que si bien antes tenían la posibilidad de un
tiempo de unión de cerca de 18 años, hoy podrían convivir durante más de 40 años, tiempo que
presenta todo un reto a las posibilidades de convivencia satisfactoria. Basta observar que la mayor
parte de los divorcios ocurre después de los 15 años de casados (Inegi, 2010). La prolongación del
tiempo de vida de los integrantes de la familia también le impone a ésta el reto de lidiar con el
cuidado de los ancianos, lo que constituye un estrés adicional para muchas familias. Este hecho se
ha convertido en parte del ciclo vital, por lo que se abordará de manera especial en un capítulo del
presente libro.

También podría gustarte