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VIRTUALIDAD CONTINGENTE

Heberto Tapias García


Profesor Ingeniería Química

Un grupo de colegas, profesores universitarios,


compartimos serias reservas sobre la propuesta que
ha hecho la universidad de migrar los cursos
presenciales a la virtualidad en la contingencia actual
debido al aislamiento social obligatorio por el COVID-
19. Para esa transformación no es suficiente con
cursos rápidos y talleres que pretenden entrenar a
profesores a usar plataformas TIC’s y operar
herramientas digitales, para enseñar, y a estudiantes
para aprender e interactuar con los docentes.
Esa migración requiere más que capacitación exprés
en plataformas y herramientas informáticas. Ni los
cursos basados únicamente en la magistralidad,
cuyos objetivos sean la comunicación de hechos
fácticos, conceptos, teorías y procedimientos,
consideramos podrían trasladarse sin problemas a la
virtualidad, sustituyendo clases y asesorías
presenciales por conferencias virtuales, y
herramientas informáticas para tutoría y evaluación.
Esa transferencia resulta traumática si no se
considera, si los estudiantes de estratos
socioeconómicos inferiores y profesores, sí disponen
en sus casas del espacio de trabajo y entorno
adecuados con los recursos necesarios, tales como
diadema, cámara, tableta digitalizadora e Internet,
entre otros, para las actividades virtuales; además
de la disponibilidad del tiempo necesario de
preparación de actividades, materiales y atención
asincrónica, en algunos casos, especialmente de los
profesores de cátedra. Mucho menos fácil podría ser
el traslado de actividades de cursos presenciales
basados en aprendizaje activo, colaborativo, basado
en equipos, en proyectos o problemas, entre otros,
que requieren un diseño específico y no genérico
como los magistrales.
La transferencia mecánica a la virtualidad de cursos
presenciales en las condiciones actuales, sin
contemplar la consideración de disponibilidad de
recursos en casa de profesores y estudiantes, la
capacitación pedagógica suficiente de docentes, la
naturaleza del curso y las estrategias didácticas, es
una decisión que pone en alto riesgo la ya
cuestionada y maltrecha calidad que tiene hoy la
educación profesional en nuestro país.
Una actividad crítica para la calidad educativa y el
éxito, no sólo en cursos presenciales sino también en
los virtuales, lo constituye el diseño del curso.
Actividad que debe comenzar con los factores
situacionales del curso, y en la que se establezcan o
definan con precisión todos los elementos del silabo
o programa, a partir de la especificación e
integración coherente de los tres componentes
nucleares o básicos: resultados de aprendizaje,
evaluación y retroalimentación, y actividades de
enseñanza y de aprendizaje.
Los factores situacionales o de contexto, como en
todo diseño de un sistema, son determinantes de las
características básicas del curso objeto de diseño. Y
lo que finalmente determina los componentes
nucleares de un curso, son los requerimientos
curriculares del curso en conocimientos, habilidades,
y actitudes; la naturaleza de los temas - disciplinas
científicas o tecnológicos -; su ubicación en la
estructura del programa; los estilos de aprendizaje,
y condiciones de entrada o estados reales en logros
cognitivos y habilidades de los estudiantes; así como
el tipo de modalidad, virtual o presencial.
Y son los tres elementos nucleares o básicos, y la
modalidad presencial o virtual, lo que determina los
recursos, y particularmente las tecnologías
informáticas, requeridos para la implementación de
un curso. Tecnologías que están estrechamente
vinculadas al tipo de actividad que debe realizar el
estudiante y el profesor. La tecnología es diferente
para actividades de acceso a información, de
experiencia del estudiante con el objeto de
conocimiento, de evaluación y reflexión sobre el
conocimiento o proceso de aprendizaje; pero
también, si la experiencia de aprendizaje es directa
o indirecta, individual o en equipo.
Pensamos los colegas que compartimos estas
reflexiones, que el resultado sería sustancialmente
diferente, si se revisa y rediseña la estrategia de
#UdeADesdeCasa, más allá de la capacitación en
plataformas y herramientas informáticas, pensando
no solo en la contingencia actual para flexibilizar las
actividades docentes regulares, sino también para
ofrecer alternativas en interrupciones de la
normalidad por otros eventos recurrentes en
movimientos estudiantiles y profesorales, e
introducir cambios significativos para la actualización
y mejoramiento de la calidad de la formación de los
futuros egresados.
En consecuencia, creemos que esta es una situación
de oportunidad para revisar y rediseñar los cursos,
incorporando un enfoque centrado en el estudiante,
basado en los resultados de aprendizaje como
componente formativo en el diseño curricular, como
lo establece el Decreto 1330 del 25 de julio de 2019
para el otorgamiento de registro calificado de
programas académicos de educación superior.
Rediseño de cursos con resultados de aprendizaje
integrados con conocimientos disciplinares,
concurrentes con habilidades de pensamiento
analítico, crítico, sistémico, pragmático, habilidades
investigativas, y habilidades comunicativas e
interpersonales para integración social; alineados
con experiencias de aprendizaje activas, auténticas y
contextualizadas.
Y, también podría pensarse en desarrollar en este
período, actividades de formación complementarias
virtuales, especialmente en habilidades estratégicas
en cada programa, con reconocimientos de créditos.
Entre las que podrían considerarse, actividades de
aprendizaje de operaciones intelectuales básicas, que
le permitan al estudiante aprender pensando, y
avanzar en el desarrollo de habilidades de
pensamiento superiores. Experiencias de aprendizaje
para que los estudiantes sean conscientes de su
proceso de aprendizaje, y aprendan a construir,
comparar, relacionar, ordenar y clasificar conceptos
(ideas), a partir de sus experiencias – observaciones,
percepciones - con los objetos de conocimiento; base
para que desarrollen habilidades analíticas, críticas,
y creativas, como habilidades intelectuales
superiores.
¿Y porque no, empezar a promover e incubar
comunidades académicas para la reflexión
pedagógica?

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