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importancia política, defensiva, económica y social:

El estudio del agua y sus usos en al-Andalus, sobre todo desde el punto de vista
agrícola, eje central de su uso, se ve proyectado a otra serie de características del
territorio. Es decir, nos permite interpretar objetivamente la importancia política,
defensiva, económica y social que dotaba el agua al territorio andalusí.

Primero debemos hacer mención a la evolución agrícola que sufrió la península al


cambiar del secano al regadío. Esto supuso la aparición de nuevas formas agrícolas,
cambiando la típica trilogía mediterránea de cereal, vid y olivo, y en los sistemas de
explotación extensiva, cambiando las cosechas anuales por las trimestrales. Esta
evolución la podemos considerar más cuantitativa que cualitativa. Es decir, hubo un
aumento de la producción agraria en el territorio andalusí, pero esto no supuso un
aumento de la calidad. De este modo el agua se presenta como un elemento
fundamental, dado que sería imposible que sin ella se produjesen esta serie de cambios
en los sistemas bienales o trienales de explotación, y por ende su aumento productivo.

Cabe recalcar que los árabes no impusieron los nuevos sistemas agrícolas sin motivo.
Dicha evolución vino motivada por la necesidad de adaptar las nuevas especies
vegetales traídas desde Oriente o África; como el arroz, la naranja, el limón, etc. El
clima tropical del que procedían dichas especies suponía un problema al intentar ser
adaptadas al clima mediterráneo. La única solución viable era el uso de la irrigación. De
este modo el sistema de trabajo castellano difiere completamente respecto al andalusí,
pues mientras que los primeros respetan un tradicional tiempo de reposo entre la siega y
la vendimia, para los andalusíes no supone más que un periodo agrícola más.

Ya hemos observado la importancia del agua, siendo esta el eje fundamental de la


agricultura. Esta, además supuso una fuerte inversión en la utilización del espacio
agrícola, pues no solo se utilizó para irrigar los nuevos cultivos, sino que también
aumentó las tradicionales de la trilogía mediterránea. De este modo el regadío se
convirtió en el núcleo productivo, mientras que el secano quedo en segundo plano
marginal.
Pero para que todo esto pudiese llevarse acabo hizo falta una organización política
basada en la herencia de carácter gentilicio que se concentraba en el territorio. La
pequeña propiedad pasó a ser la dominante en los campos andalusíes, particularmente
en la época nazarí.

La organización del espacio entre los andalusíes se dividió en apropiada y no apropiada.


Las apropiadas eran territorios irrigados que requerían de una atención continua. Estas
solían pertenecer a pequeñas familias que las iban heredando. Su justificación se basaba
en la permanencia del agricultor en la parcela, entendiéndose como propiedad. Era poco
frecuente, pero podían transmitirse en dote o venta. Por el contrario las no apropiadas
integran todas aquellas tierras comunales (estas podían ser utilizadas para la obtención
de materias primas comunalmente) y a las pertenecientes al conjunto de creyentes,
comúnmente conocidas como tierras muertas por ser amplios espacios no cultivados.
Estas pertenecían a la comunidad de fieles que podían apropiárselas por vivificación. Es
decir, ante la necesidad, los creyentes tendrían opción al cultivo de las tierras muertas,
pero jamás les pertenecerían, serian para su autoconsumo.

El agua para los árabes tiene un significado divino. En el Corán el agua es el principio
más importante de la creación. Por tanto es lógico que la política del momento
protegiese, regulase y castigase su mal uso. Cabe destacar que esta puede llegar a ser
objeto de apropiación, es decir, la cantidad disponible, su reparto y distribución. En
definitiva la sociedad política se vuelca socialmente en la buena utilización del agua en
el espacio agrícola explotado. Pero caeríamos en error al centrarnos en una protección
del agua basándonos en su origen divino. Pues cabe mencionar que el comercio
internacional andalusí estaba en auge, y cargaban navíos de gran tamaño con dirección a
los puertos mediterráneos. Por tanto una mala gestión del agua suponía una caída del
incipiente comercio que se estaba llevando a cabo, y por tanto a unas graves pérdidas
económicas para la elite aristocrática que se lucraba con la explotación de la tierra.

Puede resultar contradictorio, debido a las bases ideológicas de los musulmanes. Como
hemos podido observar el territorio se divide en pequeñas parcelas con derecho a la
herencia, e incluso aquellos que no poseyesen ninguna podrían obtenerlas para su
subsistencia. Por tanto las grandes terratenientes resultan casi inexistentes
El agua tenía una función defensiva en el mundo islámico. Esto se debe a las técnicas de
construcción empleadas por los musulmanes para sus defensas. Entre ellas destaca el
tapial. Esta técnica utiliza encofrados o cajones de madera (denominados lüh en árabe),
para la hechura del muro. Este tipo de construcción es a su vez divisible en dos
apartados. De tierra apisonada o barro, o de mortero de cal y arena. En ambos casos la
mezcla puede recibir otros elementos como cantos rodados, mampuestos o paja.

El muro de tapial se fabrica superponiendo una especie de cajón desmontable de madera


(encofrado u horma, en latín), y rellenándolo de una mezcla (tierra, barro o calicanto).
Cuando la mezcla se ha solidificado suficientemente se retira el encofrado y queda
sobre el muro una especie de sillar arcilloso que es la tapia o, en árabe, ţābiya. Por tanto
el agua se utilizaba para hacer el adobe que formaba el tapial de la cerca.

Normalmente una vez construida la muralla, estas requerían reparaciones, ya fueran por
mantenimiento rutinario, o tras sufrir un asalto. Este es un tema de conflicto para la
sociedad andalusí, ya que para la construcción o reparación de las murallas hacía falta el
trabajo comunal de la sociedad. Para ello existían dos métodos. El primero mediante la
fundación de un habiz, que podía ser un turno de riego de una acequia, cobrado a los
regantes, como en el caso de Aynadamar. Y segundo, que la propia población se
implicara en la obra de la cerca. Sabemos por Ibn ‘Idari (siglos XIII-XIV) y por ciertas
fatwà/s recogidas por al-Wansarisi (m. 1505) que este tipo de trabajos (murallas,
acequias, etc.) eran realizados colectivamente por turnos. Estos turnos se asignaban los
vecinos de cada mezquita. A su vez cada mezquita estaba vinculada a un aljibe que
suministraba agua al barrio.

De todo ello, según podemos ver, podemos deducir que el agua en la ciudad andalusí
tenía también un cometido defensivo.

Cabe mencionar que posteriormente, las fortificaciones musulmanas se realizaron de


piedra. En época bereber es sin embargo evidente que los musulmanes procuraban
emplear el calicanto (variante más sólida del tapial), a veces incluso en lugares que por
lo escarpado de su emplazamiento y escasez de agua aconsejaban más bien el empleo de
mampuestos. En el siglo XIII sin embargo, se advierte que, aunque el uso de tapial y
calicanto no se abandona, los musulmanes empiezan a hacer uso de un mampuesto
similar al que emplean los castellanos.

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