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Capacitación

Cuadernos de Seguridad
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Transformaciones en el Gobierno de la Seguridad Ciudadana PRONACAP


Implicancias para la Formación Policial en la República Argentina
1

El contexto de emergencia de la cuestión de la Seguridad Ciudadana


Durante la segunda mitad de la década de los noventa, el problema de la
seguridad emergió, en nuestro país, como un tema político central q ue cues-
tionó la capacidad del Estado de cumplir con algunas de las funciones que le
son propias, tales como la resolución de conflictos, la promoción de la convi-
vencia ciudadana, la prevención del delito y la reducción de la violencia,
entre otros. La aparición de esta problemática en la agenda pública, y como
tema de preocupación social, es el resultado de procesos con múltiples cau-
sas. Estas son complejas y aún objeto de un debate más bien incipiente, en
los ámbitos académicos y políticos de nuestro país. En el campo criminológi-
co internacional, en cambio, existe cierto consenso respecto de que cual-
quier conjunto de actividades delictivas, así como sus modificaciones cuanti-
tativas y cualitativas, son producto de la vinculación de tres conjuntos de
procesos interdependientes –que se detallan más adelante– con complejida-
des, especificidades y escalas propias, por lo que es posible transponer estos
desarrollos para comprender el fenómeno en nuestro país.
La especificidad del fenómeno no se limita a las particularidades de cada
nación, sino que en un mismo país tiene características locales, e incluso
territoriales, dentro de una misma ciudad, tanto en lo que hace al contexto
social inmediato en que se desarrolla como a la familia de delitos de que se
trate. Esto obliga a utilizar y transponer con precaución las herramientas
analíticas necesarias para comprender el fenómeno. Por eso, para evitar las
generalizaciones sociológicas al utilizar teorías e investigaciones desarrolla-
das en otros ámbitos, debe prestarse atención a la manera en la que las
variables generales se articulan de manera singular con variables tales
como: subcultura de los grupos involucrados, etarias, de clase, étnicas, de
género, geográficas, urbanísticas, etc., y en períodos históricos y situaciones
económicas y políticas determinadas.
Esto no implica oponerse a las generalizaciones empíricas, sino que solo
son posibles en el marco de órdenes sociales particulares referidos a grupos
también particulares, y que las teorías encuentran su resolución en socieda-
des y ámbitos territoriales específicos. Y esto es así incluso para ca da tipo de 1
delito, por lo que, en cualquier caso, es necesario analizar e l desarrollo en el
tiempo de las acciones y definiciones de los infractores en su interacción con 1
las reacciones y definiciones de los agentes de control, ambas en su vincula-
ción con los contextos sociales en las que acontecen. Es con estas precaucio- 1
nes metodológicas que deben leerse las tendencias aquí presentadas.
Primero, el conjunto de procesos sociales (económicos, culturales y políticos) 1
* El presente artículo, a cargo del Lic. Enri- núcleos conceptuales que orientan las acti-
que Font, es una versión preliminar que viaddes del PRONACAP en materia de edu-
resume el trabajo de los talleres regionales cación policial.
realizados en el marco del Programa
Nacional de Educación, Capacitación y
 Actualización Profesional de Cuerpos Poli-
ciales y Fuerzas de Seguridad (PRONA-
CAP). Aquí se presentan los principales
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por los cuales se acumulan condiciones de posibilidad p ara que ciertos suje-
tos queden situados como potenciales infractores de la ley penal. Segundo,
la conformación de estructuras de oportunidades delictivas que permiten
que determinadas ilegalidades y formas de victimización (y no otras) sean
llevadas a cabo por los potenciales infractores socialmente producidos. Y,
finalmente, el desarrollo de la interacción existente entre esos dos fenóme-
nos y las respuestas de las agencias supuestamente dedicadas a prevenirlos,
o controlarlos, y las reacciones de otros actores sociales. Entre estas tienen
particular relevancia las representaciones en los medios masivos de comu-
nicación, tanto del hecho delictivo en sí, como de las respuestas y reacciones
que genera.
En lo referido a los procesos de producción social de potenciales infracto-
res y víctimas han tenido influencia significativa varias cuestiones. Por una
parte, los procesos muy intensos de empobrecimiento, desafiliación, y
aumento de la inequidad económica y de acceso a bienes sociales (como el
empleo, la salud, la educación, la vivienda, etc.) y de consumo. Por otro, la
desarticulación del tejido social, las crisis en los sistemas de participación
política, y un creciente individualismo producto de los cambios culturales,
todos ellos agudizados en la década de los noventa.
Estos procesos no impactaron de manera similar en la sociedad en su
conjunto, sino que fueron experimentados y vivenciados de manera diferen-
cial según los principales ejes sociales de edad, género, étnico, nivel de
ingresos, clase, lugar de residencia, etc. Tanto el impacto material diferen-
cial como las distintas percepciones de injusticia de la situación, combinados
con el creciente individualismo cultural, propiciaron, en toda la escala
social, contextos en los que no eran viables alternativas no delictivas, o eran
menos atractivas para confrontar las tensiones estructurales, y satisfacer
aspiraciones culturales obstaculizadas materialmente. Dicho esto, no debe
pasarse por alto que tanto las tensiones estructurales, así como los obstácu-
los para concretar aspiraciones culturales, y la percepción de injusticia de la
situación, resultan, particularmente, más intensas en los contextos sociales

1 donde la privación material y la desarticulación del tejido social son más


acentuadas.
En lo referido a las estructuras de oportunidades delictivas, durante este
1 período se evidencia el agravamiento de la criminalidad de los poderosos
(delitos complejos, criminalidad económica, corrupción, crimen organizado)
1 ante la inercia, impotencia y connivencia de las agencias estatales encargadas
de su control, que da lugar a una mayor complejidad de las modalidades y
2 organizaciones delictivas que, a su vez, generan estructuras de oportunidades
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Más aún, hay


estrechas vinculaciones
para las modalidades más simples de las que se entre las estructuras
nutren (como el delito callejero). No existe crimi-
nalidad de los débiles (por ejemplo: robos cometi- de oportunidades
dos por jóvenes en una situación de extrema vul-
nerabilidad contra víctimas más o menos que propician
vulnerables), como tampoco criminalidad de los
poderosos (por ejemplo: contrabando de armas o la criminalidad de
drogas, o trata de personas) sin el sustento de una
estructura de oportunidades delictivas que las los poderosos
posibilite, y sin la producción social de potenciales
infractores y víctimas. Más aún, hay estrechas y las que dan lugar
vinculaciones entre las estructuras de oportunida-
des que propician la criminalidad de los podero- a la criminalidad de
sos y las que dan lugar a la criminalidad de los
débiles. los débiles.
No debe perderse de vista que la totalidad de
los componentes del fenómeno criminal en sí no son un dato dado de ante-
mano, sino que se engendran en las propias interacciones, con las mismas
respuestas o reacciones de los distintos actores que, supuestamente, deben
prevenirlo, controlarlo o protegerse de él. En este sentido, la sobrerrepre-
sentación de hombres jóvenes pobres residentes en las áreas más degrada-
das de las ciudades como autores de delitos contra la propiedad (con distin-
tos grados de violencia) es tanto producto del funcionamiento selectivo de
las agencias del sistema penal, como de ser sujetos sometidos a las tensio-
nes materiales y culturales más intensas, y que residen en contextos donde
han emergido estructuras de oportunidades criminales más bien precarias,
o donde existe acceso a los niveles menos calificados y más vulnerables de
economías delictivas complejas.
Por su parte, las interacciones entre los infractores socialmente produci-
dos y las agencias del sistema penal, y otros actores, que reaccionan ante los
hechos de los primeros no se resuelven en un momento dado, sino que tie-
nen un desarrollo temporal, que ha ido modificando (en general, amplifican-
do) las acciones de unos, y las reacciones de los otros. A su vez, tanto el deli- 1
to y sus causas como las reacciones que en torno a este se producen son
objeto de diversas formas de interpretación y representación, en los medios 1
masivos de comunicación. Estas representaciones, si bien en algunos casos
suelen esclarecer los fenómenos, en muchos otros los mistifican o sobredi- 1
mensionan, y generan climas que alientan reacciones inapropiadas y con-
traproducentes por parte de los mecanismos de control (con la consiguiente 3
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Con el aumento de la
criminalidad, comenzó
a consolidarse, en amplificación del problema), y una sensación de
temor que, para buena parte de la sociedad, es
nuestro país, una desproporcionada en relación con el riesgo de
victimización efectivo en que se encuentra.
tendencia observable
también en otras La pluralización de actores y racionalidades
en el gobierno de la seguridad
sociedades, que
En este escenario, de manera gradual y super-
consiste en la aparición puesta con el aumento de la criminalidad, comen-
zó a consolidarse, en nuestro país, una tendencia
de nuevos actores, observable también en otras sociedades, que con-
siste en la aparición de nuevos actores, guberna-
gubernamentales y no mentales y no gubernamentales, con voluntad de
participar en los procesos de producción de Segu-
gubernamentales, con ridad Ciudadana. Esta tendencia, contradictoria y
volátil en tanto convive con procesos de inflación
voluntad de participar de la legislación penal y de las respuestas puniti-
vas y coercitivas, es conocida como “pluraliza-
en los procesos ción” o “multiplicación” de actores en el campo

de producción de de la seguridad. La consolidación de esta tenden-


cia plantea un conjunto de nuevas oportunidades,

Seguridad Ciudadana. en tanto involucra a actores que promueven nue-


vas finalidades, racionalidades, y modos de inter-
vención. Pero también plantea nuevos desafíos en
términos de justicia, equidad y derechos humanos tanto a las agencias del
sistema penal, especialmente a la policía, como a las políticas públicas de
seguridad en general.
Coadyuvando a esta tendencia, pueden identificarse una serie de fuerzas
o fenómenos. Entre los de incidencia más significativa se encuentra la

1 reconfiguración del Estado en Argentina, iniciada en el período 1976-83, e


intensificada en la década de los noventa. Dicha reconfiguración resulta de
la alineación con los procesos de globalización y las tendencias a nivel re gio-
1 nal e internacional, y la consiguiente promoción de políticas de desconcen-
tración, desregulación, descentralización, y flexibilización. En definitiva, se
1 trata de un fuerte corrimiento del Estado de la esfera pública a nivel nacio-
nal. Corrimiento que también se evidenció en lo que hace a la función públi-
4 ca de promoción de la Seguridad Ciudadana, entendida como parte del bie-
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nestar común, y en el debilitamiento del rol de regulación estatal en el


campo de la seguridad.
Igualmente significativa fue la incidencia del aumento cuantitativo y las
transformaciones cualitativas de la violencia interpersonal, y de los delitos
contra la propiedad en las grandes ciudades, y de la nueva distribución
social y territorial diferencial de la victimización resultante , durante la
década del noventa y los primeros años de 2000. Por un lado, la emergencia
de niveles de victimización de los sectores medios y altos, no experimenta-
dos en períodos anteriores. Por otro, un aumento diferencial intenso de la
victimización sufrida por los sectores populares, agravada, a su vez, por las
intervenciones militarizadas, represivas y discriminatorias de las agencias
del sistema penal.
Por ejemplo, la zona sur de la Ciudad de Buenos Aires –en la que se
encuentran los Centros de Gestión y Participación (CGP) 3, 4, 5 y 8– concen-
tra al 30,7% de la población de la Ciudad , y al 60,2% de la población con
necesidades básicas insatisfechas, y a parte importante de los delitos, tanto
los registrados como los que no necesariamente fueron de nunciados. El deli-
to más grave es, sin lugar a dudas, el homicidio. La zona sur fue sede del
36,3% (62 hechos) de los homicidios dolosos ocurridos en la Ciudad durante
el 2002, y del 35,9% (51 hechos) de los ocurridos en el 2003 (según datos del
Sistema Nacional de Información Criminal, SNIC, de la Dirección Nacional
de Política Criminal, Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la
Nación. Los datos relativos a la zona sur corresponden a los delitos ocurri-
dos en jurisdicción de las comisarias 24º, 26º,28º, 30º, 32º, 34º, 36º, 48º y
52º. El CGP 3 es el que tiene el porcentaje más alto de población con necesi-
dades básicas insatisfechas (21,7%), cuando el nivel correspondiente al total
de la Ciudad es 7,6%. Por otra parte, los CGP 4 y 8 están entre los que tienen
los porcentajes más altos de nacimientos con bajo peso (más de 8%), en
tanto los CGP 3, 5 y 8 tienen las más altas tasas de mortalidad infantil (más
de 10 por cada 1000 nacidos vivos) 2.
Estas modificaciones de los procesos de victimización intensifican la divi-
sión del espacio urbano y rural en territorios protegidos y desprotegidos, en
base a variables de percepciones de inseguridad (más allá del mayor o 1
menor ajuste entre las percepciones y el riesgo efectivo de victimización).
También se incrementa el temor al delito y las percepciones de inseguridad, 1
y la cuestión pasa a figurar entre los primeros lugares en la agenda de preo-
cupaciones sociales y, en muchos casos, deja en evidencia la inhabilidad de 1
las respuestas tradicionales del sistema penal para satisfacer la demanda
colectiva e individual de seguridad. 5
2(Fuente: AAVV. Más derechos, más seguri-
dad, más seguridad, más derechos , 2004.
pag. 3).
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En lo referido al sistema penal, en los últimos años de la década del


noventa, los cuestionamientos al rol, estrategias operativas, organización
institucional, manejo y control democrático de las fuerzas de seguridad y
policiales propiciaron la implementación de distintas iniciativas de reforma
o democratización de estas instituciones o, cuanto menos, de segmentos de
ellas (como, por ejemplo, mecanismos de control interno y formación). En
mucha menor medida, algunas de estas reformas se ensayaron, también, en
otras instituciones del sistema penal. La emergencia de estas iniciativas es
atribuible tanto a las crecientes dudas sobre la efectividad para producir
seguridad de las estrategias policiales tradicionales como a los diversos
cambios emergentes en el más amplio espectro de los procesos de democra-
tización, impulsados, inicialmente, por los organismos d e derechos humanos
y las organizaciones de familiares de víctimas de violencia policial y, más
recientemente, desde ámbitos estatales.
Dichas reformas han sido y son impulsadas con distinta suerte y énfasis
en varias jurisdicciones, y están sujetas a una dinámica de avances y retro-
cesos. Esta dinámica resulta, según los casos, de las dificultades que las
reformas enfrentan para consolidarse como políticas de estado, de las
resistencias encontradas para su implementación dentro y fuera de las ins-
tituciones, de la carencia de pericia y de presupuestos adecuados para lle-
varlas adelante, etc. En cualquier caso, los procesos de reforma contribu-
yeron a erosionar la percepción de que la utilización de tecnologías
coercitivas y punitivas por parte de la policía (y demás agencias del sistema
penal) constituye el único y más eficaz mecanismo para producir seguri-
dad. Esto permitió ampliar el debate respecto de la necesidad de abordajes
con racionalidades diversas, y de la necesidad de participación de otros
actores capaces de desarrollarlos, para propiciar, así, la tendencia a la plu-
ralización.
En el contexto argentino, la expresión más clara de pluralización, y la que
en orden cronológico se manifiesta inicialmente, es la privatización de fun-
ciones de seguridad como resultado de la expansión y diversificación de ser-

1 vicios de la industria de la seguridad privada. La noción de “industria de la


seguridad privada” comprende tanto al sector de actividad basado en la uti-
lización intensiva de recursos humanos (agencias de seguridad, vigilancia e
1 investigaciones), como al basado en la utilización intensiva de medios técni-
cos (circuitos cerrados de televisión, alarmas, detectores y tecnologías de
1 detección y vigilancia, en definitiva, hardware más o menos sofisticado), e,
incluso, a la combinación de ambos. Se trata de actores privados que persi-
6 guen fines de lucro, mediante la prestación comercial de servicios consistentes
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en garantizar órdenes establecidos por sus clientes (que pueden o no estar


alineados con los órdenes promovidos por el Estado).
En este sentido, la privatización en el campo de la seguridad se vincula, y
coincide temporalmente, con procesos similares de privatización en áreas
tales como la educación, la salud y el sistema provisional, si bien asume
características propias.
La privatización no se limita únicamente a las situaciones más obvias en
las que la provisión de seguridad es asumida por un ente no estatal especiali-
zado, y que persigue fines de lucro (como una agencia de seguridad privada),
sino también a situaciones en las que la función de seguridad es asignada a
individuos, o entes no estatales y no especializados, y de manera complemen-
taria, a las funciones que le son propias y específicas. Por ejemplo, cuando al
capataz de una obra, o al recepcionista de un sanatorio u hospital, o al
empleado de una empresa de servicios de limpieza se los responsabiliza por
aspectos directa y explícitamente vinculados con cuestiones de seguridad en
los ámbitos en los que se desempeñan.
En menor proporción, y en un segundo momento, la promoción de estra-
tegias de “seguridad comunitaria” expresan la tendencia de pluralización de
actores. El desarrollo de estas estrategias en la Arge ntina ha sido sumamen-
te variado y escasamente evaluado, por lo que solo puede agrupársela s por-
que involucran o apelan a un actor definido como “comunidad”. Como era
esperable, las estrategias comunitarias también predisponen a las propias
instituciones policiales (y, en menor medida, a las fuerzas de seguridad
nacionales) a la promoción de iniciativas denominadas de “policía comunita-
ria”. Estas iniciativas, a veces impulsadas desde las instituciones policiales,
y otras, desde los ámbitos políticos, son tan variadas y poco evaluadas como
las de seguridad comunitaria, y tienen en común con estas y entre sí, sola-
mente la siempre problemática y ambigua apelación al actor “comunidad”.
En un tercer momento, comienzan a formularse iniciativas específicas que
reconocen la multicausalidad del fenómeno delictivo y que, en consecuencia,
promueven estrategias de prevención integrada no punitivas, multiagenciales
y coordinadas, con la participación de agencias de los tres niveles estatales, y
actores de la sociedad civil. El Plan Nacional de Prevención del Delito, de la 1
Dirección Nacional de Política Criminal (presentado inicialmente en el 2000)
es el programa más acabado y representativo de este tipo de estrategias. Estas 1
iniciativas propician la pluralización de actores en tanto involucran, entre
otras, a instituciones sociales, culturales, educativas, de empleo y de desarro- 1
llo local, tanto estatales como de la sociedad civil, y que operan con racionali-
dades, fines y medios distintos al de las agencias del sistema penal. 7
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En un cuarto momento, emergen las políticas impulsadas desde varios


gobiernos locales que, según los casos, promueven intervenciones de desa-
rrollo social local, de construcción de ciudadanía, de resolución alternativa
de conflictos, pasando por estrategias de prevención situacional (diseño
urbano, cámaras de seguridad en el espacio público). En algunos casos,
avanzan hasta el establecimiento de cuerpos especializados diseñados y
equipados para garantizar la convivencia en el espacio público local (como
es el caso de las Guardias Urbanas de las ciudades de Rosario y Buenos
 Aires). En otros, crean reparticiones dentro de la estructura de gobierno que
desarrollan programas expresamente dirigidos a abordar cuestiones de
seguridad y convivencia, como parte de sus políticas sociales y de desarrollo
local, como es el caso del Municipio de Morón, entre otros.
En un quinto momento, y en mucha menor medida, puede mencionarse la
incipiente implementación y desarrollo de varias iniciativas participativas,
colaborativas o autogestionadas de resolución de conflictos y reducción de la
violencia, mediante la utilización de métodos alternativos, informales y
legos, y versiones de modelos de justicia restaurativa. Estas iniciativas son
impulsadas, por lo general, por ONGs, universidades, organizaciones barria-
les o de base, y, habitualmente, se desarrollan en pequeña escala, de mane-
ra informal o como proyectos piloto. A diferencia de lo que ocurre en otros
países de Latinoamérica, este tipo de abordajes no han sido aún ni auspicia-
dos ni promovidos desde agencias públicas, ni aparecen, toda vía, en el menú
de las políticas públicas de Seguridad Ciudadana. Sin embargo, dado e l auge
que están teniendo en varios países de la región, y el hecho de que su adop-
ción es propiciada por el PNUD, el BID y agencias de cooperación internacio-
nal de varios países, permite inferir que esta forma de pluralización se
extenderá, en alguna medida, también en la Argentina.

El Estado ante el fenómeno de pluralización

1 El reconocimiento del proceso de pluralización de actores, en el ca mpo de


la Seguridad Ciudadana, genera oportunidades al permitir el desar rollo de
intervenciones con prácticas potencialmente innovadoras, respecto de las
1 que caracterizan a las intervenciones tradicionales desde el sistema penal.
Sin embargo, también engendra nuevos desafíos. En el caso de los Estados,
1 el desafío de la promoción y regulación de los procesos de pluralización
–que implican cierto nivel de (re)asignación de funciones y re sponsabilida-
8 des a instituciones de la sociedad civil– conlleva el dilema de reconocer, en
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alguna medida, sus limitaciones para alcanzar los niveles esperados de


seguridad, y erosiona, así, el mito del “control soberano del delito”. Estu-
dios recientes muestran cómo los estados buscan despejar este dilema
propiciando dos líneas de políticas de seguridad “volátiles y contradicto-
rias”. En los últimos veinte años, el desarrollo de políticas contradictorias
y volátiles ha sido frecuente tanto en la jurisdicción nacional como en las
provinciales.
En una de estas líneas, los Estados abordan el dilema promoviendo inicia-
tivas que buscan “responsabilizar” o “corresponsabilizar” a otros en la ges-
tión de la seguridad, promoviendo, auspiciando y regulando el proceso de
pluralización. Particularmente, los Estados buscan actuar de manera indi-
recta a través de una serie de entidades no estatales, lo que les permite
renegociar cuáles deberían ser sus funciones y objetivos, y cuáles, los de la
esfera no estatal en este nuevo esquema. En este sentido, el movimiento de
“seguridad comunitaria” constituye la expresión icónica de “acción a distan-
cia” en la que el Estado continúa estableciendo el marco de a cción y la direc-
ción de las políticas, a la vez que delega las funciones de ejecución a otras
entidades no estatales.
 Al promover, por ejemplo, la pluralización a través de la “seguridad
comunitaria”, el Estado busca asociar a sus fines, y estimular, la acción de
agencias privadas y de individuos. Esto lo hace a través de diversas iniciati-
vas tendientes a generar conciencia, y crear sentido de la responsabilidad,
buscando la participación ciudadana o, incluso, brindando apoyo o promo-
viendo y sosteniendo mecanismos de participación (los llamados foros o jun-
tas de seguridad comunitaria) con el fin de que lleven a cabo proyectos de
prevención del delito en consonancia con las políticas estatales. En esta
línea, estratégicamente hablando, al menos en principio, la pluralización
materializa el deseo de tomar distancia respecto de las nociones de detec-
ción, aprehensión y castigo, y encaminarse hacia la noción de ‘prevención’.
Implica, por parte del Estado, reconocer que la seguridad requiere estrate-
gias que busquen prevenir los delitos y reducir las condiciones que los hacen
posible, y relativiza, así, la dependencia del efecto disuasivo del castigo
como principal estrategia de control del delito. 1
Esto ha acrecentado el renovado énfasis en la noción de “prevención”, la
que, por su parte, también ha ido avanzando por dos caminos frecuentemen- 1
te contradictorios. Esquematizando, prevención puede entenderse, por un
lado, como una intervención sobre los aspectos espacial y temporal del delito, 1
dirigida a dificultar las oportunidades para su comisión por parte de un actor
racional idealizado, que mide costos y beneficios. En la racionalidad propia 9
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de estas estrategias, todos los componentes estructurales y biográficos de la


causalidad son abandonados. Por otro lado, justamente, la prevención se
piensa como el abordaje de las condiciones sociales (culturales, económicas y
políticas) que generan condiciones por las que algunos sujetos son produci-
dos como potenciales infractores, o se encuentran situados en contextos en
los que las alternativas no delictivas no están presentes, o son menos atracti-
vas. En ocasiones infrecuentes, estas estrategias resultan efectivamente com-
binadas en lo que se denomina la “prevención integrada”, aunque el costo y
la complejidad propios de las segundas hacen que las intervenciones termi-
nen privilegiando las primeras. En cualquier caso, lo que evidencian las
racionalidades de ambas políticas de prevención es un distanciamiento
expreso respecto de la mentalidad de prevención que descansa en la amena-
za del uso de la coerción y de la detección, aprehensión y castigo como ele-
mentos de disuasión.
La segunda manera o línea en la que los Estados abordan el dilema del
mito del control soberano del delito es, en cierta medida, contradictoria con
la anterior. Es frecuente que cuando un Estado confronta niveles crecientes
de delito, o crisis políticas generadas por las percepciones sociales de inse-
guridad, o pánicos morales, recurra a respuestas punitivas o coercitivas, ali-
neadas con la retórica de la “guerra al delito”. A la “fuerza” del delito, ese
“enemigo interno”, se le puede y debe oponer una fuerza equivalente para
doblegarlo. Puede tratarse de un aumento en el número de policías, en una
ampliación de sus poderes legales, en la utilización de estrategias militariza-
das (como la saturación territorial, o el aumento de detenciones sin orden
 judicial), el debilitamiento de las garantías del de bido proceso (como dificul-
tar las excarcelaciones), la compra de armas, etc.
Este tipo de respuestas tienen cierta efectividad para disipar coyuntural-
mente, y en el muy corto plazo, crisis políticas, en tanto reflejan un aspecto
profundamente arraigado de nuestra cultura, y que forma parte del sentido
común tanto público como de la policía y del sistema penal en general. Esta
resignificación del mito del control soberano del delito –la idea de que el

1 Estado puede hacer algo con el delito a través de sus aparatos coercitivos–
es contradictoria con la promoción de los procesos de plura lización, como es
el caso de la seguridad comunitaria o la prevención situacional, social e inte-
1 grada, y refleja una “negación histérica” del propio Estado respecto de sus
limitaciones. Tanto la respuesta punitiva como la “negación histérica” son
2 parte de la mentalidad del castigo que subyace en las estrategias y prá cticas
hegemónicas de las políticas de seguridad que persisten hasta el día de hoy.
0
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Transformaciones en el Gobierno de la Seguridad Ciudadana

Los científicos sociales


han insistido mucho
La importación de modelos de seguridad sobre la importancia
Otro desafío asociado, tanto a los procesos de plu- de ser moderadamen-
ralización en seguridad como a las iniciativas de
reforma o democratización de las agencias estata- te optimistas acerca
les (especialmente la policía), lo constituye la
“importación” de modelos a tales fines. Es fre- de la utilidad y el
cuente que los modelos estratégicos y organiza-
cionales de gobierno de la Seguridad Ciudadana porvenir de los nuevos
sean ‘exportados’ de los países centrales, y adop-
tados por países que buscan remodelar sus siste- modelos e innovacio-
mas de justicia criminal con fines democráticos.
Este ‘comercio internacional’, del cual participan nes orientados a
activamente los organismos multilaterales y las
agencias de cooperación internacional, supone la aumentar la efectividad
existencia de mercancías o ‘productos’ intelectua-
les en forma de entrenamiento, reestructuración y la profundización
organizacional, mejoras tecnológicas, gobierno de
la seguridad comunitaria, e, incluso, de manera de la democracia en
subyacente, teorías criminológicas.
Los científicos sociales han insistido mucho el gobierno de la
sobre la importancia de ser moderadamente opti-
mistas acerca de la utilidad y el porvenir de los Seguridad Ciudadana.
nuevos modelos e innovaciones orientados a
aumentar la efectividad y la profundización de la democracia en el gobierno
de la Seguridad Ciudadana. Por ejemplo, diversos estudios han mostrado
que el “gobierno comunitario de la seguridad” no es siempre la mejor mane-
ra de profundizar prácticas democráticas de gobierno de la seguridad. Esto
sin negar que el modelo “correcto” puede ofrecer un marco de referencia
para resolver problemas locales, de maneras que acentúan el conocimiento
local y la capacidad para enfrentar profundos problemas sociales, tal como
lo previó Herman Goldestein, el intelectual pionero en el área de gobierno de
la seguridad comunitaria. Pero, si se reconoce que existe el riesgo de que el 1
modelo “incorrecto” profundice, por ejemplo, las tendencias punitivas,
selectivas y excluyentes ya existentes en una comunidad dada, y en las agen- 1
cias del sistema penal. Por eso, el desarrollo de innovaciones prudentes y
sostenibles resulta, entonces, de una complejidad notable, más aún, cuando 2
dichas innovaciones son transferidas a otros contextos.
 Asimismo, al cuestionar la atracción “universal” o transnacional que 1
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ejercen ciertas y particulares innovaciones producidas en los contextos


anglosajones (lugares de donde provienen buena parte de los modelos
“importados”), algunos expertos advierten sobre cierta “ahistoricidad” en la
escolástica norteamericana (y en sentido más amplio, en la inglesa), que se
ve reflejada en una indiferencia general hacia un único contexto legal, cultu-
ral y organizacional en el gobierno de la seguridad y, más generalmente, en
la justicia criminal en los contextos extranjeros. De este modo, asumir que
las ideas, políticas y programas producidos en estas sociedades pueden ser
fácilmente trasplantadas a otros contextos nacionales, por no hablar de con-
textos locales, corre el riesgo de ser etnocéntrica en su ignorancia de las
diversas condiciones estructurales que modelan la implementación y, funda-
mentalmente, la adaptación cultural.
 Además, se ha observado que las condiciones estructurales y culturales
específicas de los países “receptores” pueden resultar en impedimentos
para la efectiva implementación de paquetes de reformas importados. O,
incluso, producir efectos contraproducentes. Por ejemplo, como han notado
varios expertos, se pueden encontrar obstáculos en forma de recursos insu-
ficientes, falta de confianza en los asesores, o en los receptores de las tra ns-
ferencias de conocimientos, así como también, resistencia cultural, caracte-
rizada por hábitos y prácticas que resultan ser mucho más resistentes de lo
previsto.
Esto no implica un rechazo a la utilización de modelos inspirados en otros
contextos –de hecho, ni nuestros modelos institucionales de policía, ni el sis-
tema penal vigente son invenciones autóctonas–, sino que demanda una uti-
lización adecuada de ellos. Requiere estar atento a las dificultades y riesgos
vinculados a las agendas transnacionales para la reconfiguración del
gobierno de la Seguridad Ciudadana, especialmente, de aquellas que mues-
tran ingenuidad en cuanto a que las innovaciones, desarrolladas en deter-
minado tiempo y lugar, puedan ser transferidas, adaptadas y sostenibles, y
en concordancia con imperativos particulares. La utilización adecuada exige
una reconfiguración y transposición de los modelos que le permita, a la

1 innovación en cuestión, adquirir un sentido local, al mismo tiempo que se


preservan los elementos deseables de las tendencias globales.
Para hacer posible dicha reconfiguración, resulta esencial desarrollar la
1 adaptación tomando dos direcciones. Primero, tener un acercamiento empí-
rico, y por ende, pluralista a las transformaciones, esto es, un acercamiento
2 que reconozca la multiplicidad de actores y organizaciones que contribuyen,
de varias maneras, al gobierno de la Seguridad Ciudadana. Segundo, reali-
2 zar un acercamiento “a medida” a la cuestión, es decir, un acercamiento
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Transformaciones en el Gobierno de la Seguridad Ciudadana

basado en el reconocimiento de la relación iterativa entre ideas globales y


las innovaciones locales.

Emergencia del concepto de Seguridad Ciudadana


En el marco de estas transformaciones, en nuestro país, al igual que en el
resto de América Latina, tanto desde instituciones gubernamentales como
desde ONGs, se acuña el término “seguridad ciudadana” para referirse a
este conjunto de cuestiones, tanto en lo que hace al problema en sí como al
ámbito de las políticas donde deben producirse mejoras y soluciones. Por un
lado, el nuevo concepto de Seguridad Ciudadana viene a desplazar, progresi-
vamente, una concepción de seguridad centrada, principalmente, en las
amenazas al Estado o régimen político (“seguridad nacional”) hacia otra,
donde los conflictos referidos al orden público, social y político toman cen-
tralidad. Este fenómeno no es solamente producido en el ámbito de la segu-
ridad, sino que es, en parte, reflejo de los procesos más abarcadores de
democratización ocurridos en América Latina. Por otro, y en términos más
estrictos, el concepto de Seguridad Ciudadana viene a sustituir, haciéndola
más abarcadora, a la noción de prevención y control del delito que prevale-
cía en la literatura sociopolítica de la región, así como en las políticas de las
instituciones estatales.
En este último sentido, el nuevo concepto de Seguridad Ciudadana amplía
su alcance a áreas descuidadas en el concepto de prevención del delito, y se
extiende positivamente sobre el abordaje de situaciones que, sin configurar
eventos delictivos, resultan definidas como causantes de malestar, daño o
perturbación a reglas de convivencia ciudadana, y a un amplio conjunto de
otros derechos. En ocasiones, como ocurre en el paradigma de la “seguridad
humana”, resulta tan amplio este conjunto de derechos, que los límites de la
definición se diluyen. En el mismo sentido, implica, también, un reconoci-
miento explícito de que la Seguridad Ciudadana constituye una condición
necesaria para el desarrollo sostenible, cuyo déficit afecta a la gobernabili-
dad democrática, y al desarrollo económico y social. 1
Sin embargo, la noción de Seguridad Ciudadana, ya sea en la literatura
sociopolítica como en su formulación como programa gubernamental, sigue 1
siendo tan ambigua y problemática de definir como lo era la anterior noción
de prevención del delito. Esta complejidad de la definición originaria de 2
prevención se refiere a los referentes sustantivos de lo que debe ser objeto
de prevención, a sus actores, y a las medidas específicas adecuadas para 3
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PRONACAP

lograr la reducción de las distintas formas de delito. Al ampliar el campo, en


la nueva definición de Seguridad Ciudadana no solo ocurre que las ambigüe-
dades del concepto anterior no se han despejado, sino que se han amplifica-
do al incorporar ahora, además de las definiciones de delitos, la aún más
problemática e imprecisa afectación de reglas de convivencia. Estas ambi-
güedades y límites, muchas veces difusos, demandan realizar definiciones
que explícitamente delimiten el campo de intervención. Para esto, primero
es necesario conceptualizar a la seguridad como proceso social, para luego
explicitar una definición valorativa de la misma.

La seguridad como proceso social


Definida de manera descriptiva, y como proceso social que se construye a
partir de consensos y conflictos, a veces intensos, “seguridad” refiere a acti-
vidades de control y mantenimiento del orden. Orden, en este sentido, con-
nota una prescripción respecto de “la manera en que las cosas o la s acciones
deben ser o estar organizadas”, qué conductas permitidas y cuále s proscrip-
tas, para lograr un medio seguro 3. Esta prescripción, que se utiliza para
determinar “la manera de hacer las cosas”, puede estar formalizada en un
conjunto de normas (como la legislación estatal), o no ser más que un implí-
cito sentido compartido de orden de un colectivo determinado. Lo que es
común a todas las prescripciones es que son producto de algún tipo de nego-
ciación política y que, casi siempre, reflejan algunos intereses mejor que
otros, y que, en su establecimiento, siempre producen y conllevan oposicio-
nes y resistencias de distinta naturaleza e intensidad. Se trata de procesos
de ordenamiento o regulación mediante los cuales se a punta a propiciar
rutinas seguras de la vida cotidiana.
En este sentido, hablamos de “un campo de lucha y conflicto, entre y den-
tro del Estado, y de este con grupos de interés privado ( que incluyen asocia-
ciones económicas) y actores de la sociedad civil (por eje mplo, comunidades

1 territoriales, o de intereses, u ONGs,), sobre la división de la autoridad y las


responsabilidades en la construcción y protección de rutinas seguras de la
vida cotidiana”. Se trata de redes de mecanismos reguladores que se entre-
1 cruzan, cuya función declarada es, precisamente, la consecución de niveles
de orden y tranquilidad razonables.
2  A partir de estos desarrollos conceptuales, podemos definir a la seguri-
dad, o más precisamente, a los procesos de su producción, como la garantía
4 de un orden determinado, o de una manera de hacer las cosas, por parte de

3 Según el Diccionario de la Real Academia palabra, “seguridad” designa la condición


Española, “seguridad” es la cualidad de de encontrarse fuera de peligro real o
‘seguro’. “Seguro”, a su vez, significa ‘no potencial, de sentirse a salvo, protegido, sin
expuesto a daño o peligro’; ‘que no falla’; miedo.
‘que ha de producirse o realizarse indefecti-
blemente’; ‘sabido con certeza’; ‘sin ries-
gos’; se aplica a la persona o cosa en que se
puede confiar. En un sentido amplio de la
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Transformaciones en el Gobierno de la Seguridad Ciudadana

El Estado no es
el único ente con
un ente con capacidad y voluntad expresa de capacidad y voluntad
garantizarlo mediante estrategias simbólicas e
instrumentales, dentro de un dominio espacio- de funcionar como
temporal. Se trata de actores o garantes que
buscan explícitamente promover la seguridad. El garantizador de
Estado ha sido, y continúa siendo, el principal
garante de la seguridad, y esta responsabilidad órdenes determinados,
está habitualmente expresada en su Constitu-
ción, y demás leyes. Pero hay muchos otros ni el único con
garantes: puede tratarse de actores comerciales,
como los que conforman la industria de la segu- poder para definirlos.
ridad privada, o colectividades más o menos
informales, como un foro vecinal de seguridad, o un barrio privado, o cen-
tro comercial, o campus universitario. Por lo general, estos entes buscan
coordinar sus actividades entre sí y conforman redes de seguridad, como,
por ejemplo: cuando residentes de un barrio conforman un Foro de Seguri-
dad e interactúan con la policía, y otras agencias estatales, habitualmente
locales. Esta concepción permite superar la tradicional reducción de la pro-
ducción de seguridad a una actividad excluyente del Estado (preponderan-
temente a través de una agencia específica, especializada y profesionaliza-
da, como la policía), dirigida a promover el orden, la paz y la tranquilidad,
en el marco de la soberanía estatal.
Sin desconocer que, tanto instrumental como simbólicamente, el Estado
sigue siendo uno de los principales garantes, y espacio de definición de
órdenes, los desarrollos sociales y teóricos de los últimos treinta años han
puesto en evidencia que este no es el único ente con capacidad y voluntad
de funcionar como garantizador de órdenes determinados, ni el único con
poder para definirlos. Esto en tanto otros entes buscan definir, establecer y
mantener determinados órdenes, que consideran deseables o necesarios
para su funcionamiento e intereses. En estos casos se sirven de una gran
variedad de medios e instituciones para la consecución de esos fines. Y
tanto los órdenes y los medios para garantizarlos pueden, a veces, coincidir
con los estatales y establecer relaciones de cooperación implícita o explíci- 1
ta, tomar áreas de vacancia tácita o expresa, o entrar en contraposición y
conflicto con las estatales. Esta definición de producción de seguridad per- 1
mite construir tipos ideales para distinguir diferentes formas y modalida des
de producción de seguridad. Por ejemplo, cuando el orden que se pretende 2
garantizar ha sido establecido mediante la promulgación de reglas y nor-
mas que promueven una determinada forma de conducirse, por parte de 5
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PRONACAP

los poderes del Estado legitimados para ello, y el ente garantizador es una,
o varias, agencias del Estado, nos encontramos ante el caso de la produc-
ción estatal de seguridad. Cuando el orden que se pretende garantizar ha
sido determinado por entes no estatales (en sintonía, o no, con el Estado), y
cuando la función de garantizarlo es asumida, primariamente, por un ente
no estatal especializado que persigue fines de lucro (por ejemplo: vigilancia
de un centro comercial por parte de una agencia de seguridad privada), o
por individuos o entes no especializados, a quienes se le agrega esta fun-
ción a las que les son propias y específicas (por ejemplo: el capataz de una
fábrica, o un recepcionista en un sanatorio) nos encontramos ante un caso
de seguridad privada. Cuando el orden a garantizar, y los medios para ello,
son definidos por individuos, de manera colectiva, u organizaciones de la
sociedad civil, y quienes poseen la función de garantizarlo no persiguen
fines de lucro, nos encontramos ante el caso de la seguridad comunitaria
(ya sea que “comunidad” se refiera a la pertenencia a un espacio territorial
común, o que se compartan intereses comunes).
Estas caracterizaciones son tipos ideales dado que, en la práctica, tanto la
responsabilidad como el gobierno de los procesos de producción de seguri-
dad resultan compartidos, a partir del consenso y del conflicto entre entes
públicos y privados, entre especializados o no, e involucra, en distinto grado,
a los particulares y a colectividades geográficas, o de intereses y, en ocasio-
nes, excede los propios límites del Estado-Nación. Esta conceptualización de
producción de seguridad permite observar que el ente garantizador no es el
único elemento de análisis relevante, sino que también es necesario estable-
cer, por ejemplo: las definiciones de orden con las que el ente opera, la
forma (generalmente conflictiva) en que este es construido, las tecnologías
seleccionadas para garantizarlo, la forma de selección y de institucionaliza-
ción de dichos medios, los fines perseguidos, los grados de racionalización
de éstos y las prácticas de seguridad resultantes.
“Tecnologías” se refiere a los métodos en los que se basan o promueven
los distintos programas de seguridad. Una tecnología frecuente es la amena-

1 za, o la aplicación, de un castigo para lograr el apego a determinados órde-


nes establecidos. Las “tecnologías” se correlacionan con las “racionalida-
des”, o “mentalidades”, que son las que establecen cómo se definen y
1 abordan “las maneras deseables de hacer las cosas”. Las mentalidades pro-
veen el marco que hace posible el desarrollo y la puesta en práctica de las
2 tecnologías, y hacen, incluso, que las definiciones de órdenes y las tecnologí-
as se puedan pensar y llevar a cabo. La puesta en práctica de los medios, en
6 miras a los fines establecidos, requiere de una infraestructura que la haga
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Transformaciones en el Gobierno de la Seguridad Ciudadana

posible, esto es, una institución. Finalmente, la combinación de todos los ele-
mentos anteriores es la que resulta en la producción de determinadas prác-
ticas de seguridad.
Cuando todos estos elementos, y sus combinaciones específicas, resultan
relevados y analizados pueden caracterizarse distintos dispositivos, o for-
mas de seguridad en forma más fiable.

Concepto valorativo de seguridad


 A la anterior definición, puramente descriptiva, del proceso social de cons-
trucción de órdenes y maneras de garantizarlo resulta necesario adicionarle
un aspecto valorativo. Este aspecto valorativo debe explicitar qué tipos de
órdenes, racionalidades y medios para su construcción son incluidos y prio-
rizados, y cuales, excluidos. Este aspecto valorativo debe expresar una con-
cepción de seguridad democrática, y por ende, inclusiva, pluralista y que
reconoce el conflicto, propia de un Estado de derecho.
De allí la opción de “Seguridad Ciudadana” (en oposición al par “seguridad
pública-orden público”, y “seguridad interior”) que supone, no ya una consta-
tación simple de adecuación de conductas a normas, sino una valoración
compleja del conflicto entre los derechos de las personas, como inherentes a
las mismas, y a la protección de tales derechos como premisa indispensable
de su pleno ejercicio. Esta concepción coincide con la establecida en la Ley
de Seguridad Interior, en la que “seguridad” se define como: “la situación
de hecho basada en el derecho en la cual se encuentran resguardadas la
libertad, la vida y el patrimonio de los habitantes, sus derechos y garantías y
la plena vigencia de las instituciones del sistema representativo, republicano
y federal que establece la Constitución Nacional (Art. 2 Ley 24.059).”
Por ende, los bienes a proteger de los riesgos que los afecten, o menosca-
ben son los derechos y las libertades, y no “el orden” o la “seguridad” per se.
Y las “maneras de hacer las cosas”, y las acciones a promover son las que
garanticen la protección de esos derechos y libertades de las personas, y
reduzcan los riesgos de su afectación, reconociendo siempre que se trata de 1
un campo complejo de conflictos. La referencia a ciudadanía de la definición
“seguridad ciudadana” no se limita a la ciudadanía política o civil como esta- 1
tus político, sino a su sentido más abarcador de ciudadanía social, vinculada
con el proceso de inclusión progresiva, y de ejercicio de derechos colectivos 2
por parte de la sociedad.
7
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PRONACAP

El Ministro del
Interior dispuso, a
través de la Secretaría El Estado como principal garante de la Seguridad Ciudadana
Ejecutiva del Consejo Tanto las definiciones descriptiva y valorativa del
proceso de gobierno de la seguridad, como el
de Seguridad Interior, contexto sociopolítico en el que se evidencian las
diversas tendencias de pluralización muestran
reunir información, y que el Estado, en sus tres niveles, resulta el actor
primordial y de mayor peso. Esta preeminencia
realizar un conjunto está dada tanto en lo que hace a la esfera mate-
rial, como a la simbólica en el campo del gobier-
de estudios diagnósti- no de la seguridad. Por su parte, dentro del Esta-
do, la policía y las fuerzas de seguridad
cos acerca de los constituyen los actores más relevantes en lo que
hace a los aspectos tanto instrumentales como
sistemas de formación simbólicos.
En lo instrumental, la preeminencia es resulta-
policial. do, entre otros factores, de: funciones específicas
y mandato legal, la cantidad de personal, el equi-
pamiento, la distribución territorial, el acceso diferencial a la información
criminal y el uso legítimo de la coerción. Y en lo simbólico, dado que es el
principal agente estatal que tiene la potestad legal de uso de la coerción, y
capacidad para limitar derechos, incluso el de la vida, mediante el uso de la
fuerza letal en situaciones excepcionales y rigurosamente regladas. Más
aún, dada la centralidad de la policía en los procesos de detección, aprehen-
sión, enjuiciamiento y condena, la institución es percibida como la articula-
dora del castigo, como mecanismo de disuasión. Y, como indicamos anterior-
mente, la idea de la fuerza disuasiva del castigo, más allá de su influencia
instrumental en la producción de seguridad, refleja un aspecto profunda-
mente arraigado de nuestra cultura.

El Consejo de Seguridad Interior y la formación policial


1
Sin embargo, esta preeminencia en el campo de la seguridad del Estado en
1 general, y de la policía y fuerzas de seguridad en particular, no se refleja en
el desarrollo institucional de sus agencias, ni en la formación de sus inte-
2 grantes, las que requieren ser redefinidas y reconfiguradas para poder res-
ponder a los desafíos actuales. Esta brecha es particularmente notoria en lo
8 que hace la formación de los sujetos que desempeñen funciones en el campo
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Transformaciones en el Gobierno de la Seguridad Ciudadana

de la Seguridad Ciudadana. En este sentido, existe consenso entre funciona-


rios y policías respecto de la necesidad de mejorar la formación policial.
Debido a ello, el Consejo de Seguridad Interior ha manifestado su preocu-
pación por dar un salto de calidad en la formación de los recursos humanos
que integran los Cuerpos Policiales, y Fuerzas de Seguridad Interior. Para
esto, en mayo de 2006, el Ministro del Interior dispuso, a través de la S ecre-
taría Ejecutiva del Consejo de Seguridad Interior, reunir información, y rea-
lizar un conjunto de estudios diagnósticos acerca de los sistemas de forma-
ción policial. Hasta ese momento, no se contaba con datos consolidados y
sistematizados de las instituciones educativas, ni de los planes de estudio.
 A partir de la información suministrada por las autoridades jurisdicciona-
les, y de la realización de estudios diagnósticos con intenso trabajo de campo
fue posible: conformar un mapa de las instituciones que se ocupan de la for-
mación policial; conocer la diversidad de modelos institucionales que la for-
mación policial adopta; y conocer tendencias que caracterizan los procesos
formativos de los recursos humanos que integran los Cuerpos Policiales y las
Fuerzas de Seguridad.
Simultáneamente, la Secretaría Ejecutiva del CSI, a través del Programa
Nacional de Educación, Capacitación y Actualización Profesional de Cuerpos
Policiales y Fuerzas de Seguridad, organizó tres Jornada s Nacionales de
Debate sobre la Educación Policial en la Argentina, y una serie de Reuniones
Regionales acerca del tema, en las provincias de Corrientes (NEA); Chubut
(Patagonia Norte); Mendoza (Cuyo) y Jujuy (NOA). A lo largo de estas activi-
dades se fue constituyendo un espacio para el intercambio de opiniones, la
reflexión, y la construcción de consensos federales. Más de doscientos refe-
rentes y funcionarios políticos, policiales, judiciales, de universidades nacio-
nales, y de organizaciones de la sociedad civil conforman una red que inter-
cambia información, opiniones, conocimientos y reflexiones acerca del
tema.
 A lo largo de este proceso de debate y reflexión, que contó con la partici-
pación de todas las provincias, y de las fuerzas federales, se logró construir
consensos respecto de siete aspectos de la formación policial que requieren
ser atendidos de manera prioritaria, a saber: 1
Unificar criterios respecto de los aspectos centrales de la Formación,
básica y continua, del personal que integra, e integrará , los Cuerpos Policia- 1
les y Fuerzas de Seguridad, con vistas a optimizar el Esfuerzo Nacional de
Policía. Interrelacionar la Formación Policial con las Políticas Educativas 2
nacionales y provinciales.
Fortalecer la Formación Básica del personal subalterno (agentes de calle) 9
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de los Cuerpos Policiales y las F uerzas de Seguridad. Crear una propuesta


que establezca una formación básica policial mínima y común en todo el
país.
Elaborar, junto con la Secretaría de Educación, del Ministerio de Educa-
ción, Ciencia y Tecnología de la Nación un “Documento Base para la Organi-
zación Curricular de una Tecnicatura en Seguridad Pública/Ciudadana, con
validez nacional acordada en el Consejo Federal de Educación”.
Favorecer, a través de la formación continua, el desarrollo profesional del
personal que ya integra los Cuerpos Policiales y Fuerzas de Seguridad. Pro-
piciar que el personal en servicio obtenga las certificaciones y titulaciones,
con validez oficial, que en cada jurisdicción otorgan los Institutos que se
ocupan de la Formación Policial.
Promover, como requisito de ingreso a la formación policial, el nivel
secundario completo. Favorecer que el personal de los Cuerpos Policiales y
Fuerzas de Seguridad complete el nivel secundario (Nivel de escolaridad
obligatoria).
Propiciar la formación pedagógica de instructores y docentes, y la forma-
ción en gestión curricular e institucional de directivos, en acciones acredita-
das por el Sistema Educativo Nacional.
Promover el Desarrollo Institucional de los Institutos que tienen a su
cargo la Formación Policial. O

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