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Annamarie Sauter: ¿Olvidas lo que Dios hizo a tu favor el día en que entregó
a su Hijo para morir en una cruz?
¡Juicio! «La paga del pecado es muerte», y por eso Dios pasa a través de la
tierra. Hiere el primogénito de cada hogar que no ha sacrificado un cordero.
¿Cómo sabe cuáles hogares lo han sacrificado y cuáles no lo han hecho?
Cuando Él ve la sangre en el dintel de la puerta, Él pasa de largo esos
hogares.
Aquellos que no tienen la sangre son juzgados. El primogénito muere. ¿Te
diste cuenta quién fue que mató a esos primogénitos? Fue el Señor. Fue Dios
mismo quien mató a esos hijos primogénitos. Cientos de años más tarde, fue
Dios mismo quien entregó a muerte a Su propio Hijo amado, juzgándole a Él
por nuestros pecados, para que pudiéramos ser liberadas de la esclavitud.
¡Fuera de aquí! ¿Qué más puede pasar? Por último, el faraón se quebrantó,
y Dios libera a su pueblo redimido de Egipto, del cautiverio, en lo que
llamamos «El Éxodo». El versículo 40 nos dice:
«El tiempo que los hijos de Israel vivieron en Egipto fue de cuatrocientos
treinta años. Y sucedió que al cabo de los cuatrocientos treinta años, en aquel
mismo día, todos los ejércitos del Señor salieron de la tierra de Egipto. Esta
es noche de vigilia para el Señor por haberlos sacado de la tierra de Egipto;
esta noche es para el Señor, para ser guardada por todos los hijos de Israel
por todas sus generaciones» (vv. 40-42).
Me encanta la frase que dice, «era una noche de vigilia». Muchas cosas se
vigilaron esa noche. Los egipcios velaron para ver lo que sucedería con esta
última y más mortal de las plagas, pero más que eso, fue una noche en la
que el Señor velaba por su pueblo, y una noche en la que el pueblo de Dios
le vio hacer juicio contra sus adversarios, y lo vieron liberándoles de su
cautiverio para siempre.
Era una forma de recordar lo que Dios había hecho. Era una forma de instruir
a sus hijos y a sus nietos a las generaciones futuras y a aquellos que nunca
habían vivido en Egipto de lo que Dios había hecho y el precio que se había
pagado por su liberación.
Era una manera de recordar cómo Dios había librado a Sus hijos
primogénitos, les había perdonado la vida y los había redimido. Como
resultado de ello, tenían que mantener este día como un día de recordación,
como una fiesta en honor al Señor, año tras año, tras año, tras año, para que
nunca, nunca lo olvidaran.
Pero ahora vayamos al capítulo 13, versículo 3. Hay una frase en este
versículo en la que quiero que meditemos por unos momentos.
Recuerda que dijimos que la salvación involucra ambas cosas: ser liberados
de la esclavitud de Egipto -–fuera de Egipto, de la opresión– y también implica
ser llevados a una nueva tierra. Por lo que dice:
«Vais a salir hoy, en el mes de Abib y será que cuando el Señor te lleve a la
tierra del cananeo, del hitita, del amorreo, del heveo y del jebuseo, la cual juró
a tus padres que te daría, tierra que mana leche y miel, celebrarás esta
ceremonia en este mes». (Esta fiesta de conmemoración de la Pascua. . . y
Él les dice cómo esto debe mantenerse una vez que lleguen a la tierra
prometida).
«Por siete días comerás pan sin levadura, y en el séptimo día habrá fiesta
solemne al Señor. Se comerá pan sin levadura durante los siete días; y nada
leudado se verá contigo, ni levadura alguna se verá en todo tu territorio».
Así que cuando tus hijos te pregunten: «¿Por qué vamos a la iglesia, mamá?
¿Por qué leemos la Biblia? ¿Por qué oramos? ¿De qué trata todo esto? No
estoy seguro de creer todo esto». Tú podrías no recordar el día exacto, el
momento exacto en que viniste a los pies de Jesucristo en arrepentimiento y
fe, pero tienes que recordar de dónde Dios te sacó. . . Recordar lo que
era ser una esclava del pecado.
Pero a decir verdad, fue solo cuestión de días –no un año entero, sino días–
antes de que dudaran de Dios. Ellos se estaban olvidando de lo que Él había
hecho. Ellos murmuraban sobre su provisión, estaban quejándose.
Sin embargo, cuán propensas somos –cuán propensa soy a dudar de Él,
a olvidar lo que Él hizo– a quejarnos de su provisión, y, a veces, incluso,
en nuestros corazones, queremos volver al mundo donde éramos
esclavas miserables del pecado. «¡Recuerden este día!»
En otras palabras, «vive como lo que eres. Tú has sido liberada del pecado,
tienes la vida pura de Jesús que vive en ti, ahora vive esa vida pura».
Cristo, el Cordero de Dios sin mancha, sin culpa, se sacrificó por nosotros, y
al hacerlo, Él inauguró un nuevo pacto, un nuevo testamento que nos
recuerda por Su muerte que no hay salvación sin juicio. Un cordero tenía que
morir en cada hogar israelita, y en aquellos hogares, donde no fue sacrificado
ningún cordero, alguien murió, el primogénito murió. Una persona tenía que
morir, o un cordero tenía que morir.
Primera a los Corintios capítulo 11, lo dice un poco diferente. Nos recuerda
aquella noche antes de que Jesús fuera a la cruz, cuando Jesús se reunió
con sus discípulos a comer la Pascua. Y mientras ellos celebraban esta fiesta,
millones de corderos estaban siendo degollados, y la sangre corría por las
calles de Jerusalén como, una vez más, año tras año tras año tras año, desde
el éxodo –no con muchas excepciones– los hijos de Israel habían celebrado
esta fiesta de la Pascua. ¿Por qué? Para que pudieran recordar esta noche,
lo que Dios había hecho en Egipto.
Versículo 25: «De la misma manera tomó también la copa después de haber
cenado, diciendo: "Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre. Haced esto
todas las veces que la bebiereis, en memoria de mí. (Recuerden esta noche)
Pues cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa, anunciáis la muerte
del Señor hasta que venga» (1 Cor 11:23-26).
Para la mayoría de nosotras aquí, la historia que les he contado hoy sé que
es muy familiar, sin embargo me encanta contar la antigua historia de Jesús
y de Su amor. Me encanta reflexionar sobre esta vieja, vieja historia. Es bueno
que recordemos dónde Dios nos encontró, y lo que Él ha hecho por nosotras.
Si eres hija de Dios, has sido redimida por la sangre del Cordero y nos
encanta cantar de nuestra redención. Mi pregunta es:
¿Por qué te eligió a ti? ¿Por qué Él me escogió a mí y no a otra persona que
nunca había oído su nombre? No sé la respuesta a esa pregunta.
Pero sé que es tan importante lo que Él hizo, que sería un delito, una burla,
olvidarlo, y perder la maravilla de todo esto. Así que mi llamado para ti, para
mí, para todas nosotras este día es a recordar. Recuerda a Jesús, el
Cordero de la Pascua sacrificado, Su sangre derramada para el perdón
de nuestros pecados.
Recuérdalo. Hazlo con regularidad, como los judíos celebran año tras año
esa fiesta de la Pascua. Es por esto que probablemente le doy más valor a la
celebración de mi cumpleaños espiritual que a mi cumpleaños físico, pues fue
un nuevo nacimiento, porque todos nacemos un día, eso no es gran cosa.
Aquí está el asunto, un cordero tiene que morir, o nosotras tenemos que
morir. Si confiamos en el hecho de que el Cordero murió por nosotras,
entonces podemos ser libres de la esclavitud. Si confiamos en nosotras
mismas, nuestras buenas obras, nuestros propios esfuerzos, nuestra
propia religión. . . Entonces nosotras no somos lo suficientemente
buenas. Tendremos que morir.
Así que si nunca has depositado tu fe en Cristo, di, «oh Señor, por la fe, creo
que la sangre del Cordero fue derramada por mí. Por la fe, pongo esa sangre
sobre el dintel de la puerta de mi corazón, y te pido que entres en mi vida.
Perdona mis pecados. Me arrepiento de vivir a mi manera. Quiero ser tu hija
redimida».
«Hola amadas hermanas. Quiero dar gracias a Dios por este hermoso
ministerio de Aviva Nuestros Corazones. Hoy en día comparto los audios
cada día con varias mujeres que necesitan de una palabra de amor y de
bendición a sus vidas. Quiero compartir mi experiencia de cómo conocí el
ministerio. Hace aproximadamente mes y medio, tuve una situación difícil en
mi matrimonio que me llevó a sentirme devastada espiritualmente, a sentir un
desierto en mi vida—una sequía terrible invadía mi ser y mi espíritu.
Todas las Escrituras son tomadas de la Biblia de Las Américas, a menos que
se indique lo contrario.