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Los jugadores de ajedrez son gente tan peculiar como diversa.

Cada uno de ellos goza, por supuesto,


de su propia individualidad. Con todo, esta unicidad no siempre tiene ocasión de manifestarse.
Pide a cualquier jugador que te nombre su mejor partida y seguramente oirás la típica frase: “¡Aún
está por venir!”. Todos contestarán así excepto un gran maestro que, después de haber escuchado la
petición, se limitará a menear la cabeza y a observar a su interlocutor con cierta pena. Un momento
después, efusivo y gesticulador, empezará a hablarte de su partida “inmortal”, que, en su opinión,
eclipsaría todas las otras grandes partidas que han tenido lugar a lo largo de la historia del ajedrez.
Esta partida, cariñosamente llamada la “Gioconda” (o “Mona Lisa”) por su creador, ha aparecido en
publicaciones sobre ajedrez en el mundo entero sin llegar a perder su fama inimitable. Y ahora, después
de analizar meticulosamente la partida Bagirov-Gufeld, la profundidad y riqueza del ajedrez
contemporáneo se nos acerca y hace más comprensible.
Pero ¿no sería esto decir demasiado, aunque se trate de una partida “inmortal”? Yo no lo creo. Lo que
mejor representa a un jugador de ajedrez son sus creaciones y esta partida puede decir más sobre el Gran
Maestro Gufeld que cualquier monografía por gruesa que sea.
No hay que decir que las contribuciones de Gufeld al ajedrez no se limitan a una partida, ni siquiera a
unas cuantas partidas brillantes que a cualquier jugador le gustaría poder contar entre las suyas. Me
refiero más bien a las ideas que Eduard Efimovich ha llevado a la práctica a lo largo de toda su carrera
ajedrecística. Son muchas, pero bastará con echar una ojeada a algunas de las partidas que Gufeld ha
jugado con negras. Nos llamará la atención la idée fixe de la fe extrema que este Gran Maestro tiene en la
omnipotencia del alfil de casillas negras situado en la diagonal larga. El célebre “alfil de Gufeld” ha sido
muy comentado entre los jugadores de ajedrez pero, díganme, ¿quién podría alardear de un amor tan fiel?
Una mirada desde este ángulo tan sólo rozaría la superficie y no llegaría a apreciar la esencia de los esfuerzos
creativos realizados por este inusual romántico del ajedrez. Tras sus rarezas salpicadas de humor, sus
comentarios y frases graciosas (a menudo pronunciados durante las partidas), se esconde una infinita devoción
por el ajedrez, una fe sacra en la inagotabilidad de este noble juego y una búsqueda permanente de la belleza y la
armonía en sus partidas. A pesar de que la carrera ajedrecística del Gran Maestro Gufeld no se ve honrada por
una sobreabundancia de puntos y medios puntos, sus esfuerzos creativos nos ayudan a abrir las puertas de este
enorme país llamado AJEDREZ.
Finalmente, y con la intención de que este escrito no sea tan impersonal, me gustaría añadir algunos
detalles sobre nuestra relación ante el tablero.
Lamento decir que sólo me he enfrentado a Eduard Efimovich en dos ocasiones, una victoria y unas tablas,
aunque atribuyo mi éxito al hecho de haber jugado “en casa” (ambas partidas se celebraron en Baku). Atención,
antes de nuestro segundo encuentro en el Torneo Internacional del Club Central de Ajedrez en 1980, el Gran
Maestro declaró públicamente y con gran determinación que ésa era su última oportunidad de derrotar a
Kasparov. La partida terminó en tablas, pero Gufeld no pareció preocuparse. Conociendo a mi oponente,
sospecho que no la consideró su última oportunidad.
Desafortunadamente, desde entonces nuestros caminos no han vuelto a cruzarse y no he podido
comprobar la corrección de mis conjeturas. Por eso espero con impaciencia nuestro próximo duelo, que
comenzaré diciendo: “Gran Maestro, su turno!”.
Gari Kasparov, Campeón del Mundo

No es fácil hablar de un colega. Sobre todo cuando se trata de alguien con quien has mantenido una
amistad durante casi cuarenta años. Pero, al pasar las páginas de un libro, encontré un diagrama
relacionado con la competición en la que nos conocimos y empezó nuestra amistad. Era el Campeonato
Estatal Juvenil de 1954 ...
En aquella época ni Gufeld ni yo éramos Grandes Maestros, ni siquiera aspirábamos seriamente a este
título. Pero incluso en aquel tiempo el líder del equipo ucraniano ya era el centro de atención y recibía el
apodo de “Predilecto de la Sociedad”. Desde entonces, sus características esenciales no han variado:
humor, don de gentes y amabilidad. Desafortunadamente, no puede afirmarse lo mismo (yo nunca me
atrevería a decirlo si el propio Edik no hiciera constante referencia a ello) sobre el tamaño de su cuerpo.
Sin embargo, hablar de Gufeld como Gran Maestro es hablar de una, y probablemente no la más
importante, de sus características. Ni siquiera referirse a él como entrenador de la varias veces Campeona
del Mundo Maya Chiburdanidze, o como entrenador del equipo olímpico de la URSS, englobaría la
totalidad de las actividades de este notable personaje. Hablar de Gufeld como autor ya sería mucho,
aunque tampoco todo.
Debemos pensar en Gufeld como una combinación de todas estas características y muchas otras,
saturado, al igual que sus juegos, además de otras cualidades, de un gran optimismo.
Si habláramos de ajedrez, deberíamos mencionar, sin duda, una bonita “colección de calaveras”
recogidas por Gufeld. Sus victorias ante Spassky y ante mí mismo, dos excelentes victorias ante Smyslov,
y otras numerosas partidas terminadas con éxito ante muchos famosos Grandes Maestros indican que
Gufeld es un ajedrecista que, si está inspirado, es capaz de derrotar a cualquiera. Del mismo modo, según
su estado de ánimo, también es capaz de perder ante cualquiera. Yo mismo tuve ocasión de aprovecharme
de esto.
Todavía recuerdo la terrible reacción de Gufeld, pues tiene un gran temperamento, sufriendo con
violencia la agonía de una lamentable derrota en una de nuestras partidas. Después de haber perdido, Edik
se paseó por la sede del torneo murmurando con ira contenida, “No, ¡Tal no es ningún genio!”. Y siguió
así durante casi diez minutos. Finalmente, nos reconciliamos y recuperé las atenciones que siempre había
tenido para conmigo.
Por supuesto, no es una persona con la que uno pueda estar enfadado durante largo tiempo, pues
Gufeld siempre actúa con el corazón en la mano. Además, como el lector aprenderá por sí solo, es capaz
de verse a sí mismo con humor. Es por esto que leer su libro causa alegría y, analizar sus partidas, puro
placer.
Mijail Tal, ex Campeón del Mundo

El ajedrez es una sorprendente forma de obra creativa. El resultado se obtiene gracias a los esfuerzos
mutuos no de aliados sino de rivales, de los que surge inevitablemente una combinación o una
contraposición de dos personalidades, dos espíritus creativos diferentes. Dos adversarios pueden ser
“compatibles” o “incompatibles”.
Aunque también puede haber adversarios “interesantes”. Para mí, Eduard Gufeld siempre perteneció a
este último tipo de contrincante. Jugamos mucho. Los resultados de las partidas variaban pero siempre
eran vivas e instructivas debido a la alta compatibilidad de nuestros dos egos creativos.
Para mí, la esencia del ajedrez es el arte. Y lo mismo puede aplicarse en el caso de Gufeld. Así pues, el
lector de este libro se encontrará naturalmente con muchas bellas creaciones de arte ajedrecístico.
Gufeld es de los que sabe imbuir el tablero de una cierta “vibración”, de modo que las piezas cobran
vida literalmente y se convierten en las protagonistas de una maravillosa representación. Al analizar sus
partidas, uno experimenta un gran placer estético. Además, Gufeld es conocido por ser un hombre de
letras. Es un autor prolífico e interesante. En este aspecto, Gufeld ocupa un lugar notable en nuestra vida
ajedrecística, ya que los maestros de ajedrez son muchos, pero sólo algunos juegan partidas hermosas y
son muy pocos los que además saben escribir.
Los comentarios de un Gran Maestro sobre sus mejores partidas y sus explicaciones sobre la verdad,
la belleza y la armonía de sus análisis tendrán, sin duda, un interés especial.
El lector debería sentirse privilegiado al poder leer un libro escrito por un jugador tan destacado.
Mark Taimanov, Gran Maestro Internacional

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