Derecho Internacional Privado en los ordenamientos normativos de la Antigüedad, la inmensa mayoría de los cuales no distinguía las normas jurídicas de otras esferas de regulación de la conducta humana. A lo sumo cabe encontrar algunos pocos rasgos embrionarios de esta disciplina en algunas instituciones de las ciudades estado de la Grecia clásica, pero de una manera tan borrosa que no cabe considerarlos en realidad como antecedentes directos del Derecho Internacional Privado surgido después en Europa Occidental. La mayor parte de los ordenamientos jurídicos de la Europa continental y la América Latina derivan gran parte de sus normas y principios, al menos en lo que al Derecho Privado se refiere, del Derecho Romano, pero tampoco es allí donde hay que buscar los orígenes del Derecho Internacional Privado. En el desarrollo del ordenamiento romano tuvo una decisiva importancia el llamado Ius Gentium, un ordenamiento que fue desarrollado por los pretores peregrinos a partir de las instituciones jurídicas que les parecieron comunes a todos los pueblos sometidos a la autoridad de Roma. Algunos autores han creído ver allí los orígenes remotos del Derecho Internacional Privado, pero a lo sumo cabría acercar el concepto romano del Ius Gentium a lo que después se denominó Derecho Natural 26. En realidad, el Ius Gentium era todo lo contrario al Derecho Internacional Privado, porque lejos de permitir la aplicación en Roma de sistemas normativos extraños al ordenamiento jurídico romano, como podrían ser el egipcio o el hebreo, era un Derecho creado, definido y aplicado en Roma por autoridades romanas. En los primeros siglos de la Edad Media europea, y debido a las invasiones de los pueblos bárbaros, en diversos lugares se adoptó un sistema en el cual a cada grupo étnico o cultural (hoy diríamos “nacional”) lo regía un sistema normativo propio. Así, por ejemplo, en los inicios de la monarquía visigoda en España, si bien el rey reinaba tanto sobre los visigodos ocupantes como sobre la dominada población hispanorromana, los primeros se regían por su ordenamiento tradicional consuetudinario, de raíces germánicas, mientras los segundos continuaban normados por el Derecho Romano. Se aplicaba entonces un principio de personalidad del Derecho: según el grupo al que perteneciera la persona, se le aplicaba un ordenamiento u otro. Se desarrolló en algunos casos la llamada professio juris, según la cual una persona, al presentarse a un tribunal, debía indicar cuál era su ley personal, para que se le juzgara conforme a ese ordenamiento 27 . Durante la Alta Edad Media europea, los sistemas normativos se volvieron eminentemente territoriales. Cada reino, cada señorío feudal, cada comunidad aplicaba su propio ordenamiento, por lo general de naturaleza consuetudinaria, a todas las situaciones jurídicas que pudieran surgir en su ámbito espacial de autoridad 28. Si se tiene en cuenta que fue esa una época de gran aislamiento, en la cual las economías solían ser de subsistencia y haber escasos intercambios comerciales y mínimo desplazamiento geográfico de personas y bienes, es explicable que todos o casi todas las controversias jurídicas que pudieran presentarse se dieran entre vasallos de un mismo señor y se resolvieran aplicando las costumbres locales. Sustancialmente, se consideraba al suelo “como fuente de todos los derechos y de todas las leyes” 29 . En los albores de la Baja Edad Media empezó a producirse en Italia un renacimiento de los estudios del Derecho Romano, a partir de los textos reunidos en la gran recopilación del emperador Justiniano, que databa del siglo VI. Surgió entonces la llamada escuela o corriente de los Glosadores, cuyos integrantes de esta escuela interpretaban y comentaban los textos jurídicos romanos mediante glosas o anotaciones al margen o interlineadas en el texto justinianeo –de allí su nombre– y consideraban al ordenamiento jurídico romano como actual y vigente. El resurgimiento del Derecho Romano en Italia –que pronto se extendió a otros territorios de Europa occidental– hizo surgir el problema de su eventual colisión con los ordenamientos locales, escritos o consuetudinarios, de los diversos señoríos feudales y ciudades libres, a los cuales se les dio genéricamente el nombre de estatutos. En criterio de los glosadores, el Derecho Romano era de aplicación general y común y podía invocarse en cualquier sitio, mientras que los estatutos debían limitarse al territorio donde surgieron o para el cual fueron emitidos. A uno de los más famosos juristas de las etapas finales de la Escuela de los Glosadores, Acursio, se atribuye una famosa glosa a la que se ha considerado como el punto de partida del Derecho Internacional Privado. Al comentar un texto del Código Justiniano, en el cual los emperadores romanos hablaban de los pueblos sometidos a “nuestra autoridad”, la glosa en cuestión indicó: “… si a un habitante de Bolonia se quisiera juzgar en Módena, no debe serlo según el estatuto de Módena al cual él no está sometido, puesto que la ley habla de aquellos que están sometidos a nuestra autoridad…” A partir de este texto se planteó entonces el desafío a la territorialidad absoluta del mundo feudal. No se trataba de una vuelta pura y simple a la personalidad del Derecho, es decir, que el boloñés llevara consigo su propio ordenamiento donde quiera que fuese, sino que las autoridades de Módena estaban en la imposibilidad de aplicarle sus propias normas estatutarias. Esto conducía, en última instancia, a que los casos suscitados entre partes sometidas a distintos estatutos carecían de solución jurídica . No tardó entonces en plantearse la posibilidad de que, ante una coyuntura semejante, una comunidad que tuviera s u propio estatuto o normativa territorial, pudiera aplicar en sus tribunales, en ciertas hipótesis excepcionales, el estatuto u ordenamiento de la parte extranjera, igualmente territorial. A la Escuela de los Glosadores sucedió otra, igualmente célebre, denominada de los Posglosadores, Comentaristas o Conciliadores, que al considerar los textos romanos trataban no tanto de interpretar su sentido literal, como hacían los Glosadores, sino de hallar soluciones prácticas para los problemas jurídicos de la Europa de su tiempo. Uno de los principales fundadores de esta corriente, Bártolo de Sassoferrato, dedicó importantes esfuerzos al tema de los estatutos. Al comentar la misma ley del Código Justiniano glosada por Acursio, empezó a plantear distinciones entre normas de los estatutos que debían ser inexorablemente aplicadas en forma territorial, y otras que, por diversas circunstancias, debían ceder su lugar a normas de otras comunidades. Bártolo propuso entonces diversas soluciones para estos casos especiales, por ejemplo en materia de contratos, sucesiones, delitos, etc. Así, por ejemplo, para Bártolo había estatutos personales, que regían a la persona donde quiera que se hallara, y otros reales, que eran eminentemente territoriales y regían a los inmuebles, independientemente de quién fuera su dueño . A estos se añadió después el concepto de estatutos formales, que trataban de la forma a la que debían ajustarse los actos y contratos . Se abrió espacio para que surgieran variadas opiniones y soluciones, desarrollándose así una corriente denominada Escuela Estatutaria Italiana , cuyas principales obras correspondieron a los siglos XIV y XV. Entre los siglos XVI y XVIII, entre los más importantes contribuyentes al desarrollo del Derecho Internacional Privado hubo varios juristas originarios de Francia, los cuales conformaron la llamada Escuela Estatutaria Francesa, que es predominantemente territorial. Sin embargo, uno de los principales estatutarios franceses, Charles Dumoulin, planteó por primera vez el principio de la autonomía de la voluntad, según el cual para determinar el Derecho aplicable a los contratos debe seguirse la voluntad de las partes, expresa o presunta, lo cual le llevaba a concluir que en el régimen de los bienes matrimoniales, por ejemplo, no debía seguirse la ley del lugar del matrimonio sino el del domicilio conyugal . En los siglos XVII y XVIII se produjo en los Países Bajos el florecimiento de la Escuela Estatutaria Holandesa, que era predominantemente territorial, aunque sostuvo que podían aplicarse leyes extranjeras por respeto a los derechos adquiridos o con base en la llamada comitas gentium, expresión que no se circunscribía a la cortesía internacional, sino que era indicaba de un sentir más importante, que podría equivaler a comunidad o solidaridad internacional. En el siglo XVIII, la influencia holandesa se dejó sentir de modo especial en Inglaterra, cuyos tribunales habían empezado a dar efecto a las sentencias extranjeras desde de 1607. Además, los estatutarios holandeses fueron los primeros en utilizar la expresión conflicto de leyes, que se popularizó en el Derecho anglosajón