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La Presunci?n de Inocencia Como Regla de Juicioufrhe PDF
La Presunci?n de Inocencia Como Regla de Juicioufrhe PDF
«[t]oda persona acusada de delito tiene derecho a que se presuma su inocencia mientras
que no se pruebe su culpabilidad, de conformidad con la Ley y en un juicio público en el que
se hayan asegurado todas y cada una de las garantías necesarias para su defensa›».
Al igual que ocurre con el resto de los derechos reconocidos en la indicada Declaración, el
concepto de presunción de inocencia no ha continuado sano desde la adopción y
proclamación por la Asamblea General de la Organización de la Naciones Unidas el diez de
diciembre de mil novecientos cuarenta y ocho. En particular, la presunción de inocencia es
un derecho poliédrico, del que se derivan un haz de garantías de distinto signo, cuyo
alcance ha evolucionado transcurrido un tiempo.
Más allá del debate sobre la discutida naturaleza jurídica de la presunción de inocencia (su
controvertida catalogación como derecho subjetivo o presunción legal, que autores como De
la Oliva ponen en tela de juicio) cabe destacar que, a rasgos generales, es una figura que se
extiende de la siguiente manera: como una regla de tratamiento, en tanto que fuerza a los
Poderes Públicos a tratar a toda persona como si fuera inocente hasta que, en su caso,
recaiga sentencia firme condenatoria; y como regla de juicio lo que, dicho en síntesis,
significa que toda condena penal exige una prueba de cargo legítima y válida en virtud de la
que el tribunal consiga la certidumbre de la culpabilidad del acusado.
En relación, exactamente, con la presunción de inocencia como regla del juicio, creo de
interés hacer una serie de reflexiones sobre una situación jurisprudencial asentada desde
hace unos años, que estimo que habría de ser objeto de una revisión crítica.
Dicho con otras palabras, si a despecho de lo que mantenían los tribunales españoles hace
ya algunas décadas (todavía en la STS, 2ª, núm. 731/2003, de treinta y uno octubre, puede
leerse que «[l]a valoración de la prueba conformemente con conciencia, como ha declarado
la jurisprudencia, supone su consideración sin unión a tasa, pauta o regla de ninguna
clase»), nos parece incomprensible que pueda condenarse a una persona con base en la
exclusiva convicción íntima del juzgador, sin que se desgrane una valoración probatoria
pormenorizada de la prueba de cargo -que debe ser válida y (objetivamente) suficiente-,
también nos lo debería parecer la posibilidad de que, concurriendo prueba de cargo
suficiente para lograr la certidumbre objetiva de la culpabilidad, el tribunal acabe exculpando
al acusado apelando a una corazonada. Deberá, si es el caso, proponerse el tribunal en ese
momento que, o bien no está extrayendo las conclusiones razonables -y racionales- del
resultado de los medios de prueba practicados en el plenario (por lo que sus dudas
subjetivas se desvanecerían) o, de forma alternativa, meditar sobre si sus dudas subjetivas
están o no verdaderamente asentadas en datos objetivos. En tal caso, y de ser la respuesta
afirmativa, la absolución no va a venir determinada por la intime conviction del juez, sino por
la ausencia de una prueba de cargo objetiva -e intersubjetivamente- admisible.
En suma, toda decisión del juzgador -ya sea absolutoria o bien condenatoria- debería poder
ser explicable y explicada al «auditorio universal razonable» (por decirlo con Perelman), sin
que sean admisibles remisiones a convicciones morales que no puedan ser enunciadas
razonadamente y motivadas en debida forma. El sintagma «duda razonable» (contenido en
el estándar anglosajón que ha hecho fortuna, beyond a reasonable doubt) , como límite que
hay que franquear para enervar la presunción de inocencia, he de ser interpretado en el
sentido de que el adjetivo «razonable» se predica de la duda (no de los sujetos que
eventualmente dudan) y que -como apunta Igartua Salaverría- lo razonable no se presume,
sino debe ser justificado y exteriorizado a través de la motivación.
Sin que sea ocioso apuntar que, desde el punto de vista epistémico, la valoración de la
prueba sin proximidad presenta también algunas ventajas no desdeñables. Lejos de la
tensión emocional del juicio -del que, no lo olvidemos, el juez también forma parte, si bien
sea como tercero en discordia- un examen tranquilo y desprendido de todo componente
emocional del resultado de la práctica de la prueba, convenientemente documentado en los
autos, puede favorecer un análisis desprejuiciado del material probatorio. De ninguna forma
pretenden estas líneas plantear un modelo de juicio penal desprovisto del principio de
inmediación, mas sí enfatizar que tienden a sobrestimarse sus virtudes epistémicas. Y, de
forma correlativa, a limitarse injustificadamente la cognición de los tribunales llamadas a
repasar las decisiones judiciales.
A modo conclusivo
Vincular convicción subjetiva con inmediación me semeja un fallo, agravado por la incorrecta
aseveración de que el convencimiento íntimo no sería potencialmente explicable por los
jueces mediante sus sentencias, lo que supone una regresión irracionalista en la valoración
probativa. En último caso, toda duda razonable -si es que de verdad es tal- sobre la
culpabilidad del acusado debería tener su pertinente asiento objetivo. Esas dudas subjetivas
-para ser aceptables- deben poder ser tasadas racionalmente, de manera que la artificiosa
disociación entre la duda objetiva y la subjetiva -en nuestros días, moneda corriente en la
jurisprudencia del TS- se desvanece. También, como corolario de lo anterior, se diluye
conceptualmente la diferencia -ignota, no por casualidad, en jurisdicciones procesalmente
afines como la italiana o la alemana- entre el in dubio pro reo y el derecho a la presunción de
inocencia.