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En la antigüedad griega, cuya sistematización de la física nos la ofrece Aristóteles, el Universo fue
comprendido como un organismo vivo en la que todas las partes componían un todo único;
organismo en el que, sin embargo, se discriminaban dos tipos de materia, la terreste y la celestial,
la primera representada por el planeta Tierra cuyo lugar se concebía en el centro del universo, y la
segunda, como una disposición de esferas que orbitan de forma circular alrededor de la Tierra y
cuya cualidad (lo celestial) se incrementaba con arreglo a la distancia de este planeta. Valga
anotar al respecto que esta cosmovisión está asociada al desarrollo de la aritmética y de la
geometría (recuérdese que el círculo representa la perfección respecto a otras formas
geométricas, y que este significado fue transferido a la comprensión del orden cósmico). Además,
esta comprensión del universo identificaba la materia terrestre con la imperfección y la materia
celeste con la perfección.
Pues bien, a la teoría aristotélica le siguió la comprensión ptolemaica por la cual la supuesta
armonía cósmica de esferas circulando geocéntricamente fue problematizada por la figura de los
epiciclos (círculos dentro de otros círculos), problematización que sin embargo no afectó las bases
geométricas euclidianas, ni el geocentrismo que la teoría aristotélica postulaba. Ahora, conforme
avanza la historia de la física el geocentrismo encontró en Copérnico, Kepler y Galileo los términos
de un cambio de relevancia del orden antiguo que señaló que la diferencia entre la materia
celestial y la materia terrestre no estriba en el nivel de perfección entre las dos, sino entre un
movimiento celestial que se produce en el vacío sin fricción alguna y otro terrestre que se produce
en medio viscoso a causa de la fricción entre los cuerpos que se mueven (siendo el primero el
objeto de la física). Ahora, los términos de tal cambio de relevancia culminaron con la concepción
ptolemaica de los epiciclos para dar paso a los movimientos elípticos que Kepler identificó para
identificar el movimiento de los planetas, y sobre todo, con la concepción del universo como un
organismo vivo único, pues desde entonces el universo paso a ser analizable en partes; ahora, las
bases geométricas euclidianas fueron conservadas con arreglo al lenguaje cartesiano de las
coordenadas ortogonales.
Posteriormente la historia de la física encontró en la mecánica de Newton otro nuevo orden por
medio de la cual la ley de la gravitación universal y las ecuaciones del movimiento establecieron
otra manera de comprender la posición y la velocidad de los planetas, revistiendo la relación entre
estos nuevamente de una “armonía universal” en el orden de la naturaleza descriptible mediante
las coordenadas cartesianas. La mecánica newtoniana fue asimilada como el descubrimiento de
una ratio de validez universal que expresada numéricamente la causalidad y la proporcionalidad
de un orden absoluto y universal del tiempo independiente del orden espacial. Mecánica que
conservó la geometría euclidiana, el orden y la medida de Galileo en la que se asume “(…) que,
en principio, se puede alcanzar y sobrepasar cualquier forma de movimiento, mientras la
velocidad sea finita” (Cfr. el sub-tema número 6. Teoría de la relatividad), postulado que a la
postre resultará apenas válido para un campo limitado (velocidad pequeña comparada con la luz)
al comprenderse que la luz es algo diferente de las demás formas de movimiento.
Con lo dicho respecto a la particularidad de la luz entre las formas de movimiento ya entramos en
otro nuevo orden que anunció Einstein en su teoría de la relatividad. Esta teoría problematiza la
universalidad de la mecánica newtoniana al introducir nociones nuevas referentes al orden y a la
medida del tiempo, “Éstos ya no son absolutos (…) más bien son ahora relativos con respecto a la
velocidad de un sistema de coordenadas”. Con la teoría de la relatividad Bohm plantea el
surgimiento de la totalidad no dividida ni fragmentada, del orden nuevo que socava varios
fundamentos de la física clásica, a saber: a la geometría rectilínea le sucederá la curvilínea, a la
matemática de ecuaciones lineales le sucederá las ecuaciones no lineales; pero, sobre todo el
cambio que va a representar la teoría de la relatividad se observará en un cambio del lenguaje en
el que, por ejemplo, las nociones de señal, suceso y proceso cobrarán mayor relevancia que las
de objeto, partícula y cuerpo, las razones (citando al autor): 1. “en la teoría relativística (…) no se
toma la velocidad de la luz como una velocidad posible para un objeto, sino antes bien como la
velocidad máxima de propagación de una señal. 2. “en la relatividad no es posible obtener una
definición consecuente de un cuerpo rígido extenso, porque esto supondría la existencia de
señales más rápidas que la luz”.
Respecto a las necesidades que supone la consideración de la física cuántica ver en el siguiente
RAE lo concerniente a “La teoría cuántica como indicio de un orden nuevo en la física. Orden
implicado y orden explicado en la ley física”. Por el momento basta enunciar las cuatro
características primordiales de esta teoría: Indivisibilidad del cuanto de acción, Dualidad
ondapartícula de las propiedades de la materia, Propiedades de la materia como como
propiedades reveladas estadísticamente.
De otro lado, el autor llama la atención respecto al carácter de inmutabilidad de las estructuras
conceptuales en la comunidad científica y en la sociedad en general que pese al desarrollo de la
teoría y la experimentación tiende a acomodar los nuevos hallazgos sin problematizar sus
presupuestos teóricos.
El autor al exponer la relevancia de Newton desliza entre las líneas escritas la siguiente
advertencia que podemos asimilar como una conclusión, a saber: la ciencia adquiere una
cualidad de comunicación poética de la percepción creativa de un orden nuevo”.