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SENTADOS EN NUESTRO SILLÓN

JP Cifuentes Palma
juanpix85@gmail.com

Estamos viviendo tiempos revueltos,


convulsivos, revolucionarios. Somos
testigos de una nueva época en la cual los
elementos de la postmodernidad van
acechando con su sombra cada una de las
culturas dejando tras de ellos una telaraña
de incertidumbre sobre lo que nos depara
el futuro. En este sentido, las sociedades
occidentales se han caracterizado por el
éxodo desde sus orígenes en busca de un
nuevo lugar, el nuevo paraíso en donde
establecer los desafíos de sus proyectos.
Las migraciones son cada vez más
habituales en Occidente produciendo
grandes olas de seres humanos que transitan durante días en condiciones desfavorables
por los sinsabores que encuentran, sin importar los sacrificios individuales y familiares,
entremezclando el hambre, el dolor, la fatiga, el cansancio, la lluvia, la humedad, la nieve,
el sol y los prejuicios de los residentes de los nuevos paraísos quienes ven como peligroso
el aumento considerable de inmigrantes en los países latinoamericanos.

Comienzan a surgir las voces nacionalistas amparadas en ideales cuya veracidad


está en entredicho pues se nutren de los símbolos patrios, de héroes, de percepciones
conservadoras que se acercan a miradas intolerantes en donde se ve a la otredad como
hordas humanas inferiores que merecen ser repudiadas por el simple hecho de tener una
cultura e idiosincrasia distinta a la nuestra. Se le atribuyen hechos delictuales, ser
portadores de enfermedades ya controladas en los países, están cegados ante los valiosos
aportes que van generando en cada país al ir convirtiéndose en sociedades
multiculturales.

Con atrocidad se aprecia en televisión la masacre ocurrida en Nueva Zelandia y se


sostiene la impronta de que esos hechos ocurridos a kilómetros de distancia nunca
ocurrirán en nuestro país, como si la muerte de estas 49 personas a manos de terroristas
ultraconservadores, de facciones radicales que promueven el odio, el terror, el miedo, la
imposición de creer que hay ciudadanos de primera, segunda y hasta tercera categoría por
cuestiones genéticas y color de piel.

Hoy, occidente está horrorizado ante esta barbarie. En Chile los noticieros y
matinales deambulan una y otra vez en la reiteraciones de los videos ocurridos en esta
negra tarde neozelandesa sin ir un paso más allá de generar instancias de reflexión
necesarias que permitan la prevención de estos episodios terroristas en nuestro país.
Porque, siendo sinceros, estamos en camino de ir a la intolerancia, el temor de caer en
nacionalismos está latente como felino que acecha a su presa.

Las redes sociales, dirigentes y personas del orden público y privado originan
discursos plagados con la intolerancia como caballito de batalla para su quehacer
cotidiano. Se menosprecia al haitiano por el color de su piel y su idioma, se estigmatiza a
los colombianos y dominicanos por deambular en bajos sectores criminales generalizando
en lugar de especificar que ni la delincuencia ni el narcotráfico llegaron con ellos, sino que
ya estaban entre nosotros causados por nuestros propios errores y qué decir de las
manifestaciones que se realizan en contra de ciudadanos peruanos, bolivianos o nuestros
pueblos originarios.

Estamos en tiempos difíciles y como tal debemos estar a la altura de las situaciones
y, por sobretodo, comprender que una sociedad que avanza es aquella en donde el
diálogo y la tolerancia sean las raíces en las que se sustente lo multicultural. El progreso
debe involucrar a todos y no se puede permitir que se extiendan las voces de odio en el
país que conduzcan a posibles actos irracionales, con propuestas, manifiestos y
enunciados plagados de falacias para engañar y manipular a las personas. La chilenidad se
debe nutrir del abrazo al extranjero, del apoyo al caído y no del nacionalismo impropio en
los tiempos modernos. Asimismo, vemos con asombro y rabia lo ocurrido al otro lado del
mundo mientras nos sentimos seguros en nuestro hogar pensando, ingenuamente, que
aquí en Chile esto nunca ocurrirá.

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